La siguiente vez que abrió los ojos tuvo la sensación de haber despertado de una pesadilla. No se movió, ni emitió ninguna sonido, simplemente se limitó a mirar el techo blanco de la habitación.
Sin embargo, no pasó ni un minuto de recuperar la consciencia cuando sintió los brazos de alguien rodear su cuerpo con efusividad.
Esa era su madre.
—Cariño, qué alivio que estás bien. —susurra tomándole el rostro entre sus manos.
Sarada no respondió, pero tampoco rechazó sus caricias. Sabía que el lenguaje de amor de su madre se basaba en el contacto físico, así que no le impidió que le besara ambas mejillas y se aferrara a su cuerpo con fuerza.
—¿Cuánto llevo inconsciente? —se aclara la garganta.
Daisuke, el más cercano a la cama se puso de pie para buscarle un vaso con agua y ella se lo agradeció con una sonrisa de labios apretados.
—Veinticuatro horas. —respondió su padre cerca del ventanal de la amplia habitación de hospital— Estás en Palermo ahora.
—Lo supuse. —se encoge de hombros— ¿Dónde están Daiki e Itsuki?
—Itsuki está en Izanami encargándose de unos asuntos y Daiki fue a casa. —explica Sakura colocando un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja— Celine empacó algunas de tus cosas para que estuvieras más cómoda aquí, pero ambos deben estar por llegar.
—¿Estás bien para recibir visitas? —pregunta Itachi sentado en uno de los sofás de la salita mientras hojeaba una revista de autos— Porque pronto tendrás aquí una multitud.
—Podemos limitar las visitas. —añadió la pelirrosa de inmediato— Si necesitas tiempo a solas...
—Estoy bien. —contesta con sencillez— Puede venir quien sea mientras no hagan mucho ruido, no me apetecen los escándalos.
—¿Quieres algo de comer? —ofreció Sakura rápidamente— Debes estar hambrienta, cariño.
Ella niega.
—No es necesario que me trates como un bebé, mamá. —contesta con tranquilidad— Te dije que estoy bien.
—Tú siempre serás mi bebé. —suspira la pelirrosa, peinando su cabello oscuro con los dedos.
Y como si los hubiera invocado, minutos después sus dos hermanos mayores entraron por la puerta con la familia Uzumaki-Hyūga pisándoles los talones.
Himawari y Namida fueron las primeras en lanzarse contra ella, casi subiéndose a la cama y restregando sus rostros contra el suyo.
—Cuidado, niñas, Sarada está herida. —las reprende la tía Hinata alejándolas para tomar su turno de abrazarla— ¿Cómo te sientes, querida?
—He estado mejor. —se encoge de hombros, dirigiendo su atención a su mejor amigo, quien aguardó cerca de la entrada.
Seguido de eso, Shinki y Shikadai entraron encabezando el grupo de Kaede, Ryōgi y Mitsuki con sus respectivos padres. Pronto la habitación se vio abarrotada de personas y a ella no le quedó otra opción que soportar el abrazo de cada uno.
Boruto seguía en silencio, esperando a que todos terminaran de saludarla y no fue hasta que el último buscó sitio en la pequeña salita junto a los demás que dio un paso dentro de la habitación.
—Hola, extraña.
Sarada levanta su mano para sacudirla como saludo y el rubio negó con una sonrisa antes de acercarse a ella con cautela.
—¿Quieres que te ayude a escapar del hospital? —pregunta en voz baja— Te ves miserable.
Eso se ganó una pequeña sonrisa de parte suya y Boruto no pudo evitar suspirar aliviado. Esa era la Sarada que esperaba ver.
—En una hora saca a todos de aquí. —susurra la azabache para que sólo él pudiera escucharla— Mi habitación ya parece un circo.
Él se ríe por lo bajo y asiente. Había olvidado cuánto la echaba de menos, seguía siendo su mejor amiga después de todo.
—¿Cómo es eso de que te casaste? —preguntó enarcando una de sus cejas rubias.
De pronto el sitio se quedó en completo silencio al oír aquello, muchos de allí todavía no estaban al tanto de lo que sucedió en Turquía.
—¿Te casaste? —los ojos de Himawari casi se salen de sus órbitas— ¿Con quién? ¿Con el tipo que te...
Kaede le dio un codazo a la Uzumaki para que cerrara la boca. Era un tema delicado y lo estaban haciendo sonar como nada del otro mundo. Ryōgi le habló sobre los detalles del viaje a Turquía y ella misma no dejó de llorar por su amiga toda la tarde desde que llegó a Italia en ese estado.
El médico eligió ese momento para aparecer por la puerta y se sorprendió al ver la habitación llena de personas.
—Vaya, esto parece una buen fiesta. —sonríe el médico acercándose a la cama de su paciente— ¿Cómo se ha sentido, señorita Uchiha?
—Bien. —responde sin más— ¿Cuándo podré irme de aquí?
—Aún debe quedarse al menos cuarenta y ocho horas en observación. —afirma el hombre con profesionalismo— ¿Tiene alguna molestia?
Le informó que la herida de su brazo necesitó menos de diez puntadas y que afortunadamente sólo hubo daño superficial. Pero había algo más que no le estaba diciendo, podía ver la pena en sus ojos.
—¿Alguna otra duda?
—¿Lo perdí? —preguntó tras unos segundos de silencio.
