Cuando sus ojos se abrieron la siguiente mañana su mente entró en un estado de confusión. ¿Cómo había llegado a su habitación? ¿Él la trajo personalmente hasta allí y la arropó en la cama? Incluso se había tomado el tiempo de cerrar las puertas del balcón y deslizar las cortinas.
Se desperezó aún debajo de las sábanas y salió de la cama sintiéndose mejor que el día anterior. Entró al cuarto de baño para darse una ducha rápida y después se detuvo frente al armario del vestidor con semblante dubitativo.
Decidió ponerse esta vez un conjunto de falda larga y top strapless color rosado, dejando su cabello suelto para que se secara por sí solo, y además, se calzó unas sandalias de tacón bajo. También hizo el intento de cubrir algunos hematomas con maquillaje lo mejor que pudo y al finalizar observó su apariencia en el espejo.
Entonces, un nuevo recuerdo acudió a su mente.
Estaba en su camerino acompañada de Chōchō y Yodo, ambas la miraban a través del espejo de su tocador.
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—De verdad te gusta, ¿no? —habló Yodo después de varios segundos en silencio— Te ves diferente.
—Sigo siendo la misma. —frunce el ceño— No se hagan ideas extrañas en la cabeza, sólo follamos y ya.
—Excepto que no sólo follan. —ladea el rostro con suavidad— Pasan tiempo juntos, viene a tus presentaciones y te convence de viajar con él a otro país.
Yodo se acercó a ella por detrás y la tomó suavemente por los hombros de manera que ambas pudieran ver su reflejo en el espejo.
—No voy a decirte lo que debes hacer y lo que no. —desenreda el cabello oscuro con sus dedos— Sólo protege tu corazón, ¿de acuerdo?
»
Volvió a la realidad al escuchar golpes en la puerta y luego la voz del ama de llaves informando que el desayuno estaba listo se filtró en sus oídos.
Decidió seguirla por el pasillo sintiéndose extrañamente cómoda en el lugar, pero no podía dejar de pensar en el nuevo recuerdo que su mente desbloqueó.
¿Sus amigas sabían sobre Kagura? Creyó que lo suyo era un secreto y que nadie más lo sabía, pero al parecer no era del todo cierto, o al menos es lo que interpretó de aquella escena.
Lo más extraño de todo fue recordarse a sí misma hablando sobre follar con alguien cuando hasta donde ella recordaba seguía siendo virgen. ¿En qué momento inició su vida sexual? ¿Kagura había sido el primero? Eso tenía sentido, ¿de quién más iba a embarazarse si no de su prometido?
—¿Dormiste bien? —pregunta él apenas la vio entrar al comedor.
Esta vez al poner la mesa colocaron un lugar del lado derecho de la cabecera, así no tendría que sentarse hasta el otro extremo. Desayunarían cerca del otro.
—Sí. —susurra apenada— Gracias por llevarme a mi habitación.
Tomó asiento con los nervios a flor de piel. ¿Por qué se sentía así?
«No lo sé, tal vez porque lloraste hasta quedarte dormida en sus brazos, idiota.», pensó ella, casi sonrojándose al recordarlo, pero se recompuso de inmediato y sus ojos brillaron al instante que visualizó los waffles frente a ella.
—Tengo que salir a resolver unos asuntos de trabajo. —le avisó él en voz alta— Eres libre de hacer lo que quieras, siempre y cuando no te sobre esfuerces.
—¿Entonces no puedo escalar una montaña? —hace un puchero fingiendo decepción— Qué pena, estaba a punto de buscar mi equipo de alpinismo.
—Muy graciosa. —achica los ojos— Hablo en serio, tu recuperación es primordial.
Ella resopla, desviando la mirada de la suya y se lleva el primer bocado de comida a la boca. Casi gimió de gusto por lo deliciosa que estaba y Kagura reprimió una sonrisa al ver su expresión.
—Podría comer esto el resto de mi vida. —suspira encantada, derramando más jarabe de maple encima— ¿Puedo pedir que me cocinen esto cada mañana?
—Sólo tienes que pedirlo y lo tendrás, pajarito.
Kagura vio que sus mejillas se ruborizaron ligeramente y de pronto se halló detallando cada pequeño rasgo de su rostro. Era bonita, incluso más de lo que recordaba.
—Cuando regrese podemos hacer algo juntos.
—¿Como qué? —pregunta ella enarcando una ceja— ¿Tejer bufandas? ¿O también eso le exige demasiado a mis manos?
Pero seguía teniendo esa lengua afilada que llamó su atención desde el primer momento.
—No tardaré. —le contesta de la misma manera— Asegúrate de mantener tu cabeza unida al resto de tu cuerpo, por favor.
—¿Acabas de bromear con mi accidente de auto? —abre la boca sorprendida— Eso ha sido un golpe bajo.
Él estuvo a punto de decir algo, pero entonces ella sonrió.
—Me agrada. —se encoge de hombros— No me trates como si fuera a echarme a llorar en cualquier momento, es molesto.
—¿Algo más?
—Quiero mi móvil. —pide, arrugando la nariz— Necesito llamar a mis padres, deben estar preocupados, no saben de mí desde que me fui a mediados de marzo.
—Le has estado enviando textos. —contesta él y entonces frunce el ceño— Debiste perderlo en el accidente, pero te conseguiré uno nuevo.
No es que no terminara de creerle, pero su mente seguía teniendo un montón de lagunas mentales. ¿Asistió a la reunión familiar anual? ¿Cómo es que llegó a St. Moritz? No pudo haberlo hecho sola.
