El clima en Grecia durante el verano era cálido y soleado, pero se veía atenuado por la brisa, creando un ambiente agradable para disfrutar de sus playas. Kagura dijo que era la época perfecta en Atenas, y comenzaba a creerlo por la cantidad de turistas que recorrían las calles de la isla.

—¿Estás lista? —pregunta, girándose para verla desde su asiento detrás del volante— Nunca he traído a nadie a este lugar.

—Estoy lista. —sonríe, tanteando la superficie del asiento en busca de su mano— ¿Ya puedo quitarme la venda de los ojos?

Diez minutos antes de llegar, Kagura la obligó a cubrirse los ojos con la intención de sorprenderla.

—Hazlo. —accede finalmente y él mismo levanta la mano para deshacer el nudo de la bandana que cubría la mitad de su rostro.

Frente a ella apareció el portal de una lujosa villa en la cima de la isla, no podía ver una propiedad en un lugar más alto, desde ahí las vistas eran espectaculares. Algo surreal, casi etéreo.

—¿Es tuya? —pregunta con los ojos brillando de fascinación.

—Esta fue la casa en la que nací.

—Oh, tampoco en tu familia saben que existen los hospitales. —bromea ella— No te juzgo, mi madre también me tuvo en casa, papá dice que es la mujer más terca que ha conocido en su vida y se resistió a ir al hospital hasta que él regresó a casa de su viaje...

Vio que los ojos oscuros de la joven parecían farolillos de navidad al hablar de sus padres y sintió una punzada de culpa. No, no iba a ser capaz de ser el responsable de borrar ese brillo en su mirada.

—Mi madre planeó un parto en agua. —comenta con una sonrisa de medio lado— Pero me agrada tu historia, suena a que fue un nacimiento interesante.

La chica reprimió su risa y esperó a que él saliera del auto para abrirle la puerta y ayudarla a bajar. Entonces ella entrelazó sus dedos con suavidad y dejó que la guiara por el corto camino empedrado hasta la puerta principal de la casa de estilo mediterráneo, con paredes blancas y espacios abiertos.

Era una preciosidad.

Y al entrar al vestíbulo principal lo primero que vio fue una fotografía familiar enmarcada en la pared. Se trataba de una pareja atractiva y joven. El hombre tenía un porte férreo y facciones agraciadas, poseía una cabellera rubia y unos ojos magentas de mirada poderosa, era físicamente igual a Kagura.

Y la mujer a su lado era preciosa, su cabellera castaña caía con sutileza sobre sus hombros y su mirada glauca reflejaba adoración por el pequeño niño que tenía en brazos.

—Eras un bebé adorable. —dice dando un paso al frente para verle de cerca— Ellos son tus padres, ¿verdad?

Él asiente en silencio, observándola con cautela.

—Te pareces mucho a él. —susurra mirándole sobre su hombro.

—Me lo dicen seguido.

Sarada se dio cuenta de que era un tema del que no podría sacarle mucha información, así que continuó su camino a la sala de estar. Todo lucía tan... hogareño, a pesar de no ser un lugar que alguien habitara permanentemente.

—Una vez al mes vienen a darle mantenimiento a la casa. —explica Kagura al entender por dónde iban sus pensamientos— No quiero que parezca un sitio abandonado y lleno de polvo.

La Uchiha se giró para tenerlo de frente y se puso de puntillas para rodear su cuello con sus brazos en un intento de hacerle saber que estaba allí para ofrecerle el consuelo que necesitara.

—Es muy dulce de tu parte. —le sonríe, acariciando su mejilla— ¿Hace cuánto no vienes aquí?

—Unos quince años. —se sinceró— Después de la muerte de mis padres vine un par de veces, pero no había vuelto hasta el día de hoy.

La chica fingió no estar sorprendida, pero en el fondo lo estaba.

—Veníamos al menos tres veces al año. —desvió la mirada hacia el jardín trasero y observó las vistas de la casa con nostalgia— Nos gustaba pasar las vacaciones aquí.

Kagura rodea su cintura con uno de sus brazos y la atrajo hacia su pecho en busca de su calor reconfortante. No podía creer que le estuviera diciendo todo esto, en especial a ella, que era la hija del culpable de que esos momentos felices terminaran.

Pero no podía detenerse, justo era ella la que le transmitía esa calma que necesitaba para hablar de lo que años calló. Nunca pudo externar lo mucho que dolió aquella soledad.

—Debe ser duro para ti estar aquí después de tanto. —murmura ella con suavidad— ¿Por qué me trajiste si te costó tanto regresar?

—Porque me pediste que te trajera a mi sitio especial, ¿no? —suelta un suspiro— Estar aquí es como recuperar un poco de lo que perdí.

La azabache le sonrió con dulzura y frotó sus labios con los suyos por un instante.

—Podemos pasar las vacaciones futuras aquí. Sólo nosotros dos. —se encoge de hombros— No me molestaría en absoluto.

Kagura levanta el otro brazo para acariciar su mejilla con la punta de los dedos y asiente mirándola con adoración.

Ya era demasiado tarde para él. Se había enamorado rotunda y completamente de Sarada Uchiha.

—¿Me llevas a conocer el resto de la casa? —pide ella con renovado entusiasmo— Muéstrame tus escondites secretos.

Él reprimió otra sonrisa y no perdió detalle de lo preciosa que se veía caminando un par de pasos delante suyo sin soltar su mano ni un segundo. La luz rosácea del atardecer teñía su silueta esbelta y le daba un aspecto irreal, como una pequeña criatura de otro mundo.

—Tal vez en otro momento, cariño. —interrumpió su paso— Esta noche saldremos a cenar, quiero que conozcas a unas personas.

—¿Quiénes? —frunce el ceño, pero no pudo ocultar la curiosidad brillando en sus ojos.

—Te presentaré a Code y Hassaku. —le guiña un ojo— ¿No era que querías conocer mi grupo de amigos?

Ella abrió y cerró la boca sin saber qué decir.

—La visita a Atenas fue con doble propósito. —le hizo saber— Code vive aquí y Hassaku está en la ciudad para una reunión con él. Quiero presentarte a ambos como mi prometida.

Entonces se agachó para dejar un beso corto en sus labios y la guió hacia la segunda planta de la casa.

—Esta era mi habitación. —señala la puerta y la abre para que pueda echar un vistazo— Tu equipaje ya está dentro, cámbiate y te veo en el vestíbulo a las ocho.

—¿A las ocho? —chilla escandalizada y lo golpea en el hombro— ¡Es muy poco tiempo! Debiste advertirme que teníamos una cena importante esta noche.

—Cualquier cosa que te pongas se te verá bien. —rodea su cintura con su brazo y la atrae hacia él para besarla de nuevo, esta vez con más ganas— Y ahora voy a irme de aquí y esperarte abajo, si me quedo un segundo más te quitaré la ropa y los dejaremos plantados.

Sarada le hace mala cara, pero no puede sostenerla por mucho tiempo y terminó por sonreír para después empujarlo a la salida de la habitación.

Cinco minutos antes de que se cumpliera la hora, Kagura la vio bajar por las escaleras luciendo más deslumbrante que nunca. Llevaba puesto un vestido largo color rojo que resaltaba en su piel pálida, tenía un escote profundo que dejaba entrever el valle de sus pechos y unos tirantes finos que permitían ver el tenue bronceado de sus hombros delgados.

—¿Qué? —pregunta ella ante su silencio— ¿He exagerado?

Su cabellera oscura caía en suaves ondas sobre su espalda desnuda y una sonrisa tímida tiró de la esquina de sus labios color carmín.

—Joder. —maldijo en voz baja— ¿Y ahora cómo haré para quitarte la mirada de encima toda la noche?

La Uchiha caminó hacia él con pasos lentos y levantó los brazos para rodear su cuello.

—Más te vale que sea así. —estrecha la mirada— No me gusta compartir.

—Jamás tendrás que hacerlo. —contesta sin dejar de mirarla a los ojos— Estás hermosa, por cierto.

Ella le mira con ojos brillantes cuando inclina su rostro para dejar un beso en la palma de su mano y entrelaza sus dedos para guiarla fuera de la casa.

—¿Cuál es el plan de esta noche? —pregunta una vez que estuvieron solos en el auto— ¿Será una cena amistosa? ¿O debo prepararme para un bombardeo de preguntas?

—Relájate, cariño. —coloca su mano sobre su muslo sin despegar la mirada del camino y sonríe de medio lado— Vas a agradarles.

