De alguna manera Ada lo convenció de ayudarlo con su propósito. Ni siquiera tuvo que pedírselo, ella misma se ofreció a ser esa barrera humana que lo mantuviera a raya. Tal vez lo hacía con la ilusión de ganarse su afecto, o en el mejor de los casos por la extraña amistad que formaron con el paso del tiempo.

—¿Por qué hay tanto alboroto? —pregunta la peliazul a la mujer de cabello encanecido al entrar al vestíbulo acompañada del Uzumaki.

La sala estaba vacía, pero alcanzaban a oír todo el bullicio proveniente del exterior, lo que parecía demasiado raro siendo tan temprano.

—Todos los chicos Uchiha están en casa al fin. —sonríe Celine con ternura— El joven Itachi ha llegado a tiempo para el desayuno.

Tras decir aquello, se escabulló de nuevo a la cocina y a ambos no les quedó de otra que unirse al desayuno en el jardín trasero de la casa donde yacían todos sentados alrededor de una mesa alargada de madera cubierta por un mantel blanco y con todo un banquete en el centro.

Era evidente lo mucho que se habían esmerado en darle la bienvenida al último integrante de la familia principal de los Uchiha.

—Y justo cuando la muy tonta sacó la carta ganadora, un sujeto con un enorme tatuaje en la cara apareció en la entrada... —exclama el recién llegado con una sonrisa burlona en la cara— Es obvio que nos estaban viendo por las cámaras de seguridad.

—Nadie quiere saber, Ita. —resopla Sarada poniendo los ojos en blanco— No ha sido la gran cosa.

—No, continúa. —pide Daiki alzando ambas cejas— Creo que a nuestros padres les está fascinando la historia.

—Cierra la boca. —contesta la joven achicando los ojos en su dirección.

Todos estaban tan enfrascados en la conversación que apenas se dieron cuenta de que tanto Ada como Kawaki habían tomado asiento en el otro extremo de la mesa.

Bueno, la joven Uchiha sí que se dio cuenta, la presencia de ese hombre resultaba magnética para ella hasta cierto punto. Por supuesto que siempre notaría cuando él entraba a un lugar, sólo que esta vez no fue capaz de levantar el rostro para verlo.

—¿Por qué no me dijiste que el hermano de Sarada era el actual campeón de la fórmula 1? —susurra la peliazul cerca de su oído y totalmente asombrada— Mi padre es fanático de Ferrari, me matará si sabe que estoy en la misma mesa que él y no le he pedido un autógrafo.

El Uzumaki se encogió de hombros y su mirada recayó en la única persona que le interesaba ver en ese momento. Ella parecía fresca y jovial, como si nada hubiese pasado, pero también se dio cuenta de que estaba enfocada en la conversación con sus hermanos.

—Sí, cariño, continúa. —se hace oír la matriarca Uchiha con una sonrisa que a sus cinco hijos les puso los pelos de punta— Estoy encantada con su aventura en los casinos de Mónaco.

Itachi se aclaró la garganta y por primera vez dudó en seguir hablando, pero todos lo miraban expectantes. Excepto Sarada, que se recostó en la silla completamente resignada a ser el blanco de la furia de su madre y sólo se encogió de hombros.

—Pues el tipo al que mi hermana dejó en bancarrota se puso a llorar como un bebé y exigió que le devolvieran su dinero. —prosigue con la historia— Nos llevaron a punta de arma a una oficina en la parte trasera del casino y nos amarraron a unas sillas.

—Oh, por Dios. —chilló Mikoto horrorizada, abanicándose el rostro con una mano— ¿Y qué sucedió después?

—Los convencí de dejarme hacer una llamada y me llevaron a la habitación contigua. —explica con tranquilidad— Ahí llamé a Itsuki.

—¿Tú estabas enterado de esto? —gruñó Sakura a su primogénito.

—¿Y quién crees que los sacó de aprietos sin que se derramara ni una gota de sangre? —contesta el aludido dándole un sorbo a su jugo de naranja— Era devolverle el dinero al bastardo o que las cosas terminaran en tragedia.

—No puedo creerlo. —exclamó la pelirrosa pellizcándose el puente de la nariz.

En este punto todos en la mesa estaban en silencio, pero sólo podían centrarse en la falta de reacción del antiguo jefe de familia.

—Aunque no estoy muy seguro sobre eso de que no hubo ni una gota de sangre. —levanta una ceja y se gira a ver a su hermana— Déjame contarlo, es mi parte favorita.

—Como sea, al final el sermón ya me lo he ganado. —escupe Sarada torciendo los ojos— Si mamá me mata queda en tu conciencia.

—¡Deja de dramatizar tanto y cuéntalo! —replica Daiki con una sonrisa de oreja a oreja— Necesito drama familiar, estar solo en otro país es aburrido.

—Pues resulta que luego de arreglar la situación para que nos dejaran ir, regresé a la habitación donde tenían a Sarada... —la mira de reojo— Pero ella ya estaba libre y sometiendo al hombre tatuado contra el suelo, le hundió el tabique nasal y además le rompió ambos brazos.

—¿Qué? —dice la pelinegra cuando las miradas recayeron sobre ella— El imbécil me miró mal.

—Un centímetro más y le perforas el cerebro.

—¡Sarada! —masculla Sakura con incredulidad— Creí que el tiempo en el que estabas fuera de control había terminado.

La pelinegra dio un sorbo a su zumo de naranja.

—No lo maté. —dice como si nada, ganándose un jadeo de parte de su abuela.

—No lo hiciste porque te quité de encima. —se mofa su hermano— El pobre se estaba ahogando con su propia sangre.

—Él me arruinó la noche y además ensució mi ropa, estamos a mano.

—¿En qué mundo eso es equiparable? —pregunta Mitsuki con burla.

—En el mío. —se vuelve a encoger de hombros— Sé útil y pásame la mantequilla.

Kawaki no hablaba un italiano muy fluido, pero pudo seguir la mayor parte de la conversación sin problema. Sin embargo, seguía procesando la nueva información dada por el hermano de Sarada.

La Uchiha sólo mencionó que se metió en problemas durante su estancia en un casino, pero omitió el pequeño detalle que casi mata a un sujeto. ¿Cuántas cosas no sabía sobre ella? ¿Por qué ninguno de los que estaban en la mesa parecía sorprendido?

Y tampoco podía dejar de darle vueltas en la cabeza a lo que dijo su madre. ¿A qué se refería con eso de estar fuera de control?

—¿Qué es lo que han dicho? —se inclina Ada cerca de su oído para preguntarle.

En ese momento vio que la mirada oscura de Sarada por fin se detuvo en él y de manera casi imperceptible su sonrisa decayó. Tal vez pensó que sería el único en darse cuenta, pero para uno de los hermanos Uchiha no pasó desapercibido.

—¿No vas a decir nada, papá? —pregunta Daisuke llamando la atención de todos.

El antiguo capo soltó un suspiro audible y se cruzó de brazos antes de mirar directamente a su única hija.

—La próxima vez no dejes que te atrapen. —exclamó con sencillez, ganándose un golpe en el brazo de parte de su mujer.

—¡Se supone que debes llamarle la atención a tu hija, no solapar sus imprudencias!

—¿Y de qué sirve regañarla si nunca va a entender? —enarca una ceja— Es igual de necia que tú, ya deberías saberlo.

—¿Y cuando pasó esto? —pregunta Konan con cautela, a lo que la atención de nuevo recae en los dos hermanos.

—La noche antes de ir a Aspen. —responde Itachi— Por eso llegamos... un poco tarde.

Sakura abrió los ojos entre incrédula e indignada. ¿Esa era la razón por la que llegaron retrasados?

