El lugar era una jodida locura, desde la oscuridad en el gran salón hasta la impresionante pista iluminada por luces blancas. El color rojo predominaba en las paredes y también en la elegante alfombra que cubría todo el espacio desde la escalinata donde entraban los invitados.
—Guau. —exclamó Hako mirando a todos lados— Es asombroso, parece que estoy en una fiesta salida de El gran Gatsby.
La peliazul llevaba puesto un vestido de mangas caídas color púrpura que se ceñía perfectamente a su delgado cuerpo y resaltaba las discretas curvas que solía ocultar bajo la ropa holgada. Renga y Hōki por su lado, vestían un impecable esmoquin negro con camisa blanca y pajarita, jamás se habían visto más elegantes.
—¿Champán? —preguntó un mesero ofreciéndoles una copa con una sonrisa.
Renga tomó una para cada uno y le agradeció con gentileza antes de volverse hacia la escalinata por la que habían entrado minutos atrás.
—Cada vez que pienso que no puedo sorprenderme más, hacen algo para cerrarme la boca. —exclama el pelinegro dándole un sorbo a su bebida— ¿Y tú, Hōki? ¿Ya te rendiste por fin?
—Déjalo en paz. —le pellizca el brazo la chica— No sabrá nunca si le gusta a Sarada si no lo intenta.
—No creo ser capaz de confesarle mis sentimientos nunca. —contesta Hōki haciendo una mueca de incomodidad— Me basta con verla feliz.
—¿Y crees que cualquiera de estos... hombres pueda hacerla feliz? —enarca una ceja su mejor amigo— Estos sujetos sólo piensan en hacer más grande su fortuna aunque ya estén pudriéndose en dinero. ¿Vas a dejarle el camino libre al tal Kawaki? ¿O a Boruto?
—Ni siquiera son los únicos. —se mofa el castaño— También está ese chico misterioso que le manda obsequios y...
—¡Tú eres mejor que todos ellos! —lo anima Hako— Al menos tú la quieres de verdad, no sólo porque es bonita o es de buena familia, te gustaba desde que la viste bailar por primera vez y no te atrevas a negarlo.
Él desvió la mirada avergonzado y estuvo a punto de responder, pero en ese momento vio entrar a los dos hermanos Uzumaki. No tuvo que esforzarse mucho para saber que eran ellos aún con las máscaras puestas. La cabellera rubia perfectamente recortada de Boruto era distintiva y el traje color arena que llevaba puesto combinaba con el antifaz dorado que cubría la mitad de su rostro.
Por su lado, el más alto de los dos, esta vez usaba un esmoquin y no un traje de tres piezas como estaban acostumbrados a verlo. Iba de negro por completo, de pies a cabeza. Sin embargo, la máscara platinada que llevaba puesta era el mayor distintivo: se trataba de una réplica exacta de El fantasma de la Ópera que le cubría un sólo ojo y la mitad del rostro de manera diagonal desde la frente, la nariz y el inicio de sus labios.
—Bueno, tengo qué admitir que el bastardo tiene estilo. —susurra Renga de mala gana— Pero no te preocupes, sigues teniendo mi voto.
—Oh, cállate. —dijo Hako poniendo los ojos en blanco— Mejor vamos a buscar a Chōchō y Yodo.
Las dos jóvenes llegaron con el matrimonio Nara unos minutos atrás. La Akimichi llevaba un vestido suelto en corte A de una sola manga color verde y con lentejuelas en todas partes, se sentía sexy y misteriosa detrás de una máscara de brillantes color negro.
Yodo, por su lado, estaba de pie junto a ella alisando las arrugas en la falta de su vestido rojo pasión sin mangas y con escote profundo. La cabellera rubia la tenía suelta como pocas veces se le veía y caía por su espalda en una cascada con ondas.
—¡Por aquí! —los llamó Chōchō en cuanto les vio acercarse— Se ven increíbles.
—Ustedes están muy bonitas. —contesta Hako con las mejillas arreboladas— ¿Han visto a Sarada? Se supone que llegamos juntos, pero nos pidió adelantarnos.
—No he visto a ningún Uchiha. —comenta Yodo— Tal vez al ser los anfitriones hagan su entrada más tarde.
A los pocos minutos distinguieron a las otras amigas de Sarada al principio de las escaleras. A Chōchō le costó aceptar que su mejor amiga tuviera otras mejores amigas, pero no era ninguna estúpida, sabía que aquellas chicas tenían ventaja sobre ellas por haber nacido y crecido prácticamente juntas.
—Ellas sí que están en su elemento. —menciona Renga sin dejar de observarlas saludar a todo el mundo como si los conocieran— Se mueven como peces en el agua.
Todos observaban en la misma dirección, detallando a Himawari en su asombroso vestido amarillo de cuello halter y espalda descubierta que se apegaba a su cuerpo de manera increíble. Su cabello atado en una coleta alta y la máscara blanca con detalles dorados completaba el atuendo.
A su lado, Namida lucía un vestido entallado color rosáceo tipo strapless con escote recto que dejaba sus delicados hombros a la vista y su cabello castaño caía liso sobre su espalda con elegancia mientras la mitad de su rostro estaba cubierto por un antifaz plateado con filigranas de metal en los bordes.
Y por último estaba Kaede, con su cabellera violácea peinada en un moño impecable mientras el vestido negro de gala con escote en forma de corazón caía con gracia dejando su pierna izquierda descubierta por una abertura inferior.
Si tuvieran que describirlas con una palabra sería fácil clasificarlas: Himawari era fashionista, Namida delicada y Kaede atrevida.
Yodo se removió ligeramente incómoda en su sitio y Chōchō lo notó.
—Creo que nos hace falta un trago para soportar la noche. —comenta la Akimichi tomando una copa para cada una y se la ofreció.
La rubia se sentía fuera de lugar, ella estaba acostumbrada a no salir de su rutina tranquila de Londres, pero se dijo que también era una oportunidad de conocer un mundo diferente al suyo que pudiera brindarle esa inspiración que ocupaba para escribir su nuevo libro.
Tal vez... lo que necesitaba era soltarse un poco y dejarse llevar. Un poco de diversión no le hacía daño a nadie, ¿verdad?
(...)
Ni siquiera eran las diez de la noche y el lugar ya estaba abarrotado de personas, cada vez se hacía más difícil coincidir con rostros conocidos entre el mar de gente aglomerado en la pista de baile.
—¿Has visto a mis hermanos? —pregunta Himawari a su prima, que de inmediato sondeó la zona con su mirada y niega con la cabeza.
