St. Moritz, Valle de la Engadina, Suiza.
—Me gusta tu auto. —dice acomodándose mejor en el asiento de copiloto— ¿Tienes muchos clásicos en tu colección?
El Aston Martin DB4 GT del año 1961 con la pintura exterior en un tono Snow Shadow Grey con interiores negros era una verdadera belleza.
—Ni pienses que vas a quedarte con este también. —pone los ojos en blanco— Mi colección es amplia, pero no pienso cederte ni uno más.
—Qué amargado.
Ella lo miró de reojo mientras conducía por el camino cubierto de blanca nieve. Llevaba puesto un abrigo oscuro por encima de su traje de tres piezas, se veía guapísimo.
—¿Qué lees? —le preguntó él después de varios segundos en silencio.
—Principios de Neurociencia. —responde como si nada— Casi lo termino.
—¿Por qué lees algo como eso?
—Me gusta saber cosas. —se encoge de hombros— Y también me gusta leer.
—No es normal que alguien lea ese tipo de libros como hobby, lo sabes, ¿verdad?
—¿Y cuándo he demostrado yo ser normal? —arquea una ceja— Tengo un IQ superior al promedio, y no es una suposición, es un hecho.
¿Se podía ser más presuntuosa? Torció los ojos al oírla.
—Soy una chica genio, supéralo. —sonríe con arrogancia.
Él sacudió la cabeza con una sonrisa de medio lado y deslizó su mano sobre su muslo mientras continuaba con la mirada fija al frente. Sarada Uchiha era una pequeña odiosa y petulante.
Tras varios minutos en silencio notó que la chica se masajeaba la sien en repetidas ocasiones y dejó el libro de lado con un suspiro.
—¿Qué sucede?
—A veces me mareo cuando leo en el auto. —responde haciéndose un ovillo en el asiento— Se me pasará pronto.
—¿Eso le sucede a todos los chicos genio? —comenta en tono burlón, ganándose un golpe en el brazo.
—Ríete todo lo que quieras, pero puedo recitar cualquiera de los doscientos noventa y seis párrafos que he leído desde que empecé el libro.
—Estás de coña, ¿verdad?
—Nop. —sacudió la cabeza— Puedo decírtelo con el número de página y todo.
Él parpadea desconcertado y la mira de soslayo. Se veía tan tranquila como si no estuviera hablando sobre su sorprendente habilidad memorística.
—Cuando tenía tres años descubrí que cada cosa que leo se mantiene grabada en mi cabeza. —responde como si nada— Decía que era mi superpoder.
—Eso explica que hayas ido a la universidad con sólo once años.
—Ir a Oxford fue un escalón más, algo necesario.
De nuevo la miró sin entender.
—Debía conocer el comportamiento de gente común y corriente. —contesta con aburrimiento— Aprender sobre sus intereses e ideales, así me sería más fácil pensar como ellos.
—¿Y eso para qué te iba a servir?
—Para pasar desapercibida.
Él la miró con el ceño ligeramente fruncido.
—No eres de las que pasan desapercibidas.
Ella se mordió el labio inferior.
—¿Estás diciendo que soy bonita? —le sonríe con picardía.
—Estoy diciendo que eres llamativa.
—¿Llamativamente bonita?
—Fastidiosa, eso es lo que eres. —resopla mientras disminuía la velocidad del auto al atravesar el camino a la entrada principal del hotel.
El Badrutt's Palace en St. Moritz epitomiza las vacaciones de invierno de lujo. Era una impresionante edificación de al menos dos mil metros cuadrados con varias canchas de tenis, pista de patinaje, piscina climatizada al exterior, campo de golf y entre algunas otras atracciones de recreación.
Era un sitio donde se reúne la crema y nata de las dinastías del mundo o provenientes de las más grandes fortunas del planeta. El lugar destilaba sofisticación.
Nada más poner un pie dentro de la recepción los recibieron con una copa de champán y un hombre se ofreció a llevarlos a la habitación reservada. Iba bien uniformado, incluso parecía más un mayordomo que un botones.
—La suite Hans Badrutt con vistas al lago está lista para recibirlos, señor y señora Uzumaki. —hizo una pequeña reverencia con la cabeza y los guió hacia el ascensor.
Kawaki sacudió la cabeza para despejar los pensamientos que se arremolinaron en su cabeza al escucharlo llamarles de esa manera. ¿Qué impresión habían dado que de inmediato concluyó que eran un matrimonio?
—Señorita Uchiha, por favor. —corrigió ella con un perfecto acento alemán— No soy señora de nadie hasta que pongan un anillo en mi dedo.
—Lo siento, señorita Uchiha. —se disculpó apenado— La suite les encantará, es de las más grandes del hotel y tiene unas vistas impresionantes de las montañas y el lago.
—¿Habrá un evento en especial? —pregunta al mirar por el ventanal mucho ajetreo entre el personal.
—Oh, sí. —asiente rápidamente— Es el torneo internacional de Polo sobre nieve. Empieza mañana después por la tarde y termina en un par de días.
El Uzumaki no dijo ni una palabra, no porque no quisiera intervenir en la conversación, sino porque no les entendía. No sabía que Sarada pudiera hablar alemán con tal fluidez. Otra cosa más que lo sorprendía.
—Mi abuelo es fanático. —comenta la joven— Nunca se pierde el torneo que se celebra en Moscú cada febrero.
—Su abuelo tiene buen gusto para los deportes. —sonríe el hombre— Si es muy fanático no dude que puede encontrárselo aquí.
—No lo invoque. —sacude la cabeza— Nadie puede saber que estoy en este lugar.
—Oh. —mira de reojo al pelinegro— ¿Escapada romántica?
Las mejillas de ella se ruborizaron un poco.
