Durante un día completo tuvo que mantener las apariencias frente a sus hermanos y fingir que no estaba esperando la más mínima oportunidad para estar a solas con él.
Sin embargo, las señales que le enviaba era confusas, un momento estaba mirándola sin que nadie se diera cuenta y al minuto siguiente la estaba ignorando. Era algo de lo que comenzaba a cansarse.
Por eso cuando la mayoría de los hombres organizaron una salida a uno de los casinos de los Uchiha, ella aprovechó para escabullirse en su habitación luego de que la mayoría se fuera.
—¿Qué haces aquí? —pregunta él con el ceño fruncido, secándose el cabello húmedo con una toalla.
Acababa de salir de la ducha y se llevó una sorpresa gigante al encontrarse a Himawari Uzumaki sentada en su cama con las piernas y brazos cruzados.
—Tenemos que hablar. —inicia ella— Estás ignorándome desde que llegué.
—Escucha, Hima... —se lleva una mano al puente de la nariz— No creo que debamos continuar con esto.
Escuchar eso le cayó como un cubo de agua fría sobre la cabeza. No creyó que sería tan directo, aunque era algo que podía esperarse de un hombre como él. Shikadai nunca se andaba con arandelas, era de los que hablaba frontal y sin tanto rodeo.
—¿Y planeabas dejarme en ascuas? —frunce el ceño indignada— ¿Cuándo pensabas decirme que no tenías interés en seguir?
—No sé cómo manejar esto, Himawari. —sacude la cabeza— Nunca había estado con alguien por más de una noche, es complicado por donde sea que lo veas.
Ambos se quedaron en silencio por lo que les pareció una eternidad a ambos, hasta que finalmente la Uzumaki se puso de pie.
—¿Haces esto por mis hermanos? —preguntó con seriedad— ¿Temes que te hagan algo? Porque si es así, te aseguro que...
—No es por eso. —niega él, metiéndose las manos dentro de los bolsillos de su pantalón— Tus hermanos no me dan miedo, pero mentiría si digo que no me interesa perder su amistad.
—¿Entonces? —insiste con exasperación.
Él no tenía idea de como decírselo sin sonar tan hijo de puta. Es decir, la apreciaba, y la pasó bien con ella, pero no se veía teniendo una relación formal. Ni siquiera sabía si estaba listo para sentar cabeza y algo que tenía muy en claro era que al relacionarse con alguien tan cercano a la familia significaba comprometerse a no arruinar las cosas.
Un paso en falso podría romper amistades de toda la vida, no sólo entre ellos, también entre sus padres.
Así que finalmente soltó un suspiro y acortó la poca distancia que aún los separaba. Debía ser lo más suave posible, así que tomó una de sus manos con delicadeza y al mismo tiempo colocó un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja.
—Mereces a alguien que te ofrezca todo lo que yo no puedo darte. —susurra sin dejar de mirarla a los ojos— Alguien que no mantenga una relación tras bambalinas.
A Himawari no le fue difícil leer la verdad entre líneas: él no quería hacer nada de eso.
—Lo último que quiero es dañarte, Hima. —frunció el ceño— Sigues siendo importante para mí, pero prefiero no mentirte y que después creas que simplemente estoy jugando contigo.
Justo así se sentía, como un juego, un simple pasatiempo. Desde el principio debió suponer que no la tomaría en serio, él era mayor que ella por casi cuatro años, era obvio que tendría una perspectiva diferente de las cosas.
Y aún así ella se dejó envolver por esa historia picante y secreta en la que se vieron envueltos los últimos meses. No pudo evitar desarrollar sentimientos más fuertes hacia él y el dolor que estaba sintiendo en esos momentos era uno punzante en el pecho que amenazaba con dejarla sin respiración.
—Sé que es demasiado pronto, pero... —se aclaró la garganta— ¿Podrías considerar retomar nuestra amistad cuando estés lista? No quiero presionarte tampoco, tú tienes la última palabra y comprendo si...
—Está bien. —le interrumpe, jugando con el dobladillo de su suéter.
Shikadai la miró un tanto incrédulo, todavía sin creer que se lo estuviera tomando con tanta madurez. Esperaba un drama con lo acostumbrada que estaba a hacer escándalos. Pero Himawari ya no era esa niña gritona y sentimental con la que creció, ahora era toda una mujercita guapa e inteligente, seguía siendo sensible, pero no del tipo molesto en el que solía acusar a cualquiera con sus padres.
Sin embargo, al verla darse la vuelta intuyó que algo estaba mal, nada más fijarse en la manera en la que intentaba ocultar su rostro de él, algo se oprimió en su pecho. Ella no quería que la viera derramar lágrimas, pero había sido demasiado tarde.
Salió de la habitación casi corriendo y él no dudó en ir tras ella. Eso era lo que temía.
La Uzumaki no veía más allá de sus pies caminando a toda prisa por el pasillo y tuvo que reprimir un grito de sorpresa cuando alguien delante suyo la paró en seco con las manos sobre sus hombros.
—¿Qué sucede, Hima? —pregunta una voz femenina que ella conocía bastante bien.
No necesitó levantar el rostro para saber que se trataba de Sarada. Así que sin poder mantenerse firme un segundo más se lanzó a sus brazos y sollozó en el hueco de su cuello.
La Uchiha acarició su espalda con suavidad y levantó la mirada para intentar averiguar lo que sucedía, pero lo último que esperó fue encontrarse con los ojos verdes de Shikadai inundados de preocupación.
No hizo falta que alguno de los dos dijera algo, de inmediato intuyó lo que sucedía.
—Boruto y Mitsuki te esperan abajo. —menciona sin quitarle la mirada de encima.
Shikadai entendió lo que quería que hiciera y retrocedió hacia la escalera no sin antes echarle una última mirada a la joven resguardada en los brazos de la pelinegra para después darse la vuelta e irse de allí.
—Vamos a mi habitación. —dijo Sarada en voz baja— ¿Quieres que hablemos al respecto?
