Sintió un peso extra sobre su cuerpo que lo obligó a abrir los ojos y al enfocar finalmente la imagen que tenía delante se encontró con una mirada oscura que lo observaba con entusiasmo.

Sarada Uchiha estaba desnuda sobre él, dándole un primer plano de sus preciosos senos redondos de pezones rosados. La cortina de cabello oscuro le caía hacia un lado y la sonrisa traviesa de sus labios era suficiente motivación para su erección matutina.

¿Ahora qué tenía en mente esa jodida demente?

—Quiero esquiar. —exclamó con emoción, apoyando las manos sobre su torso— ¿Me acompañas?

Él miró el reloj digital de la mesita de noche junto a la cama y su ceño se frunció.

—Son las malditas seis de la mañana, ni siquiera ha salido el sol. —gruñe cerrando los ojos pretendiendo ignorarla— No cuentes conmigo.

—Vale, entonces no más sexo para ti. —sonrió ella, removiéndose sobre su regazo tanteando su sólida erección.

—¿Estás chantajeándome con sexo? —masculla indignado— ¿Quién te crees?

Sarada gimió un poco cuando sus pliegues se deslizaron a lo largo de su polla, pero no dejó de sonreír hasta que lo vio contener la respiración.

—Tienes tres segundos para cambiar de opinión. —lo retó mientras agitaba sus caderas— Uno.

—No vas a convencerme...

Adelante, atrás.

—Dos.

Él jadeó, llevando sus manos a su trasero perfecto y estrujando las mejillas de su culo casi con violencia para obligarla a detenerse, pero ella se inclinó hacia el frente sólo lo suficiente para que la punta de su polla se alineara con su entrada húmeda.

—Te juro que...

—Tres. —sonrió, cesando todo movimiento y quitándose de encima en un parpadeo.

—No te atrevas. —dijo alcanzando a pescar su brazo— Hazte cargo de lo que provocaste.

Al segundo siguiente ella sintió la espalda chocando contra el mullido colchón y la figura imponente de Kawaki encaramándose sobre ella. La pelinegra se ríe con diversión y lo toma por el cuello para acercarlo a sus labios.

—¿Me vas a llevar a esquiar? —parpadea fingiendo inocencia.

—Sí.

Entonces la joven se mordió el labio inferior y su mano pronto se escabulló entre sus cuerpos para tomar su polla y colocarla en la entrada de su canal.

—¿Y esquiarás conmigo?

Introdujo la punta.

—Eso es trampa. —gruñe él, resistiendo el impulso de entrar de golpe.

—Esto nunca fue un juego justo. —entreabrió los labios con un pequeño gemido— Las cosas siempre son como yo digo, ¿lo tomas o lo dejas?

Él se cansó de tantas arandelas y aprisionó ambas manos de ella sobre su cabeza antes de empujar con fuerza en su interior. Sarada soltó un quejido sensual que lo puso a punto y lo motivó a iniciar un vaivén enloquecedor.

—Lo tomo. —bramó en su oído— Siempre y cuando el juego te incluya a ti.

La joven se derritió en sus brazos, incapaz de hilar un pensamiento coherente bajo el placer al que era sometida. Sus piernas rodearon su cuerpo y se perdió en la sensación de él clavándose hasta el fondo.

Fue así como media hora después los dos estaban en la cima de la montaña con todo el equipamiento puesto para esquiar. El sol comenzaba a salir en el horizonte pintando el cielo en tonos anaranjados ofreciéndoles un paisaje arrebatador.

—¡Mira eso! —señaló la joven— Es precioso.

Él no contestó, todavía seguía incrédulo por la manera en la que se le había engatusado para subir hasta allí.

—No tanto como yo, debo aclarar. —continuó diciendo ella en tono jocoso— Pero es una buena vista.

—Cierra la boca de una vez, antes de que te lance de la montaña. —gruñó en respuesta— Me fastidia que seas tan parlanchina.

—No recuerdo que te molestara que abriera mi boca para poner tu...

Kawaki le puso una mano sobre los labios para silenciarla cuando un hombre pasó junto a ellos acomodándose su equipo de esquí. El Uzumaki vio la mirada del sujeto recorrer la silueta estilizada de Sarada cubierta por un enterizo oscuro de licra gruesa, una chaqueta rompevientos, unas botas por debajo de las rodillas y un gorro de lana que la hacía ver adorable.

—Vinimos a esquiar, ¿no? —frunce el ceño, deslizando su mano sobre su cintura— ¿Qué esperas?

Que la miraran tanto le causaba cierto desazón. No le gustaba. ¿Qué no tenían otra cosa que ver?

—¿Hacemos una apuesta? —propone ella con entusiasmo— El que llegue primero...

—No puedes vivir sin una competencia, ¿verdad?

—Lo llevo en la sangre. —se encoge de hombros— Los Uchiha somos competitivos.

—¿Y qué me vas a pedir ahora? —pregunta con fastidio— Me estoy cansando de tus ideas ridículas.

—Te lo diré cuando te gane. —sonríe, poniéndose de puntas para darle un corto beso en los labios para después bajarse la máscara protectora— Listos, ya.

Apenas le dio tiempo para reaccionar cuando ella ya se estaba deslizando montaña abajo a toda velocidad. No supo porqué le seguía el juego, era una jodida loca que no hacía más que incordiarlo, pero tampoco podía negar que sus estupideces eran refrescantes para alguien acostumbrado a una rutina monótona.

La adrenalina corría por sus venas mientras saltaba detrás de ella, deslizándose sobre la nieve a una velocidad vertiginosa. Cada vez estaba más cerca de alcanzarla y eso lo animó a ir más rápido si era posible.

Cuando Sarada miró sobre su hombro casi chilló sorprendida por verlo a unos pocos metros de ella y aquello terminó por encender la mecha de la competitividad dentro suyo.

—No vas a verme ni el polvo. —gritó Kawaki pasando por su lado como un relámpago.

—¡Hey! —chilló molesta.

No le gustaba perder. Nadie más que ella odiaba el segundo lugar, porque estaba acostumbrada al éxito.

Pronto lo que había iniciado como una competencia divertida se convirtió en una carrera implacable. Por momentos Sarada lograba adelantársele, pero el pelinegro siempre terminaba sacándole varios metros de ventaja.

Al final, ella se quitó las gafas con incredulidad al verle esperando por ella con una sonrisa altanera en su rostro.

—¿Qué se siente perder en tu propio juego? —la molestó en tono burlón— No debiste retar a alguien sin conocer sus habilidades primero.