—Algo así. —se ríe— Por favor, no mencione mi apellido delante de nadie más.
—Por supuesto.
—Y otra cosa. —suelta un suspiro— ¿Podría informarme si Arkady Novikov se aparece por aquí en algún momento?
El hombre parpadea sorprendido.
—Le dije que mi abuelo es fanático, así que es una posibilidad que se manifieste para este torneo.
—Se lo haré saber, señorita Uchiha. —asiente efusivamente y les entrega un par de tarjetas digitales para abrir la puerta de la habitación— Espero disfruten de su estadía.
Hace una última reverencia con la cabeza y desaparece rápidamente por el pasillo. Ciertamente la suite era impresionante, tenía una habitación principal enorme con vestidor y una bañera gigante, un recibidor, una salita de estar cerca de la chimenea y un pianoforte junto al ventanal con vistas al lago, además de una pequeña oficina y una terraza donde podrían desayunar en caso de no querer bajar a cualquiera de los restaurantes del hotel.
—¿Qué? —pregunta la chica al notar que tenía la mirada grisácea encima.
—¿De qué hablaban?
—Se jugará un torneo internacional de Polo sobre nieve mañana por la tarde. —explica dejando su bolso en la pequeña salita de la suite— Mi abuelo Arkady es fanático de ese deporte, le pedí que me informara si se aparecía por el hotel.
Kawaki arquea una de sus cejas oscuras.
—No sabía que hablabas tan bien el alemán. —ladea el rostro— ¿Hablas muchos idiomas?
—Algunos. —contesta encogiéndose de hombros.
—¿Cuántos?
Ella pone los ojos en blanco.
—Trece.
—¿Trece idiomas?
—Te dije que aprendo rápido. —se ríe por lo bajo cruzándose de brazos mientras se acercaba hacia él— ¿Tienes alguna otra duda?
Él reaccionó de inmediato a su cercanía y buscó tocar la piel desnuda de su cuello con dedos juguetones. Le gustaba tocarla todo el tiempo.
—¿Salimos? —pregunta mirándolo a los ojos.
—Después. —agacha el rostro para atrapar sus labios.
—Ahora. —sonríe— Quiero explorar el hotel.
—Yo quiero explorar lo que tienes debajo de toda esa ropa.
Ella se ríe otra vez rodeando su cuello con sus brazos.
—Tienes una reunión de negocios. —le recuerda— ¿Piensas llegar tarde?
—El mundo entero puede esperar. —acarició su cuello con la nariz aspirando ese aroma que lo desconcentraba todo el tiempo.
Olía a perfume Chanel, pero su piel también tenía un olor natural que disfrutaba oler, ¿Era su gel de baño? ¿Su maldito shampoo? No tenía idea, pero lo tenía esclavizado.
Su larga cabellera oscura caía a cada lado de su rostro mientras le miraba con las mejillas ruborizadas y con los labios llenos enrojecidos por los besos dándole un aspecto increíble. Irreal.
Toda ella era impresionante. Su presencia, su belleza, su personalidad. Se dio cuenta de lo mucho que llamaba la atención desde el primer momento que pisaron la recepción y de inmediato las miradas estaban sobre ella.
Era el tipo de mujer que capturaba la atención sin hacer nada en absoluto.
—Vale. —susurra ella besándole en los labios— Pero que sea rápido.
Él sonrió de medio lado antes de levantarla en brazos y llevarla a la gigantesca cama en medio de la habitación.
Era la primera vez que desplazaba los negocios por el placer. Meses atrás habría ido directamente en busca de su socio para cerrar el trato y devolverse a Tokio lo antes posible. Pero ahora estaba planeando quedarse la semana completa y todo por esa mujer que tenía debajo de él.
Sarada había entrado a su vida para ponerla patas arriba y al parecer ni ella se daba cuenta del efecto que tenía en los demás.
La Uchiha le llenó la cara de besos en medio de risas y le miró con ojos brillantes mientras permitía que le sacara la ropa.
Sabía que debían detenerse, que no deberían continuar involucrándose más, pero no podía evitar desearla todo el tiempo. Se convirtió en una necesidad. En una adicción.
Una bastante peligrosa.
(...)
—Recuérdame lo que tengo qué hacer. —pone los ojos en blanco— Creo que no escuché bien.
—Diremos que eres mi prometida. —dice cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta baja— Según sé tanto él como su esposa provienen de familias conservadoras, no verán con buenos ojos el que estés aquí sin ser mi pareja.
—¿Y no puedo quedarme en la habitación mientras haces lo tuyo? —resopla— No tienen porqué saber que vienes acompañado.
—Necesito que entretengas a la esposa. —la mira de reojo— Finge ser encantadora.
—¿Portarme bien además de fingir ser la prometida perfecta? —alza ambas cejas— No me apetece mucho, lo siento.
—Mañana haremos lo que tú quieras. Un paseo, cena, lo que sea. —propuso— ¿Tenemos un trato?
—¿Y no vas a negarte a nada?
—No.
—Me gusta negociar. —sonríe ella de medio lado— Trato hecho.
¿Quería que actuara? Bien, ella era la mejor en eso.
Entraron juntos en uno de los cinco restaurantes del hotel y enseguida sintieron varias miradas sobre ellos. Sarada era consciente de que su presencia era llamativa y caminando ahora con un hombre tan atractivo como Kawaki la hizo llegar a la conclusión de que llamaban demasiado la atención aunque no lo quisieran.
—Hazme un resumen rápido. —masculla sin dejar de caminar— No puedo ir a ciegas.
—Maxim Orlov tiene una de las constructoras más prestigiosas de Rusia. —explica— Pero no requiero sus servicios de construcción. Lo que necesito es una propiedad en específico que posee en Praga.