El hombre se aclaró la garganta, dedicándole una mirada condescendiente y finalmente asintió.
—Lo siento, no pudimos hacer nada. —inclina la cabeza a modo de disculpa— Perdiste mucha sangre, y en tu estado era peligroso, tienes secuelas de un cuadro anémico grave e inclusive algo tan común como la menstruación puede bajar tus concentraciones de hemoglobina, si tomamos en cuenta tu situación era muy difícil...
—Entendí, gracias. —lo interrumpe— Avíseme cuando pueda irme a casa.
No quería saber nada más al respecto. Esa era la prueba que necesitaba para cerrar ese capítulo.
El médico se disculpó una vez más y salió de la habitación dejándola a solas con sus familiares y amigos, quienes se mantuvieron en silencio sin saber qué decir.
—¿Estabas embarazada? —exclama Kaede con los ojos muy abiertos— Pero...
—¿Hasta dónde eras capaz de llegar? —esta vez fue Daiki el que la cuestionó— No creo que esto formara fuera parte de lo que sea que intentaras conseguir.
No había ninguna expresión en el rostro de la joven, su mirada parecía vacía.
—Sólo quería comprobar algo. —se encoge de hombros.
Que no podré ser madre nunca, quiso decir, pero en su lugar decidió callar.
—Sarada, ese hombre te engañó todo este tiempo. —habló Himawari sacudiendo la cabeza con incredulidad— Fuiste su prisionera por no sé cuánto y...
—Lo sé, yo estuve ahí. —enarca una ceja— ¿También van a contarme lo que pasé en mi propio secuestro?
Aquella declaración tomó un peso diferente ahora que ella lo decía en voz alta. Tenten y Konan entrelazaron sus manos con las de Sakura como muestra de apoyo mientras que Ino prefirió desviar la mirada hacia el ventanal. La escena le recordó tanto a esa vez en que su amiga finalmente explotó y gritó a los cuatro vientos lo que tuvo que sufrir para salir de esa pesadilla.
Pero Sarada parecía estárselo tomando de otra manera.
—¿Siempre... lo supiste? —pregunta Namida perpleja.
—Después de mi intento de fuga y despertar en un hospital con amnesia, perdí la memoria por... tres días. —se encoge de hombros— Luego todo fue volviendo poco a poco, al menos lo más esencial.
La primera señal de alerta fue cuando habló con Itachi y mencionó que dos semanas antes de esa llamada se había comunicado diciendo que estaba en Siria, pero eso no concordaba con la fecha en la que tuvo el accidente en Mardin.
A partir de ahí se mantuvo atenta a cada pequeño detalle, a cada conversación, cada mirada extraña. Y decidió actuar con cautela a pesar de que el primer recuerdo que volvió a su mente fue el de haber conocido a Kagura.
Durante esa plática reveladora que tuvo con su hermano recordó la condición de su abuelo, pero también se percató de otro detalle: Itachi oyó hablar de Kagura, sí, pero ni siquiera tenía idea de su nombre y eso ya era mucho qué decir porque si alguien la conocía de pies a cabeza era su hermano.
Como en ese momento, que ni siquiera le sorprendía nada que pudiera salir de su boca porque podía predecir sus pensamientos o acciones.
Esa fue la primera razón por la que se quedó en Turquía. Necesitaba saber quién era el hombre que fingió ser su prometido para retenerla a su lado y cuál era su propósito.
—Tú lo sabías, ¿no? —habló Naruto mirando a su mejor amigo— Por eso no hiciste nada.
Sasuke se encogió de hombros.
El día que se enteró de lo del secuestro llegó una fotografía y una carta con una sencilla frase que parecía inofensiva en caso de que alguien más llegara a leerla. En cuanto la leyó, supo lo que su hija planeaba.
«Creo que necesitas un altar».
Años atrás, él mismo dijo que le pondría un altar al hombre que la soportara, ese día que hablaron sobre venderla como ganado en un matrimonio concertado. Y en ese momento concluyó el rumbo que estaba tomando la situación. Probablemente su hija planeaba un tratado de paz mediante una boda.
Ese fue el motivo por el que se movilizaron para intentar recuperarla antes de que cometiera una locura.
Poco después ella se comunicó. Les envío una carta que todos pudieron leer diciendo que estaba bien y que tendrían noticias pronto, pero además incluyó una nota especial para él.
«Esta ocasión no apuestes en contra, vas a perder».
Nada de todo eso habría tenido sentido hasta después de la llamada donde esa mujer les informó sobre el accidente y la pérdida de memoria. Si les pasó por la cabeza que Sarada pecaba de ingenua se llevaron un chasco.
No pudieron equivocarse más.
A partir de ese momento retiraron a todos sus hombres de las fronteras e hicieron un alto al fuego. ¿La razón? Si Sarada hubiese perdido la memoria por completo, no habría recordado esa conversación insignificante de una tarde en el autódromo.
Ella sabía lo que estaba haciendo y les pedía que se mantuvieran al margen. La idea no les gustaba en absoluto, pero respetaron su manera de proceder.
La única duda que aún les quedaba a todos era qué tanto había podido recordar.
(...)
—Por favor, no hagas movimientos bruscos. —pidió la chica con gesto reprobatorio— Se te pueden saltar los puntos.
—Necesito cambiarme. —le ignora mientras se levanta de la cama— ¿Dónde están mis cosas?
