Hoshi parecía echar de menos el clima frío de Londres, porque en cuanto aterrizaron en Osaka esa mañana se comportó más irritable de lo normal, le gruñó a Hōki apenas lo vio en el lobby del hotel en el que la compañía hospedaría al elenco y al director de la obra por poco le salta encima.

—¿Estás bien? —pregunta su compañero de baile asomándose desde la puerta del camerino— Parecías un poco... distraída.

—¿Me he equivocado en algo? —enarca una ceja, mirándole a través del espejo de su tocador.

—No, pero tu expresión era más rígida de lo normal.

Acababan de terminar la primera función de las siete presentaciones de la gira en Japón y por alguna razón se sentía ansiosa. Era como estar en una constante vorágine de emociones que no le permitían concentrarse del todo.

—Supongo que mi cuerpo pide un descanso. —se encoge de hombros— Necesito dormir al menos un día entero.

Hōki se cruza de brazos y se recuesta en el marco de la puerta sin perderla de vista. La joven ya se había cambiado el vestuario por un conjunto de ropa casual y cómoda.

—¿Volvemos caminando al hotel? —propone con una pequeña sonrisa— Está cerca de aquí y podemos aprovechar para conocer un poco de la ciudad.

—Por mí está bien. —contesta recogiendo sus cosas y guardándolas en su bolso de mano— Tenía pensado tomar un auto de sitio, pero estoy de humor para dar un paseo.

La verdad era que necesitaba despejarse y una corta caminata debería servir para distraerla de sus pensamientos intrusivos.

—¿Sarada Uchiha? —escuchó que llamaron en el pasillo y el castaño se giró para ver de quién se trataba.

Era un joven más o menos de su edad, tenía puesto un uniforme completamente oscuro con un pequeño logo florido a la altura del pecho.

—Soy yo. —contesta la pelinegra parpadeando desconcertada al asomarse al pasillo.

El chico tenía una solitaria flor rojiza en la mano derecha y se la ofreció en cuanto la vio de pie junto al castaño bajo el umbral.

—Le han enviado esto, señorita. —dice con formalidad, estirando su brazo para que pudiera tomarla— Nuestro cliente prefirió mantener su identidad bajo anonimato.

Esta vez venía acompañada de una pequeña tarjeta rectangular donde resaltaban sólo dos palabras escritas en el fondo blanco: Lo siento.

—No hace falta, ya sé quien la envió. —se muerde el labio inferior— Puede llevársela, no la quiero.

—Pidió que insistiera en que la conserve. —responde apenado— Dijo conocerla lo suficiente para saber que esa sería su respuesta.

Sarada se tragó el nudo que se creó en su garganta y parpadeó repetidas veces para ahuyentar las lágrimas que se le acumularon en los ojos. ¿Qué se traía entre manos? ¿Acaso no acordaron olvidarse mutuamente? ¿Por qué lo hacía tan difícil? Ya de por sí era complicado mantenerlo fuera de sus pensamientos.

—Acéptela, señorita. —pidió el chico— Es suya, por favor no rechace un obsequio tan bonito.

Al final, terminó recibiendo la flor entre sus dedos y el chico se fue tras agradecerle con una reverencia. Y entonces ella se quedó en silencio sin poder evitar reparar en la suavidad de los pétalos rojos al acariciarlos con la yema de su dedo índice.

—¿Es una rosa? —pregunta Hōki a sus espaldas— Nunca había visto una especie así...

—Es una Camelia. —corrigió sin dejar de mirarla, como si fuera a obtener respuestas de ella.

—¿Y... quién te la envió? —traga saliva al situarse a su lado— Dijiste que sabías quién fue. ¿Es el mismo de las veces anteriores? ¿El que es tu admirador anónimo?

—Nunca fue anónimo. —se aclara la garganta— Eso no importa ahora.

La parte lógica le decía que botara la flor en el primer cubo de basura que viera, pero algo en su interior le impidió tirarla al final. Así que cuando emprendieron su regreso al hotel por las calles transitadas de Osaka, no tenía ojos para nada que no fuera la Camelia en su mano.

—¿Fue Kawaki? —se atrevió a preguntar el castaño al verla perdida en sus pensamientos.

Sarada abrió los ojos por la sorpresa y Hōki simplemente se encogió de hombros restándole importancia.

—Hako nos lo contó. —hizo una pequeña mueca de disgusto— ¿De verdad estabas con él?

—Fue algo sin importancia. —dice sin mirarlo— Se terminó hace tiempo.

O nunca empezó, mejor dicho.

Tendría que repetírselo ella misma hasta que pudiera metérselo en la cabeza, porque al paso que iba jamás podría superarlo.

—Quizá tú no lo notes, pero desde que regresamos de Italia tu mirada perdió un poco de brillo. —la miró de soslayo— ¿Debo culparlo de eso?

De nuevo ahí estaba el nudo en su garganta del tamaño de una nuez, lo que era irónico porque de probar ese mismo fruto seco estaría volviéndose morada justo en ese momento por no poder respirar.

Así que sí, Kawaki era como su alergia, podía ser letal para ella si se lo permitía.

—No puedo culparlo de todo lo malo que está pasando en mi vida ahora, Hōki. —reniega con pesadez, para su infortunio así era.

Por más que quisiera culparlo de todo lo que ocurría, ella sabía que un corazón roto no era el fin del mundo, ya se repondría, al menos eso esperaba. Y aún así habían otras cosas que también le preocupaban: su abuelo y la guerra por estallar eran más importantes ahora que un simple mal de amores.

—Apenas lo conocí. —comienza a decir el castaño— Pero me di cuenta de que no merece ni una sola de tus lágrimas.

—Hōki...

—No sé cómo puede ser tan idiota para no darse cuenta de que eres un sueño hecho realidad. —dijo con el ceño fruncido y sus mejillas se ruborizaron al notar que abrió la boca de más— Es decir... una chica como tú es difícil de ignorar.

Sarada detuvo sus pasos de manera abrupta y él no tuvo más opción que detenerse también. Entonces, de manera inesperada, llevó una mano detrás de su cuello y lo atrajo hacia ella para unir sus labios con los suyos en un beso suave.

Al castaño le tomó desprevenido, pero tras unos pocos segundos correspondió, sujetando el delicado rostro entre sus manos para profundizar el beso. Seguía sin creer que eso estuviera sucediendo, por fin la estaba besando y la realidad era mucho mejor de lo que imaginó alguna vez.

Entonces, tras unos segundos, la pelinegra se separó de él con un semblante desconcertado.

—Lo siento, no puedo... —desvió la mirada— No es justo para ti.

