Apenas dieron la vuelta a la calle Haymarket cuando se dio cuenta del sitio al que se dirigían. No necesitó hacer más preguntas, en cambio se hundió en el mullido asiento de copiloto y un nudo se formó en su garganta. His Majesty's Teathre.
—¿Por qué me trajiste aquí? —dice en un hilo de voz.
—Es tu regalo de navidad. —explica como si nada— Tú me diste algo.
Había estado en ese mismo lugar hace casi diez años. Aún era una niña que caminaba de la mano de su tío Itachi y le gustaba brincotear por todos lados a pesar de la madurez que ganó durante sus años de entrenamiento. Con su familia era así, solía ser sólo una niña, no una aprendiz de mercenario.
—La función está a punto de comenzar. —menciona sin dejar de mirarla.
Ella tragó saliva intentando deshacerse del nudo en la garganta y asiente con una sonrisa tímida. Él la ayudó a salir del vehículo y ladeó su rostro consternado cuando Sarada se aferró a su mano.
—¿Qué sucede?
—Nada. —responde disimulando su nostalgia con una semblante estoico.
Pero eso no disminuyó la curiosidad que despertó en él al verla tan nerviosa y distraída. Las letras iluminadas con el nombre del teatro resaltaban en un fondo oscuro y justo por debajo había un cartelón que anunciaba la función de hoy. El Fantasma de la Ópera.
Un hombre los condujo por uno de los pasillos hasta un palco privado y los dejó a solas en el reducido espacio oscuro delimitado por paredes aterciopeladas color rojo.
—¿Vas a decirme qué mierda te sucede? —exigió el Uzumaki ante su abrumador silencio.
Ella no respondió y varios segundos después las luces se apagaron dejando en penumbras todo el lugar.
—Es diferente interpretar la historia a verla entre el público. —susurró dirigiendo la mirada hacia el escenario— ¿Por qué me trajiste a este sitio?
—Creí que te gustaría.
Sarada se mordió el labio inferior y le permitió ver la vulnerabilidad en su mirada de ojos enrojecidos. Kawaki no entendió porqué de pronto se veía como si fuera a romper en llanto.
—Mi tío Itachi me trajo a ver esta misma obra en este teatro hace nueve años. —dijo en un hilo de voz— Desde entonces se convirtió en la historia literaria favorita de ambos.
Él deslizó su mano por la piel tersa de su cuello hasta llegar al mentón y la acercó para poder besarla. Era irreal lo bonita que era.
—Agradécemelo después. —susurró contra sus labios— Creo que me lo merezco.
—Un poco, sí. —dijo con las mejillas encendidas— Ya veremos.
Entonces él tiró de su brazo para arrastrarla de su asiento y sentarla sobre su regazo.
—Estamos en un lugar público. —murmura escandalizada cuando su mano subió por el interior de su muslo— Eres un descarado.
—Será rápido. —le dice al oído— Haré que te corras con mis dedos.
—No creo que...
—No hay luz, nadie nos verá. —contesta colando su mano debajo de la falda de su vestido negro— Y si no haces mucho ruido nadie se dará cuenta.
Ella se mordió el interior de la mejilla cuando hizo a un lado su braga y uno de sus dedos se adentró de golpe en su interior. La situación era excitante, hacer algo como eso en un espacio público provocó que su entrepierna se humedeciera más de lo habitual y tuvo que apoyar su espalda contra su torso para no perder el equilibrio.
—Relájate, nena, déjame hacerte sentir bien. —añadió otro dedo y reinició el vaivén— No te resistas.
—Kawaki... —suspiró en voz baja— Oh, joder.
Se retorció contra su cuerpo ligeramente intentando disimular el latigazo de placer que iba aumentando conforme pasaban los segundos.
—Sí, así. —sonrió de medio lado, inclinándose un poco hacia adelante para besar su nuca— Córrete por mí.
Sus paredes vaginales se contrajeron alrededor de sus dedos y menos de un minuto después ella tuvo que llevarse la mano a la boca para apagar el gemido que por poco se le escapa al alcanzar su orgasmo.
—Bien hecho, bambi. —dijo en un murmullo cerca de su oído— Ahora recuéstate, quiero ver la obra.
Ella seguía intentando recuperar el aliento después de la maravillosa sensación orgásmica y se acurrucó en su pecho sabiendo que aunque quisiera bajarse de su regazo no podría porque su cuerpo estaba tembloroso como gelatina y prefería no darle más motivos para que se burlara de ella.
Sin embargo, estar cerca de él no le molestaba tampoco, algo que la dejó descolocada, pero no lo pensó mucho tiempo debido a que la obra acaparó su atención.
Poco después Kawaki se dio cuenta de los ojos brillantes de la joven al ver las escenas, realmente estaba disfrutando la función. Ella parecía maravillada por la historia, los personajes, la música y el dramatismo.
—Mi tío Itachi se convenció de querer verme sobre un escenario después de ver esta obra. —dijo en un suave susurro.
—¿Quería que fueras actriz de teatro? —la risa enronquecida de él la hizo sonreír.
—No. Siempre supo que podría ser bailarina. —contesta con un tinte nostálgico— Prácticamente me obligó a enviar la solicitud de admisión en la academia de ballet en Rusia.
—Supongo que se puso feliz cuando te aceptaron.
Ella volvió a sonreír, pero esta vez con tristeza.
—Murió antes de saber que logré entrar. —confesó mordiéndose el labio inferior— Le habría gustado ver que ahora soy yo la que interpreta su historia favorita.
