Despertó más descansada que nunca y al desperezarse sobre el cómodo colchón se encontró completamente sola. Como ya esperaba.

Se colocó una bata de satén sobre el camisón de pijama y se asomó con todo el sigilo del mundo por la puerta del dormitorio.

Casi suelta una carcajada al ver a Kagura dormitando en el sillón.

Así que prefirió estar alejado de la tentación, ¿eh? ¿Tanto le había afectado?

Era un hombre, por supuesto, pero cualquiera habría tirado su autocontrol por la borda y se le hubiese lanzado encima. En cambio, él la observó terminar y prefirió encerrarse en el cuarto de baño para tomar una ducha que le despejara los pensamientos.

Se mordió el labio inferior y decidió acercarse al sofá teniendo cuidado de no hacer ruido. Entonces levantó su mano para quitar los mechones rubios de su frente y acarició las facciones masculinas con la punta de su dedo.

Era muy guapo, no tenía caso seguir ignorando ese hecho. Y tampoco podía ocultar el que le afectara de la misma manera que ella a él.

Tras unos segundos, reunió el valor que le hacía falta para inclinarse con la mano sobre su pecho y rozar sus labios con los suyos.

—Buenos días. —susurró con voz suave— ¿Dormiste cómodo?

Él abrió los ojos al sentir el ligero contacto con sus labios y le sorprendió hallarse completamente fascinado con esa acción que podía parecer insignificante, pero que no lo era en absoluto.

Sarada cada vez se movía con mayor familiaridad a su alrededor, el contacto físico era recurrente y casi natural, ya no se cohibía como antes y parecía estar tranquila en su presencia, lo que le permitía desenvolverse con más confianza.

—Buenos días. —contesta adormilado, pero absolutamente maravillado por la imagen que le ofrecía justo ahora.

Era imposible que Sarada Uchiha luciera mal, incluso recién despierta y con el cabello medio revuelto. Se veía preciosa.

—Quiero intentarlo. —soltó ella de manera inesperada— Empezar desde cero.

Él no supo qué responder a eso, pero en su pecho de pronto se expandió una sensación de calidez al oírla hablar con esa determinación.

—No me importa si recupero mis recuerdos o no. —continúa diciendo— Me interesa lo que sucede ahora en el presente.

—Pareces muy segura de tu decisión... —frunce el ceño ligeramente.

—Me pediste un mes. —asiente ella— Pero no sabré si querré quedarme contigo si no tengo la experiencia completa.

Kagura levantó la mano para colocar un mechón de cabello detrás de su oreja y se tomó unos segundos para admirar su belleza arrebatadora. Ichirōta le advirtió una y otra vez que debía mantenerse alejado de ella, pero con el pasar de los días le resultaba insoportable.

Lo peor de todo es que ella no era consciente de que estaba arruinando sus planes por completo.

—Un paso a la vez, pajarito. —sonrió por lo bajo— No quieras comerte al mundo de un bocado. Irás aprendiendo sobre la marcha.

Sarada entendió la referencia sobre lo que sucedió la noche anterior y sus mejillas se ruborizaron un poco, aún así no dejó que eso la cohibiera. Se puso de pie con las manos en sus caderas y le miró con expectación.

—¿Qué haremos hoy? —pregunta con renovado entusiasmo— Dudo que quieras quedarte conmigo a solas en la habitación.

Él sacudió la cabeza con una sonrisa irónica y tiró de su brazo para tumbarla sobre su cuerpo, permitiéndole a ella subirse a horcajadas en su regazo. Y lejos de sentirse raro ese contacto tan íntimo, ambos lo sintieron natural y reconfortante.

—Ichirōta nos invitó de paseo en su yate. —acaricia su cintura sobre la tela satinada de su bata— ¿Te molesta pasar un rato con él?

—Es tu amigo, debería intentar llevarme bien con él, ¿no? —hace un puchero— Sólo pídele que mantenga sus manos alejadas y tendremos una tregua.

—Hecho. —sonríe el rubio, sujetándola por la nuca y atrayéndola a sus labios.

Desde que volvió a probar su boca sentía la necesidad de besarla cada jodido minuto del día y por la manera en la que ella se aferró a su camiseta y le siguió el ritmo supo que también esperaba ese beso.

—Ve a cambiarte. —susurra con la respiración errática— Voy a llevarte a desayunar.

—Pido la ducha primero.

Él asiente y la deja ir con una sonrisa cómplice, pero antes de darse la vuelta para marcharse al cuarto de baño decide regresar en el último momento para dejar un beso corto en sus labios. Todo eso seguía siendo extraño para ambos, en especial para Sarada, que hasta donde recordaba nunca había estado en una relación.

Kagura la observó adentrarse al vestidor y en ese preciso momento el sonido de su móvil sonó en la mesita de centro frente a él. Su ceño se frunció al ver el nombre en la pantalla, pero aún así presionó la opción de contestar para después ponerse de pie y salir a la pequeña terraza de la suite sin dejar de ver el lugar por el que la chica se perdió.

—Te dije que no me contactaras a menos que fuera algo urgente. —frunce el ceño— ¿Qué sucede?

—Tienes a los Uchiha pisándote los talones. —dijeron del otro lado de la línea— Saben moverse por debajo del agua. Code me informó que anoche alguien se infiltró en uno de sus clubs y comenzó a hacer preguntas.

—¿En Atenas?

—Sí. —confirma— Pero ese no es el más grande de tus problemas ahora.