No le causó ni una pista de gracia, pero aún así permitió que le ayudara a quitarse la máscara protectora.

—¿Y bien? —chista de mala gana— ¿Qué vas a pedirme que haga?

Él reprimió una sonrisa de medio lado y se agachó para susurrarle al oído.

—Reclamaré mi premio después. —murmura— En privado, por supuesto.

Las mejillas de la joven se ruborizaron un poco y lo empujó al pasar. Perder era malo, pero que se regodearan en su cara era todavía peor.

—Maxim quiere que los veamos en el hotel. —comenta ganándose a su lado— Tienen algo en mente para esta tarde, espero que incluya cerrar el trato.

—¿Y cómo piensas convencerlo? —se burla la Uchiha— ¿Ofreciéndole más dinero?

—Planeaba aumentar la oferta, sí. —frunce el ceño— Necesito comenzar a construir cuanto antes.

—Inténtalo, no lo conseguirás. —se encoge de hombros— Y cuando eso suceda espero que escuches lo que tengo para decir.

Kawaki no se lo tomó muy en serio. Maxim sería un idiota si no aceptaba la cantidad de dinero que le ofrecía, la propiedad ni siquiera valía todo lo que estaba dispuesto a darle por ella.

Se encontraron a la pareja en el recibidor del hotel. Alena tenía puesto un abrigo largo encima de una blusa blanca ajustada que resaltaba su adorable pancita de embarazada, mientras Maxim se veía impecable como siempre con una gabardina negra sobre su ropa de invierno.

—Estás bellísima, querida. —halagó la rubia a la joven— ¿Fueron a esquiar?

—Sí, las vistas son mejores de lo que creí. —responde la pelinegra y su atención se desvía hacia el hombre— Creo que ya está al tanto de la situación, ¿verdad?

—Desde luego. —asiente con la cabeza— Y sigo sin creer que hayan podido engañarme con facilidad, eres una gran actriz, jovencita.

—No voy disculparme por intentar cuidar de los intereses de Kawaki. —enarca una de sus cejas— Podemos no ser una pareja, pero sigue siendo como de la familia.

—Sarada. —advierte el aludido junto a ella, rogando internamente para que cerrara el pico antes de empeorar la situación.

—¿Qué? —le mira como si nada— Ofrecer una disculpa falsa es peor, no es estúpido, se daría cuenta.

El ruso dirigió su mirada al Uzumaki y su semblante se relajó.

—Ni siquiera puedo fingir que no me agrada. —se ríe el castaño— Eres tan parecida a tu padre...

—¿Cumplido o insulto?

—Es todo un halago, linda. —le guiña el ojo— ¿Nos acompañan al primer día del torneo de Polo sobre nieve?

Alena sonrió encantada por el rumbo que estaba tomando la conversación y sin esperar una respuesta afirmativa se colgó del brazo de la pelinegra y la arrastró a la puerta trasera del hotel siendo seguidas por ellos.

Las dos mujeres se adelantaron un par de metros y sólo hasta que estuvieron lo suficientemente lejos el ruso se inclinó cerca del pelinegro.

—Si fuera tú, conservaría a la chica. —le da una palmada amistosa en la espalda— Es de las que aparecen una vez en la vida. Yo tengo a la mía, no dejes ir a la tuya.

¿Por qué de pronto le estaba dando consejos amorosos? No los necesitaba. Él tenía claro el tipo de relación que mantenían, no debería estar cuestionándose nada en absoluto cuando su destino ya estaba marcado.

Sarada miró sobre su hombro al no sentirlo cerca y una sonrisa se dibujó en su rostro al distinguirlo a pocos pasos de ella entre toda la gente que comenzaba a aglomerarse alrededor de lo que parecía ser el campo nevado donde se llevarían a cabo los partidos en la parte trasera del hotel.

—Disimula un poco. —se ríe la rubia a su lado— ¿Cómo es que él no se ha dado cuenta de lo enamorada que estás si lo miras así?

—¿Así cómo? —frunce el ceño— Lo estoy viendo normal.

—Tus ojos brillan, eso no lo puedes ocultar, cariño. —la codea con picardía— ¿Cuándo piensas decírselo?

—No le diré nada, porque no es cierto.

—A él tampoco le eres indiferente. —le susurra al oído— No puede apartar sus ojos de ti tampoco. Me hace recordar al tiempo en el que mi marido y yo nos negábamos a aceptar que ya estábamos enamorados.

Sarada sacude la cabeza intentando deshacerse de pensamientos impropios. No, no estaba enamorada. No podía ser posible.

—Díselo. —aconseja Alena— Quizá te sorprenda su respuesta para bien y se atreva a formalizar.

—Es absurdo.

—Absurdo sería que no intentaras ser feliz. —acaricia su brazo— Tienen potencial como pareja, te lo dice alguien que pasó por la misma situación y ahora está casada y esperando su primer hijo con el hombre que alguna vez fue su follamigo.

—No lo sé, yo...

No debía hacerse ideas equivocadas, no cuando todo estaba claro entre ambos.

—Pero si es la señorita bragas de encaje. —susurraron a sus espaldas— ¿Estás siguiéndome?

Su cuerpo se tensó al escucharle y el ceño se le frunció de inmediato, aún así se dio la vuelta para enfrentarlo. Era el mismo hombre con el que chocó fuera de la tienda de lencería. Llevaba puesto un traje de equitación de camisa color azul marino de manga larga con pantalones blancos, botas oscuras y un casco negro bajo su brazo.

Se veía... bien, pero era algo que jamás admitiría en voz alta.

—Yo debería preguntarte eso a ti.

—Guau, te ves más bonita de cerca. —dice dando un paso adelante— ¿Vienes a verme jugar?

—¿No tienes a alguien más que molestar? —resopla poniendo los ojos en blanco— ¿No te esperan o algo?

—Puedo retrasar el partido si me apetece. —sonríe de medio lado— Pero la culpa sería tuya por mantener mi atención aquí y no allá.

La pelinegra se cruza de brazos fastidiada por sus intentos de flirteo y le observa con aburrimiento. Sus ojos magentas centellearon con interés, pero segundos después su mirada se desvió al hombre que se acercaba ciertamente irritado.

—Parece que te buscan. —se agachó para susurrarle al oído— Mantén tus ojos sobre mí durante el partido, pajarito, jugaré para impresionar.

Y se fue dejándola con la palabra en la boca. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Quién se suponía que era el jugador con el dorsal número uno?

Alena la codeó de nuevo, esta vez con una sonrisa burlona en sus labios.