—¿Y si no les caigo bien?

—Tendrán que aceptarte. —la mira de reojo con una sonrisa— Porque no tienen otra opción.

La joven reprimió una sonrisa y se acomodó en el asiento de manera que pudo ver su perfil masculino todo el camino. El ambiente dentro del auto era cómodo, casi reconfortante.

—¿Alguna vez fijamos una fecha de boda? —pregunta ella mordiéndose el labio inferior— ¿Alguna locación para la ceremonia?

Él negó.

—¿Quieres fijar una fecha? —vuelve a mirarla de soslayo— ¿O tienes alguna idea del sitio en el que te gustaría que fuera?

—Me gusta la casa en Estambul, podría ser en el jardín. —propone con cautela— Sí, creo que puedo imaginarnos casándonos con el Bósforo de fondo y Hortensias azules por todas partes.

Kagura sonríe y su mano se mueve en caricias suaves sobre su rodilla. Joder, nunca pensó que estaría tan impaciente por hacerla su esposa, ni en sus sueños más locos.

—¿En cuánto tiempo te parece bien? —pregunta al detener el auto frente a la entrada del edificio.

La azabache se lo piensa por unos segundos en silencio y Kagura aguardó con paciencia, sin importarle que un empleado del ballet parking ya estuviera esperándolos cerca de la acera para abrirles la puerta.

—¿Tres semanas parece muy precipitado? —se muerde el labio con nerviosismo— No querrás darme más tiempo para pensar, puede que me arrepienta y decida dejarte.

El rubio sonríe.

—Conozco a una planeadora de eventos que puede hacerlo posible. —dice él, inclinándose sobre su cuerpo para desabrochar el cinturón de seguridad de ella— Cumplirá todos tus caprichos, por más excéntricos que sean, sólo tienes que hacer una lista.

Los ojos de la chica se iluminaron como fuegos artificiales.

—¿Lo que yo quiera?

—Jamás te pondría límites, pajarito.

Sarada lo acercó por el cuello de la camisa y lo besó con entusiasmo. Nunca tuvo una vida normal, ni pensamientos acorde a su edad, sin embargo había algo que siempre anheló: una boda como la de sus padres.

Cuando era niña le gustaba ver los álbumes de fotografías sobre ese día y que su madre atesoraba en la mesita de noche de su habitación. Su padre no solía ser expresivo, pero en cada imagen captada tenía una mirada brillante cuando estaba cerca de su en ese entonces recién esposa.

Y su mamá... ella lucía tan feliz y enamorada.

Sarada jamás lo aceptaría en voz alta, pero en el fondo había ocasiones en las que quería algo así también.

—¿Estarías dispuesto a pedirle mi mano a mi padre? —le mira a los ojos— Y a mis cuatro hermanos, por supuesto.

Kagura colocó un mechón de cabello detrás de su oreja y afirmó con la cabeza.

—¿Cuándo te apetece viajar a Italia?

Ella sonríe complacida.

—Hasta después de la luna de miel. —responde con una risa suave— Así ya no tienen oportunidad de oponerse o cometer una estupidez como encerrarme en una torre bajo mil candados.

—¿No quieres que tus padres asistan a la boda? —enarca una ceja rubia— Creí que querrías a tu familia presente.

—Quiero que estén allí. —asiente con seguridad— Pero les enviaré la invitación con horas de antelación.

Él no estaba entendiendo.

—¿De verdad crees que nos darán su bendición así de fácil? —pone los ojos en blanco— No lo harán, menos si saben sobre el accidente y la amnesia.

—Creerán que me estoy aprovechando de ti. —concluye él— Y no los culparía.

—Así que... —se encoge de hombros— Es mejor no darles mucho tiempo para procesarlo.

—¿Estás dispuesta a ocultárselo a tu familia hasta el último momento?

—Depende.

—¿Depende de qué?

—¿Aún quieres una esposa mínimamente hogareña? —pregunta con seriedad— Porque no pienso esperarte en casa con una cena hecha por mí, soy pésima en los artes culinarios.

Kagura suelta una carcajada varonil y vuelve a tomar su rostro para besarla.

—Oh, y tampoco pienso abandonar el ballet. —advierte apuntándolo con el dedo— Tendremos que organizar nuestros itinerarios...

—Lo arreglaremos. Así tenga que viajar todos los días. —sacude la cabeza— Lo que sea, siempre y cuando esperes por mí todas las noches y vayamos a la cama juntos.

—Entonces ya está. —suaviza la mirada— Nos casamos en tres semanas.

(...)

Su mirada zafiro recorrió el salón de eventos con un aburrimiento casi abrumador y terminó de vaciar su copa de champán con un último trago.

—Si continuas así, terminarás ebria antes del discurso de Ryōgi. —la codea Namida con reprobación— Nunca has sido buena bebedora.

Himawari le ignora, volviendo a echar un vistazo a la galería de arte con cautela en busca de alguien en especifico, pero soltó un suspiro al no verlo por ningún lado.

—Shinki no está aquí. —dijo la castaña finalmente— Si me hubieras puesto atención hace diez minutos habrías escuchado cuando te dije que él y Boruto están en una reunión privada en alguna parte del edificio.

—No lo estaba buscando a él. —se hace la tonta— Pero ahora que lo mencionas, ya me parecía raro que no estuviera por aquí, después de todo esta galería de artes le pertenece.

Ambas sabían que era una excusa patética, pero Namida prefirió no decir nada más al respecto.

Por otro lado, la Uzumaki empezaba a cansarse de intentar arreglar algo que nunca tuvo un comienzo. Cuando se hallaban en la misma habitación sus miradas se buscaban mutuamente y justo cuando creía que el momento de hablar llegaría de manera inevitable, él decidía poner tierra de por medio.

¿La quería o no? Todo era tan fácil como eso. Ella tenía sus sentimientos claros desde hace meses, pero al parecer eso no era suficiente.

Tomó otra copa de champán de un mesero que justo pasaba por su lado en ese momento y al igual que la otra terminó vacía en cuestión de segundos.

—Iré por algo más fuerte que esto. —le avisa a su prima— ¿Por qué no buscas a Kaede?

—Contrólate, por favor. —pidió la castaña en un tono de súplica— No bebas más de lo que puedes soportar.

—Estaré bien, no soy una niña. —pone los ojos en blanco— Te comportas como una anciana y eres menor que yo.

—Sólo me preocupo...

—Pues no lo hagas y comienza a ocuparte de tu vida, Namida. —hace una mueca de disgusto— Disfruta de tu juventud, no puedes vivir a través de los demás todo el tiempo.

La castaña retrocedió al oír las palabras duras de su prima, pero se tragó el nudo que apareció en su garganta y simplemente se dio la vuelta para irse.

Himawari se arrepintió de inmediato e intentó ir tras ella, pero Namida se perdió entre el tumulto de gente alrededor del escenario donde Ryōgi dio el inicio para la subasta benéfica de piezas artísticas.

—Soy una tonta. —se lamentó al instante y echó a andar hacia a la barra en una esquina del salón.

El barman dejó en cuestión de pocos minutos el whisky doble que le pidió y pronto se halló bebiéndoselo de sopetón.

—¿Cuál es la prisa? —preguntó alguien a su lado— ¿Quieres que la noche termine rápido para ti?

Al girar se encontró con unos ojos verdes, pero no eran precisamente la tonalidad de verde que esperaba ver. Shikadai pidió al hombre detrás de la barra un trago igual y acortó la poca distancia que aún los separaba.

—Le dije cosas horribles a Namida. —sacudió la cabeza con pesadez— Soy de lo peor.

—Namida es la chica más dulce que conozco. —asiente estando de acuerdo— ¿Hizo algo para merecer tus palabras?

—No. —frunce el ceño— Supongo que desquité mi frustración con la persona incorrecta.

El Nara sonrió ligeramente.

—¿Y qué es lo que te tiene así?

—Todo. —suelta un suspiro— Últimamente todo es un lío.

—Supongo que hablas de la relación fracturada de tus hermanos. —concluye él— Sí, debe ser una molestia. Al menos lo es para todos, complica los negocios y las reuniones familiares.

—No me interesan los negocios, me importan mis hermanos. —frunce el ceño— Adoro a Sarada, pero creo que ya es hora de que aparezca y arregle su desastre.

—Ella no es la única culpable, por si no lo has notado. —se encoge de hombros— ¿Se te olvida que Kawaki tiene gran parte de culpa aquí?