La pelimorada soltó un suspiro de resignación y caminó hasta el armario de la habitación para sacar una maleta con ropa limpia que su madre le trajo esa mañana.
—¿Por qué tienes tanta prisa por levantarte? —pregunta con el ceño fruncido— El médico dijo que necesitas reposo.
—No me importa lo que haya dicho el médico. —contesta en tono mordaz— Estoy bien para caminar.
Sumire niega con la cabeza y se cruza de brazos mientras le observa ponerse de pie gruñendo por lo bajo al sentir el aguijonazo de dolor en su costado. La bala no perforó ningún órgano de milagro, pero fue necesario someterlo a cirugía para remover el proyectil.
—¿Cómo fue que resultaste herido? —se preocupó genuinamente— Ninguno de tus amigos ha mencionado nada al respecto.
—¿Has estado interrogando a todo el mundo? —rechaza su ayuda de manera sutil— ¿Acaso también le has preguntado a mis padres?
—¡Por supuesto que no! —contesta apenada— Es que casi muero de miedo cuando supe que te traían herido desde Turquía...
Y decir que se hallaba asustada era poco, no sólo por la salud de su prometido, sino porque escuchó en los pasillos que Sarada Uchiha regresó y que también había sido ingresada en el mismo hospital con escasos metros de distancia separando sus habitaciones.
Hace menos de veinte minutos que los padres de Kawaki y su hermanos decidieron ir a visitar a la chica en cuanto escucharon que había despertado, lo cual le ponía los pelos de punta porque se hacía una idea de lo importante que era ella para el núcleo cercano de su futura familia política.
—Tu madre me pidió que no te permitiera salir de la habitación. —dijo caminando en círculos fuera del baño mientras esperaba a que terminara de cambiarse de ropa— Se molestará conmigo si entra y te ve de pie, dijo que debes descansar.
La puerta se abrió tras un par de minutos y Kawaki salió completamente vestido con ropa deportiva y cómoda. Era raro no verlo con su habitual vestimenta elegante e impecable, pero no le disgustaba en absoluto.
—¿Adónde vas? —reaccionó a tiempo para atravesarse en su camino— Debes quedarte en la cama para que puedas recuperarte.
—Necesito ver a...
—¿A la chica Uchiha? —pregunta alzando el mentón, viéndolo tensarse de inmediato— No pierdas tu tiempo, tiene las visitas restringidas, sólo su familia puede entrar a verla.
Esperó sentirse mal consigo misma por mentirle, pero la culpa nunca llegó y en lugar de eso se justificó pensando que tenía todo el derecho de no querer que su prometido viera a su ex, su casi algo, o lo que sea que fueron.
Pensó que eso sería suficiente para detenerlo, pero debió suponer que seguir las reglas nunca fue la especialidad de Kawaki.
—Y una mierda de visitas restringidas. —pasó por su lado abriendo la puerta con la chica pisándole los talones.
No fue necesario preguntar cuál era la habitación de Sarada, un par de hombres vigilaban la entrada y para su maldita suerte Daiki Uchiha recién salía por la puerta para atender una llamada que terminó colgando en cuanto lo vio a mitad del pasillo.
—No. —señaló interponiéndose en su camino— No vas a entrar.
—Voy a verla, no estoy pidiendo tu permiso. —se irguió en toda su altura, pero claramente no consiguió intimidar al Uchiha— Hazte a un lado.
—Cariño, relájate. —pidió Sumire sujetándolo del brazo— Podrás verla en otro momento, seguro su hermana necesita descansar al igual que tú.
—Hazle caso a tu prometida. —sonríe Daiki— Regresa por donde viniste.
Sumire captó el tono en el que pronunció la palabra prometida y aquello dejó un sabor amargo en su boca. ¿Por qué parecía que todos sabían algo importante menos ella?
En ese momento la puerta de la habitación se abrió de nueva cuenta y por ella apareció un hombre con los rasgos muy similares, entonces dedujo que era el hermano gemelo, el actual capo italiano.
—Déjalo pasar. —dijo para sorpresa de ambos— Ya hay una multitud aquí adentro, que más da.
Pero aún parecía que los dos hermanos sabían algo que ellos no. Aún así, a Kawaki no le importó su fingida amabilidad mientras le dejaran verla.
Y cuando finalmente entró en la habitación se instaló un tenso e incómodo silencio. Sasuke sonrió de medio lado, tomando asiento junto a su esposa y cruzándose de brazos como si estuviera a punto de presenciar un espectáculo que sabía que iba a disfrutar.
Eso definitivamente debió encender una alarma dentro de la cabeza de Kawaki, pero también decidió ignorarlo. En su lugar, centró toda su atención en la mujer sentada sobre la cama hospitalaria y de nuevo ahí estaba la punzada en el centro de su pecho.
—¿Soy o me parezco a alguien que conoces? —exclama la azabache enarcando una ceja— Espera... me parece haberte visto antes...
Se gira a ver a Boruto quien era el más cercano a ella.
—¿No es el huérfano que adoptaron tus padres? —pregunta sin ningún tipo de filtro— Como sea, si vienes aquí esperando un agradecimiento eufórico por recibir una bala que iba para mí, puedes esperar sentado porque yo no te lo pedí.
Daisuke quiso soltar una carcajada, pero su madre le dio un codazo para que no se atreviera a emitir ningún sonido.
—Sarada... —habló Himawari— ¿De verdad no recuerdas a Kawaki?