—Deben estar por allí con los demás. —menciona Namida— Hace un momento vi pasar a Ryōgi y Shikadai, deben estar todos reunidos.
La música era alta, pero no lo suficiente para tener que gritar en medio de una conversación.
—¿Crees que a tu hermano le guste mi vestido? —pregunta Kaede señalándose— Compré uno negro para estar combinados, sé que es su color favorito.
—Te ves bonita, a cualquiera podrías gustarle, te lo aseguro. —responde Hima con una sonrisa condescendiente— Pero sospecho que mi hermano está interesado en alguien más y no creo que sea Ada.
—¿Por qué lo dices? —frunce un poco el ceño la pelimorada— ¿Lo has visto hablando con alguien?
Namida fingió no estar involucrada en la conversación y simplemente se mantuvo al margen, esperando que no pidieran su opinión porque no sabría qué decir. Sentía que estaba traicionando su confianza, pero si decía algo estaría rompiendo la promesa que le hizo a Sarada.
—Últimamente se comporta raro. —comenta la Uzumaki— No lo sé, está diferente...
—Dudo que tu hermano tenga una relación secreta. —agrega Kaede— De ser así no hubiera traído a Ada.
—Nunca dije que la tuviera. —argumenta la ojiazul— Pero tal vez le gusta una chica por primera vez.
—¿Estás diciéndome esto para desanimarme? —exclama la de ojos ámbar haciendo una mueca— Porque justo hoy planeaba dar el primer paso e invitarlo a bailar.
—Por supuesto que no. —dice Himawari sacudiendo la cabeza— Deberías intentarlo, nunca sabes si lo conseguirás, tal vez te conviertas en mi cuñada.
Una sonrisa ilusionada apareció en el rostro de Kaede y Namida se sintió terrible. ¿Qué iba a pasar cuando se enteraran de lo sucedía entre las últimas dos personas de las que se esperaría que tuvieran una aventura?
Justo en ese preciso momento aparecieron Sasuke y Sakura Uchiha al inicio de la escalera, la pelirrosa iba colgada del brazo de su marido y tenía una sonrisa radiante en su rostro al mismo tiempo que hacía una seña a sus espaldas.
Sus cuatro hijos varones aparecieron detrás suyo, vestidos impecablemente con esmoquin negro y camisa blanca, mientras la única hija del matrimonio lucía un impactante vestido satinado color plata que abrazaba sus suaves curvas y resaltaba su estilizada silueta donde su cabellera larga caía sobre sus hombros en ondas rematando la obra.
—Sigo sin creer que de verdad se haya quedado con el primer vestido que se probó. —alega Kaede— Al menos debió buscar más opciones.
El estilo le recordaba a algo que una diosa griega podría usar, pero ahora ella sentía que su atuendo era exagerado a comparación suyo.
—A veces menos es más. —comenta Namida— Parece sencillo, pero luce espectacular en ella.
Sarada habría sonreído con orgullo al ver la fiereza con la que la castaña la defendía, eso era algo que debían reconocer.
Por otra lado, la Uchiha se aferró con fuerza al brazo de su hermano Itachi al bajar las escaleras, normalmente no le molestaba ser el blanco de las mirada, ya estaba acostumbrada a ser el centro de atención sobre un escenario. Esto no era muy diferente. Y aún así, por algún motivo, se encontraba nerviosa.
—Ten cuidado, vas a dejarme sin brazo. —se burla su hermano— ¿Qué te tiene tan angustiada?
—Papá lo sabe. —dice en voz baja para que sólo él pueda oírla, fingiendo sonreír a cualquiera que los saludara al pasar— No sé cómo ni por cuánto tiempo, pero está enterado.
—No es como que me sorprenda. —contesta mirándola de reojo— Nada se mantiene oculto de nuestro padre por mucho tiempo.
La pelinegra se muerde el labio inferior color carmín y suelta un suspiro preocupado.
—Le dije que terminó.
—¿Y no es cierto? —enarca una ceja— Dijiste que todo acabó entre ustedes.
—Se supone. —sacude la cabeza ligeramente— Pero esta vez no pueden vernos interactuar en ningún momento o creerá que le mentí.
—Pues no quisiera estar en tus zapatos, hermanita. —le besa la cabeza— Cuídate las espaldas.
Ella resopló con fastidio y finalmente se separó de él para buscar a sus amigos. Ya había saludado a varios socios de su padre en el camino y se despidió un par de veces más de personas que hacían el intento de presentarse ante ella con otro tipo de intenciones.
Se supone que su familia era anfitriona y debía repartir su atención entre todos los invitados dispuestos a sacarle conversación, pero no estaba de humor para hipocresías.
Entonces lo vio en una esquina del salón con la mirada puesta sobre ella como ya era costumbre. Ryōgi y Shinki le hacían compañía, demasiado ocupados hablando el uno con el otro para darse cuenta de que Kawaki tenía la atención en otro lado.
Era preocupante e impresionante a partes iguales el magnetismo de sus miradas que aún en una sala llena de personas podían encontrarse sin importar nada.
—Dime, por favor, que has contado los minutos hasta este momento. —susurraron en su oído desde su espalda— Porque yo sí que lo he hecho.
Vio el ceño de Kawaki fruncirse a la distancia y por las palabras que escuchó no necesitaba más pistas para saber de quién se trataba.
—Kagura. —dijo girando sobre sus pies para encararlo— ¿Qué haces aquí?
Iba con un frac blanco de lo más elegante, con pajarita y chaleco del mismo color y el antifaz dorado cubriendo la mayor parte de su rostro, pero aún así podía ver sus bonitos ojos magentas a través del accesorio.
—Vine a proponerte matrimonio, por supuesto. —sonrió con galantería, provocando una risita suave en ella— ¿Te gustaron las flores que elegí para la boda?
—Son bonitas, sí. —asiente ella, frunciendo los labios— ¿Cómo supiste la dirección para el envío?
—Sólo pregunté. —bromea, ofreciéndole su mano con la palma abierta — Baila conmigo, pajarito.
Por un momento quiso negarse, en especial al ver que no sólo su familia estaba viéndola, también sus amigos... y él.
—¿A qué le temes? —exclama dando un paso al frente, aún con la mano extendida hacia ella.
Ella no pudo evitar sonreír con ironía, había algo en ese sujeto que la ponía a dudar. Así que al final, terminó por deslizar su mano sobre la suya. No le importó que no hubiera nadie bailando aún en la pista, sólo decidió dejarse guiar por él al ritmo del tango que comenzó a sonar en los altavoces.
