Tal vez habían pasado sólo dos segundos desde que el hombre le hizo la pregunta, pero para ella fue una eternidad en la que no pudo formular una respuesta sin pensar en las consecuencias que podría tener su decisión.
No era sólo unirse a un juego de cartas, no era tan sencillo como eso.
Se trataba de algo más grande: ceder un poco el control de un impulso que apenas podía contener.
Semanas atrás lo hizo en Mónaco, pero se atrevió a darse rienda suelta porque su hermano estaba ahí para obligarla a poner los pies sobre la tierra y traerla de regreso a su realidad. Itachi sabía que ella misma no se perdonaría si se permitiera perder el control.
Por eso se mantenía al margen de los negocios de su familia, de todo lo que implicara a la mafia, porque no quería volver a ser la persona que fue hace tiempo. La Sarada de trece años con cero estabilidad emocional y responsabilidad afectiva no debía regresar por el bien de muchos.
El póquer parecía ser inofensivo, por supuesto, pero a lo que verdaderamente le temía era a disfrutar de jugar con las mentes de sus adversarios. Esa era su jodida especialidad.
—Anda, anímate, no seremos muy rudos. —alienta otro de los sujetos— Diviértete un poco.
Lo que él no sabía era que su concepto de diversión no era nada parecido al de ella.
—¿Quieres jugar? —suavizó la voz el Uzumaki.
—No debería. —niega la joven— Estoy bien si sólo observo.
—Insisto. —añade Maxim— Estamos aquí para divertirnos, nadie va a juzgarte, lo prometo.
Sarada asintió finalmente con un pequeño suspiro y tomó asiento entre Kawaki y otro de los compañeros de juego de Maxim.
—¿Sabes jugar blackjack? —pregunta otro de los hombres.
—Lo jugaba cuando era niña, sí. —contesta y ve la cara de confusión en los presentes— Mi padre me enseñó a jugar.
Esa pareció ser explicación suficiente para que le hicieran una seña al crupier y le repartiera también a ella.
—Y dime, cielo, ¿a qué te dedicas? —pregunta el tercer hombre.
—Soy bailarina del Royal Ballet de Londres. —contesta enseguida, fingiendo estar demasiado concentrada en su juego.
—¿De verdad? —exclama el que tiene al lado— He intentado conseguir entradas para Tokio, pero están agotadas, mi esposa está desesperada por ver la presentación.
—Oh, pues les conseguiré tickets. —se encoge de hombros— Siempre nos regalan pases extras para las familias de los bailarines.
Levantó la vista del juego y al hacerlo se encontró con la mirada del rubio misterioso del otro lado de la mesa. Él la observaba con cautela, no parecía importarle que acababa de entrar de la mano de otro hombre, simplemente lo hacía de manera insistente, como si tratara de descifrarla.
Intentó ignorarlo, pero de algún modo lograba inquietarla. ¿Por qué? No tenía idea, pero le ponía los pelos de punta.
—¿Estás bien? —pregunta Kawaki cerca de su oído.
—Sí. —sonrió por lo bajo ante su preocupación— Apuesta el doble.
—¿Qué?
—Hazlo. —sugiere de último momento y devolvió su atención al juego— Dobla.
Tenía dieciséis sobre la mesa, pedir otra carta era una movida arriesgada, pero ella parecía demasiado confiada de lo que decía.
Y lo que sucedió después lo dejó más confundido que antes: Sarada perdió su mano al pedir una carta y pasarse del veintiuno.
—¿Qué haces? —pregunta sin comprender.
—Perdí. —se encoge de hombros y le dio un trago a su copa de champán.
El crupier miró a Kawaki a la espera y el pelinegro decidió hacer lo que la chica le había dicho con la intención de ver lo que estaba tramando. Entonces apareció: Un cuatro.
—¡Veinte! —gritó Maxim exaltado— ¡Eres el que más se ha acercado!
Lo mismo sucedió en las siguientes cuatro manos, Sarada se las estaba arreglando para perder una y otra vez, no se quedaba lejos, pero no se acercaba del todo.
Había algo que no terminaba de cuadrar. Se veía despistada y no parecía prestarle atención a las partidas, ni siquiera le daba importancia al dinero perdido que apostaba. En cambio, estaba enfocada en entablar una conversación con los demás hombres de la mesa.
—Mi hija sigue insistiendo en matricularse en Harvard para estudiar leyes. —comenta uno de los presentes en tono de burla— Quiere hacerse cargo del bufet cuando me retire.
—¿Y eso es algo tan malo? —pregunta la chica con una ceja alzada— No le veo lo malo a que una mujer quiera llevar el mando.
—Quisiera que se enfocara en darme nietos. —dice ganándose la risa de los otros dos a su lado— Estoy envejeciendo rápido.
—Creo que mi padre preferiría que llevara a la quiebra todas sus empresas antes de verme casándome con alguien. —comenta la pelinegra— Es cuestión de perspectivas, supongo.
—Y yo supongo que debe estar orgulloso de que prefirieras dedicarte a algo más... adecuado para una niña bonita como lo eres tú. —argumenta él— ¿Para qué querrías estudiar si tú belleza no podría apreciarse en una oficina? Es justo lo que pienso sobre mi hija.
Sarada le dedicó una sonrisa que muchos interpretaron como inocente, pero era todo lo contrario.
—Ciertamente está orgulloso, es el primero en reconocer mis talentos, señor. —lo mira fijamente— Pero eso se debe a que los hombres inteligentes no necesitan minimizar las capacidades de una mujer para sobresalir.
Más de uno tuvo que aguantarse la risa, incluido el crupier. Kawaki acarició su muslo por debajo de la mesa y le miró complacido, por un momento creyó tener que intervenir, casi olvidaba lo elocuente que podía ser la mujer a su lado.
—Reparte. —pidió la joven sin tomarse la molestia de reparar en el gesto furioso del sujeto— Creo que voy a ganar esta partida
Y así fue para sorpresa de los hombres en la mesa. Sin embargo, pareció que la suerte no estaba muy a su favor las siguientes partidas porque no volvió a ganar más.
En cambio, Kawaki tuvo éxito en dos de los otros cuatro juegos y con cada vez iba aumentando el número de las apuestas.