Ya iban hacia el final de la obra, tras el secuestro de la protagonista, Christine, a manos de Erik, el fantasma, quien tuvo un enfrentamiento con el interés amoroso de la joven llamado Raoul hasta el punto de amenazarlo de muerte si ella no se quedaba a su lado.
—Sigo sin entender porqué se rebajó tanto por una mujer. —comenta Kawaki con burla— Es obvio que la chica no se merece tanto esfuerzo, al final terminó enamorada de otro.
—Estamos hablando de su amigo de la infancia. —defendió la Uchiha— Quizás ella prefería lo real. Un amor tangible y sano.
Ninguno de los dos volvieron a hablar hasta la última escena donde finalmente Erik la deja ir con su rival de amores decidiendo no interponerse más.
—La vida lo trató mal desde que nació, por eso odia al mundo y a los que lo rodean. —dice en voz baja, casi como un suspiro— Pero lo único que desea es encontrar a alguien que por primera vez se entregue a él incondicionalmente y sin excusas. Eso es lo que le hizo prenderse de la chica ingenua e inexperta en temas románticos.
Su cuerpo se tensó al oírla decir aquello y por instinto su mano rodeó la estrecha cintura femenina para mantenerla cerca. Todo de manera inconsciente.
—¿Quieres ir a cenar? —pregunta ella tras el estallido de aplausos y el cierre del telón— Conozco un buen sitio.
Él sacude la cabeza en negación.
—Lo único que me apetece es cenarte a ti. —sonríe de medio lado— Y saldrás de la cama hasta que estemos satisfechos.
Sarada se rió con suavidad y entrelazó sus manos alrededor de su cuello.
—Entonces llévame a casa. —frotó sus labios con los suyos— Creo que puedo cumplirte ese capricho, después de hoy te lo mereces.
Los ojos oscuros de la chica brillaron cuando él deslizó su mano por su mejilla con delicadeza y se acercó a su rostro para tomar su boca con fervor.
Así que el resto de la noche se trató de ellos dos compartiendo momentos apasionados entre las sábanas de su cama. Los siguientes días fueron así, desayunaban y se duchaban juntos, e incluso él se dejó convencer para acompañarle a los paseos mañaneros de Hoshi alrededor de Kensington gardens y Holland Park.
Terminaron por acostumbrarse a la presencia del otro, a pesar de que seguían discutiendo hasta por el más mínimo detalle, al final terminaba con una reconciliación placentera.
Ahí fue donde Sarada se dio cuenta del peligro de la situación, no sólo porque ya no podía negar la atracción física que tenía por ese hombre, sino que había una verdad más profunda detrás de eso.
Y era que Kawaki comenzaba a gustarle de verdad.
(...)
Sus ojos se abrieron de golpe el miércoles por la mañana cuando su mano resintió su ausencia del otro lado de la cama. La luz matutina entraba por el ventanal y al mirar la hora en el despertador sobre la mesita de noche se vio obligada a terminar de desperezarse.
Hoy regresaba a los ensayos.
Arrastró los pies al cuarto de baño y se dio una ducha rápida a sabiendas de que nadie estaba esperándola fuera.
Kawaki se había ido. No necesitaba bajar para comprobarlo. No hubo abrazo de despedida, ni un nos vemos pronto y el único indicio de que alguien más estuvo en esa habitación era el lado contrario de la cama deshecho.
Y aunque sabía que eso sucedería en algún momento porque lo que tenían nunca tuvo un título, ni siquiera el de amantes o amigos con derechos, no podía evitar sentir desazón por su partida.
Se pasó una gabardina negra por encima de su conjunto deportivo de pans holgados y top, ambos en tonalidades grisáceas, y bajó las escaleras a toda prisa para darle su respectiva ración de carne a Hoshi.
Minutos después, al estar cerca de salir de la casa un pequeño objeto brillante sobre la mesita de centro del vestíbulo llamó su atención.
«Una apuesta es una apuesta.», la nota simple y concisa descansaba justo debajo del juego de llaves. ¿Le había regalado su auto? Joder, no creyó que de verdad lo haría.
Ni siquiera se dio cuenta de que estaba sonriendo hasta que levantó la mirada y vio su reflejo de mejillas sonrojadas en el espejo del pasillo.
—Estúpido. —sacudió la cabeza sin poder dejar de sonreír.
De camino al estudio en su nuevo auto no pudo dejar de pensar en la manera en que Kawaki influía en sus cambios de humor. Pasaba de odiarlo a necesitar su cercanía, de querer arrancarle los ojos a desear el toque de sus manos por todo su cuerpo. Era ridículo.
Lo primero que vio al entrar por la puerta del salón de ensayos fue a Hōki en una esquina con las manos ocupadas sosteniendo dos vasos térmicos con café. Entonces tuvo un sentimiento que pocas veces sentía: culpa.
—Siento no asistir la otra noche. —exclama rápidamente nada más llegar a su encuentro— Tenía un asunto pendiente y...
—Hako me avisó que no vendrías. —menciona restándole importancia— Dijo que te vio temprano en Harrods y parecías apurada.
Apurada no era precisamente la palabra que ella utilizaría, pero no quiso ahondar mucho en ello, aún si no entendía la razón por la que Hako mintió. Tal vez lo hizo para que no se llevara una decepción al ver que no llegaba.
—Algo así. —quiso sonreír, pero sólo consiguió algo parecido a una mueca.
El coreógrafo interrumpió el momento entrando por la puerta con lo que le pareció un semblante de estrés absoluto.