¿Qué sucedió cuando regresó a casa? ¿Por qué decidió irse así sin más y alejarse de medio mundo? Debía existir una razón, se veía incapaz de escapar sólo por amor a Kagura bajo la promesa de una vida juntos lejos de todo aquello que pudiera interponerse entre ellos.
—¿Puedo usar el tuyo? —pregunta dubitativa, esperando una señal de alarma.
En cambio, él asiente y se pone de pie, haciéndole un gesto para que lo siguiera fuera del comedor. Atravesaron el extenso pasillo en silencio hasta su estudio y le abrió la puerta para cederle el paso.
—En el cajón izquierdo hay un móvil que no uso desde hace tiempo. —explicó, señalando su escritorio— Puedes llamar desde aquí en caso de que quieras más privacidad.
Sarada se muerde el labio inferior y afirma con la cabeza. ¿Qué esperaba? Un secuestrador no te dejaría llamar a casa, ¿verdad?
—Regreso en un par de horas. —le hizo saber, tocando su mentón con los nudillos— Recuerda...
—No esforzarme, lo entendí la primera vez. —frunce la nariz— ¿Te importaría dejarme sola?
Él la observa un par de segundos y al final sale por la puerta tras guiñarle un ojo con galantería. Ella aguardó hasta que oyó los pasos alejándose por el pasillo y después se asomó por la ventana para verificar que hubiera salido de la casa.
Lo vio subirse a una SUV oscura en la puerta principal y un minuto después el vehículo arrancó dejando atrás la casa. Sólo hasta entonces pudo relajarse contra la silla giratoria detrás del escritorio y buscó a tiendas el teléfono en el cajón que le indicó.
—Aquí está. —exclamó con alivio al sostenerlo en la palma de su mano.
Pero antes de hacer la llamada echó un vistazo a los papeles dentro del cajón. No había nada fuera de lo común, sólo contratos de compraventa de propiedades registradas bajo el nombre de una empresa inmobiliaria.
Y ahí, otro recuerdo acudió a su mente.
«
—¿Por qué vas a Gales?
—Trabajo. —se encoge de hombros— Estoy en el negocio de inmuebles.
—¿Tienes muchas propiedades? —arquea una ceja— ¿O sólo estás alardeando?
—Generalmente compro, renuevo y vendo. —explica él, terminándose lo último que quedaba en su taza— Pero también conservo algunas para mí.
Lo vio recorrer con la mirada el amplio vestíbulo de su casa y estrechó los ojos al darse cuenta de que lo estaba analizando.
—Tiene un estilo casi clínico. —comenta el rubio— Apenas se nota que alguien vive aquí, demasiado decepcionante para una casa con estilo victoriano, tiene mucho potencial que estás desperdiciando.
—No solía ser así. —admite en un susurro— Antes era más hogareña, te lo aseguro.
—¿Y qué sucedió?
—La persona que la hacía sentir como un hogar no está más. —frunce un poco el ceño— ¿Qué más da? Casi no estoy por aquí, paso la mayor parte del tiempo fuera por los ensayos y las giras.
—Lamento oírlo. —se inclina un poco hacia ella— Yo también estoy solo casi siempre.
El ambiente cambió a uno tenso y fue entonces que él se puso de pie.
—No quisiera dejarte, pero ya debo irme, Gales espera. —comenta en tono apacible— Aunque tal vez pueda regresar la siguiente semana para invitarte a cenar.
»
Cada vez estaba más confundida, los pocos recuerdos que tenía no eran de mucha ayuda para terminar de armar el rompecabezas en el que se convirtió su vida ahora.
Y entonces pensó, ¿Quién era la única persona que podría saber sobre Kagura de su propia boca?
Sólo había una persona: su hermano Itachi.
Debía comunicarse al menos con él, una simple llamada que la dejase tranquila sobre estar en la casa de un desconocido al que apenas recordaba.
Si su hermano escuchó hablar sobre él viniendo de ella, podría darle el beneficio de la duda a su prometido.
Tecleó el número en la pantalla y se tomó unos segundos antes de presionar el botón de inicio de llamada. El timbre sonó tres veces y después oyó la inconfundible voz masculina en la otra línea. De inmediato una sonrisa apareció en su rostro.
—¿Quién habla?
—Hola, extraño. —se muerde el labio inferior— ¿Me echaste de menos?
Casi pudo imaginar la sonrisa altiva de su hermano mayor.
—Ah, eres tú. —finge decepción— Creí que ya no recordabas que tenías familia, el último texto que me enviaste fue hace dos semanas y desde entonces no he sabido nada de ti.
—¿Dos semanas? —pregunta, frunciendo el ceño.
—Sí, sólo mencionaste estar en alguna parte de Siria. —comenta con curiosidad— ¿Sigues allí? Mamá quiere saber si vendrás para el cumpleaños de papá, también está harta de los mensajes de texto, quiere que la llames.
—Intentaré... llamarla la próxima vez. —balbucea desconcertada— No sé si sea buena idea en estos momentos.
—¿Por qué? —casi podía verlo frunciendo el ceño— ¿Está pasando algo que deba saber? ¿Estás bien?
—Es que yo... perdí mi móvil, estoy llamando de uno que no es mío. —agrega rápidamente— Por cierto...
—¿Qué? No me digas que volviste a meterte en problemas, si es así déjame llamar a Daiki...
—No. —interrumpe— Sólo quería preguntarte... ¿recuerdas si te hablé sobre alguien que conocí en St. Moritz?
Hubo un silencio en la otra línea y Sarada casi podía oír su corazón retumbando en su pecho, ansioso por una respuesta.