—¿Para qué querrías eso?
—Quiero construir un hipódromo. —dice con simpleza— No hay nada allí, son sólo varias hectáreas de campo abierto en los suburbios de la ciudad.
Sarada afirma con la cabeza para hacerle saber que había captado todo lo que dijo.
—Estás aquí para convencerlo de vender. —concluye tras pocos segundos— ¿Dónde están?
—Son la pareja de la única mesa ocupada cerca de la terraza. —dijo en voz baja— ¿Estás lista?
—Yo nací lista. —exclama con una sonrisa altiva.
Y para sorpresa de él sintió la pequeña mano de ella buscando la suya y entrelazó sus dedos comenzando a caminar a su lado como lo más normal del mundo. Kawaki se tomó un par de segundos para mirar sus manos unidas y algo se removió ligeramente dentro de él.
—Kawaki. —dijo el hombre con un marcado acento ruso— Por un momento creí que no vendrías.
—Maxim. —asintió con la cabeza— Una disculpa...
El pelinegro estuvo a punto de decir algo más, pero la mujer a su lado colocó una mano en su torso con delicadeza y les ofreció al matrimonio una sonrisa deslumbrante.
—Siento mucho la tardanza, ha sido mi culpa. —exclamó fingiendo estar avergonzada— He tenido al pobre esperando por mí.
La mirada marrón del hombre recayó en ella y se puso de pie al instante. Era alto, pero no tanto como Kawaki. Parecía tener cerca de los cuarenta años y tenía una cabellera castaña clara perfectamente recortada.
—Oh, no pensé que venías acompañado. —comentó el hombre de inmediato— Creí que vendrías solo.
—Ella es mi prometida. —la miró por unos breves segundos y la vio recibir la mano del hombre con otra sonrisa.
—Una jovencita muy bella. —le guiña el ojo— No sabía que te ibas a casar.
—Le di un ultimátum. —agrega la pelinegra en su idioma sacándoles a la pareja una risita— No iba a esperar toda la vida.
—Haces bien, querida, yo hice lo mismo. —comenta la otra mujer en la mesa levantándose para saludar besándole ambas mejillas— Una tiene que mantenerse firme hasta el final. Soy Alena Orlova, por cierto.
El Uzumaki intentó disimular su asombro al oírla hablar ruso de manera perfecta. No debería sorprenderle ya que era una de sus lenguas maternas después de todo, pero era la primera vez que la escuchaba hablarlo.
—¡Es que es inconcebible! —sacude la mano en el aire— Los hombres de ahora quieren privilegios de esposo sin un anillo de por medio.
La mayor soltó una carcajada y aplaudió encantada
—¡Ya te adoro! —le sonríe— Es un alivio tener otra presencia femenina en un viaje de negocios.
—Lo mismo he dicho yo cuando mi prometido mencionó que el señor Orlov traía a su esposa.
Era una rubia de estatura promedio, ni tan alta ni tan baja y sus ojos verdes por un momento le recordaron a su propia madre. Debía tener treinta y pocos, y al mantenerse de pie la mirada oscura de Sarada recayó en su vientre ligeramente abultado.
—Oh. —sonrió la mujer al notar hacia dónde se dirigía su atención— Estoy de casi cinco meses y sé que en un par más no podré siquiera mirarme los pies, por eso he insistido en venir antes de quedarme recluida en casa.
—Felicidades. —dijo Kawaki por ambos. Aunque sonó más a condolencias que a felicitación.
—¡Gracias! —exclamó Maxim de inmediato— Estamos emocionados por nuestro primogénito.
A Kawaki le daba igual si parecían demasiado mayores para un primer hijo. En realidad, creía que nunca era edad suficiente para ser padre, al menos no le apetecía en lo más mínimo ser uno.
El ruso los invitó a sentarse con ellos en la mesa y un miembro del personal acudió de inmediato para proporcionarles una carta con el menú.
—No nos dijiste tu nombre, cariño. —exclama la mujer— ¿Eres de Rusia? Hablas el idioma a la perfección.
—Sarada Uchiha. —sonríe con suavidad— Nací y crecí en Italia, pero mi madre es rusa.
—¿Uchiha? —abre los ojos sorprendido el hombre— ¿Como Sasuke Uchiha?
—Es mi padre, señor.
—¡Oh! —aplaude encantado— Entonces eres la nieta de mi buen amigo Arkady.
—Y la única. —asiente ella— El gen masculino predomina en la familia Uchiha y me maldijo siendo la única mujer de sus cinco nietos.
—Yo creo que fue más bien una bendición. —dirigió su mirada hacia el Uzumaki— ¿No es así, Kawaki?
—Por supuesto. —contesta él, mirando sus manos entrelazadas sobre la mesa.
Le seguía desconcertando la sensación que provocaba estar así. Su mano era pequeña y delgada a comparación de la suya.
—He hecho algunos negocios con tu padre. —mencionó el sujeto luego de aquello— Es un hombre honorable.
Sarada quiso reírse en sus adentros. ¿Honorable? Su padre era el villano de casi todas las historias y podía considerarse la pesadilla de muchos. Si ese sujeto tan sólo supiera a cuántos hombres habían sido torturado debajo de sus casinos no lo diría tan a la ligera.
—Sin duda. —afirma con la cabeza— Por eso le pido de favor que mantenga este encuentro en secreto.
—¿Él no sabe que estás aquí?
—Papá tiene celos hasta del aire que respiro. —se ríe sacudiendo la cabeza— Aún no sabe que soy la prometida de alguien y quiero esperar el momento indicado para decírselo sin que le dé un infarto.
La pareja frente a ella sonrió enternecida, en especial la rubia que no dejaba de verlos con un brillo en los ojos.