La ojiazul suelta un suspiro y le da un gran sorbo a su trago.

—Lo sé, es un idiota. —dice haciendo una mueca de disgusto— Se dio cuenta de que la ama demasiado tarde.

—No sabemos si es tarde aún...

—Va a casarse. —pone mala cara— Y aunque me cueste admitirlo, creo que sería lo mejor. Sumire es una buena chica.

Hubo un silencio que duró pocos segundos en los que ambos se concentraron en el discurso de Ryōgi al fondo del salón y las personas aplaudieron cuando la subasta dio inicio.

—Como sea. —resopla ella finalmente— ¿Qué haces todavía aquí perdiendo el tiempo conmigo? ¿No deberías estar ligándote a una rubia de piernas largas?

El Nara frunció el ceño un poco y se giró para mirarla de frente.

—Jamás he considerado que estar contigo es una pérdida de tiempo.

La Uzumaki puso los ojos en blanco y sonrió con incredulidad. Entonces Shikadai tocó la piel desnuda de su hombro y sintió un escalofrío.

¿Por qué? ¿No se suponía que era tema superado? Sí, lo era, ya no sentía esa llama abrazadora que le recorría el cuerpo al mínimo contacto, pero aún había una pequeña chispa de atracción física.

—Siento que las cosas terminaran mal entre nosotros. —dijo mirándola a los ojos— Lo que dije aquella vez fue en serio, no quería lastimarte.

—Pero lo hiciste.

—Y te pido perdón por eso. —dio un paso más cerca de ella— No me diste tiempo de pedirte una disculpa apropiada.

—Ya no importa...

A Shikadai no le gustaba complicarse la existencia con idilios amorosos. Él también se sentía frustrado y resignado completamente a no encontrar a la misteriosa chica de aquella noche en la mascarada.

Le buscó por todas partes al terminar el evento, revisó las listas de invitados, pero no dio con ella. Ni siquiera sabía su maldito nombre.

Buscarla era como hallar una aguja en un pajar, y tras meses de búsqueda exhaustiva llegó a la conclusión de que había sido cosa de una sola vez. Una aventura fugaz que no volvería a repetirse. Sólo le quedaba continuar con su vida.

Tuvo a muchas mujeres en su cama los últimos meses, pero ninguna fue capa de igualar la conexión que sintió con esa mujer. La única que alguna vez le hizo sentir mínimamente algo parecido era esa chica que tenía en frente justo ahora.

La atracción que sentía por Himawari seguía ahí. Por Dios, no era ciego, esa noche irradiaba sensualidad. Y no supo si era la frustración acumulada, pero ambos percibieron que la tensión aumentó por la cercanía de sus cuerpos.

—Creo que... necesito ir al tocador. —susurra la joven mirando sus labios masculinos y regresando a sus ojos verdes tras salir del trance— Siento que estoy sofocándome con tanta gente aquí.

—¿Te sientes bien? —pregunta él con la voz enronquecida— ¿Quieres que te acompañe?

—Sólo tomará un segundo. —responde la ojiazul negando sutilmente y comenzando a alejarse.

Se mezcló entre las personas cerca de la salida y logró llegar a los sanitarios más lejanos esperando que estuviera vacío. La suerte la favoreció y cuando vio su reflejo en el espejo empotrado en la pared se dio cuenta de lo ruborizada que estaba.

Odiaba tener que darle la razón a los demás, pero en esta ocasión estuvo de acuerdo con Namida. No debió beber esta noche, en especial sabiendo que los únicos dos hombres que le atrajeron sexualmente alguna vez estaban bajo el mismo techo y ahora sentía la necesidad de buscar alivio.

Por Dios, se sentía caliente. ¿Hace cuanto que no echaba un polvo? ¿Medio año? Sí, la última vez fue estando en Aspen con Shikadai antes de que todo se fuera al carajo.

Se maldijo internamente al recordar aquello. No debía estar pensando en él. Sus sentimientos estaban claros ahora, ¿Por qué buscaba complicarse?

No obstante, la pequeña vocecita en su mente le recordó su situación actual: Shinki no le daba ni la hora. No le había dirigido la palabra desde la mascarada y la evitaba en cada oportunidad.

Sí, estaba enamorada... pero también tenía necesidades.

¿Era momento de dejarlo ir? ¿Debía recoger el poco orgullo que le quedaba y mandar todo a la mierda?

Caminó en círculos con desespero y se tomó unos segundos para meditar sus opciones. Entonces llegó a una conclusión: se dejaría llevar. Tomó el picaporte con determinación y al abrir la puerta se encontró cara a cara con Shikadai.

Al parecer él también pensó en lo mismo. Y lo siguiente que Himawari supo es que se encontraba acorralada contra la pared con los labios sobre los suyos y sus manos tocándose con desespero.

Las manos masculinas la sujetaron por los muslos y la levantaron lo suficiente para acomodarla sobre la superficie de los lavamanos con las piernas abiertas. Ella gimió contra su boca al sentir la dureza de su erección restregándose sobre su ropa interior y se abrió más para él.

Sus cuerpos se reconocían, no había necesidad de exploración, ni tampoco tenían el tiempo suficiente. Por eso mientras ella desabrochaba la bragueta de su pantalón con habilidad, él se encargó de bajar los tirantes de su vestido para ver los jugosos pechos desnudos.

—Oh, joder... —jadea ella al sentir sus dedos escabulléndose en su entrepierna y deslizar sus bragas a un lado.

—Si quieres que pare, dímelo ahora. —susurra el Nara en su oído a lo que ella niega.

—Como si no lo hubiéramos hecho ya miles de veces.

Él sonrió de medio lado y se hundió en ella, gozando la calidez de su interior mientras gruñía con satisfacción.

Himawari echó la cabeza atrás con un gemido alto y recibió cada una de sus embestidas salvajes esperando que nadie estuviera lo suficientemente cerca para oír lo que estaba pasando allí dentro.

Shikadai aumentó el ritmo de sus estocadas y su boca se prendió de sus pechos con sensualidad. Ambos podían ver su reflejo en el espejo y lo que veían era tan excitante que en poco tiempo se sintieron cerca del final. El orgasmo de ella llegó primero.

—Sigo tomando la píldora. —informa la ojiazul con la respiración agitada y empujando sus caderas a su encuentro— Estamos a salvo.

Él roza sus labios contra los suyos y con una última estocada se derramó en su interior.

Fue un polvo rápido y placentero momentáneamente, porque en cuanto la realidad le pegó de golpe la chica quería que la tierra se la tragase y la escupiera en el sitio más recóndito del mundo.

¿En qué demonios estaba pensando para recaer de esa manera? Lo suyo ya era tema superado. En esos momentos cayó en cuenta de que no sintió absolutamente nada más que alivio sexual. Algo que ya no le resultaba suficiente.

Ya no estaba enamorada de Shikadai, al menos ese pequeño desliz sirvió para confirmárselo. Pero ahora...

—Creo que iré a buscar a Namida. —dijo apresurándose a salir de los sanitarios mientras se acomodaba la falda del vestido con las manos siendo seguida por él— Debo pedirle una disculpa por...

La frase se quedó a medias al percibir la presencia de alguien más a un par de metros cerca de las escaleras y el alma se le cayó al suelo al encontrarse con los ojos verdes que anheló ver al principio de la noche y que en ese momento era la última persona que querría ver allí.

Su mirada dura se sintió como un golpe seco en la boca del estomago. ¿Por qué de todas las personas en aquel evento tenía que ser precisamente él?

Y por la mueca de Shikadai supo que pensaba exactamente lo mismo. Les pilló saliendo del baño más alejado del pasillo mientras terminaban de arreglarse la ropa. Era inútil negar lo evidente.

—Tienes un minuto para salir de aquí antes de que Boruto aparezca. —dijo en voz alta en dirección a su primo— Ahórrate un problema.

Shikadai asiente sin más y se aleja después de dedicarle una última mirada a la joven que palideció en cuanto se halló a solas con el castaño.

Sintió una opresión en el pecho que se volvía más asfixiante con el pasar de los segundos que parecían eternos. Hasta que finalmente él decidió seguir su camino sin decir ni una palabra.

Himawari abrió la boca para decir algo en ese momento, pero no sabía cómo empezar. No debería sentirse culpable en absoluto porque no existía nada entre ellos, no le debía explicaciones y aún así sentía que acababa de traicionarlo.

