Dos días pasaron volando desde que arribaron a Estambul y se instalaron por completo en la residencia familiar de Kagura.

Sarada finalmente mudó todo su guardarropa al vestidor de la recámara principal con ayuda de Hinoko, quien sorpresivamente parecía encantada con la idea de tenerla en casa desde que vio el anillo en su mano.

Aquella mujer dejó de lado su actitud recelosa y militarizada, y se transformó en la mejor aliada que podía tener dentro de esa casa. Ahora la trataba con un genuino amor maternal, le hablaba con cariño, paciencia e intentó darle uno que otro consejo culinario que algún día pondría en práctica.

—¿Cómo te ha ido en tus clases de vuelo, niña? —pregunta con una sonrisa, observándola comenzar a picar el tomate en rodajas— Deja eso ahí, yo lo hago.

—Kagura ha sido muy paciente conmigo. —se encoge de hombros y se niega a soltar el cuchillo— Déjame ayudarte, quiero aprender.

—No lo necesitas, querida, yo estoy aquí para cumplir tus caprichos. —le guiña el ojo— ¿Cómo te fue en la cita con el médico?

—Estoy casi recuperada. —sonríe— Aunque estoy obligada a seguir tomando los suplementos de hierro y vitaminas, la anemia no se ha ido del todo...

—Kagura se alegrará de oír la noticia de que te encuentras mejor. —le da un golpecito con la cadera— Hace mucho tiempo que no lo veía tan feliz. Incluso se apresura para regresar a casa, eso es nuevo definitivamente.

Sarada se muerde el labio inferior y detiene lo que está haciendo para dedicarle toda su atención a la mujer a su lado.

—Tú debes conocer a todos los altos mandos de su organización. —hace una mueca de preocupación— ¿Crees que alguno se oponga a nuestra relación?

Hinoko se limpia las manos con el delantal y se gira para mirarle.

—No lo creo. —dice finalmente— Ninguno quería empezar una guerra sin fundamento, pero son tan leales a Kagura que lo apoyaron sin refutar su decisión.

—Entonces... —susurra ella— Nadie podría tener un motivo real para impedir la boda, ¿verdad?

—Bueno, ahora que lo mencionas... —la mujer no estaba muy segura de hablar— Hay una persona que podría querer que no se lleve a cabo.

La Uchiha frunció el ceño y no dejó de mirarla con atención.

—¿Quién?

—Bueno, verás... —se remueve incómoda— El señor Yagura tomó bajo su tutela a un niño, era el hijo de un hombre que trabajaba para la organización y que murió durante un operativo en Irlanda...

Sarada permaneció en silencio para no interrumpir el relato y tomó asiento en una de las sillas altas cerca de la encimera. ¿Podría ser...?

—¿Hace cuánto fue eso?

—Unos veinticuatro años, más o menos.

Las cuentas cuadraban, y por la mirada apenada de Hinoko, se dio cuenta de que ella había llegado a la misma conclusión. Murió durante el operativo de secuestro de su madre.

De pronto el ambiente se llenó de tensión y tras varios segundos la mujer se aclaró la garganta.

—Tsurushi tenía ocho años cuando eso sucedió, era casi de la edad de Kagura, así que el señor Karatachi decidió hacerse cargo de él. —continuó con el relato— Y bueno... sobra decir que fue uno de los más afectados con su muerte.

—Así que odia a mi familia. —niega con ironía— ¿Debería preocuparme de que intente hacer algo?

—Kagura no permitiría que te haga daño. —sonríe con ternura— No tienes nada de qué preocuparte, cariño.

Pero Sarada no estaba muy convencida, sin embargo, el silencio fue interrumpido por el eco de la puerta principal cerrándose y Hinoko le guiñó un ojo con complicidad.

—Anda, ve con él. —la animó de inmediato— Debe estar ansioso de verte, ha llegado antes de lo habitual.

La Uchiha asiente suavemente con la cabeza y sale de la cocina con la intención de buscar a su prometido, cosa que no tardó en conseguir, puesto que él ya estaba en camino a hacer lo mismo.

Kagura abrió los brazos para recibirla en cuanto la vio aparecer por el pasillo y ella no dudó en saltarle encima.

—Estás preciosa. —murmura el rubio, sosteniendo su cuerpo contra el suyo— Te eché de menos.

—Nos vimos sólo hace unas horas. —se ríe ella echando la cabeza para atrás para poder mirarle— Me dio tiempo de ir a la cita con el doctor, ver a la planeadora de bodas y pasar a la farmacia a comprar las vitaminas.

Kagura sujetó sus piernas e hizo que rodeara sus caderas con ellas para poder caminar hacia las escaleras.

—Cuéntame todo sobre tu día mientras me acompañas a la ducha. —dijo sonriendo— ¿Qué te ha dicho el médico?

Sarada se abraza a su cuello con los brazos y se agacha para besarle en los labios.

—Me ha felicitado por mi exitosa recuperación. —hace un puchero— Creo que tienes mucho que ver en eso.

El rubio le dedica una sonrisa deslumbrante y no dejó de avanzar hasta adentrarse a la habitación principal con ella todavía en brazos.

—¿El ballet?

—Es refrescante. Me sorprende que no haya olvidado ningún paso. —frunce los labios— Tengo un recuerdo borroso del director explicando el cambio de coreografía por la de El lago de los cisnes.

—Es la memoria muscular, supongo. —coloca un mechón detrás de su oreja— Pero, ¿por qué me parece que no te estás divirtiendo en tus ensayos?

—Porque hay algo que no está funcionando. —hace una mueca de disgusto— Es como si hiciera falta algo... no lo sé...

Kagura la deja sobre el tocador del baño y ella abre las piernas para poder tirar de él más cerca.

—No te presiones mucho. —dijo él con suavidad— Siempre puedes hablar con el director y pedirle un poco más de tiempo para practicar.