En ese momento inició una nueva discusión, aunque esta vez por alguna razón cambiaron el idioma al ruso y desafortunadamente ninguno de los presentes pudo seguirles el hilo de la conversación.

Era entretenido y preocupante a partes iguales, por experiencia sabían que intervenir en una de las tantas peleas familiares de los Uchiha nunca terminaba bien para nadie. Aunque esta vez no parecía una discusión tan acalorada y por eso se permitieron disfrutar del espectáculo.

—¡Sarada, cariño! —escucharon la voz de Celine en la puerta trasera del jardín— Alguien te envió un obsequio.

La mujer parecía extasiada de felicidad y le guiñó un ojo a la madre de la joven con complicidad.

—¿Un obsequio? —pregunta enarcando una ceja, pero no le dio tiempo de preguntar más porque en ese momento vio a uno de los hombres de su hermano apareciendo bajo el umbral de la puerta.

El pobrecillo apenas podía sostener un arreglo gigantesco de flores y aún así se las ingenió para acercarse hasta ella.

—¡Oh, por Dios! —grita Tenten encantada— Son preciosas.

Kawaki reprimió una sonrisa burlesca. Cualquiera que fuera el imbécil no se había tomado el tiempo de investigar. Esas no eran sus flores favoritas.

Esperó que la chica le restara importancia y volviera a lo suyo, justo como hacía cada que le obsequiaban flores después de una presentación, pero contrario a lo que pensó, la vio ponerse de pie con semblante desconcertado.

—Son amapolas azules del Himalaya. —sonrió la madre de la joven con una chispa de interés en los ojos— La última vez que las vi fue cuando fui a Bután con Kakashi.

—¿La vez que estuviste en el monasterio? —pregunta Daiki ganándose un asentimiento de parte de la pelirrosa.

—En la cultura butanesa me explicaron que la amapola azul simboliza la belleza, la pureza y la inocencia. —miró a su hija con cierta complicidad en la mirada— Pero también es símbolo de la amistad y el amor.

—Son bellísimas. —exclamó Konan, poniéndose de pie para aspirar su aroma— Y huelen delicioso.

—¿Quién las envió? —chilla Himawari no pudiendo más con la curiosidad— Qué romántico.

Romántico y una mierda, pensó Kawaki tragándose su propio veneno. Seguro las flores terminarían en la basura al final del día, ella no solía conservar ningún arreglo floral por más enorme o colorido que esté.

Sarada salió de su estupor y en ese momento tomó la pequeña tarjeta que acompañaba las flores y conforme leía una pequeña sonrisa tiró de la esquina de su labio.

Eso fue inesperado. Para todos.

—¡Pero léelo en voz alta! —pidió Kaede con entusiasmo.

La Uchiha iba a negarse rotundamente, pero entonces sintió que alguien le arrebataba la tarjeta de la mano. Ese era el cotilla de Mitsuki.

—«Escogí las flores para nuestra boda, ¿tú ya tienes el vestido?» —recitó en voz alta antes de que se la quitara de regreso— ¿Quién es K?

Escuchó las exclamaciones de sorpresa a su alrededor, pero ella estaba concentrada en no mostrarse avergonzada. No acostumbraba a ser cortejada de esa manera tan abierta, en especial frente a su padre y sus hermanos, que siempre se habían asegurado de mantener a cualquier pretendiente a raya.

—Qué te importa. —puso los ojos en blanco y su mirada recayó en el hombre que sostenía las flores— ¿Puedes llevarlas a mi habitación?

El aludido asiente perdiéndose de su vista al instante y llevándose consigo las brillantes amapolas azules.

¿Cómo consiguió su dirección? Es decir, si quería sorprenderla definitivamente lo consiguió y eso ya era bastante. No pudo evitar sonreír por lo bajo, ¿Qué tramaba ese tipo? ¿Ponerse un blanco en la espalda para su familia?

—¿Las vas a conservar? —pregunta Itsuki con el ceño fruncido— ¿Quién es el valiente idiota que se atrevió a enviarte flores?

Ella le ignora y regresa a su sitio, consciente de que todas la atención ahora estaba puesta sobre su persona. Y a pesar de que sentía una mirada insistente no quiso voltear a ver, porque sabía de quién se trataba.

—¿Qué no oíste? Al parecer es mi futuro esposo. —se encoge de hombros y sus ojos se se detuvieron en el antiguo capo que parecía más serio de lo normal— Porque puedo elegir con quien casarme, ¿verdad, papá?

Ambos se sostuvieron la mirada por segundos que parecieron eternos y de pronto la tensión en el lugar aumentó.

—Se supone. —contesta a regañadientes, ocultando su frustración bajo su semblante estoico.

—¡Pues yo ya quiero que nos presentes un novio! —exclama Mikoto sin importarle la mala cara de su hijo— Tiene que ser guapo, atento...

—Inmortal. —añade Daiki cruzándose de brazos— Es decir, a cualquiera le pueden pasar accidentes.

Sarada suspira fastidiada y entonces oyó lo último que le apetecía oír.

—Yo creo que Sarada nos debe la verdad. —comenta Itachi como si nada— Un nombre, tal vez.

Los ojos de ella se entrecerraron al verlo.

—No te atrevas.

—¡Dilo, dilo! —anima Daisuke con socarronería.

Hubo una pausa en la que nadie dijo nada hasta que una sonrisa ladina se formó en los labios de Itachi.

—Bellum.

«Guerra», en latín.

Y de pronto el silencio se volvió caos.

Itsuki empujó la silla de Daiki que cayó en cuanto se puso de pie para intentar alcanzar el brazo de Sarada y ella a su vez lanzó su puño contra Itachi que pudo esquivarlo de milagro debido a que los brazos de Daisuke yacían aferrados a su pierna.

—Y ahí vamos de nuevo... —dice Shikadai acomodándose mejor en su asiento.

—Cien dólares a que Daiki termina quejándose de algo. —apuesta Ryōgi enarcando una ceja— Y cien más a que alguien termina con el ojo morado.

Para la mayoría era un escenario normal. Excepto para Kawaki y su invitada, que era la primera vez que convivían con la familia Uchiha al completo y en su casa. Por eso les pareció raro que nadie interviniera en la disputa.

Itsuki se las había arreglado para escabullirse entre sus cuatro hermanos y fue el primero en echarse a correr a lo largo del jardín seguido por los demás. Era un poco desconcertante, porque ninguno podía avanzar más de dos metros sin que alguno de los otros se le echaran encima como en una clase de pelea callejera donde los puñetazos y patadas volaban desde todos lados.

—Nada de huesos rotos, niños. —advirtió su madre volviendo a lo suyo— Itachi tiene competencia y Sarada debe terminar su gira en una pieza, así que contrólense.

—Dios mío, apenas ponen un pie en casa y se vuelven unos críos. —dice Mikoto sacudiendo la cabeza con una sonrisa— Ya los echaba de menos, a la casa le hace falta alegría.

Finalmente dieron por terminado el desayuno y los adultos comenzaron a irse uno a uno hasta que sólo los más jóvenes se quedaron en la mesa.

—¿Y... con qué finalidad hacen eso? —pregunta Ada con timidez, señalando a lo lejos a los hermanos Uchiha perdiéndose en el interior de lo que era el campo de tiro.

—Para ellos es un juego. —explica Namida con una sonrisita— Hay una bandera roja atada a la rama más alta de uno de los árboles en el campo de tiro, el que la consigue primero gana.

—Cualquier golpe es válido siempre y cuando no usen armas. —continúa Mitsuki— Y el que consiga la bandera tiene el derecho de pedir lo que quiera a sus hermanos.

