Los siguientes cuatro días, Sarada se encargó de llevarlos a los mejores sitios de Palermo, viajaron en helicóptero a las ciudades aledañas para conocer algunas de las propiedades de su familia y tuvieron un paseo en yate. Fueron las mejores vacaciones cortas de sus vidas.

En cuanto a sus otros amigos, la mayoría se fueron al día siguiente de la gala de beneficencia, incluido Kawaki, para alivio de la joven Uchiha. Shinki, Ryōgi y Boruto también se marcharon y tanto Daiki como Itachi dejaron la villa poco después al igual que Shouta y Ehō que regresaron a Francia. Todo en casa fue paz y tranquilidad desde entonces.

Y al terminar la semana, ella los despidió en el avión de su familia con la promesa de verlos pronto en Londres. Algo que cumplió, ya que a finales de Febrero la Uchiha se halló volviendo a su casa en Kensington.

—Una vez más. —ordenó el coreógrafo con rostro ceñudo y brazos cruzados— No te irás de aquí hasta que me convenzas de que puedes hacerlo.

—No me he equivocado en ninguna secuencia. —replica la pelinegra deteniéndose en medio del aula— ¿Qué vas a corregirme ahora?

—¡Tu expresión! —grita el hombre con frustración— Parece que no tienes alma, necesito que reflejes el sufrimiento en tu baile, se supone que estás a punto de suicidarte.

Hōki se hallaba de pie en silencio junto a la puerta y era el encargado de repetir la pista cada que el coreógrafo le hacía la señal de reiniciar. Llevaban en lo mismo las últimas dos horas y aunque la Uchiha no lo demostrara ya comenzaba a sentirse exhausta.

—¿Deberíamos seguir mañana? —se atrevió a decir el castaño en voz alta— Ya casi son las cuatro. Sarada ha estado aquí metida desde las seis de la mañana, necesita comer algo.

—¿No comiste nada? —pregunta el hombre a su bailarina— ¿Qué hiciste durante el almuerzo?

—Siguió practicando. —se adelanta a decir Hōki— Creo que debemos detenernos antes de que se desmaye.

—No necesito que abogues por mí. —contesta Sarada con sequedad— Estoy bien, puedo seguir.

Pero el coreógrafo sacudió la cabeza y soltó un suspiro prolongado.

—No habrá más ensayos por ahora, pasado mañana viajamos a Japón para nuestra primera presentación en Kobe. —comenta el hombre— Debemos estar enfocados en el final de la gira.

Las siguientes paradas eran en Osaka, Kyoto, Nagoya, Shizuoka, Fujisawa, Yokohama y finalizarían en Tokio. Iban a ser un par de semanas agitadas.

Era una suerte que fuera así, de lo contrario tendría demasiado tiempo para pensar en Kawaki y lo mal que estaba la situación entre ellos desde la noche de la gala benéfica. No volvieron a hablar y a la mañana siguiente él se había ido, así sin más.

Esa debía ser una respuesta clara de su posición, pero se sentía como si las cosas quedaran inconclusas. En especial después de hablar con Himawari, la cual se disculpó entre lágrimas esa misma noche después de escuchar toda la historia.

Ahora le llamaba todas las noches para intentar subirle el ánimo, cosa que no conseguía, pero al menos apreciaba el gesto.

—No puedo creer que ya sea marzo. —menciona Hōki una vez que el coreógrafo los dejó ir— Se sintió como si el tiempo pasara en un parpadeo.

Y sin embargo, para Sarada los días parecían ser eternos. Su móvil sonó dentro de su bolso de mano y bufó con fastidio al ver la alarma de su agenda aparecer en la pantalla. Tenía la cita con el médico nutricionista sobre la seis, esa que ya había postergado dos veces desde que estaba en Italia.

—¿Sabes qué harás por tu cumpleaños? —pregunta el chico llamando su atención y caminando con ella fuera del edificio— Podríamos ir todos a cenar a un restaurante que vi la otra vez en...

—Nunca celebro ese día. —cortó de tajo su propuesta— Me trae malos recuerdos y por lo regular viajo ese fin de semana.

Ir a Camboya a visitar a Torune no sonaba mal, era el único plan viable que veía por ahora.

—Oh, creí que tú y tu madre compartían tarta de cumpleaños. —murmura apenado— ¿Estás segura que no prefieres quedarte? Podríamos hacer algo divertido.

—Prefiero que no. —niega suavemente— Podemos hacer lo que sea que tengas en mente después.

Hōki decidió no seguir insistiendo y cambió el tema a uno más superficial. Esa tarde tenían previsto una reunión en un modesto restaurante cerca del departamento de Chōchō y Yodo. Desde que regresaron de Italia se volvieron un círculo cercano que solía coincidir al menos una o dos veces a la semana para pasar el rato.

—Por cierto, ¿Adónde fuiste ayer con tanta prisa después del ensayo? —pregunta al subirse al lujoso Rolls-Royce en el asiento de copiloto— Me preocupó verte salir apurada.

—Tuve esta... especie de sesión de fotos para una revista americana. —contesta la joven encendiendo el auto— Me tomó el resto de la tarde.

—¿Qué? —parpadea sorprendido— No dijiste nada al respecto.

—Mi publicista sugirió que aceptara. —se encoge de hombros— Llevan insistiendo desde el año pasado.

—¿Y sobre qué es el artículo?

El castaño parecía más entusiasmado con la idea que ella misma.

—Éxito a principios de los veintes. —citó de memoria el título— Supongo que es por mi trayectoria en el ballet, yo que sé.

Ni siquiera había puesto atención cuando le explicaron el propósito del artículo, sólo sabía que tendría que dejar que le tomen unas cuantas fotografías y ellos se encargarían de agregar sus logros en el pie de página.

—Sarada, eso es increíble. —la felicita el castaño con una amplia sonrisa— Deberíamos celebrar mañana en la noche con los chicos antes de irnos.

—Lo siento, no puedo. —sacudió la cabeza— Voy a cenar con Ryōgi, hay... unos temas importantes de los que quiero hablar con él.

Hōki suspira resignado. Su amistad se fortaleció un poco, pero seguía sin poder ganarse su total confianza, era como si la misma Sarada levantara una muralla con todo el mundo, incluso con Chōchō y Yodo, que la conocían de mucho antes.

Tardaron menos de veinte minutos en llegar al local de comida tailandesa en Soho y cuando finalmente entraron por la puerta escucharon el grito de la Akimichi llamarlos a una de las mesas cerca de la ventana.

—Por fin llegaron, estábamos a punto de ordenar. —exclama la morena en tono de reclamo— Se tardaron mucho.

—El coreógrafo nos entretuvo. —se excusa Hōki por ambos— ¿Han esperado por mucho tiempo?

—Yo acabo de llegar también. —menciona Yodo como si nada— Chōchō es una exagerada.

—Renga pasó por mí a Harrods en un auto de sitio. —comenta Hako— Por eso llegamos antes.

El mesero se acercó para tomarles la orden, no sin antes echarle una mirada discreta a la pelinegra que vestía un conjunto de suéter y falda blancas con bordes negros y medias oscuras debajo de unas botas altas. Tenía un aspecto serio y sofisticado, pero aún así llamaba la atención, como siempre.

—Sarada tiene una buena noticia. —dice el castaño para sorpresa de los demás— Anda, diles.

—No es la gran cosa...

—Saldrá en una revista junto a otros chicos jóvenes y exitosos de todo el mundo. —exclamó Hōki emocionado— Es genial, ¿verdad?

—¡Oh, por Dios! —chilla Chōchō eufórica— Eso es asombroso, Sarada.

—Felicitaciones. —dijo Renga guiñándole un ojo— Sólo era cuestión de tiempo para que te reconocieran a nivel internacional.

La pelinegra se encoge de hombros, no era la primera vez que salía en una revista, toda su familia lo había hecho.

—¿Por qué no te ves emocionada? —pregunta Yodo enarcando una de sus cejas— ¿No te ilusiona la idea? Es un gran paso en tu carrera, imagina las puertas que te abrirá en el mundo artístico.

—La verdad es que me da igual. —suspira recostándose en su asiento— La atención es algo a lo que ya estoy acostumbrada y con el tiempo se vuelve tedioso.

Diez minutos después, el mesero se acercó y dejó sobre su mesa toda clase de platillos: Pad Thai, Lassa de marisco, arroz Tom Tum, sopa de coco. Todo se veía apetitoso, tanto que hasta a Sarada se le abrió el apetito de inmediato.