—Mi familia está aquí. —estrecha la mirada, colocando su brazo sobre su hombro— ¿Estás seguro de que quieres arriesgarte a un interrogatorio?
—Depende. —sonríe, deslizando su mano por su espalda— ¿Tú estás dispuesta a aceptar una cita?
Tuvo que reprimir un grito de sorpresa cuando la hizo girar sobre sus pies y al final la atrajo contra su pecho. Maldita sea, bailaba bien.
—No lo sé, me gusta este juego del gato y el ratón. —susurra con ironía trazando un círculo con la punta de su pie derecho— ¿Qué es lo que quieres de mí? Sé sincero, sabré si mientes.
Kagura sostuvo su pierna y la hizo rodear su cintura con ella mientras se deslizaba por la pista al ritmo de Santa María de Gotan Project.
—Quiero darte todo lo que quieras. —giró con ella, apretando su cuerpo contra el suyo y tomándose la libertad de acariciar su mejilla con el dorso de la mano— ¿Quieres boda? Compraré un traje. ¿Quieres un hogar? Te compraré la casa más grande. ¿Quieres una familia? Estoy listo para dártela, será mi parte favorita.
Sarada se quedó sin aliento por escasos segundos y él aprovechó para darle la vuelta y rodearla con sus brazos desde atrás sin dejar de moverse al compás de la música.
—¿Por qué? —pregunta la pelinegra en un suspiro— Apenas me conoces.
—¿Dudas de tu belleza?
—De mi belleza no. —se ríe por lo bajo— Dudo de tu cordura.
Él la suelta lo suficiente para que su brazo quede extendido y pasa por debajo para que al final termine rodeando su cuello y él pueda levantarla del suelo con facilidad.
—Es lo que haría un hombre decente cuando le gusta alguien. —enarca una ceja— ¿Acaso crees que sólo quiero usarte?
—No lo sé. —lo miró directamente a los ojos, sintiéndose apenada de repente— No sé cómo debería ser...
—Yo te enseño.
Sarada deslizó su mano por su torso en un movimiento atrevido al mismo tiempo que entrelazaba una de sus piernas con la suya.
De pronto sintió demasiado calor. No supo si era por su propuesta o por el momento.
—¿Todo el mundo nos está viendo? —susurró contra su mejilla, incapaz de echar un vistazo al público.
Él miró sobre su cabeza y después regresó la atención hacia los ojos oscuros brillantes.
—No. —responde con complicidad— Todos están mirando a alguien ebrio tirado en una esquina.
La Uchiha se ríe, permitiendo que entrelazara sus dedos con los suyos una vez más y la haga girar una última vez sobre sus pies cuando la melodía se iba apagando, hasta entonces se atrevió a ver sobre su hombro y se encontró con las miradas interrogantes de Chōchō y Yodo.
—Mentiroso. —dijo soltando una risita y sus mejillas se ruborizaron un poco al darse cuenta de que su rostro estaba demasiado cerca.
Kagura acarició su nariz con la suya y ella sintió que el corazón se le detuvo en el preciso momento que sus labios estaban a punto de tocarse. ¿De verdad iba a dejar que la besara frente a decenas de personas, incluyendo a sus padres, conocidos y amigos?
—Si me besas ahora, tendrás que enfrentarte al interrogatorio de mi padre. —traga saliva— ¿Eres lo suficientemente valiente?
Él sonrió de medio lado.
—No puedo esperar por ello.
Entonces tomó su rostro y la besó. No fue dulce, era como si hubiese estado varado en el desierto por semanas y su boca fuera el oasis perfecto. Un beso digno de ser el primero.
(...)
—Bueno, tienen que admitir que sabe dar un buen espectáculo. —se burla Shinki, cruzándose de brazos sobre su pecho— ¿Quién se supone que es el sujeto?
—Y yo que voy a saber. —contesta Kawaki llevándose su trago de escocés a los labios fingiendo desinterés.
Ryōgi sonrió por lo bajo, estaba siendo muy difícil no burlarse de su mejor amigo por fingir una actitud desinteresada cuando hasta él podía ver el cambio drástico en su humor. Era como si de pronto su aura cambiara a una más oscura, amenazante.
—Creo que a su padre podría salirle una úlcera. —comenta el pelirrojo con una sonrisa.
Shinki sacudió la cabeza, excusándose con ir al baño, aunque realmente lo único que quería era alejarse de allí lo antes posible por si Kawaki decidía explotar en algún momento o desquitarse con cualquiera de ellos.
Porque por más que intentara disimular su enojo, ambos sabían que era cuestión de tiempo para que se desatase el caos. Lo que esos dos tenía era tóxico y peligroso a partes iguales, pero ninguno de ellos era capaz de detenerlo.
Y Sarada estaba jugando con fuego en esos momentos.
El recinto tenía la forma de un pentágono con al menos cuatro sanitarios y tocadores distribuidos perfectamente para no abarrotar uno solo. Él se decidió por ir al más lejano, al que supuso que estaría abandonado.
Sin embargo, antes de entrar al de caballeros, sintió que alguien tiró de su chaqueta y frunció el ceño al ver de quien se trataba. Era Himawari, que en esos momentos aprovechó su desconcierto para empujarlo dentro de los baños de mujeres y se percató de que el lugar estaba vacío.
—¿Qué haces? —gruñe por lo bajo cuando la joven se puso delante de la puerta para evitar que escapara.
Ambos sabían que era inútil, si él de verdad quisiera salir de ahí bastaba con hacerla a un lado sin tener que esforzarse mucho.
—Quiero la verdad. —se cruza de brazos— Siento que hay algo orquestándose entre las sombras.
—Siempre hay algo sucediendo, supéralo. —puso los ojos en blanco— No soy nadie para revelar un secreto que no es mío.
—¿Esto tiene que ver con Sarada y el sujeto de ahí afuera? —estrecha su ojos azules y él tuvo que admitir que se veía adorable— Porque esto es tan... confuso. Al principio creí que le gustaba mi hermano, luego pensé que el chico que de verdad quería era su pareja de baile, pero después va y se escabulle contigo y ahora se besa con otro frente a todo el mundo...
—No es por ser borde, muñeca. —alza ambas cejas— Pero si quieres saber, entonces pregúntaselo a ella.
Ya comenzaba a exasperarse y la Uzumaki no dejaba de hacerle preguntas que no podía ni quería responder. ¿Qué no entendía que lo único en lo que pensaba era en sus bonitos labios moviéndose mientras habla?
No podía sacársela del pensamiento desde que la descubrió celosa el día de ayer en el evento del hipódromo. Ella se esforzó por aparentar lo contrario, pero su reclamo y la molestia con la que le habló la evidenciaron por completo.