Y ahora se sentía peor que antes porque se permitió actuar de manera impulsiva y en el camino estaba arrastrando a una persona inocente que sólo intentaba hacerla sentir mejor.

—Eres un gran chico, Hōki. —sacudió la cabeza— Tal vez si te hubiera conocido antes...

Él colocó un mechón oscuro detrás de su oreja y la miró con adoración. La Uchiha no era consciente de lo bonita que se veía esa noche, estaba hermosa, incluso estando a punto de rechazarlo.

—No necesitas decirlo, lo sé. —sonríe con tristeza— Nadie escoge de quien enamorarse. Y tú ya amas a alguien, ¿no?

—Lo siento... —repitió sin saber qué otra cosa decir— Incluso yo sé que no debería tener sentimientos por él, pero...

—No tienes que disculparte. —contesta de inmediato— Al menos ahora sé lo que se siente besarte.

Sarada le ofreció una mueca parecida a una sonrisa. Para ella era extraño experimentar esa clase de emociones como lo era la culpa y la vergüenza, su comportamiento era demasiado cuestionable esa noche.

—¿Te apetece cenar algo antes de regresar? —cambió el tema al ver la incomodidad de ella— Oí que parte del elenco tenía pensado hacer una parada en un restaurante por aquí cerca.

—¿Te das cuenta de que todos nuestros compañeros me odian? —se ríe por lo bajo— No creo que les alegre tenerme por allí.

—Eso no es verdad. —comenta el castaño— Al menos los chicos no te odian.

—¿Eso debería hacerme sentir mejor?

—No, pero sí halagada. —se mofa Hōki— ¿Sabes cuántas veces me han pedido tu número?

—¿Y por qué no me lo piden a mí?

—Acojonas un poco. —se encoge de hombros— No se atreven a invitarte a salir directamente, supongo.

La Uchiha sacude la cabeza con una diminuta sonrisa y reanuda su camino de regreso al hotel.

—Creo que prefiero pedir servicio al cuarto y cenar en mi habitación. —se muerde el labio inferior— Estás invitado si no te molesta una mala compañía.

—Sólo si prometes no dejar que Hoshi me coma vivo. —hace una mueca de dolor— Sigue impresionándome lo grande que es cuando se levanta en dos patas.

—Mi bebé es adorable, déjalo en paz. —frunce el ceño y lo empuja por el brazo a modo de broma— Aunque por ser mi invitado te daré el privilegio de escoger la película que veremos esta noche.

—Genial, prepárate para un maratón de El Padrino.

Sarada quiso reírse en su cara ante la ironía de la situación, pero al final simplemente asiente con la cabeza y continúa caminando junto a él por la acera, esperando que lo de hoy no se repitiera por el bien de su estabilidad emocional.

Sin embargo, la tranquilidad nunca llega cuando más la necesitas, porque durante las siguientes dos semanas y después de cada una de las cinco presentaciones que tuvo, siempre estuvo allí para recibirla al regresar a su camerino una Camelia Roja.

Y siempre con la misma leyenda en la tarjeta. Las mismas dos jodidas palabras: Lo siento.

(...)

La noche de un jueves a mediados de marzo, vio a su prima y hermana llegar muy sonrientes al comedor durante la cena. Hinata las recibió con una sonrisa radiante y les pidió que les acompañaran en la mesa.

—¿Por qué están tan felices? —pregunta Naruto enarcando una de sus rubias cejas— ¿No se habrán metido en problemas, verdad?

—Por Dios, papá, ya no somos unas niñas. —se ríe Himawari— Venimos de ver a Sarada, la compañía de ballet llegó hoy a la ciudad.

Eso último lo dijo mirando de reojo a su hermano mayor, que aparentó desinterés a su comentario y continuó comiendo como si nada. El que sí pareció reaccionar a la noticia fue Boruto, que llegó de visita un par de días atrás y decidió quedarse específicamente para la presentación de su amiga en Tokio.

—Oh, es verdad. —asiente Hinata— La última vez que la vi le ofrecí quedarse aquí, pero ella se negó de inmediato, como siempre.

—Te lo he dicho un montón de veces, mamá. —comenta Boruto poniendo los ojos en blanco— Es más probable que caiga un meteorito y destruya el continente a que Sarada ponga un pie en esta casa.

—Y no la culpo. —interviene Namida— Mamá tampoco es capaz de venir.

La matriarca Uzumaki le ofrece una sonrisa cariñosa a su sobrina y acaricia su mano por encima de la mesa.

—¿Cómo está Sarada? —pregunta para cambiar de tema— Oí que está siendo un éxito en taquilla.

—Nos dio entradas para la última fecha de mañana. —menciona la castaña— En primera fila, de hecho.

—Oh, me encantará ir. —exclama Hinata con entusiasmo— Sakura no para de hablar de lo hermosa que es la obra.

Kawaki pareció estar ausente durante toda la cena, no participó en la conversación y tampoco mostró interés en permanecer allí mucho tiempo luego de que todos terminaran de comer.

—Esperaba convencerla de quedarse aquí hasta después de su cumpleaños. —comenta su hermana menor— Pero al parecer, tiene pensado desaparecer de la faz del universo por un tiempo.

—¿De qué hablas? —pregunta Boruto con el ceño fruncido— Creí que regresaba a Italia hasta reanudar la gira en octubre.

—No fue lo que nos dijo hace un rato. —añade Namida, esperando un tipo de reacción de su otro primo, pero no hubo nada— Ella y Hoshi se van de viaje por tiempo indeterminado.

—Creo que piensa encontrarse con su tío Torune. —susurra Himawari fingiendo que no le preocupaba aquella decisión.

—Debería informarle a Sasuke de esto... —murmura Naruto frunciendo el ceño— No creo que le guste la idea.

—No es para tanto, ¿o sí? —cuestiona la castaña a su tío— Es decir, él parece apreciarla mucho.

—Nunca lo hemos visto, Namida. —dice la ojiazul— ¿No fue el que la convenció de unirse al escuadrón del tío Konohamaru?

—Ese fue Genma, él la reclutó. —corrige Boruto para sorpresa de las dos chicas— Torune es el que estuvo con ella parte de los tres años que vivió en Okinawa.

Naruto se sintió inquieto por unos minutos, todavía indeciso sobre hacerle una llamada a su mejor amigo y ponerlo sobre aviso.

—El problema es que nadie podrá contactarla si decide irse con él. —agrega el rubio más joven— Torune es un fantasma y no se le encuentra a menos que así lo quiera.

El chirrido de la silla sobre el piso de madera llamó la atención de todos en la mesa y se giraron para ver al jefe de la Yakuza ponerse de pie en silencio.