—¿Debería? —dice como si nada— Convivimos como por cinco minutos antes de evitar que le sacaran el corazón con su propio cuchillo, así que por lo que a mí respecta estamos a mano.
Kawaki frunció el ceño, analizando cada minúscula expresión de su rostro y lo único que encontró fue genuino desinterés. Ella de verdad no lo reconocía, no había rastro de molestia o resentimiento, simplemente su presencia no le afectaba en lo más mínimo como a él.
—Ah, qué delicia es el karma. —susurra Daiki detrás suyo y luego se detiene junto a la cama— Muy bien, todos fuera de aquí, mi hermana necesita descansar. Sólo se queda la familia.
—Tu también puedes quedarte. —ella se encogió de hombros hacia Boruto— A menos que prefieras irte.
—Me quedo. —asiente él sin importarle que su hermano lo taladrara con la mirada— Pediré que te traigan algo de comer.
—Gracias.
Uno a uno fueron abandonando la habitación hasta que sólo los Uchiha quedaron acompañándola, y mientras Boruto cerraba la puerta detrás suyo, casi pudo predecir que ya había alguien esperándolo en el pasillo.
—Deberías regresar a tu habitación. —dijo apenas dándose la vuelta para enfrentarlo— Acabas de salir de cirugía, por si lo habías olvidado.
—¿Qué le sucede? —pregunta, ignorando la sugerencia de irse.
Boruto suspiró.
—Hace un par de meses tuvo un accidente en el que perdió la memoria. —explica con calma— Tengo entendido que sus recuerdos llegan hasta antes del viaje a Aspen, algunos regresaron, pero otros no.
—No me recuerda.
—Que astuto, Sherlock. —se burla el rubio con ironía— Por lo que sucedió allá adentro creí que te habías dado cuenta.
Comprendía el comportamiento mezquino de su hermano, de verdad lo hacía, no habían podido arreglar las cosas y se hablaban sólo lo estrictamente necesario.
Una risa irónica se escapó de su boca sin poder evitarlo. Sarada se tomó muy literal eso de borrar cada recuerdo de él.
—Tal vez su subconsciente se resiste a recordar sus momentos juntos a propósito. —comenta Boruto metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón— ¿Cómo es que dicen? Oh, sí, que la mente bloquea memorias traumáticas como un mecanismo de defensa.
—Pues entonces haré que me recuerde. —exclama el pelinegro, encogiéndose de hombros— No importa el tiempo que eso lleve.
Se dio la media vuelta y se fue. No era momento para un escándalo, pero tampoco se quedaría de brazos cruzados, aunque primero tuviera que arreglar su propia mierda.
(...)
Su familia no había dejado de hacerle preguntas, omitiendo a propósito el tema de lo vivido en los calabozos. Al parecer, Denki cumplió con su palabra y buscó a su padre para informarle de la situación, pero parecía que también habló más de la cuenta porque su madre no podía siquiera pasar un minuto sin limpiarse las lágrimas que le escurrían por la cara.
—Estaba tan aterrorizada. —sollozó la pelirrosa, haciéndose espacio con ella en la cama— Una experiencia así es... horripilante, hubiese preferido pasar por eso de nuevo a que tú tuvieras que vivirlo.
—Estoy aquí, mamá, ya pasó. —la consuela acariciándole la espalda con suaves círculos— ¿Acaso no me ves? Estoy en una pieza.
Sakura toma el rostro de su hija entre sus manos y sollozó al ver su expresión impasible. ¿Había perdido a su pequeña niña una vez más? Verla así sólo le provocaba llevársela al lugar más recóndito del mundo y meterla en una cajita de cristal para que nadie pudiera hacerle más daño
Hace años que ella pasó por lo mismo y de vez en cuando todavía tenía pesadillas al respecto, no quería imaginarse el dolor que su hija sintió y seguía sintiendo. Ella tuvo a Obito para protegerla la mayor parte del tiempo y tenía una motivación gigantesca para salir de allí.
El caso de Sarada era muy diferente. A ella la torturaron con saña en venganza de algo de lo que no tenía culpa. La maltrataron hasta el cansancio, la sometieron hasta el punto de doblegarla y con todo eso se las arregló para escapar incluso después de perder a la pequeña vida que crecía en su interior.
Si ella hubiera perdido a Itachi... probablemente se hubiese rendido ahí mismo.
—¿En qué estabas pensando al quedarte al lado de ese sujeto? —pregunta con incredulidad limpiándose las lágrimas— Debiste decirnos sobre el accidente desde que hablaste con tu hermano, habríamos ido por ti sin importar las consecuencias.
—Justo por eso no dije nada. —se encoge de hombros— Primero tenía que investigar la razón por la que estaba en Turquía con un hombre que mentía sobre ser mi prometido.
—¿Y no se te ocurrió que era más fácil preguntarnos? —resopla Itsuki cruzándose de brazos.
—No, porque ustedes habrían recurrido a la violencia para sacarme de Estambul y lo que yo necesitaba eran respuestas. —contesta desviando la mirada hacia el ventanal— Respuestas que sólo iba a conseguir fingiendo ingenuidad. Resulta que una chica con amnesia es considerada inofensiva.
Itachi finalmente deja la revista en la mesita frente a él y echa las manos detrás de su cabeza con la atención puesta sobre ella. Boruto oía cada palabra sin saber qué decir, incapaz de interrumpirla.