—Me gustaría hablar en privado contigo, Maxim. —solicita el Uzumaki con cautela— Ambos sabemos que no he venido aquí sólo a jugar.
—Entonces te escucho. —señaló el lugar con la palma abierta— Hablemos de negocios aquí, no me molesta el público.
—Ya tienes mi oferta, sólo ocupo una respuesta.
—Verás... sigo sin estar muy convencido. —sacude la cabeza— A decir verdad tu oferta es más que generosa, pero no estoy seguro de querer aceptarla.
Puede que tuviera un motivo personal para negarse a la venta, pero la manera en la que intentaba declinar no parecía la correcta. Tal vez era la emoción de las apuestas, la adrenalina que le causaba estar en una mesa de juego. Ella conocía bien las señales, estaba familiarizada con ellas, trató miles de veces con personas así.
—Eso me suena a una buena apuesta. —exclama el mismo sujeto de antes— ¿Por qué no lo dejas al azar, Maxim?
Ofrecerle una apuesta a un adicto al juego era peligroso. Casi podía ver los engranajes de su cerebro funcionar aceleradamente y esa chispa de excitación apareciendo en sus ojos.
—Y hagámoslo más interesante. —sonrió con malicia— ¿Por qué no dejamos que la señorita juegue la mano de Kawaki?
—No seas cruel con ella sólo porque acaba de humillarte. —comenta otro encendiendo un cigarrillo— Eso es bajo hasta para ti.
—¿No debería ser yo el que deba crear su propia suerte? —alza una ceja el Uzumaki— No me gusta eso de quedarme en el banquillo.
Sarada frunció un poco la nariz al percibir el olor del tabaco, pero no dijo nada al respecto.
—Puedo hacerlo. —se encoge de hombros— A cambio...
—¿Quieres negociar, querida? —pregunta Maxim con una sonrisa en los labios— Demuéstrame que eres digna hija de tu padre.
—Quiero cambiar la oferta. —alza una ceja— Si ganas, no tendrás que venderle la propiedad y además de eso pagaré el monto que ofreció Kawaki, ni un dólar menos.
—¿Qué haces? —interviene el Uzumaki frunciendo el ceño, completamente estupefacto.
Ella lo ignora y logra ver la mirada brillante de Maxim mientras se inclinaba con interés por lo que acababa de escuchar.
—¿Y si pierdo? —inquiere cruzando las manos sobre la mesa— ¿Qué vas a pedir, querida?
—La propiedad por la mitad de su valor real. —dice con simpleza— Y además, sus servicios como constructora, por supuesto.
—¿Estás pidiendo que firme la venta y construya en mi propiedad por un cuarto del dinero de lo que Kawaki ofrece? —exclama con incredulidad— ¿De dónde sacas tanto valor para pedir algo como eso? Es un disparate.
—Seamos sinceros, él está dispuesto a pagar el doble, lo cual es una estupidez en primer lugar. —pone los ojos en blanco— Y yo no estoy dispuesta a aceptar menos de lo que acabo de pedir después de que me ofrecí a regalar una cantidad escandalosa por nada en caso de perder.
Maxim abre los ojos sorprendido ante su osadía.
—Cubrimos los recursos, pero tú pones la mano de obra. —añade— Creo que es una apuesta justa. ¿O tienes miedo?
—Me sorprende tu frescura, muchacha. —dice el hombre que puso la apuesta en la mesa— Teniendo en cuenta que sólo has ganado una vez en toda la noche.
Eso pareció darle el último empujón a Maxim para acceder y le ofreció la mano a la chica delante de todos los demás.
—¿Estás loca? —preguntó Kawaki cerca de su oído.
—Confía en mí. —pide ella— ¿Quieres la propiedad? La tendrás.
Él seguía sin estar muy convencido, pero decidió recostarse en el respaldo y mantenerse al margen. Sarada era una jodida desquiciada, pero parecía muy confiada. Tenía esa chispa audaz de la que no podía evitar prenderse y alejarse sólo para disfrutar el espectáculo.
Por su lado, ella deslizó su pequeña mano sobre la del ruso y de esa manera sellaron la apuesta. El crupier repartió de nuevo y la tensión en el ambiente de pronto se sintió abrumadora.
El Blackjack era un juego rápido, sólo se repartían dos cartas y el ganador era el que consiguiera el número más cercano al veintiuno sin sobrepasarse y al mismo tiempo debía ser mayor al número que sacase la casa. Puedes pedir las cartas que quieras o plantarte si no estás seguro de que la siguiente pueda serte útil.
Maxim frunció los labios ante las cartas que le tocaron y se llevó una mano al mentón de manera pensativa.
—No creo que debas arriesgarte, Maxim. —aconseja el hombre a su lado— Un diecisiete es bastante bueno.
Sarada vio su juego con aburrimiento: un siete y tres que sumados daban un diez.
—No es suficiente. —niega el ruso, tamborileando sus dedos sobre la mesa, esa era la señal en los casinos para pedir una carta más.
Kawaki retuvo la respiración cuando el crupier mostró una carta baja y el castaño sonrió complacido. Ahora en su cuenta Maxim tenía veinte y en ese momento agitó su mano como señal para plantarse en ese número.
La pelinegra tamborileó los dedos sobre la mesa y recibió una nueva carta. Un rey con valor de diez.
—Plántate. —sugiere Kawaki— Queda en empate y terminamos con esta ridiculez.
La mirada magenta del hombre rubio estaba sobre ella, no perdía detalle de ninguno de sus movimientos y la Uchiha pareció darse cuenta porque se removió inquieta bajo su escrutinio. Había algo en él que no le gustaba. Era guapo, sí, demasiado atractivo para pasar desapercibido, pero parecía prestarle más atención de la estrictamente necesaria.
—Querida, terminemos con esto. —añade Maxim— Dejémoslo como una buena anécdota para la posteridad.
—¿Estás acobardándote? —alza una de sus cejas oscuras— Porque yo no.
—Me parece sucio aprovecharme de la ingenuidad de una jovencita. —sacude la cabeza— Sé que quieres ayudar a Kawaki, pero no tienes que...
—Si gano, ¿cómo tendré la certeza de que cumplirás con tu palabra?