—¿Ya te vas? —pregunta Himawari mirándolo con los ojos entrecerrados por la sospecha.

—Tengo asuntos que atender. —responde en su habitual tono serio— ¿Se te ofrece algo?

—¿Esos asuntos involucran a una chica? —levanta ambas cejas con complicidad.

—Hima, deja a tu hermano. —la reprende su madre— A ti no te gusta que te cuestionen cuando sales, ¿verdad?

La Uzumaki resopla mientras se cruza los brazos y se recuesta en el respaldo de su asiento con resignación. Ya se encargaría de interrogarlo después.

Por lo pronto, Kawaki salió de la residencia con un semblante de ultratumba, tanto que sus subordinados reconocieron que no debían hacer ningún comentario, petición o pregunta nada más verlo. Su mal humor era evidente para cualquiera.

Se subió a su vehículo sin decir ni una palabra y el lujoso Aston Martin salió disparado por las calles de Tokio hacia un lugar en especifico.

(...)

—¿Quieres que también lo llame por ti? —dice riendo con incredulidad con el teléfono en la oreja mientras observaba la ciudad iluminada de pequeñas luces— Ya tienes su número, sólo menciona que vas de parte mía.

El ventanal de la habitación de hotel estaba en un decimonoveno piso y desde esa altura todo se veía pequeño, los autos, las personas, las casas. Todo era diminuto.

—¿Al menos me dirás con quién estoy lidiando? —pregunta la voz masculina en la otra línea— ¿Un ex convicto? ¿Un psicópata?

—Pronto lo descubrirás.

Escuchó la risa de Shinki y no pudo evitar sonreír. Contrario a lo que pensó antes, lo que sucedió entre ambos terminó por ser un parteaguas en su relación, sabían que no volverían a cruzar la línea, pero sirvió para que la confianza entre ellos se consolidara.

—¿Algo más que quieras obtener de mí? ¿Mi número de cuenta, acaso?

—Por mucho que me atraiga la idea de obtener algo más de ti, ambos sabemos que no funcionará. —contesta el hombre cambiando a un tono juguetón— Eres demasiado problemático y yo prefiero las cosas sencillas, mejor dejemos esto como algo platónico.

—¿Estás seguro? —le sigue el juego— Estoy usando un conjunto de lencería nuevo.

—Descríbelo.

—Pequeño y con encaje en todas partes. —se ríe ella— Tiene unas tiras muy delgadas en...

—No juegues así conmigo, por favor. —finge estar herido— ¿Cómo podré dormir ahora?

Hablar con él la distraía un poco de su soledad, incluso Hoshi notó la mejoría en su humor porque no dejaba de dar vueltas por el vestíbulo de la habitación meneando la cola.

—Siento no poder viajar a Tokio, surgió algo de última hora. —se excusa él— Pero aceptaría que bailaras para mí a solas la próxima vez, con final feliz, por supuesto.

—Deja de coquetear conmigo o te romperé la cabeza la siguiente vez que te vea. —suelta una carcajada— No tienes tanta suerte para conseguir repetir.

En ese momento escuchó sonidos provenientes del pasillo y luego unos toques en su puerta. Al principio creyó que se trataba de Hōki, pero era pasada la media noche y dudó que se tratara de él.

No supo la razón, pero el corazón comenzó a latir con fuerza dentro de su pecho y por más que buscó una explicación lógica en su cabeza, sólo se le ocurría el nombre de una persona que podría tocar a su puerta en esos momentos.

Quería equivocarse, pero en el fondo sabía que era él. Su corazón lo sentía, su cuerpo lo sentía. Es como si su alma estuviera conectada a la suya y reaccionara ante su cercanía.

—¿Sigues ahí? —preguntó Shinki al teléfono— ¿Por qué te quedaste en silencio de repente?

De nuevo tocaron a la puerta, esta vez con más insistencia que antes y ahí sus sospechas se confirmaron.

—Kawaki está aquí. —tragó saliva— Está en el pasillo esperando a que abra la puerta.

—¿Y piensas abrir?

—No debería, ¿verdad? —se muerde la punta de su pulgar con nerviosismo— ¿Qué demonios quiere?

—¿Por qué me preguntas a mí? —contesta Shinki con sarcasmo— Si no quieres escucharlo, dile que se marche.

—No se irá. —frunce el ceño al oírlo tocar más fuerte— No sin descubrir cómo entrar y despertar a todo el edificio en el proceso.

—Entonces abre. —dice con obviedad— ¿Qué es lo que tú quieres?

—Quiero que se vaya. —susurra en un hilo de voz— Pero una parte de mí quiere que se quede.

Shinki suspira y la pelinegra casi podía imaginarlo negando con reprobación.

—El corazón quiere lo que el corazón quiere, preciosa.

Ella se despide brevemente antes de colgar y caminó en círculos por dos minutos sobre la alfombra del vestíbulo siendo observada por su mascota recostada a los pies del sofá. La siguiente ocasión que tocaron la puerta, se armó de valentía y reunió toda la fortaleza mental y emocional que necesitaba para colocar su mano sobre el picaporte y abrir de una vez por todas.

El impacto de verlo después de un mes entero fue estremecedor. Él de verdad estaba allí, en carne y hueso, no era producto de su imaginación y había ido a buscarla a mitad de la noche sin importarle que alguien pudiera hacer preguntas al respecto.

Su vestimenta era impecable, el traje oscuro de tres piezas estaba hecho a la medida para su enorme cuerpo de casi dos metros haciéndolo ver elegante y magnífico.

—Kawaki. —su nombre salió en un susurro suave— ¿Cómo supiste que estaba aquí?

Nunca podría acostumbrarse a la belleza hipnótica de Sarada Uchiha, aún con un pijama de dos piezas de algodón y con un diseño nada provocativo lograba ponerlo como un tren. Llevaba el cabello recogido en un moño desarreglado y sus pequeños pies eran cubiertos por unas pantuflas afelpadas color rosa.

—Estás en mis territorios, Sarada. —contesta entrando a la habitación sin permiso— Nada sucede aquí sin que yo lo sepa.

Ella se removió incómoda, de pronto la amplia habitación se sentía como un pequeño espacio de dos metros cuadrados al tenerlo ahí dentro recorriendo el vestíbulo con la mirada.

Y para el colmo de los colmos, Hoshi se levantó entusiasmado al verle y frotó el hocico contra su pierna al mismo tiempo que movía la cola. El muy traidor le estaba dando la bienvenida a su espacio y parecía contento de verlo, al parecer no había sido la única en echarlo de menos.

—¿Estás cuidándola bien? —pregunta en voz baja y el animal aulló en respuesta.