Himawari asintió, limpiándose las lágrimas con el dorso de su mano y siguiéndola por el pasillo hacia la alcoba de su amiga.
—Es él, ¿verdad? —pregunta con cautela— El chico del que me hablaste en Aspen.
La Uzumaki no respondió, pero no necesitaba hacerlo porque su silencio fue respuesta suficiente.
—¿Cuándo empezó?
—Agosto. —dice dejándose caer sobre la cama con la vista clavada en el techo— Se supone que no era nada serio, pero cada vez nos involucrábamos más y...
—Te enamoraste. —concluye la Uchiha.
Si alguien en ese momento podía comprender el sentir de Himawari, era ella. Estaban en la misma situación, casi, porque podía asegurar que Shikadai no había sido ni una décima parte de hijo de puta a comparación de Kawaki.
El Nara podía ser un poco idiota, pero no era cruel. No estaba en su naturaleza ser desinteresado ante el dolor ajeno.
—¿Qué se supone que debo hacer? —cuestiona en voz alta refregándose el rostro con las manos— No quiero ser la típica chica rogona, pero estoy segura que no le soy indiferente del todo.
De alguna manera se sentía como un ciego guiando a otro ciego. ¿Qué le podía aconsejar? Estaban en la misma situación y ella era la menos indicada para sugerir una solución.
—Pienso que... —se aclara la garganta y le mira un tanto indecisa— Deberías seguir adelante.
—¿Crees que un clavo saca otro clavo?
Era la segunda vez que escuchaba esa ridiculez en una sola semana y tenía la misma opinión al respecto.
—Creo que distraerte ayuda. —se encoge de hombros— Pero no necesariamente tienes que involucrarte con alguien más de inmediato.
—¿Verme con otro hombre le daría celos?
—Hima, no vayas por ahí. —sacude la cabeza— Shikadai no es de los que reacciona a ese tipo de provocaciones...
—¿Cómo puedo saberlo si siempre he estado disponible para él? —frunce el ceño— Tal vez verme con alguien le abra los ojos finalmente y haga que acepte sus sentimientos.
Sarada dudaba que algo como eso funcionara, pero no tenía caso llevarle la contraria, al final ella haría lo que le viniese en gana. Así era Himawari. Y tampoco podía juzgarla porque sus decisiones eran igual de cuestionables, lo único que podía hacer era apoyarla.
—¿Por qué no vas con los chicos? ¿No te han invitado? —pregunta la Uzumaki enarcando ambas cejas— A ti siempre te incluyen en sus planes, no te hacen a un lado como a nosotras.
—Paso de tanta testosterona. —pone los ojos en blanco mientras se deja caer a su lado en la cama.
—¿Hacemos algo esta noche? ¿Qué tal si salimos a beber? Creo que es lo que me hace falta. —propone la joven— Aunque... espero que no te moleste la presencia de Ada, mi hermano me pidió que no la dejara sola.
Ella intentó ignorar el pinchazo de disgusto y sacudió la cabeza con una sonrisa de labios apretados.
—Las alcanzaré allí, envíame un texto con la dirección. —responde intentando camuflar su incomodidad— Quiero cenar con mi abuelo.
—¿Me juras que irás? —hace un puchero— Hace mucho que no pasamos tiempo juntas, te echo de menos.
—Te he dicho que puedes ir a Londres cuando sea. —acaricia su brazo— Podrías quedarte el tiempo que quieras.
—Te tomaré la palabra, ya verás. —salta a abrazarla— No me gusta compartirte con mi hermano cada que estás cerca.
Sarada se tensó ante lo último que dijo. ¿Cuál de los dos hermanos?, pensó con ironía.
—¿Qué te parece si organizamos un viaje juntas en verano? —exclama la Uzumaki, sonriendo con orgullo por su increíble idea— ¿Cómo te suena Santorini?
—Suena bien.
—Namida es buenísima organizando itinerarios, ya verás, nos divertiremos un montón...
La ojiazul siguió hablando durante cinco minutos seguidos sobre un viaje de chicas al que no le apetecía ir ni un poco, pero que seguramente terminaría yendo para complacerlas.
Así eran las cosas cuando se trataba de Himawari y Namida.
Para nadie era un secreto que Sarada tenía una especie de debilidad por las dos chicas Hyūga, en especial por Namida. Todos concluían que era debido a lo que sucedió hace años, y tal vez tenían razón.
Ella se sentía con la responsabilidad de cuidarla, así como le prometió a su tío Neji que la llevaría a salvo con su madre minutos antes de que lo asesinaran frente a sus ojos. Desde entonces se prometió protegerla como si fuera de su propia familia.
—Sarada... —dijo en un susurro llamando su atención— Hay algo que me preocupa.
De pronto vio la seriedad en su rostro y supo que el asunto debía tenerla realmente preocupada.
—¿Qué es?
—No he querido decírselo a nadie, ni siquiera Namida lo sabe. —se muerde el labio— Se trata de Kaede.
La pelinegra frunció el ceño y parpadeó sin comprender la dirección de la conversación.
—Ella ha estado... ya sabes... —hace una mueca— Probando un poco de la mercancía, pero últimamente se le ha ido de las manos.
—¿Se está drogando? —exclama con incredulidad.
—Cocaína, la mayor parte del tiempo. —desvía la mirada— He intentado hablar con ella, pero insiste en que sólo lo hace por mera diversión.
—Supongo que la tía Konan no está al tanto de esto, ¿verdad? —la vio negar— ¿Desde cuándo lo sabes?
—El día que salimos al club nocturno en Aspen la atrapé esnifando en el baño. —sacude la cabeza— La encaré al día siguiente y me dijo que sólo lo hace cuando va de fiesta, el problema es que eso sucede cada dos o tres días.
Sarada se cruzó de brazos, dándole vueltas en la cabeza a la situación y pensando que hablar con ella no sería suficiente en dado caso de que estuviera consumiéndolas cada vez más seguido.
—Hablaré con Ryōgi. —se masajea la sien— Estoy segura de que lo resolverá sin que su madre se entere.