—Estoy cansada de que nos oculten cosas. —frunce el ceño— Siempre es lo mismo, desde niños se la pasan encubriéndose entre ustedes por cualquier lío y nos excluyen por tener sólo un par de años menos.
El muy maldito sonrió con ironía sin saber que ese minúsculo gesto a ella le resultó de lo más sexy y molesto. Quería golpearlo por ser un idiota y al mismo tiempo tenía la necesidad de besarlo. ¿Qué sentimiento era más fuerte?
—¿Qué es lo que de verdad quieres de mí? —pregunta él metiéndose las manos dentro de los bolsillos de su pantalón— ¿Quieres que te revele un secreto o sólo estás aquí porque quieres llamar mi atención?
El pecho de Himawari subía y baja por sus respiraciones rápidas, sus nervios se dispararon a mil y la adrenalina fluía por su sistema a una velocidad alarmante. Fue en ese momento que pensó que si quería que de verdad dejaran de verla como una niña tenía que comenzar a comportarse como tal. Debía exigir lo que quería.
—Un poco de las dos. —confesó en un hilo de voz, observando los ojos verdes de él oscureciéndose de pronto.
—Estás deambulando en terreno peligroso, muñeca. —susurra con la voz ronca y aterciopelada— ¿Por qué mejor no buscas a alguien que te dé lo que pides sin rechistar?
—Porque al que deseo en estos momentos es a ti.
Debía estarse viendo como una maldita desesperada, pero de verdad necesitaba volver a sentir la misma sensación de aquella vez cuando se besaron. Quería saber si fue el calor del momento o en realidad tenían más química de la que creyó al principio.
—Busca alguien de tu edad. —siguió diciendo, aunque sospechaba que sólo estaba intentando ponerse peros a si mismo para evitar ceder.
Podía verlo en sus ojos, él también lo deseaba a juzgar por la forma en que miraba sus labios.
—Sólo me llevas dos años. —dio un paso al frente— No es tanta diferencia.
—Dos años es mucho tiempo en un mundo como el nuestro. —ahora él fue quien acortó la poca distancia que quedaba y le arrebató el pequeño bolso de mano para dejarlo sobre el lavamanos— Deberías involucrarte con alguien que te ofrezca una vida tranquila.
—He vivido en este entorno desde siempre. —susurra contra sus labios— Sería hipócrita al escandalizarme por eso.
No iba a negar que no lo había pensado antes. Mientras Shikadai podía pasearse libremente por el mundo sin deberle cuentas a nadie o preocuparse por tener un blanco en la espalda, la situación de Shinki era todo lo contrario. Él no salía sin escoltas, todos sus negocios eran turbios y peligrosos, y además de eso su cabeza tenía precio al igual que la de sus hermanos.
—Piénsalo mejor...
—Sólo bésame. —pidió ella, poniéndose de puntitas y sujetándolo de la solapa de su chaqueta— Ya veremos lo que sigue sobre la marcha.
Él se tomó un par de segundos para ver la determinación en sus ojos azules y sin poder evitarlo un segundo más se agachó para tomar sus labios en un beso lleno de fogosidad. Himawari gimió en su boca, aferrándose a sus hombros para no caer debido a la intensidad de las emociones que estaba sintiendo en ese momento.
Avanzaron a trompicones dentro de uno de los cubículos y Shinki colocó el pestillo en la puerta con una mano mientras la otra rodeaba la pequeña cintura de ella.
La Uzumaki jamás se había sentido así, tan ansiosa por ser besada y tocada. Por un momento... sólo por una milésima de segundo recordó lo que sentía cuando estaba con Shikadai y la comparación le pareció ridícula. Es decir, la pasaron bien, pero no existía esa tensión o impaciencia por sacarse la ropa.
¿Podría tratarse sólo de atracción física? Al principio intentó justificarse con eso, pero después se halló teniendo celos de su propia mejor amiga y supo que no era tan superficial como creía.
Lo que experimentaba ahora era sin igual. Shinki despertaba el deseo primitivo en ella y al mismo tiempo se sentía tan protegida y deseada que no quería estar en otros brazos nunca más.
—Shinki... —gimió cuando besó el punto dulce detrás de su oreja y descendió por su cuello hasta el inicio de sus pechos.
Oh, joder... iban a hacerlo en un baño público con un montón de gente allí afuera incluyendo a su familia. Era de lo más inmoral, pero excitante.
Él la estaba acariciando por todos lados, liándose como dos adolescentes de hormonas enloquecidas en el bachiller. Shinki levantó la falda de su vestido y coló una de sus manos debajo de su ropa interior sólo para encontrarla completamente húmeda.
—¿Estás mojada por mí? —sonrió de medio lado con las pupilas tan dilatadas que sus ojos casi parecían oscuros.
—Sí. —jadea al dejarse introducir dos dedos de golpe— Oh, Dios mío...
El castaño besó ambas mejillas sonrosadas y volvió a tomar sus labios con los suyos mientras iniciaba un vaivén castigador con sus dedos. Maldita sea, era exquisita y sus delicados gemidos lo estaban volviendo loco.
—Córrete en mi mano. —gruñe contra su boca— Quiero verte.
Himawari no sabía cuanto le gustaba que le hablaran sucio hasta ese momento, todo esto era una experiencia nueva para ella y estaba tan excitada que en cuestión de segundos sintió su orgasmo arrasar con cada pensamiento coherente y tuvo que aferrarse a él para no caer debido a sus piernas temblorosas.
Fue extraordinario. El mejor orgasmo que había tenido hasta ahora y eso que sólo se la folló con sus dedos.
—No voy a cogerte por primera vez en un baño. —le dijo mirándola a los ojos— Al menos voy a ser caballeroso en ese aspecto.
La joven se ríe con las mejillas coloradas y se toma unos segundos sujetándose de sus brazos hasta que su respiración volvió a la normalidad. Entonces vio el bulto en sus pantalones y se sintió tan avergonzada como culpable.
—Tal vez yo pueda...
Pero entonces escucharon la puerta de los sanitarios abrirse y luego la voz de la última persona que ambos esperaban y que ella no quería oír.
—¿Hima? —ese era Shikadai— Las chicas me dijeron que estabas aquí.
Ella dudó en contestar y Shinki pudo ver el pánico en su mirada. Los dos oyeron los pasos cada vez más cerca, menos mal que estaban en el último cubículo.
—Espera un segundo. —habló en voz alta, intentando que no se notara la voz agitada o un ligero temblor— Ya salgo.