—¿Hace cuánto se comprometieron? —pregunta con curiosidad.
Sarada hizo una pausa para hablar, esperando con paciencia a que dejaran frente a ellos los respectivos platillos que ordenaron anteriormente.
—No hace mucho, pero se siente como si hubiesen pasado sólo cinco minutos. —dice mirando a su supuesto prometido y él captó de inmediato su tono sarcástico— Ha sido muy romántico, no me lo esperaba.
—¿De verdad? —exclama la rubia entusiasmada, inclinándose hacia el frente completamente interesada.
—Oh, sí. —asiente con convicción— Ha llenado una sala con flores y velas con nuestros amigos más cercanos ahí esperando para el gran momento.
—¡Qué dulce!
—Después se ha puesto de rodillas y me ha pedido que me case con él. —continúa diciendo— Le dije que por supuesto que lo haría y entonces el cielo se iluminó con fuegos artificiales.
El Uzumaki se aclaró la garganta, casi como si se hubiese atragantado con el sorbo que acababa de darle a su copa de vino. Cada palabra que salía de esa pequeña fastidiosa era más ridícula que la anterior. Él jamás se humillaría de esa manera.
—Creo que estás exagerando.
—No seas modesto, bebé. —el rostro se le crispó ante aquel apelativo— Nadie debería avergonzarse de lo que se hace por amor.
¿Cómo demonios hacía para que cerrara la boca? Soltaba estupidez tras estupidez y sólo con el afán de molestarlo, eso era seguro. Ni siquiera hacía nada por ocultar que aquello le divertía.
—Oh, eres una suertuda, querida. —exclama Alena fascinada por el relato— Toda mujer quisiera una proposición como esa.
—Lo sé, soy tan afortunada. —sonríe con falso entusiasmo.
—¿Y para cuando está planeada la boda? —pregunta Maxim— Espero que nos contemplen en su lista de invitados.
—Finales del próximo año. —se aventura a responder ella— He decidido planear las cosas con calma para que todo sea perfecto.
Kawaki no supo si había sido una buena idea involucrarla en esto después de todo. Era obvio que el matrimonio ruso mostró un evidente agrado por la pelinegra, pero hasta ahora ese almuerzo parecía de todo menos de negocios.
La siguiente media hora se trató de la mujer de Maxim y Sarada discutiendo sobre posibles locaciones para una boda ficticia que nunca tendría lugar.
—¡Cuéntanos cómo se conocieron! —pidió la mujer mayor dando suaves palmaditas emocionada— Puede servir como inspiración para la boda.
—¿De verdad quiere saberlo? —se inclinó sobre la mesa— El inicio no fue muy romántico, a decir verdad.
—No creo que quieran escuchar la historia... —intentó interrumpir el pelinegro.
Quería cortarla de tajo, pero al parecer los otros dos estaban demasiado interesados en escuchar la historia y no le quedó de otra que dejar que siguiera inventando patrañas.
—Nuestras familias hacen reuniones anuales para pasar el rato. —comienza a decir ella— Ahí nos volvimos a ver después de... ni siquiera recuerdo cuántos años.
—Diez años. —contesta él con sequedad, ganándose las miradas de todos en la mesa para después regresar su atención a la chica.
—Y... la realidad es que me gustaba su hermano. —soltó sin más— Es más amable, eso se los aseguro.
—¿Disculpa?
—No te enojes, cariño. —palmeó su brazo— Ahora sólo tengo ojos para ti.
Él se abstuvo de bufar hastiado.
—¿En serio te gustaba su hermano? —se ríe la mujer por lo bajo— ¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
—Me gustan más los ojos grises. —se encogió de hombros ligeramente avergonzada.
Eso no era del todo mentira. Los ojos azules de Boruto siempre le transmitieron tranquilidad y confianza, pero la mirada grisácea de Kawaki provocaba algo diferente... como un subidón de euforia y un sinfín de sensaciones que no había experimentado antes.
—¿Qué pasó después? —pregunta Maxim para aligerar el momento.
—La seguí a Londres. —completó el Uzumaki para sorpresa de los tres— Y le propuse matrimonio. Es todo.
—Sí que debiste dejarlo flechado, querida. —se ríe Alena— Para proponerte matrimonio en cuestión de días debió ser una buena impresión la que le has causado.
—Fue justo lo que yo dije. —se vuelve a mirarlo alzando ambas cejas oscuras.
El pelinegro comenzaba a exasperarse, se suponía que era una reunión de negocios, no para cotillear.
—Perdona que te lo pregunte así sin más, hija. —inicia Maxim— ¿Por qué vives sola en Londres y no en Italia con tus padres?
—Por trabajo, señor. —comenta tranquilamente— Soy la bailarina principal en el Royal Ballet de Londres.
—¡Oh! —chilla la rubia encantada— ¡Ya decía yo que te había visto en algún lado! Hemos ido a la función en el Ópera Garnier de París el mes pasado, ha sido sublime, cariño.
—Cierto, nos encontramos con tus padres al salir. —confirma el castaño— No creí que fueran a ver a su propia hija.
—Bailo desde los tres años. —mencionó— Pero retomé mi preparación a los catorce en una academia de ballet en Rusia para hacerlo profesionalmente.
—¿De verdad? ¿Dónde?
—Moscú. —responde con sencillez— Uno de mis hermanos mayores se mudó poco tiempo después para hacerme compañía.
—¡Me encanta Moscú! —sonríe Alena— Pero la siguiente vez que vayas a Rusia debes pasarte por nuestra casa en Ekaterimburgo, la ciudad es una preciosidad.
—Lo tendré en cuenta...