—Lo de los Uchiha metiendo sus narices en Grecia rastreando una huella falsa no es un problema, eso ya lo esperaba. —dice en voz baja— ¿Qué mas?

—Kawaki Uzumaki está en Lisboa, los hombres de Hassaku tuvieron un enfrentamiento con los suyos anoche, al parecer también está investigando el paradero de la chica, el encontronazo fue pura casualidad.

—No sabe con exactitud lo que debe buscar, supongo que no esperaba que estuviera acompañada. —concluye Kagura, más para sí mismo— ¿El artículo se hizo público?

—Está en todos los titulares. —continúa diciendo— Por eso ahora los tenemos respirándonos en la nuca, creo que resultó contraproducente.

Escuchó el ruido de la regadera dentro del baño y sin querer volvieron las imágenes de la noche anterior. La escena erótica de Sarada retorciéndose de placer sobre la cama se repetía una y otra vez jugándole una mala pasada. Comenzaba a nublarle la mente y no fue hasta que la voz del hombre en el teléfono lo sacó de sus pensamientos pudo retomar el hilo de la conversación.

—Cree que sigues allí con ella, será mejor que cambies de ubicación pronto. —dice con hastío— ¿Cuánto tiempo más te tomará engatusarla? Comienzo a cansarme de este juego, no es fácil cubrirte el rastro cuando andas por cualquier lado paseándote como si estuvieras de luna de miel.

—No te pedí tu opinión, Tsurushi. Esto no estaría sucediendo si cumplieras mis órdenes al pie de la letra. —frunce el ceño— No eres nadie para cuestionarme, y si tu cabeza sigue en su sitio es por el respeto que le tengo a la voluntad de mi padre al cobijarte como si fueras de la familia.

—No estoy cuestionándote, sólo digo que el romance fingido es innecesario. —replica con exasperación— Mátala y hazle llegar el cuerpo a su padre, es una bomba que no esperará nunca y nos ahorraría tiempo.

Kagura se quedó en silencio, meditando las palabras que acababa de decirle y sin poder evitarlo su mirada se desvió a la puerta del cuarto de baño donde sabía que estaba ella. Desnuda y mojada.

Joder.

—Y te tengo otra noticia estupenda... —interrumpió nuevamente sus cavilaciones mentales— Tenemos ubicado a Itachi, el tercer hijo de Sasuke Uchiha, acaba de salir de un hotel en Mónaco, parece que va de viaje. ¿Qué quieres que hagamos? Podemos capturarlo también y usarlo como un plan B...

—No hagas nada. —exclamó en tono autoritario, casi como un gruñido— Regresa a Estambul.

—Pero...

—No es una pregunta, ni una sugerencia, Tsurushi. —advirtió— Si vuelves a desacatar una orden, te mato yo mismo.

Y colgó, tirando el móvil sobre el sofá mientras se pasaba la mano por el cabello con frustración. Si llegaba a tocarle un pelo a su hermano, Sarada no se lo perdonaría nunca.

Entonces supo que estaba en graves aprietos, porque ahora sólo podía pensar en no lastimarla de ninguna jodida manera.

(...)

Una hora después de desayunar cómodamente y con las vistas impresionantes del mar mediterráneo desde el comedor del lujoso yate, Kagura se vio obligado a levantarse de la mesa para contestar una llamada.

Ninguno de los dos le prestó atención al marcharse debido a su enorme concentración en el juego sobre la mesa. Y el rubio sólo esperaba que no se mataran en su ausencia.

—Gané, de nuevo. —resopla con aburrimiento, recibiendo el As que terminó la partida— Ni siquiera me vi en la necesidad de contar cartas, eres pésimo.

—Última ronda y ya está. —frunce el ceño— ¿Cómo maldita mierda es posible?

—Puedes maldecir una y otra vez, pero ni así vas a ganarme. —se encoge de hombros— Te lo dije, soy buena en esto, mi patio de juegos era un casino.

El hombre enarca una de sus cejas.

—Nunca apuestes contra mí, yo nunca pierdo a menos que quiera hacerlo. —le aconseja con una sonrisa llena de cinismo— ¿Seguro que quieres continuar?

Ichirōta hace una mueca de disgusto, pero enseguida su expresión cambia por una burlona en cuanto capta la figura de su amigo en la proa de la embarcación. Él parecía realmente de mal humor mientras hablaba por teléfono.

—Kagura me habló sobre tu accidente. —inicia un nuevo tema de conversación— ¿Cómo lo llevas? Debe ser jodido no recordar nada.

Sarada logró percibir el interés en su mirada color zafiro y le vio inclinarse hacia el frente sobre la pequeña mesita que los separaba para no perderse ni una palabra que saliera de su boca.

—Tengo muchas lagunas mentales. —susurra frunciendo un poco el ceño— Cuando desperté ni siquiera recordaba haber conocido a Kagura.

—¿Y cómo es que confiaste tan fácil en la palabra de un desconocido? —alza ambas cejas— Yo me habría puesto en contacto con mi familia de inmediato.

—No quería preocuparlos, de haberlo sabido se habrían vuelto histéricos.

—Tienes el sentido de supervivencia en el trasero. —niega con incredulidad— ¿Y si se trataba de alguien que quisiera hacerte daño?

—Ya lo habría hecho, ¿no? —dice de manera evidente— En realidad, él ha demostrado lo contrario.

Ambos lo miraron continuar discutiendo con la otra persona en la línea e Ichirōta se aclaró la garganta.

—Decidiste darle el beneficio de la duda. —dedujo el peligris— ¿Y a qué conclusión llegaste?

