—Si tus visitas incluyen el desayuno creo que deberías venir más seguido. —reprime una sonrisa mirándolo colocar dos platos en la encimera de la cocina.
No llevaba camisa, así que podía contemplar su espalda ancha cubierta de tatuajes y su torso desnudo. Joder, era impresionante, más que eso. Era tan alto que la hacía sentir pequeña aún cuando no lo era.
Verlo merodear alrededor de su cocina provocaba algo en ella que no podía explicar. Una calidez y familiaridad que no le disgustaba.
—Vives sola y no sabes cocinar. —sacude la cabeza— ¿Cómo sobrevives?
—A base de café y ensaladas. —se encoge de hombros— Hay muchas cosas que no puedo comer. Las dietas de las bailarinas son estrictas y si a eso le agregamos mis alergias...
—Estás aceptando que no te alimentas bien. —se gira para verla con el ceño fruncido.
Ella abrió la boca para contestar, pero entonces le entregó uno de los platos con waffles cubiertos de miel de maple y frutas a los costados. De inmediato se le hizo agua a la boca.
—Come. —dijo él en tono autoritario señalando la comida.
—Estás siendo más irritante de lo normal.
Se iba a levantar del taburete en el que había tomado asiento poco después de llegar. No le gustaba cuando le daban órdenes, ella no era de las que acataban así sin más. Y aunque se veía delicioso, prefería quedarse sin desayunar a seguir las órdenes de alguien.
—Ni se te ocurra, bambi. —señaló su plato— Come. Si quemas muchas calorías, al menos debes recuperar unas cuantas.
—Deja de llamarme así.
—Es difícil cuando es evidente que te esfuerzas por imitarlo. —sonríe con burla— ¿Todavía te tiemblan las piernas?
—No es gracioso. —le lanzó una servilleta— Todo es tu culpa.
Su cuerpo seguía adolorido por sus recientes actividades nocturnas, pero era una sensación que estaba dispuesta a volver a experimentar porque sentía que toda la tensión acumulada por el estrés ya no estaba ahí.
—Come tu desayuno. —repite apuntando su plato— Te brillan los ojos cuando ves waffles.
—Te odio. —arruga la nariz, pero finalmente toma sus cubiertos.
Kawaki no perdió detalle de lo ridícula que fue su reacción cuando probó el primer bocado casi gimiendo de éxtasis y se obligó a reprimir una sonrisa.
—¿Descansas hoy?
—Sí. —contesta ella— Pero tengo planes por la noche.
Él alza una de sus cejas oscuras, pero no pregunta nada más.
Por su lado, Sarada se dijo que no debía cambiar los planes que ya tenía por él. No podía permitir que alterara su vida de un momento para otro. Lo que tenían era pasajero, y no quería acostumbrarse a su presencia cuando eso podía cambiar en cualquier momento.
Debía protegerse, porque recién se daba cuenta de que la opinión de ese hombre le importaba más de lo que le gustaría admitir.
—¿Qué estamos haciendo, Kawaki? —preguntó en un suspiro.
—Quiero continuar con nuestro acuerdo. —soltó de golpe— Extendamos la fecha de caducidad del trato.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que uno de los dos quiera acabarlo. —la mira a los ojos.
Ella le devolvió la mirada con cierta inseguridad impresa en sus facciones.
—En algún momento se acabará el deseo que siento por ti, sólo es cuestión de tiempo. —comenta él con desinterés— Cuando eso suceda cada uno toma su camino sin repercusiones.
Sarada no sabía qué responder al respecto. Nunca había estado en una situación parecida, sus experiencias románticas eran nulas. ¿Y si estaba sobrestimando su indiferencia al amor? Corría el riesgo de perder en el proceso.
—Con dos condiciones. —responde ella finalmente ganándose su atención.
—¿Cuáles serían?
—La primera. —levanta su dedo índice— No más preguntas sobre el pasado.
—Bien pensado, así no generamos empatía entre nosotros. —accede él— Reduce el riesgo de confusiones. ¿Cuál es la segunda?
—Me dejarás llevarte a conocer Londres. —sonríe la pelinegra con astucia— Y no podrás negarte a ninguna de las actividades que tengo pensadas para hoy.
Era algo que tenía planeado hacer con Itsuki, el más serio de sus hermanos, pero el Uzumaki también tenía el mismo porte orgulloso y juicioso así que no podía perderse la ocasión de verlo fuera de su zona de confort.
Kawaki estrechó los ojos con sospecha, pero creyó que cualquier cosa que tuviera en la cabeza no podría ser tan malo, ¿verdad?
—Bien. —acepta finalmente— Pero yo tengo una condición. La única.
—¿Cuál?
—Nadie va a enamorarse aquí. —advierte— Míralo como una apuesta. El que se enamora pierde.
Sarada sonrió y a continuación se estiró sobre la encimera de la cocina para susurrar contra sus labios.
—Bien. Nunca pierdo una apuesta.
(...)
—Las fotografías no entran en el trato. —dijo de mala gana.
—Pues te aguantas, porque tengo que capturar esto. —señaló con seriedad— Quédate quieto.
—Esto es ridículo. —se queja poniendo los ojos en blanco al mismo tiempo que ella se ponía de puntitas y presionaba el botón de la cámara para capturarlos a ambos con el río Támesis de fondo.
Después del desayuno Sarada lo arrastró a dar un paseo en Hampstead Head mientras tomaban café. El lugar era espectacular, las capas de nieve cubrían el césped y la vista del lago desde el camino era increíble. Era el tipo de parque al que uno podría ir todos los domingos en busca de tranquilidad.
Más tarde, lo llevó a recorrer los monumentos más emblemáticos del sitio. Caminaron por el London Brigde y estuvieron frente al imponente Big Ben justo al mediodía para escuchar las campanas de cambio de hora.
Luego, recorrieron Regent Street el uno junto al otro. Era impresionante. Desde las decoraciones navideñas por todas partes, las luces en los edificios, los clásicos autobuses rojos yendo y viniendo mientras cientos de personas caminaban por las aceras nevadas bajo el cielo nublado de la ciudad.
Sarada pensaba que Londres seguía siendo su lugar favorito en el mundo a pesar de los recuerdos amargos que tenía de la ciudad. Kawaki lo notó por el brillo de su mirada. Esa fue la razón por la que no había desistido de continuar con el tour.
—¿Qué sigue ahora? —resopla él.
—De compras. —sonríe ella— Vas a comprarme un vestido.
—¿Disculpa?
—¿Debo recordarte la cantidad de ropa que me has roto?
El Uzumaki no respondió, en cambio se encogió de hombros dándole a entender que no le importaba, él seguiría rompiendo trozos de tela si le estorbaban.
Sarada lo observó conducir recostada en el asiento del copiloto mientras le daba indicaciones cada cierto tiempo. Su perfil masculino bien podría haber sido como tallado en mármol y ella jamás habría cuestionado si era cierto o no porque ciertamente tenía una belleza devastadora y sexy.
En algún momento, y de manera inconsciente, él había colocado su mano sobre su pierna sin dejar de mirar el camino. Ella observó ese gesto con extrañeza, en especial porque ese sutil contacto entre ellos no tenía ninguna denotación sexual y eso removió algo en su pecho.