Cansado de tanto parloteo, Kawaki hizo sonar su garganta de nuevo para ganar su atención, cosa que funcionó porque Sarada giró su rostro para mirarle y por consiguiente el matrimonio también.
—Creo que será mejor pasar a lo verdaderamente importante. —pidió el Uzumaki con tranquilidad— Así pueden aprovechar el resto del viaje.
—¡Excelente idea! —dice Alena dando suaves palmaditas— Dejemos a los hombres a solas y vayamos de compras, querida. ¿Qué te parece?
—De acuerdo. —responde la pelinegra poniéndose de pie al mismo tiempo que ella— Nos vemos más tarde, bebé.
Kawaki volvió a abstenerse de poner los ojos en blanco, pero no se opuso a recibir el beso en los labios que le dio antes de alejarse de la mesa junto a la mujer de su socio.
—Es una chica encantadora. —halagó Maxim— Haces bien en darte prisa por querer convertirla en tu esposa, no dudo que exista una fila de pretendientes detrás de ella.
—La hay. —le da un trago a su copa de vino.
«Mi hermano es el primero en la fila», pensó. Pero no sintió remordimiento alguno al respecto. No quería dañar a Boruto, pero tampoco quería dejar de follársela, seguía sin saciar sus ganas de ella.
—Muy bien, hablemos de negocios, entonces... —inició el castaño.
(...)
—¿Ya pensaron en un nombre? —preguntó la pelinegra mientras caminaban tranquilamente por las calles nevadas de St. Moritz.
—Milena. —sonríe acariciándose el vientre con suavidad— De verdad estamos muy emocionados por su llegada, estuve cinco años en tratamiento para poder concebir.
—Y funcionó.
—¡Gracias al cielo que sí! —dijo con los ojos brillantes— Por un momento creí... que mi matrimonio no soportaría el que nunca pudiera quedar embarazada.
Sarada le miró con una ceja alzada y la mujer le acarició el brazo con ternura.
—¿En un matrimonio es tan importante tener hijos? —arquea una de sus cejas— ¿No deberían amarse sin importar nada?
—No lo comprendes ahora, pero...
—Pero lo hago. —le interrumpe— Al menos sé que mi padre habría amado a mi madre aún si no le hubiese dado hijos.
Cuando tuvo la edad suficiente su madre le habló sobre su historia de amor. La verdadera, no la que dulcificó para una niña de cinco años.
—Lo entenderás mejor cuando te cases con Kawaki. —le guiña el ojo— ¿Has pensado en eso?
—No soy alguien con material de madre. —se encoge de hombros— No sé si algún día esté preparada para algo así.
—Todas decimos lo mismo. —se ríe la mujer— Apuesto a que tu madre también lo dijo alguna vez.
Sarada asintió dándole la razón, pero no estaba segura de si ese iba a ser su caso. Aún así fingió una sonrisa amistosa y se dejó arrastrar por la mujer hacia una tienda en específico.
Lencería fina.
—No pienses que soy una mojigata. —la codeó la rubia— Creo que en la actualidad nadie llega virgen al altar, al menos yo no.
—Bueno, hasta hace poco era virgen. —cometa ligeramente avergonzada— Kawaki fue el primero.
—Oh. —sonríe radiante— El primero nunca se olvida, para bien o para mal.
—No fue malo. —se muerde el labio inferior— Él fue... sorprendentemente atento.
—Qué envidia. —resopla— Mi virginidad fue perdida en una noche desenfrenada y al tipo lo conocí una hora antes de llevarlo a la habitación.
Sarada abrió y cerró la boca sin saber qué decir.
—¿Qué? —se encoge de hombros— Mi familia era la conservadora, no yo. En realidad fui bastante rebelde en mi adolescencia.
—¿Y cuándo conociste a Maxim?
—Tenía veintitrés y él veintiocho, yo estaba escapando de un evento de beneficencia por la puerta trasera. —se burla— Al parecer Maxim tenía pensado hacer lo mismo, así que lo hicimos juntos y nos casamos tres años después.
La Uchiha apenas podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Había inventado el personaje de la prometida perfecta y la propuesta romántica para nada?
—Ya te dije mi verdad, ahora dime la tuya. —dijo Alena para rematar— Kawaki parecía que iba a reventar con eso de la propuesta de matrimonio cursi.
La joven no pudo evitar soltar una carcajada. Les habían pillado.
—Maxim no lo sospecha, cielo. —agita la mano— De verdad se comió todo el cuento, suele ser medio ingenuo en asuntos del amor.
—Qué alivio, iba a ser demasiado tedioso fingir todo el tiempo. —dice poniendo los ojos en blanco— En realidad no mentí del todo, la mayoría fue verdad, excepto la propuesta exageradamente cursi.
—¿También lo de su hermano?
—Sí, quisiera que eso fuera inventado. —suspira— Todos en mi familia esperan que Boruto y yo terminemos juntos porque desde que éramos niños pregonábamos que íbamos a casarnos.
—¿Y qué pinta Kawaki aquí?
—¿Quieres la verdad nada romántica? —arquea una ceja.
Alena asintió arrastrándola por los pasillos eligiendo prenda tras prenda.
—Nos quedamos varados cuatro días en la casa de Aspen sin poder salir debido una tormenta de nieve. —explicó aceptando una copa de champán que le ofreció la dependienta de la tienda— Y terminamos enrollándonos la primera noche. Supongo que la tensión sexual era mayor que nuestro raciocinio.
—Ese tipo de atracción suele ser más fuerte que la cordura, querida. —la excusa la rubia acercándose a un estante para mirar de cerca un conjunto de encaje— Aunque... por lo que vi hace un rato no sólo se trata de sexo, ¿verdad?
—Debería.