Para su sorpresa, Kawaki acarició la cabeza de Hoshi y este la recibió comportándose como una adorable mascota. ¿Desde cuándo lo aprobaba? Su perro le gruñía a todo el mundo, en ocasiones hasta sus hermanos no se salvaban de su mal humor, pero ahora ese par de gruñones parecían ser cómplices de toda la vida.

—A tu habitación, Hoshi. —estrecha los ojos hacia su mascota y señala la primera puerta del pasillo— Es hora de dormir.

«Traidor», pensó ella.

Kawaki enarcó su ceja al ver a la mascota de la joven dejar el vestíbulo con obediencia y entonces toda su atención se centró en ella. En la mujercita irritante que no pudo sacarse de la cabeza ni un minuto desde la última vez que la vio en Italia.

—¿A qué has venido? —se cruza de brazos, intentando fingir que no le afectaba su presencia.

—Quería verte.

—Ya me viste, cierra la puerta al salir. —se dio la vuelta y se adentró a la pequeña cocina de la suite para buscar un vaso de agua.

Sentía la boca seca y supuso que era uno de los tantos efectos de tenerlo merodeando su espacio.

—¿Qué es eso de que planeas irte de viaje luego de tu presentación? —cuestiona con voz grave, recostándose en el marco de la puerta— ¿No ibas a decirme nada?

—¿Y por qué habría que decirte algo a ti? —contesta con incredulidad— No hablamos desde la mascarada y te fuiste al día siguiente sin despedirte.

Él recibió el reclamo en silencio y en su rostro no había signo alguno de culpabilidad. Aunque sí que la sentía, pero estaba acostumbrado a no externar sus emociones.

—¿Y ahora vienes a verme a mitad de la noche? ¿Para qué? —frunce el ceño con evidente disgusto— Si me voy de viaje o no, es problema mío.

—¿Cuándo regresas?

—No voy a darte explicaciones, no las mereces. —no dejó de mirarlo a los ojos, quería que viera la furia brillando en su mirada— Y no hay nada que puedas hacer para impedir que me vaya.

—¿Quieres huir de mí? —su tono cambió a uno molesto.

—Lo que quiero es alejarme lo suficiente para borrar todo recuerdo que tenga de ti. —se sinceró, sin importarle sonar patética— Está claro que no sientes lo mismo por mí, ¿Cuál es el problema de que desaparezca por un tiempo, entonces?

Él se adentró en el pequeño espacio entre la cocineta y la encimera para cerrarle el paso. Ella retrocedió hasta que su cadera chocó con el frigorífico y todo su cuerpo entró en un estado de alerta.

—¿Crees que eres la única que lo está pasando mal? —gruñe terminando por acorralarla con su cuerpo— Estuve años acostumbrado a dormir solo y ahora cada que cierro los ojos sólo puedo sentir tu ausencia en la cama.

Ella tragó duro al escucharle y sus labios temblaron.

—¿Por qué hasta ahora? —lo empuja con las manos en su pecho— ¿Viniste aquí sólo porque supiste que voy a irme? ¿Temes perder a tu juguete?

El semblante masculino se endureció al escucharla y deslizó su mano por su cuello con firmeza hasta que alcanzó su nuca y la atrajo hacia él.

—Nunca vuelvas a decir eso. —sisea contra sus labios— ¿Crees que si no me importaras en absoluto habría venido a buscarte?

Su parte lógica y razonable le decía que no le permitiera hacerle más daño, que lo echara de su habitación y no lo dejara acercarse ni un centímetro más. Pero su corazón, el que estúpidamente latía desenfrenado por él, seguía rebosando de amor para darle.

—¿Cómo esperas que te crea si lo único que has hecho es lastimarme? —dice en un hilo de voz— Sólo... vete de una vez y deja de enviarme flores, evita que terminen en la basura.

Mentira, conservaba los pétalos secos en un cajón de su mesita de noche como una estúpida y patética enamorada. Porque eso es lo que era, una idiota sin dignidad y poco amor propio, a eso se había reducido desde que lo dejó entrar en su vida.

—Son tus favoritas, ¿no?

—Dejarán de serlo si sigo recibiéndolas de ti. —contesta de mala gana, haciendo un intento fallido de escabullirse.

Él frunció el ceño y levanta las manos para tomar su delicado rostro con movimientos firmes.

—No puedo darte lo que quieres... —cierra los ojos, pegando su frente contra la suya— Al menos no ahora.

La pelinegra parpadea desconcertada al oír eso último. ¿Qué es lo que intentaba decir? Su respiración comenzó a volverse irregular y las lágrimas se acumularon en sus ojos.

—¿Qué tan grande es tu amor por mí? —pregunta en un murmullo que la tomó por sorpresa.

Abrió los labios para responder, pero ninguna palabra salió de su boca. ¿Que cuánto lo amaba? Ni siquiera debía preguntarlo después de ser testigo de las muchas veces que dejó de lado su orgullo por él.

—¿Superaría cualquier obstáculo? —siguió cuestionando— ¿Me amas lo suficiente?

Sarada le miró con ojos brillantes.

—¿Y eso qué importa? —susurra ella en tono desdeñoso— ¿Qué caso tiene que esté dispuesta a morir por ti si estoy casi segura de que tú no harías lo mismo?

Esa era la gran interrogante, la única respuesta que quería escuchar desde que descubrió cuán enamorada estaba de él. ¿Sus sentimientos eran recíprocos o se trataba de mero deseo? ¿Podría amarla o sólo le apetecía tener a alguien para saciar sus necesidades?

Las lágrimas de ella se derramaron sin poder hacer nada por detenerlas y Kawaki dudó un momento, pero al final limpió las mejillas húmedas con su pulgar y acercó sus labios a los suyos, tomándolos con una delicadeza que jamás tuvo antes.

—Mañana voy a irme después de la presentación. —le hizo saber con un tono firme— Y cuando regrese, todo rastro de ti será borrado de mí.

Kawaki frunció el ceño, sintiendo una opresión desconocida en el pecho que le impidió moverse, aún así, sonrió con ironía.

—Sigues sin entenderlo, pequeño bambi. —ladea el rostro— No hay manera de que me saques de tu sistema, así como yo no podré sacarte del mío.

Entonces volvió a besarla, esta vez con más violencia que antes, sujetándola de los muslos para poder levantarla en el aire y hacer que enredara sus piernas alrededor de su cintura. Sarada finalmente se dejó llevar.

Tal vez era la última vez, tal vez no, pero algo se sentía diferente entre ambos esta ocasión. No supo si era la adrenalina que causó la discusión anterior o la tensión sexual que se creó desde que se reencontraron, pero en definitiva se sentía distinto.