—Creí que tú podrías... hacerla entrar en razón. —balbucea la Uzumaki— A ti siempre te hace más caso que a mí.
La Uchiha niega.
—Suficiente tengo con mis hermanos como para encargarme de los ajenos. —dice poniéndose de pie— Ryōgi puede ocuparse de su hermana.
No es que no quisiera a Kaede, porque de verdad lo hacía, crecieron juntas y prácticamente la consideró una prima más porque sus madres se amaban como si fueran hermanas, pero todos tenían algo qué solucionar.
Y en estos momentos su familia tenía una situación más grave como para enfocar su atención en un problema de adicción.
—¿No podrías... intentar hablar con ella al menos?
Sarada suspiró. ¿Por qué siempre pensaban que estaba allí para resolver los conflictos de todo el mundo?
No era la salvadora de los desamparados ni mucho menos un alma caritativa.
—No prometo nada. —vuelve a encogerse de hombros y se pone de pie finalmente— Te veo más tarde.
Himawari la alcanzó también en la puerta de la habitación y se apresura a alejarse por el pasillo caminando de espaldas mientras la señalaba de manera acusatoria.
—Más te vale que llegues esta noche. —advierte con una sonrisa juguetona— Hoy vamos a divertirnos mucho.
—Sí, sí, lo que digas. —sacude la mano— Intentaré llegar.
—Y ponte algo sexy. —le guiña el ojo— Tal vez consigamos un par de citas.
La Uzumaki le lanzó un beso con la mano y se dio vuelta dejándola sola a mitad del pasillo. Fue entonces que Sarada emprendió su camino hacia la cocina para buscar la cena para comer junto con su abuelo mientras jugaban una partida de ajedrez.
—¿Vas a decírselo? —escuchó dentro de la cocina, era la voz de su abuela.
—No quiere que lo sepa. —responde la inconfundible voz de su padre con seriedad.
—Tiene que saberlo. —contradice su mamá— No puede irse sin estar al tanto de lo que está sucediendo.
—Fugaku es el hombre más orgulloso que conozco. —contesta su abuela— No permitirá que lo vea así...
Al parecer ninguno era consciente de que podían ser escuchados por cualquiera, o tal vez tenían demasiada fe en que no hubiera nadie cerca.
—¿Y qué se supone que es lo que está sucediendo? —pregunta adentrándose finalmente al interior de la cocina— Porque tengo el ligero presentimiento de que soy yo a la que se lo ocultan.
—Cariño, creí que te habías ido con los chicos... —se adelantó Sakura intentando desviar su atención— ¿Tienes hambre? Estaba a punto de intentar cocinar raviolis para la cena.
Sarada la ignoró sin dejar de mirar a su padre a los ojos, era el único que no decía nada y no parecía tener la intención de unirse a la conversación.
—¿Qué es lo que pasa con nonno? —frunce el entrecejo— ¿Y por qué no quieren decírmelo?
Daisuke mencionó que su abuelo se rehusaba a ir por la casa en silla de ruedas aún cuando se le recomendó hacerlo para evitar hacer esfuerzos innecesarios. Sin embargo, seguía sin entender en qué momento el usarla dejó de ser una opción y ahora era una necesidad porque no podía mantenerse en pie por mucho tiempo.
—¿Nadie dirá nada?
—El abuelo está enfermo. —dijeron a sus espaldas.
Daiki estaba de pie bajo el umbral de la puerta con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón de traje oscuro y el brazo recostado en el marco de madera.
¿En qué momento había llegado a la casa? Su madre parecía tener la misma pregunta, porque tan pronto lo vio extendió los brazos para rodearlo con ellos.
—Cielo, creí que tu avión aterrizaría hasta mañana. —habló la matriarca Uchiha— ¿Por qué adelantaste tu vuelo?
—Terminé antes. —se encoge de hombros— ¿Por qué nadie le dice a Sarada lo que está pasando con la salud del abuelo? No es como si pudieran mantenerlo oculto por mucho tiempo de todos modos.
—¿Cómo que está enfermo? —pregunta sin despegar la mirada de su padre— ¿Y cuándo pensaban decírmelo?
Sasuke se pellizcó el puente de la nariz con frustración y soltó un suspiro prolongado antes de detenerse a mirar a su única hija.
—Él no quería que lo supieras. —contesta finalmente cruzándose de brazos— No le gusta que lo vean vulnerable.
—¿Y por qué todos lo saben menos yo? —frunció el entrecejo— Y no me digan que es porque estoy fuera de casa, porque Daiki vive en Rusia y está más que enterado.
El aludido recuesta los codos en la isla central de la cocina y picotea un trozo de pan que había cerca.
—Porque eres su chica predilecta y no le apetece que lo veas vulnerable, no finjas que te parece del otro mundo que no quiera decírtelo. —pone los ojos en blanco— Es un Uchiha, el orgullo es lo más grande que tiene, ya deberías saberlo.
Ella se muerde el interior de la mejilla para evitar soltarle una palabrota a su hermano y se distrajo un poco con sus últimas palabras. ¿Qué tan malo era el diagnóstico para que su abuelo no quisiera decírselo?
—Tiene adenocarcinoma pancreático en etapa tres. —susurra su madre con un tono cauteloso— Y se niega a recibir tratamiento.
La pelinegra se tomó un par de segundos para procesar la noticia y su corazón comenzó a galopar en su pecho a toda prisa. Su mente arrojándole las palabras que no quería oír: su abuelo tenía cáncer.
—Y aún si aceptara... —la voz de su abuela se quebró— El médico no emitió un buen pronóstico.
Ver las lágrimas en los ojos oscuros de Mikoto fue un golpe duro porque de algún modo el hecho de perderlo se sentía... real, tangible.
—¿Cuáles son sus probabilidades? —mira a su madre de reojo.
Los labios rosados de Sakura formaron una fina línea antes de contestar:
—Menor al 10%. —desvía la mirada— Con quimioterapias apenas le aseguran poco más de ocho meses.
