Sus movimientos eran gráciles y delicados, perfectamente sincronizados con la melodía musical de fondo. Sin embargo, el hombre observándola a unos pocos metros de distancia dio un par de palmadas con las manos en alto para detener la pieza y ella se detuvo abruptamente para mirarle.

—Has hecho fascinante la primera parte de la coreografía, tu cisne blanco es impecable y armonioso. —comenta cruzándose de brazos— Pero el cisne negro es desastroso, querida.

—No me equivoqué en ningún momento. —frunce el ceño— No hay retrasos, ni malas posturas.

—Es demasiado... —se giró a ver al otro joven dentro de la habitación y que aguardaba sentado en una esquina— ¿Tu también lo notas?

Hōki levantó las manos para zafarse del aprieto y el coreógrafo suspiró.

—Se supone que eres una chica a la que acaban de romperle el corazón, necesito más... dolor. —explica casi con desespero— Debes reflejar desesperanza y sufrimiento por un amor no correspondido.

Irónico, porque justo así era como se sentía. Sin embargo, no encontraba la manera de conectar sus emociones con el baile. Ella siempre fue impecable y puntual con sus movimientos, todo era calculado y preciso.

Lo intentó una vez más, pero la volvió a detener a los pocos segundos de haber empezado.

—Te ves como un maldito robot. —se exaspera el hombre— Parece que te hace falta sufrir más en la vida para conseguir externar un dolor como el que se necesita para interpretar este papel.

—Basta, estás agobiándola. —interviene el castaño— No lo logrará si estás sobre ella como una jodida garrapata.

—Puedo hacerlo. —exclama ella con seguridad— Necesito practicar mis expresiones faciales, es todo.

—Más vale que sea sólo eso. —advierte el sujeto— Practica mientras estás fuera de la ciudad, de lo contrario buscaré otra que haga el cisne negro.

Y se fue dejándolos solos en el salón de ensayos. Hōki se puso de pie en silencio y la ayudó a recoger sus cosas, desde que había regresado a Londres una semana atrás había estado más distraída de lo normal y sus ojeras ahora eran bastante visibles.

—¿Estás durmiendo bien? —pregunta con el ceño fruncido— Te ves fatigada y juro que pesas un par de kilos menos desde la última presentación.

—Tengo un poco de insomnio. —dice restándole importancia— Nada que no arreglen unas semanas de descanso.

—¿Cuándo se supone que sale tu vuelo?

—Mañana a primera hora.

Se cambió las zapatillas de ballet por unas deportivas y encima del maillot negro se colocó un suéter beige largo y cerrado.

—Los chicos han venido para comer juntos. —avisa apenas salieron de la habitación— Deben estar esperándonos en la entrada.

Sarada no tenía muchos ánimos para una comida escandalosa, pero tampoco le apetecía recluirse en su habitación como lo había hecho los últimos días después de los ensayos.

—¡Hola, chicos! —gritó Hako corriendo hacia ellos en cuanto los vio por el pasillo— ¿Cómo les fue hoy?

—Aún nos falla la interpretación. —se encoge de hombros el castaño— Pero lo conseguiremos pronto.

—¡Esa es la actitud! —anima Renga pasando su brazo por los hombros de su amigo.

Caminaron juntos a la cafetería del edificio en la planta baja y se encontraron con el lugar abarrotado de gente, la mayoría se trataba de sus propios compañeros de elenco o personal del teatro.

—¿Cuándo regresas de Italia, Sarada? —pregunta la peliazul con una sonrisa suave— Esperaba que pudiéramos hacer algo juntos antes de su primera presentación en Japón.

—En tres semanas, al menos. —responde con sencillez— Viajaré en el avión de mi familia para ahorrar tiempos.

—¿Tu... familia tiene un avión? —fue lo primero que se atrevió a preguntar Renga con la boca entreabierta.

—Algunos, sí. —responde medio distraída, fijándose más allá de la fila frente al mostrador de comida.

Y en ese momento sintió que el alma se le salía del cuerpo al encontrarse con un rostro conocido a lo lejos, sentado en una de las mesas cercanas al ventanal y que no la perdía de vista a pesar de tener el móvil en la oreja como señal de que hablaba por teléfono.

—¿Qué pasa? —pregunta Hōki— Te has puesto pálida.

Ella no respondió, en cambio se abrió camino entre ellos para llegar hasta la mesa en la que le esperaba el hombre con una amplia sonrisa.

—¿Boruto? —dice con incredulidad— ¿Qué haces aquí?

—Londres me quedaba de camino. —se encoge de hombros— Ryōgi me dijo que estarías aquí todavía.

No estaba preparada para enfrentarse a él. ¿Cómo iba a mirarlo a los ojos si hasta hace una semana se encontraba en la cama con su hermano?

Él se puso de pie, mirándole con sus preciosos ojos azules y esa radiante sonrisa que transmitía calma.

—No me sorprende que Ryōgi sepa dónde estoy todo el tiempo. —pone los ojos en blanco— Lo que me sorprende es verte aquí.

—¿De verdad ibas a viajar en un vuelo comercial? —arquea una ceja— No te reconozco hoy en día.

Eso la hizo sonreír un poco también a ella y lo vio ponerse de pie para terminar de acercarse. Le sacaba al menos una cabeza y media, y su imponente presencia no pasaba desapercibida por el resto de personas a su alrededor.

—Volvamos a casa juntos. —se mete las manos en su pantalón con cierto encanto atrayente.

El maldito sabía que llamaba la atención y no le importaba un carajo. Era muy diferente a cuando eran jóvenes, ya no eran esos niños que corrían a esconderse en los rincones de la villa, ni tampoco los adolescentes que se enrollaron una vez en su habitación.