—Sigo intentando descifrar lo que siento. —admite con sinceridad— Una parte de mi quiere tomarse su tiempo lejos para pensar las cosas, pero la otra quiere seguir explorando los sentimientos que comienzo a tener por él.

La mandíbula del hombre se tensó al oírla. Al parecer, Kagura no era el único que estaba perdiendo al piso y no sabía si eso empeoraba la situación.

—¿Piensas continuar con los planes de boda? —enarca una de sus cejas grises— ¿Incluso si no lo conoces bien?

—¿Estás pidiendo indirectamente ser el padrino? —frunce los labios— Porque aún no me caes tan bien para eso.

Él soltó una carcajada varonil que la hizo sonreír también.

—Eres una mujer sumamente peculiar, Sarada Uchiha. —estrecha la mirada— A veces creo que no eres consciente de todo lo que está en juego.

La pelinegra lo mira sin entender y él se aclara la garganta al darse cuenta de que casi abre la boca de más.

—Me refiero a tu futuro. —añade al instante— Aún eres muy joven, te falta mucho por vivir, pareces ser una jovencita muy ingenua.

Los ojos oscuros de la Uchiha centellearon al oír eso último y una pequeña sonrisa tiró de la esquina de su labio y de pronto el ambiente se llenó de tensión por un par de segundos hasta que el semblante de la joven se suavizó y le ofreció una sonrisa conciliadora.

—En cambio tú, pareces tener bastante experiencia en estos temas, ¿no es así? —pregunta la chica sin rodeos— ¿Tienes a alguien o estás solo por decisión propia?

La expresión del hombre cambió de un momento a otro.

—La tuve. —le mira a los ojos, era obvio que no era un tema del que le apeteciese hablar, casi prefería la incomodidad de segundos atrás— Estuvimos juntos por poco tiempo.

—¿Por qué? ¿Se dio cuenta de que eres un patán?

Él ríe por lo bajo, sintiendo de inmediato que la tensión se disipó. Aquella chica sabía como manejar una conversación incómoda.

—La verdad es que consiguió que mi mundo girara entorno a ella. —niega con una sonrisa casi imperceptible— Tanto que no me detuve hasta hacerla mi esposa.

—Nunca lo imaginé. —exclama ella de manera irónica— ¿Y dónde está ella ahora?

—Murió hace un par de años. —contesta Ichirōta casi con renuencia— Fue un matrimonio corto, pero dichoso.

Sarada heredó la curiosidad insaciable de su madre, pero también el don de la imprudencia de su padre. Ambas cualidades eran peligrosas juntas. El hombre supo que intentaba reprimir sus ganas de seguir preguntando, podía verlo en sus ojos, así que soltó un suspiro.

—Leucemia. —dijo con sencillez— La llevé a los hospitales más renombrados con los mejores médicos y ella cedió a cada tratamiento experimental que le proponía.

Por primera vez, la Uchiha se quedó en silencio, escuchando con atención.

—Hasta que me di cuenta de que estaba siendo demasiado egoísta. —sacude la cabeza— Yo me aferraba a la idea de que viviera sin pensar que ella sufría por mi incapacidad de soltarla...

Se sumió tanto en sus pensamientos que apenas reaccionó cuando la chica repartió un nuevo mazo de cartas para cada uno.

—Bueno, al menos tenemos algo en común. —dijo la pelinegra finalmente— Fuimos unos cobardes cuando alguien que sufría sólo necesitaba que estuviéramos allí en silencio aligerando su agónico final.

Ichirōta asiente sin dejar de sentirse sorprendido al mismo tiempo empatizando con su declaración.

—Me habría gustado conocer a la mujer que logró domarte. —se encoge de hombros, quitándole hierro al asunto— Debió tener una paciencia infinita.

Ichirōta sonrió con nostalgia y asiente.

—La tuvo. —afirma con la cabeza— Cuando te conocí me recordaste a ella.

—Dudo que haya sido por mi amabilidad. —enarca una de sus cejas oscuras— Me caíste mal en cuanto te sentaste en nuestra mesa.

La Uchiha se sorprendió al oír la carcajada fresca y varonil, en especial cuando la apuntó con su dedo índice.

—Justo por eso. —menciona él— Su honestidad era brutal, aunque ella no era tan mezquina como tú, debo admitir.

—¿Gracias?

—Es un cumplido, aunque no lo parezca. —menciona sin dejar de sonreír— Le caerás bien a los demás. Los tendrás en la palma de tu mano sin darte cuenta.

—¿A los demás? —frunce el ceño sin comprender— ¿De quienes estamos hablando?

—Al resto del grupo. —dice como si nada— Créeme, estarán felices de no ver a Buntan salirse con la suya.

—¿Quién es Buntan?

Ichirōta se dio cuenta muy tarde de que soltó la lengua de más e intentó camuflar su expresión con una de desinterés.

—Nadie importante. —contesta al instante— Espero que Kagura te presente a los chicos pronto. Son unos imbéciles, pero cuando los conoces resultan no ser tan malos.

Sarada siguió sin comprender a lo que estaba refiriéndose, pero supuso que no le daría más información aunque se lo pidiera. Así que fingió concentrarse en el juego sobre la mesa y le lanzó una mirada impasible antes de volver a hablar.

—Creo que puedes ser el paje. —exclamó cambiando de tema, tomándolo por sorpresa— ¿Te va bien ser el chico de las flores?

Él reprimió una nueva sonrisa.

—Ya me has ganado por completo, amor. —le guiña un ojo— Puedes pedirme lo que sea cuando quieras, mi oferta es por tiempo indefinido y sin restricciones.