—¿El tipo que te envió obsequios a la villa? —se burla Itachi— Sí, papá sigue intentando dar con él, creo que no supera su momento romántico en la mascarada.
¿De qué demonios estaba hablando? ¿Obsequios?¿Mascarada?
—No me digas que lo has visto en este tiempo. —resopla él— Te dije que te lo tomaras con calma.
—Sí, bueno... —balbucea sin saber qué decir exactamente— Estoy pensando que no sé tomarme las cosas con calma.
Lo oyó soltar un bufido, pero casi podía adivinar que estaba reprimiendo sus ganas de reprenderla, o burlarse, cualquiera de las dos opciones no le sorprendería.
—¿Estás con él ahora? —pregunta en tono escéptico— ¿Te trata bien?
—Sí, me trata bien. —contesta recostándose en el marco de la ventana— Estamos juntos, creo.
—¿Crees?
—Historia larga, te lo cuento después. —suspira, tragándose el nudo en la garganta— ¿Cómo están las cosas en casa?
Hubo otro largo silencio en la línea y ella lo interpretó como una mala señal.
—¿Cuándo piensas regresar? —pregunta su hermano, con la voz cambiando de tono a uno más serio— No puedes huir por mucho tiempo, el abuelo...
Sintió una punzada en la parte lateral izquierda de su cabeza y seguida de otra más fuerte. Podía oír las voces de los miembros de su familia hablar sobre la salud de su abuelo y su enfermedad progresiva. Su corazón se detuvo ante la nueva información relevada.
Y luego una escena más en la que sus cuatro hermanos yacían recostados junto a ella sobre el campo de tiro después de una competencia, ellos insistían en saber sobre el sujeto que le enviaba obsequios, pero se negó rotundamente a decírselos.
«
Sarada recostó la cabeza en el regazo de su hermano menor y sin poder evitarlo sus ojos se aguaron un poco.
—Es por el abuelo, ¿verdad? —pregunta Daisuke en voz alta, llamando la atención de los otros tres— ¿Estás así por él?
—No sé si pueda quedarme aquí para verlo irse. —susurra ella con la voz quebrándosele por momentos— Es lo que se espera de mí, pero no puedo pasar por esto otra vez.
Para los Uchiha no había nada que importara más que la vida de cualquiera de ellos.
—No tienes que quedarte. —habló Itsuki encogiéndose de hombros— Sólo llama de vez en cuando y ven a casa en verano, como siempre.
—No puedo simplemente no estar aquí. —sus labios forman una fina línea— Se trata del abuelo...
—Él no quiere que nadie lo vea débil. —comenta Itachi levantándose sobre sus codos— Entonces sólo finge que no lo notas.
»
—¿Sarada? ¿Estás ahí? —la voz de su hermano la sacó de su ensoñación.
—Sí, pero tengo que irme. —susurra con voz temblorosa— Llamaré pronto, ¿vale?
Y colgó, sin saber que la duda ya había sido sembrada.
Devolvió el móvil al cajón y se sostuvo del borde de la silla para evitar que sus piernas temblorosas terminaran cediendo. Y hasta entonces vio el cielo gris a través de la ventana del estudio.
Una tormenta se desataría pronto.
(...)
—¿Estás demente? —pregunta Shizuma una vez que llegaron a su destino y le hubo dicho sobre la petición de la Uchiha— ¿De verdad la dejaste sola con un teléfono?
—Quería hablar con alguien de su familia. —contesta como si nada— Se hubiera puesto a la defensiva si no se lo permitía.
—¿Te recuerdo que la chica sigue secuestrada? —frunce el ceño— Los puede guiar hacia aquí.
—Lo dudo. —dice él, descendiendo del vehículo— Sigue muy confundida, no sabe lo que es real y lo que no. Estoy seguro de que intentará tantear el terreno donde está parada y si nota algún movimiento hostil todo se irá por la borda.
Shizuma sacude la cabeza con reprobación y lo sigue al interior del complejo de departamentos en el centro de la ciudad.
—Creo que deberías dejarla ir. —le mira de reojo— ¿Qué harás cuando se recupere y recuerde todo lo que sucedió?
Kagura no responde, en cambio se adentró en el ascensor y marcó el piso al que iba en completo silencio.
—Encontrarás la manera de completar tu venganza. —aconseja, tocando su hombro— Siempre encuentras la manera. Tenías un plan antes de conocerla.
—Sí, pero no hubiera funcionado, la seguridad de los Uchiha es impecable. —contesta en tono mordaz— Esta es la mejor opción.
—¿Te das cuenta de que a quien más vas a dañar es a ella? —suspira el pelinegro— Su padre sufrirá a través suyo, sí, pero la mayor parte se la llevará la chica.
Sabía que tenía razón, y eso le dejó un sabor amargo en la boca.
—¡Creí que no vendrías! —escuchó en cuanto las puertas del ascensor se abrieron— ¿Quieres desayunar con nosotras?
Buntan se acerca para besarle en la boca, pero en el último momento desvía el rostro y sus labios aterrizan en su mejilla.
—Ya desayuné.
—¿Con la tipeja esa? —hace una mueca de asco— Me da lástima que tengas que soportar su cercanía, debe ser repugnante.
Él no contesta, en cambio observa detrás de ella a la otra chica que aguardaba en silencio jugando con sus manos nerviosamente. Era la hermana menor de Buntan, Tatsumi, de veinticuatro años.
Poseía la misma cabellera rubia, pero tenía una tonalidad dorada, no platinada como la de Buntan. Y además era larga, tanto que le llegaba a las caderas y caía lisa como una cascada de seda sobre su espalda.