—¿Cuándo confirmaste que había algo turbio?
—Los días en que... estuve en aquella fosa comenzaron a presentarse por medio de pesadillas. —frunce el ceño y sus ojos permanecieron fijos en la vista de los edificios de la ciudad— La primera fue esa misma noche después de hablar contigo. La sensación era tan realista que terminé sintiéndome mal físicamente.
En esa ocasión, Kagura se metió a la bañera con ella para controlar su fiebre, y justo después sucedió su primer beso. Fue entonces que se cuestionó sus propios alcances.
¿Era capaz de buscar refugio en el hombre que le causó tanto daño con el único propósito de descubrir cómo acabar con él?
Sí. Ahí tomó su decisión, sin saber que la condena de Kagura había sido la suya propia. Porque también se enamoró.
Cada noche dormía en sus brazos mientras repetía las torturas en sueños una y otra vez, la sangre, el dolor, la desesperación.
La sensación de pérdida.
—Antes de viajar a Lisboa sospechaba que él tenía que ver con mis pesadillas, pero aún no tenía un nombre. —dijo en un murmullo— Conocí a varios de sus amigos, los mismos que estaban en la ceremonia de ayer.
—Code, Hassaku e Ichirōta. —menciona Daiki uno por uno— Involucrados en el tráfico de armas y estupefacientes en Grecia, Portugal y España respectivamente.
—Necesitaba saber cuál era su relación. —asiente Sarada— Pensé en aprovechar nuestra estancia en Ibiza para planear con suerte un escape a Marruecos, pero entonces conocí a Ichirōta y me di cuenta de que su conexión era más profunda que una simple relación de negocios.
Su padre escucha el relato en silencio desde su lugar mientras que sus dos hermanos le miran interrogantes.
—Su alianza resultó ser más sólida de lo que pensé al principio. —suelta un suspiro— Jamás hubiésemos imaginado que tuviera una relación estrecha con España en secreto.
—Se suponía que durante años se habían mantenido al margen. —comenta Sakura consternada— No hemos tenido ningún tipo de altercado con ellos.
Sarada asiente dándole la razón.
—Después viajamos a Grecia, ahí me presentó con sus otros dos aliados secretos. —continúa explicando— Hassaku y Code tenían un vínculo igual de fuerte con él. Se conocían de toda la vida, sus padres tenían negocios juntos y era obvio que le darían todo su apoyo de ser necesario.
—Nunca le darían la espalda. —concluyó Boruto y los demás asintieron estando de acuerdo— No lo hacían por conveniencia, sino por lealtad.
—Añade a esa coalición a los Búlgaros y Polacos. —señala Itsuki— Ya no tendríamos una ventaja numérica tan aplastante como creímos. Las pérdidas podrían haber sido el doble...
Daisuke se acercó con curiosidad y se sentó al pie de la cama para no perderse de ningún detalle.
—Esa noche una mujer me interceptó cuando estábamos a punto de irnos y Kagura se puso nervioso después de ese encuentro. —se muerde el interior de la mejilla— Era obvio que creía que delataría nuestro paradero porque planeó la partida de Atenas de manera precipitada cuando acordamos quedarnos unos cuantos días.
—No se equivocó. —asiente su hermano mayor— Fue esa mujer la que nos dio el pitazo. Resulta que eran Alena y Maxim Orlov, hemos trabajado con su constructora antes.
—Creí que era el momento perfecto para la prueba de fuego, sabía que ustedes aparecerían en cualquier momento. —agrega la azabache— Y yo necesitaba saber cuánto le importaba a Kagura.
Sakura parpadea confundida, esperando que su hija no hubiese cometido una locura, pero conociéndola podía ser cualquier cosa.
—Alguien puso nueces a propósito en los aperitivos del avión. —dice como si nada— Así que me los comí.
—¿Qué? —exclama Daiki con el rostro descompuesto— ¿Acaso estás loca? ¿Te intoxicaste a propósito?
—Relájate, siempre cargo mi medicamento. —le resta importancia— Sólo quería ver la reacción de Kagura y saber si su urgencia por salir del alcance de ustedes era mayor a su preocupación por mí.
Tsurushi fue el responsable, había escuchado la discusión de Kagura y el resto fuera de su habitación en el hospital. Ese también había sido otro de sus objetivos: hacer que perdieran toda confianza en él.
—Vaya manera de comprobar si alguien te ama. —se mofa Daisuke— Podrías haberle preguntado nada más.
Sarada observa a su padre sacudir la cabeza con reprobación.
—Estás como una puta cabra. —replica Sasuke con el entrecejo profundamente fruncido— ¿Qué si te hubiera dejado morir?
—Ya habrían estado en Atenas para recoger mi cadáver. —se encoge de hombros— No tenía nada qué perder de todos modos.
Sakura se mordió los labios para evitar sollozar. ¿Cuántas cosas tuvo que hacer su hija para sobrevivir?
—Kagura me reveló su identidad esa noche después de la persecución fuera del hospital. —prosiguió— Me propuso matrimonio y yo acepté.
—Si ya habías descubierto sus intenciones ocultas, su identidad e información valiosa sobre sus alianzas, ¿por qué decidiste quedarte? —cuestiona Itsuki con evidente molestia— Ya estábamos en Atenas, te habríamos encontrado sin problemas si no nos hubieses pedido que nos retiráramos.