Se sentía como si hubiese pasado toda una vida desde entonces.

—¿Sarada? —llamó Hōki detrás de ella— ¿Pido lo mismo de siempre para ti?

—No es necesario. —contestó Boruto de inmediato— La llevaré a comer fuera.

—¿Quién te dijo que he aceptado? —inquiere ella reprimiendo la sonrisa.

—Nunca puedes decirme que no. —señala su rostro— Son los hoyuelos, tal vez.

—Eso es ridículo. —termina por reírse— Eres un creído.

—No tanto como tú.

—Puede que en eso tengas razón. —dice la pelinegra sacudiendo la cabeza finalmente y se hace a un lado para hacer una breve presentación.

Hako se removió nerviosa detrás de Renga y Hōki. ¿De dónde sacaba Sarada amigos tan guapos? Este tenía los ojos zafiros más preciosos que había visto nunca y una sonrisa acompañada de hoyuelos que le daban un aire coqueto.

—Él es Hōki, mi pareja de baile. —señala al castaño— Y ellos son sus amigos Hako y Renga.

El rubio saludó con un breve asentimiento de cabeza y Sarada se mordió el labio antes de volverse hacia los tres.

—Boruto es hijo de los mejores amigos de mis padres... —menciona y al instante quiso golpearse la cabeza contra la pared, rogando porque ninguno comente algo sobre Kawaki, porque justo esas eran las mismas palabras con las que lo había presentado a él— Nos conocemos desde que éramos niños.

Afortunadamente nadie dijo nada, Hako sonrió con las mejillas sonrojadas, Renga levantó el pulgar con aprobación y Hōki parecía más retraído de lo normal.

—¿Nos vamos? —pregunta el rubio—El avión está listo para irnos en cuanto estés preparada.

—¿Ryōgi va con nosotros?

—No, dijo que tenía cosas que hacer y llega en un par de días. —le hace saber, guiándola hacia las puertas de la cafetería— Te llevaré a casa para que recojas tus cosas.

Y ahí estaba de nuevo, mostrándole ese lado cariñoso que ella sabía que no le mostraba a cualquiera. ¿Y cómo le pagaba ella? Traicionándolo de la peor manera.

—De acuerdo. —dice en un suspiro— Pero necesito hablarte de algo antes.

Ya está, había tomado su decisión.

—Hablamos cuando estemos en el avión, ¿te parece?

Ella asiente con la cabeza y deja que le quite su bolso deportivo del hombro mientras emprendían el camino a la salida del edificio. Se despidió de sus tres amigos con un breve abrazo antes de entrar a un auto que ya les estaba esperando fuera y se hundió en el asiento con miles de emociones a flor de piel.

—Tengo las maletas listas. —menciona ella— Sólo debemos recogerlas y podemos irnos.

—¿Y Hoshi?

—Por supuesto que va conmigo. —dice como si fuera obvio— No pienso irme a ningún lado sin él.

—Ya me lo parecía.

Yodo y Chōchō llegarían a Italia la siguiente semana después de librarse de sus deberes laborales, así que solamente serían ellos dos.

Una hora después, a unos minutos luego de elevarse en el aire, Sarada se hizo un ovillo en el asiento del avión y se cubrió hasta el cuello con una frazada. Tal vez esa era su manera de mantener un muro arriba frente a la conversación que estaban a punto de tener.

Tenían muchas cosas de qué hablar desde la última vez que se vieron en Aspen, fue como si se hubiesen quedado en pausa, congelados en el tiempo.

—¿De qué quieres hablarme? —pregunta él sin poder ocultar su curiosidad.

—No sé cómo empezar, yo...

—Somos los mejores amigos desde siempre, Sarada, podemos hablar de lo que sea.

Ella no estaba tan segura de eso.

—Es sobre lo que pasó en Aspen. —sintió la boca seca de pronto.

—No voy a presionarte. —frunce el ceño— No pienses ni por un momento...

Oh, joder. Allá iba.

—Estoy enamorada de alguien. —soltó de pronto, como una maldita bomba, con los ojos aguándosele un poco.

Vio la mirada zafiro llena de consternación parpadeando con incredulidad y de inmediato se sintió como la peor persona del mundo.

—¿Quién?

Tu hermano, la respuesta estaba en la punta de su lengua y aún así no fue capaz de externarla. ¿Cobarde? Por supuesto. Podía ser una perra insensible con todo el mundo menos con los que le importaban de verdad.

—Inició como algo meramente físico. —se muerde el interior de la mejilla— Fue algo que no tenía planeado y cuando menos me di cuenta ya no sólo se trataba de eso.

—¿Antes o después de Aspen?

Durante, quiso decir.

—Después. —fue lo que respondió— Ha sido... demasiado rápido, apenas he tenido tiempo de asimilarlo...

—¿Lo quieres?

Se le fue la respiración de golpe y se quedó en silencio un par de segundos mientras se limpiaba con brusquedad las mejillas húmedas. Se veía patética llorando frente a él, pero en los últimos días descubrió que no podía dejar de hacerlo frente a quien sea.

Por un momento su mente se puso en blanco y dudó. El dolor en el pecho y el vacío en la boca del estómago cada que pensaba en él parecía insoportable, no se sentía así desde que perdió a su tío Itachi donde su ausencia la dejó hecho pedazos.

La sensación era parecida, Kawaki no murió, pero él decidió irse. Su tío no tuvo esa opción, en cambio él eligió no aceptar sus sentimientos, no lo culpaba y tampoco podía obligarlo, pero dolía de cualquier manera.