Kawaki la llevó en voladas hasta la habitación al final del pasillo mientras ella se las arreglaba para sacarle una a una las prendas que les impedían sentirse piel a piel y segundos después de dejarla sobre la cama, se tomó su tiempo para admirar su cuerpo cubierto por su pijama de seda blanco.

Era preciosa, en todos los sentidos, nunca habría una mujer más hermosa que ella y seguía sorprendiéndole el poder que ejercía sobre él.

La pelinegra tomó el dobladillo de la camiseta y la deslizó sobre su cabeza con movimiento lentos bajo su atenta mirada, al igual que el short con bordes de encaje que contrastaban con su piel pálida. En ese momento abrió las piernas para él confirmando lo que ya sospechaba: no llevaba ropa interior. Los ojos grises de pupilas dilatadas se oscurecieron en ese momento al tener la imagen de su coño rosado y perfecto.

Se deshizo de sus pantalones en un abrir y cerrar de ojos, impaciente y necesitado. Había sido un largo mes sin poder desahogar el deseo que sentía por ella, juró que podía correrse como un adolescente sólo con esa vista que le ofrecía de su cuerpo desnudo tendido sobre las suaves sábanas blancas.

Deslizó su mano por los pliegues de su zona íntima y tensó la mandíbula al darse cuenta de que estaba caliente y húmeda.

—Joder, nena... —se agachó para besar la tersa piel entre sus tetas y descendió por su vientre sin dejar de mirarla— Te deseo tanto.

Ella se retorció cuando su lengua se hundió entre sus pliegues y el Uzumaki la sujetó por los muslos para mantenerla quieta al mismo tiempo que empujaba sus rodillas contra su pecho, dejándola completamente abierta y expuesta.

—¿Necesitas que te recuerde lo mucho que me necesitas? —besó su monte de Venus con sensualidad y le sonrió con altivez.

Sarada gimió con impaciencia y echando la cabeza hacia atrás.

—¿Quién es el hombre al que amas, pequeño bambi?

La pelinegra se mordió los labios y la respiración se le escapó de golpe cuando él hundió su rostro en su entrepierna. Su lengua se movió en círculos alrededor de su clítoris y sin darle ningún tipo de tregua introdujo dos de dedos de golpe en su interior en una dulce tortura.

—Buena chica.

Ella se deshizo en gemidos, terminando por confirmar lo que ya sabía: nadie la haría sentir ni siquiera una tercera parte de eso que experimentaba con Kawaki. Y se odió por eso, en especial ahora que su orgasmo arrasó con toda cordura y la derritiera como mantequilla entre sus brazos volviéndola un desastre de fluidos sobre la cama.

Entonces se arrastró por su cuerpo para alcanzar sus labios y le permitió probarse a si misma.

—No habrá manera de que me borres de ti. —dijo mirándola a los ojos con seriedad— Y si lo consigues, haré lo posible para que recuerdes a quién le perteneces.

Se alineó en su entrada, jugando un poco entre sus pliegues y lubricándose con su humedad.

—Hazlo lento esta vez. —pidió ella en un susurro, pensando que si esa era su despedida, quería alargarla aunque la destruyera.

—No es lo nuestro, lo sabes.

—No me importa. —sacudió ligeramente la cabeza— Quiero sentir que al menos por una vez tú también eres mío.

Sus labios temblaron al terminar de decir aquello y pudo jurar que la mirada en sus ojos grises por un momento se suavizó y segundos después entró en ella con una lentitud tortuosa hasta que su miembro estuvo completamente dentro.

—Entonces dímelo, necesito oírlo. —inició un vaivén acompasado y placenteramente bueno— Dime que me amas, bambi.

Ella recorrió su espalda con sus manos y se aferró a su cuerpo sintiendo las oleadas de placer con cada estocada. Kawaki la besó en los labios, en las mejillas, en la nariz. Le cubrió el rostro de besos mientras sus manos acariciaban cada parte de su cuerpo intentando grabarse hasta el último centímetro de su piel.

—Te amo. —gimió ella, casi en un sollozo, dejando que sus labios se unieran con lo suyos en un beso cargado de sentimientos.

Tomó el rostro de delicados rasgos y juntó sus frentes mientras cerraba los ojos. Joder, lo que esa chica era capaz de hacerle sentir... ni siquiera podía describirlo. Era primitivo, posesivo, no concebía el hecho de no tenerla así, debajo suyo gimiendo su nombre mientras le decía cuánto lo amaba.

Sarada se abrazó más a él cuando el placer llegó a su punto máximo y su espalda se arqueó ante el intenso placer que se disparó como fuegos artificiales y que se prolongó al sentirlo vaciarse en su interior con un gruñido varonil.

Minutos después, cuando los dos recobraron el aliento, ella soltó un suspiro audible antes de sentarse sobre la cama con la sábana cubriendo su desnudez y le miró con un sentimiento que no supo identificar.

—No respondiste la pregunta que te hice la última vez que nos vimos. —comienza en un tono bajo— ¿Qué es lo que sientes?

—Sarada... —comienza a negar— No sigas por allí.

Ella se tragó el nudo que se le formó en la garganta y entonces se armó de valor para ponerse de pie y sacar un ticket de entrada de uno de los cajones de la mesita de noche y lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta de su traje que había terminado sobre el suelo.

—Si te veo al final de la obra, sabré la respuesta a mi pregunta. —dice ajustando el agarre de la sábana que cubre su cuerpo— Si no vas, no te molestes en buscarme de nuevo porque no me encontrarás.

Lo vio ponerse de pie en la penumbra de la habitación y se vistió en silencio, evitando mirarla, parecía demasiado perdido en sus pensamientos. Era como si intentara decirle algo y al mismo tiempo se reprendía a si mismo por querer hacerlo.

No hubo necesidad de más palabras, ni tampoco de acompañarlo hasta la salida, simplemente se quedó de pie en medio de la habitación esperando oír el clic de la puerta cerrarse.

Un ultimátum podría resultar ser una espada de doble filo, pero estaba tan cansada de esas idas y vueltas entre ellos que por primera vez no le importaron las consecuencias.

(...)

—Estoy segura de que vendrá. —exclama la ojiazul acomodándose sobre el sofá alargado del camerino— Lo oí esta tarde hablando con alguien por teléfono, al parecer canceló una cena de negocios importante y la pospuso para mañana.

Sarada intentó ignorar el hecho de que estaba por salir al escenario en menos de veinte minutos y él no aparecía por ningún lado. Quería fingir que no le interesaba su presencia, pero lo hacía, porque eso sólo significaba una cosa.

—¿Nunca te sientes nerviosa? —pregunta Namida cambiando el tema— Hay mucha gente ahí fuera.