—¿Qué? ¿Sólo bastaba decir que fui igual de miserable que tú en algún punto de mi vida? —enarca ambas cejas con fingida incredulidad— Te vendes por muy poco.

—Reconozco que Kagura tiene un gran problema. —se pone de pie— Lo juro, amor, si no hubiese enterrado mi corazón junto a mi difunta esposa, me habría enamorado de ti en este preciso instante.

—Eres muy viejo para mí, quince años de diferencia sobrepasan mis límites. —hace una mueca de desagrado, pero luego sonrió— Confórmate con ser mi damo de honor.

—Subí rápido de categoría. —toma su mano con delicadeza— Con suerte la próxima vez me toca ser el novio.

—No tienes tanta suerte. —pone los ojos en blanco— ¿Dónde vas? No he terminado de patearte el trasero en el póquer.

—Demasiadas derrotas en un día. —se toca el pecho fingiendo desolación— Además, no quiero ser mal tercio, disfruten el yate por mí.

Sarada echó un vistazo a Kagura y le vio enfrascado en su conversación telefónica.

—En un par de semanas viajaré a Estambul. —le hizo saber— ¿Te veré allí?

—Por supuesto, voy a redactar tus obligaciones como damo de honor. —se encoge de hombros— Y tendrás que cumplirlas todas.

¿En qué momento se dejó envolver por el encanto de esa mujer? Apenas la conocía, pero se veía incapaz de negarle algo. Sin embargo, también sabía que se lo echó a la bolsa desde que se sintió con la confianza de hablarle sobre su pérdida.

Algo que no hizo ni siquiera con Kagura. En realidad, su amigo nunca supo que estuvo casado por un corto periodo de tiempo.

—Todas y cada una de las cláusulas, amor. —guiña un ojo y se agacha para besar ambas mejillas— Vuelve cuando quieras a España, aquí eres bienvenida.

Sarada se despide con un sutil gesto de mano y le vio subirse a una pequeña lancha que lo llevaría hasta el puerto. Hasta entonces tomó su pequeño bolso y se adentró al camarote aprovechando la distracción de su prometido.

Mientras tanto, Kagura oía con atención a Shizuma, que era el encargado de ponerlo al tanto de lo que sucedía en sus territorios.

—Por cierto, ya imaginarás quién está insoportable. —menciona con fastidio— Llama todo el tiempo, quiere saber cuándo regresas.

—Dile que no es asunto suyo.

—Llevan dos semanas fuera. —le recuerda— ¿Cómo han ido las cosas con la chica?

Se giró a buscarla por instinto y su ceño se frunció al no encontrarla donde la dejó antes. ¿Acaso era obra de Ichirōta? ¿Dónde se la había llevado? Estaba a punto de echarse a andar para buscarlos por toda la superficie de la embarcación, pero entonces la vio aparecer desde el interior.

Ichirōta no estaba por ningún lado. Y su ropa tampoco.

Únicamente llevaba puesto un bikini de dos piezas color rojo que sólo le cubría lo necesario. ¿De dónde demonios sacó esos trozos de tela? No recordaba haberle comprado algo así, eso tenía que ser obra de Hinoko, ella fue la que le empacó la ropa.

Sarada caminó hacia donde estaba él con una pequeña sonrisa en su rostro, pero se detuvo a un par de metros para recostarse en la tumbona a tomar el sol. Su mirada siguió cada uno de sus movimientos, desde la manera en la que estiró sus piernas largas y torneadas hasta la ligera inclinación de su cuerpo para alcanzar el protector solar dentro de su bolso.

Esa mujer lo tenía mal, casi desvariando.

Comenzó untándose el bloqueador solar en los brazos y se tomó su tiempo en las piernas, frotándose los muslos con suaves caricias circulares, pretendiendo que no era observada cuando sabía bien que captó su atención desde que apareció.

—¿Kagura? —insiste Shizuma al teléfono— ¿Sigues ahí?

—¿Qué?

—Te pregunté cómo van las cosas con la muchacha.

Estuvo a punto de responder, pero Sarada levantó el rostro para mirarlo y le ofreció una sonrisa arrebatadora.

—¿Me pones protector en la espalda? —pregunta como si nada— Quiero un bronceado natural, no exagerado.

Se tumbó boca abajo en su sitio y tomó el nudo de su bikini entre sus dedos para desatarlo. Kagura tragó en seco.

—Al parecer sí estás de luna de miel. —se ríe su mejor amigo desde la otra línea— No necesitas decir más, oí perfectamente su situación.

—Cierra la boca.

Y colgó de mala gana, acortando la distancia que lo separaba de la pelinegra.

—¿Quién te ha puesto de mal humor? —pregunta ella con una risita, levantándose un poco para mirarlo sobre su hombro.

—Shizuma.

—¿Lo saludaste por mí?

Él frunció el ceño.

—¿Desde cuándo te cae tan bien para enviarle un saludo amistoso?

Sarada sonríe con picardía y le extiende el protector solar.

—¿Estás celoso de tu mejor amigo? —alza ambas cejas.

—Por supuesto que no.

—Ajá. —volvió a recostarse en la tumbona— Haré como que te creo.

Kagura vertió un poco de protector en su mano y titubeó un segundo antes de comenzar a untarlo en la tersa piel de su espalda. Ella respingó un poco al sentir su tacto, pero se relajó un par de segundos después.

Todo lo contrario a él, que no podía dejar de sentirse tenso, en especial en aquella zona de su cuerpo que amenazaba con despertar.