—Eso ha sido... ardiente. —chilló extasiada— Tu vida parece demasiado emocionante de pronto.

Kawaki alcanzó a escuchar eso último y su ceño se frunció de inmediato.

—¿Quién era ese?

—¿Quién? —se hizo la loca— No lo sé, no le conozco.

Él estrechó los ojos ante su respuesta y no perdió de vista al sujeto cubriendo su rebelde cabellera rubia con el casco de montar para después subirse de un salto al purasangre inglés tordo.

El lugar se llenó de vítores cuando los ocho jugadores estuvieron dentro del campo y el réferi silbó para marcar el inicio del primer Chukker.

—En realidad, sí que lo conocemos. —se atrevió a decir Alena— Pareció quedar prendado de Sarada en el centro comercial.

La aludida quiso ahorcarla antes de que dijera una palabra más, en especial al ver el semblante serio de Kawaki al oírla.

—Es muy guapo, deberías pasarle tu número de teléfono. —continuó diciendo la rubia, sin perderse ni un detalle del pequeño tic en la comisura del ojo izquierdo del pelinegro— Tal vez te enseñe a montar, ya sabes a lo que me refiero.

Al Uzumaki pareció trabársele la quijada ante aquel último comentario malicioso y decidió no perderla de vista en ningún momento.

Los primeros dos Chukkers pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Kawaki se hallaba enfrascado en su conversación con Maxim, pero no se le escapaban los pequeños detalles, como que la atención de aquel imbécil recaía de vez en cuando en la Uchiha aún en medio del juego.

Justo ahora se encontraban en el medio tiempo con una duración de siete minutos y hasta el momento el equipo del sujeto del centro comercial iba ganando por cinco puntos.

Sin poder evitarlo la mirada de Sarada buscó la figura masculina sobre el caballo y su sorpresa fue enorme al encontrarlo dirigiéndose hacia la parte de la barrera donde se encontraban ellos.

—¿Qué le parece, señorita bragas de encaje? —sonríe con descaro— ¿Estoy dando un buen espectáculo?

—Al menos no haces el ridículo. —dice en tono burlesco— Felicidades por eso.

El caballo que ahora montaba era castaño y tenía una morfología impresionante, los jinetes solían cambiarlo cada Chukker para no agotar a ninguno de los animales que montaban. El rubio se dio cuenta de la mirada de admiración en los ojos oscuros de la chica y se acercó un poco más a la valla.

—Puedes acariciarlo, está acostumbrado a los elogios. —comenta en doble sentido provocando una suave risa en la joven que no dudó en pasar su mano por el pelaje del animal.

—También estoy acostumbrada a los elogios, pero no por eso me dejo acariciar. —responde con astucia— El caballo parece ser igual de fácil que el jinete.

—Sólo con la indicada. —se encoge de hombros— Aunque...

Ella sintió una mano deslizarse a lo largo de su espalda hasta situarse alrededor de su cintura y de inmediato reconoció el agarre posesivo de Kawaki.

—Nos vamos, bambi. —escuchó a sus espaldas— Creí que el partido estaría más emocionante.

Sarada levantó el rostro para mirar el perfil del pelinegro con extrañeza y parpadeó desconcertada al encontrarlo tan tenso como la cuerda de un arco. No quiso preguntar nada, tal vez las cosas no habían ido como le gustaría con Maxim, era la única explicación lógica que se le ocurría para su mal humor.

—Nos vemos, señorita bragas de encaje. —se despidió el rubio— Terminaremos nuestra charla en otra ocasión.

Y se alejó galopando por el extenso campo nevado sin girarse a verles una última vez.

Kawaki sujetó su brazo con un poco más de fuerza de la necesaria y la arrastró fuera del gentío que se aglomeraba alrededor de la valla. Alena les miró con ojo crítico y una pequeña sonrisa tiró de sus labios, al parecer el Uzumaki no era consciente de que acababa de protagonizar una escena de celos.

—¡Nos vemos mañana! —se despidió la rubia, siendo completamente ignorada por el pelinegro.

—¿Qué sucede? —pregunta la Uchiha caminando detrás de él— ¿Algo salió mal con Maxim?

Él no contestó a ninguna de sus preguntas de regreso al interior del hotel y eso comenzó a exasperar a Sarada. No le gustaba el silencio incómodo que se formó entre ellos mientras esperaban a que las puertas del ascensor se abrieran para poder subir a la suite.

—¿Qué demonios te ocurre? —masculla zafándose de su agarre una vez que atravesaron las puertas metálicas— ¿Vas a decirme por qué estás tan molesto?

—Dímelo tú, señorita bragas de encaje. —suelta una risa sarcástica.

—¿De eso se trata esto? —alza ambas cejas sorprendida— Creí que no habías logrado llegar a un acuerdo con Maxim y eso te puso de malas...

—Ni siquiera pude hablar con Maxim porque estaba demasiado ocupado viéndote coquetear con otro en mis narices. —le grita en la cara— Sabía que traerte fue un error, no puedo enfocarme en lo que debería si estás aquí.

Sarada abrió los ojos asombrada ante la dureza de sus palabras y su boca se abrió sólo un poco sin saber qué decir.

—Entonces déjame ahorrarte tal infortunio. —murmura al instante— Me voy a casa ahora mismo.

Se dio la vuelta a la espera de que las puertas se abrieran de una vez por todas, pero sólo fue testigo del brazo de Kawaki estirarse para alcanzar el panel de botones y presionar el único de color rojo. De inmediato sintió que se detuvieron abruptamente y lo siguiente que supo fue que había sido empujada contra una de las paredes del ascensor.

—Eres la mujer más irritante que he conocido en mi vida. —susurró contra sus labios— A veces no te soporto.

Tomó sus manos con una de las suyas y las aprisionó por encima de su cabeza mientras se abalanzaba sobre sus labios. La respiración de ambos se volvió errática al pasar los segundos y Sarada creyó que desfallecería ahí mismo.

—Pero tampoco me gusta que estés lejos. —gruñó a mitad del beso— No vas a irte. De. Ninguna. Jodida. Manera.

Ella puso sus manos en su pecho para alejarlo y el pelinegro la miró confundido, al menos hasta que lo empujó de la misma manera contra la pared del ascensor y sus manos se deslizaron a la pretina de su pantalón. Su polla dura como una roca salta de su cautiverio y la joven la toma entre sus manos con atrevimiento.

Se puso de rodillas bajo la atenta mirada de Kawaki y sin dejar de mirarlo a los ojos separó ligeramente sus labios antes de sumergirlo dentro de su boca.