—Para mí la palabra es sagrada. —confirma con seriedad— Pero no creo que debamos continuar, estás arriesgando una cantidad estrafalaria, hasta yo soy consciente de eso.
—El que no se arriesga se condena a vivir en la mediocridad.
La Uchiha se encogió de hombros y miró al crupier para hacerle la misma señal de antes. Y entonces sucedió lo inesperado: Un As. La carta que podía utilizarse según te convenga, funcionaba como un once o como uno. En este caso servía para formar el esperado veintiuno.
—Yo gano. —le mira con despreocupación y le da un trago a su copa de champán ante las reacciones de estupefacción.
Maxim se puso tan lívido como una hoja de papel y se dejó caer en el respaldo de su asiento. Parecía que le hubiesen dado un puñetazo en el estómago y le sacaran la respiración de golpe.
—Espero una reunión el día de mañana para ponerlo por escrito y ultimar detalles. —añadió la Uchiha con tranquilidad— Fue un placer, caballeros.
Hizo el amago de ponerse de pie, pero el castaño se levantó al mismo tiempo con semblante de angustia.
—¡Espera! —grita el ruso— ¡Doble o nada!
—Con todo respeto, ya no tienes nada que me interese.
—Quiero la oportunidad de recuperar la propiedad. —pidió casi en tono de súplica— Tiene valor sentimental.
—No lo suficiente si a la primera aceptas apostarla. —contesta con severidad— Acceder fue tu primer error, y ese ya no es mi problema.
Esta vez consiguió ponerse de pie y el pelinegro junto a ella la imitó. Era raro para él mantenerse al margen de una negociación, pero también pudo apreciar una nueva faceta de ella que era... excitante.
—Una apuesta es una apuesta, Orlov, espero la reunión el día de mañana. —menciona el Uzumaki deslizando su mano por la cintura femenina con cierta posesividad al percibir la atención del jugador de Polo— Lamento tener que retirarnos, pero ha sido un día bastante agitado y ella necesita descansar.
Sarada se mordió el labio inferior al sentir su cercanía y sus mejillas se ruborizaron sólo un poco. Seguía sin procesar muy bien sus propios sentimientos por él.
Les dedicó una última mirada al grupo de hombres en la mesa y se despidió con un asentimiento de cabeza.
—¿Lo hice bien para ser una niña bonita graduada de Oxford, señor? —sonríe al pasar por el lado del sujeto con el que discutió anteriormente y él permaneció en silencio— Eso creí. Le deseo suerte a su hija, no por Harvard, sino por el sacrificio que significa el tener un padre como usted.
Kawaki reprimió una nueva sonrisa de genuino orgullo y la tomó de la mano para sacarla de allí. Joder, decir que estaba excitado por aquel arrebato sería quedarse corto, pero ver su mirada somnolienta en cuanto entraron al ascensor le hizo contener las ganas que tenía de arrancarle ese vestido.
—Ya casi estamos, bambi. —susurró en su oído, guiándola fuera del elevador— Te llevaré a la cama.
—¿A dormir? —hizo un mohín gracioso— ¿Qué pasó con eso de te ves muy follable y lo resolveré en cuanto regresemos?
—No me tientes. —la besó en la cabeza— Pero estás a punto de quedarte dormida.
Eso era cierto, sus párpados comenzaban a pesarle y su cuerpo ya resentía el cansancio acumulado de las sesiones demandantes de sexo a las que había sido sometida anteriormente.
Fue por eso que no opuso resistencia al ser levantada en brazos al atravesar el umbral de la puerta de su habitación para caminar con ella hacia la recámara principal.
—¿De verdad estás deteniéndote porque tengo sueño? —sonrió acurrucándose contra su pecho— Qué caballeroso, señor Uzumaki.
—Me gusta que tengas energía para gemir mi nombre, es todo. —contesta en tono burlón— Y ahora estás demasiado cansada para aguantar siquiera una ronda.
—Mmm. —asiente ella mientras la recuesta en el mullido colchón— ¿Tomas viagra o algo así? Siempre estás duro.
Ella creía estar alucinando por el sueño, pero juró que oyó la risa enronquecida de Kawaki filtrándose en el silencio de la habitación, eso la hizo sonreír también.
El Uzumaki buscó una camiseta de algodón entre sus cosas y se las arregló para sacarle el vestido por encima de la cabeza intentando no desviar la mirada a sus preciosos senos redondos y se la colocó rápidamente para dejarla acomodarse sobre el lado izquierdo de la cama.
Verla usando su ropa era... extraño, pero no le molestaba. Se veía inusualmente sexy con aquella camiseta gris que era enorme para su pequeño cuerpo.
—Deja de mirarme, acosador. —sonrió con los ojos cerrados— Sé que soy lo más bonito que has visto, pero comienzas a darme miedo.
—¿Nunca cierras la boca?
—¿Y tú no puedes ser menos imbécil? —refunfuña— Acabo de ganar la propiedad que querías, ¿no merezco un trato más cálido?
Él se metió a la cama junto a ella después de quitarse la ropa y ponerse únicamente el pantalón de pijama. Sarada sintió sus manos escabulléndose por su cintura y segundos después la hizo apegarse a su cuerpo.
—Tengo frío. —dice sin mirarla.
Era imposible que tuviera frío, la calefacción estaba encendida. Ella se mordió el labio para evitar sonreír y deslizó sus brazos encima de su torso para acurrucarse contra él. ¿De verdad estaba fingiendo sólo para conseguir un abrazo suyo?
—¿Eres consciente de que has tenido mucha suerte al sacar un As? —susurra contra su cuello— Cualquier otra carta te habría hecho perder.
Sarada se encogió de hombros.
—No iba a perder. —dice con sencillez— Yo sólo pierdo cuando quiero.
Él arqueó una de sus cejas con incredulidad.
—¿Por qué crees que estoy vetada en todos los casinos de Francia y sus alrededores? —se ríe— No me metí en problemas en Mónaco sólo por ser bonita. Fui a un casino con mi hermano, dejé en bancarrota a un tipo y los de seguridad me identificaron.
—¿Cómo...
—Contar cartas es fácil, sólo debes tener una memoria prodigiosa.