—Ichirōta se fue hace unos minutos. —le dijo ella tomándolo por sorpresa— Estamos solos en medio de la nada, ¿te das cuenta?

El yate yacía quieto en el mismo sitio desde hace rato y a lo lejos podían ver la orilla de la playa como una cosita diminuta.

—¿Lo ahuyentaste?

—Al contrario, unos minutos más y consigo que me proponga matrimonio. —dice con altivez— Soy encantadora, por si no lo sabías, era obvio que caería rendido por mí.

—¿Debo preocuparme de que me abandones?

—Sólo debes preocuparte de que me meta a nadar sin ti. —se muerde el labio inferior— ¿Vas a permitirlo?

Él sacudió la cabeza con una sonrisa en el rostro y se puso de pie con la disposición de ir a ponerse un bañador.

Tardó menos de cinco minutos en cambiarse y cuando regresó no la vio por ninguna parte. Hasta que oyó la suave risa femenina de fondo y miró por encima de la barandilla del yate.

Ahí estaba. Mirándolo con una sonrisa burlona dentro del agua cristalina para segundos después zambullirse por completo. Él volvió a negar con ironía. ¿Qué tenía esa mujer que lo hacía querer seguirla a cualquier lado?

Ese fue su pensamiento mientras se lanzaba dentro del agua fría para alcanzarla. Ella chilló sorprendida cuando apareció a su lado tomándola desprevenida y por instinto se aferró con las piernas alrededor de su cintura.

—Hola. —susurra la joven echando la cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos— Creí que tardarías más.

—No quería dejarte esperando mucho tiempo. —se encoge de hombros— ¿Te divertiste sin mí?

—Por supuesto, tuve una plática amena con un par de sirenas. —pone los ojos en blanco— Tuvieron que irse para buscar a su príncipe azul.

—Seguro te confundieron con una de las suyas. —le siguió el juego— Hasta que vieron estas dos.

Sarada sintió la suave caricia en el costado de su muslo izquierdo y se mordió el labio inferior. Entonces rodeó su cuello con sus brazos y se apegó a su pecho.

—¿Hay algún lugar al que quieras ir? —pregunta él ante su silencio, sin despegar los ojos de los suyos— Cualquier parte del mundo. Sólo dilo y lo haré realidad.

—Quiero ir a tu lugar especial. —pide ella en un murmullo— Donde sea que se encuentre.

Kagura retuvo el aliento unos segundos, apreciando cada milímetro de su rostro de facciones perfectas y entonces asiente.

—Nunca he llevado a nadie. —se aclara la garganta— Supongo que serás la primera.

—Y la única, querrás decir.

La sonrisa que le ofreció la joven bastó para que su semblante terminara de suavizarse y bajó su rostro para atrapar sus labios en un beso.

—La única. —afirma, tomando su mentón entre sus dedos.

Entonces la besó, cediendo finalmente, sabiendo que aquello sólo terminaría mal para ambos. Pero en especial para él.

—Por cierto. —susurra la pelinegra separándose ligeramente para verle a los ojos— ¿Cómo ha sido dormir en el sofá?

—No planeo hacerlo nunca más. —frunce el ceño, levantándola por la cintura para situarla en la orilla del desnivel de la cubierta— Es la última vez que te sales con la tuya.

—Lo dudo. —dice muy segura— Tengo mis métodos, suelo ser muy convincente.

Él sacude la cabeza con ironía, pero esta vez, no pudo evitar recorrer su cuerpo con la mirada. Toda ella estaba húmeda y perfecta, con sus hombros adquiriendo un bronceado sensual y las pequeñas pecas que salpicaban en sus mejillas resaltando adorablemente.

—Ichirōta me ha caído un poco mejor. —menciona llamando su atención— No es tan imbécil como creía...

Su semblante se crispó y ella de inmediato deslizó sus dedos por su antebrazo musculoso como una suave caricia. Su expresión se relajó al instante.

—¿Sabías que estuvo casado?

Kagura parpadea desconcertado y por su reacción dedujo que no tenía idea de lo que le estaba hablando.

—Ella murió hace dos años, estaba enferma. —dice en voz baja— ¿Jamás lo mencionó?

—Creí que era un imbécil que se negaba a sentar cabeza. —frunce el ceño— Nunca nos habló de una chica.

—Supongo que la mantenía oculta de su grupo de amigos. —se echa hacia atrás para mirarle— Ahora veo que eso de esconder a sus prometidas es común en su círculo íntimo.

Él jamás se esperó un reclamo como ese, fue bastante obvio que lo tomó desprevenido.

—Por cierto, ¿Quién es Buntan? —agrega con toda la intención de buscar el más mínimo titubeo en su expresión y la consiguió— A juzgar por tu reacción dudo que se trate de una simple amiga.

El rubio entreabrió los labios para decir algo, pero ninguna palabra salió de su boca. Decir que lo tomó por sorpresa es corto, porque apenas fue capaz de reaccionar antes de que ella se pusiera de pie en la cubierta y se adentrara en la cabina interior del yate sin echar una última mirada.

Lucía más molesta de lo que la había visto nunca, y no le importó que la llamara una y otra vez mientras la seguía hacia la cabina inferior del yate, ambos dejando un rastro húmedo a su paso.

—Sarada, detente. —alcanzó su brazo justo antes de que atravesara la puerta del camarote principal— ¿Qué demonios ha sido eso?

—Te hice una pregunta y no respondiste. —contesta de la misma manera— ¿Quién es Buntan?

—Estás celosa. —sonríe con incredulidad— No puedo creerlo...