—Ni siquiera recuerdo a mi nueva pareja de baile. —comenta frustrada— De cualquier manera, no creo que dure mucho... como sea.

La azabache se encoge de hombros y su expresión decayó, algo que no pasó desapercibido por el hombre frente suyo.

—¿Qué sucede, cariño?

—Me siento fuera de lugar. —se muerde el labio inferior— Estos días me he sentido... excluida del mundo. No estoy acostumbrada a quedarme en casa sin hacer nada más que elegir flores, colores y decoraciones para eventos...

Él aguardó en silencio a que pudiera desahogarse.

—Esta no soy yo. —sacude la cabeza— Y no sé si estoy segura de pertenecer aquí...

La mirada magenta se suavizó al escucharla y levantó la mano para acariciar su mejilla con delicadeza.

—¿Qué puedo hacer para cambiar eso? —pregunta en un susurro cauteloso.

—No quiero ser una esposa de aparador. —frunce los labios— No tengo material de ama de casa, ni de esposa devota.

Él reprime una carcajada, pero recompone la expresión de inmediato al verla estrechar los ojos.

—De acuerdo. —asiente comprendiendo su punto— ¿Y qué propones hacer al respecto?

—Déjame ayudarte. —levanta el rostro para mirarle directamente a los ojos— Sigue dirigiendo tu organización como te plazca, pero dame libertad de proponer ideas e implementar algunos cambios si lo veo necesario.

—No es que dude de tus capacidades, cariño. —toma su mentón— ¿Estás segura de que quieres formar parte de esto? Creí que preferías mantenerte al margen de los negocios.

—Voy a ser esposa de un mafioso. —ladea el rostro— Ahora tendré contacto directo con el negocio. Antes podía aislarme en otra ciudad de los negocios de mi familia, pero no creo que pueda irme por mucho tiempo de aquí.

—Podemos hacer que funcione. —afirma él al instante— Si sólo quieres dedicarte a bailar, puedes hacerlo. No tienes que cambiar tu estilo de vida por mí.

—Quiero hacerlo. —desliza sus manos por su torso y comienza a desabrochar uno a uno los botones de su camisa blanca.

Kagura no estaba muy seguro, pero ella se veía tan confiada, y la determinación brillando en sus ojos casi logra desarmarlo.

Entonces Sarada tanteó la superficie del tocador en busca de su neceser y al ver lo que intentaba hacer, él terminó por alcanzarlo y dejárselo sobre su regazo.

—¿Qué buscas? —arquea una de sus cejas— ¿Tu curriculum para postularte a un empleo como mi consejera?

—La inyección anticonceptiva. —pone los ojos en blanco— Aproveché la parada en la farmacia.

—¿Vas a ponértela tú sola? —la mira expectante— ¿Te ayudo?

—Está bien, puedo hacerlo. —niega con la cabeza— La ginecóloga me ha enseñado cómo aplicarla.

Él no estaba convencido, pero aún así se quedó quieto, observándola preparar la ampolla del medicamento con todo el cuidado del mundo. Y cuando la aguja rozó la piel de su brazo, vaciló un par de segundos hasta que finalmente se detuvo.

Parecía no estar convencida en absoluto.

—Aunque... he estado pensando... —balbucea por lo bajo— Me gustaría comprobar... es decir, intentar...

Al principio, Kagura no entendió a lo que se refería hasta que la vio bajar la mano que sostenía la jeringuilla y sus ojos se abrieron por la sorpresa.

—¿Estás segura? —tomó su rostro con una ternura casi dolorosa, mirándola con adoración.

—No sé, yo... —traga saliva— Lo siento, ni siquiera he pedido tu opinión...

Él acarició su labio inferior con el pulgar.

—Quiero todo de ti, Sarada Uchiha. —exclamó con la voz enronquecida— Tengamos hijos o no, te amaré de la misma manera.

Era la primera vez que admitía sus sentimientos abiertamente con aquellas palabras, pero contrario a lo que pensaba, no le costó decirle que la amaba. Porque lo hacía.

Joder, no concebía un futuro sin ella, y el hecho de que estuviera dispuesta a intentar formar una familia con él fue el empujón que necesitaba para confirmar que haría lo que fuese por no perderla.

(...)

Sus sentidos se pusieron alerta cuando oyó el sonido de las puertas del ascensor abrirse en el vestíbulo del departamento y casi de inmediato se puso de pie con una sonrisa.

Sólo había dos personas además de ella y su hermana que conocían el código de acceso, y por lo tanto, no debía ser un genio para saber que sólo hay un par de opciones.

Sin embargo, su sonrisa decayó al ver que no era quien ella esperaba.

—¿Qué haces aquí? —pregunta frunciendo el entrecejo— Creí que era Kagura.

—Sí, sí, ya sé que no soy a quien esperabas ver. —puso los ojos en blanco y se adentró al apartamento— Lo estoy evitando a él, de hecho. Por eso sé que este es el último lugar en el que me buscaría.

La expresión de Buntan fue de puro disgusto y regresó a su sitio a la vez que Tsurushi se tumbó a lo largo del cómodo sofá del vestíbulo.

—Para tu información, Kagura nos visita seguido.

—¿Ah, sí? —se mofa el rubio— ¿Y sus visitas consisten en más de una partida de ajedrez con tu hermana menor?

—Cierra la boca. —le lanza un cojín— ¿Y tú por qué lo estás evitando?

—Porque intenté envenenar a su princesita antes de regresar. —resopla con fastidio— Se ha vuelto como loco, me ha dejado miles de mensajes amenazándome desde entonces.

Eso llamó la atención de la rubia de pelo corto que se enderezó en su lugar. Por su lado, Tatsumi se quedó de pie en la entrada de la cocina y saludó con un simple gesto de mano que el hombre correspondió de la misma manera.

—¿De qué hablas? —parpadea Buntan con curiosidad— ¿Desde cuándo están en Estambul?