Le hizo una señal a Shinki de que guardara silencio y salió del cubículo cerrando la puerta detrás de ella para asegurarse de que el Nara no viera el interior.
—¿Estás bien? —pregunta al verla un poco colorada— Te ves agitada, ¿te sientes mal?
—¿Por qué viniste a buscarme? —se cruza de brazos y toma su debida distancia de él.
—Necesitaba hablar contigo.
—Creo que no tenemos nada de qué hablar. —zanjó la chica al instante, nerviosa por lo que pudiera escuchar el hombre dentro del cubículo.
Shikadai fingió que no le dolió verla alejarse de esa manera, como si tuviera lepra, aunque muy en el fondo sabía que se lo merecía.
—Escucha, no quería que las cosas terminaran así... —comienza a decir— Te juro que mi intención nunca fue lastimarte.
«No digas nada más, por favor, cállate», pensó ella en su interior.
—Ya te dije que está bien. —intentó cortar el tema, pero el pelinegro parecía no querer dejar de hablar.
—Fueron unos meses estupendos... —continúa diciendo— Y... sólo estoy preocupado por ti. Namida me dijo que esa noche te pusiste demasiado ebria en el club...
—No pasó nada.
—Cuando subiste... intenté ir detrás de ti, pero te perdiste entre la gente. —exclamó consternado— De no ser por mi primo que estuvo ahí para socorrerte, yo...
—No hables más. —exclama en un tono de súplica, no quería ni saber lo que Shinki debía estar pensando— Te aseguro que todo está bien ahora.
El Nara la miró como si no le creyera del todo, pero al final decidió rendirse y dejar el asunto por la paz.
—¿Segura?
—Sí, ¿podrías dejarme sola un minuto? —pide sonriendo con los labios apretados— Necesito retocarme el maquillaje, por favor dile a las chicas que enseguida las alcanzo.
Shikadai asiente y se acerca en el último momento para besarle la frente antes de marcharse sintiendo que acababa de quitarse una pesada loza de encima.
Y no fue hasta que la puerta de los sanitarios volvió a cerrarse que Shinki salió del cubículo con un semblante completamente diferente. Ya no estaba la actitud relajada y juguetona de hace unos momentos.
—Déjame explicarte...
—¿Qué? —espeta inflexible— ¿Qué vas a explicarme? ¿Que llevas meses acostándote con mi primo?
Himawari calló y de inmediato las lágrimas se acumularon en sus ojos. Shinki sacudió la cabeza con ironía.
—Entonces era él al que tratabas de poner celoso esa noche. —concluyó tras ver que no contestaba— Es Shikadai del que estás enamorada e intentabas borrar besando a alguien más.
—No fue así...
—Es lo que es. —se encoge de hombros— Bueno, pues búscate otro modelito que remplace a mi primo porque no pienso prestarme a esto.
—No, Shinki, espera...
Lo siguió fuera de los baños en un intento de explicar las cosas y casi consigue detenerlo, pero él quitó con facilidad la mano que alcanzó a sujetar su brazo sin siquiera mirarla y se fue dejándola en medio del gentío sintiendo que el corazón se le volvía polvo.
—¿Hima?
Namida tomó su mano y la preocupación se reflejó en sus ojos oscuros al verla al borde del llanto. Hako, que se había ofrecido a acompañar a la otra chica para buscarla sintió que no debería estar allí, parecía ser una situación personal.
—¿Qué pasa? —pregunta la castaña sacudiéndola un poco para sacarla de su trance— ¿Peleaste con Shikadai?
—Todo está bien con él. —consiguió decir con la voz quebrada— No es por Shikadai que estoy así.
—¿Quieres que nos vayamos a casa? —propuso Namida al instante.
Hako hizo el amago de dejarlas a solas, pero Himawari sacudió la cabeza en negación y se limpió la humedad bajo sus ojos con discreción.
—Soy muy torpe, dejé mi bolso en el baño, ¿me acompañan a buscarlo? —pidió con una sonrisa apenada y echó una mirada al escenario— Ya casi anuncian la cantidad recaudada, démonos prisa.
Las dos jóvenes asintieron al verla recomponerse de un momento a otro y cambiar su expresión facial como si nada estuviera pasando, así que simplemente la siguieron de vuelta a los sanitarios en completo silencio.
(...)
—Definitivamente no es el momento para conocer a mi familia. —dijo la Uchiha tirando de su mano para llevarlo a un sitio más privado— En realidad, creo que deberías irte antes de que mi padre o mis hermanos te encuentren.
—No les tengo miedo.
—Deberías. —susurra la joven mordiéndose el labio inferior— Ya habrá otro momento.
—¿Eso significa que estás aceptando una cita?
Sarada desvió la mirada hacia el cielo estrellado detrás de ellos y una pequeña sonrisa tiró de la esquina de su boca.
—Tendrá que esperar. —asiente volviéndose a verlo— Termino la temporada de ballet en Tokio a mediados de marzo, sólo hasta entonces estoy libre de compromisos.
—No tengo prisa.
—Estás demente. —se ríe por lo bajo al ver la seguridad en su mirada— ¿Por qué esperarías tanto?
—Porque me gusta mucho, señorita bragas de encaje. —se encoge de hombros— Desde el primer momento en el que te vi, lástima que en ese entonces tenías compañía.
Y como si lo hubiera invocado, una figura imponente apareció bajo el umbral de la pequeña terraza donde se encontraban ocultos.
—¿Interrumpo algo?
—Sí. —contesta Kagura al instante— Estoy confirmando la fecha para nuestra cita.
—Prográmala para nunca. —zanjó el hombre fingiendo una sonrisa amable— Porque jamás sucederá.
—Es una pena para ti escucharlo, pero ya acordamos que será después de su última fecha en Tokio. —contradice con el mismo tono agresivo— ¿Tienes algún problema con eso?
La mirada grisácea de Kawaki recayó sobre la joven Uchiha y ella simplemente decidió ignorarlo. No era difícil saber lo que quería, sólo bastó con mirarle para concluir que esperaba una negación de su parte que nunca llegó porque realmente planeaba ir a esa cita.
—¿Por qué mejor no te largas? —dijo el pelinegro en tono mordaz— Y no te molestes en enviar más obsequios ridículos.
Kagura sonrió de medio lado, agachándose para dejar un beso en la mejilla de la Uchiha bajo la chispeante mirada del otro hombre.
—Nos vemos, pajarito. —se despidió guiñándole un ojo— Quizá te lleves una sorpresa al verme entre el público de Tokio.