—En este caso Itachi quiere el nombre del pretendiente de Sarada. —se burla Shouta— Y si alguno de los otros cuatro llega primero, ella tendrá que cumplir.

—Parece un juego estúpido, pero para ellos es ley. —contesta Boruto encogiéndose de hombros— Ni siquiera puedo recordar la primera vez que lo hicieron.

—Teníamos diez y Sarada acababa de llegar de Japón. —comenta Shinki— Creo que inventaron el juego para obligar a Itsuki a pedirle a su abuela que le enseñara a tejer bufandas.

—Es verdad, nos reímos semanas enteras. —se burla Ryoichi— Pasó todas las noches durante un mes sentado en la mecedora con hilos y agujas.

Para Kawaki era difícil imaginarse a su socio en aquella situación tan patética. En realidad, seguía sorprendiéndole lo poco que sabía del pasado de los Uchiha a pesar de que creció a la par de ellos.

Él creyó que conocía a Sarada mejor que nadie, pero una vez más se había quedado corto. Siempre había algo nuevo que aprender acerca de ella, como por ejemplo que podía igualarse en un combate con sus hermanos. Y eso era mucho qué decir porque conocía a Itsuki y Daiki y sabía lo duro que llegaban a golpear, un par de veces se enfrentaron en una pelea simplemente para pasar el rato y hasta a él le costaba seguirles el ritmo.

Por su lado, Ada lo miró de reojo mientras se mordía el interior de la mejilla. Ahora que sabía la verdad, no podía evitar notar el interés tan evidente de parte de ambos.

Sarada evitó mirarlo durante todo el desayuno a pesar de que recorría con la mirada a todos en la mesa y cuando llegaba al sitio donde se suponía que estaba él terminaba por saltárselo.

Y con Kawaki era lo contrario, sabía que intentaba disimularlo, pero muchas veces lo pillo mirándola. ¿Cómo es que no se dio cuenta antes? Si desde el primer momento que pisaron la casa y se enteraron que Boruto hizo una parada en Londres para recogerla. el humor del pelinegro cambió de manera abrupta.

Tenía celos de su propio hermano. Y la razón era justificada, porque el rubio parecía ser más cercano a la chica Uchiha de lo que pensó en un inicio.

—¿Por qué no vamos al club campestre hoy por la tarde? —pregunta Shouta cambiando de tema— Supongo que mis primos estarán disponibles para entonces.

—¡Yo me apunto! —grita Kaede con entusiasmo— He comprado un conjunto deportivo espectacular para la ocasión.

—Por mí está bien. —contesta Shinki encogiéndose de hombros y el resto lo imitó.

—Yo paso. —respondió Kawaki al instante y todos se giraron a verlo mal, en especial su hermana menor.

—Anda, no seas amargado. —la ojiazul hizo un pequeño puchero— Necesitas distraerte un poco, no todo es trabajo.

—Creo que podría ser divertido. —añade Ada con una sonrisita— Así te despejas un poco...

Kawaki les miró hastiado. No le apetecía pasar toda una tarde con la señorita piernas perfectas acaparando la atención masculina y sin la posibilidad de reclamarla frente al resto. Porque deseaba hacerlo, se imaginaba desnudándola encima de cualquier superficie de la casa y tocarla por todas partes.

Y le fastidiaba el hecho de que estando tan cerca al mismo tiempo estuviera tan lejos. Ya no estaban en Aspen, en Londres o en St. Moritz, donde podía salirse con la suya y tocarla cuando quisiese.

También estaba el hecho de que Shinki, Ryōgi y Ada sabían que algo sucedió entre ellos y eso era uno de sus más grandes problemas. Lo suyo dejó de ser un secreto de dos y si no tenían cuidado Boruto podía ser el siguiente en enterarse y eso era algo que no debía suceder.

Al final, no hubo manera de que pudieran convencerlo a pesar de varios minutos de insistencia. Cuando él decía que no, eran remotas las posibilidades de que le hicieran cambiar de opinión.

(...)

—¿De verdad no nos dirás nada? —pregunta el mayor de los hermanos Uchiha dejándose caer rendido en el césped.

—Gané. —responde la chica agitando el trozo de tela roja en el aire con agotamiento— No estoy obligada a decir ni una palabra.

—¡Es por tu bien! —insiste Daiki— Investigaremos al enclenque para asegurarnos de que no sea un peligro para ti.

—Por Dios, sólo quieren saber su nombre para enviarle una amenaza o algo por el estilo. —dice ella con ironía— Además, no es alguien por el que deban de preocuparse.

Itachi la miró de reojo, observándola recostado sobre su espalda en medio del campo. Había algo en su hermana que no le gustaba. Se veía... apagada. ¿Que había sucedido en estas pocas semanas de no haberla visto?

—Si tú lo dices... —masculla Itsuki soltando un suspiro, deteniéndose un segundo para mirar el cielo despejado.

Sarada recostó la cabeza en el regazo de su hermano menor y sin poder evitarlo sus ojos se aguaron un poco.

—Es por el abuelo, ¿verdad? —pregunta Daisuke en voz alta, llamando la atención de los otros tres— ¿Estás así por él?

—No sé si pueda quedarme aquí para verlo irse. —susurra ella con la voz quebrándosele por momentos— Es lo que se espera de mí, pero no puedo pasar por esto otra vez.

Hubo un silencio en el que nadie supo qué decir. Su hermana podía ser dura con los demás, la empatía y amabilidad no eran su fuerte. Pero tenía una debilidad muy grande: el amor por su familia.

Tal vez era porque sus padres los criaron para cuidarse entre sí con uñas y dientes, enfrentarse a lo que sea con tal de mantenerse a salvo mutuamente y a darlo todo por cada uno de los miembros de esa familia hasta convertirse en su único talón de Aquiles.

Para los Uchiha no había nada que importara más que la vida de cualquiera de ellos.

—No tienes que quedarte. —habló Itsuki encogiéndose de hombros— Sólo llama de vez en cuando y ven a casa en verano, como siempre.

—No puedo simplemente no estar aquí. —sus labios forman una fina línea— Se trata del abuelo...

—Él no quiere que nadie lo vea débil. —comenta Itachi levantándose sobre sus codos— Entonces sólo finge que no lo notas.

¿Cómo podía hacer eso si cada que lo veía quería echarse a llorar como un bebé y aferrarse a él para que no desaparezca nunca? Nadie se prepara lo suficiente para perder a alguien tan importante en su vida.

—Paso a paso, sorellina. —susurró Daiki revolviendo su cabello con cariño— Nos las arreglaremos. Siempre lo hacemos.

El mayor de los hermanos se puso de pie tras varios segundos bajo el cómodo silencio.

—Debo regresar al trabajo. —dice en un tono exhausto y miró de soslayo a su gemelo— ¿Me acompañas a Izanami? Hay algo que quiero mostrarte sobre una nueva ruta...

—Yo he quedado de ir con papá. —se apresura a decir Daisuke ayudando a su hermana a levantarse— Prometió que echaríamos un vistazo al viñedo del sur.

—Como sea, vayan a hacer sus cosas aburridas. —se mofa Itachi sacudiendo la mano y se agacha frente a la única chica para que subiera a su espalda— Nosotros los hermanos divertidos iremos a pasar el rato a algún sitio.

—No se metan en problemas de nuevo. —advierte Daiki con una sonrisa— Y si piensan hacerlo, llámennos, tal vez decidamos unirnos.

—Como en los viejos tiempos. —contesta Sarada, sintiéndose relajada por primera vez en el día.

Porque podía tener el corazón roto, destrozado en miles de pedazos, pero siempre tendría un lugar al cual regresar: con sus familia. Ellos siempre serían su lugar seguro, el bálsamo para sus heridas.