—Porque no era suficiente. —le mira a los ojos— La única manera de asegurar que no intentara nada en contra de ustedes nunca más era si yo me quedaba para garantizar que así fuera.
—Como no pudiste hacerlo con el hijo de Yuino, lo hiciste con Kagura. —dice Daiki con una sonrisa irónica— Estás mal de la cabeza.
—Él no era el único que tenía algo en contra de ustedes. —ladea el rostro ignorando su insulto— Tsurushi, el hombre que me torturó tenía una rencilla personal con mamá después de que su padre murió en el operativo de secuestro de Irlanda. Y también está Jigen, el líder de los polacos, aferrado a una guerra sin fundamentos.
—Querías adelantarte a sus movimientos. —concluye Sasuke— Desde este lado sería imposible saber lo que planean, pero desde allá...
Sarada asintió, sabiendo que su familia finalmente comenzaba a entender.
—Pensaba neutralizarlos uno a uno. —afirmó con severidad— Planeé una fiesta de compromiso para conocer los altos mandos de la organización de Kagura, así era más fácil identificar a los que no me querían allí.
—¿Y? —pregunta Boruto— ¿Qué sucedió?
—Todos me juraron lealtad, excepto Jigen. —responde apacible— Incluido Iwabee Yuino, el actual líder de los búlgaros ahora que su padre dejó su cargo.
Sasuke ladea la cabeza hacia el ventanal y una sonrisa se expande por su rostro. Esa era su chica lista, pensó. No sólo tenía al enemigo en la bolsa, también entabló alianzas nuevas en medio de una guerra.
Cada vez que pensó que no había nada que lo sorprendiera, su hija hacía algo para demostrarle lo contrario.
—¿Por eso te aseguraste que la boda sucediera? —suspira Itsuki con resignación— ¿Para reafirmar tu derecho legítimo a tomar decisiones importantes en la mafia turca?
Sarada asiente.
—Nadie me cuestionaría siendo esposa de Kagura. —contesta como si nada— En especial si demostraba ser capaz de idear estrategias inteligentes y convenientes.
—Como formar la alianza más grande nunca antes vista. —adivina Sakura— Porque tu matrimonio con él también era conveniente para ellos al terminar con la guerra y tener a Rusia e Italia de su lado.
—Maldita sea, eres una arpía maquiavélica. —se mofa Daiki con incredulidad— Ni siquiera yo tengo ese nivel conspirativo.
—Es por eso que nunca serás mejor que yo. —menciona Sarada con obviedad— Itsuki es demasiado precavido y tú eres un bruto impulsivo.
Su rostro no transmitía ninguna otra emoción.
—Te sorprendería lo que puedes conseguir apagando esto. —señala su corazón y luego la cabeza— Y usando esto con frialdad.
Boruto apretó los labios en una fina línea y percibió la misma expresión de preocupación de parte de Sakura Uchiha.
—¿Estás diciéndome que el papel de enamoradiza fue parte de tu plan? —exclama Itachi estrechando los ojos de nuevo— Te salió muy natural, casi le das un hijo.
—Eso es porque no fue actuado. —se encoge de hombros— Me enamoré de Kagura, pero a veces el amor no es suficiente.
Sus ojos cayeron hacia su mano izquierda, esa en la que aún portaba el anillo de compromiso y la sencilla alianza de matrimonio en el dedo corazón.
—Pudiste haberlo salvado, ¿sabes? —habló su hermano menor— Viste que iba a disparar y sabías que la puntería no es lo mío, a esa distancia era difícil que hiriera al tipo de muerte con un pequeño revólver. Era obvio que dispararía contra ustedes en respuesta, pero tú podrías haber predicho sus movimientos y empujar a tu prometido fuera de su alcance.
Sarada se relamió los labios y negó con suavidad.
—Me prometí no interferir en nada a menos que se tratara de ustedes. —se aclaró la garganta— Dejé que las cosas sucedieran como tenían que pasar.
Delineó el zafiro del anillo con la punta de su dedo y soltó un suspiro. Parecía que el destino tenía planes diferentes para ella.
—Intenté comunicarme con Shino para hacerle saber que estás bien, ¿en qué momento se separaron? —su madre llamó su atención cambiando de tema— ¿Hoshi está con ellos?
La habitual opresión en su mecho se hizo más intensa y por la mirada de la azabache Sakura supo que algo andaba mal.
—Ya no están más, mamá. —la miró directo a los ojos verdes— Ninguno de los tres.
Se esforzó por tener todo el tacto posible, Shino había sido una persona importante en la vida de su madre y sabía que la noticia de su muerte le pegaría como una bola de demolición.
—¿Cómo... —la voz de la pelirrosa se quebró— ¿Por qué estás segura? Si algo he aprendido estos años es que con ellos nunca se sabe y...
Ahí estaba, la negación.
—Estoy segura porque murieron frente a mí. —volvió a tragarse un nudo en la garganta por milésima vez y dejó que su madre se aferrara a su mano con fuerza.
Le tomaría un rato asimilar la noticia, pero estaría bien. Su madre era una de las mujeres más fuertes que conocía.
—Por cierto, ¿dónde está la abuela Mikoto? —pregunta a su hermano menor— Creí que sería la primera en lanzárseme encima.
Si el ambiente ya estaba tenso, de pronto se sintió sofocante. Sarada detuvo su mirada en sus dos hermanos mayores, ya que su padre parecía renuente a responder y finalmente Itsuki soltó un suspiro.