Alena la miró de reojo y sonrió con ternura. Ella pasó por lo mismo y ese hombre con el que inició una relación meramente sexual ahora era su esposo, tardaron dos años en darse cuenta, pero confiaba que ellos lo resolverían antes.
—Así que sí hay algo más entre ustedes. —le guiña un ojo— Los ojos no mienten... y los tuyos brillan cuando él está cerca.
—Jamás podría pasar algo más entre nosotros. —sacude la cabeza— Ninguno de los dos quiere lastimar a Boruto.
—Nadie elige de quién enamorarse. —sonríe la rubia, levantando en alto un conjunto negro frente a la joven— Este se te verá espectacular, tienes el cuerpo de una supermodelo, ¿te lo han dicho antes?
Se trataba de un corsé de encaje y transparencias que se amoldaría muy bien en a figura y la parte inferior era una braga tan diminuta que apenas cubriría lo necesario.
—A Kawaki le encantará. —susurra Alena cerca de su oído— Una chica debe tener sus armas secretas para cautivar a los hombres.
Sarada sonrió un poco y lo tomó entre sus manos con ojo crítico. Ella no era de usar ese tipo de lencería. Solía usar encaje, sí, pero nada tan... erótico. Nunca se había atrevido a usar algo así.
—No sé...
Alena vio la indecisión en su mirada y alargó la mano hacia otra de las estanterías para tomar un juego de liguero para las piernas.
—Estaría loco si no reacciona a algo como esto. —alza ambas cejas y llama a una de las dependientas para que lo envuelva para llevar— Te lo pondrás. Está dicho.
La Uchiha recibió varias bolsas de compra en su mano todavía un poco dubitativa y dejó que Alena tirara de su brazo hacia la salida. Sin embargo, apenas puso un pie fuera de la tienda sintió un empujón que terminó haciéndola perder el equilibrio.
La vergüenza al ver que justo ese preciso conjunto de lencería terminaba en el suelo a la vista de cualquiera hizo que sus mejillas se ruborizaran.
—Oh, lo siento. —exclamó una voz masculina que la hizo girarse de golpe.
Era el hombre con el que había chocado por accidente. Tenía una cabellera rebelde rubia ceniza y unos ojos de un color magenta que la deslumbraron momentáneamente.
El sujeto se agachó al mismo tiempo que ella y alzó entre sus dedos la pequeña braguita de encaje frente a sus ojos.
—Interesante elección. —dijo arqueando una de sus cejas rubias— ¿Lo modelarás para alguien?
Sarada se la arrebató con el rostro colorado y la guardó rápidamente.
—Sí, lastima que no para ti. —gruñó de mala gana, levantándose con el ceño fruncido.
Decir que estaba apenada le quedaba pequeñísimo a como de verdad se sentía, quería que la tierra se la tragase.
—Tal vez algún día. —contesta él, encogiéndose de hombros y le guiña un ojo antes de continuar con su camino.
La Uchiha se quedó ahí, paralizada y sin tener la oportunidad de responder porque ya se había ido. ¿Qué demonios acababa de suceder?
—Si no funciona con Kawaki puedes buscarlo a él. —exclama Alena— Estaba muy bueno el desgraciado.
Ella no quería seguir escuchando, lo único que le apetecía era regresar al hotel y esconderse donde nadie pudiera verla. ¿Por qué le sucedían ese tipo de cosas?
—Maxim me ha enviado un texto, él y Kawaki nos están esperando. —le hizo saber tirando de su brazo para que la siguiera al auto— Mi esposo tiene planeado algo fantástico.
Sarada no quiso preguntar nada más, seguía un poco aturdida por lo que acababa de suceder y terminó metiéndose en la parte trasera del auto junto a ella con movimientos casi automáticos.
Veinte minutos después, el vehículo se detuvo delante de un pequeño edificio cerca del hotel con apariencia de establo.
—Daremos un paseo en carruaje. —informa la rubia— No hay muchas actividades que pueda hacer estando embarazada, pero te aseguro que no será para nada aburrido.
Pasaron poco menos de dos minutos desde que habían bajado del auto cuando vio aparecer a los dos hombres atravesar las puertas del lugar. El primero con una sonrisa radiante al ver a su mujer y el segundo con su habitual expresión seria.
—¿Listas? —dijo entusiasmado— Será un paseo romántico.
Maxim y Alena se subieron al primer carruaje que constaba de un trineo verde con ruedas altas y detalles en dorado tirado por dos preciosos caballos de pelaje marrón y crin oscuro.
—¡Diviértanse! —gritó la rubia despidiéndose agitando su mano con emoción.
El segundo carruaje se detuvo frente a ellos, pero este era color rojo y los dos caballos majestuosos que lo impulsaban eran de pelaje oscuro, le recordaron un poco a Adonis, el semental que tenía su padre años atrás y que murió durante el ataque de los hombres de Danzō.
—¿Qué esperas? —gruñó el pelinegro señalando los asientos.
La Uchiha detuvo su atención en él y de inmediato distinguió el aburrimiento en su rostro, pero aún con eso le ofreció la mano para subirse en el carruaje y se sentó junto a ella.
—¿No han ido bien los negocios? —pregunta arqueando una ceja— ¿O por qué el mal humor?
—A veces pienso que no quiere vender la propiedad. —resopla fastidiado— Pone demasiadas trabas. Le hice una oferta que nadie podría rechazar y aún así no cede.
—Tal vez no se trata de dinero. —se encoge de hombros— ¿Has investigado los antecedentes del sitio?
Él entrecerró los ojos y sacudió la cabeza. No era una mala idea, tal vez debía ahondar más en la historia de la propiedad. Sacó su móvil y tecleó sobre la pantalla rápidamente antes de enviarle un texto a Ryoichi, su mano derecha desde hace un par de años, para que le consiguiera todos los datos posibles al respecto.