El aire se escapó de golpe de sus pulmones y retrocedió un par de pasos hacia la salida.
—Finge que no sabes nada y actúa normal. —sugiere Daiki— Se le ve mejor ahora que estás en casa, pero si comienzas a tratarlo diferente se dará cuenta y su ánimo decaerá.
Necesitaba... salir de allí para distraer su mente. No podía permanecer en esa casa sin pensar en todos los escenarios futuros en donde su abuelo no estaría más.
Al final, ir con las chicas no sonaba mal. Lo último que quería en esos momentos era quedarse y fingir que no estaba desmoronándose.
—¿Quién más sabe de esto? —preguntó en un hilo de voz.
—Sólo la familia. —responde Sasuke— Nadie más tiene porqué saberlo.
Ella asintió casi por inercia y se dio la vuelta con el cuerpo rígido.
—Voy a salir. —avisó de último momento— No quiero escoltas ni nadie vigilándome, lo digo en serio.
Echó una mirada afilada hacia su padre y su hermano, bien sabía que apenas quisiera poner un pie fuera de la villa tendría varios hombres siguiéndola, por eso dejaba una orden clara.
—Sólo ten cuidado, cariño. —se despidió su madre un poco inquieta— No hagas ninguna locura.
Sarada afirma con la cabeza y sale de ahí con el cuerpo tembloroso, pensando que se encontraba por segunda ocasión en la misma situación de hace años.
Qué jodida era la vida de vez en cuando.
(...)
—¿Por qué tardan tanto? —pregunta Shinki sentado en uno de los cómodos sillones del privado del club nocturno en la tercera planta— Pensé que estarían aquí.
—Kaede dijo que llegarían en cualquier momento. —menciona Mitsuki encogiéndose de hombros— Aunque no creo que nos estuvieran invitando a unirnos precisamente.
—¿Entonces por qué estamos aquí? —resopla Shikadai con los brazos cruzados.
—Porque siempre se meten en problemas cuando salen. —dice Ryōgi como si fuera obvio— En especial cuando están todas juntas.
Boruto apoyó los antebrazos en la baranda para asomarse hacia abajo y vio el sitio atestado de personas. El lugar estaba a reventar, la música retumbaba en las paredes y las luces rojas bañaban los cuerpos de las personas en el centro de la pista.
—A todo esto, ¿quién convenció a Sarada de venir? —pregunta Shinki, arqueando una de sus cejas castañas mientras le daba un sorbo a su trago de whisky.
—Mi hermana. —contesta el rubio poniendo los ojos en blanco— ¿Quién más?
Kawaki hizo una mueca disimulada que no pasó desapercibida para Ryōgi, que no dudó en inclinarse para susurrar cerca de él.
—Tengo que confesar que estoy sorprendido. —dice mirándole de reojo— No creí que Sarada se tomara tan bien su ruptura.
—¿De qué ruptura hablas? —dijo en tono mordaz— Nunca fuimos algo para romper.
—Ya comienzo a creerlo. —se encoge de hombros— Hace un par de semanas creí que estaba con otra persona hasta que me llamaste tú para asegurarme de que llegara a su casa.
Eso llamó la atención del Uzumaki, sólo que intentó disimularlo.
—Supongo que pasó la página rápido. —se termina el resto del contenido de su vaso de golpe— Sólo espero que los Uchiha tengan piedad con el nuevo chico.
—¿Qué mierda estás diciendo?
—Pues del tipo que la llevó a su casa ese día. —dice como si fuera obvio— Entró con ella y todo, al menos eso me dijeron mis hombres.
Él parpadeó desconcertado, eso era algo de lo que no estaba enterado. ¿Quién cojones se había atrevido a...
—Espera, aún tengo una foto que me enviaron. —menciona sacando su móvil y buscando una imagen en específico de su galería.
Su ceño se frunció cuando su mejor amigo puso delante de él la pantalla de su teléfono mostrándole la fotografía donde se podía ver perfectamente a Sarada poniendo el código de acceso en la puerta de su casa y detrás de ella un hombre rubio con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, tenía el rostro ladeado y ambos parecían estar sonriendo.
Fue entonces que reconoció los rasgos del hijo de puta. ¡Era el maldito jugador de Polo!
Ahora cobró sentido el que hubiera llegado tan rápido a su casa. Él se había aprovechado del momento y le ofreció llevarla, no encontró una explicación más lógica que esa.
Aún así, una cosa era el viaje, pero ¿por qué ella le estaba invitando a entrar? ¿Qué pretendía?
Lava hirviente corría por sus venas en ese momento y juraba que podría meterle una bala en la cabeza al que se le pusiera en frente ahora mismo. Sin embargo, la confusión también lo tenía mal. ¿Por qué estaba tan molesto? Él era el que la había hecho a un lado, ¿no? ¿Entonces por qué le molestaba tanto?
—Ahí vienen. —señaló Shikadai hacia la entrada con un resoplido— Llamando la atención, como siempre.
Himawari levantó las manos en alto en cuanto se mezcló en el gentío de personas y se apresuró a arrastrar a su prima Namida con ella. Ada caminaba con una sonrisa coqueta en los labios detrás de ambas y se unió a las dos en la barra.
Por otro lado, Kaede enganchó su brazo con el de Sarada para no despegarse de ella. La primera llevaba un vestido corto en tonalidades grisáceas y el cabello recogido en una coleta alta.
La mirada de Kawaki se detuvo en la silueta estilizada de Sarada al final y la recorrió de pies a cabeza reteniendo el aliento.
El pedazo de tela que traía puesto era casi tan corto que cualquiera que se agachara podría ver su ropa interior. Era un maldito vestido de látex que se apegaba a sus curvas como otra piel, era rojo y tenía un escote strapless tipo corsé que resaltaba sus pechos. Y sus piernas... joder, se veían larguísimas en esas botas del mismo color. Toda ella era cuero y látex rojo.