¿Eso significaba que lo quería?

—Sí. —confesarlo fue como un gancho al hígado, no sólo por la mirada herida en los ojos de Boruto, sino también por lo que significaban aquellas palabras— Pero él no siente lo mismo, tal vez no fui...

—¿Te estás escuchando? —frunce el ceño— Eres Sarada Uchiha, eres demasiado para cualquiera.

Una tímida sonrisa se expandió por sus labios. Kawaki logró algo que nadie había podido conseguir: que ella dudara de sí misma.

—Tenía qué decírtelo. —tragó saliva— Lo último que quiero es lastimarte y...

—Es lo que me gusta de ti. —se encoge de hombros— El lado que pocos conocen, aquel que busca proteger a los que quieres.

Las mejillas de la pelinegra se calentaron un poco y sacudió la cabeza con una sonrisa.

—Deja de decirme esas cosas. —le lanza un almohadón— Quiero que me odies, no que me justifiques.

—¿Cómo puedo odiarte si te he querido más de la mitad de mi vida?

—Y tú sabes qué haría lo que fuera por protegerte. —le miró con sinceridad— No dudes nunca de eso.

—No lo hago.

Se sostuvieron las miradas por varios segundos hasta que una nueva sonrisa apareció en los rostros de ambos. Esos eran ellos, no podían estar sentimentales por mucho tiempo.

—Tomémonos un descanso de tanto drama, ¿quieres? —se recuesta con los brazos detrás de su cabeza.

—Ojalá fuera tan fácil.

—Lo es. —se encoge de hombros— En la villa no eres una bailarina famosa y yo no soy un mafioso, somos Boruto y Sarada, los mejores amigos de toda la vida.

Extendió su mano hacia ella y la pelinegra le miró como si le hubiesen salido dos cabezas.

—Hagamos eso. —propuso— Que este par de semanas sean como los veranos de antes.

—¿Quieres hacer que mi padre eche espuma por la boca? —se ríe un poco, aceptando su mano— Estoy dentro.

—Sólo si evitas que me mate.

—Siempre. —asiente ella, mirándolo con una mezcla de dulzura y diversión, atrayendo sus piernas contra su pecho.

Boruto admiró lo bonita que se veía incluso con los ojos irritados por el llanto y la nariz enrojecida. Eso era algo que nunca cambiaría ni con el pasar de los años, Sarada era un placer visual para cualquiera. Y todavía estaba descolocado por la estupidez de ese hombre por no corresponder su amor.

¿Quién en su sano juicio era tan idiota para no amarla?

—Creo que ya tengo una idea de por donde podemos empezar. —exclama con un brillo pícaro en sus ojos azules— Prepárate para una gran entrada, preciosa.

Sarada no supo a lo que se refería con esas palabras, en especial después de verlo textear en su móvil por cinco minutos seguidos.

Y no lo comprendió hasta dos horas después cuando aterrizaron en la pista y vio lo que les esperaba fuera. Entonces una radiante sonrisa tiró de la esquina de sus labios y se apresuró a bajar del avión con la emoción a tope.

(...)

Miró la pantalla de su móvil por lo que pareció una milésima vez en lo que iba de los últimos cinco minutos.

Nada. Ni un maldito mensaje. ¿Acaso estaba ignorándola? Le envió un texto desde que aterrizó hace más de dos horas y no había tenido respuesta.

—No es una buena señal, ¿sabes? —comenta la castaña junto a ella— Si hubiese querido contestar ya lo habría hecho.

Himawari estaba de mal humor, no sólo había tenido que soportar a la irritante mujer que su hermano mayor trajo consigo durante un vuelo que duró poco menos de quince horas, sino que también tenía que aguantarse las ganas de ir a buscar al hombre con el que había estado involucrada los últimos meses a escondidas de todos.

—Debe estar ocupado trabajando. —lo excusa, aunque sabe que es un pretexto patético.

Namida le miró de manera condescendiente y negó con la cabeza. Desde que los pilló enrollándose en las escaleras de emergencia del hostal en el que se hospedaron durante la tormenta en Aspen se volvió la fiel confidente de su prima.

—Kaede dijo que Mitsuki, Shinki y Shikadai están en la villa desde hace un rato para recibir a Boruto y Sarada. —le hizo saber— Creo que él tomó una desviación a Londres de último momento para llevarla consigo.

—A veces quisiera que esos cinco no fueran tan inseparables. —se queja la ojiazul— Eso complica las cosas porque están juntos todo el tiempo, bueno, excluyendo a Sarada que últimamente se desaparece por temporadas.

—Crecieron juntos, es obvio que se la pasan pegados cuando tienen la oportunidad de verse, últimamente no pueden reunirse mucho, debes entenderlos. —la tranquiliza Namida— De todos modos, Shikadai se hace tiempo para verte, ¿no?

—No lo veo desde Aspen. —desvía la mirada— Y no contesta mis mensajes desde entonces.

—Bueno, quizá deberías darle su espacio para pensar...

—No lo comprendes. —balbuceó con voz entrecortada— Cuando sientes algo por alguien no necesitas tiempo para pensar, la quieres o no, es así de simple.

—No seas pesimista. —acaricia su brazo con ternura— Tal vez busca la manera de sacar lo suyo a la luz.

Pero Himawari creía que era todo lo contrario, lo notó distante desde la última vez que estuvieron juntos en Aspen.

—Sé que me ha dicho muchas veces que no le importa cómo reaccione Boruto, pero es su mejor amigo, por supuesto que le importa. —resopla cruzándose de brazos— Shikadai es el tipo de hombre que prefiere evitar los problemas.