—Joder. —brama él con los ojos brillantes de deseo y tomando un puñado de su cabello oscuro entre sus dedos.

Sarada trató de tomarlo más profundo hasta que lo sintió golpeando el fondo de su garganta desencadenando su reflejo nauseoso y haciendo que lágrimas botaran de sus ojos.

Él se retiró casi por completo sólo para volver a entrar con más fuerza sin darle la oportunidad de recobrar el aliento y marcando un ritmo rudo, casi fuera de control.

—¿Tienes idea de lo preciosa que te ves comiéndome la polla? —jadea golpeando más profundo con ayuda de sus caderas.

Escuchar sus palabras sucias la animó a continuar con más energía, su lengua pronto se deslizó hacia arriba y abajo con experticia. Entonces él tuvo que admitir que había aprendido a complacerlo en poco tiempo como ninguna otra lo había hecho.

Maldijo cuando tuvo el atrevimiento de succionar y al mismo tiempo ahuecar sus bolas con una mano.

Santa mierda. Estaba cerca.

Le miró hipnotizado mientras sus hombros se pusieron rígidos y gruñó al derramarse en su garganta. Sarada se inclinó más intentando recibirlo todo, pero aún así un poco se deslizó por la comisura de su boca.

Kawaki le observó asombrado y con una posesividad que casi rayaba en lo maniático al mirar su propio semen desbordándose por su barbilla mientras con un movimiento lento borra cualquier rastro con el pulgar y lo unta sobre sus labios.

—Abre la boca, bambi. —dice en tono demandante, esperando con paciencia a que la pelinegra entreabriera los labios para terminar de untarlo sobre su lengua.

Ella se permitió saborear su sabor sin dejar de mirarlo a los ojos. Por lo menos hasta que él tiró de su brazo para ponerla de pie y estamparle un beso salvaje que la dejó perdida en cuestión de segundos.

—¿Te he puesto de buenas? —pregunta ella con una pequeña sonrisa arrogante.

—Tal vez.

Para entonces el Uzumaki ya había vuelto a poner en marcha el ascensor y faltaba poco para que llegaran al piso marcado.

—Tenemos el resto del día libre, ¿qué quieres hacer? —pregunta él, entrelazando sus dedos inconscientemente al salir del ascensor.

—Quiero ir al museo Segantini. —pidió en voz baja— Escuché que la galería se exhibe en una pasarela que conecta el hotel con el lago.

Él vio que sus ojos oscuros brillaron de la emoción al mencionarlo.

—Vamos, entonces.

Sarada asiente con entusiasmo y se apresura a entrar a la habitación para cambiarse por algo más adecuado, dejándolo de pie a mitad del pasillo con una sonrisa incrédula en los labios.

A veces se comportaba como una cría, pero tampoco podía culparla, se había saltado esa etapa de la niñez y tuvo que madurar demasiado rápido para su propio bien. Era algo por lo que todos en su entorno se vieron obligados a pasar, incluso él.

Se tomó unos minutos para atender algunas llamadas importantes respecto a sus otros negocios y cuando menos lo esperó ella volvió a salir por la puerta para encontrarlo esperándola.

La joven llevaba un vestido largo y blanco satinado con cuello halter y espalda descubierta que caía con gracia sobre su cuerpo estilizado. Se veía elegante y al mismo tiempo no perdía la esencia sensual que la caracterizaba siempre.

Sarada sintió la mirada ardiente del hombre sobre ella y sonrió de medio lado.

—No llevo ropa interior. —se puso de puntitas para darle un beso— Tal vez puedas hacer algo al respecto después.

—O justo ahora. —rodea su cintura con un brazo para acercarla a su cuerpo— Quiero echar un vistazo.

—Eso no va a suceder. —se hace hacia atrás para mirarle a los ojos— Quiero ir al museo.

—Podemos ir otro día.

La Uchiha negó con diversión y se zafó de su agarre para poder caminar de vuelta al ascensor donde presionó el botón que los llevaría a la planta baja. Él resopló con resignación y permitió que su pequeña mano se entrelazara con la suya al caminar a la salida del hotel.

Era... raro, sentir su mano contra la suya. Aquel gesto que pasó de ser algo extraño a traerle una sensación agradable cada que la sostenía y agobiante cuando no estaba allí.

—¿Cómo van las cosas con Maxim? —pregunta distrayéndolo de sus pensamientos— ¿Lograron llegar a un acuerdo?

—Rechazó mi oferta. —responde hastiado— Resulta que es una propiedad que heredó de su abuelo.

—Sabía que se trataba de apego emocional. —se jacta la pelinegra— Será difícil persuadirlo.

—No tengo nada que le interese a cambio.

Sarada se mordió el interior de la mejilla.

—¿Qué tanto quieres la propiedad?

—Que esté dispuesto a pagar el doble de su valor debería darte la respuesta. —contesta abriéndole la puerta del auto.

La joven esperó a que él estuviera dentro también para girarse a verlo con cierta inquietud en su mirada.

—¿Maxim tiene alguna debilidad? —alza una ceja— ¿Un punto débil que sea de conocimiento público?

—Las apuestas. —dice con el ceño fruncido— Pero eso no nos funciona ahora mismo.

—¿Te olvidas de que hay un casino en el hotel?

—¿Quieres hacer que apueste varias hectáreas de campo abierto en el póquer? —la mira con incredulidad— Es adicto al juego, pero no es estúpido.

—Sólo debes presionar los botones correctos. —se encoge de hombros— ¿Quieres la propiedad? La tendrás, así funcionamos los Uchiha.

Tenía muchas dudas al respecto, demasiadas, seguía sin comprender cómo funcionaba esa cabecita de genio que al parecer ya maquinaba una idea con múltiples escenarios.

Era difícil seguirle el paso, un momento estaba completamente seria, después parecía engreída y al minuto siguiente todo rastro de compostura desaparecía para darle rienda suelta a un comportamiento relajado y extrovertido.

El Museo Segantini tenía una magnífica muestra de las obras de arte del pintor Giovanni Segantini. Tiene una forma abovedada y se trataba de una galería pequeña, pero estaba bien ejecutada. Lograba su cometido: hechizar a los visitantes.

Sarada se adelantó a ver más de cerca y quedó maravillada. Cada paisaje plasmado en los lienzos le traía diferentes emociones, algunas nostálgicas, otras felices.

Kawaki se limitó a observarla a ella desde una distancia considerable. El lugar estaba prácticamente vacío, supuso que se debía al torneo de Polo, pero de cualquier manera agradecía que no estuviese abarrotado de turistas.