—Estaba loca por verte, pero no quiere despegarse ni un segundo del abuelo Fugaku. —comienza a decir— Su enfermedad ha avanzado y el tratamiento no funciona.
La joven retuvo el aliento.
—El médico le dio tres meses. —su voz sonó más ronca— Eso fue hace cuatro meses.
—No puede levantarse de la cama. —susurra Daisuke desviando la mirada— Nadie quiso decirle sobre tu... situación para no alterarlo, piensa que sigues de viaje y regresarás en cualquier momento.
La habitación se quedó en silencio por unos largos segundos hasta que de un momento a otro Sarada comenzó a desconectar todos los cables conectados a su cuerpo e hizo un amago de salir de la cama. Su madre logró detenerla en el último momento.
—¿Qué haces, cariño? —exclamó sosteniéndola por los hombros— Oíste al médico, dijo que debes quedarte en observación por cuarenta y ocho horas.
—Puedo hacer reposo en casa, pero no pienso quedarme aquí un minuto más. —se deshizo con cuidado del agarre de su madre y sacó los pies de la cama— Necesito ver a nonno, tengo que decirle que estoy bien.
No fueron capaces de convencerla de permanecer bajo vigilancia médica al menos unas pocas horas más, así que mientras Sasuke solicitaba el altay Boruto llevaba sus cosas, Sakura le ayudaba a cambiarse de ropa y sus iban por el vehículo que la llevaría a casa.
El camino a la villa familiar fue en completo silencio y ella no pudo evitar pensar en todas las cosas que habían transcurrido en los últimos meses.
¿Quién iba a pensar que se casaría, perdería un hijo y enviudaría en cuestión de horas? Todo era demasiado abrumador, se sentía exhausta, pero todo eso se vio eclipsado por la sensación de angustia conforme se fueron acercando cada vez más a su casa.
Celine la recibió con un abrazo que la dejó sin respiración, y la adorable Akemi con ya varios años de jubilación también estaba presente para esperarla en la puerta principal. Le dieron una bienvenida más que calurosa, ofreciéndose a preparar un banquete espectacular de bienvenida.
Pero ella no tenía ánimos para nada.
Así que cuando por fin la dejaron ir y comenzó a subir las escaleras de pronto tuvo la sensación de que sus pies se negaban a cooperar. Cada paso resultaba ser más pesado que el anterior.
—¿Sarada? —ver los ojos llorosos de su abuela le provocaron una punzada en el pecho— Oh, cariño mío, por fin estás aquí.
La mujer que recién cerraba la habitación tras ella se apresuró a envolverla en un abrazo efusivo mientras la llenaba de besos y sollozaba contra su cuello.
—Estaba tan preocupada... —balbucea aferrándose a su cuerpo.
—Te eché de menos. —susurra Sarada acariciando su espalda en pequeños círculos— A ti y a todos en casa.
Se separó de ella tomándola por los hombros y la miró de pies a cabeza sin poder dejar de llorar.
—Dios mío, estás preciosa. —le sonríe acariciando su rostro con ternura y señala con la cabeza la habitación por la que acaba de salir— Espera a que te vea, se pondrá tan feliz...
—¿Qué le dijeron exactamente?
—Tu madre le dijo que regresaste a Londres hace un par de meses y que no te habías comunicado porque estabas demasiado enfocada en el inicio de la nueva gira. —sus labios formaron una fina línea— No hemos querido preocuparlo, conociéndolo habría sido capaz de ir a buscarte él mismo.
Sarada asiente, dándole un apretón en la mano antes de soltarla y tomar el picaporte para abrir la puerta de una vez por todas.
Sin embargo, lo que vio hizo que un nudo se quedara atorado en su garganta. Lo que quedaba de Fugaku Uchiha no era ni cerca de ser la mitad del hombre impresionante e imponente que recordaba en su niñez.
Había perdido mucho peso y sus rasgos ya no tenían aquella dureza que lo caracterizaba. Junto a su cama yacía un monitor de signos vitales que emitía el sonido rítmico de los latidos de su corazón y tenía una intravenosa conectada a su brazo donde una bomba de infusión que probablemente suministraba algún tipo de analgésico para el dolor.
El hombre ladeó el rostro para ver hacia la entrada y sus ojos de inmediato adquirieron un brillo especial que pocas veces se veía en él.
De inmediato se quitó la máscara de oxígeno de su rostro y le dedicó una sonrisa radiante a la joven que tenía al frente.
—No te dejes guiar por lo que ves, esto no es nada. —sacude la mano para restarle importancia— Me siento como un veinteañero.
Sarada dejó escapar una carcajada melancólica y se sentó en la orilla de la cama sin perder ni un detalle de su apariencia.
Ojos cansados, piel pálida, respiración pausada. Sin poder evitarlo su mente se remontó años atrás y se vio a ella misma pasando por una situación similar.
—Come sta la luce dei miei occhi?
«¿Cómo está la niña de mis ojos?»
La azabache sonrió cuando él palmea el lugar a su lado en la cama y levanta la manta calentita para invitarla a entrar.
—No tengas miedo, se ve peor de lo que es. —masculla al ver su precaución y señala los aparatos médicos— Tu abuela es una exagerada, nada de esto es necesario.