—¿Cómo vas con tu libro? —le pregunta a su amiga rubia— ¿Ya comenzaste con el borrador?

—Tengo... algunas ideas, pero nada en concreto. —se muerde el labio inferior— Le he pedido a la editorial un par de meses más para entregarles el primer capítulo.

—Deben tener mucha fe en ti si aceptaron. —exclama Renga sorprendido— Puede que tengamos en las manos un bestseller en poco tiempo.

Yodo sonrió con las mejillas un poco sonrojada, más por la vergüenza de admitir que seguía sin salir de su bloqueo de escritor. Durante el viaje a Italia halló algo de inspiración, pero no estaba segura si escribir lo que se le ocurrió en aquel entonces.

—¿Y tú, Chōchō? —miró esta vez a la Akimichi— Misteriosamente recibí la visita de Mitsuki la semana pasada. ¿Debo asumir que es culpa tuya?

—¿Por qué crees eso? —balbucea parpadeando en repetidas ocasiones— ¿Yo que tengo que ver?

—El imbécil nunca me visita a menos que Boruto o Shikadai vengan también a la ciudad. —alza ambas cejas— Eso y que además me preguntó dónde vives.

Chōchō casi se atragantó con su bebida y Yodo tuvo que darle unos golpecitos en su espalda para ayudarla a recomponerse. De pronto, el rostro se le puso colorado, algo que pocas veces sucedía.

—No esperes discreción de Mitsuki, es un cotilla de lo peor. —puso los ojos en blanco— A la primera oportunidad suelta la sopa.

—Juro que iba a decírselos, chicas. —hace un puchero— Sólo no quería... adelantarme, aún no sé dónde estoy parada.

—¿Decirnos, qué? —pregunta Yodo enarcando una ceja.

—Él vino hasta Londres para nuestra primera cita. —sonríe con ojos soñadores— Fue perfecta. Fuimos a cenar y luego dimos un paseo por Oxford Street.

Sarada no quiso decir lo que realmente opinaba al respecto, en especial después de ver a Chōchō relatando cada minucioso detalle de la cita que tuvieron la semana pasada con ilusión. Al parecer, Mitsuki se esforzó por impresionarla, lo que todavía le sorprendía más. No era algo que el Hōzuki hiciera comúnmente.

—Sí, bueno, la próxima vez que venga a Londres dale asilo en tu casa. —resopla Sarada removiendo la comida con su tenedor— No pienso hospedarlo siempre, es ridículamente fastidioso.

Sin contar el hecho de que debía ocultar cada maldito retrato que incluyera una fotografía con su tío Itachi.

—Creí que se estaba quedando con Ryōgi. —dice la morena apenada— No mencionó que estuviera durmiendo en tu casa.

—Ryōgi acaba de llegar a Londres, salió fuera por asuntos de trabajo. —explica con sencillez, no iba a decirles que viajó a Dublín con Boruto para establecer una nueva ruta de transporte de armas.

Hako se sonrojó un poco ante la mención de aquel hombre, todavía recordaba la intensidad de su mirada sobre ella el día que llegaron a la villa Uchiha. Era imposible que una simple chica le atrajera a un sujeto como él, ¿verdad?

—Por cierto, Sarada. —la Akimichi entrecierra los ojos— ¿Cuándo ibas a decirnos que tu hermano era una celebridad y que todos tus amigos parecen modelos de revista? ¿Querías quedártelos todos para ti?

La Uchiha puso los ojos en blanco y se llevó a la boca el último bocado de su comida.

—Para mí, Itachi no es una celebridad, sólo es mi hermano. —dice restándole importancia— Y sobre los otros idiotas, no veo el alboroto, si supieran lo inútiles que eran entre los diez a los veinte años...

—Sí, sí, entendimos que creciste con ellos. —comenta Yodo— No por eso quiere decir que sea normal.

—¿Cómo era su relación? —pregunta Hōki— Es... decir, ¿siempre fueron muy unidos?

—Nuestras madres fueron amigas desde su nacimiento, igual que nosotros. —se encoge de hombros— Supongo que crecer juntos siempre fue parte del plan.

—Los ricos se entienden con ricos. —comenta Renga con sarcasmo— ¿Todos fueron al mismo colegio? Eso tendría lógica para mí.

—Mis hermanos y yo tuvimos clases en casa desde que tengo memoria. —contesta como si nada— Al menos hasta que decidí estudiar en Oxford.

Todos se dieron cuenta de que no le entusiasmaba hablar sobre su vida personal, así que desistieron de hacer más preguntas al respecto.

—Entonces... ¿cuándo se van a Japón? —pregunta Hako para restarle tensión al ambiente.

—Pasado mañana. —contesta Hōki con una sonrisa de labios apretados— Pensé en celebrar esta noche el artículo de Sarada y nuestra despedida...

—¡Es una gran idea! —exclama Chōchō con entusiasmo— Me hace falta salir a mover el esqueleto.

Sarada iba a negarse, de verdad que no tenía el humor para salir a un club nocturno, pero si decía algo al respecto tanto Yodo como Chōchō no dejarían de insistir en que los acompañase.

Y entonces, como por milagro del cielo, su móvil comenzó a sonar y el nombre que apareció en la pantalla le hizo fruncir el ceño. Eso no lo esperaba, por un momento creyó que se trataba de cualquier miembro de su familia o incluso llegó a pensar que era Ryōgi, pero...

—¿Y esa cara de amargada a qué se debe? —dijeron del otro lado de la línea— ¿Terminaste de comer?

Sarada frunció el ceño, recorriendo el pequeño local con la mirada en busca del rostro conocido y soltó un bufido al ver al hombre recostado en el capó de su auto del otro lado de la acera.

—¿Qué haces aquí? —pregunta enarcando una ceja— No me avisaste que vendrías.

—Tomé una desviación antes de ir a casa. —se encoge de hombros— Nadie sabe que estoy aquí, excepto Ryōgi, él me dijo dónde estabas.

—Lo supuse. —pone los ojos en blanco y cuelga la llamada para comenzar a guardar sus cosas— Lo siento, debo irme, tengo otra visita inesperada.

—Espera... ¿nos vemos mañana?

La pelinegra le ofrece una sonrisa de disculpa.

—Cenaré en casa de Ryōgi.

—¿Y cuando regreses de Japón? —propone Yodo con una sonrisa— ¿Pijamada en tu casa?

—Después de terminar la gira en Tokio, pienso tomarme un tiempo para descansar y visitar viejos amigos. —comenta, pensando que era la excusa perfecta para no dar más explicaciones— Así que... no se alarmen si no tienen noticias mías por unas cuantas semanas.

—Oh, vamos, gloriosa reina de Inglaterra. —dice Chōchō haciendo un puchero— Haz un espacio en tu apretada agenda para una tarde de chicas antes de irte.

Ella dudó por un momento y al final suelta un suspiro.

—Tenía planeado comprar un par de cosas para el viaje antes de ir con Ryōgi...

—¡Está hecho! —chilla la morena— Mañana tendremos tarde de compras, ¿te nos unes, Hako?

—Yo... claro. —asiente la peliazul con timidez.

Sarada saca un par de billetes de su cartera y los dejó sobre la mesa bajo la atenta mirada de sus cinco amigos que ni siquiera tuvieron la oportunidad de despedirse o preguntar alguna otra cosa cuando ella ya estaba saliendo del local y cruzando la calle hacia el hombre que aguardaba cerca de un Alfa Romeo 1900 Sprint color negro al que Renga no pudo evitar mirar asombrado.

—Nunca voy a acostumbrarme a que estos tipos coleccionen autos como juguetes. —dice asombrado, admirando la carrocería del vehículo— ¿Cómo es que se llama ese sujeto de todos modos?

—Es Shinki. —contesta Chōchō mirando por el ventanal también— Creo que vive en Ámsterdam.

—No creí que Sarada recibiera muchas visitas. —comenta Yodo observándolos subirse al auto— ¿Siempre fue así? No recuerdo que nos dijera algo al respecto.

—Puede que siempre fue así, sólo que no lo mencionaba antes. —contesta Hōki sin perderlos de vista— Hay muchas cosas que no sabemos sobre su vida y que ella prefiere mantener en privado.

—Como su relación con Kawaki. —se atrevió a decir Hako para tantear la reacción de las otras dos mujeres y vio que la revelación no las tomó por sorpresa— ¿Ustedes ya lo sabían?