—Shinki... —lo llamó en un hilo de voz y él se detuvo al pasar por su lado sin siquiera mirarla— Lo que pasó...

—Guárdate tus explicaciones. —responde con ironía— No me debes nada, para variar.

—Aún así. —insiste, levantando la mano para tomar la manga de su traje— Me has ignorado durante meses...

El castaño suelta una risa sarcástica.

—¿Qué te causa gracia? —pregunta frunciendo el ceño— Esta noche finalmente había decidido renunciar a lo que siento por ti y lo que ha sucedido allí dentro era el primer paso para seguir con mi vida.

—Sólo pensaba que durante meses te has llenado la boca juzgando las decisiones de Sarada y has hecho exactamente lo mismo. —se zafa de su agarre y mete las manos dentro del bolsillo de su pantalón— Al menos ella fue clara con Boruto al decirle que estaba enamorada de alguien más. Erró al ocultarle que ese alguien era su hermano, pero después de enredarse con Kawaki no volvió a darle esperanzas a él.

Los ojos de la Uzumaki se llenaron de lágrimas al escucharle y retrocedió un par de pasos como si acabaran de abofetearla.

—Tú has saltado de Shikadai a mí en una noche y a él de nuevo en cuanto tuviste oportunidad. —se encoge de hombros— ¿Ahora ves por qué no debes escupir al cielo? Te puede caer en la cara, muñequita.

Himawari sintió sus labios temblar y los ojos picarle por aguantarse el llanto. No fue capaz de decir nada más, simplemente le observó irse por el pasillo y mezclarse entre el grupo de personas en la entrada del salón de la galería.

—¿Hima? —escucha a sus espaldas— ¿Estás bien?

Boruto caminó hacia ella con el ceño fruncido y se apresuró a tomar su mentón con delicadeza para inspeccionar su rostro para asegurarse de que estaba bien.

—Sí, es sólo... —balbucea con la voz quebradiza— He tenido una pelea con Namida.

—Tendrán tiempo para arreglarse en el avión. —dice con seriedad— Estamos volando en media hora rumbo a Palermo.

—¿Por qué? —frunce el ceño— ¿Está todo bien? Creí que nos íbamos pasado mañana.

—Llamó Kawaki. —su gesto se endureció— Convocó una reunión de emergencia en la villa de los Uchiha.

—¿Y desde cuándo atiendes una llamada de Kawaki? —pregunta sorprendida— Daemon ha sido su intermediario.

—Se trata de Sarada. —se aclara la garganta— Tiene la sospecha de que algo malo está sucediendo.

—Creí que no hablábamos de ella. —enarca una ceja— ¿No estabas molesto de todos modos? Has evitado mencionar su nombre siquiera.

—Que esté molesto no significa que no me importe su bienestar. —responde en un tono mordaz— Sigue siendo mi mejor amiga.

Himawari afirma con la cabeza e intentó recomponer su expresión.

—Iré a buscar a las chicas para avisarles que partiremos dentro de poco. —le da un suave apretón a su mano— Ya verás que todo está bien. Es Sarada, no necesita la protección de nadie.

Aún así, la expresión de Boruto no se relajó ni un milímetro y su hermana supo que el tema era más serio de lo que parecía.

(...)

El restaurante tenía una iluminación tenue y una decoración ambientada en la época dorada del nacimiento del jazz en Nueva Orleans. La sala estaba casi en penumbras con pequeñas lámparas en el centro de cada mesa que iluminaban tenuemente el espacio.

Las paredes oscuras yacían repletas de fotografías enmarcadas de los mayores exponentes de la música en los años de la prohibición. Y mientras los comensales disfrutaban la velada, un saxofonista interpretaba una pieza de jazz en un escenario ubicado en la esquina del lugar.

A su madre le habría encantado.

—Por allá. —susurra Kagura cerca de su oído, deslizando su mano por su espalda baja para animarla a caminar al fondo de la habitación— Ya nos esperan, pajarito.

La mirada oscura de ella recorrió el sitio en la dirección señalada y vio a dos hombres jóvenes sentados alrededor de una mesa en una sección más privada del restaurante.

Lo primero que vio fueron unos ojos verdes clavándose fijamente sobre su persona y que no la perdieron de vista hasta que se detuvieron cerca de la mesa. Ahí pudo detallar con detenimiento sus rasgos afilados y atractivos, algunos mechones de su cabellera castaña rojiza le caían sobre la frente con gracia y su vestimenta completamente oscura estaba conformada por una camisa de vestir arremangada a los codos y un pantalón del mismo color que le hacían lucir imponente.

Por otro lado, el segundo hombre se veía más relajado. Este poseía una mirada ambarina clara, labios prominentes, tez bronceada, pero lo más llamativo de su aspecto era su pelo afro castaño. Llevaba puesta una camisa con los primeros botones abiertos que dejaban expuesto parte de su musculoso pecho varonil.

Ambos eran evidentemente mayores que ella.

—Kagura. —habló el primero— No nos dijiste que venías acompañado.

—Muy bien acompañado, querrás decir. —añade el moreno— ¿Quién es la bella señorita?

La joven miró directamente a los ojos verdes del pelirrojo y elevó el mentón.

—Sarada Uchiha. —se presentó a si misma— Me gustaría decir que es un gusto, pero al parecer mi presencia no es bien recibida.

Kagura retiró la silla para que pudiera tomar asiento y ella lo hizo sin vacilar, exudaba seguridad. Eso llamó la atención de ambos hombres.

—No es eso... —se apresura a decir el de ojos ámbar— Es sólo que no estamos acostumbrados a tener chicas es nuestras reuniones.

—Él es Hassaku Onomichi. —habla Kagura por primera vez desde el encuentro— Ha sido el que nos ha prestado su avioneta.

—¿La que casi estrello en medio del mar? —enarca una ceja— Déjame que le recuerde que no vuelva a confiártela.

—¿De qué está hablando? —parpadea confundido— ¿Casi estrellas mi avioneta?

—Me cedió el mando sabiendo que era principiante. —se mofa con fingida incredulidad— ¿Puedes creerlo?

Hassaku apenas puede creer lo que está oyendo. Kagura solía reservar sus ratos en el cielo para sí mismo, nunca llevaba a nadie, y que además le cediera el control era... confuso.

—No iba a dejar que nos estrelláramos. —pone los ojos en blanco— ¿Por quién me tomas?

Sarada estuvo a punto de responder con su habitual sarcasmo, pero escuchó el sonido de una garganta aclarándose para llamar la atención.

—¿Y cuál es tu función en esta reunión? —pregunta el de ojos verdes— No deberías estar aquí.

La chica frunce el ceño y Kagura supo que debía intervenir antes de que la situación se volviera más tensa.

—Relájate, Code. —exclamó en tono de advertencia y el otro retrocedió unos centímetros en su asiento— Les pedí que vinieran porque quería presentarles a mi prometida.

Ninguno de los dos hombres creyó estar entendiendo a pesar de lo clara que fue su declaración.

—Nos vamos a casar en tres semanas. —dijo mirando a los ojos de cada uno— Sarada está aquí porque voy a convertirla en mi esposa.

—¿Estás bromeando? —el ojiverde frunce el ceño— ¿Acaso perdiste la cabeza?

—No es como que tu opinión me interese en absoluto. —interviene Sarada encogiéndose de hombros— Si lo apruebas o no me da igual.

Hassaku enarca una de sus cejas y se inclina hacia adelante para verle mejor.

—Es una decisión muy precipitada. —comenta mirando a su amigo— ¿Hay algún motivo oculto?

—Sarada sufrió un accidente hace un mes. —les mira con seriedad a ambos— No tiene muchos recuerdos de lo que sucedió en el último medio año, así que no quiero que la abrumen con preguntas.

Aquella explicación pareció ser más que suficiente para que los dos hombres comprendieran la situación.

—Entonces... —la observa Code con cautela— ¿Tu familia está de acuerdo en que contraigas nupcias con un hombre que no recuerdas haber conocido?

—No lo saben. —contesta ella al instante con determinación— Pero tampoco es su decisión. Es la mía.

—¿Y estás segura? —pregunta Hassaku dubitativo— No creo que estén muy contentos cuando lo sepan.

—No estoy pidiendo permiso. —se mantiene impasible— ¿Tu pides permiso a tu familia para acostarte con alguien?