—¿Te digo un secreto? —susurra ella sin dejar de contemplar el paisaje de lo que parecía ser el río de Venecia.

—Sí. —contestó con cautela, acercándose un par de pasos desde atrás, hasta que sus brazos se rozaban sutilmente.

Sarada seguía sin mirarlo, pero sólo un movimiento de su dedo meñique bastó para sentir la calidez de su mano. Él no dijo nada, en cambio terminó de entrelazar sus dedos y ambos se mantuvieron así, en silencio, por lo que parecieron varios segundos.

—Papá solía pintar. —sonríe con suavidad— En el tercer piso de la casa en Siracusa hay una pequeña habitación donde esconde sus lienzos.

—¿Todavía pinta?

—Con el tiempo dejó de hacerlo, pero conserva sus lienzos. —susurra— Solía pintar cosas muy lúgubres, los más viejos carecían de color. Pero creo que los últimos que hizo son sus favoritos.

—¿Cómo sabes que son sus favoritos? —pregunta confundido— ¿Lo ha dicho?

—Él ni siquiera sabe que nosotros sabemos sobre su habitación secreta. —se ríe negando con la cabeza— Daiki la descubrió un día y se las arregló para abrir la puerta con una horquilla para el cabello.

Él quiso sonreír al escucharla. Al parecer no había tenido tan mala infancia después de todo.

—¿Entonces?

—Algunas pinturas viejas siguen arrumbadas y polvorientas. —confiesa sin quitarle la mirada al paisaje frente a ella— En cambio los otros están colgados en las paredes.

—Tal vez se quedó sin espacio.

Ella negó.

—Todos los que están en la pared son sobre mamá. —sonríe con afecto— Durmiendo, sonriendo, o simplemente existiendo. Todo es sobre ella.

¿Alguna vez alguien podría amarla con esa intensidad? ¿Podría alguien aceptar su alma corrompida por la oscuridad?

—No se lo digas a nadie. —se gira a verlo con una emoción que él no supo descifrar— Sólo mis hermanos y yo sabemos al respecto y si alguien se entera sabré que fuiste tú.

—No diré nada. —asegura, sintiendo una extraña calidez que tampoco supo interpretar.

El ambiente se llenó de una tensión extraña. Una diferente que antes no había estado entre ellos y la joven sólo pudo atinar a seguir caminando alrededor de la pequeña galería a pesar de que temía tropezarse por los nervios repentinos que la asaltaron.

Ahí fue donde se dio cuenta. Ya no era capaz de negarlo.

Estaba completamente enamorada de él.

—¿Regresamos al hotel? —pidió en un hilo de voz.

Aunque intentaba aparentar que todo iba de lo más normal, hasta el Uzumaki notó que algo le sucedía. Aprendió a leer su mirada y no había necesidad de preguntar nada porque sólo bastaba verla a los ojos para saber que había algo mal.

—¿Qué sucede? —la detuvo antes de que subiera al auto.

—Nada, todo está bien. —logró sonreír— ¿Vamos?

Confundido como estaba le ayudó a entrar al vehículo y se limitó a conducir de regreso. El camino al hotel fue silencioso y ella intentaba por todos los medios no voltear a verlo.

Jodida. Estaba jodida. Él se lo advirtió un montón de veces y aún así ella cayó como una tonta.

Estúpida, mil veces estúpida.

Al llegar al hotel su cuerpo entró en modo automático y dio un paso tras otro hasta el ascensor siendo seguida por el pelinegro que seguía confundido por su actitud.

—¿Vas a decirme qué demonios es lo que te pasa? —pregunta molesto, acorralándola nuevamente contra la pared del ascensor, justo como horas atrás.

—Estoy nerviosa, es todo. —mintió. Pero al parecer sonó bastante convincente porque él se lo creyó.

—¿Nerviosa? —frunce el ceño— ¿Por qué?

—He comprado algo para ti. —se inventa de último momento, aunque no era del todo mentira.

—¿Y se puede saber qué es?

Vio la curiosidad brillar en sus ojos grises y eso hizo que se relajara considerablemente. Decidió ignorar la situación tan patética en la que se encontraba y su humor mejoró de pronto. Kawaki seguía mirándola a la espera de su respuesta y ella batió las pestañas con diversión. Al abrir la puerta de la suite lo empujó sobre el sofá del recibidor tan pronto como entraron y corrió por el pasillo.

—Espera allí. —advierte.

Se metió al cuarto de baño en cuanto consiguió la bolsa con todo lo que necesitaba y se demoró al menos cinco minutos en convencerse de salir con el conjunto de encaje revelador que había comprado un día antes.

—Cierra los ojos. —pidió asomando la cabeza por la puerta— No hagas trampa.

—¿Te he dicho que pareces una cría con tanto jodido truco?

—Este te gustará.

Una vez que se asegura de que sus ojos estuvieran completamente cerrados salió del baño con piernas temblorosas y se quedó de pie frente a él con los nervios de punta.

—Vale, ya puedes abrirlos.

Él resopló al oírla, pero obedeció. Y lo que se encontró frente suyo lo dejó sin aliento. Su esbelto cuerpo de piel pálida estaba enfundado en una jodida arma letal. Porque así podía considerarse a los malditos trozos de tela de encaje que traía puestos.

Su polla reaccionó al instante y se tocó adolorido sobre la tela de su pantalón. Sólo ella conseguía empalmarlo en cuestión de segundos y sin la necesidad de tocarlo.

—El sujeto del equipo de Polo chocó conmigo al salir de la tienda y vio esto tirado en el suelo. —tiró suavemente del resorte de la braga— Por eso el apodo.

Ahora se sentía como un completo estúpido por reaccionar de esa manera tan agresiva cuando la pelinegra era de lo más inocente en esta situación. El otro imbécil no, casi podía oler a kilómetros su interés por ella.

—Alena me convenció de comprar esto para ti. —se muerde el labio inferior— No estaba muy segura de hacerlo, pero ella dijo que te gustaría.

—Estaba en lo correcto. —responde escuetamente con la voz enronquecida— Ven aquí, bambi, déjame verte de cerca.

Los ojos grises se le oscurecieron y su pupila se dilató al verla acercarse con timidez hasta que se detuvo delante suyo.

Sus piernas largas estaban cubiertas hasta la mitad del muslo con unas medias negras semitransparentes que se unían con un liguero que se sujetaba directamente a la tela de sus bragas.

Era... ni siquiera tenía palabras para describirla.