—Llevan cerca de una semana aquí. —se encoge de hombros— Deberías ir a buscarlo y hacerle entrar en razón. Tengo entendido que están planeando una boda a principios de septiembre.

—Estás bromeando, ¿no? —exclama exaltada— ¡Dime que es una puta broma!

—Estoy hablando en serio. —dice con fastidio— Tan en serio que se le ha visto usando el anillo de la madre de Kagura.

El rostro de la mujer perdió color de pronto y sintió que todo el aire se le escapaba de golpe. No podía ser cierto, ¿verdad? Él no era capaz de casarse con la hija de su peor enemigo, se suponía que todo era parte de un plan.

—La perra logró embaucarlo. —siguió diciendo Tsurushi— A él y al resto. De alguna manera consiguió echarse a la bolsa a Ichirōta, Hassaku y Code.

Buntan se puso de pie, caminando alrededor del vestíbulo como león enjaulado mientras que Tatsumi ocupó su lugar en el sofá con aburrimiento. Ella sabía que no debería causarle gracia la situación, pero le divertía ver a su hermana mayor en un ataque de histeria.

—Voy a matar a esa hija de...

—Suerte con eso. —masculla Tsurushi de mal humor— No sé qué tipo de entrenamiento tuvo esa chica, pero en su captura, durante su estancia en los calabozos y en su intento de huida ha matado a más de cincuenta de nuestros hombres ella sola.

La rubia de cabello corto frunció el entrecejo al oírle.

—¿Qué?

—Te lo aseguro, Buntan. Si quisiera irse lo habría hecho desde hace mucho. —pone los ojos en blanco— Kagura no ha visto lo que yo vi en ese calabozo. Esa chica es capaz de asesinar sin usar ningún tipo de arma, es peligrosa.

—¿Por qué no se lo has dicho? Tal vez así entra en razón...

—Él sabe que lo hizo, pero es diferente verlo en vivo y en directo a sólo oírlo por medio de terceros. —gruñe por lo bajo— Eso sólo me confirma que la chica no tiene el panorama completo, de lo contrario ya habría escapado.

—Te oyes como alguien que tiene miedo, Tsurushi. —se burla la menor de las hermanas— ¿Temes que si la chica te recuerda vaya tras de ti? ¿Por eso no te has aparecido por la casa de Kagura?

—No digas estupideces, Tatsumi. —escupió con evidente molestia— No le temo a una mocosa a la que sometí como me dio la gana cuantas veces quise.

—Sí, bueno, tuviste la ventaja de que estaba encadenada como un animal y medio muerta de hambre. —continúa mofándose la joven— Si fuera tú no me sentiría muy orgulloso...

—¿De qué lado estás, Tatsumi? —grita Buntan furibunda.

—Del lado de Kagura, por supuesto. —se encoge de hombros— ¿Ustedes no?

El vestíbulo se sumió en un silencio tenso que duró al menos un minuto completo hasta que Buntan se aclara la garganta.

—Por supuesto que estamos del lado de Kagura. —contesta con rigidez— Pero al parecer es él el que está perdiendo la cabeza.

—¿Por qué no sólo lo dices en voz alta, hermana? —enarca una de sus cejas rubias— Kagura se enamoró de la chica. Es una realidad que no quieres aceptar.

—Eso no es verdad. —sacude la cabeza al instante— No pudo enamorarse del enemigo, todo esto debe ser parte de su plan...

Tsurushi permaneció en silencio analizando el debate entre las dos hermanas hasta que una idea atravesó su mente de pronto.

—Tú podrías ser la clave, Tatsumi. —dijo de repente, haciéndolas callar a ambas— A ti te ve como una hermana menor, jamás creerá que tienes malas intenciones en contra de la chica.

—Porque no las tengo. —contesta con obviedad— Sinceramente me da igual como termine este circo.

—Pero nos vas a ayudar. —la señala con el dedo— Necesitamos a alguien dentro. Hazte su amiga, hagan cosas juntas y gánate su confianza.

La joven hizo una mueca de disgusto y negó de inmediato. Ella no pensaba involucrarse más de lo que lo había hecho.

Durante meses la presionaron para enviar mensajes de voz fingiendo ser esa chica y que sus conocidos no sospechasen que algo andaba mal. En realidad, lo hizo porque Kagura se lo pidió, no porque beneficiara un plan malévolo en contra de los Uchiha.

—Por favor. —insistió Buntan, situándose junto a ella y acariciando su hombro— Hazlo por mí. ¿Acaso quieres que Kagura de verdad termine casándose con el enemigo?

Tatsumi estuvo a punto de responder que le importaba un camino con quien se casara, lo único que quería era que él estuviera feliz con eso.

—No te estamos pidiendo que la mates. —el hombre pone los ojos en blanco— Aunque eso nos facilitaría las cosas.

—Ni lo sueñes. —estrecha la mirada— Supongo que... puedo acercarme para conocerla y...

—Es un buen comienzo. —añade Tsurushi— Siempre y cuando no olvides que es la hija de la mujer que asesinó a tu padre.

—No tienes que recordármelo cada cinco segundos. —frunce los labios— Parece que es en lo único que pueden pensar.

—¿Te parece poco? —se burla su hermana— Nos arruinaron la vida.

Pero Tatsumi tenía una perspectiva diferente de las cosas, tal vez se debía a que ella nunca pudo convivir con su padre ya que murió antes de que naciera y por lo tanto no sentía ese odio arraigado en su interior, o que realmente la única figura paterna que tuvieron era alguien ajeno a su familia y que no las trató específicamente como hijas.

Yagura se hizo cargo económicamente, pero nunca se tomó el tiempo de ir por sí mismo y asegurarse de que estuviesen bien. Las cosas cambiaron cuando él murió y Kagura a su temprana edad comenzó a procurarlas más.

Tuvo que madurar de manera precipitada para hacerse cargo de todo lo que representaba la mafia turca. No disfrutó sus años de adolescencia y aún a la fecha no se permitía relajarse por completo.