Atravesaron juntos las puertas de cristal de Harrods, el centro comercial más exclusivo de la ciudad, y Sarada puso un pie delante del otro con esa poderosa seguridad que emanaba todo el tiempo. Las miradas de los hombres se desviaban hacia su figura, algunos con más disimulo que otros, pero era el foco de atención al fin y al cabo.
La Uchiha tenía un porte elegante y al mismo tiempo una sensualidad natural que le hacía imposible pasar desapercibida. Llevaba puesto un vestido de manga larga color negro y unas medias oscuras que cubrían sus largas piernas que complementó con unas botas altas.
—Parece que sabes exactamente donde ir. —murmura él arqueando una de sus cejas oscuras.
De nuevo, de manera instintiva e inconsciente colocó una mano en la parte baja de su espalda caminando junto a ella hasta una tienda en específico.
—Pareces preocupado por tu billetera. —se ríe entrando al interior de la amplia boutique.
—No me preocupa el dinero. —dice junto a ella— Me preocupa no salir de aquí nunca. Con las mujeres nunca se sabe.
Ella puso los ojos en blanco y le dio la espalda, pero entonces él se acercó peligrosamente a su espalda.
—Gástate todo mi dinero, bambi. —susurró en su oído— No me importa si eso significa que puedo arrancarte todo lo que te pongas.
Sarada sacudió la cabeza con las mejillas sonrosadas e intentó concentrarse en el escaparate frente a ella con una pequeña sonrisa en sus labios y tomando algunos de ellos bajo la mirada divertida del pelinegro.
—¿Cuál te gusta más?
—Y yo que sé. —se encoge de hombros— Otra chica sería de más ayuda que yo en estos casos.
—Voy a probármelos. —le guiña el ojo— ¿Te gustaría una pasarela?
Ella lo dijo bromeando, pero disimuló el gesto de sorpresa al verlo caminando detrás de ella decidido a meterse al probador también. Afortunadamente el sitio era amplio y tenía una salita de espera en la que él no dudó en instalarse para tener una mejor vista de su cuerpo.
Sarada se metió detrás de un biombo que cubría desde el suelo hasta el techo y la siguiente vez que él la vio tragó en seco. El vestido que llevaba puesto era corto y de seda negra con un escote recto que dejaba expuestos sus hombros desnudos y hacía lucir sus tetas de manera fantástica. Era ajustado y tenía una pequeña abertura en el muslo izquierdo que estilizaba su figura de manera fenomenal.
—¿Te gusta? —pregunta mirándolo a través del espejo.
—Es muy corto. —se aclara la garganta— Pero te ves perfectamente follable.
Ella se mordió el labio inferior, regresando detrás del biombo para cambiarse al siguiente atuendo. El segundo vestido era uno blanco igualmente ajustado que terminaba cerca de sus rodillas y tenía unos tirantes finos. La tela se amoldaba a su torso como una segunda piel delineando sus curvas con exquisitez hasta la caída suelta a la cadera donde una especie de abertura diagonal con volantes en los bordes iniciaba en la parte superior de su muslo dejando a la vista su pierna izquierda cada que daba un paso.
—Mi mano podría deslizarse fácilmente por esa abertura. —le sonrió con picardía, provocando que sus mejillas volvieran a calentarse.
Él ya no sabía cuál de los dos le ponía más cachondo, pero aguardó en silencio dándole un trago a la copa de vino que una de las dependientas le ofreció al entrar al probador.
—¿Estás listo? —pregunta ella con una risita detrás del biombo.
El tercer vestido lo hizo reacomodarse la polla dentro del pantalón con incomodidad. Joder, su cuerpo era una verdadera delicia enfundado en ese pequeño trozo de tela cubierto de cristales platinados por todas partes. El corset empujaba sus pechos hacia arriba y marcaba la estrechez de su cintura mientras la falda suelta lucía múltiples tiras brillantes en el borde. Toda ella brillaba en ese atuendo.
Y antes de que pudiera sujetarla por el brazo para tirarla sobre su regazo desapareció de nuevo detrás del biombo.
—¿Cuándo va a terminar esta tortura? —se queja en voz alta.
—Ya va, ya va. —responde ella saliendo finalmente luego de varios minutos— ¿Qué te parece?
Maldita. Jodida. Mierda.
No quería abrir la boca, porque si lo hacía era capaz de admitir que ella tenía razón cuando dijo que el rojo le quedaba fantástico. Definitivamente era su color.
Ella se dio la vuelta y reprimió un gruñido al ver el escote pronunciado de su espalda. La jodida cosa no cubría nada. Podía ver los hoyuelos de Venus en la parte baja, justo encima de su trasero, esos que le encantaban porque la hacían lucir más sexy de lo que ya es. Y que también tenían cierta sensibilidad que había descubierto después de lamer justo allí.
—¿Por qué no estás diciendo una de tus guarradas? —pregunta extrañada— ¿Es que te he dejado sin palabras?
—Cállate. —resopló con fastidio porque no estaba equivocándose. Le había dejado mudo, algo que casi nunca sucedía.
Se dio la vuelta para encararlo y le dejó ver la parte frontal del vestido. Era ajustado en todas partes, desde su escote recto de tirantes finos hasta la abertura lateral en su pierna derecha.
—¿Y bien? —se muerde el labio inferior— No puedo decidirme por uno. Elige por mí.
Llevó una de sus manos hacia arriba y deslizó un tirante del vestido con lentitud bajo la atenta mirada masculina. Él no perdió detalle de la tela aflojándose y ella pudo jurar que sus ojos grises podían ser negros justo ahora.
Entonces dejó caer el vestido sobre el suelo alfombrado y dio un paso al frente para sacárselo. La mirada del pelinegro vagó por su cuerpo semidesnudo, con únicamente una pequeña braguita de encaje negro y se relamió los labios.
—¿Lo has hecho alguna vez en un probador de ropa con gente deambulando afuera? —cuestiona ella acercándose al sofá donde estaba él— Personas que podrían escucharnos si tan sólo se nos ocurriera hacerlo aquí.
—No. —confesó en un susurro— ¿Quieres ser mi primera vez?
—Unas por otras, señor Uzumaki. —sonrió subiéndose a su regazo.
Ella sabía que estaba comportándose como una guarra, pero no le importaba, era excitante hacerlo en un lugar público y la manera en la que Kawaki la veía le decía que también lo necesitaba.
La mano masculina de él se envolvió alrededor de su garganta y la acercó a sus labios para devorarle la boca con hambre mientras la otra magreaba uno de sus pechos sin nada de delicadeza.
—Tenemos poco tiempo antes de que vuelvan a echar un vistazo. —susurró él contra su boca— Ábrete bien para mí, preciosa, voy a metértela toda.
Tan distraída como estaba por sus caricias, ni siquiera se percató de que él se había encargado de la cremallera de sus pantalones y sacaba su miembro de su cautiverio.
—Date la vuelta. —pidió en tono autoritario— Quiero que veas tu reflejo mientras hago que te corras.
Ella así lo hizo y cuando levantó la mirada hacia el gran espejo del otro lado de la sala se le atoró el aire en los pulmones ante la imagen tan erótica que estaban proyectando. Kawaki la hizo recostarse en su pecho y levantó sus piernas lo suficiente para que su coño quedara expuesto.