—¿Qué piensas hacer, entonces? —pregunta la de ojos marrones— ¿Esperarás una señal suya?

—Por supuesto que no. —frunce el ceño y su mirada se impregna con determinación— Voy a poner las cartas sobre la mesa.

Su relación había comenzado una noche de viernes hacia finales de Agosto cuando después de un evento de beneficencia que su familia organizó en Osaka. Ella estaba aburrida y salió a tomar aire, algo bastante cliché, y ahí fue donde vio a Shikadai en el jardín trasero fumando un cigarrillo alejado de todo el tumulto.

Se acercó a él con la intención de entablar una conversación y de alguna manera terminaron hablando sobre lo idiotas que podían ser los hombres en la primera cita.

Una cosa llevó a la otra y los coqueteos crearon una tensión insoportable entre los dos que terminó por animarlos a continuar la fiesta en otro sitio. Fueron a un club nocturno donde bebieron y bailaron más cerca de lo que un par de amigos podrían haberlo hecho.

Y al final, Himawari le entregó su virginidad.

Las cosas no quedaron sólo en esa noche, se vieron muchas veces después de eso, en ocasiones él viajaba a Japón y en otras ella pasaba unos pocos días en Italia con la excusa de ver a su prima Namida.

Nadie sospechaba de lo que tenían, ambos se esforzaban por ocultarlo de la mejor manera posible, sabían que se desataría una guerra mundial si cualquiera de sus hermanos se enteraba de lo que estaban haciendo. En especial Boruto por ser el mejor amigo de Shikadai.

Fue algo que no tenía planeado y al final no pudo evitar enamorarse perdidamente de él. Sin embargo, a pesar del interés que mostraba por ella, intuía que el Nara no sentía lo mismo, al menos no con la misma intensidad.

—¿Entonces? —inquiere Namida— ¿Estamos yendo a lo de los Uchiha?

Himawari asintió, ligeramente nerviosa por volver a verlo.

¿Estaba ella lista para un posible rechazo?

(...)

Los ojos azules recorrieron con fascinación la imponente propiedad frente a ella, era inmensa y preciosa, jamás había visto una casa así en toda su vida. Desde el camino flanqueado por hileras de árboles podía observar la impresionante extensión de terreno.

—Joder, ¿Quién vive aquí? —pregunta impresionada— ¿La reina de Inglaterra?

La princesa, pensó para sí mismo con ironía.

—Los Uchiha. —contesta con sequedad— Esta es su villa familiar.

Kawaki maldijo en voz baja al ver a su madre esperándolo en la escalinata de la entrada principal y por un momento juró que vio un tic en su ojo izquierdo al observar a la mujer bajando del vehículo detrás suyo. Aún así le extendió los brazos y lo envolvió con cariño.

—¿Qué hace ella aquí? —sisea en su oído— Sabes que esto no está bien, hijo, es una reunión familiar.

—Es una amiga.

—Tu no tienes amigas. —lo golpea en el hombro con suavidad— Es obvio que nadie aquí va a creerte esa mentira.

Él puso los ojos en blanco.

—Me da igual si nadie me cree, no me importa tampoco.

—¿Qué voy a hacer contigo? —suspiró resignada— Entren, tu hermano no ha llegado todavía.

—Creí que sería el primero en aparecerse por aquí. —arqueó una de sus cejas oscuras.

—Oh, no. —se ríe por lo bajo— De ser así, Sasuke no estaría casi trepando por las paredes y mirando el reloj cada dos minutos.

¿Qué tenía que ver Sasuke Uchiha?

Hinata adivinó su pensamiento por la cara de confusión que tenía y sonrió con un poco de complicidad.

—Boruto ha hecho una parada en Londres para recoger a Sarada. —le guiña un ojo— Deben estar por llegar en cualquier momento.

Aquello le dejó un sabor ácido en la boca e inconscientemente su ceño se frunció.

—¿Vienen juntos? —la pregunta salió antes de que se diera cuenta y quiso meterse un tiro en la sien en ese momento.

—Sí, que no te sorprenda que en cualquier momento anuncien un compromiso. —canturrea emocionada— Ya quiero iniciar los preparativos para la boda, no puedo esperar por ser abuela y...

—¿Quién más está dentro?

La matriarca Hyūga parpadeó desconcertada ante la rapidez con la que cambió de tema, pero lo dejó pasar cuando escuchó risas dentro de la casa.

—Vengan, únanse al resto. —les dijo a ambos— Ya casi están todos aquí.

Ada, quien se había mantenido en silencio, abrió los ojos del asombro al ver que el interior de la casa era igual de impresionante que el exterior.

Su familia tenía dinero, por supuesto, su padre era jefe de uno de los clanes de la Yakuza, pero ni ellos estaban cerca de vivir con semejante opulencia.

Su misión en esos momentos era conocer el entorno donde creció Kawaki, su familia y círculo cercano, tal vez de esa manera podría ganárselo más rápido. Y si tenía algo de suerte, también quería ver si podía descubrir algo sobre la mujer que le regaló la cajita musical.

No dijo nada cuando la presentó como su amiga frente a todas las personas, hasta ella era consciente de que ninguno se comió la mentira. Después, tuvo que fingir que no quería arrancarle los ojos a la hija menor de los Uzumaki cuando se apareció por la puerta y la miró con repugnancia.

Esa maldita mocosa se las iba a pagar en algún momento.

—¿Pasamos al comedor? —pregunta Ino con entusiasmo— La comida está lista.

—Falta Sarada. —masculla Sasuke sin más y todos se quedaron en silencio.