Sus ojos también las diferenciaban, mientras la mayor tenía una mirada de un azul vibrante, la menor de las hermanas poseía unos ojos entre verdes y grises.
—¿Qué se supone que debo hacer? —pregunta ella, enarcando una ceja— Buntan me dijo que necesitabas un favor.
—Tu voz. —la señala— Necesito que fuerces tu voz un poco para que se parezca a la de alguien.
—¿Y Buntan no puede hacerlo? —frunce el ceño— Haría lo que fuera por ti.
—¡Tatsumi! —replicó la aludida con evidente molestia— Sólo obedece.
La joven se encoge de hombros y suspira a modo de rendición. No es como si pudiera oponerse, después de todo, Kagura prácticamente era el dueño de sus vidas. No sólo era el jefe de la organización, también dependían de él.
El departamento donde vivían era suyo, los autos, el dinero, todo. Él y su hermana se conocían desde niños, sufrieron las pérdidas de sus padres juntos, eran familia. Mientras Danzō se desentendió de ellas al morir su padre, Kagura convenció al suyo de que se hiciera cargo de ellas al menos económicamente. En ese entonces Tatsumi seguía en el vientre de su madre, pero su vida ya era un caos a partir del día que nació.
Al morir Yagura, su hijo siguió cuidando de ellas, en especial cuando su madre las abandonó al encontrar otro hombre. Buntan se convirtió en confidente de Kagura y con el tiempo también su amante recurrente, sin embargo, hasta Tatsumi se daba cuenta de que él no sentía nada por ella más allá de la amistad.
—De acuerdo. —resopla la rubia menor— Pásame el teléfono.
Kagura sacó el móvil del interior de su bolsillo y se lo extendió a la joven. Tuvo que contratar a alguien que pudiera desbloquearlo para poder acceder a los mensajes y contactos. Fue así como estos meses envió cortos mensajes a los familiares de la Uchiha, lo suficientemente convincentes para que no iniciaran una búsqueda.
—Sólo tienes que enviar un mensaje de voz. —explica con seriedad, señalando el contacto en la pantalla— Necesitas sonar firme, pero no entusiasta, incluso un poco engreída.
Buntan frunció un poco el ceño al escuchar la descripción. Se supone que no le prestaba la más mínima atención a la chica Uchiha, pero acababa de describir con detalle la manera en que se expresa.
Tatsumi se cruza de brazos y asiente después de respirar profundamente, sin dejarse amedrentar por la mirada expectante de Kagura. Él le repitió lo que debía decir con exactitud y tras varios intentos logró grabar un mensaje de voz que fuera al menos convincente para dejarlo satisfecho.
—¿Es todo? —pregunta ella con cautela, observándolo enviar el mensaje en ese momento.
—Quédate a comer con nosotras. —interviene Buntan de inmediato— Pediré la comida de tu restaurante favorito.
Shizuma alzó ambas cejas al ver la ferocidad con la que se desató un diluvio fuera del edificio y la rubia mayor sólo pudo sonreír victoriosa.
—No puedes irte con semejante tormenta. —insiste, señalando los relámpagos brillando en el cielo oscuro— Es peligroso salir en ese estado.
—Podemos... jugar una partida de ajedrez. —ofreció Tatsumi, encogiéndose de hombros— Alguien de los dos debe ganar al menos una vez.
Kagura sonrió por lo bajo a la menor de las hermanas y estuvo a punto de acceder, pero entonces su propio móvil vibró en su bolsillo y su ceño se frunció al ver el nombre en la pantalla. Era Hinoko, su ama de llaves.
—¿Qué sucede? —pregunta al responder la llamada.
—Señor, la niña no está. —dice en tono preocupado— Ninguno de sus hombres la ha visto salir de la propiedad, pero no aparece.
—Voy en camino.
Colgó sin más y se giró a ver a Shizuma para hacerle una seña de que era hora de marcharse.
—¿Dónde vas? —se atraviesa Buntan en su camino— Creí que te quedarías...
—Surgió un problema. —la hizo a un lado para continuar caminando hacia el ascensor— Nos vemos después.
—Es esa arpía de nuevo, ¿verdad? —se queja con indignación— ¿Qué hizo ahora para que corras de vuelta?
Él la miró sobre su hombro y la rubia pudo leer la advertencia en sus ojos.
—No te metas en mis asuntos, Buntan, esto no te incumbe.
Las puertas del ascensor se cerraron, pero antes pudo ver los ojos llorosos de la mujer y su expresión furibunda.
—¿Qué sucedió? —pregunta su mano derecha una vez estuvieron a solas dentro del vehículo.
—Sarada desapareció. —frunce el ceño— Nadie la vio salir, pero no la encuentran por ninguna parte.
Shizuma suspiró.
—Te dije que no era buena idea conservarla. —le mira de reojo— Sólo te traerá inconvenientes.
Kagura no responde y el espacio se quedó en silencio hasta que el pelinegro volvió a abrir la boca:
—Su apellido es sinónimo de problemas, ya deberías saberlo. —continúa diciendo— Lo peor de todo es que la chiquilla me cae bien, no ha hecho nada por ganarse mi odio.
Y el tuyo tampoco, quiso agregar, pero prefirió cerrar la boca. Fue así como el resto del camino el ambiente se sumió en un silencio sepulcral donde lo único que se escuchaba eran las gotas de lluvia cayendo violentamente sobre el el techo del vehículo.