(...)

Todos en la casa se esfumaron de un momento a otro, al menos la mayoría, excepto por Ada que se empeñó en quedarse con él para hacerle compañía. Lo que se traducía a horas enteras de soportar la presencia y estupideces para las que no estaba de buen humor.

—¿Iremos combinados a la fiesta de máscaras? —pregunta Ada con entusiasmo— Tu hermana dijo que iremos de compras pronto y quiero saber qué color usarás para ir en conjunto...

—Eso es ridículo, sólo compra un vestido que te guste y ya. —murmura con fastidio— ¿Por qué estás siguiéndome?

—Me aseguro de que no te equivoques de puerta. —dice la peliazul encogiéndose de hombros— Y también quería preguntarte lo de nuestros disfraces, pensé en algo con una temática de El Zorro...

Kawaki se abstuvo de bufar hastiado y decidió ignorarla mientras atravesaban juntos el pasillo hacia su habitación. Aquella chica era igual que una garrapata.

Y justo cuando creyó que no tendría más contratiempos, la puerta de la habitación contigua a la suya se abrió, revelando a la última persona que necesitaba ver en ese momento.

La señorita piernas perfectas tenía puesto unos pantalones holgados y frescos color beige, una pequeña camiseta de tirantes blanca y encima un cárdigan de punto de tono perlado. Tenía toda la apariencia de estar cómodamente en casa.

Pero lo que más llamó su atención fue el pequeño hematoma apenas formándose en su mentón. Por un momento, tal vez sólo por unos fugaces segundos, sintió los dedos hormigueándole por las ansias de tomar su rostro y verla más de cerca.

—Oh, Dios mío, eso debe dolerte. —se adelantó a decirle Ada acortando la poca distancia entre ellos y a él no le quedó de otra que quedarse a un par de pasos— ¿Qué te sucedió?

—No es nada. —responde ella con sequedad— No esquivé a tiempo a mi hermano Daiki.

—No pensé que se lo tomaran tan en serio. —menciona la peliazul con incredulidad— Se verá peor en pocas horas.

—No le tengo miedo a los moretones. —contesta con desinterés— Estoy habituada a ellos.

Sarada se encogió de hombros, obligándose a no ver más allá de la chica. No podía mirarlo sin que se le escapara la respiración o que el pecho le doliera.

Por otro lado, Kawaki frunció el ceño al darse cuenta de que lo estaba ignorando deliberadamente, era como si no existiera para ella. Y contrario a lo que pensó, su indiferencia le causó más aversión de la esperada.

—¿No irás con los demás? Ya todos se han adelantado al club. —comenta Ada, reparando en su vestimenta para nada acorde al plan— Creí que querrías pasar tiempo con ellos antes de regresar a Londres.

—No me apetecía. —responde la pelinegra escuetamente.

La verdad era que no tenía ganas de estar en un ambiente escandaloso después de todo lo que había sucedido en las últimas horas. Era como si una nube oscura estuviera sobre su cabeza la mayor parte del tiempo y absorbiera sus energías.

Y por si fuera poco, tener que convivir con el hombre que acababa de romperle el corazón y no poder hacer drama por ello empeoraba la situación. Se supone que cuando terminas algún tipo de relación, si es que se le podía llamar así a algo que fue sin compromisos, debías tener el derecho de no querer verlo.

Pero las cosas no funcionaban así cuando formaban parte del mismo círculo social y además nadie tuviera idea de que existió algo entre ellos. Sólo les quedaba fingir que nada sucedió y ya está.

Sin embargo, sus sentimientos no desaparecerían de la noche a la mañana y tener que verlo todos los días retrasaba el proceso de sanación, porque cada que lo veía no podía evitar que el corazón quisiera salírsele por la boca.

Por momentos sentía la necesidad de buscar sus brazos, de fundirse en su pecho y recostarse piel a piel. Echaba de menos todo, las sonrisas de medio lado, los comentarios sarcásticos, su habitual mal humor que solía mejorar luego de una sesión de besos y despertar sintiendo la calidez de su cuerpo enredado al suyo por las mañanas.

«Deja de ser tan estúpida, Sarada. Se ha terminado, él no te quiere de la misma manera, déjalo ir», se repitió ella mentalmente como cada vez que pensó en buscarlo.

—Por cierto, te han enviado unas flores bellísimas. —sonrió la peliazul guiñándole un ojo— Se nota que le gustas mucho al chico.

Eso era algo que todavía no se explicaba. ¿Cómo fue que Kagura había encontrado su dirección? Lo único que sabía de ella era su nombre. Debió contratar a alguien para investigarla, al menos eso era lo que haría su familia.

Aunque a decir verdad, todo podía conseguirse con dinero. Y ese hombre parecía tener buen poder adquisitivo a juzgar por la manera en la que se comportaba.

—Mostró interés desde el principio, supongo.

—¿Y se puede saber quién es? —pregunta con entusiasmo— Dime que es guapo, por favor.

Kawaki se removió incómodo y casi pudo saborear la bilis en su boca al escucharlas.

—Oh, vamos, dame todos los detalles. —la tomó de las manos con un exceso de confianza que a la pelinegra no le gustó, pero se limitó a negar— Entiendo que no quieras decírselo a tus hermanos, pero yo te guardaré el secreto.

—No tiene caso, es alguien que conocí hace poco, no sé mucho sobre él.

—Debiste dejarle una buena impresión si se ha atrevido a enviarte flores. ¿Cómo se conocieron? —se muerde el labio— ¿Es algún compañero de elenco? ¿Corredor de fórmula como tu hermano? ¿A qué se dedica?

Sarada se removió incómoda, lo único que quería era salir de ahí, podía sentir a Kawaki taladrarla con la mirada de manera persistente. Así que por primera vez se atrevió a levantar el rostro para verlo y se encontró con la tormenta embravecida en sus ojos. ¿De verdad se atrevía a molestarse cuando había sido él el que decidió desecharla?

Eso encendió una llama en su interior que le pidió a gritos darle una cucharada de su propio chocolate antes de cambiar de página.

—Es un hombre de negocios y también es un excelente jugador de Polo, aunque sea sólo un pasatiempo. —contesta sin dejar de mirarlo a los ojos— Digamos que me ayudó a escapar de una situación desagradable.

No mintió en nada de lo que dijo, ni tampoco estaba exagerando, pero no era tan idiota como para revelar su nombre. La mujercita de cabello azulado la bombardeó con un montón de preguntas, pero ella se removió incómoda y terminó repitiendo lo que ya le había dicho: No lo conocía lo suficiente.

—¿Terminaste, Ada? —la voz masculina de Kawaki salió más grave de lo habitual.

—Oh, lo siento, cariño. —batió las pestañas en su dirección y se giró a ver a la pelinegra— Me disculpo de antemano por los ruidos que puedas escuchar...

Un nudo en la garganta del tamaño de una manzana le impidió hablar siquiera y de pronto se sintió patética. ¿Qué esperaba? ¿Una reacción de celos al estilo cavernícola? Por supuesto que ese hombre jamás haría algo como eso, seguro debía estar impaciente por ir a su habitación y follarse a la bonita mujer que tenía delante.

Porque así manejaba las cosas, ¿no? Al menos con ella lo fue, todo el tiempo parecía impaciente por llevarla a la cama y luego lucía fastidiado cuando sugería una actividad que no incluyera sexo. Debió leer las señales en lugar de tirarse de cabeza por el acantilado.

Tal vez todo fue fingido. Sólo aceptó seguirle el juego porque sabía que al final haría lo que quisiera con ella una vez que estuvieran solos en la habitación. Un medio para un fin.