La castaña terminó de colocarle el tocado de brillantes en su cabellera oscura y acarició sus hombros desnudos con suavidad para ofrecerle conforte.

—Nunca le presto atención. —contesta con desenfado— Usualmente la multitud desaparece cuando comienzo.

—A veces quisiera tener un talento así. —resopla Himawari haciendo un puchero— Nunca fui tan buena para destacar en algo.

—Te gusta la moda. —contradice Namida— ¿Por qué no te enfocas en eso? Creo que tendrías un gran futuro.

—He pensado en estudiar diseño de modas. —se muerde el labio inferior y su mirada se detiene en la Uchiha— ¿Crees que sea una buena idea? ¿O sólo sería una pérdida de tiempo?

—Si te gusta, hazlo. —responde Sarada encogiéndose de hombros— Nunca te detengas a pensar en lo que dirán los demás.

—Para ti es fácil decirlo, nunca fracasas en lo que te propones. —resopla hundiéndose en el sofá— ¿Y si lo hago mal?

—El arte es subjetivo, habrá personas a las que no les gusten tus diseños. —comenta la pelinegra mirándola a través del espejo— Pero habrá otro grupo que te idolatrará por tu creatividad.

Himawari se puso de pie con una sonrisa radiante y se abalanzó sobre ella para abrazarla desde atrás.

—¿Te he dicho lo guay que eres? —le planta un beso en la mejilla— Espero poder llamarte hermana pronto.

La Uchiha sacudió la cabeza con timidez y desvió la mirada hacia la salida del camerino. Namida notó eso último y sacó el móvil de su bolso para enviar un texto rápido. En cuestión de segundos tuvo su respuesta.

—Boruto y mis tíos ya vienen en camino. —comenta llamando la atención de la pelinegra, le había enviado un mensaje a su tía— Kawaki acaba de salir también.

—¡Muy bien! ¡Entonces no tenemos nada más que hacer aquí! —exclama la Uzumaki con entusiasmo— Iremos a nuestros asientos, tú concéntrate en el show.

Sarada no supo qué decir, sólo asintió y les vio escabullirse fuera del camerino con sonrisas radiantes. Si antes no estaba nerviosa, ahora sí, pero nada tenía que ver con el espectáculo de ballet.

¿Él de verdad vendría? Debía admitir que las posibilidades de que en realidad estuviera allí eran remotas, aún así existía una pequeña chispa de esperanza de que esperara por ella bajo el escenario.

Mientras tanto, al mismo tiempo, pero al otro lado de la ciudad, Kawaki viajaba en el asiento de copiloto en un vehículo que corría a toda velocidad por la autopista siendo escoltado por dos SUV.

No podía creer que estuviera haciendo esto. ¿En qué momento dejó que Sarada lo afectara tanto que ahora no podía verse sin ella? Estaba haciendo lo que quería evitar desde un principio: ir detrás de una mujer.

—¿Estás seguro de esto? —pregunta Daemon, su Underboss, sin despegar la mirada del camino.

Kawaki no respondió, hundido por completo en sus pensamientos.

—Esto es una locura y lo sabes. —reniega con el ceño fruncido— Arruinar tus planes por una chica es lo último que creí que harías.

El Uzumaki le mira de reojo con el ceño fruncido y tamborileó sus dedos en su mentón con impaciencia. Ya iba tarde, la función debió haber comenzado hace diez minutos.

—¿Tan perdido estás por esa mujer que la antepondrás a la organización?

—No te debo explicaciones a ti, ni a nadie. —responde él en tono mordaz, aunque sabía que tenía razón.

Hace tres meses la idea de que algo pudiera arruinar sus planes era impensable. En especial un lío de faldas, ese rubro estaba cubierto porque no le interesaba nadie más allá de lo físico. Pero ahora...

—Ada se pondrá como loca. —se queja Daemon, refregándose su cabellera turquesa de mechones rosáceos con la mano— Por no decir mi padre, se pondrá fúrico.

—Lo que tu hermana piense me vale un comino. —contesta restándole importancia— Y tu padre tendrá que aceptar en algún momento que no estoy interesado en su hija.

Daemon era el único miembro de esa familia al que le tenía consideración, tal vez porque se conocieron cuando recién fue adoptado y se convirtió en su primer amigo que no pertenecía al círculo social de los Uzumaki-Hyūga.

—Esto te traerá graves consecuencias y lo sabes. —advierte en tono bajo— ¿Has pensado en lo que sucederá cuando...

Pero lo interrumpió una lluvia de disparos que cayó sobre ellos en el preciso momento que tomaban la intersección hacia el centro de la ciudad.

—¿Dónde están mis padres? —pregunta Kawaki desenfundando su Beretta.

—Nos llevan unos diez minutos de ventaja. —contesta Daemon mirando por el retrovisor— Deben estar a punto de llegar al teatro.

—Detengan la marcha. —comunicó por la radio a los otros dos vehículos que lo escoltaban— Vamos a cerrarles el paso.

Si continuaban avanzando corrían el riesgo de involucrar a los vehículos que transportaban a su familia.

—Es peligroso. —replicó Daemon mirándole de reojo— No tendría problema en hacerlo si no estuvieras aquí también, seguro que eres el blanco.

—No debo ser su único objetivo. —niega con seriedad— Y no voy a dejarlos acortar la distancia entre ellos y mi familia.

La dos SUV que lo escoltaban derraparon sobre el pavimento y se alinearon de manera horizontal para formar una barricada sobre el camino mientras ellos se detenían un par de metros más atrás. En ese momento contaba con ocho hombres además de Daemon y a juzgar por la caravana de vehículos acercándose a velocidad vertiginosa comenzaba a pensar que no les superarían en número.

—Ya estoy pidiendo refuerzos. —informa su underboss bajándose del asiento de copiloto— Tus padres están a tres minutos del teatro.

El enemigo se detuvo a unos veinte metros frente a ellos y pronto reinó el caos en la carretera. Los disparos iban y venían de ambas partes, ellos eran poco más de quince hombres, pero aún así se las estaban arreglando para volcar la balanza a su favor.

El Uzumaki tenía una puntería tan acertada que cada proyectil que disparaba era recibido por un objetivo, esa era la diferencia que los ponía por encima del enemigo. Sin embargo, parecía que cada que uno caía, dos más se unían al asedio en un cuento de nunca acabar.

—¿Ahora entiendes lo que te digo? —exclama Daemon ganándose a su lado detrás del vehículo que les servía de escudo— Ser jefe también conlleva sacrificios, amigo.

Kawaki frunció el ceño, sacudiendo la cabeza en un intento de concentrarse en lo verdaderamente importante en ese momento, pero le era difícil aún cuando las balas pasaban a centímetros de él.