Sus ojos brillaron con diversión y una sonrisa coqueta tiró de sus labios. Se veía jodidamente preciosa y él no resistió el impulso de besarla.
—Ahora entiendo. —coloca un mechón oscuro detrás de su oreja después de separarse de su boca.
A ella le gustaba cuando hacía eso.
—Juro que mi mente lo hace de manera automática. —dice avergonzada— Son simples matemáticas y yo siempre he sido buena con los números.
—¿Perdiste a propósito casi todas las partidas de la noche cuando podrías haber pateado sus culos desde el principio? —pregunta ciertamente incrédulo— Joder, eso es sexy.
Sarada volvió a encogerse de hombros y apoyó su rostro en su pecho desnudo. Su respiración era tranquila y el latido rítmico de su corazón poco a poco comenzaba a arrullarle.
—¿Crees que Maxim cumpla con su palabra? —cuestiona acariciando su espalda en suaves círculos.
—Sí, pero creo que deberías hacer una nueva oferta. —susurró la joven— Paga la propiedad por su valor real y a cambio ofrécele algo que lo deje satisfecho, un monumento con el nombre de su abuelo, yo que sé.
—¿Por qué debería? —arquea una ceja— Ganaste la apuesta.
—Porque es lo mejor. —balbucea medio dormida— Te ganas un socio leal y evitas rencores futuros.
Kawaki se quedó pensativo después de lo que le dijo y justo cuando creyó que había quedado rendida la sintió levantarse solo un poco para verlo a los ojos con una sonrisa tímida.
—Casi lo olvido. —frota sus labios contra los suyos con suavidad— Tu beso de buenas noches.
Volvió a acurrucarse en sus brazos y a los pocos segundos se quedó dormida. Él sólo fue capaz de observarla dormir pegada a su torso y deslizó la punta del dedo índice por su mejilla.
Era una cosita bonita, tanto que no lograba encontrar una imperfección en su rostro. No había nada que no le gustase de ella, y ya comenzaba a acostumbrarse a sus manías, a sus cambios de humor, al calor de su cuerpo, a la suavidad de su piel y el tacto de sus manos.
Entonces se halló desconcertado. ¿Desde cuándo disfrutaba acurrucarse con alguien sin un trasfondo sexual?
La palabra acurrucar ni siquiera debería ser parte de su vocabulario. Sin embargo, ahí estaba.
Y con ese pensamiento perturbador se quedó dormido.
(...)
—¿Segura que no quieres acompañarme? —pregunta mirándola frente al espejo arreglándose el cabello en una coleta alta.
La piel pálida de su cuello quedaba expuesta y no pudo evitar agacharse para dejar un beso allí. Tenía esa necesidad de tener sus manos sobre ella todo el tiempo, o sus labios, en este caso.
—Alena y yo tendremos un día de spa. —se gira para rodear su cuello con sus brazos y se puso de puntas para plantarle un beso en la boca— Nos arreglarán las uñas y todas esas cosas de chicas. Tú y Maxim tendrán que arreglárselas sin nosotras por un rato.
Cualquier persona que los viera podría pensar que eran una pareja normal con una relación de años cuando en realidad ni siquiera eran una pareja, pero parecía que ellos dos no sabían que inconscientemente ya actuaban como si lo fueran.
—No te metas en problemas. —pidió estrechando los ojos.
—¿Yo metiéndome en problemas? Jamás. —sonrió con socarronería y permitió que hundiera su rostro en el hueco de su cuello para olisquear su perfume.
—Me gusta como hueles. —dice en un susurro— Puedo reconocer tu olor nada más entrar en una habitación.
—Más vale, es un perfume carísimo. —se ríe atrapando su rostro con ternura— Nos vemos para la cena, ¿de acuerdo?
Él la dejó ir por unos segundos sólo para alcanzar su brazo y tirar de ella para poder besarla por última vez antes de dejarla marcharse. Sarada lo miró con ojos brillantes y se despidió con una sonrisa coqueta.
Joder, estaba tan pillada por él que tenía ganas de besarlo todo el tiempo, cada minuto del maldito día si era posible.
¿Cómo es que en tan poco tiempo se creó una dependencia emocional tan fuerte?
Se perdió en sus pensamientos durante todo el viaje en el ascensor y cuando salió al lobby del hotel visualizó la cabellera rubia de Alena perfectamente peinada en un moño alto y la mujer no dudó en recibirla con un abrazo cargado de entusiasmo cerca de la chimenea del recibidor.
—Por un momento creí que Kawaki no te dejaría escapar de sus garras. —se ríe Alena— Acapara toda tu atención.
—Eso no es verdad. —niega avergonzada, aunque ella sabía que tenía la razón.
Toda la mañana la pasaron enclaustrados en su habitación, pidieron servicio al cuarto y desayunaron juntos en la cama. Después de eso tomaron un baño y para sorpresa suya, Kawaki la dejó lavarle el cabello una vez más, algo que secretamente comenzaba a gustarle.
—Maxim me habló sobre lo que sucedió anoche. —comenta la mujer mientras caminaban juntas hacia la salida del hotel— Dijo que le ganaste limpiamente en el Blackjack.
—No me enorgullece lo de la apuesta. —se encoge de hombros— Por eso le sugerí a Kawaki que buscara un trato justo donde ambas partes estuvieran satisfechas.
—Creo que significaría mucho para mi marido. —asiente la rubia y seguido de eso sacudió su mano en el aire— Pero eso es tema de negocios y no estamos aquí para eso, hoy haremos cosas de chicas.
Sarada creyó que estaba ablandándose un poco porque si hubiera escuchado esas palabras meses atrás de parte de alguna de sus amigas habría puesto los ojos en blanco y se hubiese dado media vuelta para regresar por donde vino.
Pero ahora estaba genuinamente emocionada por pasar el rato con la mujer junto a ella. Lo primero en la lista era conseguir un atuendo para esa noche, esperaban tener una cena de celebración y no una llena de incomodidad. Después irían al salón de belleza para arreglarse el cabello y hacerse una manicura en el spa mientras recibían masajes o algo por el estilo.
—Un vestido blanco, quiero verte usando uno. —sonríe Alena— Así me voy haciendo una idea de lo bien que te verás en tu boda, porque me invitarás, ¿verdad?