Code estrecha la mirada y finalmente suelta un suspiro. No tenía ni puta idea de lo que Kagura tenía entre manos, se suponía que esa chica era su prisionera y ahora la presentaba como su prometida. ¿Acaso el mundo estaba al revés? El plan inicial era deshacerse de los Uchiha, no emparentar con ellos.

—¿Esto es una cena de celebración? —sonríe el de afro— ¿Tendremos una hermana?

La pelinegra enarca una de sus cejas oscuras.

—No creí que fueran tan unidos. —exclama con desconcierto— Ichirōta sólo mencionó un grupo de amigos.

—¿Ya conociste a ese bastardo? —se ríe Hassaku— ¿Intentó conquistarte?

—Por poco me la roba, sí. —comenta Kagura a modo de broma— Hicimos una parada en Ibiza antes de venir.

—¿Están quedándose en un hotel? —interviene Code esta vez en la conversación.

—Nos alojamos en la villa de mi familia. —responde el rubio para sorpresa de ambos.

Sarada sonrió sutilmente mirando su perfil varonil y ninguno de esos pequeños detalles pasaron desapercibidos para Code, que resultó ser el más observador.

—Cuéntanos sobre ti. —pide el ojiverde con suspicacia.

—Soy bailarina del Royal Ballet de Londres. —contesta con simplicidad— Tengo poco más de dos años viviendo allí de manera permanente.

—Creí que vivías en Italia. —une sus manos sobre la mesa— Pero es verdad, ya me parecía peculiar tu acento británico.

—Estudié en Oxford cuando era niña, por eso el acento es más marcado. —comenta con paciencia, recibiendo una copa de vino— Pero puedo decírtelo en tu idioma si lo prefieres.

Y después de eso, continuó relatando su historia académica en Moscú en un griego perfecto.

—¿También hablas ruso? —cuestiona el castaño con curiosidad notoria.

—Por supuesto, es mi lengua materna. —cambia rápidamente a un portugués fluido— ¿Qué? ¿Creías que sólo era una cara bonita?

El moreno le ofreció una sonrisa radiante y le guiña un ojo con galantería.

—Me gusta la chica. —dice girándose hacia Kagura— ¿Podemos conservarla?

—Es la idea. —murmura el rubio rozando con suavidad la piel desnuda de su hombro— Quiero conservarla.

—Tú no decides conservarme. —expresa Sarada con puntualidad— Yo decido quedarme.

Los ojos magentas del rubio brillaron al verla y asiente con sutileza.

—Lo sé. —susurra sin dejar de verla— Pero me gusta pensar que no me tienes en la palma de tu mano.

—Demasiado tarde para eso. —susurra sobre sus labios— Ya te tengo.

Ella se inclina sólo unos pocos centímetros y deja un pequeño beso en la comisura de su boca mientras le sonríe con complicidad.

—Sí, me tienes.

Entonces desliza su mano sobre su muslo por debajo de la mesa y la deja allí, disfrutando de la calidez que desprendían sus cuerpos al estar cerca. Y durante las siguientes dos horas se trató de Hassaku haciéndole preguntas sobre su vida cotidiana y Code escuchando con atención cada una de sus respuestas. Kagura supo que sería así, por ello hizo el intento de apaciguar las aguas e intervenir cuando se requería.

La conversación abarcó temas muy diversos. Por ejemplo, Sarada descubrió que Code tenía múltiples galerías de arte en el país y algunas fuera de Grecia, y aunque parecía muy serio, percibió la estima que le tenía a Kagura. Le recordó a la amistad que tenía con sus propios amigos, se conocían desde siempre y eran parte de una especie de hermandad.

Por otro lado, Hassaku poseía una cadena de restaurantes que se extendían por varios países de Europa. Era chef con estrella Michelin en su primer restaurante en Lisboa, y su especialidad era la repostería.

—¿Podrías enseñarme a hornear? —pide la chica— Me gustaría aprender a hacer galletas.

—Sólo tenías que pedirlo, preciosa. —le guiña un ojo— ¿Me darán asilo esta noche?

—Creí que ya tenías una habitación de hotel. —interrumpe Code— ¿Te gusta ser la tercera rueda?

—Me gustan los tríos. —declara como si nada— Pero dudo que Kagura acepte que me les una.

El rubio lo mira mal.

—¿Qué? —exclama con cinismo— Nunca he estado con una chica italo-rusa.

—Pues consíguete la tuya.

—Eres un bastardo egoísta. —dice el de ojos ámbar con indignación y luego se gira a ver a la pelinegra— ¿Acaso tienes una hermana?

—Soy la única chica de mi familia. —se ríe por lo bajo— Pero espero que consigas tu trío pronto.

—Estoy disponible cuando te canses de Kagura. —vuelve a guiñarle un ojo— Soy más divertido.

—Gracias por la oferta, pero paso.

Él se encoge de hombros.

—Siempre puedes cambiar de opinión.

Sarada sacude la cabeza con diversión y deja que su prometido busque su mano por debajo de la mesa y entrelace sus dedos para llamar su atención.

—¿Juegas? —le pregunta Code a Kagura tras señalar el mazo de cartas al centro de la mesa y que por alguna razón apenas había notado que estaba allí— La última vez te escabulliste de la noche de póquer.

—¿Tienen una noche de póquer? —inquiere la Uchiha enarcando una ceja hacia el rubio.

—Una vez al mes por lo menos. —contesta Hassaku por él— Ya es algo así como una tradición.

—A la cual deberás acoplarte si serás la primera mujer fija del grupo. —expresa el ojiverde no muy convencido— ¿Tendrás un problema con eso?

—¿Tienes idea de con quién estás hablando? —sonríe ella con ironía— Jugaba contra profesionales a los cuatro años.

Hassaku la observa sin estar muy convencido y termina dirigiendo su mirada hacia su amigo en busca de una explicación.

—No la inviten a jugar. —niega Kagura ladeando la cabeza— A Ichirōta casi lo deja en bancarrota.

—¡De ninguna jodida manera! —la señala el de afro con los ojos muy abiertos— ¿Humillaste a Ichirōta en el póquer? Oh, pagaría por ver eso...

—Eso no significa nada. —menciona Code— Ichirōta nunca ha sido muy bueno en las cartas.

—¿Quieres probar tu suerte? —lo reta la chica— No tengo ningún problema en patearte el trasero a ti también.

Hassaku parecía extasiado con una competencia, hacia mucho que no veía a nadie ponerse a discutir al mismo nivel que Code sin importarle salir herido. ¿Ese era el temple de los Uchiha al que se alababa en el bajo mundo?

—¿Qué tan segura estás de ganar? —sonríe el ojiverde inclinándose sobre la mesa con interés— ¿Lo suficiente para apostar?

—Mejor dicho, ¿Qué quieres perder?

Por primera vez en la noche Code sonrió.

—Cien mil euros. —propone Hassaku con entusiasmo y se gira a ver a la chica— ¿Tienes esa cantidad para apostar?

Ella asiente tranquilamente.

—Si me ganas, te doy el doble. —mira directamente a Code— Pero si pierdes, no quiero que me des ni un centavo.

—¿Qué? —exclama con el ceño fruncido, todos parecían desconcertados, incluido Kagura.

—No es dinero lo que quiero. —dice con altivez— Si gano, dejarás de comportarte como un imbécil.

El de ojos ámbar suelta una carcajada y aplaude totalmente encantado.

—Ya me tiene en el bolsillo. —masculla el moreno codeando a su amigo y recibiendo una mala cara del de cabello rojizo— ¿Por qué mierda tuviste que verla tú primero?

Code se tomó la partida muy en serio desde que Hassaku repartió las cartas y su semblante era de concentración absoluta. No iba a permitir que aquella chiquilla le viera la cara de idiota.

Sin embargo, su expresión se fue transformando conforme pasaban los minutos y veía que su mazo no era lo suficientemente bueno para ganar. Y al final, tuvo que recobrar la compostura cuando la chica derrotó su full de ochos con su escalera real.

—Una más. —gruñe de mala gana— No es jodidamente posible.

—Suficiente, Code. —interviene Kagura de una vez por todas— Perdiste. Acepta la derrota y ya está.

El aludido suspira con resignación y se recuesta en el respaldo de su asiento visiblemente inconforme. Entonces el rubio se gira a ver a la joven azabache y se inclina para susurrarle al oído.

—Baila conmigo.

Sarada se detuvo un par de segundos para meditar la respuesta y miró a su alrededor. Nadie estaba bailando, al contrario, la pequeña pista de baile lucía tan solitaria mientras el resto de personas observaban con atención al doble de Chet Baker interpretando My Funny Valentine.