—¿Es buen momento para decirte que Alena sabe que no soy tu prometida? —parpadeó con inocencia— En mi defensa, yo no he dicho nada, ella lo ha descubierto sola.
—¿Cómo es eso? —frunce el ceño— Debe estárselo contando a Maxim ahora mismo y arruinará todo.
—Relájate, eso no sucederá. —suspiró ella, apoyando su cabeza contra su hombro mientras miraba la blanca nieve a su alrededor— Al parecer inventamos lo del compromiso para nada, no es algo que le moleste, hasta le ha divertido la historia real.
—¿Qué fue exactamente lo que le dijiste? —gruñe de mal humor.
Comenzaba a creer que traerla no había sido tan buena idea como creyó en un principio. Resulta que su presencia le estaba trayendo más problemas que beneficios.
—Que me sedujiste aun sabiendo que me gustaba tu hermano. —bromeó— Ahora saben que eres un mujeriego de lo peor.
Vio la cara de estupefacción y no pudo aguantarse la risa.
—Sólo sabe que somos amigos sexuales, cálmate. —se burla, sin perder la vista del maravilloso paisaje frente a sus ojos— Puede que Maxim ya lo sepa, pero eso te ayudará.
—¿Ah, sí? ¿Cómo? —masculla hastiado— Ilumíname, cerebrito.
—Manipúlalo. —dice como si nada— Hazte la víctima, explícale que mentiste en busca de su aprobación moralista y vuelve al ataque.
Él parpadeó consternado, no se esperaba algo como eso.
—¿Qué? —sonríe ella con ironía— No pensabas pedirle una disculpa, ¿verdad?
—Debería, le mentimos en la cara.
—Te hará ver débil. —responde poniendo los ojos en blanco— Supéralo. Te aseguro que él lo hará, así se mueven los empresarios, nunca se toman nada personal.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta con el entrecejo fruncido— Tu mundo del ballet no tiene nada que ver con los negocios, ni siquiera sé si tomar tu opinión como válida.
Sarada sacude la cabeza casi con diversión y se concentró en las marcas que el carruaje dejaba sobre la nieve detrás de ellos. Hace mucho que no se sentía así de relajada.
—Se nota que tuviste la guía del tío Naruto. —dice sin mirarlo— Formal y precavido. Sinónimo de aburrido.
—¿Qué? —gruñe molesto— ¿Estás cuestionando mi manera de hacer negocios?
—No lo tomes a mal, Dios sabe que le guardo cariño a mi padrino, pero es demasiado... blando. —explica con tranquilidad— Pero no me hagas caso, supongo que debo tener el método Uchiha demasiado arraigado.
—¿Y cómo es eso? —masculla con incredulidad. Ella admiraba el paisaje, pero él no podía mirar otra cosa que no fuera ella.
—Solemos ser un poco más... imprevisibles. —suspira, agitando su mano para restarle importancia— Como sea, procede como mejor te parezca, me da igual.
«No. Te. Involucres.», se dijo internamente. No era de su incumbencia, ella era una simple acompañante y no tenía porqué meterse en asuntos que no le competían. En especial de esa índole.
—Papá tenía un purasangre precioso en la villa, se llamaba Adonis. —cambió de tema rápidamente— Y cuando nacieron sus crías nos dio una a cada uno de sus hijos, excepto a Daisuke porque aún no nacía en aquel entonces, pero tuvimos que dejarlos atrás después del ataque que nos hizo huir de casa y que nos obligó a vivir fuera durante casi dos años.
—¿Un ataque?
—Sí, la casa quedó irreconocible, hubo explosivos. —se encoge de hombros— Después de las restauraciones quedó como nueva, como si nada hubiese pasado. Excepto que ya no estaban Adonis ni nuestros potros.
Lo contaba con una tranquilidad espeluznante, como si fuera de lo más natural sufrir esa clase de atentados.
—¿Y adónde fueron? —pregunta con cautela, esperando que no volviera a recluirse.
—Los primeros tres meses vivimos en un búnker subterráneo en el culo de Rusia, en una península llamada Kamchatka. —dice con aburrimiento— Después estuvimos en Bali cerca de una semana, ahí sufrimos otro ataque donde casi me quedo huérfana de padre y asesinaron a mi abuelo intentando protegernos.
—¿Por qué no te oyes ni un poco... consternada? —frunce el ceño— No me estás narrando un cuento de hadas.
—Mis traumas, mis chistes. —se mofa— ¿Quieres oír lo que sigue o no?
Ella interpretó su silencio como una afirmativa y soltó un suspiro prolongado antes de continuar. Todavía no sabía porque le estaba contando todo eso, se suponía que no hablarían del pasado, pero ahí estaba ella relatándole los hechos de años atrás.
—Después de eso mi tío Itachi decidió revivir, al menos para unos pocos. —sonrió sin poder evitarlo— Mamá nos envió con él a Estados Unidos mientras ella buscaba a papá y se encargaban del sujeto que nos estaba cazando.
—¿Quién los cazaba? ¿El tal Danzō?
—No, Deidara, jefe de la mafia rumana. —menciona la joven— Secuestró a mamá y se obsesionó con ella hasta el punto de querer asesinar a mi padre, a sus hijos y pretender hacerla su esposa.
—Eso es... enfermo.
—Lo es. —se encoge de hombros— Pero como te dije, mis padres se hicieron cargo de él y sus aliados. Kagura, el jefe de los turcos y Danzō, el líder de la mafia polaca. Sólo de esa manera tuvimos paz y sigue así desde entonces.