—Para casarme primero debo tener un novio. —contesta con burla— Pero sí, te añadiré a la hipotética lista de invitados.
—¡Eso es lo que crees tú! —le guiña el ojo— Creo que estás cerca de convertirte en una esposa.
La Uchiha sacudió la cabeza con las mejillas ligeramente sonrojadas y se metió en la parte trasera del auto que las llevaría al centro comercial.
¿Ella casándose? No, era impensable. ¿Con Kawaki? La sola idea parecía imposible, pero al analizarlo detenidamente se dio cuenta de que no estaba desechando la idea por completo.
¿De verdad... estaba considerando en la posibilidad de un futuro juntos? ¿Ella? ¿La que se habría cortado un brazo antes de admitir que quería una familia como la que sus padres formaron en el pasado?
Tal vez.
Pasaron las siguientes dos horas entrando a tienda tras tienda de ropa de marcas exclusivas en busca de algo para ponerse esa noche hasta que encontraron un par de atuendos que les gustaron lo suficiente para dar por terminado el recorrido.
—Creo que deberías ponerte guapísima y confesarte. —sugiere la rubia en cuanto entraron al salón de belleza— Pon las cartas sobre la mesa, cariño, da el primer paso. Eres una chica valiente a la que le gusta tomar las riendas de la situación.
¿Pero qué le diría? ¿Que había sido tan idiota como para enamorarse aún cuando acordaron no hacerlo?
—Le temes al rechazo, ¿verdad? —concluyó Alena acariciando su brazo— Yo pasé por lo mismo, querida. Los hombres son idiotas y tardan en darse cuenta de sus sentimientos.
Sarada permaneció en silencio, en especial cuando un par de mujeres las dirigieron hacia una habitación privada dentro del local y les hicieron cambiarse sus ropas por batas satinadas para después comenzar con la pedicura y manicura.
—Toma mi experiencia como un buen ejemplo. Maxim le tenía miedo al compromiso igual que yo, pero poco después de iniciar nuestros encuentros casuales nos dimos cuenta de que la conexión entre nosotros era... diferente. —explica con una pequeña sonrisa— Después me enfermé de neumonía por tener sexo en el capó de su auto bajo la lluvia y él me cuidó durante días... se portó tan lindo conmigo que mi lengua se soltó y le dije que estaba enamorada.
Las mujeres que les estaban arreglando las manos la miraron como si le hubiesen salido dos cabezas, pero ninguna dijo nada. Al parecer la rusa tampoco tenía filtro y no le importaba divulgar sus intimidades en público.
—¿Y qué pasó después?
—Al principio se asustó, por supuesto. —se rió con las mejillas ruborizadas— Pero luego me confesó que él también sentía lo mismo y nuestra relación se volvió oficial, el resto de la historia ya la sabes.
Hubo un silencio incómodo por parte de la pelinegra antes de girarse a ver a la mujer embarazada.
—No creo que sea nuestro caso. —suspira mordiéndose el interior de la mejilla— Boruto también está en la ecuación, no queremos dañarlo.
—Cariño, nunca vas a ser feliz si piensas en los demás. —la aconsejó en tono maternal— Tomes la decisión que tomes alguien saldrá lastimado, y esa persona podrías ser tú en caso de reprimir tus sentimientos.
Ya ni siquiera negaba el hecho de tener sentimientos por Kawaki, porque los tenía, era una realidad. Estaba enamorada hasta la médula, no concebía descansar en otros brazos que no fueran los suyos, ser besada por otros labios, tocada por otras manos.
¿Se merecía ser feliz? Probablemente no después de todo lo que había hecho, pero aún así quería intentarlo.
—Se lo diré. —asiente con una pequeña sonrisa— Hablaré con él después de la cena.
—¡Esa es mi chica! —chilla Alena emocionada— Espero haber parido a tiempo para la boda y...
Sarada ya no la estaba escuchando, de pronto sentía tantos nervios que le dieron nauseas. ¿De verdad le diría a Kawaki que estaba enamorada?
Sí. Se lo diría. ¿Qué podía perder?
(...)
—No esperaba tu propuesta. —exclamó con una sonrisa amistosa— Estaba seguro de que vendrías directamente a reclamar tu premio.
—Para ser justos, no era mi premio en primer lugar, fue Sarada quien ganó.
Las luces del sitio eran tenues y las mesas a su alrededor ya estaban ocupadas. Era un restaurante elegante de comida italiana dentro del hotel, con candelabros en el techo y velas encendidas en los centros de mesa.
—Impresionante la manera de jugar de esa chica, por cierto. —se ríe un poco— Es todo un estuche de monerías.
—Lo es. —sin duda, cada vez descubría más cosas nuevas— Fue ella la de la idea también.
—Es visionaria. —asiente complacido— Sus padres son iguales, ambos.
Al final lograron llegar a un acuerdo, Maxim vendería la propiedad a un precio justo, contrataría sus servicios como constructora y a cambio él le pondría el nombre de su abuelo a un ala del hipódromo.
—Ahí vienen. —señaló con la cabeza la entrada del restaurante.
Alena llevaba su cabello rubio suelto y liso cayendo a cada lado de su rostro. Tenía puesto un vestido ajustado color bermellón que resaltaba la existencia de su vientre abultado y unas sandalias de tacón bajísimo.
Por su lado, Sarada apareció detrás de ella luciendo arrebatadora. El aire se le quedó atascado en los pulmones al ver su cabellera larga y oscura peinada en ondas que caían con gracia por su espalda como una cascada armónica. Y ese vestido... era largo hasta las pantorrillas y lo suficientemente ajustado para amoldar cada una de sus curvas. Tenía un escote strapless que dejaba entrever el inicio de sus pechos y una espalda descubierta que comenzaba a volverlo loco.
Podía imaginarse arrancándoselo antes de llegar a la puerta de su habitación. Así de bien se veía. Cada hombre dentro de aquella habitación podía confirmarlo.
—Está hermosa, ¿verdad? —le preguntó Alena directamente a él, provocando el tener que aclararse la garganta.
—Sí.