Hinoko, la ama de llaves, ya los estaba esperando en la escalinata de la entrada de la casa con un paraguas que la cubría del aguacero.
—La niña va a enfermarse si continúa bajo la lluvia. —exclamó angustiada— La he buscado en cada habitación de la casa, pero no está.
Entonces una realización le llegó de golpe. Sí fuera ella, estando en un lugar desconocido, ¿Cuál sería el lugar donde encontraría refugio?
—Yo me encargo. —informó a la mujer— Trae mantas y prepara algo caliente de beber.
La aludida asiente rápidamente y se adentra a la casa sin hacer más preguntas. Shizuma miró con extrañeza a su mejor amigo y antes de que abriera la boca para preguntar, él se giró a verlo.
—Puedes irte. —le dijo en un tono hosco— Sé donde buscarla.
—¿Cómo?
—Te llamaré si necesito algo más. —ignora su pregunta y se aleja de allí, sin importarle que el agua fría lo empapara por completo en cuanto bajó las escaleras rumbo al jardín lateral.
¿Qué se supone que tenía en la cabeza esa chica para salir con semejante tormenta? Además de eso, su estado de salud no estaba en las mejores condiciones, sus defensas seguro seguían bajas.
Buscó una y mil razones para aborrecerla, y en todo el camino no dejó de maldecirla en su mente, pero en el momento en el que la vio sentada en aquella banca abrazándose a sí misma con las rodillas contra su pecho y empapada de pies a cabeza, no pudo pensar en otra cosa que sacarla de allí.
—¿Sarada? —la llamó por su nombre, pero ella no volteó a verlo.
Su cuerpo temblaba ligeramente, no supo si por el frío o por el llanto que era acallado por el ruido de la lluvia. La palidez de su rostro era preocupante y lo era todavía más su semblante abatido.
—Llamé a mi hermano. —dijo en voz baja, pero apenas pudo escucharla.
Se situó detrás de ella y se quitó la chaqueta de su saco para ponérsela sobre sus hombros delgados.
—Le pregunté por ti.
Él se tensó en ese momento, incapaz de adivinar lo que pasaba por la mente de la chica. ¿Recordó algo? ¿Intentaría escapar en cuanto tuviera oportunidad?
—Aparentemente le mencioné que te conocí y no le sorprendió que estuviéramos... juntos. —susurra desconcertada— Es obvio que te conozco, pero... no puedo terminar de confiar en ti, hay algo que me lo impide.
Kagura no hizo ningún comentario, en cambio se desplazó por su lado hasta detenerse frente a ella, impidiéndole visualizar la escultura detrás suyo. Él supo que estaría allí desde que le dijeron que no la encontraban por ninguna parte, pocos entraban al laberinto y podían recorrerlo por completo sin perderse, por eso lo evitaban.
Pero ella... corrió hacia allí buscando un lugar seguro que sólo encontró en su sitio favorito de la casa.
—No sé si deba confiar en ti. —frunce el ceño— Los pocos recuerdos que tengo apuntan a que una relación entre nosotros puede ser posible, pero...
—¿Qué debo hacer?
Ella levantó el rostro y se encontró con la profundidad de sus ojos magentas.
—¿Qué es lo que tengo que hacer para que confíes en mí?
—No lo sé. —su voz se quebró— Todo es tan confuso y mi mente se niega a recordar.
Sus ojos enrojecidos eran una clara muestra de que llevaba tiempo llorando, pero las lágrimas se camuflaban con las gotas de lluvia que caían sobre su rostro empapado.
—Debería irme a casa. —desvía la mirada al cielo oscurecido por las nubes— ¿Por qué querrías una esposa desmemoriada?
—Esa es decisión mía.
—¡Exactamente! —sacude la cabeza— No lo entiendo, cualquier otro me habría enviado con mi familia para que lidiara con el problema...
—Oh, nena, entonces nadie te ha amado como se debe. —tocó su mentón con los dedos y volvió a levantarle el rostro para que le mirase— Yo te ayudaré si me lo permites.
La azabache soltó un suspiro tembloroso y negó.
—No siento nada por ti. —dijo en un hilo de voz— ¿Cómo puedes querer que me quede si no recuerdo los sentimientos que debería tener por mi supuesto prometido?
—Lo resolveremos.
Se oía tan seguro, tan... confiado. Como si tuviera la certeza de que su futuro sería brillante.
—Treinta días.
—¿Eh? —pregunta desconcertada, mirándolo con los ojos acuosos.
—Seremos sólo tú y yo durante treinta días, sin nadie más de por medio. —propuso en un arrebato— Déjame tenerte por un mes y si no logro convencerte de quedarte conmigo, podrás regresar con tu familia o irte a donde quieras.
Sarada titubeó sin poder procesar lo que le estaba pidiendo.
—No lo sé, yo...
—Voy a cuidar bien de ti, Sarada. —extendió su mano hacia ella— Al menos dame el beneficio de la duda.
Ella se quedó sin aliento, mirando entre su rostro de facciones atractivas y la mano que le estaba ofreciendo. Algo en su interior le decía que no debía precipitarse y que no era correcto lanzarse al vacío sin pensarlo con la cabeza fría.
—Sí... —salió de su boca antes de que siquiera se diera cuenta.
Deslizó sus pequeños dedos con timidez sobre la palma abierta de él y dejó que entrelazara sus manos. Entonces tuvo una sensación casi electrizante en cuanto su piel entró en contacto con la suya. Kagura también se sintió afectado por su tacto, ambos pudieron notarlo, pero decidieron omitirlo por el momento.