Él planeaba abrir la boca para seguir preguntando, pero ella puso un dedo sobre sus labios y una sonrisa apareció en su rostro de un momento a otro. Kawaki no estaba seguro de si eso le gustaba.
—Seguiré hablando si me llevas a la pista de hielo. —condicionó con firmeza— Y tendrás que patinar conmigo.
—Ni loco.
—Lo harás. —achicó los ojos— Dijiste que haríamos lo que yo quisiera si fingía ser tu prometida. Yo cumplí, que nos descubrieran no fue culpa mía.
—El trato era mañana, no hoy. —sonríe sintiéndose ganador— Y ahora que nuestro teatro se cayó, no me siento obligado a hacerlo.
Sarada frunció los labios disgustada y se cruzó de brazos dispuesta a no hablar el resto del camino al hotel. Kawaki sonrió imperceptiblemente al verla molesta, tenía un mohín que la hacía lucir encantadora y preciosa incluso estando enojada.
Cuando el carruaje los dejó en la entrada del hotel, ella se bajó sin detenerse a mirarlo sobre su hombro y salió disparada hacia la escalinata de la puerta principal.
—¿A dónde crees que vas, bambi? —escuchó a sus espaldas— La pista de hielo está del otro lado.
Sus mejillas se ruborizaron un poco, no sólo por la vergüenza de aquel sobrenombre, también por lo enojada que estaba consigo misma. ¿Por qué se sentía como una cría estando con él? La hacía sentir... pequeña y vulnerable. Y eso no le agradaba en absoluto.
Se giró hacia él con los brazos cruzados y su ceño se frunció más todavía al ver la sonrisa arrogante en su rostro. Kawaki tiró de su cintura para atraerla hacia su cuerpo y le plantó un beso que terminó por derretirla.
—Tus pies son pequeños, necesitamos conseguirte patines para niños. —la molesta en tono burlón.
—Eso no es verdad. —se queja enfurruñada, golpeándole sin mucha fuerza en el pecho con las manos— Te odio.
—No, yo te odio. —susurra acariciando su mejilla con los nudillos— Siempre debes salirte con la tuya, ¿no?
—Por supuesto. —sonríe con orgullo, entrelazando sus manos y tirando de él para caminar a su lado.
No tuvieron que recorrer mucho tramo, justo en la parte lateral del hotel encontraron la pista de hielo casi vacía, iluminada por series de luces y con los tonos rosáceos del cielo bañando de color la blanca nieve detrás.
Sarada se apresuró a pedir dos pares de patines para ambos y le entregó unos a él. Kawaki la miró como si le hubiesen salido dos cabezas.
—Accedí a traerte a la pista de hielo, no a patinar. —frunce el ceño observándola ponerse los suyos e ignorándolo deliberadamente— ¿Me oíste?
La pelinegra se sujetó de la baranda que rodeaba la pista y entró sin esperar a que él fuera tras ella. Se impulsó un poco sobre sus pies y se tambaleó al soltarse por completo.
—¿Qué estás haciendo? —gruñe el Uzumaki al verla avanzar con torpeza— ¿No habías echo esto antes?
—No. —responde de mala gana.
Ella se gira a verlo con el ceño fruncido y por poco pierde el equilibrio.
—Vas a romperte la cabeza. —la reprende— ¿Cómo se te ocurre entrar ahí sin saber patinar?
—Y a ti qué te importa. —contesta la joven molesta— Si me rompo un brazo o una pierna es mi culpa, no la tuya.
—Eres consciente de que si te rompes la pierna no podrás continuar bailando, ¿verdad? —se burla sin dejar de verla batallar para mantenerse en pie— Tu imprudencia me sorprende cada vez más.
Sarada le ignora, alejándose poco a poco hacia el centro de la pista y la sonrisa altanera de él se esfumó cuando una niña pasó por su lado y en un intento de esquivarla la Uchiha cayó de bruces.
Se colocó los patines a toda prisa y se deslizó sobre el hielo rápidamente hasta llegar junto a ella sólo para sujetarla por la cintura y levantarla con una facilidad impresionante.
—Tu te esfuerzas porque siga llamándote bambi, ¿verdad?
Pero entonces ella soltó una risita que lo hizo fruncir el ceño y parpadear confundido.
—Caíste otra vez. —se ríe, deslizándose hacia atrás para mirarle a los ojos.
Giró sobre sus pies mostrándole la manera en la que su cuerpo se mantenía en perfecto equilibrio y patinó en círculos alrededor de él.
—Y ahora que estás aquí no te queda de otra que patinar conmigo. —entrelazó sus dedos una vez más y tiró de él.
—Maldita manipuladora.
—Insúltame mejor, mi papá me dice así desde que tenía tres años. —sonríe guiñándole un ojo— ¿Puedes fingir que no estás molesto por diez minutos y patinar conmigo?
—No.
—La última vez que lo hice tenía once y recién llegaba a vivir a Londres. —menciona mirando al suelo— Mi tío Itachi me llevó a un lago congelado cerca de casa.
Él achicó los ojos.
—Y también eres chantajista.
—Dejé el mejor argumento para el final, ¿no crees?
Sarada hizo un mohín adorable y extendió su mano para que volviese a tomarla. Sus ojos grises recorrieron su rostro con evidente enfado, pero al final cubrió su pequeña mano con la suya.
—Va a costarte caro. —gruñó cerca de su oído— Y me las voy a cobrar.
—No me importa. —dice con altivez y mostrándole una sonrisita coqueta— Tengo los recursos para pagar.
Él sacudió la cabeza sin poder creerse lo chiflada que podía llegar a estar. Sin embargo, se sorprendió al no hallarse tan molesto como pensó en un inicio.
Esa jodida mujer iba a volarle la cabeza.