—¿Ahora?

—Ahora. —asiente el rubio y extendió su palma abierta hacia ella.

Sus mejillas se ruborizaron un poco al darse cuenta de que los otros dos hombres no les quitaban la vista de encima con expectación, así que al final terminó deslizando su mano sobre la suya, permitiendo que la llevara consigo al centro de la pista.

«Dulce cómico San Valentín,

Tú me haces sonreír con el corazón»

—¿Tienes idea de lo preciosa que te ves esta noche? —susurra contra sus labios, sosteniéndola con firmeza contra su cuerpo— Cada hombre en la habitación está admirando tu belleza.

—Y eso te hace un hombre con suerte. —sonríe ella, rodeando su cuello con los brazos— Porque eres el que me llevará a casa al salir de aquí.

—Toda la jodida razón. —sacude la cabeza con diversión— Soy tu futuro esposo.

«Tu eres mi obra de arte favorita,

¿Es tu figura menos que griega?»

La hizo dar una vuelta sobre sus pies y volvió a tirar de ella contra su pecho con una maestría que la dejó sin aliento.

—Me agradan tus amigos. —levanta el rostro para observarlo— Su conexión es genuina. ¿Por qué no me dijiste que eran tan cercanos?

—No quería que te sintieras más nerviosa de lo que ya estabas. —sonríe con afecto— Ya ibas demasiado apurada.

Ella resopla.

—Te importa mucho su opinión, ¿verdad?

Kagura no lo aceptó, pero tampoco lo negó. Eso fue más que una confirmación para ella.

—¿Se molestarán si les pido ser mis damas de honor? —comenta haciéndolo sonreír— No tendrían que usar vestido. ¿Podrás convencerlos?

—Si es lo que quieres, los obligaré. —desliza la mano por su espalda baja y roza sus labios con los suyos— ¿Alguna otra petición?

—Sí. —asiente ella con la cabeza— Vamos a casa.

Los ojos magentas de Kagura brillaron un poco más de lo usual y termina por acortar los escasos centímetros que los separaban para poder besarla como había estado deseando toda la noche.

«No cambies ni un pelo por mí,

No si te importo.

Quédate, pequeño San Valentín, quédate.»

Sarada se sujetó de sus hombros y correspondió a su beso con ganas, sin importarle que las personas a su alrededor tuvieras sus miradas fijas en ellos. Entonces, tras varios segundos, él se alejó sin soltarla completamente y la guió de regreso a la mesa con sus dos amigos solamente para despedirse.

—Sarada quiere que sean parte de su cortejo nupcial. —informa Kagura en cuanto estuvo lo suficientemente cerca— Algo así como sus damas de honor.

—¿Qué? —pregunta Hassaku con desconcierto— Creo que no te estoy siguiendo el paso.

—Como mis amigas no saben sobre la boda y no pueden estar aquí para hacerme compañía, es su obligación como amigos del novio el prestarme su ayuda. —explica la azabache con seguridad— Ichirōta ya aceptó.

—Ni lo sueñes. —contradijo Code— No voy a prestarme a ridiculeces.

—Su único deber será no dejar que me vuelva loca durante los preparativos. —pone los ojos en blanco— Así que tendrán que planear actividades que mantengan mi mente ocupada los próximos días.

—¿Qué parte de ni lo sueñes no escuchaste? —replica el ojiverde con el ceño fruncido.

—¡Noches diarias de póquer! —exclama Hassaku con entusiasmo— Y tardes horneando pasteles y galletas.

—Me gusta tu actitud. —señala al de afro— Alguien se está ganando el derecho a ser la dama de honor principal.

La sonrisa de emoción de Hassaku se desvaneció al ver el semblante del otro que no dejaba de fulminarlo con la mirada.

—Oh, vamos. —lo codea— Ella te ganó, se supone que debes dejar de comportarte como un imbécil.

Todos se quedaron en silencio un par de segundos hasta que el pelirrojo soltó un bufido.

—Confórmate con mi presencia. —entrecierra los ojos— No voy a organizar ni una mierda.

Sarada reprimió una sonrisa.

—Creo que eso basta. —se despide con un beso en la mejilla de los ojos— Los veo en Estambul la siguiente semana.

No les dio tiempo de réplica, simplemente se alejó de allí arrastrando a Kagura de la mano. El rubio la siguió hacia la salida del restaurante con una sonrisa satisfecha en el rostro sin dejar de ver sus dedos entrelazados.

—Los manejaste bien, no tuve que intervenir tanto como pensé. —se detiene en el recibidor y se agacha para besarle la cabeza con ternura— Espera aquí, voy por el auto.

La chica asiente y lo ve alejarse para solicitar su vehículo al valet parking a tan sólo unos metros fuera del edificio.

—¡Oh, Dios mío! —escuchó a sus espaldas— ¿De verdad eres tú?

La Uchiha se giró hacia donde provenía la voz y su mirada recayó en una mujer de apariencia elegante. Su cabellera rubia iba atada en un ribete y sus ojos verdes brillaron con afecto mientras más se acercaba.

—De todos los lugares en el mundo, jamás creí encontrarte aquí. —alcanza su hombro con la mano y le da un apretón cariñoso— Qué maravillosa coincidencia.

La mujer llevaba puesto un vestido rojo precioso y ajustado al cuerpo que acentuaba su silueta delgada, mientras su rostro iba maquillando sutilmente dándole un aspecto casi natural.

—Espera a que mi marido te vea. —dice con entusiasmo— La última vez no tuvimos oportunidad de despedirnos.

Sarada abrió la boca para hablar, pero no fue capaz de decir nada y entonces la rubia se dio cuenta de su estado de confusión.

—Eh...

—¿Estás aquí sola?

Por instinto la chica retrocedió un par de pasos y casi suelta una exclamación de sorpresa al sentir la mano de Kagura posarse en su espalda baja.

—Sarada. —murmura despacio— El auto ya está aquí.

Los ojos verdes de la mujer se abrieron por el asombro al percatarse de la identidad de aquel hombre y rápidamente se giró hacia la chica.

—Ya veo. —sonríe con complicidad y le guiña un ojo— Al final tomaste una decisión.

La Uchiha parpadea desconcertada y la mujer simplemente se le quedó viendo en espera de una respuesta.

—Lo siento, yo no... —sacude la cabeza sin saber qué más decir— Espero que usted y su esposo tengan una buena noche.

Su pulso se disparó de un momento a otro y le entró una sensación de querer alejarse lo más rápido posible. Así que dejó que Kagura la llevara a la salida del edificio no sin antes echar una última mirada a la mujer que permaneció quieta en su sitio con semblante consternado.

—¿Quién era esa mujer? —le pregunta al rubio en cuanto estuvieron dentro del auto— ¿Por qué me ha hablado como si fuéramos las más grandes amigas?

—No lo sé. —frunce el ceño— Creí verla contigo el día que te conocí. ¿Seguro no la recuerdas?

—¿En St. Moritz? —indagó— ¿Pude haberla conocido allí?

Kagura la miró de reojo y vio en su semblante una expresión de confusión casi dolorosa de ver. Parecía estar intentando con todas sus ganas buscar en cada rincón de su mente una explicación lógica.

—¿Estás bien? —acaricia su pierna con suavidad tras varios minutos de silencio.

—Sí, sólo que... es frustrante. —se muerde el labio inferior— Ya pasó casi un mes y todo sigue siendo tan confuso...

—Lo mejor será irnos a casa. —comenta con cautela— Necesitas estar tranquila.

—Creí que ya íbamos de camino.

Él niega.

—Me refería a Estambul. —la observa de soslayo— Ya va siendo hora de regresar. Hay una boda que organizar.

—¿Cuándo partimos?

—Esta noche. —informa con seriedad— Sólo haremos una pequeña parada en la villa.

—Vale. —se hace un ovillo en el asiento de copiloto y lo observa en silencio por varios segundos— Por cierto, ¿enviaste lo que te pedí?

—Sí. —acaricia su rodilla sin despegar la mirada del camino— Debe estar llegando justo ahora. ¿Estás segura?

La azabache se mordió el labio inferior con nerviosismo.

—Va a enloquecer. —suelta un suspiro— Pero es necesario.

(...)

Los nervios no tenían cabida en ese momento. No cuando la situación era tan inquietante que le ponía los pelos de punta.

La última información que tuvo de Ryōgi es que debían estar aterrizando en estos momentos, pero no estaba dispuesto a esperar más tiempo.