—Se supone que el avión aterrizó hace una hora, no sé porque aún no aparecen. —menciona Shouta encogiéndose de hombros.

—Tal vez fueron a dar un paseo romántico. —se burla Mitsuki, arrepintiéndose al instante por la mirada del Uchiha mayor.

Ada se inclinó hacia Kawaki con curiosidad.

—¿Es la chica que está con tu hermano? —cuestiona en un susurro alzando ambas cejas— ¿Quién es y por qué no podemos empezar a comer sin ella?

—Nadie. —contesta de mala gana— Pero al parecer cuando está cerca todo gira entorno a ella.

Lo había dicho con irritación, porque justo era lo que sentía al respecto. Estaba molesto porque en los últimos días todo se trataba de ella, de su recuerdo, principalmente.

—Pues creo que no esperaremos más. —dice Shikadai señalando el ventanal lateral de la casa con pereza.

Desde el vestíbulo se podía apreciar al menos unos quinientos metros del camino que conducía a la entrada principal y de inmediato entendieron las palabras del Nara porque segundos después dos figuras aparecieron conduciendo un par de motocicletas de pista a toda velocidad.

—Dios mío, esa niña va a matarme de un infarto. —se queja la matriarca Uchiha poniéndose de pie para salir por la puerta principal— Le he dicho un montón de veces que no me gusta que ande en esas trampas mortales.

—Salió a ti, no sé qué te sorprende. —contesta su marido siguiéndola— ¿Se te olvida quién se lanzaba de autos en movimiento?

—No me lleves la contra, Sasuke. —frunce los labios— Esto es tu culpa por regalarle su primera motocicleta a los quince.

—Ella canjeó una moto por cero novios, mi elección era obvia.

La pelirrosa quiso arrancarse los cabellos con impaciencia y se dijo que no tenía caso pelear con él.

El estridente rugido de los motores se hacía más potente conforme se acercaban y al final ambos se detuvieron derrapando cerca de la escalinata. Para ese entonces la mayoría de los presentes ya estaban allí esperándoles como unos cotillas.

El primero en sacarse el casco fue Boruto, que extendió la mano en alto para chocar los cinco de su acompañante. Sarada lo imitó con movimientos más lentos y se bajó del asiento con gracilidad mientras agitaba su desordenada cabellera oscura.

—Fue divertido, hagámoslo otro día. —dijo con una sonrisa radiante.

—No mientras yo exista. —escuchó la voz de su padre elevándose de entre la de los demás.

La Uchiha giró su cuerpo para enfrentarse a un mar de gente en la entrada de su casa, pero se centró en el ceño fruncido de su papá mientras su madre no paraba de darle besos en la mejilla. ¿No iba a cansarse de saludarla como si tuviera años de no haberla visto cuando hacía menos de un mes?

—Hola, cabezota. —puso esa sonrisa a la que sabía que jamás podía resistirse— ¿Ya estás molesto conmigo? Pero si apenas llegué.

Sasuke puso los ojos en blanco.

—¿Dónde está mi princesa? —chilló una voz femenina abriéndose paso entre los demás.

Esa era Mikoto Uchiha, su única abuela, que a pesar de tener cerca de los setenta y seis años seguía viéndose fenomenal.

—Mírate nada más, cariño, cada día más bonita. —la tomó de las mejillas con ternura— Pero estás muy delgada, ¿te estás alimentando bien? No me hagas viajar a Londres para racionarte yo misma la comida.

—Estoy bien, abuela. —deja que le haga un montón de arrumacos, después de todo no era como si la viera todos los días.

Además, también la echaba de menos, a ella y a su abuelo Fugaku.

—¿Y nonno?

—Demasiado cansado para salir de la habitación, querida. —sonríe con tristeza— Tendrás que visitarlo tú esta vez.

Los labios de la menor temblaron un poco al escucharle. Ni siquiera debía sorprenderle, se supone que era lo normal, ¿no? Aún así había algo en el tono de su abuela que no le gustó. Le estaban ocultando algo.

—¿Por qué tardaron tanto? —pregunta Mitsuki en tono sugerente.

—¿Y tú por qué estás en mi casa? No recuerdo haberte invitado en todo caso. —se mofa empujándolo al pasar y de inmediato es atrapada en un abrazo de oso por el peliazul.

Shikadai fue el segundo en acaparar su atención y al minuto siguiente ya estaba en los brazos de Shinki.

—Estábamos a punto de pasar al comedor. —informa Kaede— ¿Ya podemos ir a comer? Me muero de hambre.

Sarada sabía que él estaba allí y le estaba tomando toda su fuerza de voluntad no volverse a verlo. Podía sentir su presencia y su corazón latía desbocado recordándole que debía mantenerse firme.

Ignóralo, Sarada, sólo ignóralo. Se repetía aquello una y otra vez como un mantra.

—Adelántense ustedes, subiré con mi nonno. —habló en voz alta para que nadie le hiciera más preguntas— Prefiero comer con él a solas.

No miró a nadie y tampoco esperó a que la convencieran de convivir con el resto de las personas en el vestíbulo.

—Es un poco grosera, ¿no? —susurró Ada al oído de Kawaki— ¿Es la novia de tu hermano?

—No. —gruñó de mal humor, tirando de su brazo para conducirla al comedor con el resto de los invitados.

¿Por qué habían llegado juntos? ¿Tan rápido se había olvidado? ¿Y así decía estar enamorada de él?

La mesa alargada era lo suficientemente grande para todos, cosa que sorprendió a la peliazul porque parecía más el comedor de un maldito palacio que el de una casa normal.

—¿Tu eres... —pregunta Kaede dirigiéndose a la chica y sentándose a un lado del pelinegro en el comedor.