Ella lo veía realmente como un hermano mayor que se tomaba el tiempo de visitarles de vez en cuando para retarla a una partida de ajedrez o simplemente pasar el rato. No sólo se hacía cargo de sus necesidades económicas, también emocionales.

Esa era la razón de su fidelidad ciega.

Sin embargo, Buntan lo veía de manera diferente. Ellos crecieron juntos, se conocían desde niños, y sus sentimientos por él la acompañaron en cada etapa de su vida. Aún ahora, podía jurar que su hermana pondría en peligro la vida de quien sea por complacerlo. Y eso la incluía a ella.

—Según Shizuma, la chica sabe que Kagura es líder de la mafia turca y aún así decidió seguir con el compromiso. —comenta Tsurushi con disgusto— Seguramente la estúpida no está enterada de que llegó aquí siendo prisionera.

—Quizás es lo único que debemos hacer para que todo esto acabe. —sugiere Buntan— Tenemos que decírselo.

—Kagura no permitirá que te acerques a la princesita. —se burla el hombre y su atención recae en la menor— La única que puede hacerlo es ella.

Fue así como ambas miradas estuvieron sobre ella de manera insistente.

—Lo llamaré. —dice en un suspiro— Pero no prometo hacer nada en contra de la chica a menos que lo crea necesario.

Sí, se acercaría a Sarada Uchiha únicamente para comprobar si era lo suficientemente buena para él. Iría sin prejuicios, esperando que Kagura estuviera haciendo lo correcto al ir contra la corriente.

(...)

—Tendrás que estar presente mañana por la tarde. La planeadora de bodas es insufrible. —resopla ella haciendo un puchero adorable que le arrebató una sonrisa radiante— Es tan... insoportablemente entusiasta.

—Le di la orden de concederte todos tus deseos. —comenta, colocando un mechón detrás de su oreja— ¿No está cumpliendo tus expectativas?

Sarada hace una mueca de disgusto y endereza su espalda para observarle bien desde su posición. Kagura no pudo evitar contemplar su cuerpo desnudo sobre él y sintió un hormigueo en las manos por volver a tocarla.

—Acata mis peticiones como si fueran órdenes de un general. —suelta un suspiro— Pero no puedo seguir haciendo esto sola, organizar tres eventos al mismo tiempo apesta.

—Sólo dime lo que tengo que hacer. —sonríe él, sentándose en la cama con ella a horcajadas— ¿Tengo que decidir entre manteles de seda, lino o algodón?

—¡No es gracioso! —lo golpea en el hombro— Tú vas a encargarte de la fiesta de compromiso y no hay discusión.

Kagura sacude la cabeza sin poder borrar la sonrisa de sus labios y acerca su rostro para besarla con suavidad.

—Lo que usted ordene, general. —hace un saludo militar— Considéreme uno más de su tropa.

Sarada lo empuja hacia atrás y ambos cayeron nuevamente sobre el colchón. La joven colocó las manos en su pecho e hizo ese gesto arrugando la nariz que le parecía encantador.

—¿Me dejarás sola en la avioneta mañana? —estrecha la mirada— Creo que estoy lista para un vuelo en solitario.

—No estoy seguro si estás... —comienza a decir— Llevas diez días de clase.

—Puedo hacerlo. —contesta con determinación y se agacha de nuevo para rozar sus labios— Si te descuidas, voy a superarte fácilmente.

—No tengo ninguna maldita duda de eso.

Kagura la mantuvo cerca de él con el brazo rodeando su espalda y ella terminó por acurrucarse en su pecho de nuevo.

—¿Cómo está la situación allá afuera? —pregunta la azabache— Sé que no quieres decírmelo, pero mi familia te está dando muchos problemas, ¿verdad?

El rubio se tomó unos segundos para hablar en los que se limitó a acariciar su larga cabellera oscura.

—Puedo manejarlo. —niega suavemente— Durante años me estuve preparando para una guerra, así que convertí Estambul en una fortaleza impenetrable, incluso para los Uchiha.

—Enviaré un mensaje a mis hermanos, les pediré un alto al fuego. —propuso, pero él volvió a sacudir la cabeza— Creí ser clara cuando dije que dejaran de meterse en mis asuntos.

—Están preocupados, deberías llamarlos. —desliza su mano a lo largo de su espalda— Sólo para que sepan que estás bien.

—No quiero discutir con nadie. —sacude la cabeza— Sé que si les llamo me bombardearán con preguntas para las que no estoy lista aún, tal vez sólo envíe un mensaje...

Él estuvo a punto de decir algo más, pero el sonido de su móvil en algún lugar de la habitación interrumpió el silencio. La verdad era que prefería no contestar, pero estaban llamando a su número personal, ese que pocas personas tenían.

Así que se levantó muy a su pesar y buscó el aparato que terminó en algún lugar del suelo.

—¿Tatsumi? —respondió confundido al ver su nombre en la pantalla— ¿Sucede algo?

—He peleado con Buntan y me he ido del departamento. —contesta la joven en la otra línea— ¿Puedo quedarme unos días en tu casa?

Él enarcó una de sus cejas rubias y la mujer sobre la cama le miró con curiosidad.

—Sé que estás con Sarada. —dijo con palabras atropelladas— No abriré la boca de más, lo juro.

Kagura aguardó en silencio, meditando la situación y las posibles consecuencias.

—Voy a comportarme. —prometió— No tienes nada de que preocuparte.

—De acuerdo. —suspira finalmente— Llega a tiempo para la cena.

—Eh... de hecho, ya estoy aquí. —dice apenada— ¿Puedes abrirme la puerta?

Era normal que después de las siete Hinoko los dejara a solas en la casa, así que no había nadie más que pudiera abrir además de ellos.

—Espera un minuto. —y cuelga, colocándose una camisa casual de algodón y unos pantalones de chandal grises.