Su enorme polla descansaba contra sus pliegues y la respiración se le agitó cuando él se movió contra ella para empaparse de sus fluidos.
—Mírate. —murmura en su oído— Tu coño perfecto chorrea por mí.
—Kawaki... —dice con impaciencia— Deja de jugar.
Él sonríe, usando una de sus manos para estimular su clítoris mientras sus brazos maniobran con sus piernas hasta acomodarlas en el espacio entre sus codos para abrirla más y que ambos tuvieran una mejor visión de sus pliegues.
Sus dedos se deslizaron hasta su entrada y sin esperar más metió dos de golpe. Ella gimió, echando su cabeza hacia atrás mientras se aferraba a su cuello con su brazo.
De pronto los dedos que ya habían iniciado un ritmo entrando y saliendo de su interior abandonaron su cavidad y se deslizaron un poco más abajo. Hacia aquel lugar inexplorado.
—Pronto voy a reclamar este agujero también. —lamió la piel de su cuello con sensualidad— Todas tus primeras veces serán mías, bambi.
Kawaki alineó su miembro en la entrada de su coño y empujó de golpe llenándola por completo sin darle tiempo de prepararse para recibirlo. Sarada acalló el grito de placer con el dorso de su mano y se retorció contra él, incapaz de controlar el impulso de buscar más de lo que le estaba dando.
Prácticamente él la tenía suspendida en el aire aún sobre su regazo y podía sentir los implacables movimientos de sus caderas con cada embestida dura y firme. Cada vez más rápido, más despiadado.
—Míranos, nena, observa lo bien que encajamos. —besó la piel detrás de su oreja— Nadie va a llenarte mejor de lo que yo lo hago.
Ella estaba haciendo todo lo posible por atenuar el volumen de sus gemidos, pero el salvajismo con el que la penetraba le dificultaba siquiera pensar correctamente.
—Más, por favor. —pidió ella mordiéndose el labio inferior— Más rápido.
Eso era lo que le gustaba de ella. Sarada le seguía el ritmo, no se quejaba de lo brusco que podía llegar a ser y le instaba descargar su furia constante con cada empuje. No era una chica frágil a pesar de que su apariencia y rostro angelical indicaran lo contrario.
La Uchiha era pura lujuria. Lascivia y perversidad. Sentía por ella un deseo tan crudo que le impedía razonar. Y comenzaba a creer que sacarla de su sistema le tomaría más tiempo del que pensó en un inicio.
—Kawaki... —jadeó con la respiración agitada, sintiendo que en cualquier momento explotaría en mil pedazos— Yo... no puedo...
Él atrapó uno de sus pechos y lo estrujó con fuerza aumentando el ritmo de las estocadas y el movimiento de sus dedos sobre su clítoris al mismo tiempo. Para ella era obvio que el hombre tenía experiencia complaciendo a una mujer, pero no quería pensar mucho en eso tampoco.
—Córrete, nena. —gruñe contra su cuello y tomándola por el mentón para obligarle a ver su rostro lleno de excitación— Mira lo jodidamente preciosa que te ves gimiendo por mí.
Sarada se aferró a sus antebrazos con fuerza y estalló tan intensamente que pensó que perdería el conocimiento. Kawaki la siguió segundos después, sonriendo con satisfacción cuando al salir de su interior ambos pudieron visualizar sus fluidos entremezclándose.
—Eso fue... —jadea ella intentando recuperar el aliento— ¿Cómo haces para que cada vez sea mejor que antes?
A veces olvidaba que era una joven inexperta en el arte del sexo y su inocencia de vez en cuando le hacía sonreír. No era obra suya del todo, la razón por la que cada vez que follaban era mejor que la anterior se debía a que ella se estaba volviendo más desinhibida y adquiría más confianza. Cuando lo suyo terminara no quedaría rastro de la chica virginal que conoció.
—Necesito limpiarme. —dijo apenada levantándose de su regazo— ¿Me esperas fuera?
Él asintió sin decir nada y la observó entrar al cuarto de baño que había dentro del probador mientras se ponía de pie para arreglar su propio atuendo. Justo cuando estaba terminando de poner todo en su sitio la puerta se abrió con cautela y por ella entró la misma chica que le trajo la copa de vino.
Aunque ahora que la veía bien algo en ella le pareció familiar, pero no supo de dónde. Sin embargo, ella le miraba como si de verdad le conociera.
—¿Su novia está conforme con las prendas? —pregunta con timidez— ¿Necesita alguna otra talla?
—Lo llevará todo. Envuélvalo. —contesta con sequedad y sacó una tarjeta negra de su billetera sin prestarle mucha atención.
—Oh. —asiente la joven con sorpresa— De acuerdo. Enseguida regreso con sus compras, señor.
Lo que verdaderamente le había dejado descolocado fue el término con el que se refirió a ella. ¿Su novia? Por supuesto que no. Ni siquiera podía decir que era su amiga.
Todos esos pensamientos confusos dieron vueltas en su cabeza durante los cinco minutos en los que esperó fuera del probador hasta que Sarada lo alcanzó con una apariencia impecable, como si no hubiese sido follada salvajemente en esa habitación a pocos metros.
—¿Y bien? —pregunta ella— ¿Por cuál te decidiste?
—No me decidí. —se encoge de hombros.
Ella no entendió a lo que se refería, pero la respuesta a su pregunta fue contestada al ver a una chica peliazul acercándose con la mirada gacha y varias bolsas entre sus manos.
—¿Sarada? —pregunta sorprendida al reconocerla.
—Hako. —parpadea consternada— ¿Qué haces aquí?
—Aquí trabajo los fines de semana. —se muerde el labio inferior— No esperaba encontrarnos hasta hoy por la noche.
Ahora recordaba de dónde había visto a la chica. Ella estaba sentada en la misma mesa que Sarada la noche anterior.
—Porque irás, ¿verdad? —cuestiona la peliazul con amabilidad— Hōki estará contento de tenerte allí. Ha estado esperando el estreno de esta película por un año entero.
La chica vio la manera en la que la mirada de la pelinegra se desvió hacia el hombre junto a ellas y sus mejillas se ruborizaron al encontrarse bajo el escrutinio de semejante espécimen masculino.
Al principio le había parecido una coincidencia el volvérselo a encontrar de nueva cuenta en menos de veinticuatro horas y por supuesto que nunca se le pasó por la cabeza que Sarada estuviera allí con él. No los vio entrar juntos. Y cuando le ofreció la copa de vino al hombre, la Uchiha no estaba por ningún lado.
—Te espero fuera. —le hizo saber el Uzumaki aceptando su tarjeta de regreso y se dio la vuelta para salir de ahí— No tardes.
—Yo me tardo cuanto quiera. —frunció el ceño en su dirección.
Kawaki sonrió de medio lado y sacudió la cabeza antes de salir por la puerta de la tienda. ¿Qué iba a hacer con esa mujer irritante?
Una vez estuvieron ambas solas la peliazul se relajó. La presencia de ese hombre era abrumadora en todos los niveles posibles.
—Eh... supongo que esto es tuyo. —le tendió las bolsas con sorpresa— Lo ha comprado todo.