—Debo comprarte más de estos. —susurra acariciando el suave encaje de la braga con la punta de su dedo.

Sarada se sonrojó hasta las orejas, pero reunió todo el valor que tenía para empujarlo con una mano en su pecho para que se recostara en el respaldo del sofá y se subió a horcajadas sobre su regazo.

Él sonrió de medio lado ante su cambio de actitud y le permitió tomar el control. Era sexy cuando se ponía mandona.

—Voy a montarte. —exclama restregándose en su entrepierna.

—Adelante, soy todo tuyo, nena.

Ella sacó la polla de su pantalón y comenzó a masturbarlo con lentitud sin dejar de mirarlo a los ojos. Kawaki intentó grabar esa imagen en su mente, era de las jodidas cosas más eróticas que había visto en su vida.

En algún punto perdió el control, tanto así que no le importó rasgar la braga que aún cubría su perfecto coño y su mano rodeó su cuerpo para estrujar su trasero de camino a deslizarse entre sus pliegues. Dos dedos entraron en su interior de golpe y ella gimió sorprendida, pero eso no detuvo su trabajo manual.

—Recuérdame llevarte a una tienda donde pueda comprarte más conjuntos así. —gruñó mientras ella aumentaba el ritmo de su mano— Me estás matando, pequeño bambi.

Sarada abrió un poco más las piernas sobre su regazo y dirigió la punta de su polla hacia sus pliegues para lubricarlo con sus propios fluidos.

—Estás muy mojada. —susurra contra su cuello— Siempre húmeda y lista para mí.

Ella asintió alineándolo en su entrada y lo recibió con un gemido excitante que lo hizo mordisquear sus pechos por encima del encaje. La pelinegra comenzó a moverse sobre él iniciando un ritmo cadencioso y él la ayudó levantando las caderas al tiempo que ella bajaba.

Se compenetraban a la perfección, tanto que por un momento pensó que esa mujer había sido hecha exclusivamente para complacer sus más bajos y oscuros deseos. Era la única que había podido satisfacerlo por completo.

—Más. —gimió ella— Más, por favor.

Ya no tenía pena en pedirlo. No era la misma joven inexperta de antes, ahora cada encuentro se volvía más electrizante que el anterior.

Ella le tomó del mentón para obligarlo a mirarla a los ojos y aumentó la velocidad de sus caderas.

—¿Te gusta así? —preguntó con la respiración agitada y un timbre sensual.

—Sí.

Sus movimientos se volvieron rudos, salvajes.

—Relájate, nena, no quiero correrme todavía. —estrujó su trasero— Aún hay muchas cosas que quiero hacerte.

Los ojos de ella se abrieron por la sorpresa cuando sus dedos recogieron sus fluidos y los arrastraron a ese lugar que hasta ahora era inexplorado. Quiso llorar por las olas violentas de placer que la golpean y no supo si se trataba de ella corriéndose o que de pronto uno de sus dedos se metió dentro de su agujero trasero, pero algo de eso la hizo gritar más fuerte que antes.

¿Qué demonios le estaba pasando a su cuerpo? Kawaki no se detenía, su dedo estiraba su orificio virgen mientras empujaba cada vez más fuerte en su coño. Podía sentir la delgada pared entre su dedo y su polla llenándola desde ambos lados.

—¿Recuerdas que me debes algo? —pregunta él con una sonrisa— Quiero reclamar mi premio ahora.

Sarada se aferra a sus hombros cuando una tensión diferente inicia desde el fondo de su estómago. Y hay chispas cegadoras a su alrededor cuando un segundo dedo se introduce.

Dolía, pero era un dolor... placentero.

—Quiero todo de ti. —la miró a los ojos— Todas tus primeras veces las quiero.

Debería decir que no, pero su cuerpo delataba lo excitada que se sentía por experimentar algo nuevo. ¿No estaba siendo demasiado... pervertida? Jamás creyó que llegaría a ese punto en el que deseaba obtener más y más del mismo hombre. Deseaba, no, necesitaba explorar esa nueva faceta que Kawaki sacaba de ella.

—Hazlo. —dijo en un susurro— Sólo... sé suave.

Él se levantó con ella en brazos y comenzó a caminar por el pasillo hacia la habitación principal. La dejó sobre la cama y se echó para atrás sólo para observarla mientras terminaba de desvestirse.

—Sobre tus rodillas, bambi.

La pelinegra se apresuró a la posición indicada frente a él, sintiendo que el corazón retumbaba en su pecho. Kawaki colocó su mano en la parte superior de su espalda para hacerla recostarse y dejar su trasero al aire.

Se sentía tan expuesta, tan vulnerable.

—Hay que lubricarte. —murmura con la voz enronquecida, metiendo dos de sus dedos en su coño y trazando la humedad hasta su trasero.

—¿Dolerá mucho? —pregunta ella con un timbre asustado.

—Sí, pero pasará. —le besó en la nuca— Relájate, nena.

Su polla apenas se adentró un poco y ya dolía. Él intentó distraerla jugando con su clítoris y cuando sus músculos perdieron un poco de tensión empujó de golpe de una vez.

Ella gritó de dolor. Oh, joder, dolía como el infierno, incluso más que cuando le quitó su virginidad.

Las lágrimas brotaron de sus ojos y estuvo a punto de pedirle que se detenga, pero luego comienza a moverse y...

—Oh...

—Estás malditamente apretada. —jadeó él— Tu culo es igual de fantástico que tu coño.

Su lenguaje sucio y su voz profunda la excitaban aún más. Ella movió su trasero contra su pelvis, necesitando más de la sensación tortuosa de ser estirada por él.

—Ya veo que te gusta. —palmeó su trasero con posesividad y se inclinó hacia el frente para tomar un puñado de su cabello— Te fascina lo rudo, ¿verdad, bambi?

—Sí. —es lo único que es capaz de decir sin dejar de retorcerse de placer.

Él acelera su ritmo. El dolor sigue allí, pero mezclado con un dulce placer que le impide pedirle que se detenga, en realidad sólo quería pedirle más. Kawaki bombea dentro en un ritmo largo que va tornándose animal con el pasar de los segundos.

—Córrete para mí. —su tono autoritario la puso a punto y una nueva bofetada en su trasero terminó por enviarla al extasis.

—¡Kawaki!

El torbellino de placer arrasa con ella como un huracán y hace que se sienta tan estimulada que se viene otra vez antes de terminar el anterior. No puede controlarlo. Arquea su espalda gimiendo su nombre y él la sigue con un gruñido voraz.