—¿Qué sucede? —pregunta sentándose en la cama sin dejar de observarlo— ¿Quién era?

—Alguien que quiero presentarte. —se agacha para besarle la cabeza para después caminar a la salida de la habitación— Me pidió quedarse unos días aquí, tuvo problemas en su apartamento y no pude dejarla botada en la calle.

Sarada frunció el ceño ligeramente, pero aún así se puso de pie y buscó en el vestidor cualquier cosa que pudiera cubrir su desnudez. Se colocó un camisón de seda blanco y una bata encima.

—¿Debo preocuparme de que invites a otra mujer a quedarse en casa?

Kagura sonrió, tomando su rostro entre sus manos y plantándole un beso en los labios.

—En absoluto. —niega con la cabeza— En realidad, creo que te agradará.

El rubio se adelantó para abrir la puerta y justo cuando la joven Uchiha terminó de bajar el último escalón de las escaleras se encontró con una chica de cabellera rubia larga y de ojos alegres. Parecía ser de su edad, tal vez un poco mayor.

—Hace siglos que no te veía. —exclama la rubia bajo el umbral de la puerta y se lanzó a los brazos del hombre— ¿Dónde demonios te habías metido?

Kagura se encoge de hombros y se hace a un lado para que la rubia pudiera observar la figura femenina detrás suyo.

Esa era la primera vez que Tatsumi veía a Sarada Uchiha en persona y la vista que tenía en frente no se comparaba a la descripción que Tsurushi le hizo. Era más bonita en persona, ni siquiera las fotografías de aquel artículo de revista le hacían justicia.

Su cabellera oscura y larga parecía una cortina de seda cayendo sobre su espalda. Y era alta, más que el promedio, ella misma debía llegarle al mentón. Tenía una figura imponente y al mismo tiempo una apariencia angelical.

La azabache dio un paso al frente, acomodándose sutilmente la bata que llevaba puesta y le ofreció la mano sin titubear.

—Sarada Uchiha. —sonrió— ¿Tú quién eres?

Y también proyectaba una seguridad apabullante.

—Tatsumi Kurosuki. —toma su mano con timidez— La huérfana que vive de la caridad de Kagura.

—No digas ese tipo de cosas, Tatsumi.

—Por Dios, Kagura, no seas modesto. —pone los ojos en blanco y detiene su atención de nueva cuenta en la azabache— Te hiciste cargo de nosotras cuando no tenías porqué hacerlo.

Ambas pudieron ver la reprobación impresa en el rostro del rubio, pero Sarada sólo pudo sonreír. No obstante, hubo algo que llamó su atención y no pensaba dejarlo pasar.

—¿Kurosuki?

—Sí. —asiente la rubia— Sé lo que estás pensando y no hay caso que intente ocultarlo. Nuestros padres tuvieron una historia.

—¿Eres hija de Raiga Kurosuki?

—Sí, pero nunca lo conocí. —se encoge de hombros— Murió cuando aún no nacía, mi madre apenas tenía unas semanas de embarazo y en cuanto me tuvo nos abandonó a mí y a mi hermana.

Kagura se vio tentado a intervenir en la conversación, pero contrario a lo que pensó, Sarada no se veía nada perturbada por la revelación reciente.

—Quédate tranquila, no tengo ningún tipo de resentimiento. —sacude la mano para restarle importancia— Aunque no puedo decir lo mismo de mi hermana mayor, a decir verdad.

—Supongo que no está feliz con mi presencia. —menciona la azabache enarcando una ceja— ¿Debo mantenerme alerta?

—Es inofensiva. —resopla la chica— Maldice mucho, pero nunca se va a las manos.

La Uchiha suelta una risita suave y hasta entonces Kagura soltó el aire que tenía retenido.

—¿Cenas con nosotros? —pregunta él sin saber qué más decir.

—Claro.

—El comedor es enorme. —comenta Sarada con disgusto— ¿Podemos comer juntos en la sala de estar?

Kagura asiente con una diminuta sonrisa y se agacha para besar la cima de su cabeza.

—Lo que tú quieras. —acaricia su mejilla con los nudillos de la mano— Voy a servirnos la cena a los tres.

Las dos mujeres lo vieron adentrarse a la cocina con pasos firmes y Tatsumi abrió la boca sorprendida.

—Por Dios, lo tienes embobado. —se ríe con incredulidad— Apenas lo reconozco.

—Es bueno saberlo. —exclama de buen humor— Seré su esposa después de todo.

—Sobre eso... —se remueve inquieta— ¿No crees que eres muy joven para casarte? Es decir... incluso creo que eres menor que yo.

—La edad sólo es un número. —niega ella con suavidad— Si los golpes de la vida hablaran por uno, muchos seríamos considerados ancianos.

Tatsumi fingió no estar sorprendida de la madurez con la que se expresaba y tras analizar brevemente su expresión tranquila le ofreció una sonrisa tímida.

—Kagura me dijo que le pediste quedarte aquí unos días. —menciona Sarada cambiando de tema— ¿Tuviste algún problema con tu hermana?

—Peleamos. —suelta un suspiro— Está de mal humor desde que supo que Kagura regresó y no ha ido de visita. Buntan tiene un carácter... especial.

Oh. Así que estaba frente a la hermana de la mujer por la que tuvieron aquella discusión en el yate.

—Ella y Kagura tuvieron algo más que una aventura, ¿no? —enarca una de sus oscuras cejas— A Ichirōta se le salió su nombre sin querer y tuvimos una discusión al respecto.

Tatsumi no supo qué responder, no estaba en sus planes hablar abiertamente de la relación de esos dos, porque ni siquiera ella sabía qué clase de acuerdo tuvieron anteriormente.

Pero algo de lo que sí estaba segura era que Kagura nunca miró a su hermana de la misma manera que veía a la chica Uchiha o la trató con ese nivel de cariño que vio hace unos momentos. Ni de cerca.