Sarada asintió ligeramente apenada y aguardó en silencio hasta que el rubio entró de nuevo a la sala y se perdió entre la gente.
Kawaki se llevó las manos a la cintura sin poder creer lo que acababa de presenciar. Sólo podía ver rojo, y tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no ir detrás de ese imbécil y desaparecerlo de la faz del planeta.
—¿Me permites? —exclama ella intentando pasar por su lado— Debo regresar con mi familia.
—Y una mierda vas a regresar. —frunce el ceño, tomándola del brazo para impedir su huida— Ven conmigo.
—¿Qué haces? —forcejea con él mientras es arrastrada hacia la primera puerta en su camino— ¿Dónde me llevas?
Al mismo tiempo, Himawari, y las otras dos chicas estaban a punto de salir de los sanitarios cuando escucharon la voz inconfundible de Sarada acercándose. Se oía molesta y no estaba sola.
—Rápido, entren allí. —señaló la Uzumaki hacia el cubículo más amplio.
—No deberíamos estar haciendo esto... —replica Namida, pero la ojiazul terminó por empujarlas a ambas y entrecerró la puerta dejando una diminuta rendija.
—No hables, quiero oír. —la silenció poniéndole la mano en la boca— Por fin sabremos qué es lo que tanto esconden todos.
Hako se puso de los nervios al estar involucrada de pronto en un asunto que no le competía, pero se quedó en silencio al igual que las otras dos cuando la puerta del baño se abrió con brusquedad.
—¿Qué mierda crees que haces? —gruñe Sarada soltándose de su agarre— Tengo que estar junto a mis padres en el escenario.
—Tú no vas a ningún maldito lado. —zanjó al instante y Himawari abrió mucho los ojos.
Ella conocía esa voz.
Casi con indecisión acercó los ojos a la rendija para ver fuera sólo para confirmar que era Sarada... con su hermano Kawaki.
—¿Qué fue ese numerito de allá afuera? —pregunta él en tono burlón— ¿Estás intentando darme celos?
—Por favor. —se mofa la Uchiha— Ni siquiera estaba pensando en ti mientras bailaba con Kagura.
—¿Así se llama el imbécil ese? —niega con una sonrisa en los labios— Oh, bambi, acabas de darle su nombre a la parca.
Kawaki levantó la mano para tocar el perfecto rostro con la punta de sus dedos y luego de acariciar su mejilla la tomó por el mentón.
—Si se atreve a tocarte lo voy a matar. —frunció el ceño— Más le vale que se grabe el sabor de tus labios, porque no volverá a besarte nunca.
La empujó suavemente contra la pared de los lavamanos y rodeó su cuello con la misma mano que la tocó antes. Sus labios tan cerca de los suyos que casi no podía aguantar las ganas de besarla.
—¿Quién demonios te crees para decidir sobre mí? —sisea la pelinegra— No eres nadie...
—¡Soy el hombre al que amas!
Himawari reprimió un jadeo y miró a las otras dos con los ojos bien abiertos por la impresión. Hako apenas daba crédito a lo que estaba escuchando, ya sospechaba que había algo entre ellos, pero era diferente ahora que lo comprobó de viva voz.
—¿Y ahora te jactas de eso? —se ríe Sarada con incredulidad— Fuiste tú el que quiso dejarlo, así que no entiendo tu enojo...
Él rechinó los dientes.
—¡Estoy celoso! —admitió para sorpresa de ella y de las tres chicas escondidas en el cubículo— ¿Tienes idea de lo difícil que fue contener el impulso de cortarle los dedos con los que se atrevió a acariciarte?
Sarada abrió los labios sin saber qué contestar y Kawaki aprovecha su desconcierto para sujetar su rostro entre sus manos.
—Estoy malditamente celoso y no sé cómo lidiar con esto porque es un sentimiento que desconozco. —su respiración era errática y tenía la mirada grisácea oscurecida— Sólo sé que no soporto ver a ningún jodido imbécil merodeando lo que es mío.
—Sólo es tu ego hablando. —dice la pelinegra con los labios temblorosos— No me quieres lo suficiente para ofrecerme lo que necesito, pero te conviertes en el mayor obstáculo cuando alguien más quiere ofrecérmelo.
—¿Y qué es lo que necesitas? —masculla él con la mandíbula tensa.
—¡Estabilidad! —le grita de vuelta— Creo que al menos merezco eso después del caos que ha sido mi vida hasta ahora.
Se miraron por unos largos segundos hasta que finalmente Kawaki pegó su frente con la suya y cerró los ojos. Ella tenía razón, ni siquiera podía fingir que no la tenía porque lo que estaba pidiendo era razonable, pero no él podía dárselo.
—¿Qué es lo que sientes? —susurró ella contra sus labios— No pienso aceptar continuar con esto si el futuro no es claro...
Él abrió la boca para contestar, pero entonces un ruido proveniente de los cubículos los hizo separarse como si estuvieran quemándose.
Himawari maldijo en voz baja al ver que con las prisas había tomado el bolso al revés y un labial se deslizó de un compartimento abierto. Las tres observaron el pequeño objeto tubular rodando por el suelo y lo siguiente que vieron fue la mirada grisácea de Kawaki fulminándoles a las tres.
Finalmente hallándose descubiertas salieron del cubículo, Namida y Hako arrastrando los pies avergonzadas, mientras que Himawari lucía tan furiosa que sus mejillas se colorearon de rojo al encontrarse frente a frente con su hermano.
—Salgan. —ordena el hombre con dureza a las dos chicas detrás de su hermana.
Namida asintió tirando del brazo de la peliazul y arrastrándola hacia la salida de los sanitarios sin esperar a que se lo repitieran dos veces. Mientras tanto, la Uzumaki se plantó delante de su hermano con las manos hechas puño a cada lado de su cuerpo.
—¿Cómo pudiste? —susurra en un hilo de voz mirando a ambos— ¿Cómo pudieron hacerle esto a Boruto?
—Hima... —intentó decir Sarada.
—No, tú sabías que él te ama y decidiste meterte con su hermano. —dice con reprobación— Y tú sabías que era la única mujer para él y aún así te entrometiste...
—¿Entrometerme? —contesta Kawaki con su habitual seriedad— No había nada entre ellos en lo que pudiera entrometerme, no tenían una relación.
—No sé cuál de los dos es peor. —sonríe con incredulidad— ¿Saben que esto lo destrozará, verdad?
Sarada se mordió el labio inferior y se cruzó de brazos bajo la atenta mirada de la más joven.
—Déjanos solas. —exclamó sin mirar al hombre entre ellas— Quiero hablar con ella.