—Como ya saben, terminamos la temporada en Tokio a mediados de marzo. —dice hojeando los papeles que tenía en manos— Y ahora la mala noticia es que se hará una pausa de labores hasta finales de septiembre.
—¿Tanto tiempo? —pregunta la pelinegra consternada— Los ensayos se reanudan poco después del final de la temporada.
—Hay cambios en los directivos de la compañía y eso alarga la inactividad laboral. —se queja— Por supuesto que me molesta porque acorta nuestros tiempos de ensayos.
¿Qué se suponía que haría con tanto tiempo libre? Se volvería loca, tendría que encontrar algo en lo que pudiera distraer su mente los meses que estaría fuera. Porque ya comenzaba a hacerse a la idea tener que regresar a casa, su madre la arrastraría a Italia en cuanto se enterara que estaba libre de compromisos por casi medio año.
—La única ventaja es que ya sabemos la coreografía, ¿no? —menciona Hōki intentando buscar un aspecto positivo.
—Ese es el otro problema. Ya no presentaremos El Fantasma de la Ópera. —señala el hombre— Ahora haremos El lago de los cisnes, así que tenemos poco tiempo para aprender la nueva secuencia.
Sarada se cruzó de brazos bajo la atenta mirada del coreógrafo. Él terminó de explicarle que tendría que regresar a mediados de febrero para los ensayos antes de la clausura de la gira, por lo tanto su estadía en Italia los próximos días se reduciría a dos semanas con el fin de regresar y prepararse para las presentaciones de Tokio. Después de eso entrarían en un periodo gris hasta continuar labores a finales de septiembre.
—El papel de Odette es tuyo, no tienes que hacer audición. —le dijo el hombre— Según sé lo interpretaste más que bien y por eso te aceptaron en Bolshói, ¿verdad?
—Sí.
—¡Perfecto! —dio un pequeño aplauso aliviado— Sólo hay una pequeña variante...
—¿Cuál?
—Queremos que también hagas al cisne negro.
(...)
Su atención debería estar puesta en lo que el hombre frente a él le decía, pero lo único en lo que podía pensar era en lo que podría estar haciendo cierta pelinegra en esos momentos.
¿Había tomado el desayuno o se lo había saltado? ¿Estaba ensayando con ese idiota que tenía como pareja de baile? ¿Cuál había sido su reacción al ver la nota que le había dejado en el vestíbulo? Debía estar regodeándose por conseguir lo que quería al lograr que le cediera su auto.
—Es peor de lo que pensé.
—¿Qué? —parpadea consternado.
Ryōgi juntó las manos con los codos sobre el escritorio de mármol y se inclinó ligeramente al frente para no perderse ningún gesto facial de su amigo y socio.
—Que estás más distraído de lo normal.
—Tengo muchas cosas en la cabeza justo ahora. —comenta el Uzumaki con aburrimiento.
—¿Y una de esas es Sarada?
Kawaki no quiso demostrar sorpresa, pero el hombre de ojos marrones estaban tan tranquilo en su sitio que supo enseguida que no tenía caso inventar alguna excusa.
—¿Creíste que no me iba a dar cuenta? —arquea una de sus cejas— Soy el encargado directo de la seguridad de Sarada aquí en Londres. Mis hombres me reportan todo lo que hace, con quién sale y quién la visita.
Él se quedó callado.
—Ya te imaginarás mi sorpresa cuando recién llegando de Aspen se me informó que te has quedado en su casa desde nochevieja.
—No es nada del otro mundo.
Ryōgi analizó hasta el más mínimo gesto en su rostro en búsqueda de algo... ni siquiera sabía exactamente qué.
—Excepto cuando se trata de la mujer de la que tu hermano está enamorado.
—No voy a quitársela. —se encoge de hombros— Ambos tenemos claro que nada de esto es serio.
Le molestaba que lo cuestionaran. No tenía porque dar explicaciones para empezar.
—Perfecto. —contesta Ryōgi— Así no te costará terminar lo que sea que tienen.
Silencio otra vez.
—Estás comportándote de manera egoísta. —dice como si fuera obvio— Para ti es un juego, pero Boruto la quiere desde que era un crío.
—¿Por qué me miras como si fuera a oponerme a su relación? —suelta en tono burlón— Puede proponérsele cuando quiera.
—¿Has pensado en lo que él sentirá si se entera que su propio hermano se pasó sus sentimientos por el arco del triunfo?
—No se enterará. —responde como si nada— Esto acabará más temprano que tarde. Es algo sin importancia.
—¿De verdad? Porque no te has tomado las mismas libertades con cualquiera de tus amantes de turno. Ni siquiera con Ada, tu follada habitual desde hace un par de años.
¿Paseos matutinos en el parque paseando al perro? ¿Ir juntos de compras? ¿Recorridos turísticos? ¿Parques de diversiones? No era nada propio de Kawaki. Y él como uno de sus mejores amigos debía intervenir antes de que las cosas escalaran a un nivel desastroso.
—¿Vale la pena perder a tu hermano por esto? —cuestiona con dureza.
—Lo haces ver como si fuera más que un buen polvo. —pone los ojos en blanco— Nadie se está involucrando de más.
Ryōgi soltó una risa sarcástica.
—No puedes no involucrarte con una chica como esa, y no me malinterpretes... —sacude la cabeza con resignación— Hasta puedo comprenderlo, créeme, todos tuvimos un flechazo por ella en la pubertad.
—Eso es absurdo.