—Ada. —responde la aludida, mirando a Kawaki con expectación.

—Es una amiga. —contesta él restándole importancia— ¿Dónde está Ryōgi?

—Llega mañana. —dice la pelimorada fingiendo una sonrisa amable a la peliazul— ¿Y... vives en Tokio?

—Sí, mi padre es jefe de uno de los clanes de...

Él ya no le estaba prestando atención a ninguna de las dos y su maldita competencia por ver quién llamaba más su atención. Ya comenzaba a arrepentirse de haber traído a Ada.

Por otro lado, Sarada entró con cautela en la habitación iluminada por la luz natural entrante del ventanal con vistas al mar Tirreno y de inmediato su mirada recayó en la cama donde yacía uno de los hombres más importantes de su vida.

—Nonno. —exclamó como una niña pequeña, caminando hacia él con pasos rápidos y tirándose a su lado con una sonrisa radiante.

—¡Principessina! —dijo con entusiasmo, rodeando su delgado cuerpo en un abrazo— ¿Cómo está la niña de mis ojos?

Sarada nació para ser la debilidad de todos los Uchiha, incluido el más serio y estricto de los hombres. Fugaku no sabía cuánto quería una nieta hasta que la tuvo en brazos y cayó en cuenta que para él siempre sería la cosita más preciosa del mundo.

Era la única capaz de sacar ese lado cariñoso que incluso a Mikoto le sorprendía en ocasiones.

—Te eché mucho de menos, nonno. —se acurruca junto a él en la cama— La abuela dijo que estás muy cansado para salir de acá.

—Es una exagerada, sigo tan fuerte como un roble. —pronuncia indignado— Es sólo que no me gusta todo ese alboroto que hacen.

Ella sabía que estaba mintiendo, pero no quiso llevarle la contraria, a su abuelo no le gustaba que le recordasen que a sus ochenta y dos años no tenía la misma fuerza y energía de antes. Hablaron por un largo rato sobre lo tranquila que era su vida en Londres y lo cansados que eran los ensayos mientras comían juntos entre risas.

—Me siento revitalizado cuando estás en casa. —confiesa él— No es que no quiera a tus hermanos, los adoro, pero a ellos no les gusta llevarme la contra nunca, es aburrido.

—Estaré aquí por unas semanas. —le hizo saber con una sonrisa— Después tengo que continuar con la gira en Japón.

—Te tomarás un descanso al terminar, ¿verdad? —frunce el ceño— Tus padres creen que necesitas detenerte un momento.

—No hace falta, abuelo. —niega de inmediato— Es lo que mantiene mi cabeza ocupada.

—Aún así, el ritmo que llevas debe ser agotador, deberías tomarte unas vacaciones después de que termine la gira. —la riñe sin un ápice de dureza en su voz— No me obligues a traerte de Londres a rastras yo mismo, soy demasiado viejo para eso.

Era la segunda vez que alguno de sus abuelos la amenazaban en menos de una hora, pero lejos de molestarla le infundía una calidez en el pecho que no era capaz de rechazar.

—Tu abuela dijo que el chico Uzumaki te trajo, ¿es cierto? —estrecha los ojos— ¿Ha intentado algo contigo? Dime la verdad y si es así me levanto ahora mismo para...

—No ha intentado nada, nonno. —se ríe con suavidad— Relájate un poco con ese tema.

—Desde mocoso te ve con otros ojos, no me creas idiota. —dice ofuscado— No estoy listo para verte ser novia de alguien, mucho menos casándote, casi me da un infarto cuando los búlgaros propusieron concertar un matrimonio. Menos mal que tu hermano tiene las cosas claras.

—¿Qué? —parpadea desconcertada— ¿De qué estás hablando?

Fugaku supo que había metido la pata. Supuso que ella estaba al tanto, aquella reunión se llevó a cabo antes de navidad y fue el tema de discusión durante varias cenas antes de que se fueran a Aspen.

—Creí que lo sabías. —sacude la cabeza— Pero ya no es un problema, Itsuki se ha negado rotundamente, no tienes nada de qué preocuparte.

—¿Querían acordar un matrimonio con alguien de su organización?

El Uchiha mayor soltó un suspiro.

—El hijo del jefe de los búlgaros tiene sólo unos pocos años más que tú y su padre vio viable la opción de un matrimonio entre ustedes para terminar las rencillas. —comenta con seriedad— Tu hermano se reunió con él para declinar su oferta, nadie de aquí tuvo objeciones, todos estuvieron de acuerdo.

Ella se puso rígida al escucharlo. ¿Y por qué era la última en enterarse si era la primera que debía estar involucrada? No pidieron su opinión en absoluto, simplemente decidieron en su nombre.

—Vengo a verte después, ¿de acuerdo?

Se puso de pie bajo la mirada de su abuelo y le dio un beso en la mejilla sin darle la oportunidad de responder. Bajó las escaleras hecha una furia y se dispuso a buscar a su hermano.

A esas alturas de la tarde el comedor ya estaba desierto y los más grandes mudaron su reunión al vestíbulo mientras los jóvenes habían encontrado más comodidad en la palapa junto a la pileta.

No fue difícil localizar a su hermano mayor alejado unos metros del resto mientras hablaba por teléfono y emprendió el camino en su dirección. Hizo caso omiso de las personas que se hallaban allí y pasó de largo ignorando sus llamados para que se uniese a ellos.

—Se ve molesta. —susurra Namida a las tres chicas junto a ella recostadas en las tumbonas— ¿Qué sucedió?

—Y yo que voy a saber. —dice Kaede encogiéndose de hombros— Lo que sea que hay en la cabeza de Sarada siempre es un misterio.