—Hombres. —pone los ojos en blanco recibiendo las prendas.
Tenían la tendencia a demostrar su poderío económico para sorprender. Lastimosamente eso era algo que no le impresionaba. Ella podía comprarse el puñetero edificio si le daba la gana. No había familia más poderosa en Europa y Asia que los Uchiha.
—Creí que dijiste que no tenías novio. —murmura la chica peliazul.
—Y no lo tengo. —se ríe ella— Él es... podría decirse que un amigo de la familia al que le estoy dando un recorrido turístico.
—Oh. —afirma Hako con la cabeza— Podrías invitarlo esta noche. La pasaremos bien.
—Me lo pensaré. —contesta desviando la mirada hacia la salida donde se encontraba el susodicho hablando por teléfono— Pero no prometo convencerlo de ir. Es un amargado.
Hako se mordió el labio inferior al notar esa chispa de interés en los ojos oscuros de la joven y se dijo que no la culpaba. El hombre era bellísimo. Y por la manera en la que él se comportaba era más que obvio que Sarada tampoco le era indiferente. No por nada se había gastado miles de libras en unos pocos vestidos sólo por ella.
—Vale. —le sonríe la joven— Entonces espero verte allí.
—Lo intentaré. —asiente la Uchiha despidiéndose con un gesto de mano.
La peliazul la observó salir de la tienda y entonces vio que él finalizaba la llamada en cuanto ella se detuvo a su lado. Se guardó el móvil en el bolsillo y le arrebató con delicadeza las bolsas de las manos para cargarlas por ella mientras caminaban alejándose de su campo de visión.
—¿Qué sigue? —lo escuchó decir en tono serio, pero sin esa agresividad común en él.
—Ya lo verás. —sonríe ella adelantándose para subirse detrás del volante.
—No vas a conducir mi auto. —cortó de tajo— Menos si yo voy de pasajero.
—Sé conducir. —pone los ojos en blanco— Mi hermano es piloto de Fórmula 1, ¿recuerdas? Me enseñó todo lo que sé.
—Si no eres prudente en una conversación, menos lo serías detrás de un volante. —pone los ojos en blanco— ¿Sabes cuántos ejemplares de este auto quedan en el mundo? Sólo diez.
Ella levantó la mano con la palma abierta a la espera de las llaves y él frunció el ceño. ¿Acaso estaba sorda? Acababa de decirle que no. Ni siquiera a su hermano le permitía manejar alguno de su colección de clásicos.
—No voy a matarnos, lo prometo. —se encoge de hombros.
—Sigue siendo un rotundo no.
—¿Así que yo puedo confiarte mi cuerpo y tú no puedes dejarme siquiera conducir tu auto? —dice con ironía— Debí pensármelo mejor antes de enredarme contigo.
—No vas a manipularme con eso.
—Devuélveme mi virginidad, entonces.
—Eso es estúpido.
—Igual que tú.
Él se pellizcó el puente de la nariz con frustración y finalmente sacó las llaves del bolsillo de sus pantalones antes de dejarlas sobre su palma abierta todavía con cierta reticencia. ¡Irritante y fastidiosa! Eso es lo que era.
Sarada sonrió ante su victoria poniéndose de puntas para alcanzar su boca y estamparle un beso rápido.
—Tal vez podría dejar que me folles ahí dentro más tarde. —susurró contra sus labios— ¿Lo ves? Todos ganamos.
—Eso es trampa.
—Me gusta jugar sucio. —le guiña un ojo— ¿Nos vamos?
Se dio la vuelta antes de meterse en el auto mientras él se encargaba de acomodar las compras en el maletero sin dejar de pensar en lo fácil que se salió con la suya. ¿Dónde había quedado su inflexibilidad?
El viaje por las calles de Londres fue tranquilo, ella le vio de vez en cuando de reojo y lo había pillado mirándola con descaro. Reparando en cada movimiento que hacía, como si en cualquier momento fuera a volcarlos por un barranco.
—Tendrás las mejores vistas del río Támesis. —sonrió de medio lado, deteniéndose en una de las calles cercanas y guiándolo hacia un lugar en específico.
La mayor parte de las personas ahí eran turistas que no querían perderse la experiencia de subirse a un bote que por unas pocas libras te llevaba a hacer un recorrido a lo largo del río más famoso de Inglaterra.
Se formó en la fila para comprar los tickets de los Thames Clippers, el transporte público en forma de barco que el ayuntamiento ofrece a los londinenses para recorrer el río Támesis a un precio accesible.
—No vas a obligarme a subir. —arqueó una de sus cejas— Es absurdo.
—Lo harás. —tiró de su brazo para obligarlo a caminar hacia la estación— Es parte del trato.
—Ya comienzo a arrepentirme.
—Vale. —deja caer los hombros y lo soltó de golpe— No creas que voy a rogarte.
Kawaki frunció el ceño al verla darse la vuelta y comenzar a emprender el regreso al auto.
—¿Qué haces?
—Caminando. —contesta como si nada— ¿Puedes dejarme en mi casa antes de que continúes con tu viaje de negocios? Tengo que arreglarme para mi salida de esta noche.
Él sujetó su brazo con firmeza impidiéndole continuar alejándose.
—¿Por qué tienes que ser tan fastidiosa?
—Porque nunca pongo a nadie por delante de mí. —responde con simpleza— No me complico las cosas, Kawaki. ¿Quieres estar aquí? De acuerdo. ¿Quieres irte? Adelante, no voy a detenerte.
—Eso es una estupidez.
—Estoy facilitándote las cosas. —dice sin mirarlo— ¿Sabes todo lo que nos estaríamos evitando si cada quien continúa por su camino?
—No me gusta tomar el camino fácil.
—Esa sí es una estupidez. —se dio la vuelta para encararlo— No necesitamos más problemas. Cada quien por su lado y todos felices.
—¿Entonces porqué aceptaste en primer lugar? —gruñó acercándose hacia ella— ¿Por qué dejaste que te follara aquella noche en Aspen?
Ella se quedó callada porque no se esperaba en absoluto aquella pregunta.
—¿Por qué aceptaste continuar con esto? —frunce el ceño— Pudiste no acceder a lo que te propuse y a estas alturas yo estaría tomando un vuelo a Japón, pero en lugar de eso montaste todo este patético recorrido turístico ridículo e infantil.
Eso hizo que el enojo burbujeara dentro de ella y finalmente su máscara de estoicismo cayó.
—¿Quieres saber por qué acepté? —masculla en tono mordaz— Me acosté contigo porque no esperabas nada de mí. No querías otra cosa, no exigías algo más que sexo.
Eso no debería molestarlo porque desde luego lo que decía era cierto. Todo entre ellos era meramente deseo carnal, ¿verdad?
—¿Debería sentirme utilizado?
—Ambos nos usamos, no seas hipócrita. —pone los ojos en blanco— Lo que no estaba en los planes fue que quisiéramos repetir.
Eso también era verdad. Creyó que una vez sería suficiente para drenar el deseo que sentía por ella, pero comenzaba a creer que su ansiedad por tenerla en su cama aumentaba con el paso de los días.
Sarada se removió incómoda bajo su escrutinio y entonces sus mejillas se ruborizaron un poco. Ella quería creer que era por el frío.