—Te lo juro. —se mofa— Supongo que es todo eso del misterio que la rodea y los secretos que esconde.
—Una exageración.
—¿De veras? —se ríe— Entonces pídele que te hable sobre lo que hizo durante los años que estuvo fuera de Italia cuando aún era una niña. Ella no habla de eso.
¿Hablaba del tiempo en el que estuvo viviendo en Londres? Creyó que todos sabían dónde se encontraba, a excepción de con quien vivía. Supuso que les diría una verdad a medias.
—Escucha... —volvió a reclinarse en el escritorio— Sabemos cómo terminará esto...
—¿Con una boda? Lo sé. —arquea una ceja— Boruto le propondrá matrimonio y cuando eso suceda ella dirá que sí.
—¿Decidirás por ella también? —dice Ryōgi con incredulidad— ¿Quién te dice que Sarada no terminará enamorándose de ti? ¿Aún así la animarías a aceptar a tu hermano?
—Se lo dejé en claro. No puedo ofrecerle más que sexo y está bien con eso. —se encoge de hombros— Sobre advertencia no hay engaño.
—Ojalá no te tragues tus palabras. —resopla el otro hombre— ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte?
—Me voy esta noche. —contesta como si nada— Tengo un trato que cerrar en Suiza.
—De acuerdo, supongo que mi trabajo termina aquí. —suspira con alivio— ¿Sabes lo difícil que es mantener esto oculto de los Uchiha? Son capaces de venir a meterte una bala en la cabeza si se enteran de lo que tienes con Sarada.
Kawaki dejó caer los hombros con despreocupación. Contrario a lo que otros podían pensar, él no le temía a los Uchiha, les tenía respeto, pero no miedo.
—No deberías preocuparte tanto. —comenta el Uzumaki restándole importancia— No se está volviendo íntimo.
—Tienes razón. —dice Ryōgi con tranquilidad— Al final siempre será Boruto.
El rostro del Uzumaki se crispó por un segundo.
—Es algo que todos ya esperábamos. —menciona con una sonrisa— ¿Sabías que el tío Sasuke estuvo a punto de colgarlo de un árbol cuando le robó su primer beso frente a todos?
No. No lo sabía. Y no supo porqué el saberlo le provocó una sensación incómoda y molesta. Justo igual que cuando los vio besándose en la terraza de la casa de Aspen.
—Fue torpe e inocente, pero quería despedirse de ella antes de que se fuera a Londres.
Un movimiento casi milimétrico en su entrecejo lo puso en evidencia y su amigo sonrió de medio lado.
—¿Te fastidia? —arqueó una ceja— ¿Te molesta saber que fueron el primer beso del otro?
—¿Por qué habría de molestarme? —se burla— Te dije que no me importa.
—Mentira.
—¿Por qué habría de molestarme un beso de críos cuando yo he sido el primero en darle un orgasmo? —se jacta— He sido yo quien tomó su virginidad. He sido yo...
—No necesitó más detalles. —lo detuvo Ryōgi con una mano en alto— Ya conseguí lo que quería.
Volvió a recostarse en su asiento mientras se pellizcaba el puente de la nariz con frustración. Kawaki se puso de pie y se metió las manos en los bolsillos de su pantalón sin dejar de mirarlo con aburrimiento.
—Voy a irme de Londres esta noche. —informa el Uzumaki— Y no pienso regresar.
El pelirrojo se masajeó las sienes sin dejar de observar la supuesta indiferencia de su amigo.
—¿Vas a despedirte de ella?
—No. —sacude la cabeza un poco— Le dejé una nota hace dos días, supongo que eso basta.
—¿Te das cuenta de que Sarada no es cualquier chica? —frunce el ceño— Entiendo que no te interese una relación, pero al menos asegúrate de darle un cierre, no olvides que es de la familia.
—Ahí es donde te equivocas. Nosotros no crecimos juntos. —sacude la mano— Podrá ser tu familia, pero no la mía.
El pelirrojo miró por la ventana del estudio en la residencia de Camden en la que sus padres vivieron algún día años atrás y que se había convertido en su hogar desde poco más de cinco años cuando se mudó con su padrino Kisame para aprender del negocio.
—Como sea. —exclamó con seriedad— Termínalo y luego encárgate de tus asuntos, ambos sabemos que tienes algo que requiere tu total atención.
—No debí decírtelo.
—Pero lo hiciste, y aunque piense que eres un hijo de puta sigues siendo uno de mis mejores amigos. —vuelve a suspirar por millonésima vez— Al menos es un alivio que mi hermana nunca consiguiera que te fijaras en ella.
—¿Tu hermana?
—Y eso me confirma que eres un idiota. —se le burla— Ha estado enamorada de ti desde niños.
—Sólo es un capricho.
—Aún si fuera así, no quiero tu asqueroso culo merodeándola. —alza una ceja— Le habrías roto el corazón y eso me obligaría a matarte.
—Las hermanas están prohibidas.
—Ajá, eso díselo a Itsuki y Daiki. —chasquea la lengua— Les encantará saber que desvirgaste a su hermanita.
Él dejó caer los hombros. ¿Se arrepentía? No. ¿Lo volvería a hacer? En cada oportunidad que tuviese. ¿Seguía pensando en ella? Por supuesto, seguía sin saciar sus ganas.
—Intenté no hacerlo, pero al final perdí. —dijo más para sí mismo— Tengo que poner tierra de por medio.
Perdió su autocontrol, perdió la cordura y también se perdió en ella.
Ryōgi no quiso hacer más preguntas al ver la confusión en los ojos grises y aquello último que dijo comenzó a preocuparle de verdad.