Por un momento vio las mejillas de la joven teñirse de rojo, pero al segundo siguiente se hallaba enfrascada en la carta del menú. Estaba comportándose raro, demasiado callada para ser ella y eso lo llenó de intriga porque no conocía nada que pudiera hacer que cerrara la boca por mucho tiempo.
Minutos después el mesero se acercó para pedir su orden y se retiró educadamente luego de tomar el pedido de cada uno.
—¿Te divertiste, bambi? —preguntó en voz baja, aprovechando que el matrimonio frente a ellos estaban ocupados hablando de otra cosa.
—No lo sé, ¿tú te divertiste sin mí?
Él intenta reprimir una sonrisa, pero no lo consigue del todo.
—Cerrar un buen trato siempre es divertido. —contesta deslizando su mano por debajo de la mesa para alcanzar su muslo.
—Oh. —parpadea con inocencia— En ese caso no te molestará que yo también tuve un poco de diversión con el jugador de Polo que me encontré de camino al restaurante.
No era del todo mentira, sí que se lo encontró en la entrada, pero el rubio sólo le dedicó un guiño de ojo y siguió su camino hacia un rincón del lugar.
—¿Qué tipo de diversión? —pregunta con el ceño ligeramente fruncido— ¿Como la que yo te doy?
Ella se acercó un poco para susurrarle al oído y el pelinegro terminó de agacharse para escuchar lo que tenía para decir al mismo tiempo que la mano que seguía sobre la pierna de la joven se convertía en un puño. ¿Qué era ese maldito sentimiento que le atenazaba la garganta de sólo imaginarla hablando con otro hombre que no fuera él?
—¿Y bien? —exige saber.
Sarada sonrió.
—No, creo que nadie pueda darme la diversión que me das tú.
Y así como si nada la lava burbujeante corriendo por sus venas se esfumó. Sólo bastaron unas pocas palabras de ella para lograr apaciguar la sensación amarga.
—Quiero helado de postre. —pidió con una mirada inocente mientras batía las pestañas.
—Pide lo que quieras, me da igual.
—Pero lo mantendrás en secreto, ¿verdad? —achica los ojos— Se supone que no puedo comer nada de eso mientras estoy de gira.
—¿Y cuando sí puedes comerlo?
Ella se quedó en silencio meditando su respuesta y eso le hizo fruncir el ceño.
—Nunca, en realidad. —parpadea consternada— Me he excedido con las calorías desde Aspen y tus desayunos con waffles.
—Creo que tendré una pequeña charla con tu nutriólogo, comes muy poco, no eres un pajarillo. —dice dándole un pequeño apretón en su pierna— En el peor de los casos le daré la queja a tu madre.
—No te atrevas a involucrar a mi madre. —advierte entre risas— ¿No la conoces? Está demente.
Él alzó una ceja con incredulidad, sabía que la matriarca Uchiha tenía un carácter fuerte, pero no era la primera vez que alguno de sus hijos se refiriera a ella como una lunática cuando el asunto lo requería.
Siempre fue la amable y sonriente mujer de Sasuke Uchiha que le hablaba con cariño a todo el mundo e irradiaba calidez, incluso con él.
—Come, bambi. —señala los espaguetis a la carbonara que minutos antes dejaron frente a ella— Que nada quede en el plato o no hay gelato para ti.
Vio que sus ojos brillaban un poco más que antes y tomó los cubiertos al instante para empezar a comer. Ella se tomaba en serio el gelato. Siempre.
—Me gustaba cuando papá me llevaba por gelato cuando era niña. —comenta con una sonrisa radiante— Al menos cuando lo irritaba lo suficiente para convencerlo de ir.
—No sé porqué no me sorprende. —pone los ojos en blanco— Es algo que definitivamente harías.
—¡No soy la única mala de la historia! Él me chantajeó una vez con helado para que me olvidara de que me confundió con otra niña! —frunce los labios indignada— ¿Puedes creerlo? Ese rencor me lo llevaré hasta la tumba.
—¿Y eso cuándo pasó?
—Se supone que debía recogerme de mi clase de ballet. —explica la pelinegra— Yo lo estaba esperando junto a la puerta con mi adorable tutú rosado y él pasó por mi lado intentando arrastrar a otra niña a la salida. ¡Es un cabezota! No se dio cuenta de que estaba frente a sus narices.
Kawaki reprimió una carcajada al imaginarse la escena. De pronto apareció en su mente una versión miniatura de Sarada rabiando del enojo y se descubrió sonriendo ante aquel pensamiento.
La siguiente hora se dedicó a escucharla hablar, no le molestaba, ella podía llenar el silencio por ambos. Pronto Maxim y Alena se unieron a la conversación, comentando lo mucho que les gustaría que estuvieran allí para el bautizo de su hija que tentativamente sería en Octubre, poco más de cuatro meses después de su nacimiento programado a finales de Mayo.
El Uzumaki desvió la mirada hacia la pelinegra y casi puso los ojos en blanco al verla gemir de satisfacción al probar la primera cucharada de la copa con gelato de vainilla que recién pusieron frente a ella.
—¡Al diablo las calorías! —chilló encantada, atiborrándose de postre.
—Así se habla, cielo. —apoya la rubia— ¡Al diablo las calorías! ¡Al diablo las dietas y arriba los antojos de embarazada!
Sarada ríe ante su ocurrencia, pero no dejó que la mirada de ambos hombres en la mesa la cohibieran ni un poco. Alena parecía igual de extasiada comiendo cucharada tras cucharada de gelato y pronto su copa de cristal quedó vacía.
—¿Vas a comerte el tuyo? —se inclinó hacia el pelinegro mordiéndose el labio inferior.
Kawaki resopla con falsa molestia y desliza su propia copa hacia ella para que también pudiera acabarse su gelato. A él no le gustaban mucho los postres de todos modos.
—Parece que llevas días de hambruna. —se mofa de ella con una sonrisa de medio lado.
—¡No te metas con mi amor por el gelato! —lo apunta con la cuchara en tono de reproche.
Él sacude la cabeza con resignación y desvía su atención hacia Maxim con el que rápidamente entabló una conversación acerca de reunirse al día siguiente a primera hora para firmar el contrato que sus abogados seguramente ya habrían enviado para entonces.