—Envía más hombres a vigilar el perímetro del teatro. —ordena con el ceño fruncido— Que se queden hasta que ella salga del edificio y luego asegúrense de que llegue a salvo a su hotel.

No debía pensar en otra cosa que salvar su culo en ese momento, pero inevitablemente estaba pensando en ella, en la mirada que pondría cuando no lo viera al final del show.

Y todo pasó en un par de segundos donde su mente se distrajo, dio un paso en la dirección equivocada y lo siguiente que sintió fue un escozor agudo en la parte izquierda de su cuerpo.

(...)

El estruendoso aplauso de cientos de personas hicieron eco en todo el recinto, pero ella sólo podía mirar los asientos vacíos en la primera fila donde se su ponía que él debía estar. Se tragó el nudo que se formó en su garganta y se obligó a sonreír con los labios apretados hasta que los reflectores se apagaron y el telón se cerró.

—¿Estás bien? —pregunta Hōki tocando su brazo— Estás temblando.

—Estoy bien. —niega con la cabeza— Debo darme prisa, mi vuelo sale en un par de horas.

—No hay nada que pueda hacer para convencerte de quedarte y regresar juntos a Londres, ¿verdad?

—No. —se muerde el labio inferior— Pero nos veremos después, eso seguro.

Entró a su camerino ignorando los elogios de las personas pasando por su lado y se sacó el vestuario a toda prisa como si le quemase. Se colocó un pantalón oscuro, unas botas largas a juego y una blusa de cuello alto negra. Muy acorde a su estado de ánimo.

Estuvo a punto de salir de allí, pero entonces la puerta se abrió y la mirada inquieta de Himawari fue lo primero que vio.

—Sé que no vino, no es necesario que vinieras a decírmelo...

Namida apareció detrás de la ojiazul, también parecía angustiada.

—No vino porque hubo un ataque de camino aquí... —soltó de golpe la castaña— Kawaki está herido.

—¿Qué?

Sintió que se le cayó el alma al suelo al oír eso último y la ojiazul se acercó para tomar sus manos entre las suyas.

—Él está bien, mis padres están yendo a casa justo ahora. —la tranquilizó— Al parecer la bala sólo le rozó el brazo y el médico de la familia lo está atendiendo ahora.

Pero aunque eso debió serle alivio suficiente, la preocupación seguía latente en su pecho y Himawari se dio cuenta por la manera en que sus manos temblaban un poco.

—Tenemos que irnos también, mi hermano ordenó que nos escoltaran a casa. —le hizo saber en tono indeciso— ¿Quieres ir con nosotros?

Casi estaba segura de que no aceptaría, pero contrario a lo que pensó, a la pelinegra le tomó un par de segundos donde se permitió titubear y al final dejó que la arrastraran hacia el aparcamiento donde ya les esperaban varios vehículos blindados listos para transportarlas.

El viaje a la residencia Hyūga fue en completo silencio y Sarada se hallaba más nerviosa de lo que había estado en años, tal vez era por la situación, por la angustia de Kawaki estando herido o porque regresaría a esa casa después de más de una década en la que evitó por todos los medios visitarla de nuevo.

—¿Sarada? —esa era la voz de Hinata— No esperaba que vinieras...

Las tres chicas se giraron a ver a la matriarca Uzumaki caminar hacia ellas por el jardín.

—Hubo un ataque. —se limitó a decir, porque a decir verdad, no sabía cómo explicar su presencia allí.

—¿Cómo está Kawaki? —pregunta Namida en un intento de desviar la atención.

—Oh, está bien, fue sólo una herida superficial. —dice con alivio— Intenté obligarlo a dejar el trabajo para después, pero es tan testarudo que sigue metido en el estudio.

—¿Y por qué hay tanto movimiento dentro de la casa? —inquiere Himawari viendo desde el ventanal a varios miembros del servicio caminar de un lado a otro.

—Tendremos visitas. —hace una pequeña mueca de disgusto— Me gustaría haberlo sabido antes, pero...

—Oye, Sarada, si quieres puedes adelantarte al baño. No querrás tener un accidente, ¿verdad? —interrumpe la ojiazul señalando la casa con la cabeza— ¿Recuerdas el camino? Al fondo del pasillo, junto al estudio.

La Uchiha captó la indirecta al vuelo y luego de un pequeño asentamiento de cabeza decide dar un paso tras otro hacia el interior de la casa. Todavía le parecía una situación surrealista, jamás creyó tener que volver a ese sitio.

Se las arregló para escabullirse por el vestíbulo sin ser vista por nadie del servicio y caminó apresurada por el pasillo hasta que vio la puerta del estudio a pocos metros de distancia y no dudó en entrar.

Entonces lo vio, sentado detrás de su escritorio con la camisa remangada hasta los codos y ligeramente manchada de sangre en la manga izquierda. Él se tomó un par de segundos en levantar la mirada de los papeles que tenía en sus manos y se quedó inmóvil al verla de pie frente suyo.

—¿No deberías tomarte un descanso? —pregunta con suavidad— Acaban de intentar asesinarte.

El semblante del pelinegro era inexpresivo y la miró con una dureza que nunca antes había visto en él. En ese momento supo que el haber ido hasta allí fue un error.

—Creí que a estas horas ya estarías tomando un avión.

—¿Y cómo iba a hacerlo sabiendo que te hirieron? —frunce un poco el ceño— No llegaste al teatro y pensé que eso sería todo, pero luego supe que venías en camino y te atacaron. ¿Qué esperabas que hiciera?

—Irte. —contesta escuetamente— Si no hice el intento por ir después, debió ser por algo.

Esa era la señal que necesitaba para irse, pero de nuevo la ignoró como tantas veces.

—Supongo que esa era mi respuesta. —dijo en un hilo de voz— Debí suponerlo.

Lo que Kawaki experimentó en ese momento era una mezcla de emociones que no estaba sabiendo controlar. El enojo era el sentimiento principal, pero no con ella, sino consigo mismo y por las malditas circunstancias.

Lo peor de todo es que si no quería que todo empeorara debía sacar a Sarada de allí lo antes posible.

—¿Y qué pensabas? ¿Que algo que empezó siendo sexo sin compromiso iba a convertirse en un matrimonio feliz con dos hijos y un perro? No seas ilusa.

Sarada retrocedió un paso al escuchar la crueldad de sus palabras. No era una chica frágil, pero esta era una joven enamorada a la que le acababan de destrozar las ilusiones en un abrir y cerrar de ojos. Siempre dijeron que el primer amor duele, pero él la estaba reduciendo a cenizas.