—¿Suele ser así todo el tiempo? —pregunta Ada sin despegar su vista de la pelinegra— Camina como si fuera la reina del lugar.

—Bueno, técnicamente es su casa. —dice Himawari como si fuese obvio.

A pesar de lo mal que le caía la amiguita de su hermano, decidió comportarse de manera civilizada y permitirle sentarse con ellas. Si algún día se convertía en su cuñada debían aprender a convivir, aunque esperaba que eso no sucediera nunca.

Cualquier persona externa que los viera pensaría que se trataba de una reunión vacacional. Ehō, Ryoichi y Shouta disfrutaban en la orilla de la piscina mientras las chicas se asoleaban en las tumbonas. Por otro lado, Boruto, Shikadai y Mitsuki conversaban amenamente con cervezas en mano.

Y en una esquina, Shinki y Kawaki discutían sobre negocios alrededor de una mesita en la sombra detrás de las tumbonas. Así que sí, ellos dos también vieron pasar a la Uchiha como un bólido en busca de su hermano.

—Itsuki tiene problemas, escucha lo que te digo. —se burla Shinki— Sea lo que sea que haya hecho le ganó una paliza, nada sale bien cuando Sarada está así de enojada.

Lo sabía, había aprendido a leer sus reacciones y sólo quedaba esperar el volcán a punto de hacer erupción en cualquier momento.

Itsuki colgó la llamada en cuanto la vio caminar con la mirada centelleante y se dijo que era mejor alejarse de los demás en caso de que la discusión escalara a un nivel violento, aunque ni siquiera sabía lo que había hecho para hacerla enojar en primer lugar.

—¿Por qué no me lo dijiste? —lo empuja por el pecho con las palmas abiertas— Soy la última en enterarse que casi estuve a punto de casarme.

Ahora entendía.

—¿Quién te dijo? —enarcó una ceja, mirando hacia atrás para observar a varios de los que estaban allí.

—¿Ellos lo sabían también? —jadea indignada, cruzándose de brazos.

Itsuki era tan alto como su padre y el resto de sus hermanos, ella se veía como una cosa diminuta a su lado a pesar de que no era bajita.

—Boruto, Shinki y Kawaki estaban al tanto. —responde ganándose otro empujón que no lo movió ni un centímetro— Alguno que otro debe saberlo también.

Hasta entonces, y por primera vez después de una semana, sus ojos se encontraron con la mirada grisácea de Kawaki a través del jardín. Él estaba viéndola desde su sitio con una frialdad que la dejó de piedra. ¿Él lo sabía? ¿Y no le dijo nada durante los días que estuvieron juntos y le confió un montón de cosas?

De nuevo ese dolor insoportable hizo mella y se obligó a tragar el nudo que se formó en su garganta para girarse a encarar a su hermano de nueva cuenta. Una vez más confirmó que nunca se interesó por ella y nada de lo que pudiera sucederle.

—Al abuelo se le salió. —se sincera, no podía estar enojada por tanto tiempo con cualquiera de sus hermanos— ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no quería involucrarte en esto, no te corresponde salvaguardar de la familia. —sacude la cabeza y coloca su mano en su hombro— La responsabilidad es mía y de nadie más.

—¿Y qué es lo que sigue? —su voz se volvió débil de pronto— ¿Otra guerra?

—Los polacos están buscando la manera de aliarse con los búlgaros, pero ellos no están muy convencidos, por eso me ofrecieron la opción del matrimonio. —resopla con fastidio— Los turcos ya forman parte de esa alianza.

—Creí que no se sabía mucho de ellos.

—Y sigue siendo así, pero según nuestros informantes en Turquía están recibiendo armamento nuevo a través de Rumania.

Sarada notó el cansancio en el semblante de su hermano y su ceño se frunció. Si Turquía, Bulgaria y Polonia formaban una nueva alianza podría compararse con el poderío de la coalición que alguna vez fueron Polonia, Rumania y Turquía en años anteriores.

—¿Qué ha dicho mi padre al respecto?

—¿Y tú qué crees? —dice como si fuera obvio— Le importa una mierda iniciar una nueva guerra, no quería entregarte en bandeja de plata al enemigo, dijo que te lo prometió hace años.

Las ganas de llorar se hicieron más grandes al recordar lo que le dijo aquella tarde.

« —¿Cuando sea grande vas a casarme con un hombre? —cuestiona haciendo una mueca— Es que oí que el papá de la tía Hanabi la quiere casar con un sujeto que no conoce.

—Yo no voy a hacer eso.

—¿Lo prometes?

—No necesito prometerlo, Sarada. —frunce el ceño— Eres una Uchiha, y con ese apellido te basta, no necesitas el de un hombre para ser alguien. Grábate eso en la cabeza.

—Vale. —asiente la niña con una sonrisita— ¿Entonces me puedo casar con quien yo quiera?

—Dudo que alguien te soporte. —contesta con una sonrisa de medio lado— Al que lo haga le pongo un altar. »

¿Qué se suponía que debía hacer?

Ella no quería otra guerra, no después de ser testigo de todo el derramamiento de sangre y víctimas del fuego cruzado.

—Llama al jefe de los búlgaros. —habló con determinación— Dile que habrá una boda.

Itsuki la miró con el ceño fruncido.

—No voy a hacer eso. —la contradijo— Ya le he dado mi respuesta hace un mes.

—¿Tienes idea lo que esto puede hacernos? —dice con evidente enojo— Si puedo hacer algo para...