Por un momento observó la expresión de sorpresa en el rostro de Hōki, pero le pareció que era mejor que lo supiera de esa manera y no le tomara desprevenido después. Chōchō asiente con cautela y Yodo desvía la mirada con culpabilidad, desde luego que ambas estaban al tanto de los sentimientos del castaño hacia su amiga.

—Sí, pero eso era algo de lo que no nos correspondía hablar a nosotras. —contesta Yodo encogiéndose de hombros— Las cosas no terminaron bien entre ellos, creo que es la razón por la que quiere alejarse un tiempo de todo.

—Lo siento, Hōki, sabemos lo que sientes por ella. —exclama Chōchō — Créeme, el hijo de puta no la merece ni un poco, si estuviera en frente de mí lo asfixiaría con mis propias manos.

El castaño hizo una mueca que intentó hacer pasar por una sonrisa y dejó caer los hombros mientras observaba el auto perderse al final de la calle. Debía esperar algo como eso, ¿no? Sus sospechas terminaron siendo ciertas, esos dos sí tenían algo.

—Deberías salir con alguien. —sugiere Hako dándole un golpecito con el codo— Según sé, hay varias chicas en la compañía que mueren por una cita contigo.

Él sacude la cabeza con desgano.

—¿Quién podría seguir después de Sarada Uchiha? —expresó con ironía— No conozco a nadie que pueda llenar sus zapatos.

—Eso es porque no te das la oportunidad de conocer a alguien más. —dice Yodo con una sonrisa— Sólo mantente abierto a las posibilidades.

Hōki no estaba muy seguro, pero asintió de todos modos para que pudieran cambiar al siguiente tema de conversación.

—¿Por qué no vamos a celebrar tu despedida? —propone Chōchō con renovado entusiasmo— Sarada no es la única que se va, y creo que todos merecemos un poco de diversión.

—¡Yo secundo la moción! —exclama Renga palmeando la espalda de su mejor amigo— ¿Qué dices?

El castaño miró a Hako guiñarle un ojo y entonces decidió aceptar.

—Hagámoslo.

(...)

Sarada se acomodó mejor en el asiento de copiloto para poder mirarlo de frente una vez que se detuvieron en el primer semáforo.

—¿Y? —rompió el silencio que se instaló dentro del auto desde que encendió el motor— ¿Qué estás haciendo aquí?

—Creo que necesito un maldito trago. —se queja el castaño sin dejar de mirar las calles de Londres tenuemente iluminadas por la luz del día.

Aunque en cualquier momento el cielo se oscurecería y a juzgar por las nubes en el cielo no tardaría en caer una llovizna.

—El clima aquí apesta. —sigue quejándose— ¿Nunca ven la luz del sol aunque casi sea primavera?

—En verano hace calor. —contesta Sarada encogiéndose de hombros— ¿Y a qué se debe esta repentina tiradera de veneno? Nunca estás tan irritable, ya comienzas a parecerte a Daiki.

Shinki gruñe por lo bajo y detiene el vehículo junto a la acera del primer bar abierto que ve, en realidad, era más una taberna. Se trataba de un sitio pequeño y austero, supo que tendrían la privacidad que necesitaban al ver desde afuera las mesas vacías.

—¿De verdad viniste a Londres sólo para emborracharte? —enarca una ceja la joven, no quedándole de otra que seguirlo al interior.

—No, en realidad venía a hacerte una propuesta. —comenta de lo más casual, tomando asiento en un taburete de la barra— Aunque ya sé que la vas a rechazar de inmediato.

Pidió dos tarros de cerveza y al hombre detrás de la barra le tomó menos de un minuto dejarlos frente a ambos.

—Quiero retomar el proyecto Kamui. —soltó de golpe y a la expectativa de su reacción.

—No. —contesta de inmediato— Si quieren hacerlo, háganlo, pero no cuenten conmigo.

—¿Y cómo se supone que lo hagamos? ¿Por dónde empezamos? —pregunta dándole un trago a su cerveza— Fuiste la que lo creó, nosotros no estábamos al mando todavía, pero escuchamos historias sobre ello.

—¿Nosotros? —enarca una ceja— ¿Quienes más están involucrados?

—Boruto, Ryōgi... y Kawaki. —dijo el último nombre en voz más baja— Él no sabe que tú...

—Y no lo sabrá. —pone los ojos en blanco— Porque no pienso retomarlo.

—Escucha, Boruto me mataría si supiera que te lo estoy preguntando directamente. —sacude la cabeza— No quiere que te metas en esto, pero los tres sabemos que la respuesta la tienes tú.

Sarada se removió con incomodidad sobre el taburete y se terminó su cerveza de un trago antes de pedirle al hombre que rellenara sus tarros.

—Lo que creaste en Italia... fue algo sin precedentes. —continúa diciendo— Aún se habla de eso en las calles.

—No me necesitan para hacerlo, son jefes ahora. —se encoge de hombros— Fue parte de un juego, no lo creé para convertirlo en un negocio.

—Pero sabes las ganancias que puede generar. —evidenció él— Y no sólo eso, también se convirtió en una manera de reclutar.

—Kamui sólo era un club de pelea clandestino debajo de Izanagi, no era la milicia o fuerzas especiales. —pone los ojos en blanco— Fue un pasatiempo para mí, y papá me dejó hacerlo porque así no le daba tantos problemas.

—¿Recuerdas cuántas personas se reunían sólo para apostar? —habla con ironía— Cientos. Los rumores se esparcieron por toda Italia y la policía nunca intervino.

—Por supuesto que no, no son imbéciles, están en la nómina de mi padre. —se burla la pelinegra— No hubieran intervenido aunque la misma Interpol recibiera el reporte.

—¿Cómo sabes?

—Porque la abuela Tsunade se convirtió en la nueva directora después de Hiruzen Sarutobi. —dice como si nada— ¿Y adivina quién es su nieta favorita? Ella ayudó a mi madre a darme a luz, jamás movería un dedo en mi contra.

En eso Shinki tuvo que darle la razón, Sarada siempre conseguía salirse con la suya, ya sea con ayuda de su familia o por sus propios medios, tenía la suficiente inteligencia para idear algún plan que la dejara bien librada.

—Queremos replicarlo a mayor escala. —explica llamando su atención de nuevo— En Ámsterdam, Irlanda, Japón y aquí en Londres.

—¿Mis hermanos no se unen al negocio o qué? —se mofa— ¿Tienen miedo de que lo sepa y quiera volver?

Su silencio fue suficiente respuesta para ella.

—Pues diles que pueden hacerlo, no tengo interés en regresar a lo mismo. —suspira, para después beber más de la mitad de su tarro de cerveza— Ellos sabrán cómo empezar.

—Sabía que dirías eso...

—Puedo darte algunos consejos, pero no esperes más de mí. —se encoge de hombros— Sólo tenía trece años y quería divertirme.

—Sí, y creaste una red de peleas clandestinas, creo que tenemos diferentes definiciones de diversión. —pone los ojos en blanco— ¿Por qué lo llamaste Kamui?

El significado literal es autoridad de los Dioses. Dentro de ese pentágono juegas con la vida, matas o mueres, no hay otra opción.

Shinki interpretó su silencio como una negativa a hablar al respecto y simplemente sacude la cabeza con incredulidad.

—¿De verdad disfrutabas hacer eso a los trece? —exclama mirándola de soslayo— No debería sorprenderme por nada que hicieras, pero siempre lo logras.

—Hice cosas peores, supéralo. —se burla— ¿Cómo están las cosas en Ámsterdam? Daiki comentó algo sobre un robo de cargamento de armas.

—Sí. —baja el tono de voz— Y no sólo a mí, también interceptaron un envío de Irlanda antes de llegar a Birmingham, es la verdadera razón por la que Ryōgi viajó a Dublín, no para cerciorarse de una ruta.

—¿Crees que sean los búlgaros?

—Pueden ser los polacos. —resopla bebiéndose de golpe su cerveza y pidiendo al hombre de la barra que rellene el tarro de ambos— O los turcos, a estas alturas no estamos seguros.

—Me preocupa el bajo perfil que están manejando. —dice refiriéndose a la mafia turca y la polaca— Sé que dije que no me involucraría, pero tengo pensado hacer un viaje para visitar a alguien después de Tokio, tal vez él pueda ayudar a investigar.

Shinki asiente con la cabeza antes de beber de nuevo, percatándose de que el lugar seguía tan vacío como cuando llegaron. Lo únicos nuevos clientes eran un par de hombres mayores que parecían ya estar familiarizados con la taberna a juzgar por la manera en la que entablaron una conversación con el que atiende las mesas.