¿Cómo podía pensar que lograría una reacción de parte de ese hombre insensible que no dudó en botarla cuando las cosas se complicaron?

—Gracias por avisar. —es lo único que fue capaz de responder— De cualquier manera iba de salida.

¿Qué más podía decir? No iba a echarse a llorar como una niña, ni tampoco tenía el derecho de reclamarle nada. No estaban juntos, él podía hacer lo que le diera la gana y follarse a cuanta se le antoje. Pero... ¿en su propia casa? ¿Era tan cínico?

Intentó que la decepción no se reflejara en sus ojos al verlo por última vez y salió de allí sin mirar atrás, incapaz de fingirse impasible por mucho tiempo porque en cuanto terminó de bajar las escaleras sintió que todo su cuerpo comenzó a temblar descontrolado y tuvo que aferrarse a la baranda para mantenerse en pie.

—¿Qué tienes, mio sole? —escuchó a poca distancia y de inmediato sintió el suave tacto de su hermano en su espalda— ¿Estás bien?

Ella asintió, pero algo no pareció terminar de convencer a su hermano Itachi el cual le tomó el rostro para obligarle a verlo.

—Adelántate, voy por un par de copas y una botella de vino. —señaló el jardín con la cabeza— Tendremos una charla seria.

No le vio caso a llevarle la contra, así que tras un ligero asentimiento se soltó de su agarre y salió de la casa con una punzada aguda que se expandía por todo su pecho y se asentaba en la boca del estómago como un recordatorio de lo estúpida que había sido.

(...)

—La chica es un maldito hueso duro de roer. —exclamó Ada dejándose caer de espaldas en la cama— Apenas pude sacarle unas pocas palabras.

A Kawaki no le sorprendió en lo absoluto. Había convivido con ella lo suficiente para saber que Sarada era del tipo reservada y antipática con el resto del mundo, pero cuando entraba en confianza se convertía en una especie de loro hablador.

Al principio le molestaba que no pudiera cerrar la boca por dos minutos seguidos, pero después se descubrió irritado cuando no la escuchaba hablar sobre cualquier disparate que le viniera a la mente.

—Es decir, es muy guapa, parece modelo sacada de revista... —hace una mueca— Pero por lo que he visto tiene un carácter difícil, ¿eh?

El Uzumaki no respondió y en cambio atravesó la habitación con zancadas largas hasta el ventanal.

—¿Puedes callarte? —dice sin siquiera mirarla— No quiero oírte.

—Entonces, que tal si... —sintió las manos de ella deslizarse por su espalda— Nos divertimos un poco. Es decir, ya que estamos aquí...

Kawaki se dio la vuelta sólo para atrapar ambas manos con una de las suyas y las alejó de su cuerpo con molestia.

—Sólo vuelve a tu habitación, Ada.

—Oh, vamos. —pone los ojos en blanco— No te hagas el difícil, antes de venir la pasamos muy bien en tu oficina.

—No estaba pensando precisamente en ti mientras follábamos. —suelta con ironía— Tuve que recurrir a otros métodos que antes me resultaban impensables.

El hecho de tener que pensar en una sola persona para conseguir una erección le resultaba vergonzoso. Esa mujer sólo entró a su vida a joderle la existencia.

—Eres un idiota, lo sabes, ¿no? —gruñó la chica ofendida— Al menos deberías tener un poco más de tacto, estoy aquí para ayudarte.

—Nadie pidió tu ayuda.

—Ese pensamiento hará que al final termines solo. —sacude la cabeza con incredulidad y se apresuró a la puerta de la habitación con pasos furiosos— Me alegro de que al menos hay algo que no conseguirás tener.

El pelinegro se quedó en silencio, abriendo sólo un poco la cortina que cubría el ventanal y se quedó allí, de pie con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y pretendiendo que no le prestaba atención a ninguna de sus palabras.

—Es una buena chica. —añade, sin necesidad de especificar de quien estaba hablando, aunque ambos lo sabían perfectamente— Y si de verdad le llegaste a tomar aunque sea un gramo de aprecio, entonces déjala ir.

«Lo sé, es lo que intento hacer», pensó él.

Porque si de algo se había dado cuenta Ada durante los pocos días que ha estado en esa casa es que los Uchiha eran una familia unida. Se amaban de verdad, sin importar las discusiones. Y Sarada parecía ser la clase de chica que protegía a sus seres queridos sobre todas las cosas.

Aquella joven no merecía un amor a medias. Y por primera vez en esos dos años pensó que ella misma tampoco. Ya había tenido suficientes humillaciones.

—Me voy a Japón. —sacude la cabeza en tono cansado— Sólo espero que hagas lo correcto para ti, no para nadie más.

Y se fue de allí, dejándolo con los pensamientos más revueltos que nunca. Miró por la rendija de luz que creó la cortina oscura y en su campo de visión aparecieron dos figuras sobre unas mecedoras en la pequeña terraza junto a la piscina y con vistas al extenso jardín.

Era Sarada y su hermano Itachi sentados uno junto al otro con copas de vino en manos. Él parecía decirle algo y lo que vino a continuación fue un tierno beso en la coronilla.

Ella se veía preciosa aún con una vestimenta sencilla y cómoda que no hacía más que darle una apariencia de cervatillo indefenso, como una joven tierna y vulnerable.

«¿La quieres?», volvió a preguntarse. «Aún no lo sé».

(...)

—Te ha hecho daño, ¿verdad? —concluyó el Uchiha al ver los ojos enrojecidos de su hermana al terminar de hablar.

Sarada desvió la mirada hacia el bonito paisaje que flanqueaba su casa y se ajustó el cárdigan contra su cuerpo.

—Fue algo fugaz. —se encoge de hombros— Supongo que debía terminarse tarde o temprano.

Por supuesto que no le había dado todos los detalles, ni las palabras crueles que usó o el que la tratara como una más de sus zorras. Le dio un pequeño resumen, le dijo que la buscó en Londres y pasaron algunos días juntos donde hicieron cosas divertidas y el pequeño viaje a St. Moritz del que omitió el incidente donde terminó en el hospital.

Era una versión suavizada de la historia, pero su intención no era crear tensión entre su hermano y Kawaki. Lo último que quería era empeorar la situación, pero Itachi la conocía y supo desde el primer momento en el desayuno que algo no iba bien con ella.

No tenía caso mentirle si al final lo descubriría por sí mismo ya fuera directamente de ella o yendo a enfrentar al responsable, cosa que tampoco creyó necesaria y le hizo prometer que no armaría un alboroto de algo que ya no existía y que sólo terminaría causando más problemas.

—Estoy bien, ya se me pasará. —suspira acurrucándose en la mecedora— Tengo cosas más importantes de las que debo preocuparme. El abuelo es una de ellas.

Itachi achicó los ojos, escrutando su rostro en busca de algo más, pero también sabía que Sarada no se lo diría tan fácil.

—¿Al menos fue amable al terminarlo?

Ella tragó saliva.

—Necesito que me dejes lidiar con mis problemas, no puedes ir por allí arreglando mis desastres.

—Puedo y lo haré, mio sole. —contradijo con una sonrisa de medio lado— ¿Olvidas nuestro lema?

—No hay nada que no haría por mi sangre. —recita ella en voz alta, recordando las palabras que se repetían los cinco cada vez que atravesaran un obstáculo.

El mayor deslizó el dorso de la mano por su mejilla y le guiñó un ojo. Su hermana era como su alma gemela, si ella sufría, él sufría. Era una condición que se volvía fisiológica, podía sentir su dolor aún a la distancia, por eso decidió aparecer en casa antes de lo previsto. Porque presentía que algo no iba bien.

—Cuéntame del chico que te envió flores. —pidió en un susurro cauteloso— ¿Debo preocuparme?