—¿Qué haces aquí?

Podía negarse a contestar, por supuesto, pero tampoco tenía tiempo para discusiones absurdas con uno de los hermanos Uchiha.

—Es increíble que te atrevas a venir aquí después de lo que le hiciste a mi hermana. —comenta Itachi, subiendo la escalinata a la puerta principal hombro con hombro— Hay que ser demasiado cínico e hijo de puta.

—Lástima que tu opinión es algo que no me interesa.

Entonces Itachi le cerró el paso al final de las escaleras, justo a un metro de la puerta principal.

—¿A qué viniste?

—Se trata de Sarada. —le sostuvo la mirada y no cedió ni un centímetro— Ahora quítate.

—¿Qué sabes de mi hermana? —frunce el ceño— Hace más de tres semanas que habló conmigo, pero...

Kawaki estrechó la mirada hacia él.

—¿Hablaste con ella? —le tomó por el cuello de la camisa— ¿Qué te dijo?

—¿Ahora te preocupa? —se mofa, empujándolo lejos— Vete antes de que mi padre sepa que viniste.

—Es a él a quien vine a ver.

Itachi estuvo a punto de responder, pero la puerta se abrió en ese preciso momento y un borrón oscuro pasó por su lado con una velocidad impresionante. Ese era Daiki, el cual no titubeó en írsele encima al Uzumaki y le ajustó un puñetazo certero en el rostro.

—Joder... y yo que me había contenido. —resopla Itachi metiéndose las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y se recostó en el umbral de la puerta para observarlos rodar escaleras abajo.

—Ah, se me adelantó. —escuchó a sus espaldas y al mirar sobre su hombro se encontró con un Itsuki caminando tranquilamente— ¿Qué hace aquí de todos modos?

—Dijo que se trata de Sarada. —comenta con el ceño fruncido— ¿Han sabido algo más? No sé porqué, pero tengo el presentimiento de que algo no está bien...

—Papá está furioso. —dijo con seriedad— Hemos estado siguiendo pistas falsas. Al parecer Kagura Hiramekarei ha estado en tres partes al mismo tiempo vez por vez, al menos según los registros de los vuelos privados de los aeropuertos.

—¿Cómo es eso?

—El mismo día que salió el artículo sobre ellos en Lisboa aparecieron en los registros tres vuelos a sitios diferentes. —explica con cautela— Zürich, Praga y Belgrado.

—¿Iniciaron la búsqueda en las tres ciudades?

—Sí, pero no hay ningún rastro. —chasquea la lengua— ¿Por qué demonios hay tanto misterio alrededor? Una persona normal no toma tantas precauciones.

Al fondo podía oírse el jaleo, se estaban dando parte por parte en el suelo, casi como una pelea de mamarrachos en un bar.

—Papá comienza a considerar el involucrar a la abuela Tsunade si no tiene noticias de ella pronto. —mira de reojo a Itachi— Empezaremos con la búsqueda en Lisboa, donde fue el último lugar en el que la vieron públicamente.

Hubo un silencio en el que ninguno de los dos dijo nada hasta que escucharon los pasos de alguien más acercándose y a los pocos segundos Daisuke hizo acto de presencia.

—¿Le habrá roto ya alguna costilla por lo menos? —pregunta cruzándose de brazos— ¿Se supone que debemos intervenir?

—Aquí estoy bien. —dice Itachi encogiéndose de hombros— Démosles unos minutos más, en algún momento se van a cansar.

Los tres se situaron junto a la puerta sin el más mínimo interés de interrumpir la pelea.

—¿Creen que papá esté de humor para el desayuno familiar de cumpleaños mañana? —inicia una nueva conversación el menor de los hermanos— Mamá pasó horas metida en la cocina preparando una tarta y la abuela se esmeró en el banquete.

—Lo dudo. —resopla Itsuki— ¿Cuándo aprenderán que papá odia las reuniones familiares? Las soporta sólo por mamá.

Los otros asienten estando de acuerdo y de pronto los tres se quedaron en silencio al oír que la pelea se detuvo.

—¿Por qué mi hermana? —exclama Daiki en voz alta, sujetándole del cuello de la camisa— Habiendo tantas mujeres, ¿Por qué tenías que jugar con ella?

El Uchiha levantó el puño y lo descargó con brutalidad en su rostro. Kawaki lo permitió.

—¿Tienes idea de lo que ya ha sufrido? —otro golpe que el Uzumaki no respondió— Lo que le hiciste la alejó de nosotros. Se fue por tu maldita culpa y no sabemos dónde está.

La sangre brotó de un corte en la ceja y en su pómulo, pero Kawaki permaneció quieto bajo él, sin mover ni un solo músculo y pensando que sí, que se merecía esa golpiza.

—¿Sabes lo que costó recuperarla después de verla hundida en la mierda? —gruñe descargando otro puñetazo— Habla, pedazo de imbécil.

Silencio.

—¡Quiero a mi hermana de vuelta!

—Daiki. —llamó su gemelo a sus espaldas— Es suficiente.

El aludido lo soltó de mala gana y se puso de pie, permaneciendo a un costado en espera de una respuesta que no sabía si tendría. Kawaki se mantuvo recostado en el suelo, pareciendo visiblemente derrotado.

No le importaban los golpes, no le importaba la ira de los hermanos Uchiha, no le importaba absolutamente nada.

—Yo también la quiero de vuelta. —respondió finalmente tomándoles desprevenidos.

No hubo necesidad de decir más, los cuatro entendieron el trasfondo de sus palabras.

—Entra. —masculla Itsuki— Escucharemos lo que tienes para decir y después vas a largarte.

Minutos más tarde, cuando Sakura Uchiha los encontró en el pasillo sus ojos se abrieron horrorizada.

—Oh, por Dios. —se acerca a Kawaki con semblante preocupado y se giró a ver a sus hijos— ¿Quién de todos le ha roto la cara?

Pero su mirada se estrechó al percatarse de los nudillos maltratados de su segundo hijo. Daiki simplemente sacudió la mano para no darle importancia.

—Quiere hablar con papá. —desvía la atención Itachi— ¿Nos acompañas?

—Vas a necesitar puntadas. —dijo la mujer inspeccionando la herida e hizo una mueca— No puedo decir que no te lo mereces, pero tampoco voy a dejarte así.

Él asintió encogiéndose de hombros y Sakura soltó un suspiro al ver su actitud desinteresada. Por un momento le recordó a su esposo y su expresión se ablandó.

—Daisuke, ve por el botiquín. —pidió a su hijo menor— Voy a adelantarme al estudio a esconderle las armas a su padre.

Daiki reprimió una sonrisa e Itsuki asiente estando de acuerdo. Su madre siempre iba dos pasos delante y conocía a su esposo tan bien que podía adivinar cuál sería su siguiente movimiento.

Fue así como al entrar al estudio, Sasuke Uchiha estrechó la mirada hacia su mujer, quien no le dio ninguna explicación del porqué cerró con llave el cajón en su escritorio y simplemente se sentó en una de las sillas giratorias en completo silencio hasta que la puerta de la habitación se abrió de nuevo para darle paso a la última persona que esperó ver allí.

—¿Qué? —enarca una ceja— ¿No tuviste suficiente y quieres una bala en tu cabeza esta vez?

Ver su camisa ensangrentada y los evidentes cortes en su rostro no provocaron la más mínima lástima por él. Ni siquiera cuando su hijo menor se adentró al estudio sosteniendo un botiquín de emergencia que le extendió a su madre para proceder a curarlo.

Sakura limpió las heridas abiertas con cuidado y le advirtió que sentiría un ligero dolor cuando comenzara con las puntadas. Sus manos eran rápidas y ágiles, al parecer ni los años le hicieron perder la práctica.

No era de sorprenderse teniendo los hijos que tenía.

Se llevó cuatro puntadas en el corte encima de la ceja y tres más cerca de su pómulo. Sin embargo, Kawaki no se quejó, permaneció en silencio sin emitir ni una palabra a pesar de que Sasuke no le quitaba la mirada de encima durante todo el proceso.

—¿Qué haces aquí, Kawaki? —pregunta Sakura sin la hostilidad que su esposo usó anteriormente.

El Uzumaki la miró por primera vez a los ojos y sólo pudo percibir la calidez brillando en su mirada glauca. La matriarca Uchiha era la parte amable y humana de esa familia, y contrario a lo que pensó anteriormente, su opinión pesaba tanto que su esposo se mantenía al margen cuando ella tomaba la iniciativa.