Ella se suelta de su agarre de mala gana y se adentra en la habitación con la intención de encerrarse en el baño del camarote.

—Buntan es una amiga de la infancia. —explica detrás suyo— Tuvimos algo, sí.

Kagura dio un par de pasos hacia ella y volvió a tomarla del brazo para hacer que se diera la vuelta y poder tenerla de frente.

—No hubo sentimientos románticos de mi parte. —dijo con seguridad, mirándola a los ojos— Pero es alguien que sigue presente en mi vida.

Sarada frunció el ceño.

—No como piensas. —apunta de inmediato, tomando su rostro— Ella y su hermana no tienen a nadie, soy lo más cercano que tienen a una familia.

La pelinegra se removió ligeramente inquieta y Kagura intuyó que ese no era el único motivo de su enfado.

—¿Qué te dijo Ichirōta exactamente?

—Habló sobre un grupo. —se cruza de brazos— ¿Quienes son y por qué es importante si les agrado o no?

El rubio maldijo internamente al comprender por dónde iba la conversación y exhaló de manera abrupta.

—Supongo que se refería a Hassaku y Code. —resopla, levantando la mano para tocar su mejilla, pero ella se alejó en el último momento— Los cuatro nos conocemos desde que tengo uso de razón, nuestros padres eran socios y nos vimos obligados a compartir muchos momentos durante nuestras infancias.

Ella le oyó en silencio y se cruzó de brazos bajo su atenta mirada. Él sabía que no iba a ceder hasta que le diera más información.

—Hasta la fecha mantenemos esa estrecha relación de negocios. —continúa explicando— Somos amigos también.

Sarada hizo una mueca de disgusto y él frunció el ceño.

—¿Por qué estás tan molesta?

De nuevo silencio.

—Sólo dilo. —exige el rubio— ¿Cuál es tu verdadera molestia?

—¡Que me estoy enamorando de ti! —admitió finalmente, provocando que él parpadeara desconcertado— Porque empiezo a sentir cosas por ti y me doy cuenta de que no te conozco en lo más mínimo...

Al principio, pensó que no sentiría absolutamente nada cuando lograra su cometido y le sería fácil continuar. Ese era el plan desde un inicio, ¿no? Debía ganarse su confianza y enamorarla.

Entonces, ¿Por qué lo único en lo que pensaba era en tomarla en brazos y besarla después de escuchar su confesión?

—Y si voy a casarme contigo, al menos...

—Espera. —la interrumpe, dando un paso al frente— ¿Cuándo decidiste seguir adelante con los planes de boda? Hasta donde sé, todo estaba en pausa.

La Uchiha desvió la mirada con las mejillas tenuemente ruborizadas y Kagura tomó su rostro entre sus manos para obligarla a verlo.

—Responde, Sarada. —pidió, colocando uno de sus mechones de cabello oscuro y húmedo detrás de su oreja— ¿Cuándo decidiste que quieres convertirte en mi esposa?

—Esta mañana. —responde mirándolo a los ojos— Al menos antes de enterarme de que desconozco partes imprescindibles de tu vida y...

—Las conocerás, lo prometo. —aseguró él— Pero necesito que lo digas otra vez, necesito escuchar que lo tienes claro.

Acerca su rostro al suyo, tan cerca que sus alientos se entremezclaban y la cercanía de sus cuerpos era casi electrizante.

—Quiero ser tu esposa. —exclama ella finalmente, aferrándose a sus fuertes brazos para mantener el equilibrio.

—¿Vas a casarte conmigo? —susurra contra sus labios— ¿Estás segura?

—Sí.

Sus ojos oscuros lo tenían hipnotizado, seguía sin procesar lo que acababa de suceder. No pensaba en la siguiente fase de su plan, en realidad, era lo último que le interesaba en ese momento.

Sólo quería besarla. Y lo hizo, con vehemencia, intentando conseguir suficiente de ella sin éxito. Nunca tendría suficiente de Sarada Uchiha, y comenzaba a creer que estaba convirtiéndose en algo indispensable para su existencia.

En ese momento tomó la decisión más estúpida, arriesgada e irracional de su vida: haría hasta lo impensable por conservarla. Quería cada parte de ella, incluyendo su mal carácter y su humor ácido.

La sujetó por la nuca para atraerla contra su cuerpo y pronto ella sintió chocar su espalda con la pared detrás suyo. El beso subió de tono, y el primer contacto de sus pieles desnudas los estremeció a ambos.

—¿Sigues pensando igual que anoche? —pregunta ella con la voz entrecortada, separándose unos pocos milímetros.

Él toma su cara entre sus manos con delicadeza y examina cada centímetro de su rostro en busca de alguna especie de duda, pero sólo encontró determinación.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —acaricia su nariz con la suya— Aún estás a tiempo de arrepentirte.

Sarada no contestó, en cambio levantó su mano bajo la atenta mirada magenta y alcanzó el nudo superior de su bikini en la parte trasera de su cuello y lo deshizo con una lentitud tortuosa.

La prenda cayó a suelo en un ruido sordo y alzó el rostro una vez más para ver la expresión del hombre frente suyo.

Kagura se quedó quieto, completamente paralizado y sin poder evitar recorrer la silueta estilizada de la joven con la mirada. Era preciosa, cada parte de ella, cada suave curva y cada pequeño lunar mancillando su pálida piel.

Era perfecta.

—Joder, Sarada, estás matándome...