El pelinegro se desplomó sobre la cama arrastrándola con él para no aplastarla y ella se acomodó sobre su pecho intentando normalizar su respiración.

—Te odio. —golpeó su brazo— Ha dolido un montón.

—Pues entonces eres masoquista. —sonríe de medio lado— Tus gemidos demostraron mucho que te gustó.

Se removió un poco adolorida y él estiró su mano para borrar el rastro de lágrimas de su rostro. Se veía dolorosamente perfecta aún con el delineador medio corrido y los labios hinchados.

No existía mujer más hermosa.

Se sorprendió a sí mismo recorriendo su naricita con la punta de su dedo y se obligó a levantarse de la cama cuando lo que quería era permanecer enredado a ella unos minutos más.

Sarada lo vio desaparecer en el cuarto de baño y segundos después escuchó el ruido del grifo del agua abierto. Supo lo que estaba haciendo cuando se acercó de nueva cuenta a la cama y la tomó en brazos con delicadeza para llevarla hacia la bañera.

—Ayudará con el dolor. —susurró metiéndose detrás de ella y sujetándola para que recostara la espalda en su pecho.

Ella levantó el rostro para verlo con los ojos brillantes y permitió que escondiera su rostro en el hueco de su cuello. La sensación del agua caliente contra su cuerpo era relajante y sus músculos rápidamente se destensaron.

—¿Irás a ver mi presentación en Tokio? —pregunta acariciando su brazo con la punta de su dedo.

—Tal vez.

El ambiente en el lugar era cálido y tranquilo, desde el ventanal junto a la bañera circular podían ver las montañas nevadas y el lago congelado bajo la tenue luz rosácea del atardecer. No habían sentido mayor paz en mucho tiempo.

—Habrá una pausa de labores en la compañía al concluir la temporada. —le hizo saber— Regresaré a los ensayos hasta finales de septiembre e iniciaremos con las presentaciones en Dublín a mediados de octubre.

—¿Y qué harás todos esos meses sin ensayos?

—No lo sé. —se muerde el interior de la mejilla— Sé que mis padres terminarán convenciéndome de quedarme en Italia por un tiempo, pero no creo ser capaz de permanecer allí por mucho.

—¿Y qué tal si te quedas en Japón?

Algo en él lo hizo abrir la boca y soltar aquella propuesta sin pensar. ¿De verdad estaba dispuesto a alargar lo que sea que tenían? Joder, sí. Quería mantenerla cerca suyo por todo el tiempo que fuera posible.

—¿Qué? —abre los ojos asombrada.

—A mamá le gustará tenerte en casa, por no hablar de Himawari. —dijo como si nada— De esa manera te mantengo vigilada y me aseguro de que no te metas en problemas.

Ella se mordió el interior de la mejilla y soltó un suspiro tembloroso.

—Hace casi trece años que no visito la residencia principal de los Hyūga. —confiesa en un hilo de voz— Desde...

—Desde el ataque. —termina por ella— He oído muchas versiones al respecto, pero no recuerdo bien del todo lo que pasó ese día. Es como si mi mente bloqueara la mayoría de los sucesos.

—Los recuerdos están ligados a las emociones. —menciona la joven— Es un mecanismo de defensa en el que el inconsciente bloquea recuerdos para protegernos de situaciones traumáticas.

—No parece ser tu caso.

—Para mi fortuna, o mi desgracia, tengo memoria eidética. —explica haciendo una mueca— Recuerdo cada pequeño detalle que he visto, oído u olido. Todo está en mi cabeza para siempre.

Kawaki frunce el ceño y por instinto coloca su mano sobre su hombro en una suave caricia. El tono de su voz había pasado de ser tranquilo a adquirir una tonalidad más grave.

—Recuerdo... el olor a pólvora dentro del pequeño cobertizo con la cerradura rota donde Kaito, Namida y yo nos escondimos. —se aclaró la garganta— Recuerdo el sonido de la detonación y también los ruidos que hacía el sujeto que le disparó a Kaito intentando no ahogarse con su propia sangre.

Eso él no lo sabía. Creyó que Sarada se había escondido en la habitación donde los acorralaron a él y a su madre.

—No puedo olvidar la mirada perdida del tío Neji cuando nos encontró. —cierra los ojos, trayendo la imagen en la cabeza— Ni tampoco puedo borrar de mi mente la escena en la que nos cubrió con su cuerpo de los disparos para darnos la oportunidad de llegar a la casa.

—Oí que murió con su hijo en brazos.

—Sí. —susurra recobrando la compostura— Fue difícil arrastrar a Namida con los ojos cerrados y hacerle creer que todo era un juego, pero logré entregársela a salvo a la tía Tenten.

Ahora entendía un poco más la admiración que le tenían su hermana y su prima, pero veía consternación en su rostro.

—Si hubiera actuado antes podría haber hecho lo mismo con Kaito.

—No digas tonterías, eras sólo una niña. —dijo confundido y ella se tensó al instante.

¿Cuántas veces había escuchado esas mismas palabras en aquel entonces? Pero seguía sin ser una excusa válida para su fragilidad. En ese momento se prometió que jamás permitiría que lastimaran a alguien que amaba.

—Quizás decida pasar algo de mi tiempo en Okinawa. —cambió de tema— Hay una casa que mi tío Itachi compró en la isla y en la que vivimos poco más de tres años.

—¿En qué momento sucedió eso? —parpadea confundido.

—Unos días después del ataque en la casa de los Hyūga. —dice removiéndose en su sitio— Decidí irme para poder aprender cosas nuevas.

—¿Qué tipo de cosas?

—Algo útil, para variar. —se ríe— Pero lo he dejado atrás para tomar un camino diferente.

Sarada se giró para mirarlo y el agua debajo de ellos se agitó a su alrededor. Él la recibió sobre su regazo y dejó que le rodeara el cuello con sus brazos. Era pequeña en comparación suyo, podía rodearla completamente con un brazo.

—Digamos que planeaba formar parte activa en los negocios de la familia. —confiesa acariciando su mentón con la punta de la nariz— Pero después de la muerte de mi tío... me sentí perdida.

—¿Cómo murió? —se atreve a preguntar, acariciando su espalda con suaves círculos.

—Estaba enfermo. —murmura con su vocecita apagándose— Estuvo probando con medicina experimental, pero sus órganos estaban demasiado dañados y decidió dejar el tratamiento. Nos dio la noticia durante la cena de navidad que pasamos en Aspen hace casi ocho años.

Ahora todo cobraba sentido. Las miradas nostálgicas, los ojos llorosos cuando creía que no se daba cuenta y la impaciencia por irse de allí. Todo encajaba.