—Lo importante es que dejen esto atrás antes de que alguien salga herido. —dice como si nada— Y no me refiero sólo a ustedes dos, sabes lo que quiero decir.
El Uzumaki se dio la vuelta para salir de la habitación y se detuvo con la mano sobre el picaporte al escuchar que su amigo lo llamó una última vez.
—Lo digo en serio, Kawaki. —advirtió— Termínalo antes de que algo salga mal.
El aludido se despidió con un gesto de mano sin girarse a verlo y finalmente se fue del estudio con los pensamientos más revueltos que antes.
Al salir de la casa se apresuró a subir a la parte trasera del auto que lo llevaría a la pista donde ya lo esperaba su avión privado con destino a Suiza. Sin embargo, a mitad de camino no pudo evitar sentirse inquieto.
¿Por qué? Sabía que no debería dar marcha atrás cuando ya había hecho lo más difícil al tomar la decisión de irse así sin más, pero...
—Da la vuelta. —ordenó al chófer— Vamos al Theatre Royal de Bath.
—Señor, el avión ya lo espera...
—Pues que siga esperando.
Eso era algo que también sabía: no debía estar regresando.
¿Y si se mantenía a la distancia? ¿Y si sólo la veía bailar? Sí. Creo que eso era lo más racional de su parte. Sólo vería la función, ella ni siquiera sabría que estuvo ahí.
La siguiente hora y quince minutos de camino al teatro pasaron en un abrir y cerrar de ojos como prueba de lo ansioso que estaba por entrar. Llegó justo a minutos antes del inicio y una vez dentro buscó su butaca en la última fila cerca de la puerta.
Esta vez no iba a un palco, su presencia allí tenía que pasar desapercibida, aunque su apariencia exigiera lo contrario.
Las luces se apagaron y tras varios segundos en la oscuridad el reflector apuntó al centro del escenario iluminando la impresionante silueta de la mujer que lo tenía al filo del acantilado.
Sarada se veía impresionante como siempre, pero nunca dejaba de sorprenderle lo hermosa que era. Tenía una belleza clásica, elegante y llamativa combinada con una belleza natural y angelical, ¿Cómo iba a ser eso posible? Ni puta idea, pero ciertamente era difícil apartar la mirada de ella.
A él no le gustaba el ballet. Le parecía aburrido y sobrestimado, pero al verla bailar por primera vez sobre un escenario supo cuán equivocada era la percepción que tenía. Ella lo hacía ver excitante, arrebatador y hasta cierto punto conmovedor. Te provocaba ganas de más. Podría pasar horas enteras sin hacer nada además de verla dando giros y saltos de esa manera tan grácil y delicada.
—Mamá, de grande quiero ser como ella. —dijo la vocecita de una niña no mayor a ocho años sentada junto a una mujer adulta en el asiento contiguo— ¿Crees que algún día pueda ser igual de bonita?
—Por supuesto, tesoro, pero para eso tienes que esforzarte en tus clases de ballet. —contesta la madre con paciencia.
Él dejó de escuchar las demás voces a su alrededor y se concentró en ella, en la manera en la que hacía suaves movimientos con las manos y se deslizaba sobre el escenario con maestría. Era más que talentosa, ese era un hecho que no podía ignorar o negar aunque quisiera.
Hacia el final de la función los bailarines hicieron una fila para dar una última reverencia y él se quedó ahí sentado sin hacer ningún gesto a pesar de que el teatro entero se puso de pie y estalló en aplausos.
Sarada se mantuvo con la espalda erguida y el mentón en alto como ya le había visto hacer antes y una sonrisa de medio lado tiró de la esquina de su boca al darse cuenta de que eso no cambiaría nunca. Era engreída y no le importaba una mierda serlo, pero eso como que le gustaba porque no fingía una estúpida máscara falsa de humildad. Ella era consciente de lo que era capaz y lo lejos que podía llegar.
Pero entonces la sonrisa se le borró cuando antes de que el telón cayera al suelo por completo alcanzó a ver la mano inquieta de su compañero de baile rodeando su cintura con una familiaridad que le resultó insultante. ¿Por qué la estaba toqueteando siquiera?
(...)
—¡Me siento aliviado de que todo terminara! —exclamó Hōki tras bastidores— Al fin un merecido descanso.
—Todavía queda Tokio. —contesta ella como si nada, avanzando por el pasillo hacia sus camerinos— Y los últimos ensayos.
—Sí, pero para eso falta casi un mes. —responde con una sonrisa de satisfacción— ¿Sabes lo que harás de aquí a entonces?
—Voy a casa. —se encoge de hombros— Les prometí a mis padres que pasaría al menos un par de semanas en Italia antes de regresar a los ensayos.
—¿De verdad tienes que irte?
—Mi madre es más insistente de lo que me gustaría. —pone los ojos en blanco— Es capaz de viajar hasta aquí para asegurarse de que iré.
—Suena como una mujer persistente.
—No tienes ni idea. —sacude la cabeza— Pero podemos hacer algo cuando vuelva. Tal vez ir al cine o algo.
Hōki sonrió con las mejillas ligeramente ruborizadas y asintió abriendo la puerta del camerino de ella para después cederle el paso al interior. Con toda la convivencia que habían tenido últimamente el castaño se dio cuenta de que la joven Uchiha podía ser seria y disciplinada, pero también era una agradable compañía.
—¡También hay una galería de arte a la que podemos ir! —propone él adentrándose detrás de ella.