—Entonces tiene razones reales para odiarme. —dice la Uchiha con desinterés— Mi madre asesinó a su padre y ahora yo me robé al hombre que ama.

La rubia abrió y cerró la boca sin saber qué decir de nuevo. Era un resumen bastante acertado, sí. Y por la expresión apenada que puso, Sarada supo que dio en el blanco.

—Mi hermana ha estado enamorada de él desde siempre. —resopla— Él, por otra parte, no creo que tuviera un tipo de sentimiento por ella más que un cariño fraternal.

—¿Y tú? —cuestiona directamente— ¿No te molesta que Kagura se case con la hija de la mujer que asesinó a tu padre?

Tatsumi se encoge de hombros.

—Si él esté bien con eso, por mí está bien. —confiesa en un susurro— Y por lo que vi hace unos segundos, que estés aquí es lo que necesita.

—Me alegra saberlo. —su expresión se suavizó ligeramente— Porque necesito toda la ayuda posible con los preparativos de la boda.

—No soy buena organizando eventos. —sacude la cabeza con horror— Créeme, soy la última persona que quisieras que te ayude.

—No puedes ser peor que yo para esto. —hace una mueca de fastidio, haciéndole una seña con la cabeza para guiarla hacia la salita de estar— Nunca fui el tipo de chica que le entusiasmaran las fiestas.

Tatsumi jamás se sintió tan identificada con alguien en cuestión de minutos.

—Creí que te gustaba eso de ir a eventos grandes y codearte con personas importantes. —se sinceró la rubia— Después de todo, tengo entendido que los Uchiha organizan eventos de beneficencia anuales.

—Bueno, a mis tías les entusiasma todo ese tipo de cosas, yo sólo hago acto de presencia como apoyo a la familia. —se encoge de hombros— Nunca me involucro en la planificación.

A la ojiverde le sorprendió ver a la sofisticada joven tomar asiento en el suelo alfombrado y le tomó un par de segundos comprender que comerían en la mesita de centro de manera despreocupada.

Si le dijera a Buntan que aquella muchachita que juzgó de engreída la estaría invitando a comer en el suelo de la sala como viejas amigas no lo creería nunca.

—¿Cuál es el plan ahora que vas a casarte con Kagura? —pregunta la rubia con curiosidad— ¿Te quedarás aquí en Estambul de manera permanente?

—Tengo una gira pendiente. —resopla poniendo los ojos en blanco— Todo dependerá de lo que suceda las siguientes semanas.

—¿Qué se supone que sucederá? —parpadea confundida.

La azabache se muerde el labio inferior, dudando si debería contárselo o no. Evidentemente no eran amigas, pero necesitaba poder hablar con alguien que no fuera Kagura o Hinoko. Y algo en su interior le decía que podía confiar en ella aún cuando admitió abiertamente que su hermana preferiría que desapareciera de la faz de la tierra.

—Sabré si puedo empezar la gira sin dejarla tirada después. —dice con cautela— No creo que sea conveniente si me encuentro... indispuesta a mitad de la temporada.

Tatsumi no comprendió a lo que se refería hasta que la vio levantar la mano sutilmente y dejarla sobre su vientre. Entonces por poco y su mandíbula cae al suelo.

—No me digas que estás...

—Aún no lo sé. —sacude la cabeza al instante y mira de reojo al pasillo vacío que conduce a la cocina— Es decir... podría estarlo justo ahora, dejé los anticonceptivos hace poco más de una semana.

—¡Oh por Dios!

—Supongo que lo sabremos en un par de semanas más. —sus labios se convierten en una fina línea— No quiero decírselo a Kagura hasta que esté confirmado.

La mirada glauca de Tatsumi se suavizó al ver la vulnerabilidad detrás de su expresión confiada.

—Tras el accidente que sufrí, el médico me dijo que podría concebir, pero sería difícil llevar un embarazo a término sin poner mi vida en riesgo. —dice en un hilo de voz— Aún así... quería intentar...

Por alguna razón, y de manera inconsciente, la rubia colocó su mano sobre la suya en un intento de ofrecerle consuelo. Y esa fue la imagen con la que se encontró Kagura al ingresar a la sala de estar.

—¿De qué me perdí? —frunce el ceño— ¿Pasa algo?

—Acabo de prometerle a Sarada que la ayudaré con los preparativos de la boda. —contesta Tatsumi tomando uno de los tres platos de comida que se las arregló para llevar hasta ahí.

El hombre se situó al lado de su prometida y no dejó de mirar entre ambas con una expresión desconcertada.

—¿Harías eso? —pregunta dubitativo.

—Dos cabezas piensan mejor que una. —dice restándole importancia— Además, es lo menos que puedo hacer después de interrumpir su privacidad.

—Kagura tiene razón, creo que me agradará tener a alguien más aquí con la que pueda hablar. —sonríe la Uchiha— Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

Tatsumi asintió con timidez y durante las siguientes dos horas se dedicó a analizar el comportamiento de la pareja. Para ella no pasó desapercibida la devoción con la que Kagura miraba a la joven pelinegra y lo fácil que demostraba afecto físico cada que tenía oportunidad.

Le bastó unos minutos en su compañía para confirmar lo que le mencionó anteriormente a su hermana: Él se enamoró perdidamente de la chica.

(...)

Diez días después, los ataques cesaron.

Nadie comprendió porqué de la noche a la mañana los Uchiha decidieron hacer un alto al fuego después de recibir un corto mensaje de parte de Sarada. Era una nota corta escrita con su puño y letra donde se leía con sencillez:

«Estoy bien. Tendrán noticias mías pronto.»

Luego, esa misma tarde llegó una nota más dirigida especialmente para Sasuke Uchiha, y tan sólo horas después pidió a sus hijos retirar a sus hombres de la frontera con Turquía.

—¿Qué crees que dijo en la nota para su padre? —pregunta la Uzumaki menor a Kaede justo a su lado.