—Ni se te ocurra. —dijo Ryōgi de inmediato— Recuerda que ya no están en Londres donde yo pueda encubrirlos, aquí no puedo hacer nada, cualquiera podría verlos y si eso llega a pasar se desata la tercera guerra mundial.
—¿Me ves cara de que me importa?
El semblante del pelirrojo se enserió.
—No, tengo claro que no te importa una mierda. —sacude la cabeza— Pero a tu familia sí.
—A ellos no los metas. —contesta de inmediato— No tienen nada que ver en esto.
—Pero lo hará cuando se enteren de que destrozaste tu hermandad con Boruto por un capricho tuyo. —intenta hacerlo entrar en razón— ¿Y cómo crees que se tomarán los Uchiha el que estés jugando con su princesita? Son capaces de romper lazos con los Uzumaki si la lastimas, porque pueden ser socios y buenos amigos, pero para ellos la familia siempre es primero.
Kawaki no entendía la magnitud del problema en el que podían meterse. Si las cosas salían mal, no sólo habrá corazones rotos, también podía dañar amistades y lazos de años.
—Como sea. —dice finalmente el pelinegro, recostándose en el respaldo del sofá con el ceño fruncido.
Menos de un minuto después escuchó la inconfundible voz chillona de Ada a poca distancia y supo que su paz se había terminado. La peliazul atravesó el acceso de seguridad junto a Kaede y ambas se dirigieron hacia su mesa.
—¡Viniste! —chilla la hermana de Ryōgi tan pronto le vio— Creí que nadie conseguiría arrastrarte hasta aquí.
La de ojos ámbar se hizo un hueco en el sofá entre él y su hermano con la intención de estar más cerca suyo y dejar a Ada sin espacio. Lo que no esperó fue que la peliazul le dedicó una sonrisa de lo más falsa y se situara sobre el regazo del pelinegro que sólo suspiró con fastidio.
—¿Me extrañaste? —susurra Ada cerca de su oído.
—No. —dice con sencillez— Estaba de lo más cómodo.
Ella le mira confundida, no sabía si lo decía de verdad o simplemente estaba intentando ser sarcástico. Aún así pasó un brazo por su cuello y se apegó a su torso en busca de una caricia.
Kawaki sabía que al menos debería aparentar interés por ella, pero no lo sentía, incluso comenzaba a desagradarle la presencia de Ada en ese momento porque le obstruía la vista.
—Por cierto, la hermana de tu socio me cae bien ahora. —comenta llamando su atención— Anoche me pidió una especie de disculpa...
¿Sarada disculpándose? Ni siquiera tenía sentido.
—Como sea, su hermano menor me aseguró que no es nada personal, sólo estaba molesta con su otro hermano. —explica con una sonrisa— En realidad, me parece muy bonita, ¿sabías que es bailarina de ballet?
—Sí.
—Dicen que es muy buena, ¿alguna vez la has visto bailar?
—No.
—Tal vez podamos ir a verla, dijo que pronto tiene una presentación en Tokio. —comenta emocionada— ¿Podemos ir? Anda, di que sí.
—No lo sé.
Eso era lo último que le faltaba, que Ada no dejara de hablar sobre la única persona en la que no podía dejar de pensar. Que la mencionara cada dos minutos no ayudaba con su ansia por buscarla entre el gentío.
Luego de varios segundos la encontró con su hermana y su prima, ambas tomándose un chupito en la barra y pidiendo la siguiente ronda en menos de lo que ya se habían terminado la anterior.
Ada siguió la dirección de su mirada después de darse cuenta de que estaba ignorándola e intentó convencerse de que estaba vigilando a su hermana, no a la pelinegra sonriente junto a ella.
—¿Acaso está loca? —frunció el ceño al verla tomarse dos chupitos de golpe y chocar las manos con su hermana menor entre risas.
—¿Quién? —pregunta la peliazul confundida— Oh, déjala, tu hermana ya no es una niña.
Él volvió a ignorarla y ella se levantó de su regazo para sentarse en el brazo del sofá ligeramente disgustada. ¿Para qué la había traído a Italia si iba a comportarse como un maldito imbécil todo el tiempo?
Estuvo a punto de reclamárselo, pero él parecía absorto en lo que sucedía debajo. ¿Qué le molestaba tanto?
Por un momento compadeció a Himawari por tener dos hermanos tan controladores, pero al seguir de nuevo la dirección de su mirada notó que la Uzumaki ya no se encontraba allí, ahora ella y Namida caminaban al centro de la pista tomadas de la mano.
Pero Kawaki seguía mirando el mismo sitio de antes. Y entonces cayó en cuenta de que no miraba cada movimiento de su hermana, a quien no perdía de vista era a la única que permanecía en la barra. A Sarada Uchiha.
(...)
Estaba haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no mirar de nuevo al tercer piso donde sabía que se encontraban sus amigos. Y él.
Intentó ignorar el pinchazo que sintió al verlo con una mujer sentada en su regazo sin importarle quien lo viese. Ellos jamás podrían hacer eso, nunca tendrían algo así.
—¿Estás sola, guapa? —pregunta el hombre junto a ella en la barra.
Era alto, no tanto como Kawaki, pero al menos le sacaba una cabeza de altura. Tenía una cabellera castaña clara y unos bonitos ojos verdes que le dedicaban una mirada coqueta.
—Estoy aquí con amigos. —responde sin prestarle más atención de la debida.
—¿Me permites invitarte un trago?
—Puedo pagar mis bebidas, gracias. —respondió señalando al barman para pedir otro cóctel.
Sabía que estaba bebiendo de manera imprudente, ya había perdido la cuenta de los chupitos y cócteles que tomó y ya comenzaba a sentir los estragos del alcohol en su sistema.
—¿Y... tienes un novio? —vuelve a acercarse el sujeto— ¿Tengo que preocuparme por un chico celoso?
—Te tienes mucha fe si crees que voy a hacerte caso. —alza una ceja— Aléjate antes de que decida que tuve suficiente de ti.