Sarada iba a responder algo al respecto, pero las palabras se le quedaron en la punta de la lengua cuando vio la solitaria flor roja entre todos los ramos coloridos que había sobre su tocador. Otra vez una camelia.
Se mordió el labio inferior para evitar que la sonrisa se volviera más evidente en su rostro y la tomó con delicadeza para oler los pétalos sólo para comprobar lo que ya sabía. La camelia era una flor sin fragancia, y aún así le fascinaba.
—Comenzaré a pensar que de verdad tienes un admirador secreto. —comenta Hōki señalándole— ¿No tiene ninguna nota?
—No... —susurra. «No necesita traer una nota firmada cuando ya sé quién la envió», pensó ella al instante.
Al menos le envió algo antes de irse. Pensar en su partida de pronto le ponía de mal humor, se suponía que no debería afectarle que se fuera sin despedirse, pero... no podía evitar sentir aquella turbación.
—¿Cuándo te vas? —pregunta rascándose la nuca con nerviosismo— Si no es pronto, tal vez hoy podamos...
Entonces la puerta del camerino se abrió de nueva cuenta dándole paso a la imponente figura masculina bajo el umbral. Iba vestido completamente de negro, con pantalones de vestir y una elegante camisa oscura que se amoldaba a su cuerpo atlético con los dos primeros botones desabrochados. Casi podía ver el final de los tatuajes de sus clavículas.
Su sola presencia influía en ella de una manera que no podía explicar. Era raro... nunca se había sentido así antes. Como con ganas de saltarle encima y al mismo tiempo querer alejarse de él.
—¿Qué haces aquí? —pregunta consternada— Creí que ya te habías ido.
—Hice un breve viaje a Birmingham para una reunión de negocios. —contestó sin dejar de mirar al otro hombre dentro de la habitación— Después le hice una visita a Ryōgi. Llegó de Aspen recién, dijo que nuestros padres regresan la próxima semana.
Ella no podía dejar de mirarlo. Por un momento creyó que era un espejismo. Que quizá su cerebro comenzaba a desvariar.
—Él es Hōki, mi pareja de baile, ya debiste haberlo visto sobre el escenario. —dice saliendo de su ensoñación y se giró para ver al castaño— Él es Kawaki, el hijo de los mejores amigos de mis padres.
—Oh... —balbucea el de ojos azules— Es un placer. ¿Debería dejarlos un momento para...
—Sí. —contesta el pelinegro en tono mordaz— Cierra la puerta cuando salgas.
Hōki se mantuvo quieto en su lugar hasta que vio un pequeño asentimiento de parte de la Uchiha y no le quedó de otra que moverse fuera del camerino casi a regañadientes. Había algo en ese hombre que no le gustaba al igual que tener que dejarla sola con él.
—Pensé que estarías en un avión camino a Japón.
—Me espera un avión, pero no para llevarme a Japón. —contesta reduciendo la distancia entre ellos— Me voy a Suiza a cerrar un trato importante.
—¿Vale? —arquea una ceja— Y si te están esperando, ¿Qué haces aquí?
—No lo sé.
Ella se removió nerviosa ante su cercanía y por instinto retrocedió un par de pequeños pasos hasta que su cadera chocó con el borde de su tocador.
—¿Has venido por un beso de despedida? —sonríe la pelinegra levantando el rostro para mirarle.
—Vine por más que un beso, bambi.
Rápidamente la acorraló contra el tocador y empujó todo lo que había sobre la superficie plana. Sarada ahogó un grito de sorpresa cuando la levantó en el aire y la dejó encima.
—Tienes que estar bromeando. —reprimió un jadeo— ¿Sabes lo delgadas que son estas paredes? Nos oirán.
—Me importa una mierda. —le abrió las piernas de golpe y se metió entre ellas— ¿Quién jodidos te crees?
Su mano rodeó su delgado cuello y apretó lo suficientemente fuerte para inmovilizarla. La espalda femenina de la joven se estrelló contra el espejo detrás suyo y se arqueó al sentir el frío en su piel desnuda.
—Estuve a tan poco de subirme en el puto avión y en lo único que podía pensar era en regresar para poder follarte. —acercó sus labios a los suyos— Eres la mujer más fastidiosa que conozco.
Sus respiraciones eran erráticas y aún así ella se las arregló para sonreír.
—Supongo que estamos a mano. —se restregó contra su entrepierna— Porque yo no he dejado de pensar en tu polla clavándose en mí desde que te fuiste.
Joder. Oírla decir esa clase de cosas siempre lo ponía a punto.
—¿Un polvo de despedida? —gimió ella cuando sus manos expertas tocaban las partes correctas de su cuerpo.
Kawaki no respondió, en su lugar rasgó sus medias de un tirón e hizo a un lado la ropa interior que en esos momentos le estorbaba más que nunca. Ni siquiera se desnudaron, ella simplemente desabrochó su cinturón con rapidez y le sacó el miembro del pantalón con movimientos ágiles.
—Gime para mí, nena. —dijo alineándose en la entrada de su coño— Me gusta escucharte.
Ella echó la cabeza hacia atrás cuando entró de golpe en su interior provocando que se abrazara a su espalda por la magnitud de las sensaciones que experimentaba en ese momento. No sólo era placer, también era lujuria, deseo y... anhelo.
—Kawaki... —gimió en su oído— No pares, por favor...
Los empellones eran rápidos y brutales, él habría creído que lo detendría en algún momento por el salvajismo con el que la estaba poseyendo, pero ella le seguía el ritmo, empujaba las caderas a su encuentro y exigía más entre gemidos.