Kawaki la miró de reojo y tras varios segundos en silencio simplemente se fue cerrando la puerta al salir. Ahora sólo estaban ellas dos en completo silencio sin dejar de mirarse la una a la otra.
—¿Crees que quiero lastimar a Boruto de manera intencional? —comienza a decir Sarada con un semblante estoico— Por supuesto que no, Himawari, pero tampoco fui capaz de detener esto por más que lo intenté.
—No lo intentaste lo suficiente si escaló tanto como para hablar de amor en un baño público.
—Basta. —respondió estrechando la mirada— Si quieres oír la historia completa, puedo contártela, pero no te atrevas a juzgar mis decisiones cuando yo no cuestioné las tuyas.
Ambas sabían que se refería a su relación con Shikadai. Y ahora con lo de Shinki... finalmente Himawari comprendió que no estaba en la mejor posición para juzgar a Sarada, así que respiró profundo y relajó su postura preparándose para escucharla.
Fue así que la Uchiha comenzó a relatar los hechos desde el comienzo sin saltarse ningún detalle. Ya había perdido la cuenta de las veces que tuvo que explicarlo y le angustió pensar que cada vez estaban más cerca de que Boruto lo supiese también.
(...)
En algún momento después del conmovedor discurso de Sakura Uchiha, se dio cuenta de que Chōchō no estaba por ningún lado y sólo pudo suspirar de alivio al verla hablando con uno de los amigos de Sarada. El chico de cabellera azul celeste y ojos ámbar acaparó su atención y supuso que la Akimichi debía estar encantada de hallar entretenimiento.
En realidad, los dos parecían coquetear abiertamente en medio de la pista de baile.
El problema fue que se sentía a la deriva entre un mar de gente y no consiguió encontrar al resto por más intentos que hizo de buscarlos por los alrededores.
Al final decidió salir a tomar aire, se sentía abrumada y para cualquiera que la viera era fácil deducir que no estaba acostumbrada a desenvolverse en esos ambientes. Aunado a eso estaba la presión que la editorial ejercía sobre ella y que no la dejaba disfrutar del viaje como le gustaría.
Una de las principales razones por las cuales decidió viajar a Italia, además de poder conocer a la familia de Sarada y pasar tiempo de calidad entre amigas, fue el poder encontrar inspiración para comenzar a escribir su siguiente libro.
La editorial para la que trabaja llevaba dos semanas pidiendo un borrador de lo que podría ser el primer capítulo de una nueva historia, pero su mente estaba en blanco.
Chōchō le aconsejó que aprovechara la situación y se animara a experimentar cosas nuevas y diferentes que para una chica de familia humilde y conservadora eran impensables con el propósito de explorar nuevas perspectivas de la vida.
Suspiró de alivio al hallar una pequeña terraza lejos de todo el barullo de adentro y tan pronto el soplo de aire fresco pegó en su rostro se sintió un poco mejor. Sin embargo, le tomó cerca de un minuto darse cuenta de que no estaba sola.
Había un hombre dándole la espalda con los antebrazos apoyados en la baranda del balcón y por el olor a tabaco concluyó que salió hasta allí para fumar un cigarrillo. Quiso dar marcha atrás para darle la privacidad que seguramente él también quería y buscar un sitio donde ella pudiera estar a solas también, pero al parecer sus sandalias de tacón eran más escandalosas de lo que creyó.
Fue ahí cuando el sujeto se giró con una expresión aburrida y ella se quedó paralizada en su sitio al ver la penetrante mirada de ojos verdes aún detrás de su antifaz oscuro. Ella no era una chica tímida, pero en ese momento se sintió cohibida por la simple presencia de ese hombre.
—Lo siento, no sabía que había alguien aquí... —balbuceó la rubia retrocediendo un poco— No quise interrumpir lo que sea que estés haciendo.
Shikadai sacudió la cabeza para alejar los molestos pensamientos que estaba teniendo desde que dejó a Himawari en los sanitarios. Dios sabe que le tenía un cariño especial a esa chica, la quería, pero no estaba seguro de poder ofrecerle una relación formal. Esa era la razón por la que decidió terminar las cosas entre ellos, por temor a lastimarla.
—El lugar es suficientemente amplio para los dos. —contesta él, señalando con la mano la otra esquina de la terraza— Puedes quedarte si no haces mucho ruido.
Ella asiente ligeramente indecisa, pero de cualquier manera se movió con pasos lentos hacia el balcón. El Nara encendió otro cigarrillo y la observó en silencio con toda la cautela que fue capaz de reunir. Había algo en ella que llamó su atención, tal vez era la figura esbelta enfundada en ese endemoniado vestido rojo o la profundidad de esos ojos azules que pocas veces había visto antes.
—¿Eres de por aquí? —concluye él, dándole una calada a su cigarrillo— Nunca te había visto en alguno de los eventos de los Uchiha. Te habría recordado.
Yodo se sorprendió de escuchar que intentaba hacer el momento menos incómodo para ambos y agradeció que el lugar estuviera casi a oscuras porque sus mejillas se ruborizaron a niveles vergonzosos.
—No. —contesta con simpleza— Soy inglesa.
—¿Y qué haces tan lejos de tu hogar? —sonríe de medio lado y la rubia casi se atragantó con su propia saliva.
Era guapísimo. Y eso que sólo podía apreciar su belleza masculina a medias debido a la máscara que le cubría la mitad del rostro.
—Buscando una aventura. —responde ella de la misma manera.
Oh, joder, ¿estaba coqueteando con él? Su voz tomó una tonalidad tan diferente que apenas la reconoció como suya. Y de pronto recordó las palabras que Chōchō le dijo esa tarde: «Vamos, alócate, déjate fluir y haz lo que jamás te atreverías a hacer en tu vida diaria, quizás eso te dé la inspiración que necesitas para tu nuevo libro».
No solía ser una chica que fuera por el mundo buscando líos de una noche, ella era más del tipo romántica empedernida. Sólo había tenido una relación formal que duró casi todos los años que estuvo en la facultad y por lo tanto la experiencia sexual que tenía se limitaba a una sola persona.
Shikadai reparó en su aspecto pecaminoso y sus palabras causaron un efecto inmediato en su miembro. Era algo que nunca le pasó antes, en especial con alguien que acababa de conocer y a la que no le había visto el rostro por completo.
—Si juegas con fuego puedes resultar quemada. —dio un paso cerca de ella y la rubia se mantuvo en su sitio, sin retroceder ni un poco— ¿No te da miedo estar a merced de un desconocido?