—¿Que está enamorada y no quiere que le hagan daño a su nuevo novio? —hace una mueca de horror— ¿Te lo imaginas?

—Tendría que haberse vuelto loca, el tipo la secuestró. —sacude la cabeza con incredulidad— No pudo haberse enamorado del hijo de Yagura Karatachi sabiendo lo que su padre hizo en el pasado.

—¿Crees que lo esté haciendo para llevarle la contra al tío Sasuke? —pregunta la pelimorada— Eso sería algo tan típico de ella.

—Si esa es la razón, creo que lo está llevando demasiado lejos. —resopla Himawari— En el artículo de la revista no se le ve sufriendo para nada, al contrario, parecen unos tortolitos en su luna de miel...

—Podría ser un caso de Síndrome de Estocolmo. —añade Namida mordiéndose el interior de su mejilla— La única explicación lógica es que se hayan encariñado el uno con el otro aún en su situación.

Nadie sabía los detalles detrás del secuestro de Sarada dado que los padres de la joven decidieron mantenerlo a puerta cerrada. Incluso sospechaban que los hermanos Uchiha tampoco tenían la información completa.

—Kawaki ha estado de un humor insoportable. —se queja Himawari haciendo una mueca— Le ha frustrado que los Uchiha no compartan más información al respecto.

—Bien merecido lo tiene. —comenta Kaede encogiéndose de hombros— Debería ocuparse de los asuntos que le competen. De su prometida, por ejemplo.

—Me da pena Sumire. —asiente Namida— Está tan entusiasmada con los planes de boda del próximo año que apenas se da cuenta que él no le presta ni un gramo de atención.

La pelimorada parecía estar exhausta de esa situación. La relación tortuosa entre Sarada y Kawaki seguía afectando a terceros incluso después de haber terminado.

—¿Cómo va tu operación cupido? —pregunta la castaña cambiando de tema— ¿Está teniendo éxito?

—Hako es la chica más tímida que he conocido en mi vida. —suelta un resoplido— La he convencido de acompañarnos a cenar al menos dos veces por semana argumentando que es necesario para mi recuperación tener una figura femenina en la cual pueda apoyarme mientras estoy en Londres.

—Eres... una arpía mentirosa. —se ríe la Uzumaki— ¿La pobre se ha creído esa estupidez?

—Es tan dulce que se ha ofrecido a pasar su tiempo libre del trabajo conmigo. —hace un puchero enternecido— Le he ofrecido un cambio de look o renovar su guardarropa en agradecimiento, pero es malditamente decente...

—Es una buena chica. —asiente Namida con una sonrisita— ¿Podemos decir que oficialmente te ha ganado como cuñada?

—Por Dios, sí. —dice complacida— Es obvio que los dos se atraen, sólo hace falta que mi hermano deje su lentitud y se decida a ir por ella.

—Tal vez quiera tomarse las cosas con calma. —menciona Himawari— Dadas las circunstancias actuales, sería lo más prudente. Es un hombre precavido.

Kaede finalmente asiente enfurruñada sabiendo que tenía toda la razón. Lo único que quedaba era esperar y que las cosas fluyeran de manera natural.

(...)

Tres días para la fiesta de compromiso y veinticinco días desde que llegaron a Estambul.

—Van a... —jadeó cerca de su oído— Alguien va a oírnos...

Los labios de Kagura se deslizaron a lo largo de la piel expuesta de su hombro y ella arqueó su espalda al sentir que cada vez se acercaba más a la cima.

—Todo el mundo aquí está dormido... —murmura él con la voz enronquecida, rodeando su cintura con uno de sus brazos.

Sarada se movió sobre su regazo, montándolo con un ritmo cadencioso y sensual. Tenía el camisón de satín negro arrugado hasta la cintura y los tirantes cayendo por sus hombros ofreciéndole una vista de sus pechos pecaminosos.

Kagura la sujetó con posesividad, como deseando fusionarse por completo con ella, disfrutando del vaivén de sus caderas y de la calidez de sentirla piel a piel.

—Yo voy a... —gimió ella, aumentando la velocidad— Oh, por Dios...

Las paredes de su coño aprisionaron su polla maravillosamente a mitad de su orgasmo provocando que terminara en su interior con un gruñido de satisfacción.

—Buenos días, por cierto. —sonríe ella tras recuperar el aliento— Desperté y no estabas en la cama.

—Quería llevarte el desayuno. —dice con ironía sin dejarla ir todavía— No debería sorprenderme que no te dejes consentir.

Ella se ríe abrazándose a su cuello y se acerca a su rostro para poder besarle en los labios.

—Maldita sea la hora en la que accedí a quedarme en esta casa y no en un hotel. —oyeron la inconfundible voz de Code a sus espaldas— ¿Podrían al menos fornicar en su habitación? A partir de ahora me niego a sentarme a desayunar en ese comedor.

Sarada escondió su rostro en el pecho de Kagura completamente avergonzada y el rubio lanzó lo primero que vio en dirección de su amigo. En este caso fue su propia camiseta.

—¿Por qué tanto alboroto? —exclama Hassaku bostezando detrás del pelirrojo y una sonrisa juguetona tiró de su labio al ver la situación— Oh, ya entiendo.

—¡No miren! —gritoneó la pelinegra, acomodándose la parte superior del camisón a toda prisa— Juro que voy a sacarles los ojos si...

—¿Qué sucede, amor? ¿Por qué estás tan molesta? —interviene Ichirōta abriéndose paso entre los otros dos— Ah, les interrumpieron el mañanero.

El rostro de la joven se puso de mil colores y su ceño se frunció.

—No, ya habían terminado, gracias al cielo. —agrega Code— Simplemente los hallé a mitad de los arrumacos post-orgásmicos, y menos mal, no me habría recuperado de verlos en acción.

—Cierra la boca, Code. —replica Kagura poniendo los ojos en blanco— ¿Qué hacen levantados tan temprano de todas formas?