—Joder. —masculla— Tu coño es lo mejor que existe.
Era insano e inmoral el deseo que sentía por esa mujer. No podía tener suficiente de ella.
—Quiero que te corras alrededor de mí. —gruñó contra su cuello— Hazlo, bambi, ordeña mi polla.
—¡Kawaki!
Apretó la mano alrededor de su cuello de nuevo, esta vez con más posesividad que antes y la obligó a mirarlo a los ojos mientras acribillaba su coño con más fuerza.
Entonces sus labios se unieron en un beso abrasador y Sarada no pudo retrasar más el orgasmo. Sintió que su cerebro hizo corto circuito y explotó en mil pedazos. Todo su cuerpo tembló y sus fluidos hicieron un desastre.
—Eso es, nena. —empuja una última vez dejándose ir también— Te ves tan perfecta cuando te corres.
Salió de su interior sin perder de vista sus preciosos ojos brillantes y acarició suavemente su labio inferior con el pulgar. Ella se removió debajo de él un poco avergonzada por el desastre que debía tener allí abajo en esos momentos.
Él intuyó el camino que estaban tomando sus pensamientos y la abandonó unos pocos segundos para buscar algo en el interior del pequeño baño dentro del camerino. Sarada lo vio regresar con un trozo de papel higiénico y se tomó su tiempo para limpiar su entrepierna con delicadeza.
—Supongo que ahora sí te irás. —susurró ella mordiéndose el interior de la mejilla.
Su mirada estaba clavada en la puerta, sentía que si volvía a mirarlo a los ojos él sería capaz de leer la decepción en su rostro. Porque ya ni siquiera podía ocultar que le agradaba tenerlo alrededor suyo. Su cercanía la perturbaba y la volvía vulnerable, pero también la hacía sentir vivaz.
—Sí.
—Vale. —asiente acomodándose la parte inferior de su vestuario— Que tengas buen viaje, supongo.
Él frunció el ceño. Lo hacía de nuevo. Levantaba una muralla que le impedía descifrar lo que estaba pensando. Sin embargo, nada preparó a Sarada para lo que él diría a continuación:
—Ven conmigo. —propuso tomando su mentón para obligarle a verlo.
—¿Qué? —abre los ojos con incredulidad.
—Quiero que vayas conmigo. —murmura atrayéndola de nuevo contra su cuerpo.
Sarada abrió y cerró la boca por la sorpresa, por un momento creyó que había oído mal, pero sus ojos grises le miraban expectantes. ¿Había mencionado lo mucho que le gustaban sus ojos? Porque lo hacían, joder.
Entonces levantó las manos para rodear su cuello y él deslizó su brazo alrededor de su estrecha cintura para apegarla a su torso.
—¿Como una escapada romántica? —dijo con una sonrisa burlona.
—Como un viaje de amigos sexuales. —le devolvió la sonrisa.
—Oh, ¿ya somos amigos? —alza ambas cejas— ¿Cuándo me has ascendido de categoría?
—Cuando te ganaste mi auto. —frota sus labios con los suyos— Así me aseguro de que no le haces daño.
Ella soltó una risita suave y terminó de unir sus bocas en un beso lento y juguetón.
—Sí. —dice en un hilo de voz, separándose para mirarlo a los ojos.
—Sí, ¿Qué?
—Sí, voy contigo.
La idea de irse juntos de viaje le pareció una locura y al mismo tiempo le emocionaba a partes iguales.
La joven tenía las mejillas sonrojadas y los labios ligeramente hinchados por los besos que compartieron, aunado a eso sus preciosos ojos oscuros tenían un brillo particular que la hacía lucir casi irreal. Una criatura de belleza mítica.
Y el sólo hecho de pensar que algún otro pudiera apreciar esa fantástica imagen de recién follada le causaba tortícolis.
Se suponía que iría hasta allí para terminar con lo que sea que estuviera formándose entre ellos, pero en lugar de eso se la folló en su camerino y le propuso acompañarlo aún cuando él jamás mezclaba lo personal con los negocios. Pero verla así... tan arrolladoramente preciosa le provocó unas ganas de no ir a ningún lado sin ella.
—¿Cuánto tiempo estaremos fuera?
—Una semana. —responde él, colocando un mechón de cabello suelto detrás de su oreja.
—Necesito que me lleves a casa para buscar algo de ropa y...
—No hace falta. —atrapó su rostro en sus manos y le dio un beso tras otro en los labios— Te compro lo que necesites, el avión nos está esperando.
—Estás loco. —se ríe permitiendo que siga con su ataque de besos— ¡Basta!
—¿Te ayudo a desvestirte?
Ella volvió a reírse cuando él deslizó fuera de su hombro uno de los tirantes del vestido blanco de tela fina que llevaba puesto.
—¡Kawaki! ¡Necesito cambiarme! —continúa riéndose mientras él descendía con sus labios sobre su cuello— Jamás saldremos de aquí si sigues haciendo eso.
—¿Haciendo qué? —dice fingiendo inocencia— Haz lo que tengas que hacer, yo estoy bien aquí.
—Eres un idiota. —resopla rindiéndose ante sus caricias y dejando que las manos masculinas se deslizaran por su cuerpo con descaro.
Pero entonces la puerta del camerino se abrió de golpe provocando que se alejaran del otro con rapidez. Dos miradas incrédulas recayeron sobre ellos y las mejillas de Sarada se ruborizaron al instante.