—Lo conocí en el viaje a St. Moritz. —confiesa en voz baja— Me ayudó a salir de allí y me llevó a Londres.

—¿A cambio de...

—Una taza de té. —se ríe la joven, sacudiendo la cabeza— La verdad es que es tan idiota que me terminó agradando un poco.

—¿Hubo coqueteo?

—Tal vez. —vuelve a encogerse de hombros— Es guapo. E insolente.

—Justo tu tipo, por lo que veo. —pone los ojos en blanco— Y al parecer tiene cojones, a juzgar por su atrevimiento de enviarte flores aquí y no a Londres.

Sarada se mordió el labio inferior. Eso era algo que también pensó, de ser cualquier otra persona habría esperado a que regresara de Italia para hacerle llegar cualquier obsequio a su casa, pero él prefirió no ocultar su interés por ella y lo envió al sitio donde sabía que estaría toda su familia.

Era algo que ningún hombre se había atrevido a hacer.

—Esta vez tómatelo con calma, ¿sí? —pidió Itachi con cautela y ella asintió.

Entonces escucharon pasos acercándose y luego una inconfundible voz masculina que les hizo girarse en su dirección.

—¿Interrumpo algo?

—Para nada, sólo me ponía al corriente con mi hermana. —devuelve la mirada a la chica— Estaba a punto de dejarla ir, pensaba en visitar la habitación del abuelo.

—Ve. —ella señala la casa con la cabeza— Le agradará verte.

Itachi se puso de pie y le guiñó un ojo antes de irse dejándolos a solas. Hasta entonces Sarada se concentró en el rubio frente a ella, él la estaba mirando con sus bonitos ojos azules llenos de curiosidad y una sonrisa relajada.

Boruto, por su lado, la escrutó con sospecha, la conocía lo suficiente para saber que había estado llorando, pero decidió no hacer preguntas. En cambio extendió una mano para que la tomara.

—Hoy nosotros prepararemos la cena. —dijo con socarronería— ¿Aceptas el reto?

—Sabes que mis habilidades culinarias son nulas. —sacude la cabeza con una sonrisa divertida— Podríamos incendiar la casa.

—Creo que somos capaces de cocinar al menos una pizza. —sonríe, mostrando los hoyuelos que siempre cerraban el trato.

—¿Nos tienes tanta fe? —no pudo evitar reírse, deslizando su mano sobre la suya— Yo que tú no confiaba en el resultado.

—Menos mal que le pedí una receta paso a paso a Celine. —dijo tirando de ella hacia el interior de la casa— Créeme, será un éxito y si no, de todos modos tendrán que comer.

Sarada se dejó guiar hasta la cocina donde al parecer Celine ya les había dejado todos los ingredientes listos sobre la isla de la cocina.

—Muy bien, ¿qué hacemos primero? —pregunta ella después de lavarse las manos.

—La masa, por supuesto. —dice guiñándole un ojo al mismo tiempo que levantaba una libretita con anotaciones— Disuelve la levadura en el agua y agrega aceite de oliva.

La joven dudó un momento de sus indicaciones, pero al final terminó por hacer lo que le estaba diciendo. Pasados algunos minutos lo vio acercarse para agregar la harina y sal en el bowl.

—Pensé en ir a tu presentación en Tokio. —comentó rompiendo el silencio— Seguro Himawari querrá ir también.

Sarada sonrió por lo bajo y él la ayudó a pasar la masa a la superficie libre y enharinada sobre la isla de la cocina.

—Sabes que puedes quedarte un par de días en casa, ¿no? A mamá le fascinará tenerte de invitada.

—Y tú sabes que prefiero quedarme en un hotel. —se encoge de hombros— No hay nada en el mundo que me haga poner un pie en la residencia Hyūga.

Boruto sacudió la cabeza con una sonrisa y prefirió no seguir insistiendo. Era una pérdida de tiempo intentar convencerla de ir a su casa, era la única que no había pisado aquel lugar después de la masacre que se suscitó hace casi década y media.

Pero lo comprendía hasta cierto punto. Sarada se había llevado de las peores partes de aquel suceso y le afectó de una manera que muchos no podían comprender.

—Ahora tenemos que amasarla bien. —señaló con su dedo y le mostró cómo hacerlo con las manos y luego con un rodillo— Así podemos darle forma.

—Parece que habías hecho esto antes. —se ríe la joven, enarcando una ceja— ¿Me has mentido y tienes una pizzería?

—Sólo sigo las instrucciones de Celine. —pone los ojos en blanco— Tu eres la encargada de cubrirla con salsa de tomate.

Ella achicó los ojos, pero de todos modos tomó el cucharón con la salsa y la esparció sobre la masa circular a la que ya le había dado forma sobre un molde.

—¿Cuántas más piensas hacer? —pregunta incrédula al verle amasar una segunda con facilidad y luego una tercera— No pienso salir a vender pizza a los cruceros.

Boruto no se aguantó la risa y siguió con lo suyo, observándola hacer su parte con demasiada concentración. Parecía que estaba desactivando una bomba a juzgar por su mirada determinada.

—Se supone que cenaremos todos, no pensarás que una pizza es suficiente, ¿o sí?

—En realidad, pensé en dejar a los demás morirse de hambre y encerrarme en el estudio de Itsuki para atiborrarme de pizza. —vuelve a encogerse de hombros— A ti te dejaría una rebanada o dos.

—Qué generoso de tu parte, gracias. —tuerce los ojos y le pasa un quinto molde.

—¿Y desde cuándo he sido yo generosa? —se mofa ella— Por mí todos pueden padecer inanición y no me quitaría el sueño.

—Tienes un buen punto. —dice con una sonrisa de medio lado— Eres la chica más egoísta que conozco.

—Lo tomaré como un halago.

—No se supone que lo fuese. —responde él en tono burlón, acercándose al horno para que comenzara a calentarse.

Ella le saca la lengua y lo empuja con su cadera al pasar para conseguir los ingredientes que le pondrían encima. Hubo de todo, pizza Napolitana, Margherita, Quattro Stagioni, Capricciosa, Diavola y Boscaiola.

El horno era lo suficientemente grande para meter tres por vez, así que repitieron el proceso hasta que las últimas estuvieron dentro y con el tiempo programado.

—No lo hicimos mal. —concedió ella— Al menos no quemamos la casa.

—Aún no cantes victoria. —señaló el horno— Con tu suerte y la mía juntas puede explotar en cualquier momento.

Sarada le dio la razón y se cruzó de brazos bajo la atenta mirada de su mejor amigo.

—Espera, tienes algo en la cara... —menciona Boruto, apuntando su mejilla derecha.

Ella se quedó quieta cuando él se acercó lo suficiente para que pudiera ver la seriedad en sus ojos zafiros y de pronto... estampó su mano cubierta de harina en su rostro con la suficiente suavidad para no hacerle daño.

—¡No lo hiciste! —chilla indignada, tomando un puño e imitando su acción.

Pronto ambos estaban cubiertos de harina hasta la cabeza, en especial el suelo que terminó volviéndose resbaladizo bajo sus pies. El lugar se llenó de gritos y risas mientras se perseguían el uno al otro alrededor de la isla de central y varias veces alguno de los dos cayeron de bruces.

Boruto se tomó unos breves segundos para admirar la sonrisa de Sarada y sus ojos brillantes. Ya no había rastro de la mirada melancólica que tenía antes de entrar a la cocina.

—Te dije que tenías algo en la cara. —exclamó el rubio con una carcajada burlesca.

—Borra esa estúpida sonrisa antes de que te rompa la cabeza...