—Se supone que no debería de estar hablando de esto contigo. —suelta un suspiro prolongado— Tus hermanos han sido muy claros al querer mantenerte al margen.

—Eso es porque yo se los pedí. —admitió haciendo una mueca— Entre más lejos esté de sus negocios, mejor para mí.

—¿Desde cuándo? —frunce el ceño— Recuerdo que desde niños tenías tu camino bien marcado, siempre quisiste pertenecer a esto.

Sarada sólo podía decir una verdad a medias, él no sabía sobre su tío Itachi y llevaba tantos años ocultando el secreto que sentía una pesada loza sobre sus hombros que le pedía ser liberada. ¿Podía confiar en él? Sí, después de Boruto, era el único vínculo no consanguíneo en el que podía confiar por completo.

—Compra una botella. —dice la joven bajándose del taburete— Vamos a necesitar más alcohol de por medio, yo para confesarte mis penas y tú para escuchar la historia que tengo para contarte.

(...)

Estaba sentada en el sofá del vestíbulo cuando vio a los cabecillas de la Yakuza salir uno por uno del estudio de su hermano mayor, todos tenían el mismo semblante serio e incluso un par parecían especialmente disgustados. Uno de ellos era el padre de Ada.

Sus ojos azules regresaron a la revista que tenía en las manos y segundos después terminó dejándola de lado para mirar la pantalla de su móvil por milésima vez en el día a la espera de una respuesta. Pero nada, él no respondió ninguno de sus mensajes.

Por favor, déjame explicarte.

11:32 am

No eres el reemplazo de nadie.

11:45 am

Esa noche estaba ebria y me comporté como una cría, pero besarte no fue parte de un plan maquiavélico.

12:15 pm

Hablemos, por favor.

12:42 pm

Me gustas.

13:24 pm

Lo digo en serio.

13:38

Y hasta el momento no había tenido una respuesta, sólo una confirmación de lectura. Shinki leyó todos sus mensajes y decidió no responder.

—¿Aún nada? —pregunta Namida con cautela, frotando su hombro para mostrarle su apoyo.

—¿Qué debo hacer? —niega frustrada— ¿Acaso tengo que viajar a Ámsterdam para obligarlo a escucharme?

—Creo que deberías esperar a que las aguas se calmen.

—¿Cuánto tiempo? —pregunta con exasperación— Ya pasaron tres semanas desde la mascarada y no he recibido ninguna noticia suya.

Namida había decidido pasar una temporada en casa de su prima en Japón antes de ingresar a la universidad a finales de agosto. Kaede se había negado rotundamente a seguir estudiando y Himawari no lo tenía decidido del todo, pero seguía siendo una posibilidad.

—¿Crees que deba rendirme? —la mira de reojo un tanto insegura.

—Bueno... —se mordió el labio sin saber qué decir— Si Shinki quisiera una explicación, creo que habría demostrado interés en escucharla.

—¿Eso es un sí?

Sus labios se convirtieron en una fina línea al girarse para enfrentar lo que sea que su prima tuviera para decir.

—Es el mismo caso que el de Sarada, ¿te das cuenta? —suelta un suspiro— Lo único que puedes hacer es darle tiempo al tiempo y esperar a que Shinki acceda a hablar contigo.

Himawari sabía que tenía razón, pero se resistía a decirlo en voz alta. Todavía se avergonzaba de cómo había señalado a Sarada luego de enterarse sobre lo suyo con Kawaki y después de escuchar la historia completa, ella misma quiso pedirle perdón por el horrible comportamiento de su hermano.

—¿Y si nunca llega ese momento?

Temía que ese fuera el caso, porque lo que había sentido estando entre sus brazos era distinto a toda sensación experimentada. Era como si no necesitara nada más en el mundo, se sentía segura y deseada. ¿No es así como se debería sentir toda mujer?

—Tendrás que dejarlo ir. —susurra la castaña suavizando su expresión— No te hará bien el aferrarte a algo incierto.

—¿Por qué eres tan buena dando consejos? —se queja hundiéndose en el sofá— Nunca has tenido novio, ¿de dónde sacas tanta sabiduría?

—De los errores de mis amigas. —se burla Namida encogiéndose de hombros.

Bueno, eso tenía sentido. A sus diecinueve años, la única hija de Tenten jamás había tenido un novio e incluso le avergonzaba tener que admitir que no ha recibido un beso decente. Era una chica tierna y amable, a veces demasiado tímida para su propio bien, esa era la razón por la que Sarada y Himawari la protegían con tanto afán, era la más inocente de las tres a pesar de desenvolverse desde niña en un ambiente hostil.

Perdió a su padre y a su hermano el mismo día, y no sólo eso, también se vio obligada a dejar su hogar en Japón para empezar de nuevo en Italia. Muchos piensan que al ser una niña sólo necesitaba adaptarse, pero le afectó más de lo que creyeron al principio.

Contrario a lo que sucedió con Sarada, que convirtió su trauma en ira, a ella la volvió un cervatillo inseguro y retraído, pero aún así tenía el don especial de ganarse el corazón de las personas por su personalidad compasiva y amorosa. En esencia, era todo lo que una chica en el mundo de la mafia no debía ser.

—Ya se fueron todos. —susurra Namida al ver al último de los hombres despedirse de sus padres en la entrada principal— ¿Deberíamos...

—Sí, vamos antes de que intente bloquear la puerta. —dijo Hinawari poniéndose de pie rápidamente y justo cuando su mano alcanzó el picaporte de la puerta, esta se abrió.

Las dos chicas levantaron el rostro para ver a Kawaki Uzumaki a punto de salir de la habitación y de inmediato dieron un paso atrás con nerviosismo.

—¿Qué están tramando? —pregunta enarcando una de sus cejas oscuras.

Namida casi se arrepintió de lo que iba a decir, pero Himawari miró a su hermano con determinación e intentó adoptar una pose firme de brazos cruzados.

—El padre de Ada parecía molesto. —comienza la ojiazul— ¿Te reclamó porque botaste a su hija?

—No es de tu incumbencia. —responde en tono mordaz— ¿No tienen otra cosa mejor que hacer?

—Queríamos hablar contigo. —se apresura a decir estrechando los ojos— ¿Qué piensas hacer con... ese asunto?

—El único asunto ahora es que me están haciendo perder el tiempo. —dice con ironía— ¿Quieren moverse para que pueda salir?

—Sabes a lo que me refiero. —replica Himawari frunciendo el ceño— Sarada llega pasado mañana.

El rostro del hombre no mostró rastro de emoción y por un momento ambas chicas creyeron que de verdad no le importaba en absoluto. Eso hubieran pensado de no haberlo escuchado semanas atrás declarando abiertamente que se encontraba celoso. Eso era un sentimiento, ¿no? Por algo se empieza.

Y de pronto y sin darse cuenta, Himawari ya se hallaba aceptando la idea de ver a su mejor amiga y su hermano mayor juntos. Se visualizaba organizando su boda y le ilusionaba la idea de tener sobrinos, aunque todavía la preocupaba la reacción de su otro hermano.

—¿No piensas decir nada?

—¿Qué esperas que diga? —pregunta en su habitual tono serio— No tiene nada que ver conmigo.

Himawari sacudió la cabeza con actitud reprobatoria, pero esta vez fue Namida la que se atrevió a hablar:

—¿No vas a buscarla? —dice la castaña dando un paso al frente— ¿De verdad vas a dejarla ir después de lo que oímos en la fiesta de disfraces? Es obvio que la quieres.

—Vuelvo a repetírselos, a ustedes no les incumbe. —sisea apretando los dientes— No se metan donde no las llaman.

—Sarada nos contó todo, lo de Aspen, tu visita a Londres, su viaje a Suiza... —continúa diciendo Namida— ¿En qué pensabas? Si sólo ibas a jugar con ella...

La mirada afilada que Kawaki le dedicó a su prima la hizo callar por un momento, pero entonces un arranque de furia renovado fluyó por sus venas al ver la indiferencia en su semblante.

—No quiero a la Sarada de antes, ¿me oyes? —sus ojos se llenaron de lágrimas— Me rehúso a perderla de nuevo...

—Namida. —interviene la Uzumaki tocando su brazo para tranquilizarla— No tiene caso que se lo expliques, de todos modos parece que ya tomó su decisión.

La castaña respiró hondo para calmar su respiración agitada y volvió a mirar hacia el frente, esta vez más apacible.