—Oh... —habló la primera persona que entró— Parece que interrumpimos algo.
Kawaki se aclaró la garganta con incomodidad y arregló su camisa con discreción sin mirar a ninguna de las dos mujeres que aparecieron bajo el umbral de la puerta. Eran las dos amigas de la pelinegra, Yodo y Chōchō.
—Te espero en el auto. —dijo el Uzumaki con seriedad— No te demores.
Ella asintió todavía plantada en su sitio y suspiró cuando se fue. Sus dos amigas cerraron la puerta tras su salida y entonces las miradas interrogantes ahora estaban sobre ella.
—¿Es él? —chilla la morena— ¿Es el chico sexy del que me hablaste cuando seguías en Aspen?
—¡Baja la voz! —exclama avergonzada— Te oirá el teatro entero.
—¿Es el que te desfloró? ¡Oh, por Dios! —se abanicó el rostro con ambas manos— ¡Está caliente como el infierno! ¡Te lo juro! No te encuentras como esos a diario.
—Calla, Chōchō, ¿No ves que vas a matarla de la vergüenza? —la silencia Yodo— La pobrecita no puede ni hablar.
—Eso ya lo veo, pero no creo que sea por la vergüenza. —señala las medias rotas— Han follado aquí mismo, ¿verdad? Te has vuelto una guarra, ¡me encanta!
Sarada decidió ignorarla y se concentró en sacarse el vestuario para poder ponerse ropa encima. Se colocó unos vaqueros ajustados y un top negro por debajo de un abrigo oscuro que la cubriera del frío nocturno de Londres. Todo ante la atenta mirada de sus dos amigas.
—¿Desde cuando está él aquí? —pregunta la morena— Creí que habías regresado sola a Londres.
—Y lo hice. —les dio la espalda para sacarse las horquillas del cabello y deshacer el incómodo peinado— Él llegó en año nuevo.
—¡Pero eso fue hace una semana! —chilla Yodo— ¿Por qué no lo mencionaste?
—Porque no lo consideré necesario. —responde como si nada— No quería darle más importancia de la que tiene.
—Pues queremos todos los detalles. —exige Chōchō— ¿Almuerzo en tu casa mañana?
—Eh... no. —niega con la cabeza— Estaré fuera una semana.
No tuvo que decirles con quién estaría, solo hacía falta ver el brillo de sus ojos para intuirlo.
—¿Te vas con él? —pregunta la rubia cruzándose de brazos— ¿A dónde?
—A un lugar de Suiza, creo. —se muerde el labio inferior— Es un viaje de negocios, pero me pidió que lo acompañara.
Miró su reflejo de mejillas ligeramente sonrosadas y se mordió el labio inferior al encontrarse con los ojos sorprendidos de sus dos amigas a través del espejo.
—De verdad te gusta, ¿no? —habló Yodo después de varios segundos en silencio— Te ves diferente.
—Sigo siendo la misma. —frunce el ceño— No se hagan ideas extrañas en la cabeza, sólo follamos y ya.
—Excepto que no sólo follan. —ladea el rostro con suavidad— Pasan tiempo juntos, viene a tus presentaciones y te convence de viajar con él a otro país.
Yodo se acercó a ella por detrás y la tomó suavemente por los hombros de manera que ambas pudieran ver su reflejo en el espejo.
—No voy a decirte lo que debes hacer y lo que no. —desenreda el cabello oscuro con sus dedos— Sólo protege tu corazón, ¿de acuerdo?
—Creo que estás exagerando, Yodo. Nadie está enamorándose aquí.
La rubia se quedó callada, no porque le estuviera dando por su lado, sino porque aquellas palabras se escucharon tan absurdas después de ver la manera en la que resplandecía a su alrededor y los ojos brillantes cuando hablaba de él.
—Vale, lo que tú digas. —le guiña el ojo— Aún así, cuando regreses quiero que nos cuentes todo en una noche de chicas, ¿de acuerdo?
Sarada afirma con la cabeza. Para ellas era un disfrute verla así, como una veinteañera común y corriente enrollándose con un tipo guapo. Todo el tiempo estaba tan seria y enfocada en el ballet que no se daba el espacio de explorar y disfrutar su juventud como las chicas de su edad.
Pero desde que regresó de Aspen se veía más... relajada y expresiva. Y ambas sabían que ese cambio se debía a ese hombre que minutos atrás abandonó aquella habitación.
—Ve. —susurra Chōchō rodeando su cuerpo en un abrazo de despedida— Te está esperando, nosotras cuidaremos bien de Hoshi.
Sarada asintió ligeramente cohibida, pero dejó que sus amigas se despidieran de esa manera cariñosa que ella no permitía habitualmente. Creía que estaban exagerando la situación, pero aprendió que a veces era mejor no llevarles la contraria.
Ella tenía todo bajo control. Porque era así, ¿verdad?
Antes de salir, la joven regresó a buscar algo que encontró sobre la mesita de centro del camerino. Era una solitaria flor roja la cual tomó con una sonrisa en los labios y se demoró un minuto mirándola como si tuviera todas las respuestas del mundo, algo que no pasó desapercibido para sus amigas.
Ambas la vieron colgarse el bolso sobre su hombro y sacudió su mano a manera de despedida. Se le veía radiante, pero al parecer ni ella se había dado cuenta de eso.
La Uchiha parecía no ser consciente, pero ya estaba en la primera fase del enamoramiento.
Lo único que Yodo y Chōchō esperaban era que eso que comenzó siendo algo sin importancia no terminara destruyéndola.