Y corrió a su encuentro dispuesta a rellenarle de harina los espacios limpios del rostro, pero segundos antes de llegar a él sus pies resbalaron haciéndola perder el equilibrio.

Boruto reaccionó a tiempo y alcanzó a sostenerla con un brazo alrededor de su cintura, como si pareciera un movimiento premeditado de una escena romántica. Sin embargo, lo que lo impulsó a sostenerla fue la preocupación de que al caer pudiera golpearse contra la superficie de granito junto a ellos.

Aunque tampoco iba a negar que la cercanía de su cuerpo femenino de alguna manera le resultaba reconfortante.

—Aleja tus manos de mi hija antes de que te obligue a limpiar el suelo con la lengua. —tronó la voz de Sasuke Uchiha desde la puerta— Tienes tres segundos y dos ya pasaron.

Ambos jóvenes se separaron como si el contacto les quemase, no esperaban ser sorprendidos en una situación que desde el exterior podría verse tan comprometedora.

—¡Papá cabezota! —gritó la chica mostrándole una sonrisa genuina, como si su padre no estuviera perforando al hombre detrás suyo con la mirada— ¡Adivina!

De pronto, Sasuke se sintió como si lo hubiesen remontado quince años atrás. Y Sarada ignoró la incomodidad del momento al recordar la situación en la que estaban.

—Hemos cocinado pizza. —dijo con un tono entusiasmado— ¿Puedes creerlo? ¡No soy una inútil!

El Uchiha mayor puso los ojos en blanco y no reaccionó a tiempo para evitar que le saltase encima colgándose de su cuello y arreglándoselas para restregar su rostro contra su mejilla con toda la intención de embadurnarlo de harina también.

—Joder, Sarada, bájate antes de que te lance por la ventana.

—Nop. —se ríe ella, deslizando su mano por el lado contrario de su rostro y resistiendo los intentos de su padre por dejarla en el suelo— No me bajo hasta que me digas que soy la más guapa de la familia.

—Quisieras. —le siguió la corriente— El más guapo soy yo.

—¿Ya tienes demencia senil? —se burla la pelinegra— Llegué para destronarte, supéralo, anciano.

—¿Y a ti finalmente se te quemó el cerebro de tanto almacenar información? —contraatacó el mayor— Que sepas que la edad sólo aumentó mi atractivo.

Sarada soltó una carcajada, permitiendo que su padre la dejara sobre sus pies de nuevo. Boruto les observó enarcando ambas cejas, comenzaba a creer que jamás lograría comprender su humor retorcido. Se insultaban, pero jamás se enojaban de verdad con el otro.

—Sube a limpiarte. —señaló la puerta con la cabeza— Todos ya están esperando para cenar en el comedor.

—No, cenaremos afuera. —lo contradijo la chica— Los mayores de cincuenta pueden quedarse dentro.

Él puso los ojos en blanco y levantó el pulgar para limpiar una mancha de harina en la punta de la nariz de su hija.

—Tu madre sugirió que ampliáramos el gimnasio y adaptáramos un espacio para que puedas practicar mientras estés aquí.

Sarada levantó la mirada hacia su padre con una pequeña sonrisita. Esas palabras tenían una traducción: su madre dio la idea, pero él se encargó de que fuera posible.

El Uchiha se aclaró la garganta al ver la mirada centelleante de su hija y se dio la vuelta para salir de la habitación.

—Ese compañero tuyo, ¿es bueno? —pregunta antes de dar un paso más— ¿Da la talla?

—Es bueno. —se encoge de hombros— Aunque sigue siendo un principiante...

—Bien, tráelo. —la miró sobre su hombro— Quiero conocer al imbécil que baila con mi hija.

—Nunca has querido conocer a ninguna de mis parejas de baile.

—Tu hermano mencionó que se llevan bien. —murmura con seriedad— Al enemigo es mejor tenerlo cerca.

—¡Hōki ni siquiera es una amenaza, papá! —se ríe ella, cruzándose de brazos— Hasta me ha presentado a sus compañeros de piso, ¿lo ves? Ahora tengo tres amigos nuevos en Londres además de Yodo y Chōchō.

—¿Eso dónde deja a Ryōgi? —interviene Boruto en tono burlón.

—Él es como el familiar fastidioso. —resopla— Sólo está ahí para sobreproteger y vigilar.

Sasuke se pellizca el puente de la nariz con irritación y se vuelve para mirar a su hija.

—Entonces trae a los otros dos también. —frunce el ceño— Quiero ver la clase de personas que te rodean mientras no estás en casa.

—Eso es muy controlador de tu parte. —enarca una ceja, cruzándose de brazos.

—Sí, y no me importa. —se encoge de hombros— Ahora ve a ducharte, bruja, te ves ridícula cubierta de harina.

Sarada le sacó la lengua, pero no pudo evitar reír mientras salía de la cocina intentando sacudirse un poco la ropa sucia.

Sin embargo, al levantar la mirada hacia el inicio del pasillo se encontró con los ojos grises que había estado evitado la mayor parte del día y los cuales ahora mismo la observaban con dureza. Juzgándola.

—¿Te gusta jugar, pequeño bambi?

Maldita sea, lo único que le faltaba.

Había estado intentando evadirlo todo el día y que ahora se apareciera de la nada solamente para mirarla como un insecto insignificante que no merecía su tiempo era el colmo de los colmos.

—Sí, pero no más en tu cancha. —respondió de mala gana, pasando por su lado e ignorando la fuerte punzada en su pecho.

En ningún momento volvió a mirar atrás hasta que se perdió por el pasillo a sabiendas de que no la seguiría con tanta gente pendiente de ellos. Además, no podía permitirse flaquear tan fácil, no después de la manera en la que simplemente fue usada. Al final, comprendió que era culpa de ambos, él por aprovecharse de sus sentimientos y ella por permitirlo.

Así que durante los siguientes veinte minutos en los que se dio una ducha rápida y se colocaba una muda de ropa limpia y cómoda, sólo pudo pensar en lo mucho que había cambiado su vida desde hace un mes. Y entonces se preguntó: ¿Acaso la paz que caracterizaba su vida antes de ese maldito viaje a Aspen nunca regresaría? Comenzaba a dudarlo.

Al unirse al resto en el exterior se encontró con que ya sólo faltaba ella, así que tomó asiento cuanto antes entre sus hermanos Itachi y Daisuke, disimulando que no le impresionó el hecho de que Ada hubiera regresado a Japón esa misma tarde.

—¡Esto está buenísimo! —chillo Kaede extasiada luego de darle el primer bocado a su rebanada de pizza napolitana— Siento haber dudado de ustedes, de verdad, pueden cocinar pizza todas las noches y no me importarían los carbohidratos.

—Sigo sin creer que la hayas convencido de meterse a la cocina. —masculla Mitsuki dirigiéndose a Boruto— Y que no quemara la casa en el proceso.

—Celine nos dio una receta minuciosa. —contesta Boruto, dándole un sorbo a su vino tinto y restándole importancia— Además, fue una manera de aprovechar el tiempo.

—Mientras no lo aprovechen de otras maneras, me da igual. —comenta Daiki echándole un mirada acusatoria— Aunque la próxima vez no estaría de más que otra persona estuviera presente para vigilar.

—Déjate de estupideces. —interviene Sarada de mal humor— Sólo hace falta que se turnen para montar guardia en la puerta de mi habitación.

—No me parece mala idea. —agrega Itachi, observando casualmente a cierta persona en especifico— Puede que haya ratas escurridizas.

Kawaki le sostuvo la mirada sin el menor temor. Así que uno de los chicos Uchiha ya estaba al tanto, ¿eh?

—Juguemos. —propuso Kaede levantando su copa— ¿Verdad o Reto?