—El último cumpleaños que pasé junto a él nos quedamos acurrucados en su cama porque no tenía la fuerza suficiente para salir de la habitación. —la sintió temblar un poco— Acabé mis exámenes finales y un día después de la ceremonia de graduación... ya no estaba más.

Durante todo su relato evitó mirarlo a los ojos porque sabía que si lo hacía terminaría echándose a llorar. Era la primera vez que estaba abriendo su corazón a alguien más y todo era tan íntimo que temía reventar la burbuja que se creó a su alrededor.

—Un par de meses después recibí la carta de aceptación en la academia de ballet en Moscú para el siguiente ciclo, pero no estaba segura de ir. —frunce un poco el ceño— Me tomé un año para pensar mejor las cosas y entonces me llegó un último regalo de parte suya.

Él aguardó en silencio sin atreverse a interrumpirla.

—Papá se presentó en mi puerta con una caja de regalo envuelta en papel brillante y con orificios en la tapa. —soltó una risita— Era algo que pedí por años sólo para fastidiar y que mi tío lo pidió expresamente en una carta que le dejó a mi padre antes de morir.

—¿Qué era?

—Que mi papá me comprara un lobo, o al menos lo más parecido. —sonríe sin poder evitarlo— Así fue como Hoshi llegó a mi vida.

«Cuando no esté contigo, búscame en las estrellas», Hoshi era lo último que le quedaba de su tío y decidió honrar su recuerdo intentando vivir su vida como él habría querido.

—Por eso no se te despega nunca. —sacude la cabeza— Me sorprende que no hayas querido traerlo.

—Mis amigas lo cuidarán bien, tienen llaves de mi casa para poder entrar y alimentarlo. —dijo con un mejor humor— Siguen teniéndole un poco de miedo, pero Hoshi no les haría daño.

—Sólo tiene la apariencia de animal salvaje. —bromeó él.

—¡Oye! —le golpea en el hombro indignada— No te atrevas a insultarlo.

Kawaki sonrió de medio lado antes de tomar el delicado rostro entre sus manos y unir sus labios a los suyos en un beso juguetón.

—Mientras estabas en el baño llamé a Maxim. —informa con su habitual tranquilidad— Lo veré hoy en el casino del hotel.

—¿Intentarás probar con mi idea?

—Quiero que vayas conmigo. —dice mientras deja pequeños besos por todo su mentón— Sé mi cita esta noche.

Las mejillas de Sarada se ruborizaron por unos cortos segundos y sólo pudo atinar a besarle en los labios.

—Sí. —susurra ella— Seré tu cita.

Estaba emocionada. No tenía idea de la razón por la que de pronto parecía demasiado entusiasmada, había ido incontables veces a casinos, era el pan de cada día en su vida. Y aún así...

—Tengo poco tiempo para arreglarme. —dijo ella levantándose para salir del agua sin importar que estuviera desnuda y sintiera un ligero ardor en aquella zona que le acaban de desvirgar.

El Uzumaki la observó con una sonrisa retorcida al verla correr por la habitación como una jodida loca. Cada faceta nueva que descubría de ella era fascínate y no podía evitar gravitar a su alrededor todo el tiempo.

Una hora después Sarada apareció en el recibidor enfundada en un vestido negro largo y ajustado a su cuerpo. Tenía un escote estrapless y una espalda completamente descubierta que le permitía ver los hoyuelos de Venus. La tela era tan delgada que cada pequeña parte de su cuerpo se remarcaba y gracias la abertura en su pierna izquierda podía distinguir sus pequeños pies con unas sandalias altas de correas plateadas.

—¿Me veo bien? —pregunta mordiéndose el labio inferior de rojo carmesí.

La polla se le puso dura sólo de verla. ¿Cuándo sería el día que dejara de excitarlo por el mero hecho de existir?

—Estás perfectamente follable.

Ella sonrió, dejando que acomodara un mechón oscuro detrás de su oreja y acariciara la piel de su cuello con el pulgar.

—Sólo debes decir que me veo bonita.

—¿Por qué? Ya debes estar acostumbrada a que te digan lo hermosa que eres. —la miró directo a los ojos— Prefiero ser directo, te ves muy follable, y ten por seguro que resolveré eso cuando regresemos.

La joven sacudió la cabeza apenada y se aferró a su mano al caminar por los pasillos. El gerente se ofreció a llevarlos personalmente al casino ubicado sorprendentemente dos pisos por debajo del hotel.

Sabía que la atención recayó sobre ellos nada más entrar a la enorme sala. Había al menos una treintena de personas distribuidas en la habitación, mujeres adultas, grupos de jóvenes, parejas y hombres de aspecto serio que parecían discutir sobre política o economía a mitad del juego.

El sitio era una versión más pequeña que el Izanagi o Izanami de Italia pertenecientes a su familia, los muebles sofisticados, los candelabros elegantes y el suelo alfombrado. Fácilmente podría ser un pedacito de Las Vegas.

«Manténte al margen», se exigió internamente.

—Maxim está en la esquina. —susurra él en su oído— Parece que ya ha iniciado con las apuestas.

—Está en la mesa jugando blackjack. —comenta la joven con voz temblorosa.

«No te entrometas», se repite una y otra vez.

La adrenalina comenzó a correr en su torrente sanguíneo y tuvo que obligarse a mantener la calma. No debía llamar la atención, lo más seguro para ella era adoptar un perfil bajo y mantener la boca cerrada la mayor parte del tiempo.

«Mantente al margen, estúpida»

—¡Ya están aquí! —escuchó la voz del ruso llamando la atención de varios en la mesa— Vengan, vengan.

Kawaki deslizó una mano en su espalda baja y la animó a caminar hacia el fondo de la sala donde además de Maxim había otros cuatro sujetos. Los primeros tres saludaron con un ligero asentimiento de cabeza, parecían ser más o menos de la edad del ruso. Sin embargo, al dirigir la mirada hacia el último integrante su cuerpo se puso rígido al instante.

Los ojos magentas del jugador de Polo se clavaron en ella y una extraña sensación la hizo removerse en su sitio. En cambio, Kawaki prácticamente lo desafió con la mirada, había algo en ese sujeto que no le agradaba en lo absoluto.

—Tomen asiento, la nueva partida está por comenzar. —les invita Maxim, deteniendo su atención en la joven— ¿Vas a unirte, querida?

Ella titubeó y por un momento se quedó en blanco.

Se supone que debía mantenerse al margen, entonces, ¿Por qué mierda estaba dudando ahora?