Entonces ella sonríe con complicidad y eso fue lo único que necesitó para hacer desaparecer la poca distancia entre ellos y levantarla en el aire para que pudiera rodear su cintura con sus piernas.

—Si vas a huir como anoche, este es el momento preciso para hacerlo. —dijo la chica en tono burlón— ¿Acaso tu brújula moral se rompió?

—No quiero aprovecharme de tu vulnerabilidad. —contesta, retrocediendo sobre sus pasos hasta situarse sobre la orilla de la cama con ella a horcajadas en su regazo— No es mi estilo, nena.

—Qué caballeroso. —se ríe la azabache, deslizando la punta de sus dedos por su antebrazo y deteniéndose en sus hombros musculosos— ¿Prefieres que me ponga algo de ropa encima?

Su silencio fue respuesta suficiente.

—Eso creí. —gime bajito al sentir la dureza de su erección debajo de ella, más precisamente moliéndose contra su entrepierna.

Era grande, podía sentirlo a través del bañador que llevaba puesto. Se mordió el labio inferior en un intento de acallar el suspiro que amenazó en salir de su boca cuando volvió a mecerse sobre él. La sensación era... abrumadora.

—Lo siento, yo... —jadea, sosteniéndose de sus anchos hombros para mantener el equilibrio.

—¿Se siente bien? —la toma por el mentón— ¿Te gusta lo que estás sintiendo?

Ella asiente con timidez, moviendo sus caderas una vez más, restregándose contra su dureza.

—Entonces úsame. —concedió, recostándose sobre la cama mientras le cedía el control por completo y la sujetaba por las caderas para animarla a moverse— Busca tu placer, nena.

Las mejillas de la joven se tiñeron aún más rojizas y dejó que Kagura la tomara de las manos para colocárselas sobre su torso.

—Apóyate en mí. —dijo en tono autoritario— Eso es, cariño, puedo sentir lo húmeda que estás.

Sarada suspiró de placer, balanceándose sobre él a un ritmo lento y malditamente erótico. El rubio juró que podía correrse sólo con la imagen de ella cabalgándolo de esa manera, con su cabello húmedo y desordenado, sus labios entreabiertos y los sensuales pechos bamboleándose al compás del movimiento de sus caderas.

—Kagura... —gime ella, agachándose un segundo para pasar la lengua por sus labios— ¿Puedo hacerlo sin nada de por medio? Quiero sentirte.

Casi se atraganta al oírla, pero no fue capaz de negarse porque él también necesitaba sentirla piel a piel. Así que llevó sus manos al nudo lateral de la pequeña braga del bikini y deshizo el nudo en cuestión de segundos.

La Uchiha terminó por lanzar la pieza a cualquier lugar del suelo y sus dedos impacientes atraparon el borde de su bañador. Kagura la ayudó a deshacerse de la última prenda que los separaba y sus labios se entreabrieron al ver finalmente el miembro masculino.

—Oh, Dios...

—Los halagos después, nena. —sonrió— Necesito que te muevas o voy a enloquecer.

Ninguno de los dos pudieron acallar el gemido que se les escapó luego de sentirse el uno contra el otro por primera vez. Kagura no se equivocó, estaba tan húmeda que su erección resbaló con facilidad entre sus pliegues.

—Justo así, cariño, no te detengas.

La joven se concentró en buscar la cúspide de su placer, aumentando el ritmo de sus caderas y deslizándose sobre su longitud. La sensación en su vientre bajo crecía con el pasar de los segundos, pero se volvió casi insoportable cuando Kagura subió la mano por su muslo y se detuvo en la unión entre sus piernas para estimular aquel pequeño eje de tejidos que la hizo retorcerse sobre él.

—Kagura. —gimió cada vez más alto— No puedo... yo...

—Déjalo salir. —continuó acariciando su clítoris, colocando su otra mano sobre su cadera para instarla a seguir— No te reprimas, no conmigo.

Sus piernas temblaron y una sensación indescriptible atravesó el centro de su cuerpo como una explosión. Un orgasmo demoledor que él no dejó de alimentar para alargarlo lo más posible. Y entonces sus fluidos brotaron de manera aparatosa y sólo pudo retorcerse hasta que el chorreo se detuvo.

Al terminar, la chica se derrumbó sobre su torso con la respiración errática y su rostro aperlado por una capa fina de sudor.

—Ay, maldita sea. —jadea avergonzada— Lo siento tanto, ha sido un desastre, no pensé que...

—¿Por qué estás disculpándote? —toma su rostro con suavidad— Ha sido lo más jodidamente excitante que he visto en mi vida.

Sarada podía sentirlo palpitando debajo suyo y se mordió el labio apenada.

—Tu...

—Sólo necesito una ducha fría. —contesta él, restándole importancia.

—Puedo ayudarte con eso.

—No tienes que...

La pelinegra se agachó para darle un beso corto en los labios y en ese momento deslizó una mano entre sus cuerpos para sostener su erección y guiarla a su entrada.

—Voy a ser tu esposa. —le miró a los ojos, percibiéndolo hipnotizado— Y tu familia también a partir de ahora.

—Sarada...

—Quiero oírlo viniendo de ti, Kagura. —susurra sobre sus labios— Es todo o nada.

El rubio tragó duro, sintiendo su falo empapado de sus fluidos a punto de atravesar su canal. Quería estar dentro de ella, hacerla suya por completo, era inútil pretender que no.

—Serás mi prioridad ahora y siempre. —dijo finalmente en un suspiro derrotado.

Sarada unió sus labios de una vez por todas y al mismo tiempo descendió sobre su miembro, tomándolo de una sola estocada. Era grande, pero estaba lo suficientemente lubricada para recibirlo por completo.