—No voy a ponerte a ti sobre mi hermano jamás. Sabes mejor que yo que esto rompería nuestra relación. —zanjó, encogiéndose de hombros— Y no pienso perder a mi familia por algo que no tiene futuro.

Mentira, Boruto era una de las causas por lo que esto no podía escalar a más, pero no era la principal razón.

—Esto no se trata de elegir.

—Pero lo es. Y tú ni siquiera eres una opción. —remató, tamborileando el bolígrafo sobre el escritorio para darle más énfasis— ¿Qué me puedo esperar de ti? Decías querer a Boruto y a la primera oportunidad te metiste con su hermano.

—Eso no es justo y lo sabes. No fui la única implicada en esto.

—¿Y qué dice de ti el que estuvieras dispuesta a casarte con él después de acostarte conmigo?

Otro paso atrás.

—Admítelo, podrás ser buena para cualquier cosa, pero no serías buena esposa para nadie. Al menos no para mí.

Cada palabra resquebrajaba más su corazón, ese que le había ofrecido en bandeja de plata desde el primer momento que puso un pie dentro de aquella habitación a pesar de su orgullo y su reticencia a visitar la residencia Hyūga.

—¿Es tu última palabra?

—Es lo único que tengo para decirte.

—Entonces espero que hayas grabado bien esta escena en tu cabeza. —levantó una máscara estoica frente a él— Porque no volverás a escuchar una confesión de amor de mi parte.

—Consérvalas para el iluso con el que te vayas a casar.

Quería llorar. Él estaba retorciendo el cuchillo en la herida sin remordimiento, pero no iba a darle el gusto de verla deshacerse en llanto por él como tantas veces lo había hecho ya.

—No vuelvas a buscarme.

—No planeaba hacerlo. —se encoge de hombros— No me gustan las rabietas infantiles.

Creyó que era suficiente de seguir haciéndole daño, pero debía ser contundente, alejarla para que finalmente se alejara. Él no podría ofrecerle un futuro, una familia y un amor estable por más que quisiera hacerlo.

Esa tarde estaba dispuesto a dejar todo por ella, pero después del ataque, supo que no le quedaba de otra. No iba a arriesgarse a que alguien le hiciera daño a través de él, así que decidió continuar con el plan que ya tenía trazado aunque fuera lo último que quisiera hacer.

Es por eso que quería que se fuera de allí antes de que sea demasiado tarde, pero cuando vio a su padre abrir la puerta del estudio y asomarse con un gesto serio supo que se había quedado sin salida.

—Oh, Sarada, no esperaba verte aquí. —saludó Naruto relajando su expresión— ¿Te quedas a cenar?

—No, de hecho, estaba a punto de irme...

—Por favor, necesitaré a alguien que le reste hierro al asunto. —hace una mueca— Tú eres buena con eso.

—Papá, dijo que se va, no insistas.

Naruto no sabía lo que estaba pasando allí, pero la tensión entre esos dos parecía sofocante.

—De acuerdo. —suspira guiñándole un ojo a la joven— No olvides llamar a casa antes de irte a tu viaje.

Sarada asiente y le ofrece una sonrisa sutil, dispuesta a marcharse detrás de él, pero entonces el rubio se detiene en el último momento y se gira a ver a su hijo mayor.

—No tardes en salir, tu prometida acaba de llegar. —advierte en tono autoritario— Ella y su padre vinieron para ver si estabas bien después de lo del atentado.

Naruto cerró la puerta detrás suyo, dejándolos a solas de nuevo.

Al principio, Sarada creyó no haber oído bien, pero la manera en la que Kawaki la vio fue suficiente para saber que no era una equivocación.

—Por Dios... —niega con incredulidad, observándolo ponerse de pie y avanzar hasta ella.

La Uchiha evitó cualquier contacto, como si de verdad le quemase su simple toque. Todo se le estaba saliendo de las manos.

—Es un matrimonio que se acordó hace meses. —dijo en un susurro— Incluso antes de Aspen.

Ella no respondió y Kawaki entró en desesperación porque no estaba reaccionando como esperó y no supo si eso era peor.

—No podías ofrecerme algo sin compromisos porque ya estabas comprometido. —suelta una risa llena de ironía— Es bueno saber que el problema nunca fui yo, eras tú.

Apenas podía creer que pensara que no era suficiente para alguien o que no valía la pena el intento de cortejarla.

—Es la única manera de acabar los conflictos con Las Triadas. —explica con el ceño fruncido— Es hija de uno de los tres jefes principales.

—Entiendo. —se encoge de hombros— El deber es primero, ¿no?

Él parpadea desconcertado, no entendía su actitud, habría esperado cualquier cosa menos que se lo tomara con calma.

—¿Podemos hablar sobre esto después? —pide en un susurro— Iré a buscarte a tu hotel más tarde, todo es parte de un plan, te lo explicaré todo.

—No, está bien. —niega con la cabeza— No necesito saber nada más.

—Sarada...

Ella soltó un suspiro tembloroso y abrió la puerta del estudio.

—No más, Kawaki. —dijo con una firmeza inquebrantable— Se acabó.

Salió con pasos rápidos hacia el pasillo, evitando el vestíbulo por completo, pero la suerte no estaría de su lado del todo porque cuando casi llegó al recibidor se encontró de frente con cuatro figuras. Naruto y Hinata parecían platicar amenamente con un hombre alto de tez clara con el pelo enmarañado de color negro. Tenía una mandíbula estrecha con pómulos pronunciados y barba.

El hombre fue el primero en darse cuenta de su presencia y la miró con sus pequeños ojos. Hizo un ligero movimiento a su izquierda y eso amplió su campo de visión para permitirle ver a la otra figura desconocida.

Era una joven tal vez un par de años mayor que ella con unos vivaces ojos púrpuras y una cabellera larga del mismo color que casi le llega a la cintura. Era bonita, ni siquiera podía negar ese hecho.

Supuso que ella sería la futura señora Uzumaki, pero no estaba lista para una presentación.

Así que se desvió en el último momento y tomó el camino hacia la puerta trasera sin importarle que precisamente por ahí había sido por donde entró aquella vez arrastrando a Namida para eludir el tiroteo en el exterior.

Fue desde allí donde vio caer el cuerpo de su tío Neji con Kaito en brazos luego de ser abatidos. El lugar donde sus cuerpos cayeron estaba justo frente a ella y se obligó a pasar por allí rumbo a la salida de la residencia Hyūga con la cabeza en alto.

No tenía idea de cuánto tiempo se iría, ni donde estaría, todo lo sabría sobre la marcha. La única cosa que tenía clara en ese momento era que debía marcharse.

Ya no tenía nada que la retuviera allí.