—La respuesta sigue siendo no, Sarada. —zanjó tajantemente— No voy a sacrificarte por un aliado que probablemente no necesitamos. Somos fuertes, aún juntos no nos pueden hacer frente.

—Eso se creía hace años y recuerda cómo terminó. —graznó agitando las manos frente a él— Murió más de la mitad de nuestra familia, Kaito, Neji, el abuelo Kakashi...

Itsuki la tomó por el rostro con suavidad y la miró directo a los ojos.

—Entiende que no voy a sacrificar tu felicidad por nadie. —limpió sus mejillas ligeramente húmedas con su pulgar— Buscaremos la manera, no te preocupes por eso.

Ella dio un paso atrás con incredulidad.

—Si comienza una guerra no voy a quedarme de brazos cruzados, lo sabes, ¿no? —lo miró directo a los ojos— Si tengo que regresar a ser lo que fui hace años lo voy a hacer, no pienso permitir que nadie nos pase por encima.

—Decidiste dejar aquello por la memoria del tío Itachi. —le recordó con cautela— ¿Vas a romper esa promesa?

La pelinegra dudó por un momento de su respuesta y se tomó un par de segundos para mirar el bonito atardecer en el horizonte pintando el cielo con tonalidades rosáceas.

—Espero no tener que hacerlo. —se encoge de hombros, recomponiendo su semblante estoico.

No había una dichosa promesa, sólo la genuina necesidad de no decepcionarlo. Su tío siempre había querido que conservara su humanidad y explorara nuevas perspectivas, que siguiera un camino diferente y buscara una vida donde tuviera la tranquilidad que le hacía falta.

—Muy bien, ahora, ¿por qué no vas con los chicos y te relajas un rato? —propone el mayor guiñándole un ojo.

—No me apetece.

Lo último que quería era estar cerca de Kawaki. Se propuso estar lo más alejada de él que pudiese aún cuando su corazón le pidiera que buscara su cercanía.

—Daisuke empieza su práctica de tiro con arco en unos veinte minutos. —informa en un tono más relajado— Deberías ir con él, no lo dice a menudo, pero te echa de menos también.

El primogénito de los Uchiha se agachó para besar su coronilla y se alejó de allí para continuar con la llamada de negocios que dejó a medias. Al menos tenía que admitir que la última sugerencia no era mala idea, le agradaba más hacerse tiempo para estar con su hermano menor.

—¡Sarada! —gritó Himawari agitando su mano— ¡Ven aquí!

La pelinegra arrastró sus pies con reticencia hacia las tumbonas y se encontró con una mirada azul oscuro que no paraba de detallarla con curiosidad. A esa chica no la conocía.

—¡Ponte un bonito bikini y toma el sol con nosotras! —propuso la Uzumaki con una sonrisa— Tu piel está demasiado pálida, ¿es porque en Londres siempre está nublado?

—Oh, por cierto, tenemos que ir juntas a comprar los vestidos para la gala de beneficencia. —chilla Kaede emocionada— Nuestras madres decidieron que será una mascarada.

Durante los cortos dos minutos que había estado de pie en ese sitio pudo sentir la mirada de alguien sobre su persona, y esperaba estar equivocada, pero su cuerpo vibraba con expectación porque en el fondo sabía que se trataba de él.

—¿Vas a sentarte? —pregunta la de mechones rosáceos— Me estás tapando el sol.

—Yo me muevo cuando me dé mi gana. —responde en su habitual tono mordaz— ¿Quién eres tú de todos modos?

Ada se sentó en la tumbona como un resorte y la miró con estupefacción ante su arrebato. Todos se quedaron en silencio absoluto.

—Soy Ada. —levantó el mentón con altivez y una sonrisa tiró de sus labios— Estoy aquí con Kawaki.

Ella ignoró la punzada expandiéndose por su pecho y se mantuvo impasible. Entonces era verdad, él nunca mintió cuando insinuó que no tenían algo especial que mereciera exclusividad. Ya hasta había conseguido otra mujer que lo acompañase a sus viajes.

Qué tonta había sido.

Y cuando levantó el rostro se encontró con la mirada indescifrable de Kawaki a la espera de su respuesta, como si esperara algo, una reacción.

—¿Y qué quieres? ¿Una felicitación? —regresa su atención a la ojiazul— Nunca había visto a alguien tan orgullosa de ser la zorra de turno.

¿No te has mordido la lengua?, le dijo su subconsciente. Al final, ella también lo había sido la semana pasada.

Juró que escuchó las exclamaciones de incredulidad detrás suyo, probablemente se trataba de los chicos, mientras que sus amigas se hallaban atónitas. Pero no le importó, estaba celosa y ese era un sentimiento desconocido para ella y por lo tanto no sabía cómo controlarlo.

—¿Cómo te atreves? —chilla ofendida.

Sarada supo que debía salir de allí antes de hacer una estupidez. De sólo imaginarlos juntos... le daban ganas de estrellarle la cara contra el suelo y luego echarse a llorar.

Ni siquiera podía decir que era fea. Todo lo contrario, la chica era una preciosidad con curvas en todas las partes correctas y sensualidad desbordante.

¿Y ella qué era? Sólo un montón de problemas andantes sin resolver, hasta podía entender que no la tomara en serio.

Patética.

Así que decidió hacer lo que siempre hacía: fingir que la chica dejó de existir.

—Lo siento, Hima, será en otra ocasión. —respondió a su propuesta anterior de tomar el sol— Tengo otras cosas por hacer.

Y se fue de allí sin mirar atrás.

Tal vez si lo hubiera hecho se habría dado cuenta de la tormenta en los ojos grises de Kawaki observándola de manera incesante hasta desaparecer dentro de la casa.