—Si vas a terminar con esto, al menos llámala. —advirtió Himawari sujetando la mano de su prima para dejarlo a solas finalmente— Creo que lo mínimo que merece es una despedida para poder cerrar el ciclo.

Las palabras de su prima lo dejaron intrigado, pero no pensaba indagar más en el tema, no cuando la decisión ya estaba tomada. Y muy en el fondo sabía que las dos tenían razón, Sarada merecía que le diera la cara, pero el que temía era él. No de verla, sino de no poder alejarse definitivamente de ella.

Así que con ese pensamiento se abrió paso entre ambas mujeres y siguió con su camino a la salida.

(...)

—Y por eso te fuiste a Rusia... —concluyó al instante después de que terminara de hablar— Siempre pensé que el ballet sólo era un capricho que se te pasaría con el tiempo y eventualmente regresarías a tu casa.

Sarada le arrebató la botella de la mano y tomó directamente de la boquilla, justo como habían estado haciendo las últimas dos horas mientras reposaban hundidos uno al lado del otro sobre el mullido sofá de su vestíbulo.

Tan pronto llegaron a su casa, la chica se puso algo más cómodo, un camisón rosa pálido para dormir en conjunto con una bata satinada por encima y unas pantuflas del mismo color que en ese momento se hallaban debajo de la mesita central.

—Mi casa es donde está mi familia. —susurra en respuesta, fijando su vista en los portarretratos que tuvo que esconder cuando Mitsuki vino de visita— En Italia está la mayor parte de ella, pero aquí también tenía a alguien. Supongo que me aferré a su recuerdo.

—La historia es surrealista. —parpadea perplejo— ¿Personas que fingen muertes y organizaciones de mercenarios que operan desde una base secreta en medio del desierto?

—Bienvenido a mi mundo, colega. —sonríe con ironía, dándole otro trago al tequila antes de ofrecérselo a él— ¿Ahora entiendes por qué me mantengo alejada?

—No tendrías que hacerlo...

—Pongámoslo así, mamá asesinaba porque era su deber y papá hasta cierto punto disfrutaba ejercer su poderío erradicando a su enemigo. —explica mirándolo de reojo— Pero yo torturaba y mataba por entretenimiento, ¿ves la diferencia?

—A toda organización le hace falta un activo como tú, supongo.

—Un líder no quiere en su bando a alguien que no puede controlar. —dice como si fuera lo más obvio del mundo— No tengo que ser una adivina para saber que ni siquiera mis hermanos me querrían entre sus filas, papá me dejó hacer lo que quisiera porque de esa manera me mantendría a raya siempre y cuando estuviera cerca para vigilarme.

El castaño seguía procesando todo lo que acababa de contarle, desde que se refugiaron en un búnker subterráneo en Kamchatka, lo sucedido los días antes de la muerte de su abuelo Kakashi, la manera en la que conoció a su tío Itachi al que creyeron muerto durante más de diez años, el tiempo que estuvieron fuera de Italia en una pequeña casita en Alaska, la tragedia en la residencia Hyūga e incluso le dio un resumen de lo que hizo durante los tres años que estuvo en Okinawa entrenando.

Luego, con un tono más bajo y con la voz temblándole de vez en cuando, le habló sobre la enfermedad de su tío y lo difícil que fue verlo degenerarse mientras cursaba sus años de estudio en Oxford. Le dijo lo mucho que intentaba fingir que no se sobre exigía y no fue hasta poco después de su graduación que finalmente su cuerpo no pudo más.

Para Sarada fue... liberador y tormentoso a partes iguales el hablar sobre los días que tocó fondo. Además de los diez meses que desapareció de la faz del planeta y donde se unió a un grupo de mercenarios para luego regresar a Italia y unirse a las filas de su padre.

—¿Eres feliz? —pregunta con el ceño fruncido— ¿El ballet es suficiente para ti?

—Por ahora me basta. —suspira, tomando un largo trago de alcohol sin importarle el ardor en su garganta.

Esta vez Shinki fue el que le arrebató la botella y bebió mientras intentaba ocultar su disgusto.

—No deberías esperar que algo simplemente te baste para vivir. —sacude la cabeza con reprobación— Me decepciona que especialmente tú te conformes con algo pudiendo tenerlo todo.

—¿Especialmente yo? —se ríe, recostando su cabeza sobre su hombro— Me tienes mucha fe.

A estas alturas los dos ya estaban un poco ebrios, tal vez esa era la razón por la que la conversación tomó un tinte más profundo. De ninguna manera estando en sus cinco sentidos se pondrían así de sentimentales.

—Eres Sarada Uchiha. —se encoge de hombros— Haces que todo se vea fácil sin siquiera intentarlo.

—Lo sé, soy sensacional.

Ambos se rieron, hasta que un pensamiento negativo le cruzó la mente a la pelinegra y poco a poco la sonrisa desapareció de su rostro.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Dispara. —responde, volviendo a empinarse la botella.

—¿Parece que soy el tipo de chica a la que mantienes en secreto? —le mira desde abajo— Ya sabes... follable, pero no para formalizar.

Él enarca una ceja al escucharla y enseguida comprendió la razón por la que lo preguntaba.

—Voy a decirte algo con el riesgo de inflar más tu ego de lo que ya está. —estrecha la mirada— Fuiste la fantasía sexual de todos en la adolescencia, no conocía a ningún chico que no quisiera tener algo contigo de cualquier índole.

Sarada suelta una risita.

—Pero eso ya lo sabía. —se encoge de hombros— Sólo les faltaba botar la baba cada que les pasaba por en frente.

—No creí que fuera tan obvio.

—Una chica siempre lo sabe. —pone los ojos en blanco— Pero esa no fue mi pregunta.

Shinki suspiró.

—El que Boruto y ese tipo de la fiesta de disfraces estén dispuestos a proponerte matrimonio debería darte la respuesta. —contesta finalmente— Pero eso ya lo sabes, el problema es que ninguno de ellos es el hombre que quieres que te lo proponga.

La Uchiha se mordió el labio inferior con fuerza, recibiendo la respuesta como un golpe directo en el estómago. La verdad dolía.

—Y el que estés bebiendo por despecho reduce tu atractivo, preciosa.

Ella le dio un golpe en el brazo sin poder evitar reír. Joder, ya comenzaba a sentir los estragos del alcohol.

—¿Y tú qué tal? —cambia el tema abruptamente— ¿Qué pasó con la chica misteriosa?

—No quiero hablar de eso.

—Ahora estás obligado a decirme, te he contado todos mis secretos. —frunce el ceño— Merezco saber los tuyos.

—A ti se te descosió la boca por decisión propia

Sarada hizo un mohín similar a un puchero y él resopló con resignación. Los dos estaban borrachos, qué más daba, de cualquier manera su amistad había escalado a un estatus de confidentes.

—Digamos que me enteré de que la chica se tiró a alguien cercano a mí durante meses. —comienza a hablar con la mirada fija en la chimenea encendida del vestíbulo— Ni siquiera lo supe por ella, sólo los escuché hablando desde un cubículo en los sanitarios de hombres después de follármela con los dedos.

—Oh. —ni siquiera supo qué decir— ¿Y fue algo serio?

—Ella seguía enamorada de él cuando me besó. —se encoge de hombros— No deja de mandarme textos desde entonces, pero no me apetece escuchar excusas.

—¿No crees que le gustes de verdad?

—Ya no importa. —le resta importancia— No aceptaré tener algo con una persona que no sabe lo que quiere.

Esta vez, los dos bebieron uno seguido del otro.

—Nuestra suerte en el amor está jodida, ¿eh? —se mofa la Uchiha— Tal vez somos personas sexuales y no románticas.

—Quizás sólo necesitemos buscar a otras personas para follar.

Sarada asiente con la cabeza estando de acuerdo.

—Intentémoslo.

—¿Ahora? —ella enarca una ceja— ¿No es demasiado tarde para salir a ligar?

—No, tú y yo. —soltó él de pronto— Intentémoslo.

Creyó haber oído mal o que su mente le estaba haciendo una mala jugada debido al alcohol.

—¿Te das cuenta de que estamos ebrios? Nos vamos a arrepentir mañana.

No supo porqué no estaba negándose de inmediato, especialmente cuando él ladeó su rostro para verla de frente. Sus ojos verdes lucían vidriosos y brillantes, probablemente por el deseo, lo sabía porque de pronto ella se sentía igual.

—Necesito olvidar a esa chica por algunas horas. —admitió en un murmullo— Y tú necesitas comprobar algo, no tengo idea del qué, pero quieres averiguarlo.