—Toda esta lista de actividades turísticas han sido un poco para molestarte, sí, pero... —desvió la mirada hacia el río detrás de ellos— También eran un poco para mí. En los años que viví aquí en Londres nunca tuve la oportunidad de recorrer la ciudad como lo hemos hecho hoy.
Él arqueó una ceja con incredulidad.
—Viví aquí durante los dos años que estudié en Oxford, pero pasaba la mayor parte de mi tiempo en otras cosas. —se encoge de hombros— Y desde que llegué de Moscú mi vida se resume en ensayos, presentaciones y giras.
Kawaki ni siquiera quería a hablar por temor a acabar con su ataque de sinceridad. Era la primera vez que veía un lado diferente de Sarada Uchiha. No la engreída y egocéntrica, ni la fastidiosa que solía incomodar a las personas con comentarios imprudentes. Esta era la chica vulnerable de mirada brillante.
—Planeaba hacer esto con alguno de mis hermanos, pero nunca están aquí por mucho tiempo. —sacude la cabeza con una sonrisa— Y salir con Itachi es un infierno, hay personas siguiéndolo a todas partes.
—¿Y por qué yo? —se atrevió a preguntar, dando un paso más cerca de ella— Ni siquiera nos llevamos bien.
—Exactamente por eso. —le mira a los ojos— Porque no tienes expectativas sobre mí.
Él levantó la mano para tomar su mentón, sintiéndose totalmente incapaz de contener las ganas de tocarla. Sarada tembló bajo su toque.
—Nos subiremos al estúpido bote y terminaremos el maldito recorrido turístico. —frunció el ceño— Pero me acompañarás a un lugar ésta noche.
—No puedo cancelar...
—Esto debe ser recíproco, bambi. —alzó ambas cejas— Yo hago el ridículo dejando que me arrastres por todo Londres y tú no puedes negarte a acompañarme al compromiso que ya tenía programado.
Sarada suspiró con resignación.
—¿Y adónde vamos?
—Ya lo verás. —se encoge de hombros— Si después de saberlo aún prefieres ir con tus amigos no voy a impedírtelo siempre y cuando regreses para terminar la noche conmigo en la cama.
—¿De verdad? —pregunta no muy convencida de sus palabras.
Él no respondió, en cambio se echó a andar de nuevo, pero no se detuvo frente al embarcadero de los Thames Clippers, sino varios metros más allá donde un par de hombres bien vestidos lo saludaron en cuanto le vieron intención de abordar en el restaurante flotante.
Kawaki echó una mirada sobre su hombro y extendió la mano hacia ella. Sarada se mordió el labio titubeante, pero finalmente dejó su mano sobre la palma abierta de él.
—No pienses que voy a subirme a un transporte público cuando puedo pagar algo mejor que eso. —habló cerca de su oído— Además, no creo que estés acostumbrada a mezclarte con gente común y corriente, nena.
La pelinegra sintió el rostro caliente ante su cercanía, pero lo dejó pasar solamente porque los dos hombres con uniforme de servicio les esperaban para indicarles cuál sería su mesa.
Las paredes del bote eran completamente de cristal y podía tener una vista de 360 de la ciudad y del río Támesis. Era increíble, por dentro y por fuera.
Los situaron en una de las mesas cercanas a la proa y menos de diez minutos después sintieron el movimiento de la embarcación abandonar la orilla.
Se podía leer en letras doradas y elegantes el nombre del restaurante flotante en la carta del menú: Bateaux London. Y otra de las cosas que la dejó descolocada fue el que hubiera un conjunto tocando música en vivo en una esquina.
—Propongo una tregua. —dijo Kawaki sacudiendo la cabeza— No tiene caso que cada cinco minutos intentemos arrancarnos los ojos y al final del día lo único que terminamos arrancándonos es la ropa.
Sarada se rió sin poder evitarlo y le costó un montón tragarse su orgullo antes de asentir.
—¿Quieres que seamos amigos? —se mofa ella dándole un trago a la copa de champán que acababan de servirles.
—Digamos que ahora somos compañeros. —se encoge de hombros— Compañeros sexuales.
Eso se ganó otra carcajada suave de parte de ella y él no pudo evitar sonreír. Su risa era... No. No debía concentrarse en esos detalles irrelevantes.
—Compañeros sexuales. —paladeó cada sílaba con cuidado— Creo que puedo aceptar eso.
Giró su rostro para ver el momento exacto en el que el puente de Londres cubrió la luz sobre sus cabezas e intentó reprimir una sonrisa. Entonces escuchó el click de la cámara frente suyo.
—¿Has esculcado en mi bolsa? —achicó los ojos— Eres un mal educado.
Él dejó caer los hombros y volvió a presionar el botón para tomar una nueva fotografía en la que se apreciaba el adorable ceño fruncido de la chica y los labios haciendo un mohín.
—Ya me has tomado muchas. —se excusa él— No voy a alimentar tu obsesión conmigo con más fotografías.
—¿Obsesión? Ya quisieras, imbécil.
Intentó quitarle su bolso de entre las manos, pero él lo alejó de último momento y en medio del forcejeo una pequeño objeto cayó sobre la mesa frente a ambos.
—¿Qué es eso? —pregunta el pelinegro tomándolo entre sus dedos.
—Es una jeringuilla autoinyectable de epinefrina. —le arrebató su bolso al igual que el medicamento— Es para una emergencia en caso de anafilaxis, detiene la inflamación de las vías respiratorias.
Él se puso serio de repente. Si debía llevar eso a todas partes quería decir que los efectos de su alergia eran más graves de lo que pensó en un principio.
—¿Es difícil usarla?
—No. Sólo debes sacar el tapón de seguridad y la aguja sale en uno de los extremos. —contesta señalando la tapa azul— Debo clavarlo en la parte externa del muslo e inyectar el medicamento.
Kawaki observó con curiosidad el objeto entre sus dedos y no dijo nada hasta que lo devolvió a su lugar en uno de los compartimentos del bolso.
—¿Cuándo es tu siguiente presentación? —cuestiona él, cambiando de tema finalmente.
—En cinco días en el Theatre Royal de Bath. —responde tranquilamente— Es el próximo viernes.
—¿Ensayarás toda la semana?
—No, descanso hasta el miércoles. —deja caer los hombros— Después de eso pasaré las tardes encerrada en el estudio.
Sarada había pedido la comida por ambos, algo que dejó a Kawaki descolocado porque no estaba acostumbrado a que decidieran por él, pero no mencionó nada al respecto. Menos cuando el mesero puso frente a ellos lo que parecía ser la especialidad del chef.
Comieron en silencio, ella mirando las vistas impresionantes que les ofrecía la ciudad, mientras él no dejaba de verla. Había algo en ella que le impedía desviar su atención a otra cosa que no fueran sus bellos rasgos.
—¿No te sientes aislada viviendo en otro país? —preguntó luego de varios minutos en los que se dedicaron a comer— Es decir, toda tu familia está en Italia.
—Desde los siete años he vivido intermitentemente entre Italia y otros lugares. —dice como si nada— Estoy familiarizada con eso de vivir lejos de casa.
—Eso no significa que sea menos difícil.
Una sonrisa imperceptible tiró de la esquina de su labio.