Sarada recorrió con la vista el lugar y casi como si fuera premeditado se encontró con la misma mirada magenta observándola desde una de las mesas del rincón. El hombre rubio y atractivo del Polo le guiñó uno de sus ojos por segunda vez en la noche y le sonrió de una manera encantadora que a cualquier mujer le habría vuelto loca.
Al menos a cualquiera que no estuviera enamorada de alguien más.
Intentó aclararse la garganta e ignorar la sensación inquietante que la embargó, pero entonces sintió la boca pastosa, como si hubiese tragado un puño de arena y los inconfundibles pitidos al intentar respirar se hicieron presentes.
Alena fue la primera en darse cuenta de que algo no estaba bien con ella y la llamó un par de veces por su nombre, pero la voz no le salía para contestar. Se sentía aturdida y la dificultad para respirar se hizo evidente.
—¿Qué sucede? —solloza la rubia asustada.
Pero no había nadie más asustado que él, en especial cuando la joven parecíó querer desvanecerse en cualquier momento.
—Tiene una reacción alérgica. —concluyó él al ver que la chica señalaba el gelato. Era imposible, él pidió específicamente que nada tuviera frutos secos.
Sarada intentó hablar, pero se estaba quedando sin fuerzas, tenía el horrible hormigueo en la boca y su pulso iba rápido. Perdería el conocimiento pronto a juzgar por sus intentos de mantener los ojos abiertos.
—¡Tenemos una emergencia! —gritó Maxim al personal del restaurante que se movilizó de inmediato— ¡Necesitamos un médico!
Kawaki alcanzó a sostenerla antes de que cayera de su asiento y la pegó contra su cuerpo con el corazón latiéndole desbocado. Vio que señalaba débilmente su bolso y no dudó en hurgar en su interior en busca del medicamento que ella siempre cargaba consigo.
—No dejes de intentar respirar, bambi. —pidió en un tono de súplica— Estarás bien, ya lo tengo, sé lo que debo hacer.
Intentó aparentar que tenía todo bajo control, pero por dentro era un manojo de nervios. Joder, estaba aterrorizado, en especial después de que su rostro comenzaba a perder color.
Recordó la breve explicación que le dio cuando encontró la inyección en su bolsa la última vez y siguió al pie de la letra sus instrucciones. La acunó contra su pecho mientras le quitaba la tapa dejando al descubierto la pequeña aguja y descubrió la parte externa de su muslo para clavarla allí con todo el cuidado que sus manos temblorosas le permitieron.
Ya estaba, la epinefrina entró en su sistema, debía funcionar, ¿verdad?
Se veía tan frágil y vulnerable en sus brazos... ni siquiera parecía la mujercita fastidiosa que buscaba discutir todo el tiempo.
—Estás bien, bambi. —acarició su rostro con una ternura casi dolorosa y pegó su frente contra la suya— Sólo respira. Necesito que respires.
Sabía que su alrededor era un caos, pero él sólo estaba concentrado en ella y en que su corazón siguiera latiendo. Su pulso era débil, pero ahí estaba.
No tenía idea de cuánto tiempo pasó, lo único que supo fue que dos paramédicos aparecieron de un momento a otro con una camilla y le pidieron que la recostara con cuidado. Él obedeció, pero ninguno fue capaz de convencerlo de soltar la mano femenina de la que se estaba aferrando.
—¿Es familiar suyo? —preguntó uno de los paramédicos al subir a la ambulancia— ¿O cuál es su parentesco?
Kawaki no supo qué responder a eso. No eran familia, desde luego que no, pero tampoco eran una pareja, ni siquiera podía decirse que eran amigos.
—Es su prometida. —contesta Maxim de inmediato— Debe dejar que los acompañe en la ambulancia, nosotros los alcanzamos en el hospital.
Todo sucedía demasiado rápido a su alrededor y la preocupación de verla aún inconsciente le atenazaba la garganta. Ni siquiera le importó que Maxim se refiriera a ella como su prometida y tampoco se molestó en corregirlo, simplemente se subió a la ambulancia junto a ella y se situó a su lado sin perderla de vista.
—Actuó a tiempo. —menciona uno de los paramédicos de camino al centro médico más cercano— Sus vías respiratorias parecen estar desinflándose, estará bien, no hay necesidad de trasladarla a un hospital de alta especialidad.
—¿Kawaki? —escuchó su vocecita mientras seguía luchando por recuperar la consciencia, sus ojos apenas se abrieron en una rendija.
—Aquí estoy, bambi. —se aclaró la garganta y acarició con suavidad su mejilla— Sigue respirando, ¿de acuerdo?
Si le hubiesen dicho que su reacción alérgica siempre terminaba en anafilaxis habría tomado más medidas de precaución. ¿Siempre era así de aterrador? ¿Su vida siempre corría peligro de esa manera sólo por probar una maldita nuez?
Ahora entendía la razón por la que sus padres eran tan cuidadosos en ese aspecto, en algún momento creyó que era una exageración, pero después de esto... joder, no volvería a fumar un maldito cigarrillo frente suyo si eso de alguna manera contribuía a que sus síntomas empeorasen. Jamás.
Llegaron a una pequeña clínica, no era un centro médico de primer nivel, pero era entendible debido a que se hallaban en un sitio que era en su mayoría turístico. Si quería que la trasladaran debían llevarla en helicóptero, pero las enfermeras que la atendieron nada más llegar le aseguraron que no tenía caso remitirla porque estaba fuera de peligro.
Recuperó la consciencia en cuanto le asignaron una habitación donde estaría en observación por al menos las siguientes horas. Kawaki se sentó al lado de la camilla en un sofá que parecía pequeño e incómodo para su enorme cuerpo, pero no se quejó, se mantuvo allí pendiente de cada movimiento que hacía.
—Estoy bien. —susurró la joven con la voz enronquecida y le ofreció una sonrisa débil— Lo hiciste como un profesional, creí que debía inyectarme yo misma.
—Estabas casi inconsciente, ¿cómo ibas a hacerlo? —frunce el ceño— Sólo... cállate y descansa.
—¿Estás molesto conmigo?
—Sí. —gruñó— Estoy molesto contigo por ponernos en esta situación.