—Te llevaré a la casa. —le hizo saber— No estás en condiciones para exponerte así, puedes pescar una neumonía.
Sarada reprimió un gritillo de sorpresa cuando la levantó en brazos como si pesara menos que una pluma y la facilidad con la que su cuerpo encajó con el suyo los desconcertó a ambos.
Kagura caminó por el jardín aferrándola a su pecho y se apresuró a llevarla dentro de la casa. No le importó dejar un rastro mojado en el suelo, lo único en lo que pensaba era meterla en la bañera con agua caliente.
—Puedo hacerlo yo sola. —le dijo ella mientras esperaba sentada sobre la tapa del váter al mismo tiempo que él nivelaba la temperatura de la bañera— No soy una inútil.
—¿Jamás dejas que alguien cuide de ti? —frunce el ceño— Sólo déjame hacerlo.
Ella no estaba acostumbrada a un trato tan delicado, siempre hacia las cosas por sí misma, sin depender de nadie. Así fue como sus padres la criaron, a ser autónoma, independiente.
Kagura resopla al verla cruzada de brazos y ligeramente recelosa ante su presencia. Entonces resopla mientras cierra el grifo del agua y señala la bañera con la cabeza.
—Iré a darme una ducha. —le hizo saber— Cámbiate y te espero para comer.
Ella asiente con las mejillas sonrosadas y lo observa salir del cuarto de baño en silencio. ¿Por qué de pronto se creía incapaz de discutir con él? Siempre estaba refutando órdenes, pero ahora simplemente no podía replicar.
Se metió dentro de la bañera y casi suspiró de alivio al sentir la calidez envolviendo su cuerpo. El agua estaba en la temperatura ideal, ni muy caliente, ni muy tibia. Ideal para sacarle la sensación de estar congelándose.
Se quedó cerca de media hora en la tina, casi hasta que sintió el agua demasiado fría para permanecer más tiempo. Entonces envolvió su desnudez con una toalla y se adentró al vestíbulo en busca de ropa cómoda.
Optó por una pijama afelpada en tonalidades grisáceas de dos piezas, además de sus pantuflas calentitas. Era el atuendo menos sensual que había usado en su vida, pero no le importó.
—Te queda bien. —dice Kagura con una sonrisa burlona al final de las escaleras— A veces olvido que sigues siendo una niña.
—¡No soy una niña! —replica enfurruñada, golpeándolo con su hombro al pasar— Sólo quiero estar cómoda.
—Como tú digas, pajarito. —continúa mofándose de ella— Que sepas que te ves preciosa poniendo morritos.
Ella se sonrojó ligeramente y siguió caminando hasta perderse en la amplia cocina de la casa. Kagura la siguió en silencio sin poder dejar de sonreír y pasó junto a ella para ofrecerle una de las tazas de chocolate caliente sobre la isla central.
—Le di el resto del día a Hinoko. —informa ante el silencio abrumador en la habitación— Estamos solos en casa.
—¿Qué insinúas? —estrecha la mirada— No voy a acostarme contigo, prácticamente eres un desconocido por más que afirmes ser mi prometido.
Él reprimió otra sonrisa y le dio un sorbo a su propia bebida. Entonces deslizó frente a ella un plato con raviolis.
—Come. —señala la comida— No has probado bocado desde la mañana y debes estar hambrienta.
—No puedo comer demasiados carbohidratos, la dieta...
—La dieta importa una mierda en estos momentos. —enarca ambas cejas, sujetándola por la cintura y levantándola para dejarla sobre la superficie lisa de la isla central— Puedo llevarte al nutricista mañana temprano si te apetece, pero necesito que recuperes un peso saludable.
Sarada se encontró estupefacta ante su atrevimiento, tanto que no le dio tiempo de reaccionar y ahora sólo podía ver sus largas piernas colgado en el borde del mueble. Ahora sí se sentía como una niña, en especial cuando le vio pescar un ravioli con el tenedor y ofrecérselo directamente en la boca.
—Abre, preciosa. —dice en tono autoritario— No me dejas otra opción.
—Puedo comer sola, no estoy discapacitada.
—Lo sé, pero aún voy a hacerlo yo. —insiste acercando de nuevo el cubierto a su boca.
Ella frunció el ceño, pero por alguna razón sus labios se separaron y permitió que dejara el ravioli en su boca. Era vergonzoso hasta cierto punto, pero él lo hacía ver como una acción tan sencilla y natural que al poco tiempo terminó bajando la guardia y aceptó bocado tras bocado.
Era tan cuidadoso y delicado que provocó en ella una sensación de calidez que no había sentido antes.
—¿Creciste en esta casa? —pregunta la joven con timidez.
Lo cual era sorprendente. Sarada Uchiha era cualquier cosa menos tímida.
—Sí. —contesta encogiéndose de hombros— Pero no paso mucho tiempo aquí, siempre estoy fuera por trabajo.
—Me gusta la casa. —se muerde el labio inferior— Me recuerda un poco a la mía, sólo que más silenciosa y tranquila.
Él enarca una ceja y ella suelta una risita.
—Tengo cuatro hermanos y dos primos. —explica como si fuera obvio— Y los amigos de mis padres tienen hijos que solían pasar el tiempo en mi casa, incluso algunos vivieron un tiempo allí con nosotros, te aseguro que era de todo menos un sitio tranquilo.
—¿Como una guardería?
—Exacto. —reprime otra sonrisa— Crecí rodeada de bullicio.
La lluvia seguía cayendo fuera y ambos podían observar el exterior desde el ventanal de la cocina.
—Yo creí en un absoluto silencio. —confiesa él para su sorpresa— Nadie con quien jugar, nadie con quien hablar.