—Honjok. —dijo en un susurro y él la miró sin entender— Es un término de raíces Coreanas. Hace referencia al arte de saber estar solo.
—Una soledad elegida. —concluye él.
—Dejé de priorizar las obligaciones familiares y de intentar encajar con los ideales de la sociedad. —se encoge de hombros— No me apetece complacer a nadie, ni pretendo cumplir expectativas sólo por ser hija de mis padres.
Si pudiera contar las veces que le preguntaron si tomaría un cargo activo en las organizaciones de sus padres habría labrado su propia fortuna.
Algunos se decepcionaron cuando se decidió por otro camino de último momento. Entre ellos Kisame, el padrino de Ryōgi, quien le confesó que lo suyo era un talento desperdiciado después de los rumores que había escuchado sobre ella. Otros que mostraron su disgusto fueron los hermanos marroquíes A y Killer B que incluso le habían ofrecido un lugar entre sus filas por si decidía cambiar de opinión.
—¿Cómo están las cosas en Japón? —pregunta ella como si nada— ¿Las Tríadas siguen siendo un grano en el culo?
Él le dirigió una mirada de consternación.
—¿Qué? —contesta ella como si nada— Sé algunas cosas.
Eso hizo que él se tensara por un momento.
—Creí que lo tuyo era quedarte al margen.
Sarada se encoge de hombros sin decir una palabra más y se concentra en terminar su comida, que sinceramente estaba exquisita.
—De todos modos, las Tríadas ya no son un problema. —comenta él tras un largo silencio..
—Genial. —dice la joven sonriendo de medio lado— Las cosas van mejor cuando no hay conflictos.
—¿Eres pacifista?
—Soy más del tipo que aplasta lo que no le agrada. —le dio un sorbo a su champaña— Por eso me mantengo alejada de los negocios.
—Creí que no te gustaban los conflictos debido a la guerra entre mafias que mencionaste la última vez.
Ella se removió incómoda en su asiento, pero soltó un suspiro y levantó la mirada sólo para encontrarlo expectante de su respuesta.
—No me gusta hablar del tema.
—¿Por qué? —pregunta él arqueando una de sus cejas oscuras.
—Más de la mitad de los Uchiha murieron a causa de lo que sucedió en aquel entonces. —frunce el ceño— ¿Te parece un motivo válido para no querer hablar al respecto?
Él no respondió, pero ella se dio cuenta de que volvería a sacar el tema en cuanto tuviera oportunidad, así que prefirió dar por cerrado aquel asunto.
—Es hora de la siguiente parada. —dijo tras un silencio incómodo— Créeme, me lo agradecerás.
El siguiente viaje en auto fue mucho más corto, sólo tuvieron que moverse unas pocas cuadras de ahí hasta que la joven visualizó un majestuoso rascacielos y no dudó en aparcar en cuanto tuvo la oportunidad.
Ella lo arrastró hacia el ascensor sin desesperarse por el transcurso de cinco minutos que les tomó subir las treinta y siete plantas del Sky Garden porque en cuanto las puertas metálicas se abrieron no pudo evitar sentirse maravillada por la increíble vista de la ciudad desde 160 metros de altura.
Los ojos oscuros de ella brillaron como los de una niña y Kawaki sonrió de medio lado al ver la emoción impresa en cada una de sus facciones. Era difícil impresionar a Sarada Uchiha, pero ahí estaba ahora, conmocionada por la sensación de estar en las nubes.
—Parece que la turista eres tú. —le dijo él cerca de su oído.
—Es que nunca había venido a este sitio. —confiesa apenada— Es magnífico.
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y los colores rosáceos y anaranjados se mezclaban en el cielo ofreciéndoles un espléndido atardecer.
—Esto sería casi perfecto si tan sólo nos agradáramos. —se ríe ella— ¿Podemos fingir que nos llevamos bien por diez minutos?
Él la miró consternado.
—Creí que ya nos llevábamos bien.
—Tener una buena química sexual no es lo mismo que llevarse bien. —contesta con ironía— A lo que yo me refiero es... a agradarte de verdad, como amiga o lo que sea.
La Uchiha ni siquiera lo estaba mirando, toda su atención estaba puesta en el paisaje frente a ella hasta que de pronto sintió el suave tacto de sus dedos envolviendo los suyos.
—Podemos fingir por diez minutos. —tiró de su brazo finalmente y la atrajo hacia él con una mano rodeando su nuca— Así puedo decirte que la belleza del paisaje no es tan devastadora como la tuya.
Las mejillas de la joven se ruborizaron al escucharlo y no impidió que sus labios atraparan los suyos en un beso demandante que le provocó espasmos en todo el cuerpo.
—¿Qué más hay en tu lista de actividades para hoy?
—Me gustaría subirme al London Eye. —confiesa mordiéndose el labio inferior.
—Vamos, entonces.
Sarada parpadeó con incredulidad y se dejó guiar nuevamente hacia el ascensor. Él no soltó su mano en ningún momento, ni siquiera cuando salieron del edificio para encaminarse hacia el auto.
Esta vez condujo él y fue el turno de ella de mirarlo.
—Cuidado, se te cae la baba. —sonrió mirándola de reojo y ella volvió a sonrojarse.
—Deberías sonreír más seguido. —lo molestó ella— Te hace ver más guapo.
—Deja de coquetear o voy a aparcar el auto en un callejón oscuro donde pueda follarte.
Ella se inclinó hacia él y le robó un beso en los labios cuando se giró a verla al detenerse en un semáforo.
—Aunque por supuesto que tu belleza no se compara con la mía. —se encoge de hombros— No hay punto de comparación.
—¿Alguna vez eres menos engreída?
—Nop. —sacude la cabeza— Acostúmbrate.
Él puso los ojos en blanco, sin embargo, fue difícil no sonreír de medio lado cuando la vio distraerse con los adornos de luces en las calles encendiéndose frente a sus ojos.
La fila que había frente a la atracción más visitada de Londres parecía casi interminable y él no tenía la paciencia suficiente para esperar dos horas a que llegara su turno.
Le pidió a Sarada esperar a un lado de la fila y la joven lo perdió de vista entre tantas personas. Ya comenzaba a arrepentirse de venir hasta allí a pesar de que era algo que siempre había querido hacer.
Hasta entonces se dio cuenta de lo monótona que era su vida. Ensayos, presentaciones y más de lo mismo todos los días. Tal vez sus padres tenían razón y necesitaba un descanso, pero sólo ella sabía la razón de mantener su mente ocupada.
Kawaki apareció de un momento para otro con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¿Lista, bambi?
Ya ni siquiera se molestaba en pedirle que dejara de llamarla así, era inútil.
—¿Lista para qué?
—Dijiste que querías subir, ¿no?
—Ni siquiera hemos comprado los tickets. —parpadea confundida— ¿Qué hiciste?
—Nada. —se encoge de hombros— Sólo les compré sus boletos por el doble del precio a todas las personas que entrarían en la siguiente cápsula. No voy a subirme con gente que no conozco.
No supo qué responder ante eso. Kawaki había conseguido una cápsula sólo para ellos. ¿Cuándo iba a imaginarse que haría algo como eso? Jamás.