El hombre parpadea con incredulidad, era bastante obvio que no estaba acostumbrado a los rechazos, pero para sorpresa de ella quien creyó tener que sacarlo de su vista por su propia cuenta, el sujeto se fue.
—¡Vamos a bailar! —grita Himawari apareciendo de la nada y tirando de su brazo— Pero antes, un último chupito.
Cuando se unió a las dos en la pista había perdido toda rastro de reserva, por un momento dejó de lado los problemas que le esperaban en casa y se permitió relajarse un poco.
Himawari notó que también estaba a su mismo nivel de ebriedad y la abrazó en medio del gentío animándola a moverse de manera sensual al ritmo de la música.
En los altavoces sonaba una versión más rápida de Under the influence a todo volumen, las paredes retumban por el ruido y las luces de colores recaían sobre la multitud de personas en el centro del lugar restregándose los unos contra los otros.
—Eso es, guapa, estás que ardes. —dijo la de ojos azules con una sonrisa radiante.
Sarada soltó una risita borracha y cerró los ojos dejándose guiar por la música. Sus caderas cobraron vida y sus manos se deslizaron por todo su cuerpo de manera sugerente.
Namida se unió a las dos, las tres divirtiéndose como hace mucho no lo hacían, aunque gran parte se debía a los efectos del alcohol.
Kawaki observaba a su hermana, a su prima y a... ¿Cómo se supone que debía llamarla? ¿La mujer que deseaba? ¿A la que no podía dejar de mirar? Porque es lo que era, lo tenía tan excitado que estaba considerando bajar allí, tomarla en brazos y llevarla a un lugar recóndito donde pudiera hacerla suya.
La manera en la que se movía... joder. Toda ella era una maldita tentación. Y todos los hombres a su alrededor seguramente pensaban lo mismo a juzgar por la atención que estaba recibiendo.
Miró a su hermano, a la espera de algo, una reacción o una mueca de desagrado, pero se hallaba en medio de una conversación con Shikadai y Mitsuki.
¿Y se supone que está enamorado de ella? ¿Entonces por qué permite que alguien siquiera pudiera pensar en tocarla?
—¿Quieres bailar? —pregunta Ada haciendo un puchero— Estoy aburrida.
—Ahora regreso. —le ignora poniéndose de pie— Habla con alguien más, yo que sé.
Ella seguía sin comprender su mezquindad. ¿Qué le había hecho para que la tratase como si no valiera la pena estar un segundo más a su lado?
Casi al final de la canción, Sarada sintió unas manos masculinas rodeando sus caderas y por un momento su mente le jugó una mala jugada. No podía ser él, ¿verdad?
La manera tan posesiva en la que tiraron de ella hacia atrás la hizo dudar por un segundo, Kawaki solía hacer eso. Y no supo si era que estaba demasiado borracha, pero lo necesitaba, quería sentirlo más cerca.
Molió sus caderas contra él y recostó la espalda en su pecho en busca de más contacto físico. Sus ojos se mantenían cerrados, disfrutando las últimas notas de la canción.
—Creo que no tuviste suficiente de mí. —dijeron cerca de su oído y eso la hizo abrir los ojos de golpe.
Entonces vio a Himawari sonriéndole y alzando el pulgar con su mano en un gesto de aprobación y eso terminó por encender una alerta en su cabeza. Estaba ebria, pero aún tenía la agilidad suficiente para zafarse del fuerte agarre sobre sus caderas para alejarse y comprobar que no era una mirada grisácea la que la observaba. Eran los ojos verdes del sujeto de la barra.
Se sintió como la persona más estúpida del mundo al pensar que podría ser él. El chico retrocede un par de pasos al ser empujado para pasar por su lado y pronto se escabulle entre el tumulto de personas a su alrededor no sin antes hacerle una señal a la Uzumaki para informarle que estaría en el baño.
Tan pronto atravesó la puerta de los sanitarios se encontró con el lugar completamente vacío y ella se apresura a sostenerse de la sólida superficie de los lavamanos sin dejar de mirar su rostro de mejillas sonrosadas y ojos vidriosos a consecuencia del alcohol en su sistema.
Tal vez lo mejor era regresar a casa y...
En ese momento escuchó la puerta de la entrada cerrarse con pestillo y su corazón comenzó a latir desenfrenado en su pecho al ver a Kawaki recostado en la pared contigua.
—¿Te diviertes, bambi? —murmura con un tono peligrosamente molesto.
Ella ni siquiera sabía qué decir, no se esperaba que se apareciera frente suyo de un momento a otro. Habían acordado tomar caminos separados, y aunque en el fondo lo anhelaba, sabía que su cercanía era dañina.
—Es el baño de mujeres, creo que te has equivocado. —dice ella simulando que su presencia ahí no le afectaba en absoluto aún cuando se sentía temblar— ¿Buscas a Hima? Se ha quedado con Namida.
—Te busco a ti.
—¿De verdad? —lo mira a través del espejo— Porque no recuerdo tener nada pendiente contigo.
Él ignora el tono desdeñoso en su contestación y avanzó varios pasos hacia ella hasta que su pecho casi entraba en contacto con la piel desnuda de su espalda. Sólo a unos pocos centímetros.
—Te echo de menos. —susurra él con la boca pegada en su nuca y de inmediato la piel se le erizó.
Sólo él sabía lo difícil que fue admitir aquello en voz alta y también era consciente de que esas palabras terminarían desencadenando lo inevitable. Lo supo cuando los ojos de ella se cristalizaron.
—¿Me echas de menos con otra en tu regazo? —masculla con ironía y los labios le temblaron cuando la obligó a darse la vuelta con la mano en su cintura.
—Te echo de menos incluso si tuviera a mil en bandeja de plata. —dice mirándola a los ojos— ¿Qué te dice eso?
—Que eres un imbécil. —traga saliva— Y yo también por no dejar de sentir lo mismo por ti.
Seguía molesto con ella por dejar que el maldito jugador de Polo la llevara a casa y también por la manera en la que le bailó a aquel hijo de puta en la pista de baile. Pero su deseo por ella era todavía mayor que su enojo.