—¿Y tu madre? —pregunta ella, de nuevo sin poder apaciguar su curiosidad— ¿Cómo era ella?
—Nació en Grecia. —contesta suavizando su expresión— Conoció a mi padre en un evento, ella era una de las modelos que vestían las prendas que se subastarían en beneficio de una fundación.
—¿Era modelo? —abrió la boca ligeramente asombrada— ¿Alguna vez me mostrarías una fotografía suya?
—Si te acabas todos los raviolis, me lo pensaré. —le guiña un ojo— ¿Tenemos un trato?
—Me gusta negociar. —le sigue el juego, meciendo sus piernas adelante y atrás— Si acabo todo lo que hay en el plato, ¿podemos ver una película?
—Las que quieras.
Sus mejillas se sonrojaron un poco, pero asiente, abriendo la boca una vez más para recibir el siguiente bocado hasta que no quedó ni una sola migaja.
Era... raro. Su estómago se retorcía ante la escena. Esto era algo que hacían las parejas, ¿verdad?
Su madre hacía lo mismo con su padre cuando se ponían melosos. Para cualquiera podría ser raro ver al temible Sasuke Uchiha siendo alimentado por su mujer, pero él nunca se quejaba, simplemente se dejaba mimar por su madre y en alguna ocasión lo pilló exigiendo sus atenciones.
Por su lado, Kagura observó con el ceño fruncido un pequeño hematoma en su mentón y de manera inconsciente levantó su mano para tocarlo con delicadeza.
Sarada retuvo el aliento sintiéndose estremecer ante su toque y se mantuvo en silencio hasta que él salió de su estupor.
—Sé que aún no confías en mí. —la miró a los ojos— Pero necesito que confíes en que no te haré daño.
Ella suspiró, poniendo su mano sobre la suya y ladeando su rostro aceptando la caricia sobre su mejilla.
—Gánate el derecho a entrar. —responde en voz baja— No pienses que será fácil en absoluto.
Kagura no despegó su mirada de los hipnóticos ojos oscuros. Era preciosa, incluso todavía más estando cerca, podía apreciar cada pequeño detalle de su rostro y le impresionó no encontrar el más mínimo defecto.
—Sé que no lo será. —se acercó un par de centímetros más, lo suficiente para que sus labios estuvieran a punto de rozarse— Me gustan los desafíos.
Entonces volvió a tomarla desprevenida y la levantó en voladas fuera de la cocina. Ella pegó un grito de sorpresa y se aferró a su cuello.
—¡Espera! —suelta una risa— ¿Adónde vamos?
—¿No era que querías ver una película? —enarca una de sus cejas rubias— Estamos yendo al cuarto de cine.
Sarada reprimió una sonrisa y finalmente se relajó contra su cuerpo, permitiendo que la llevara en brazos por el pasillo. Por alguna maldita razón se sentía segura con él, no entendía porqué, sólo le infundía una sensación de yacer en un lugar seguro.
(...)
En algún punto de la tarde y después de ver una segunda película, los ojos de la joven se cerraron y cayó en un sueño profundo con la cabeza recostada en su hombro.
Sabía que debía moverse, alejarse, pero la imagen de ella dormitando era fascinante. La manera en la que la expresión de su rostro yacía relajada y su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración le producía una sensación tranquilizante.
Levantó la mano para colocar un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja y delineó su mentón con la punta de su dedo en una caricia suave. ¿Quién iba a pensar que esa chica que lucía tan frágil había logrado sobrevivir a tantas atrocidades?
Era fuerte, tal vez la mujer más tenaz y valiente que había conocido en su vida. Si tan sólo no fuera la hija de su peor enemigo...
Se perdió en ella por varios minutos hasta que la sintió tiritar contra su cuerpo y un quejido salió de sus labios temblorosos. Se movió para sostenerla en brazos y descubrió que sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas que continuaban saliendo a pesar de que seguía inconsciente.
—¿Sarada? —la sacudió con suavidad sin ningún resultado.
Tocó su frente y maldijo en voz baja. Estaba ardiendo en fiebre.
—Despierta, pajarito. —enjuagó sus lágrimas con el dorso de su mano y la zarandeó un poco por los hombros.
Sin embargo, no despertó. ¿Qué se supone que debía hacer? Lo más razonable era bajar la fiebre primero, pero él no sabía una mierda al respecto y no había nadie más en casa. Entonces recordó que su madre solía poner paños húmedos en su frente. Sí, haría eso.
Volvió a tomarla en brazos y esta vez caminó rumbo a su propia habitación en la tercera planta. Nunca había traído a una mujer a su espacio, para él era un sitio privado, íntimo. Pero no lo pensó dos veces antes de acomodarla en medio de su cama y salir en busca de un cubo de agua fría y un trapo limpio.
Esto era nuevo para él, no acostumbraba tomarse tantas molestias por nadie, pero al verla... tan vulnerable, supo que no habría manera de irse a ninguna parte y dejarla en ese estado.
Estuvo cerca de dos horas sentado al borde de la cama, cambiando paños de agua fría una y otra vez, pero la temperatura no disminuía, y la joven seguía removiéndose entre sueños. ¿Estaba teniendo alguna pesadilla? Era lo más probable a juzgar por la expresión atormentada de su rostro.
Y cuando finalmente sus ojos oscuros se entreabrieron, ella lo buscó en la oscuridad de la habitación.
—¿Kagura? —susurró en un hilo de voz, tanteando el colchón en busca de su mano.