Entrelazó su mano con timidez con la suya y permitió que la guiara entre la multitud de personas. El encargado de recoger los tickets no disimuló el gesto de sorpresa cuando el pelinegro le entregó un montón de boletos al mismo tiempo.
Las cápsulas no se detenían en ningún momento, así que debías subirte con rapidez mientras seguía en movimiento.
—Te das cuenta que muchos deben estar odiándote en este momento, ¿verdad? —se ríe ella— Acabas de saltarte una fila de al menos dos horas.
—No me importa. —contesta con desinterés— ¿A ti sí?
—En absoluto. —sonríe ella rodeando su cuello con sus brazos y poniéndose de puntas para alcanzar su boca— Esto es increíble.
Él se dejó besar por la pelinegra sin importarle que hubiese roto regla tras regla desde que entró en su vida de nueva cuenta. Esa mujer no tenía ni idea de lo mucho que su presencia alteraba su estabilidad.
La noria los dejó en su punto más alto y sólo entonces Sarada se permitió admirar la vista de 360 que ofrecía la cápsula ovalada. Debían caber al menos treinta personas, pero justo ahora sólo ellos podían disfrutar de cierta privacidad.
Kawaki permitió que la chica recostara su cabeza contra su pecho ignorando la vocecita en su interior que le decía que no debían involucrarse más de lo que lo estaba haciendo.
—¿Puedo confesarte algo sin que lo utilices en mi contra después? —se aleja un poco para verlo a los ojos.
Él colocó un mechón de su cabello imposiblemente liso detrás de su oreja y asintió.
—Mira por allá. —señala con su dedo un punto en específico de la ciudad— En aquel lado de la ciudad está la Iglesia de St. Joseph's.
—¿Y qué hay con eso?
Ella se mordió el labio inferior.
—Algún día quiero casarme allí. —susurra con la mirada perdida.
—¿Por qué esa iglesia en específico? —pregunta confundido.
Tenía entendido que existía la emblemática Catedral de St. Paul's donde se casan los miembros de la familia real. Tenía los recursos para hacerlo realidad y en cambio estaba conformándose con una iglesia cualquiera.
—Porque está cerca del cementerio Highgate. —dice sin mirarlo— Los restos de alguien que conozco están ahí.
Kawaki tomó su mentón entre sus dedos y analizó con cautela cada rasgo de su rostro sin pasar por alto la nostalgia en sus ojos.
—Es el hombre del video, ¿verdad? —concluyó de inmediato— Y es el mismo que está en la foto de tu casa.
Ella no respondió.
—Nadie lo menciona. —frunce el ceño— Es como si no hubiera existido.
—Eso es porque para la mayoría de las personas mi tío Itachi murió hace treinta años. —confiesa en un hilo de voz aferrándose a su camiseta— Sólo para unos pocos falleció hace ocho años y medio.
—Eso no tiene sentido.
Por un momento creyó ver los ojos de la chica aguándose. Era la primera vez que la veía verdaderamente vulnerable.
—Fingió su muerte. —sonrió ligeramente— No todos saben que revivió por seis años más, así que te agradecería que no lo menciones delante de nadie.
Él afirmó con la cabeza sin hacer más preguntas. Sabía que el tema era más delicado de lo que parecía y si seguía indagando lo único que conseguiría era ponerla a la defensiva.
Había sido un gran avance que revelara por si misma aquella información sin necesidad de que se lo preguntara. Ya sabía que con los Uchiha las cosas nunca eran fáciles, pero fingir una muerte estaba en otra liga.
—¿Casarte en Londres? —cambia el tema de conversación— ¿Tu familia estará de acuerdo?
—Por eso tendré tres bodas. —se ríe por lo bajo— Una aquí, otra en Italia y una donde decida mi futuro esposo.
—¿De verdad quieres tres bodas? —la mira extrañado— Eso es excesivo.
Ella sonríe con los labios apretados.
—Mi tío me hizo prometerle que buscaría la manera de que él estuviera presente en mi boda. —susurra devolviendo la mirada hacia la misma parte de la ciudad— Y una ceremonia en la iglesia junto al cementerio es lo más cercano que estaré de tener su presencia allí.
Kawaki tocó con su pulgar el labio inferior ligeramente tembloroso y la hizo mirarlo.
—Primero debes encontrar al valiente que te quiera como esposa.
Sarada frunció el ceño e intentó alejarse de él, pero en el último minuto el Uzumaki volvió a sujetarla del mentón y fundió sus bocas en un beso hambriento que hizo que las piernas le fallasen viéndose obligada a sujetarse de su camiseta.
—Eres fastidiosa, irritante, insufrible. —dijo contra sus labios casi con un tono molesto— No sé como alguien te soporta.
—¿Qué te puedo decir? Soy irresistible. —se encoge de hombros— Todo se me da bien.
Él pone los ojos en blanco.
—¿Conoces la humildad acaso?
—Llegué tarde a la repartición. —dice como si nada— No es como que me importe de todos modos.
—Absurdo.
—Ahora dime algo sobre ti que nadie sepa. —exigió con el ceño fruncido— Me siento demasiado expuesta, no es justo.
Él resopla.
—¿Te gusta guardar tus uñas de los pies en un frasco o tienes un fetiche raro? —alza una ceja— Vamos, escúpelo.
—Odio a las entrometidas. —contesta encogiéndose de hombros— Tu encajas bien en esa categoría.
La pelinegra puso los brazos en jarras y le miró con expectación.
—Bien, que sea algo sencillo. —suspira— Dejemos los secretos sucios para después.
Kawaki reprimió una sonrisa ante su comentario y la observó por varios segundos un tanto indeciso.
—Sé tocar el piano. —confiesa finalmente sin mirarla— No lo hago a menudo y menos en público.
Era una de las pocas cosas que podía agradecerle a su padre biológico, al menos le dejó escoger algo que le gustase hacer entre tantas otras actividades que lo obligaba a realizar.
—¿Te gusta? —pregunta la pelinegra al instante, demasiado curiosa para su gusto— ¿Dirías que eres bueno?
—Sí. —responde escuetamente a la primera interrogante— Pero supongo que nunca lo sabrás.
La joven le sacó la lengua de manera infantil, pero no hizo más preguntas. Para ese momento la noria ya había comenzado a descender y cuando menos acordaron ya era su turno de bajar. Estuvieron cerca de treinta minutos observando la belleza del atardecer de Londres desde las alturas, pero para ellos fue como un parpadeo.
—Hay un último lugar al que quiero ir. —murmura tirando de su mano hacia el sitio donde aparcaron el auto anteriormente— Esto te va a encantar.
—¿A mí o a ti? —arquea una ceja oscura mientras la miraba con una sonrisa burlona.
Ella no respondió, en cambio lo obligó a caminar más rápido y cuando ambos estuvieron dentro del vehículo le dio varias indicaciones hasta llegar a Hyde Park, que en ese momento era un festival de colores, luces y juegos mecánicos. Winter Wonderland.
—No me dijiste que veníamos a un parque de diversiones. —frunce el ceño— Esto está lleno de gente.
Sarada se encogió de hombros y caminó hacia la taquilla para comprar un par de tickets. Él soltó un suspiro con resignación y la siguió con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón.