Así que tras un par de segundos de ver sus ojos oscuros finalmente mandó su cordura a la mierda y tomó su rostro entre sus manos para acercarla a su boca y fundir sus labios con los suyos en un beso violento.
Sarada rodeó su cuello con sus brazos y dejó que la levantara en el aire para colocarle sobre los lavamanos con las piernas abiertas sin dejar de devorarle la boca.
Pray de JRY sonaba en los altavoces del lugar retumbando en las paredes, pero ella sólo estaba concentrada en la manera en la que las manos de Kawaki recorrían su cuerpo deteniéndose en los lugares correctos.
—Oh, joder... —gimió ella con los labios de él dejando un camino de besos húmedos por su cuello hasta el inicio de sus pechos.
El Uzumaki no perdió el tiempo haciendo a un lado la pequeña prenda de encaje y empujó dos dedos en su interior sólo para encontrarla lubricada por sus propios fluidos, tal y como había esperado. Ella siempre estaba lista para recibirlo.
Él sabía que el resto se preguntaría dónde estaban y terminarían yéndolos a buscar. Aunque jamás pensarían que se encontrasen juntos. El único que probablemente podía sospechar era Ryōgi.
—Mírame, nena. —exclama rodeando su cuello con una mano— Dime lo que quieres.
—A ti. —jadea con los labios entreabiertos— Te quiero a ti.
Su boca atrapó el gemido agudo en cuanto se deslizó de golpe en su interior y de inmediato ella se retorció entre sus brazos. Seguía sin acostumbrarse del todo a su tamaño aún cuando lo había tenido dentro muchas veces, la primera estocada siempre resultaba ser incómoda hasta que se amoldaba a él.
Kawaki captó la señal para continuar en el momento en que volvió a buscar sus labios y tiró de ella hacia atrás para un mejor acceso. La apoyó contra el espejo y la piel desnuda de su espalda resintió el frío por unos cortos segundos hasta que él retomó el movimiento de sus caderas y no le quedó opción más que aferrarse al borde del lavamanos mientras que la otra mano seguía alrededor de su cuello.
—Kawaki... —gimió con la respiración agitada y los nudillos volviéndosele blancos por la fuerza con la que se sujetaba al azulejo.
Juntos eran explosivos. Sus cuerpos se reconocían y la compatibilidad que tenían era imposible de ocultar porque encajaban a la perfección. Él embestía y ella empujaba sus caderas a su encuentro, él gruñía contra el hueco de su cuello y ella lo llamaba entre suspiros pidiendo más.
Sarada sabía que no había manera de que sintiera lo mismo con otra persona Lo que sentía no tenía marcha atrás.
—Dámelo, bambi. —gruñó acelerando el ritmo de sus empellones— Córrete para mí.
—¡Oh, mierda!
Y como si hubiese sido una orden, su cuerpo se dejó llevar al borde y la caída en picada fue gloriosa. Fue un orgasmo avasallador, sus piernas temblaron y toda la respiración se le escapó de golpe mientras sentía la calidez de su semilla vaciándose dentro después de un par de embestidas poderosas.
Se quedaron en silencio mirándose el uno al otro por varios segundos en los que sus respiraciones se regularizaron y finalmente él se retiró con cautela para acomodarse la ropa.
Ella se bajó del lavamanos como pudo, intentando fingir que el temblor de sus piernas no era ningún problema y se arregló el vestido con movimientos torpes bajo la mirada grisácea de Kawaki.
—¿Qué sucederá ahora?
Esperó un comentario sarcástico o pervertido como los que él solía hacer, pero al observarlo a través del espejo lo encontró completamente serio.
—Quédate aquí. —dijo en tono autoritario, quitando el pestillo de la puerta— Le diré a uno de los chicos que te sientes mal y te lleve a casa.
Y así como si nada se fue. Sin darle una última mirada. Simplemente se la había follado y la abandonó en los sanitarios de un club nocturno como si fuera una vil puta.
Las lágrimas se acumularon de nueva cuenta y al mirar su reflejo en el espejo se dio cuenta de que era un desastre. Sus mejillas estaban encendidas, la nariz enrojecida y los ojos irritados por el llanto que intentaba retener.
Jamás se había sentido tan usada y al mismo tiempo tan culpable por caer de nuevo. Decir que era una estúpida sería un calificativo diminuto.
Ya ni siquiera podía culparlo a él porque era ella a la que le gustaba tropezar con la misma piedra una y otra vez.
Y seguro ahora que había conseguido lo que quería sólo enviaría a alguien que se hiciera cargo del desastre que dejó atrás mientras él volvía con la hermosa mujer con la que estaba minutos atrás. A la que sí podía sentar sobre su regazo a la vista de todos.
¿Así iban a ser las cosas? ¡Pues que le den! Tuvo suficiente humillación.
Se recompuso como pudo, se limpió las lágrimas y salió del lugar con la determinación de ponerse un pedo monumental. Al final, para eso había ido hasta allí, ¿no?
Tenía suficientes problemas esperándola en casa como para añadir uno más a la lista, así que se apresuró a la barra para pedir tres chupitos y bebérselos de golpe. Incluso una mujer a pocos metros alzó su copa hacia ella y le guiñó un ojo.
—¡Eso es, chica! —alcanzó a escuchar en medio del ruido y después la vio señalar al barman— ¡Sírvele otro a mi nueva amiga, yo invito!
Sarada le agradeció alzando su trago recién servido y se lo bebió hasta el fondo. Pronto el alcohol comenzó a perder ese sabor amargo tan característico y fue más fácil para ella continuar ronda tras ronda.
Llegó un punto en el que todo le daba vueltas y se sintió demasiado acalorada. Ya no veía a Himawari ni a Namida en la pista y cada vez que intentaba enfocar hacia el privado donde deberían estar sus amigos su vista se volvía medio borrosa.
Entonces, una mano atrapó su brazo provocando que perdiera momentáneamente el equilibrio y se aferró a la barra para evitar caerse de bruces en cuanto Kawaki tiró de ella.