—Es una locura... —tragó saliva— ¿Estás seguro?

La tensión sexual se volvió casi sofocante, tanto que de manera inconsciente se acercaron el uno al otro hasta que la distancia entre ellos era nula.

Ella no supo de donde salió el impulso que la hizo sentarse a horcajadas sobre su regazo, sin despegar su mirada de la suya en ningún momento. Shinki colocó sus manos en los muslos de piel tersa y jugó con el borde de su camisón entre sus dedos.

—No lo sé. —confesó con la voz enronquecida— De lo único que estoy seguro es que me he puesto duro con apenas haberte tocado.

Sarada se relamió los labios bajo su atenta mirada.

—¿Qué te excita tanto? —le mira a los ojos— ¿El hecho de que alguna vez fui tu fantasía sexual y que ahora puedes hacer lo que sea conmigo?

Él no respondió, en cambio levantó su mano hacia el nudo de la bata satinada y lo deshizo con lentitud. La Uchiha hizo un suave movimiento y la prenda se deslizó por sus hombros dejando a la vista el camisón con encaje a la altura del escote.

En ningún momento se vistió para seducir, jamás imaginó que la noche tomaría un rumbo tan diferente. Y sin embargo...

—¿Serenos los mismos mañana? —pregunta ella con la respiración entrecortada.

—Seremos los mismos mañana. —repitió a modo de confirmación, ligeramente hipnotizado por su feminidad.

Entonces ella terminó por sacarse la prenda y la dejó caer en algún lugar del suelo para después deslizar las manos por el torso masculino y arrastrar la camisa tipo polo blanca hasta conseguir sacársela por la cabeza.

—No me gusta lo suave. —susurra sobre sus labios— Por favor, dime que no eres del tipo gentil.

—Soy versátil. —le sonríe de medio lado y finalmente acortó los escasos centímetros que separaban sus labios.

Tomó su boca en un beso con sabor a licor, ambos demasiado ebrios para detenerse a pensar en lo que estaban haciendo.

Sarada se las arregló para desabrochar el pantalón con sus dedos expertos y sacó su miembro erecto del interior de sus calzoncillos sin dejar de besarlo en ningún momento. Shinki levantó su camisón hasta quedar enrollado en su cintura, permitiéndole observar la pequeña braguita de encaje que apenas cubría lo suficiente.

Joder, era más sexy de lo que pensó.

—Última oportunidad para detener esto. —advierte ella, haciendo a un lado su propia ropa interior.

—¿Quieres parar? —pregunta Shinki en un jadeo, con los labios hinchados y entreabiertos.

Ella sacudió la cabeza y gimió por lo bajo cuando su polla se restregó contra sus pliegues húmedos. Ya era demasiado tarde para echarse atrás, encendieron la mecha y para ambos les fue imposible detenerse. Volvieron a mirarse a los ojos, esta vez en el momento exacto en el que Sarada lo acomodó en su entrada y descendió sobre él.

Shinki dejó caer la cabeza hacia atrás sobre el respaldo del sofá y Sarada se sujetó de sus hombros al sentirse llena.

El castaño se obligó a grabarse la imagen frente suyo. Ahí estaba, la chica más preciosa de su generación, montándolo con una sensualidad felina que jamás había visto en otra mujer. El vaivén de sus caderas era enloquecedor y la manera en la que sus tetas perfectas saltaban apenas asomándose bajo el encaje del camisón era de lo más excitante que ha visto.

Entonces sus manos se movieron por mero instinto hacia su trasero respingón y estrujó sus glúteos para que sus acometidas fueran más firmes. Sarada gimió contra su cuello, acariciando con su nariz la línea definida de su mandíbula e iniciando un reguero de besos desde la base de su garganta hasta sus labios.

—Maldita sea. —gruñó él, empujando las caderas hacia arriba al mismo tiempo que ella descendía a su encuentro.

La pelinegra se separó un poco sólo para ofrecerle una sonrisa juguetona y sus dedos se aferraron al borde de su camisón para después sacárselo de un tirón y a los pocos segundos se unió a las otras prendas en el suelo.

Shinki sintió la boca seca de un momento a otro y se puso más duro si es que es posible, sus pezones rosados y erectos lucían apetitosos a la vista.

—¡Oh! ¡Sí, así! —gimió con erotismo cerca de su oído.

Esa maldita mujer sabía el efecto que tenía sobre los hombres, tal vez era algo en su mirada de sirena o simplemente exudaba sensualidad por los poros, pero era difícil controlarse. Nunca le había pasado antes, simplemente no podía conseguir suficiente.

Así que se dio rienda suelta, sujetándole ambas manos por detrás con una de las suyas mientras la otra le ayudaba a incrementar el ritmo de su vaivén. Fue duro, apasionado, ardiente. Y cuando los dos alcanzaron el tan esperado orgasmo, sus cuerpos sudorosos se entrelazaron buscando recobrar el aliento.

—Eso fue... —intentó decir el castaño con incredulidad— Mierda...

—Subamos a mi habitación. —susurra ella entreabriendo uno de sus ojos— ¿Crees poder seguirme el ritmo?

—Joder, claro que sí.

¿Una propuesta indecente? Desde luego. ¿Le importaba? En absoluto. Así que dejó que la llevara al segundo piso para continuar donde lo habían dejado.

¿Podrían arrepentirse? Tal vez. ¿Iban a disfrutarlo? Al máximo.

Eran dos amigos en busca de placer y consuelo que recién habían descubierto la sorprendente química sexual que tenían, porque de ninguna manera iba a mentir, el sexo con Shinki era genial.

No había llamaradas de deseo o fuegos artificiales, pero al menos comprobó lo que quería saber: existía un después de él.

No vibraba de expectación por un toque, no temblaba de goce ante una caricia, ni se estremecía de anhelo a mitad de un beso, pero al menos obtenía el placer que su cuerpo necesitaba.

Iba a ser duro, pero la vida seguía sin Kawaki.

(...)

Sus ojos se abrieron cerca del mediodía y la luz que entraba por el ventanal de su habitación le hizo hundir su rostro en la almohada con irritación. Su cabeza por poco le estalla y su cuerpo adolorido comenzaba a resentir sus actividades nocturnas.

—¿Qué hora es? —pregunta tanteando con la mano el brazo de la persona junto a ella.

—La una menos cuarto. —respondió su acompañante con voz soñolienta.

Ella soltó un suspiro antes de mirar la pantalla de su móvil sobre la mesita de noche y maldijo por lo bajo al ver el mensaje de Chōchō confirmando la hora en la que debían verse. Tenía una hora para arreglarse y llegar al centro comercial.

—Debo irme, quedé con mis amigas. —resopla sentándose sobre el colchón— ¿A qué hora sale tu vuelo?

—A las dos. —contesta poniéndose de pie sin molestarse en cubrir su anatomía— ¿Quieres que te lleve?

—Sí, pero antes tengo que darme una ducha.

—Compartámosla, así ahorramos tiempo y agua. —le guiña uno de sus ojos verdes y se encamina hacia el cuarto de baño sin esperar una respuesta de su parte— Además, me gustan los mañaneros.

Sarada puso los ojos en blanco y lo siguió al interior de la regadera. A decir verdad, por un momento temió que su amistad se viera dañada por lo que sucedió anoche, pero todo retomó su curso habitual.

Bueno, eso fue después de los dos nuevos orgasmos que le dio al cogérsela contra los azulejos del baño sumados a los muchos otros que le había dado durante la madrugada.

Cuarenta minutos después, ambos viajaban en silencio por el tráfico de Londres en plena hora pico. Una suave melodía sonaba de fondo, pero no había ni rastro de incomodidad en el ambiente. Ni siquiera pareció que follaron como conejos toda la noche.

—Supongo que ahora entiendo la obsesión que Kawaki tiene contigo. —comenta con una sonrisa burlona— Eres buena, casi consigues que te conceda un día más conmigo.

—De vez en cuando me gusta hacer caridad. —le contesta ella levantando su dedo medio en su dirección— Pero no abuses.

Shinki soltó una carcajada varonil sin poder evitarlo.

—Muy bien, prueba superada. —le guiña un ojo— ¿Se podría decir que fortalecimos la amistad? ¿Existe una prueba más difícil?

—No lo sé, eso depende. —comenta la Uchiha— ¿Me donarías tu esperma en el hipotético caso de que quiera ser madre y no consiga un buen prospecto?

Los ojos verdes brillan de diversión y nota la chispa de burla en la mirada oscura. Estaba bromeando.