Al entrar, la pelinegra no pudo evitar mirar todo con ojos brillantes. Familias al completo caminaban a su alrededor, niños entusiastas y turistas ilusionados.
—¿Acaso nunca has ido a un parque de atracciones? —pone los ojos en blanco— Te ves como una cría.
—Papá alquilaba el espacio completo para nosotros. —contesta como si nada— Pero sigue sin ser lo mismo.
—No imagino lo difícil que fue no compartir un parque de diversiones con nadie. —pone los ojos en blanco— Debió ser terrible.
—Las personas merecen ser testigos de una belleza impactante como la mía por lo menos una vez antes de morir. —sonríe de medio lado— ¿Ves que puedo ser humilde? Estoy pensando en los demás.
Kawaki sacudió la cabeza con una sonrisa en los labios y la siguió de cerca sin perderse ninguna de sus reacciones cuando algo llamaba su atención. Las luces de colores reflejadas en sus ojos la hacía ver más preciosa de lo que ya era.
Los hombres se detenían a mirarla, pero ella estaba absorta y en algún momento buscó su mano para tirar de él hacia un camión de comida. Ver sus manos entrelazadas no le habría parecido gran cosa de no ser por la calidez que desprendía su piel y el hecho de que no le molestara aquel gesto que siempre le pareció irrelevante.
—¿Comida rápida?
—Cállate, criticón.
Le sacó la lengua y se giró a pedir una orden de papas fritas y un perrito caliente.
—Creí que tu dieta no te permitía tantas calorías.
—A veces me como cosas que no debería. —sonríe con descaro.
Kawaki tiró de su mano para acercarla a su pecho y atrapó sus labios contra los suyos sin importarle que un montón de personas fueran testigos de la posesividad con la que le devoraba la boca.
—¿Te gusta provocarme, bambi?
—Siempre. —contestó contra sus labios y le dio un pico antes de escabullirse de su agarre para recibir la orden de comida.
Nada más recibir lo que pidió se atiborró con papas fritas y le dio un gran mordisco a su perro caliente.
—¿Quieres? —le ofreció con la boca llena.
—No.
—Más para mí. —se encoge de hombros llevándose un puño de papas más a la boca— Que sepas que te estás perdiendo de un manjar, eh.
Él la observó comer con diversión. Le sorprendía que en el restaurante flotante se comportó como una damita elegante usando todos los cubiertos a la perfección, algo normal después de crecer en un ambiente de estatus alto, pero justo ahora no había rastro de esa señorita de sociedad.
La manera de sujetar el hotdog con una mano mientras cuidaba que las papas no cayeran con la otra y se las arreglaba para comer ambos era una clara muestra de lo multifacética que podía llegar a ser.
—¿De veras no quieres ni un poquito?
Él puso los ojos en blanco y esta vez agachó la cabeza un poco para darle un mordisco.
De todas las cosas que creyó posibles, esta era una de ellas. Compartir un perrito caliente en medio de un parque de atracciones bajo la noche nevada de Londres junto a Sarada Uchiha era lo último que podría pensar que sucedería.
Cuando terminaron de comer se tomó un segundo para limpiar un poco de salsa de tomate que la chica tenía en su mejilla y ella le agradeció con un pico en los labios.
La pelinegra divisó un puesto a un par de metros donde había bastante alboroto y una sonrisa tiró de la esquina de su boca.
—¿Cuánto apuestas a que te hago morder el polvo en una ronda de tiro?
—Lo que quieras. —contesta él con el mismo aire competitivo— Presume cuanto quieras, pero no vas a ganar.
—¿Qué tan seguro estás?
—Muy seguro.
Ella sonrió haciéndose camino hasta el frente de la carpa con él siguiéndole los talones.
—¿Tanto como para apostar tu auto?
—Estás loca. —arquea una ceja— No voy a apostar mi maldito auto.
—Creí que estabas muy seguro de ganar.
—Y lo estoy. —sacudió la cabeza— Pero si apuesto mi auto tú tendrás que apostar que me darás lo que yo quiera sin refutar.
—Vale.
La joven no dudó ni un segundo y eso comenzó a parecerle sospechoso, pero lo dejó pasar en cuanto el encargado del juego les ofreció un rifle de balines.
Lo único que tenían que hacer era acertar a diez muñecos pequeños de madera que caían hacia atrás al ser golpeados. Era fácil. El truco venía cuando comenzaban a moverse.
—Las damas primero. —le dijo él con una sonrisa burlona.
—Entonces empieza tú. —respondió ella de la misma manera.
Kawaki se abstuvo de entornar los ojos y se dijo que daba igual quién tirara primero, las cosas sólo iban a terminar de una manera. Él nunca perdía, menos con la puntería.
Levantó el arma tomándose su tiempo para disparar y bajo la atenta mirada de la joven disparó cinco veces seguidas acertando en todos los objetivos.
—Te dije. —sonrió de medio lado— Jamás fallo.
—Tienes buena puntería. —comenta ella haciéndolo a un lado para tomar su lugar y le quitó el arma de la mano— Pero debes saber que para nosotros los Uchiha tener sólo buena puntería es mediocre.
Para la mayoría fueron menos de cinco segundos, pero para ella fue suficiente tiempo para memorizar el patrón de movimientos de los muñecos de madera. Y entonces pasó algo que el Uzumaki no se esperó. Ella clavó su mirada en la suya y sin regresar a ver al frente comenzó a disparar.
Cinco disparos, cinco muñecos caídos.
—Estamos acostumbrados a la perfección. —sonrió con altanería devolviéndole el arma al encargado.
El hombre les interrumpió poniendo frente a ellos un oso con un lazo en el cuello que en las manos de ella se veía enorme.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó una vez se alejaron de la carpa.
—Te dije que sé algunas cosas. —vuelve a encogerse de hombros.
Sabía que no iba a revelarle nada más, así que resopló hastiado y miró el reloj en su muñeca izquierda.
—Tenemos que irnos.
—¿Tan pronto? —hizo un mohín.
—Ya vamos tarde. —dijo con seriedad— Así que empieza a caminar a la salida, bambi.
Ella puso los ojos en blanco y obedeció sin decir ni una palabra más. Tenían un trato y él había cumplido con su parte.
Al llegar al auto ella levantó la mano con la palma abierta y levantó los ojos expectantes a la reacción de él.
—¿Qué?
—Las llaves de mi nuevo auto. —sonríe parpadeando con inocencia fingida.
—Ni lo sueñes, nena. —sacude la cabeza— Entra.
—Qué mal perdedor eres. —se burla y se metió en el asiento de copiloto.
Luego de cinco minutos en absoluto silencio ella sintió la calidez de su mano sobre su muslo. Igual que antes no había ningún tinte pervertido en su toque, él ni siquiera parecía ser consciente de lo que hacía, pero ella sí. Y una sensación desconocida aleteó en su pecho.
—¿Adonde vamos? —pregunta mirándolo de reojo.
—Por tu regalo de navidad. —contesta sin despegar la vista del camino, pero una sonrisa tiró de la esquina de su boca.
Eso era algo que no esperó en absoluto, pero hizo que la sensación que tuvo antes regresara con mayor intensidad.
¿Qué demonios estaba pasando con ella y por qué su corazón latía como desquiciado?