¿No entendía lo asustado que estuvo? La última vez que sintió tanto miedo fue hace casi una década y media atrás cuando asesinaron a su madre frente a sus ojos y él por poco pierde la vida también. Fue la única ocasión que experimentó un verdadero terror, hasta ahora.
Y eso lo sacó de balance. ¿Cómo mierda había permitido que esa chica fastidiosa se metiera tan profundo en su piel que la idea de que pudiera morir le causó pavor?
Sarada supo leer entre líneas y percibió lo angustiado que estaba todavía, así que buscó su mano a tientas sobre el colchón de la camilla y entrelazó sus dedos con la suya.
Él miró el cable de la vía intravenosa conectado a su muñeca y su ceño se profundizó más que antes.
—No se lo digas a mis padres. —pidió en un susurro— Mamá se pondrá loca y papá es un controlador de mierda capaz de viajar hasta aquí para llevarme a un maldito hospital de Hong Kong o algo así.
—¿Por qué te lo tomas tan a la ligera? —masculla en tono molesto— Si te hubieses visto luchando por respirar...
—Estoy bien. He pasado por esto antes. —le recuerda dándole un apretón a su mano— La epinefrina siempre hace la diferencia, así que me quedaré aquí unas pocas horas hasta descartar una reacción bifásica, luego me darán el alta y podremos irnos.
Él terminó de escucharla con un semblante serio, perdido en sus pensamientos y se deshizo del agarre de su mano dejándole desconcertada.
—Voy a hablar con el doctor. —se puso de pie— Alena y Maxim están fuera, iré con ellos después, intenta descansar.
Y se fue dejándola sola en la habitación. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué de pronto estaba comportándose como si le fastidiase seguir en la misma habitación?
Intentó ignorar el desazón que dejó en ella el verlo abandonarla sin darle una última mirada. Un momento parecía preocupado y al minuto siguiente era como si no le importara nada.
Cuatro horas después, el médico entró para hacerle un último chequeo antes de darle el alta, pero Kawaki no regresó en todo ese tiempo. Una enfermera le llevó sus pertenencias y le ayudó a cambiarse luego de quitarle la intravenosa.
Ella no tenía ningún tipo de molestia física, pero se sentía exhausta, débil.
Y a los pocos minutos de que terminara de vestirse lo vio entrar por la puerta de la habitación con una mirada... dura. La misma que cuando se conocieron.
—Ya he firmado el alta. —dice con sequedad— Regresaremos al hotel.
Sarada asintió sin comprender su comportamiento tan apático cuando horas antes todo eran sonrisas coquetas y miradas cómplices.
El viaje de regreso fue en completo silencio, la tensión podía cortarse hasta con un tenedor e incluso ella que era el ser más imprudente del mundo decidió callar.
—Ve a descansar. —exclamó él en cuanto cruzaron el umbral de la puerta de la suite.
—¿Vas a decirme qué es lo que te sucede? —pregunta finalmente ella siguiéndolo por el vestíbulo.
No hubo respuesta, se limitó a desabotonar la camisa oscura de vestir mientras se adentraba a la habitación. Sarada se cruzó de brazos frente a la cama, esperando a que se dignara a prestarle atención y cuando finalmente lo hizo retrocedió un poco al ver la mirada afilada.
—No tengo tiempo para tus dramas. —resopla él— Mañana tengo que firmar el contrato con Maxim a primera hora y después de eso te llevaré a Londres.
Se suponía que estarían una semana fuera, pero apenas iban por el cuarto día.
—¿Por qué estás tan molesto?
Intentó ignorar el hecho de que su actitud mezquina comenzaba a irritarla y rápidamente lo asoció al incidente del hospital. Todo había ido en declive desde entonces.
—Porque no está dentro de mis obligaciones sentarme al lado de una camilla de hospital y sostenerte la mano como si fuésemos algo. —frunce el ceño— Y aún así me vi obligado a esperar que no murieras bajo mi cargo.
—¿Bajo tu cargo? —se ríe con incredulidad— No necesito una niñera.
—No lo parece. —respinga con fastidio— Haznos un favor y métete a la cama antes de que te tropieces y te rompas el cuello.
Estaba molesto, no, más que eso. Estaba furioso.
Y preocupado todavía. Sarada lo notó y no dudó en acortar la poca distancia que los separaba para tomar su mano y ponerla en el centro de su pecho.
—Estoy respirando. Estoy bien. —sus pequeños dedos acariciándole la mejilla con suavidad— Mi corazón sigue latiendo.
Él inclinó su rostro en su mano aceptando su caricia.
—Bésame. —pidió ella en un susurro a pesar de ver la duda en su mirada.
Kawaki tomó su rostro para rozar sus labios con los suyos, pero se detuvo en el último segundo sólo para ver sus brillantes ojos oscuros. Joder, era tan bella que lo dejaba sin aliento.
La joven dio un paso atrás y dejó caer su vestido blanco. Él recorre su cuerpo desnudo con la mirada y tragó saliva intentando contener las ansias de lanzarse sobre ella.
Sólo Sarada Uchiha lograba excitarlo en medio de una situación como esa.
—No voy a romperme, te lo prometo.
Apenas terminó de pronunciar esas palabras cuando sintió que era empujada contra el colchón de la cama y su boca fue atrapada por los dulces labios de aquel hombre oscuro que lograba derretirla con su simple toque.
Las manos grandes y masculinas recorrieron todas y cada una de sus curvas con una delicadeza que no había tenido nunca, ni siquiera en su primera vez. Era como si de verdad temiera hacerle daño.
Ella terminó de sacarle las ultimas prendas con movimientos rápidos y pronto sintió su excitación moliendo entre sus pliegues. No necesitaba juegos previos, ya estaba más que lista para recibirlo, siempre era así cuando se trataba de él.
—Kawaki. —gimió contra su cuello al sentirlo entrar de una sola estocada— Oh, Dios...
Esa maldita mujer lo tenía mal. No podía concentrarse, no lo dejaba pensar con claridad. Sólo quería sentirla, poseerla, hacerla suya una y otra vez. La vida jamás iba a alcanzarle para hacerle todas las cosas que quería.
Tocó, besó, lamió y marcó cada rincón de su cuerpo en un intento de alargar su placer. Aunque sólo estaba postergando lo inevitable.
Aquello que debió hacer desde un principio.