Mentiría si dijera que no dudó en entrelazar sus dedos, porque lo hizo, era consciente de que estaba cruzando una línea muy delgada entre lo que debía permitirse y lo que no. Pero al final sostuvo sus pequeña mano y se acercó para colocar su mejilla sobre su frente. La fiebre parecía no disminuir ni un poco.
—A la mierda. —gruñó sujetando el cuerpo esbelto en brazos y llevándola al cuarto de baño.
Sarada no discutió cuando le quitó la parte superior de la pijama dejándola en una camiseta de tirantes blanca y también le sacó el pantalón de un tirón. No se detuvo a mirar con morbo su cuerpo semidesnudo, simplemente volvió a tomarla y se metió con ella dentro de la bañera con agua fría.
—Vaya... creí que me invitarías a una cita antes de pasar a segunda base. —balbucea ella, su voz era débil, pero parecía estar recuperando la lucidez poco a poco— ¿Tanto querías verme desnuda?
Kagura sacudió la cabeza, reprimiendo una sonrisa. Al menos ahora estaba despierta, ya era un avance. Aún así se las arregló para recostarla de espaldas sobre su torso para así poder sujetar el trapo húmedo en su frente con la mano.
—Shizuma me advirtió que tu presencia era sinónimo de problemas, creo que no se equivocaba.
—Aún estás a tiempo de tirar la toalla. —contesta ella, ladeando el rostro para poder mirarlo— Porque esto no es nada, te lo aseguro.
Él suspiró, atrayéndola más cerca. Joder, encajaba tan bien contra su cuerpo.
—Estabas teniendo una pesadilla. —susurró cerca de su oído— ¿Sobre qué soñabas?
—No lo recuerdo. —hace una mueca de disgusto— No es la primera vez que despierto sin recordar lo que soñé.
Sarada sintió que sus mejillas se sonrojaron al recordar la posición en la que estaban. Ella sólo llevaba puesta su ropa interior y la ropa de él estaba tan empapada que podía sentir la dureza de su torso contra su espalda.
Los dos cabían perfectamente en la bañera, pero apenas tenían espacio para moverse con libertad.
—No me gusta estar cerca de ti. —confiesa la joven en tono bajo.
Kagura frunce el ceño al escucharla y afloja el agarre que mantenía alrededor de su cuerpo para sostenerla.
—No me gusta estar cerca de ti. —repite ella, girándose en el reducido espacio para poder verlo a la cara— Cuando estoy contigo me siento... frágil. Yo nunca necesité de nadie para mantenerme en una pieza y de pronto apareces tú, queriendo arreglar todo por mí y...
—Sé que no necesitas de nadie, Sarada. —toca su mejilla con suavidad— Y aún así quiero cuidar de ti.
Todo el aire que tenía se quedó atascado en sus pulmones al darse cuenta de la intensidad de su mirada y se quedó quieta frente suyo, sin moverse, con el corazón latiendo desbocado en su pecho. Y hasta ese momento él se permitió detallar su figura por completo.
Cada centímetro de su piel, cada curva, cada pequeño lunar. Maldita sea, no tenía palabras para describirla.
—¡No me mires! —exigió ella avergonzada— Cierra los ojos o algo.
Se abrazó a sí misma en un intento de cubrirse lo mejor que pudo y al ver que él no obedeció, le salpicó de agua en la cara.
—Sólo estaba echando un vistazo. —se ríe, sin una pizca de remordimiento.
—No podrás echar un vistazo más si te saco los ojos. —volvió a salpicarlo— Eres un anciano pervertido.
—¿Acabas de llamarme anciano?
La Uchiha soltó una risita suave y armoniosa que lo hizo callar para oírla mejor. No creía haberla visto más bonita nunca.
—Deja de mirarme o te juro que...
—Sí, ya, ya entendí.
Se cubrió la mitad del rostro con una mano para que la chica dejara el alboroto, pero pronto el lugar se quedó en completo silencio.
El sonido del agua al moverse a su alrededor le hizo pensar que la chica planeaba salir de la bañera, sin embargo, a los pocos segundos sintió su pequeña mano posarse en el centro de su pecho y lo siguiente que supo era que su alma salió de su cuerpo cuando sus labios entraron en contacto con los suyos.
Sarada no supo qué la alentó en ese momento para inclinarse sobre él y besarlo, pero cuando lo hizo un nuevo recuerdo apareció en su mente.
Eran ellos dos bailando en medio del tumulto de gente, sonriéndose y coqueteándose sin importar que su familia les estuviera observando. El rostro de él estaba cubierto por una máscara, pero pudo reconocer el color magenta de sus ojos y la manera tan delicada con la que le sostenía, como si temiera romperla.
Se le hizo un nudo en el estómago y al mismo tiempo una sensación de aleteó se esparció en el centro de su pecho.
Y de repente ya no estaba en esa fiesta de máscaras, regresó a la realidad donde yacía en medio de la bañera, semidesnuda y entre sus piernas, aferrándose a él como si la vida dependiera de ello.
Sus labios fregaron los suyos con sensualidad, y pronto el beso escaló a un nivel diferente, uno que la dejó sin aliento en el momento en el que se alejó.
A Sarada le tomó un par de segundos recuperarse del shock inicial por lo que hizo y después se levantó tan rápido que el agua se desbordó en el suelo. Tomó una de las toallas del estante cercano y envolvió su cuerpo con ella para luego salir corriendo del cuarto de baño como alma que lleva el diablo.
Mientras tanto, Kagura se refregó el rostro con frustración en cuanto la oyó irse.
¿Qué mierda acababa de suceder?