—Voy a encontrarla. —masculla sosteniéndole la mirada al antiguo capo italiano.

—No eres el único que la está buscando. —intervino Daiki— ¿Acaso crees que hemos estado de brazos cruzados?

—No han buscado lo suficiente. —se encoge de hombros.

El ceño de Sasuke comenzó a profundizarse y lo vio sacar un sobre de papel del bolsillo interior de la chaqueta de su traje.

—Fui personalmente a Lisboa. —desliza el sobre en el escritorio frente suyo— El hombre que está con ella lo conoció en un viaje que hicimos juntos a St. Moritz.

Kawaki ignoró las miradas como dagas clavándose sobre su persona mientras Sakura terminaba con su labor de atender sus heridas.

—Sabemos sobre Kagura Hiramekarei. —respinga Daiki— Nuestros hombres estuvieron las últimas semanas en Atenas buscando pistas sobre su paradero, pero no encontraron nada en absoluto.

—Lo que ustedes descubrieron, yo lo hice también. —dijo el Uzumaki sin dejar de mirar a los ojos de Sasuke Uchiha— Los tres vuelos privados a su nombre efectivamente fueron para despistar, pero Sarada no estuvo en ninguno de ellos.

Itsuki se cruzó de brazos y el semblante de Sakura se llenó de preocupación de inmediato.

—Ábrelo. —señala el sobre con la cabeza— Esa es la explicación.

Sasuke sacó del interior del sobre la hoja del artículo de una revista sobre la apertura de un restaurante nuevo en Marbella. Había una sección de fotografías en la cual su atención recayó de inmediato en una en específico. Tres hombres aparecían en la imagen.

—Ese es Hassaku Onomichi. —dice Daiki observando sobre el hombro de su padre— Se rumorea que es él quien controla el tráfico de narcóticos en Portugal.

—Los Portugueses siempre se han mantenido al margen de las disputas. —exclama Sakura sacudiendo la cabeza— Debe ser sólo una coincidencia.

—Lo mismo pensé al principio. —explica Kawaki— Excepto que el otro hombre en la fotografía es Ichirōta Oniyuzu y su liderato en la mafia española es un secreto a voces.

La habitación se sumió en un silencio sepulcral, pero era evidente que la tensión escaló a un nivel casi asfixiante.

—En los registros aéreos aparece el vuelo de una avioneta registrada a nombre de Hassaku Onomichi el mismo día que estuvieron en Lisboa. —continúa diciendo— No hay que ser muy inteligentes para saber quién iba en la avioneta.

Sasuke lucía más pensativo de lo normal. ¿Cómo pudieron pasarle desapercibido tantos detalles? La fe ciega que tenía en su hija para cuidarse a sí misma le jugó una mala pasada.

—¿Cuál era su destino? —pregunta Itachi, deteniéndose junto a sus hermanos.

—Isla de San Miguel, en Portugal. —responde el de ojos grises con aparente tranquilidad— Donde casualmente unos días después se registró el vuelo de un avión privado a nombre de Ichirōta.

La realización les pegó de golpe a los Uchiha como un balde de agua fría. Su hija estaba envuelta en un problema del que ninguno terminaba de entender la magnitud.

No obstante, nada de eso terminaba de tener lógica. Todos sabían que Sarada no era estúpida, era imposible que no conectara los puntos claves y descubriera que ha estado en la boca del lobo todo este tiempo.

—Sigo sin entender... —susurra Sakura, poniéndose pálida al instante— Se supone que Shino y Torune estaban con ella.

—No termino de encajar las piezas. —murmura Itachi negando con la cabeza— Me envió un texto hace más de un mes para decirme que estaba en Siria, pero hace tres semanas llamó para informarme que estaba con Kagura.

—¿Te dijo algo más? —habla su padre por primera vez— ¿Notaste algo raro? ¿Estás seguro de que era ella?

—Parecía... inquieta, pero sí, estoy seguro de que era ella. —frunce el ceño mirando el mayor— Dijo que perdió su móvil y por eso no se ha mantenido en contacto.

—Eso no puede ser posible. —dice Sakura llamando la atención del resto— Precisamente hace tres semanas Namida dijo que Sarada le envió un mensaje de voz.

—Alguien tiene su maldito celular. —concluye Itsuki de inmediato— ¿Desde cuándo se han estado haciendo pasar por ella?

Las circunstancias alrededor de la ausencia de Sarada resultaban ser cada vez más extrañas, había un montón de cabos sueltos y nadie lograba hilar una teoría coherente.

—Al menos luce contenta en las fotos paseando con su nuevo novio. —comenta Daisuke para aligerar el ambiente y sus hermanos mayores lo miran mal— ¿Qué? Mejor eso a verla deprimida por el idiota aquí presente.

Kawaki puso los ojos en blanco.

—Ni siquiera sabemos quién es ese sujeto y porqué está relacionado con los otros dos. —exclama Daiki con reprobación— No me da buena espina.

Sakura estuvo a punto de decir algo más, pero entonces escucharon toques en la puerta del estudio y segundos después Jūgo asomó la cabeza con cautela.

—Llegó algo a Izanagi. —miró directamente al antiguo jefe— Es de parte de Sarada.

—¿Qué es? —pregunta Itsuki parpadeando desconcertado al verle con un simple sobre en la mano.

—Una carta para su padre. —menciona atravesando la habitación y dejándola sobre el escritorio— Llegó con el resto del correo.

El hombre pelinaranja se fue para darles más privacidad y en cuanto Sasuke tomó la carta entre sus manos supo que se trataba de ella. Era su letra la que escribía «cPapá cabezota» en la parte trasera del sobre.

Había dos cosas dentro. Lo primero era una hoja con una felicitación de cumpleaños y una frase que él captó al vuelo, contrario a sus hijos y esposa que parecían confundidos al terminar de leer.

Y lo segundo era una fotografía instantánea en la que tenía una apariencia radiante. Los ojos le brillaban y su sonrisa resplandecía mientras Kagura la sostenía por la cintura y le miraba con anhelo en medio de un pabellón oscuro con un tanque gigantesco de medusas de fondo.

Sasuke se pellizcó el puente de la nariz con los dedos y soltó un suspiro. «¿Qué jodida mierda estás haciendo, Sarada?»

—¿Entendiste la última parte de la carta? —le pregunta su mujer con el ceño fruncido.

—Debemos encontrarla antes de que haga una estupidez. —gruñe por lo bajo, rompiendo el trozo de papel en miles de pedazos— Llama a Tsunade y pídele usar los datos biométricos para localizarla. Me cansé de darle su espacio.

Kawaki evitó por todos los medios mirar aquella fotografía más de dos segundos. Se rehusaba a tener esa imagen en la cabeza, así que empujó los pensamientos homicidas en un rincón de su mente y se puso de pie para salir de allí.

Sin embargo, su móvil comenzó a sonar de manera persistente en su bolsillo y estuvo a punto de apagar el aparato con fastidio, pero el nombre que apareció en la pantalla fue lo más inesperado de la noche.

—Maxim. —respondió finalmente sin disimular su molestia— No es el mejor momento...

—¿Kawaki? —era una voz femenina— Soy Alena. Qué alivio que has respondido.

—¿Qué sucede?

—Sé que Sarada y tú terminaron con lo suyo, pero me ha dejado preocupadísima... —balbucea perturbada— Me la he encontrado en un restaurante aquí en Atenas hace unos minutos y parecía confundida... no sé cómo explicarlo...

—¿La viste? —eso llamó la atención de todos los Uchiha— ¿A qué te refieres con que parecía confundida?

—No me reconoció. —explica apresuradamente— Intenté hablar con ella, pero la pobre se veía tan desconcertada que no quise seguir insistiendo.

—¿Estaba sola?

—No. —contesta de inmediato— ¿Recuerdas el jugador de Polo? Estaba con él, parecían una pareja en toda la extensión de la palabra.

—¿Qué quieres decir con que no te reconoció? —masculla extrañado— ¿Fingió no conocerte?

—No, Kawaki, puedo jurar que no sabía quién soy. —susurra con preocupación— Y no te mencionó ni una vez, fue como si jamás nos hubiésemos conocido, yo...

—Gracias por llamar, Alena. —la cortó de golpe— Me haré cargo de la situación.

Colgó la llamada y se giró a ver al patriarca Uchiha.

—Sé donde está.