Se sentía llena, y cada centímetro de su piel quemaba con el roce de sus cuerpos. Entonces sus caderas tomaron vida propia y comenzó a moverse por instinto.

—Kagura...

El hombre gruñó por lo bajo, estaba jodidamente apretada, tanto que podría correrse en cualquier momento si ella continuaba con ese vaivén tortuoso. Así que levantó sus manos para deslizarlas por su espalda femenina y con un movimiento rápido la tumbó debajo suyo e invirtió las posiciones.

Estar dentro de ella era mejor de lo que pensó, ni siquiera podía encontrar una palabra que describiera lo bien que se sentía su pequeño coño alrededor de su polla. Era la puñetera sensación más increíble del universo.

—Perfecta. —estocada— Eres perfecta, maldita sea.

¿Cómo pudo vivir todo este tiempo sin tenerla?

La azabache rodeó sus caderas con sus piernas y se arqueó entre sus brazos recibiendo sus penetraciones profundas y firmes. Pronto, esa misma corriente electrizante en el centro de su vientre comenzó a esparcirse por todo su cuerpo.

Él hundió la cabeza en su cuello y aumentó el ritmo a uno despiadado, sintiéndola temblar debajo suyo y gimiendo sensualmente en su oído. Su propio orgasmo estaba cerca y no estaba seguro de tener el suficiente autocontrol para salir.

Y tuvo razón, porque cuando Sarada finalmente alcanzó el éxtasis, sus paredes vaginales lo aprisionaron deliciosamente y empujó una última vez antes de derramarse en su interior.

Ambos acallaron sus gemidos en la boca del otro y tras un par de segundos él se derrumbó en la cama, tirando de ella para recostarla sobre su torso y terminar por rodear su delgado cuerpo con sus brazos.

—Nunca había perdido el control de esta manera. —exclama el hombre, frunciendo el ceño con ligereza— Ni siquiera pensé en un preservativo.

—Antes de salir del hospital me han puesto la inyección mensual.

—No lo mencionaste.

Y ese era el otro problema. Que no estaba al tanto de si usaba algún método anticonceptivo y aún así se corrió dentro de ella sabiendo las consecuencias. ¿Tan idiotizado lo tenía que no le importaba pensar en las consecuencias? Probablemente sí.

—Solía usar la trimestral, en la compañía de ballet es obligatorio por contrato. —explica con calma— Pero la doctora insistió en colocar la mensual, al parecer es más efectiva.

Ella se removió con suavidad y dejó la mano en su pecho, a la altura de su corazón, sintiendo los latidos calmados bajo su palma.

—Además, no es como si fuera a embarazarme, ¿lo olvidas? —dice la joven con ironía sin dejar de mirar el techo del camarote— Me dejaron claro que es prácticamente imposible.

En ese preciso momento sintió una punzada.

Y de pronto, en su cabeza se reprodujo la conversación que tuvo con alguien.

«

—Uso la inyección. —reconoció su propia voz— Está en mi contrato con la compañía. Prefieren evitar ese tipo de inconvenientes a mitad de las giras.

—Bien. —contesta una voz masculina en un susurro— Una preocupación menos.

Supuso que era el hombre con el que perdió la virginidad. Pero la voz no le resultaba conocida, y no podía ver su rostro, era como si su mente se negara a recordar por completo.

—¿Preocupación? —se ríe ella— Creí que no te interesaba nada, señor me-importa-un-carajo-el-mundo.

Casi podía sentir la suavidad de la cama bajo ella, era un recuerdo demasiado vivido, pero incompleto. Todo era oscuro y borroso, sólo veía la silueta del hombre de fondo.

—¿Qué? —continúa con un tono burlón— ¿Creías que me iba a acurrucar en tu pecho en busca de mimos en la espalda y un último beso?

»

¿Así que eso era? ¿Sólo se trató de algo de una sola vez? No hubo amor de por medio, y tampoco percibía rastro de arrepentimiento en su propia voz.

Ella estuvo de acuerdo y tal vez su embarazo fue producto de esa noche.

Su memoria se resistía a volver y lo único que pudo captar con claridad hacia el final de su recuerdo fue la espalda y antebrazos repletos de tatuajes. Pero no pudo ponerle rostro a la voz de aquel hombre.

—¿Has pensado en qué quieres hacer al respecto? —la pregunta de Kagura la sacó de su ensoñación— Podemos buscar otras opiniones médicas. Sólo si eso es lo que quieres.

—No estoy segura... —contesta titubeante— No sé si quiero tener hijos alguna vez...

El rubio sonrió, acariciando su mejilla con sus nudillos y agachándose para besar la coronilla de su cabeza.

—Quiero que la decisión de ser madre o no, la tomes tú, no que te sea arrebatada. —toma su mentón para hacer que lo mire— Déjame hacerme cargo de eso.

Sarada asiente con las mejillas enrojecidas y vuelve a colocarse sobre él a horcajadas.

—Pero hay algo más que quiero pedirte. —se muerde el labio apenada— El cumpleaños de mi padre es en unos días y...

—¿Quieres hablar con él?

—No, si lo llamo me pedirá explicaciones que no quiero darle todavía. —niega con la cabeza— Sólo me gustaría enviarle un regalo.

—Ese no será problema. —coloca un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja— Pide lo que quieras, se lo haré llegar.

Y esa fue la primera vez en la que no pensó en Sasuke Uchiha como su peor enemigo, sino simplemente como el padre de su futura esposa.