—Al menos espera a que terminemos de comer. —farfulla Ryōgi con una mirada reprobatoria hacia su hermana.

—No, porque mientras todos sigan comiendo están obligados a no levantarse de la mesa y jugar. —se excusa la de ojos ámbar— Así que... Itachi, ¿verdad o reto?

—Verdad.

—¿Te has acostado con una chica famosa? —se inclina hacia adelante con una sonrisa cómplice— No puedes no responder.

Sarada suelta un suspiro. ¿Qué necesidad tenía ella de escuchar sobre la vida sexual de cualquiera de sus hermanos? Era... perturbador por donde lo vieses.

—Sí.

—¿Con quién? —pregunta Mitsuki ávido de curiosidad.

—Esa es otra pregunta que no estaba incluida, así que no estoy obligado a contestar.

Touché, pensó Sarada, sin poder reprimir la sonrisa divertida tirando de sus labios.

—Itsuki. —llamó al mayor de sus hermanos— ¿Verdad o reto?

El primogénito de los cinco levantó la mirada con aburrimiento.

—Verdad.

—¿Cuándo conseguirás esposa? —pregunta mirando a sus otros hermanos con complicidad.

—No está en mis planes por ahora, gracias.

Y siguió comiendo sin importarle nada, cediéndole su turno de preguntar al cotilla de Mitsuki que no perdió el tiempo.

—Sarada. —exclamó, haciendo que la sonrisa en el rostro de la chica se borrara— ¿Verdad o reto?

—Verdad. —dijo en un suspiro fastidiado.

—¿La persona que amas está en esta mesa?

Todos retuvieron el aliento ante la seriedad de la pregunta, ninguno se esperaba que de verdad se atreviera a hacerlo, porque la intención era clara. Nadie en todos estos años se los habría cuestionado de frente y en público a pesar de que sabían que la química entre Boruto y Sarada siempre fue evidente.

—Sí. —responde ella tras un par de segundos de absoluto silencio.

Las miradas de todos recayeron en la reacción del rubio, excepto por dos personas, la primera tenía los ojos clavados en otro de los presentes y la segunda evitó por todos los medios fijarse en alguien en especifico.

—¡Lo sabía! ¡Ya era hora! —apunta Ryoichi hacia la pelinegra.

—En realidad, hay más de uno aquí. —continuó diciendo Sarada, recostándose en el respaldo de su asiento con desgano— ¿Olvidas que mis hermanos también están en la mesa?

—Eso no es justo. —exclama Mitsuki— Sabes a lo que me refiero.

—Debiste ser más específico. —se encoge de hombros— ¿Acaso no aprendiste del fallo de Kaede?

Y así como así se había librado de la confesión más incómoda que pudo existir. Al final, no había mentido, la persona que amaba estaba allí, pero ellos jamás lo sabrían. Aunque ya no importaba de cualquier manera.

Durante los minutos tortuosos que pasaron desde que la incluyeron en su juego, evitó la mirada de todos, sabiendo que para su hermano Itachi no había pasado desapercibida su incomodidad.

—Es tu turno de preguntar. —pidió Namida— Escoge a tu víctima.

—Paso. —dice con indiferencia, dándole un sorbo a su copa de vino— No me interesa saber nada de ninguno de ustedes, a decir verdad.

—¡No seas aguafiestas! —chilla Kaede haciendo un puchero— Entonces, cédeme tu turno, anda.

—Si eso te hace feliz, adelante.

No podía importarle menos un juego de cotilleo, o eso pensaba hasta que la atención de la hija de Konan se centró en cierta persona y mencionó el nombre que menos quería oír.

—Kawaki. —sonrió con picardía— ¿Verdad o reto?

—Ninguno.

—Oh, vamos, es suficiente con una aguafiestas en el grupo. —señala a la joven Uchiha, y este último no pudo evitar mirarla.

Ella hablaba con su hermano menor por lo bajo, ni siquiera pretendía fingir que le interesaba seguir allí.

—Verdad. —murmura para sorpresa de todos, llamando la atención de la pelinegra que levantó el rostro disimuladamente.

—Vamos a ponernos un poco más profundos, ya que nunca estás dispuesto a contestar. —sonríe, apoyando su mentón en la mano— ¿Qué es lo que has hecho que te hiciera sentir más orgulloso?

Él fingió meditar la pregunta por varios segundos, aunque muy en el fondo sabía que la respuesta estaba tan clara que no necesitaba pensarlo mucho.

Había sólo dos cosas de las que se sentía orgulloso en su vida. La primera y la más reciente, pero que no podía decir en voz alta, se trataba sobre la mujercita de piernas perfectas que lo estaba mirando con intriga en ese momento.

A los ojos del resto, nadie merecía a la princesita Uchiha, pero él la había tomado contra todo pronóstico y no se arrepentiría de un mísero segundo de ello. La reclamó como suya y no habría poder humano que pudiera cambiarlo.

Pero era algo que no podía gritar a los cuatro vientos, así que se decidió por la segunda.

—Cazé y maté a Koharu Utatane, la persona responsable de la muerte de mi madre biológica. —confiesa, logrando que el ambiente se pusiera tenso de pronto— Fue lo primero que hice al convertirme en jefe de la Yakuza.

Nadie esperó una confesión de tal magnitud y por esa razón ninguno se atrevió a decir ni una palabra al respecto. En lugar de eso, Boruto desvió rápidamente el tema de conversación y terminó por hacerle una pregunta banal a Shikadai sobre la chica con la que se fue la noche de ayer, sin pensar que aquello resultó ser incómodo para su hermana menor.

—Y anotó su número en la palma de mi mano...

El sonido de la copa de cristal chocando con la superficie dura de la mesa llamó la atención de todos y nadie fue capaz de decir nada cuando Sarada Uchiha se puso de pie con una mirada consternada.

—¿Qué sucede? —pregunta Shinki enarcando una de sus cejas oscuras.

—Tengo algo por hacer. —dijo con una seriedad que no dejó lugar a réplicas— Buenas noches.

Daiki le guiñó un ojo, comprendiendo la razón de su repentina turbación al igual que sus otros tres hermanos y unos pocos más, aunque no todos.

Kawaki ocultó la curiosidad detrás de un semblante estoico, pero ni siquiera él pudo evitar mirarla hasta que se perdió por la puerta trasera de la casa. Y de nuevo hubo un silencio abrumador.

—¿Qué acaba de pasar? —pregunta Ehō mientras parpadeaba confundido.

—No es tema para tratar en la mesa. —exclama Itachi poniéndose de pie— Si me disculpan, voy a buscar a mi hermana.

—Dile que quiero verla en el estudio antes de que vaya a dormir. —pidió Itsuki— Necesito hablar con ambos.

Por su lado, Sarada comenzó a hiperventilar apenas cerró la puerta de su habitación. ¿Cómo es que había olvidado ese pequeño detalle?

Durante todo ese tiempo jamás pensó en cómo las consecuencias de sus actos podrían repercutir en la vida de alguien más. En la vida de un niño inocente como lo era Kawaki en ese entonces.

Él estaba orgulloso de asesinar a la persona que asesinó a su madre, lo disfrutó, casi pudo reconocer el brillo de satisfacción en su mirada cuando lo dijo. Y ahora...

¿Qué es lo que pasaría cuando se enterara de que la persona que tiró del gatillo y le voló los sesos a su padre había sido ella?

Un mes atrás no le habría importado, pero en estas circunstancias... el sólo hecho de pensar en ganarse su odio era como si alguien enterrase un hierro ardiente por su garganta que la quemaba a fuego vivo.

Porque aún cuando le hubiese hecho añicos el corazón, ella no podía evitar que cada uno de esos pedacitos siguiera amándolo.