—Te dije que te quedaras donde te dejé. —dijo con el ceño fruncido y miró detrás suyo varios vasos de chupitos vacíos— ¿Seguiste bebiendo?
—¿Y a ti qué te importa? —responde ella arrastrando ligeramente las palabras— Regresa por donde viniste y déjame en paz.
—Estás ebria. —se refriega el cabello con una mano— ¿En qué momento bebiste tanto? Te dejé sola menos de veinte minutos.
—Oh, ¿y en esos veinte minutos te echaste un polvo con alguien más? —dice intentando zafarse de su agarre— Digo, es obvio que se te da bien eso de tomar y desechar.
—Te estás portando como una cría inmadura.
—Estoy borracha, puedo gritar cuanto quiera. —lo empuja, pero no lo mueve ni un centímetro.
—No seas ridícula.
Lo que no entendía era que en ese momento no tenía en frente a la Sarada sensata, sino a una ebria histérica que comenzó a golpearlo en el pecho con las manos hechas puño.
—¿Qué haces aquí, entonces? —no quería, pero la voz se le quebró— No te molestes en atender a la ebria ridícula y lárgate.
—¿Qué mierda te pasa? —pregunta comenzando a impacientarse.
—Pasa que eres un imbécil. —exclama frunciendo la nariz de una manera que le pareció adorable— ¿Quieres follar y luego fingir que nada pasó? Hazlo, pero no cuentes conmigo nunca más.
Kawaki estuvo a punto de contestar, pero la vio ponerse pálida de pronto al reparar en la persona detrás de ellos que les miraba parpadeando con incredulidad y por un momento la tensión llegó a su punto más alto.
—Shinki. —balbucea la pelinegra y sintió que el mundo se le venía abajo en cuestión de segundos— No es lo que...
—¿Lo que parece? —arquea una ceja— Ahórrate las explicaciones, escuché fuerte y claro, para la próxima vez discutan en privado.
—Te lo explicaré después, ¿vale? —traga saliva— No se lo digas a nadie.
—No soy del tipo chismoso. —se encoge de hombros— Tienes suerte de que haya sido yo y no Mitsuki.
Ella tuvo que darle la razón, sintiéndose más mareada de lo normal de repente, todo comenzaba a darle vueltas.
—Kawaki mencionó que necesitabas que alguien te lleve a casa, pero creo que ustedes necesitan hablar. —pone los ojos en blanco— Los cubriré con los demás.
—No, espera, Shinki...
Pero ya se había escabullido entre la gente y para rematar, de la nada apareció otra de las personas que no deseaba ver en ese momento.
Ada los alcanzó en la barra con una mirada desconcertada, en especial al ver el agarre que mantenía Kawaki sobre el brazo de la Uchiha y que se vio obligado a soltar en cuando notó su presencia.
—Te estaba buscando. —le dijo al Uzumaki sin dejar de mirar a la pelinegra— ¿Por qué te desapareciste tanto rato?
Sarada aprovechó ese momento para escapar de allí. Necesitaba aire. Así que sin decir una palabra más se mezcló entre el tumulto de personas y prácticamente corrió hacia la salida.
—¿Regresamos con los demás?
—Cállate un momento, Ada. —se refriega el rostro con frustración y pasa por su lado en busca de la chica que momentos antes estaba junto a él.
En ese estado era vulnerable, apenas podía caminar sin tambalearse, cualquier bastardo podría querer propasarse con ella.
—¿Dónde vas? —escucha la voz de Ada a su espalda, pero volvió a ignorarla.
Se abrió paso hasta la puerta principal y tan pronto puso un pie fuera del establecimiento sintió el aire frío de la madrugada calarle en los huesos. ¿Cómo esa maldita insensata se había atrevido a salir con esta temperatura y con un jodido trozo de tela que no la cubría lo suficiente? Se iba a resfriar.
Casi suspiró de alivio cuando la vio a un par de metros junto a la acera de en frente y rápidamente avanzó hacia ella con pasos furiosos. Ella intentó huir en cuanto le vio acercarse, pero no fue lo suficientemente rápida.
—¿Acaso estás demente? —la reprendió de inmediato— ¿Qué pretendes estando aquí sola en un sitio tan oscuro?
—¡Necesitaba aire!
—Alguien pudo haberte arrastrado hacia ese callejón y hecho de las suyas. —señala el sitio detrás de ella— ¿Cómo te atreves a exponerte de ese modo? Estando ebria eres el doble de imprudente.
—¡No me grites! —gruñe ella de la misma manera— No tienes voz ni voto en lo que yo decida hacer.
Ada se había quedado un par de metros atrás, pero alcanzaba a oír la discusión y no podía estar más sorprendida. ¿Desde cuando Kawaki se preocupaba por una mujer que no fuera su hermana?
—Tomaré un taxi a casa. —avisa ella pasando por su lado y deteniéndose a mitad de la calle con la intención de detener un auto de sitio.
¡Loca! ¡Esa mujer estaba loca! ¿Cómo de buena idea creía pararse en medio de la calle y levantando las manos sobre su cabeza para intentar detener a cualquier vehículo?
—Y una mierda te vas en taxi. —farfulla él, acortando la distancia entre ellos con grandes zancadas y arrastrándola por la cintura de regreso a la orilla— Te voy a llevar a casa.
—Aléjate. De. Mi. —silabeó levantando el rostro para verle.
—Cierra la boca por una vez y camina al auto.
—¡No!
—Eres una ebria fastidiosa y patética.
—Y tú un grandísimo hijo de...
Se calla de pronto y se tambalea en su sitio. La molestia en él se esfumó al verla palidecer de un momento a otro y no dudó en acercarse para ayudarla tomándola por los hombros para sostenerla en caso de un desmayo. Sin embargo, se arrepintió al escuchar el inconfundible sonido de una arcada.
Lo siguiente que supo fue que había vomito en todas partes, en el suelo, sobre su vestido...
Y sobre él.
Mierda.