—Si me dejas ponerte en cuatro de nuevo, te hago trillizos.

Sarada lo golpea en el brazo mientras se ríe. No recordaba la última vez que se rió de esa manera, todo ese mes había sido un camino de sufrimiento que parecía no tener fin.

—¿Y tú qué harías en el hipotético caso de que necesite un riñón? —enarca una ceja— ¿Me darías uno de los tuyos?

—Claro que no. —sacude una mano en el aire— Te conseguiría uno en el mercado negro.

Ambos se miraron de reojo y volvieron a reírse. Ninguno de los dos pensó que llegarían a estar así, tan cómodos y familiarizados con el otro. La Uchiha pensó que ni siquiera con Boruto tenía ese grado de confianza, en primer lugar porque no podrían intimar y reírse de ello después, todo lo relacionado a los Uzumaki era complicado.

—¿Estarás bien con esto del viaje a Japón? —preguntó Shinki una vez que se acercaban a su destino— ¿Qué harás si él te busca?

—Dudo que lo haga. —desvía la mirada a las calles transitadas frente a ellos— Se supone que él terminó con esto de manera definitiva.

Shinki no estaba tan seguro de eso, pero no quiso inquietarla. Jamás había visto a Kawaki comportarse de esa manera por una chica por más que intentara fingir desinterés, aún así seguía sin comprender la razón por la que decidía alejarla cuando era más que obvio que no le era indiferente.

Si alguien lo amara una mínima parte de lo que esa chica amaba al Uzumaki, no dudaría en conservarla y hacerla su esposa. Porque contrario a lo que muchos creían, Shinki se tomaba todo ese asunto del matrimonio con seriedad.

—Diviértete con tus amigas —dice para luego detenerse frente a los grandes almacenes Harvey Nichols en Knightsbridge— Ryōgi pasará a recogerte más tarde.

Sarada se estiró sobre su asiento para besar su mejilla y abrió la puerta para bajar del auto.

—Llámame mañana por la noche, para entonces estaré en Kobe. —le hizo saber— Veré si aún tengo el contacto de alguien que empezó conmigo en lo del proyecto Kamui.

Shinki se llevó una mano al pecho fingiendo estar conmovido.

—Cásate conmigo, por favor.

La pelinegra puso los ojos en blanco y terminó por salir del vehículo.

—Ponte en la fila, no eres el primero que me lo propone. —se burla ella— Aunque les llevas la delantera, no me he tirado a ninguno de ellos.

—De acuerdo, creo que estoy enamorado.

Sarada sonrió con ironía.

—Más te vale, porque podrías ser mi donador de esperma en un futuro. —le sigue el juego, coqueteando un poco también— Ahora vete antes de que vuelva a hacer un acto de caridad y te salte encima.

—Cuando gustes, preciosa. —volvió a encender el motor del auto— Ya comprobamos que congeniamos bien en la cama.

—Saluda a Wasabi de mi parte. —cierra la puerta de copiloto y se despide agitando la mano con suavidad— Ya sabes de mis planes, así que si alguien pregunta por mí, sólo diles que decidí pasar unas vacaciones con el tío Torune y que no pierdan el tiempo buscándome.

—Cuídate, ¿sí? —frunce un poco el ceño— Te llamaré pronto.

Ella le ofrece una sonrisa dulce, esa que tiene reservada para su familia y seres queridos, y seguido de eso entra al edificio sin darse la vuelta una última vez.

Minutos atrás, las tres amigas que acordaron reunirse en una estación de metro en especifico habían arribado a los almacenes de lujo donde la Uchiha las había citado. El trío de jóvenes concordaron en haber visitado el edificio antes, pero jamás tuvieron un día de compras allí, no estaba al alcance de sus bolsillos.

Tenían poco menos de quince minutos de pie cerca de la entrada y desde el interior pudieron observar a su amiga bajarse del auto de Shinki, pero quizás tardaron un poco más de lo necesario en despedirse.

Fue cuando la tuvieron a poco menos de dos metros que Chōchō medio grita escandalizada y llamó la atención de más de una de las persona que pasaban por su lado en ese momento.

—¿Por qué tienes cara de recién follada? —chilla incrédula— Y no lo niegues, se te nota en la cara.

—Baja la voz, Chōchō. —la reprende Yodo con un manotazo— ¿No ves que estamos en un sitio público?

—Me importa un bledo. —señala a la Uchiha, que se mantuvo impasible ante su acusación— ¿Qué sucede contigo? ¿Te tiraste a Shinki?

Sarada puso los ojos en blanco y pasó por su lado ignorando los reclamos de su amiga. En su lugar, entró a una de las tiendas exclusivas de productos de maquillaje y cuidado de la piel, necesitaba abastecer su neceser para el tiempo que estaría fuera.

—¿Sarada? —susurra Hako con timidez— ¿Es verdad lo que dice Chōchō?

—Sí. —contesta como si nada— Lo hicimos, pero tan amigos como siempre.

—Guau. —exclama la morena asombrada— ¿Quién eres tú y qué hiciste con nuestra amiga mojigata?

—¿Qué sucedió exactamente? —pregunta la rubia— Eso no lo veía venir.

—Estábamos ebrios, solos y la oportunidad se dio, fin. —resumió en pocas palabras— Fuimos lo suficientemente maduros para no dejar que afecte nuestra amistad.

Eso fue lo que debió hacer con Kawaki desde un principio, acabar con la tensión sexual y no mezclar las cosas, pero no. Cometió la estupidez de involucrarse de más y terminó por enamorarse como estúpida.

Señaló varios productos para la piel del rostro y la dependienta asentía pendiente de todo lo que pedía para agregarlo a su compra del día. Mientras tanto, las tres chicas caminaban detrás de ella todavía un poco aturdidas por su revelación.

—Bueno, debería estar orgullosa. —dice Chōchō al ver a la mujer desaparecer con la tarjeta de crédito de la pelinegra— Pero... ¿él sabe que lo hiciste por despecho?

—Créeme, Chōchō, Shinki me conoce mejor que ustedes. —le mira de reojo con seriedad— Por supuesto que ambos sabemos los motivos del otro.

Ninguna de las tres dijo nada más respecto al tema y el resto de la tarde evitaron mencionar el suceso para evitar crear nuevas tensiones. Parecía que a Sarada no le apetecía tocar el tema de su vida amorosa y por más que quisieran sacarle información, no lo conseguirían.

La Uchiha compró varias cosas, un par de bolsos y zapatos de la nueva temporada y alguno que otro conjunto de ropa que le llamó la atención desde los aparadores. Era fácil, si lo quería, lo obtenía. Sus tres amigas estaban allí para darle su opinión, aunque ella sabía que no la necesitaba, su sentido de la moda era impecable y exquisito, aún así les permitió dar su punto de vista sobre lo que debía llevar a Japón.

—¿Podemos ir a comer algo? —pide Hako en tono de súplica— Estoy exhausta.

—Hay una cafetería cruzando la calle. —propone Chōchō— Dicen que hacen una tarta de calabaza riquísima.

—¡Pues vamos! —exclama Yodo asintiendo— Estoy hambrienta.

Al entrar al pequeño local de diseño vintage, una chica las llevó a una de las mesas disponibles cerca del ventanal y les dio unos minutos para escribir su orden. Todas pidieron un trozo de tarta de diferentes sabores y una taza de té, excepto Sarada, ella sólo pidió su habitual taza de café sin azúcar.

—¿Y... ya sabes adónde te vas de viaje luego de tu última presentación en Tokio? —pregunta Hako con curiosidad— Dijiste que visitarías a unos viejos amigos.

—Camboya, Tailandia y sus alrededores. —se encoge de hombros la pelinegra— No siempre tienen una residencia en especifico, son una especie de nómadas...

—¿Y tus padres lo saben? —inquiere Chōchō alzando una ceja— Conociendo a tu padre querrá ponerte un chip rastreador o algo así.

—Lo sabrán cuando me haya ido. —dice como si nada— Es algo que suelo hacer, ya están acostumbrados.

Sólo se iría unas pocas semanas, después vería si regresaba a Italia o pasaba un tiempo en Okinawa. Lo que quería era salir de su rutina, alejarse del mundo que conocía para poner sus pensamientos en orden, no podía seguir sufriendo por un tipo como Kawaki que no se preocupaba por herirla a la menor oportunidad.

—¿Nos llamarás de vez en cuando? —pide Yodo haciendo un puchero.

—Lo intentaré.

No quería prometer nada, especialmente si surgía algún inconveniente con Torune, con él nunca se sabía.