—Sarada nos está obligando a acompañarla a la prueba del vestido. —resopla el aludido— ¿No tienes amigas que vayan contigo o algo así? Pídele a Tatsumi que vaya contigo.

—Ustedes son mis damas de honor, esto entra en sus responsabilidades. —se excusa ella rápidamente, levantándose del regazo de su prometido y envolviendo su cuerpo con la bata que recogió del suelo— Así que voy a darme una ducha y después podemos irnos.

—¿No vas a desayunar? —pregunta Kagura frunciendo el ceño.

—Desayunaremos fuera. —se detuvo frente a él para despedirse con un beso.

—¿No puedo ir también?

—Es de mala suerte. —niega de inmediato— Y también quiero que sea sorpresa.

Él bufa con fastidio, pero toma su rostro entre sus manos para darle un último beso antes de dejarla ir escaleras arriba.

—Te tiene arruinado. —se burla Ichirōta— Supe desde que los vi en Ibiza que esto terminaría más o menos así.

Kagura no respondió porque técnicamente tuvo razón y no estaba dispuesto a decirle que no se había equivocado.

—Estás feliz, ¿no? —Hassaku le palmea el hombro— Joder, la niña te tiene a sus pies.

—Sí, no creo que los Uchiha compartan el sentimiento. —comenta Code dejándose caer en uno de los sillones al entrar en el vestíbulo— No les importará que estés enamorado de la chica. Te matarán cuando se enteren de lo que le hiciste.

—En realidad, el que le hizo todas esas cosas fue Tsurushi. —interviene Ichirōta— Tal vez si se los explicas...

—Sigue siendo mi culpa. —dice Kagura en tono derrotado— Yo debí... hacerme cargo personalmente de sus cuidados...

—Tu error fue confiar demasiado en Tsurushi. —añade Hassaku— ¿Ya decidiste qué hacer con él?

—Aún no lo sabe, pero lo destituí de su cargo. —responde con seriedad— Voy a desterrarlo de Turquía.

—Se pondrá como loco. —espera Code cruzándose de brazos— Más vale que te andes con cuidado, seguramente irá detrás de Sarada en cuanto se lo digas.

—No volverá a tocarle un pelo. —niega con determinación— No mientras yo exista.

Hubo un silencio absoluto en el lugar que pareció eterno y Kagura analizó sus siguientes palabras con cuidado.

—Nadie le pondrá un dedo encima. —miró a cada uno de sus amigos— Y si no estoy para protegerla, ustedes deberán hacerlo por mí.

—¿Qué estás diciendo? —masculla Ichirōta desconcertado— ¿Por qué no estarías?

—Porque en dos semanas dejaré que los Uchiha entren a Turquía. —explica con cautela— Y aceptaré lo que sea que quieran hacer conmigo.

Hassaku abrió mucho los ojos y se inclinó hacia adelante todavía intentando procesar lo que acababa de decir.

—Debes estar bromeando. —exclamó Code al instante— No puedes ser tan idiota para dejarte matar.

Kagura suspiró.

—Amo tanto a esa mujer que no me importa aceptar cualquiera que sea la consecuencia. —confesó en voz baja— He intentado postergar lo inevitable por demasiado tiempo.

—Estaremos allí. —prometió Hassaku— Nos quedaremos hasta entonces.

—No quiero que se entrometan. —expresa con el ceño fruncido— Preferiría que se queden al margen.

—Ella podría convencerlos de aceptar el compromiso. —afirma Code— Lo que sea que les haya dicho sirvió para que cesaran los ataques.

—Sólo pidió un alto al fuego. —menciona Kagura— Eso no asegura que no quieran mi muerte a cambio del sufrimiento que ella pasó.

Ninguno supo qué decir, así que de nuevo se sumieron en un silencio tenso.

—Estará bajo nuestra protección. —habló Ichirōta y los otros dos asintieron, uno más efusivo que el otro— No le daremos la espalda.

No hubo necesidad de decir nada más, así que cuando Sarada apareció por el pasillo los encontró charlando sobre el plan de esta tarde que consistía en una degustación de postres que Hassaku le enseñaría a cocinar.

—Cuando te dije que era pésima en la cocina no era ninguna broma. —dijo la joven con obviedad— No tengas tanta fe en que pueda lograr hornear pastelitos.

—Eso es porque nunca has tenido como maestro a un chef profesional, preciosa. —sonríe el de afro guiñándole un ojo— Te convertiré en experta en poco tiempo.

—Dime que hay extinguidores en la casa, por favor. —bromeó Ichirōta mirando su amigo— Mejor aún, si lo que quieren son pastelitos, pasemos por una repostería de camino a casa.

Sarada sacudió la cabeza con una sonrisa y se puso de puntitas para poder despedirse de Kagura con un corto beso en los labios.

—No me eches tanto de menos. —volvió a besarlo— Regresaré pronto.

—Siempre te echo de menos.

—Ay, ¿para qué tanta cursilería? —gruñe Code adelantándose a la salida— Se despiden como si no se fueran a ver en un par de horas.

Una sonrisa picaresca tiró de los labios de la Uchiha y corre tras él para colgarse de su brazo sin importarle que el pelirrojo protestara una y otra vez. Los otros tres hombres la miraron desconcertados, pero al final llegaron a la conclusión de que lo hacía para molestarlo.

—Acá entre nos, creo que es el favorito. —susurra Hassaku— Lo cual es injusto porque prometí enseñarle a hornear. La dama de honor favorita debería ser yo.

—Cállate y camina, idiota. —resopla Ichirōta empujándolo a la salida— No quiero que se moleste y comience a gritonear.

Kagura observó el auto alejándose desde la puerta principal sin poder dejar de sonreír. Sí, podía acostumbrarse a una vida así.

—Creo que hay algo que deberías saber... —escuchó la vocecita de Tatsumi detrás de él— Es sobre Tsurushi y Buntan.

Entonces su sonrisa se borró.