Yodo dudó por un momento, pero se dijo tal vez nunca volvería a tener la oportunidad de coincidir con un hombre tan apuesto que mostrara interés por ella. Aunque fuera algo netamente físico.
—¿No te da miedo que sea yo la que esté aquí en busca de una presa fácil? —se ríe ella, dando un paso hacia él también— Si estás aquí significa que tienes dinero, quizás sea una cazafortunas.
—¿Y tú crees que yo, entre todos los hombres del salón, soy una presa fácil? —sacudió la cabeza con ironía— Eso me comprueba que no eres ese tipo de chica.
—Puede que te equivoques.
—Nunca me equivoco. —le dedica esa estúpida sonrisa que a ella le puso a temblar las rodillas— En realidad, creo que eres tú la que estás a punto de caer en mis redes, pesciolino.
«Pececito», el jodido acento italiano en su voz aterciopelada podría bastar para derretir a cualquier mujer, y ella no era la excepción.
¿De verdad estaba pensando en involucrarse con ese hombre al que acababa de conocer sólo porque la atracción física entre ellos fue inmediata y la tensión sexual crecía con el pasar de los minutos? Malditamente sí.
Sólo quería que la llevase a cualquier sitio y pusiera sus manos en ella.
Shikadai sintió el mismo impulso. ¿Desde cuándo se dejaba llevar por la lujuria? Él solía investigar a sus compañeras sexuales antes de decidir llevárselas a la cama y normalmente eran mujeres que no tenían ningún interés en una relación y a las cuales no estaba obligado a volver a ver. Himawari fue la excepción.
—Podría invitarte a salir de aquí ahora y continuar con la fiesta en mi departamento. —propuso él, acercando su rostro al suyo hasta que sus alientos se entremezclaron.
—O podrías llevarme al baño. —se humedeció los labios, sintiendo que los dedos le hormigueaban por la ansiedad de tocarlo.
Él se tomó unos segundos para procesar lo que acababa de decir. ¿Acaso estaba soñando o en realidad esa ardiente mujer le estaba pidiendo que se la follase en el baño? ¿Se ganó la lotería sin comprar un boleto?
Yodo dio un paso atrás hacia el interior de la sala y Shikadai comprendió que le estaba dando la opción de seguirla o quedarse allí. Y por supuesto que no dudó en sujetarla por el brazo y arrastrarla hacia la primera puerta que resultaron ser los baños de caballeros completamente vacíos.
Al parecer, la suerte estaba de su lado.
Lo siguiente fue una serie de sucesos lascivos, desde que la empujó contra la puerta del cubículo, la levantó para que enredara las piernas alrededor de su cintura y hasta que le devorara la boca con ahínco. La conexión fue inmediata, jamás se había sentido tan excitado como en el preciso momento que la chica deslizó los tirantes de su vestido para ofrecerle una mejor vista de sus pechos desnudos.
No había nada romántico en la manera en la que la tomó, todo era pura lujuria, las caricias y besos que compartieron fueron ardientes y apasionados. Dieron rienda suelta a una fantasía sexual que ninguno de los dos sabía que tenía, pero estaba resultando ser embriagante.
Shikadai podía escuchar la música de fondo entremezclada con los delicados gemidos femeninos provenientes de ella cada que empujaba en su interior. Joder, era lo más erótico que había visto en su vida.
El vaivén de sus penetraciones se volvió rudo y descuidado. Yodo apenas era capaz de hilar un pensamiento coherente y justo cuando sintió que el clímax se acercaba para ambos, vio que el hombre cayó en cuenta de que no usaron protección.
—Está bien, hazlo. —dijo para alivio de él— Uso la píldora.
El Nara no supo porqué confió ciegamente en su palabra cuando jamás había habido una sola ocasión en que no dudara. Incluso con Himawari se aseguró de usar preservativo siempre y además se encargó de acompañarla un par de veces con el ginecólogo. Controlador, por supuesto.
Aún así, lo hizo, se corrió en su interior sin interesarle las posibles consecuencias de su acto. Yodo gimió contra su cuello cuando sintió la calidez abrirse pasos en sus entrañas, desencadenando su propio orgasmo y haciendo que su cuerpo ardiera en llamas como nunca antes.
Ninguno dijo nada mientras recuperaban el aliento y se acomodaban sus ropas. Había sido algo intenso y al mismo tiempo desconcertante la compatibilidad instantánea.
—Al menos me dirás tu nombre, ¿no? —susurra él, esperando por ella bajo la puerta de salida de los sanitarios.
—No creo que sea necesario. —dijo la joven encogiéndose de hombros— Tengo que irme, deben estar buscándome.
Shikadai intentó detenerla cuando pasó por su lado, pero ella se las arregló para escabullirse entre un grupo de chicos jóvenes que aparecieron detrás de él con la intención de entrar al baño y segundos después ya no se encontraba por ningún lado.
Yodo atravesó el salón sin importarle empujar a medio mundo para alejarse de allí. ¿Qué fue eso? Se suponía que debía ser un polvo para divertirse, pero lo único que consiguió fue el mejor sexo de su vida y la imperiosa necesidad de repetirlo hasta morir.
Alejarse era lo correcto, ¿verdad? No importa lo bien disfrazada que estuviera, ella nunca encajaría en ese mundo tan... diferente al suyo. No provenía de una familia rica, en realidad, estaba completamente sola desde que sus padres fallecieron en un accidente cinco años atrás. Tuvo que vender la casa donde vivió toda su vida y con eso se las arregló un tiempo para pagar las facturas y los primeros dos años de universidad, pero después de eso se vio obligada a trabajar medio tiempo en una cafetería para poder subsistir.
—¿Dónde te habías metido? —pregunta Chōchō con el ceño fruncido— Te estuve buscando desde hace un rato.
—Te vi bastante entretenida con el amigo de Sarada. —contesta ella escondiendo su nerviosismo— Quise buscar a los demás, pero me perdí.
Hako y Namida se encontraban detrás de la Akimichi, algo que le resultó extraño porque según recordaba la castaña siempre aparecía acompañada de Himawari o Kaede y ninguna de las dos parecía estar cerca.
—Te ves un poco agitada, ¿estás bien? —pregunta Hako con preocupación— ¿Quieres algo de beber?
—Estoy bien, sólo tengo calor. —se excusa de inmediato— Veo que muchas personas ya están yéndose...
Miró a su alrededor con la esperanza de no ser encontrada por el misterioso hombre enmascarado que acababa de darle el mejor orgasmo que ha tenido. ¿De qué serviría de todos modos?
No iba a volver a verse, ¿o sí?