—¿Y piensas llevarte a Hoshi?

—Por supuesto. —frunce el ceño— Jamás lo alejaría de mí por tanto tiempo, ninguno funciona bien sin el otro.

Esa era una de las razones por las que no viajaría con el resto del elenco en un vuelo comercial. Quería llevar a Hoshi con comodidad, así podría acompañarla a su viaje después del término de la temporada.

—¿Y... estarás bien viajando a Tokio? —pregunta Yodo con cautela— Tengo entendido que Kawaki vive allí.

Estaba harta de la misma pregunta, ya había perdido la cuenta de las veces que la escuchó en los últimos días.

—Está bien. —le resta importancia— No creo que coincidamos.

Al menos eso esperaba.

Dos horas después y cansada del parloteo de Chōchō, casi le pareció un alivio cuando vio el mensaje de Ryōgi avisándole que estaba por llegar. Y no pasaron más de diez minutos cuando una SUV moderna se estacionó en la acera del frente escoltada por otras dos camionetas oscuras y de ventanas polarizadas.

El pelirrojo descendió del segundo vehículo con una vestimenta elegante que consistía en un traje de tres piezas color caqui y sin corbata. Su semblante serio se suavizó un poco al ver a la Uchiha en el interior del local y entró sin importarle llamar la atención de los demás comensales dejando la puerta abierta para ella.

—¿Nos vamos? —enarca una ceja, metiéndose la mano libre en el bolsillo de su pantalón— ¿Quieres cenar fuera o en casa?

Su presencia era imponente y llamativa, cada mujer dentro del lugar tenía la mirada puesta en él, incluida Hako, que repentinamente se sintió abrumada por tenerlo tan cerca y se hundió en su asiento con la esperanza de que no la notase. Pero tuvo mala suerte, porque los ojos marrones de Ryōgi se detuvieron en ella un par de segundos antes de regresar su atención a la pelinegra.

—En casa. —contesta Sarada, poniéndose de pie y se despidió de ellas agitando su mano al momento de salir por la puerta seguida de él— Hay algo que quiero comentarte...

Los observaron desde su sitio abandonar el local y luego la caravana de las tres SUV desapareció al dar la vuelta en la esquina.

—¿Crees que se vaya a tirar a este también? —dice Chōchō con sarcasmo y luego sacude la cabeza— Con Sarada nunca sé qué esperar.

No supo porqué a Hako aquel comentario le causó cierto desazón. Parecían ser unidos, por lo que escuchó antes, la Uchiha solía cenar con él cada cierto tiempo y a juzgar por la manera en la que el hombre la trataba parecían tenerse confianza.

Es como si Sarada fuera una persona diferente con ellos, una que no temía mostrar su verdadera personalidad. Hasta ella pudo notarlo.

Además, ¿Por qué le molestaba que ella pudiera tener algo con ese tipo? Ni siquiera lo conocía y no se atrevería a hablarle nunca, era ese tipo de hombre inalcanzable que aparecía rodeado de chicas de belleza brillante y llamativa, no tenía caso que pusiera sus ojos en él.

(...)

—Es una buena chica. —dijo tan pronto como se hallaron de camino a Camden— Te daría la dirección de su casa o del sitio en el que trabaja, pero asumo que ya lo sabes.

Ryōgi la miró de reojo, fingiendo que le ponía atención a su móvil y no a lo que acababa de insinuar.

—¿Qué te hace falta? ¿Una excusa para buscarla? —enarca de sus cejas oscuras— Entonces úsame. Ve a Harrods y pídele consejos de un obsequio lindo para mi cumpleaños, no olvides que me gustan los zapatos y bolsos de diseñador.

—¿Es una treta para que te compre algo?

—Te estoy haciendo un favor. —sonríe con inocencia— Y a manera de agradecimiento, harás llegar las compras a mi casa.

El pelirrojo pone los ojos en blanco y guarda el móvil al interior de la chaqueta de su traje.

—Haré las cosas a mi manera.

—Como quieras. —se encoge de hombros— Pero es la excusa perfecta y lo sabes.

Eso era lo que odiaba de esa chica fastidiosa, que jamás se le escapaba nada. Apenas miró a la peliazul durante unos milisegundos y Sarada descifró lo que sucedía al instante.

—¿Me dirás por qué Shinki pasó la noche en tu casa? —estrecha la mirada en su dirección y la joven abrió la boca sin saber qué decir— También yo me doy cuenta de cosas que suceden.

—Nos emborrachamos.

Luego de eso, hubo un silencio que Ryōgi no supo interpretar si era bueno o malo, Sarada siempre fue impredecible, podía esperarse cualquier cosa de ella.

—Me habló sobre Kamui. —dice acomodándose mejor en el asiento para mirarle con diversión— ¿Piensan convertirlo en algo así como una cadena de hoteles?

Él se dio cuenta del cambio de tema, pero prefirió no preguntar más.

—Se supone que no tenía que preguntarte nada al respecto. —reniega con el ceño fruncido— Si tus hermanos se enteran le patearán el culo.

—Por mí pueden hacer lo que les dé la gana. —comenta con desinterés— Sólo no me metan en sus asuntos, ya le dije a Shinki que le enviaré el contacto de alguien que puede ayudarles, pero es todo lo que haré.

Al llegar a la residencia en Camden, Ryōgi la invitó al estudio hasta que la cena estuviera lista y Sarada aprovechó para sacar un tema que tenía pendiente a colación.

—Himawari me comentó algo hace unas cuantas semanas...

—¿Sobre lo tuyo con Kawaki? —enarca una de sus cejas— Sí, él mencionó algo al respecto, dijo que su hermana estaba siendo un dolor de cabeza desde que se enteró.

No era eso de lo que quería hablar, pero desde luego que llamó su atención la estrecha comunicación entre ellos dos.

—¿Y de qué más hablaron? —pregunta en tono sarcástico— Porque al parecer tú sabes más que yo sobre el tema.

—Sarada...

—¿Se ríe de lo patética que fui al caer en cada uno de sus engaños?

Sabía que no debería estarse desquitando con Ryōgi, tal vez él era el menos culpable en esto, pero todas esas semanas acumuló tantos sentimientos que sólo era cuestión de tiempo para que se desbordaran.

—Tampoco es un juego para él. —dice con cautela, atreviéndose a mirarla a los ojos— Sí, se ha comportado como un imbécil, pero...

—¿Lo defiendes? —sonríe con incredulidad— ¿Qué esperaba? Eres su mejor amigo, por supuesto que ibas a justificarlo.

—Veo ambas perspectivas y tienes toda la razón para estar furiosa. —intenta mediar— Pero tú no conoces sus razones para dejarte, lo de Boruto sólo es la punta del iceberg...

—¿Y qué hago? —sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negó a dejarlas fluir— ¿Debo ser su secreto hasta que decida aceptar los sentimientos que probablemente nunca tenga?

Ryōgi desvió la mirada. No era agradable ver el semblante lleno de dolor e impotencia, hasta entonces supo la profundidad de sus sentimientos por Kawaki. Ella lo amaba y sufría por ello.

—Le importas, Sarada, más de lo que te imaginas. —frunce el ceño— Pero no me corresponde a mí decírtelo, debes dejar que él te lo explique.

La pelinegra negó con la cabeza y a los pocos segundos toda emoción abandonó su rostro. Ahí estaba la muralla de estoicismo característica de los Uchiha, era como si todo hubiese dejado de importarle de un momento a otro.

—Como sea. —se aclaró la garganta— No era sobre eso que quería hablar en primer lugar.

Ryōgi parpadeó desconcertado ante la rapidez con la que se recompuso, la Sarada vulnerable desapareció por completo y pensó que jamás podría seguirle el paso.

—¿Entonces de qué querías hablar que era tan importante?

—Es sobre Kaede. —se recostó en el respaldo de su asiento y se cruzó de brazos— Creo que tienes un mayor problema del cual encargarte antes de meterte en relaciones ajenas.

No iba a negar que su confesión sobre Kawaki removió una fibra sensible en ella, pero también le generó más dudas.

Si tanto le importaba, ¿Cómo podía desaparecer de su vida así sin más? ¿Acaso no la echaba de menos como ella a él? ¿Cómo podía mantener la cordura sabiendo que estaba tan lejos? ¿No fantaseaba con su cercanía?

Porque así es como ella se sintió las últimas semanas, irritable y necesitada. Lo necesitaba a él, a nadie más que a él.

Pero lo suyo se veía tan lejano ahora.