Sarada sacude la cabeza con diversión y se mete debajo de las cobijas junto a él. Parecía que toda una vida pasó desde la última vez que estuvo con su abuelo de esa manera.
—Ahora dime, principessina... —atrajo su cuerpo contra el suyo para que apoyara su cabeza sobre su hombro— ¿Vas a decirme dónde estabas realmente o fingirás que todo este tiempo estuviste en Londres para seguir con la mentira de tu madre?
—¿De qué hablas? —frunce el ceño— No he salido del estudio de ballet en meses intentando perfeccionar la coreografía para la nueva gira.
Fugaku sonríe, pero niega con la cabeza.
—Los ojos no mienten. —dice con seriedad— Y tu mirada cambió.
—Estoy aquí ahora. —dice ella en voz baja— Eso es lo que importa.
El hombre coloca su mano sobre la cabeza de su nieta y le acaricia suavemente. Todos en la casa creían que podían engañarlo y hacerle creer que las cosas iban de lo más normal. No obstante, él conocía a su esposa y supo identificar la preocupación en su mirada cada que preguntaba por Sarada y también estaba el nerviosismo en la voz de Sakura cuando le aseguró que su hija regresó de su viaje antes de lo previsto.
—Ven aquí. —la animó a recostar su cabeza en su pecho— Cuéntale a nonno lo que aflige tu alma.
Sarada se mordió el labio inferior, todavía insegura de hablar sobre lo sucedido en los últimos meses. Sin embargo, al final las palabras fluyeron una tras otra como un grifo abierto.
Fugaku escuchó en silencio, acariciando su brazo con suavidad sin interrumpirla en ningún momento.
—Entendí que debo dejar de nadar contra la corriente. —susurra la joven con la mirada fija en el ventanal de la habitación con vista al jardín trasero— No puedo seguir reprimiendo lo que soy, nonno.
—Eres una Uchiha, nosotros nunca tomamos el camino fácil. —afirma el pelinegro— Estoy orgulloso de ti, eres una chica tan fuerte...
Ella levanta un poco el rostro para mirarlo.
—¿Por qué estamos tan cursis hoy? —enarca una ceja— Si alguien nos escucha, arruinaría nuestra reputación.
—Tienes razón. —afirma el mayor— Este será nuestro secreto.
Sarada sonríe, apoyando su mejilla contra su pecho, oyendo perfectamente los latidos de su corazón.
—Te necesito, no puedes dejarme. —la voz femenina de ella tembló— No estoy lista para perderte a ti también.
El castaño sonrió por lo bajo.
—No me perderás nunca. —susurra contra su cabello— Yo siempre seré parte de ti.
Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas que se obligó a mantener a raya. Estaba siendo egoísta al pedirle que se quedara sabiendo el dolor que sentía cada segundo del día, pero no quería dejarlo ir.
—Déjame sostenerte como cuando eras una niña. —pidió él y la chica se abrazó a su torso al instante— Adelante, puedes llorar. Pero no lo hagas por mí, hazlo por ti.
—Detente, esto no es una despedida. —pidió en un tono de súplica— Acabo de regresar, no hemos tenido suficiente tiempo...
—Quería verte una última vez. —presiona sus labios contra su cabeza— Verte sana y salva era lo único que necesitaba para poder irme en paz.
Sarada negó en silencio, derramando su primera lágrima al darse cuenta de que los latidos de su corazón comenzaban volverse más lentos.
—Ya me he despedido de todos durante este tiempo. —habla con dificultad— Sólo faltabas tú.
—No, por favor... —podía saborear la desesperación, la amargura.
—Te quiero, Sarada. —dijo en un hilo de voz— Siempre serás la niña de mis ojos.
Sentía que se estaba asfixiando. El dolor que sentía en ese momento era sofocante y finalmente después de meses se permitió sentir todo de golpe. Sufrimiento, angustia, desesperación.
Fue una tortura escuchar su respiración volviéndose más lenta su agarre comenzar a perder fuerza.
Minutos después, el sonido que hacía el monitor de los signos vitales fue volviéndose cada vez más pausado hasta que los pequeños picos en la pantalla se convirtieron en una sola línea.
El primer sollozo fue desgarrador, y luego otro, y otro. Su cuerpo temblaba por los espasmos y las lágrimas no dejaban de salir mientras se aferraba con todas sus fuerzas a su abuelo.
Esa fue la escena con la que el resto de la familia se encontró al entrar a la habitación. Mikoto se acercó a la cama con el cuerpo tembloroso y se recostó del otro lado uniéndose a los lamentos de su nieta.
—Él realmente sólo espero por ti, cariño. —susurró la mujer colocando su mano sobre el brazo de la chica— Ahora está descansando libre de dolor.
Sarada se preguntó cómo es que su abuela podía aparentar tanta tranquilidad después de perder a su compañero de vida, pero entonces entendió que su amor por él era tan profundo que prefería dejarlo ir sabiendo que eso aliviaría su sufrimiento.
—No me preocupa. —una débil sonrisa tiró de los labios de la mujer mayor mientras acariciaba el rostro de su esposo— Sé que nos volveremos a ver en poco tiempo. Nuestras almas se pertenecen aún después de la muerte.
La joven azabache limpió las lágrimas de sus ojos con el dorso de su mano y asintió con una mirada de genuina fascinación.
Comenzaba a creer que nunca tendría algo así. Quizá su vida estaba destinada al dolor y sería mejor si lo aceptaba de una maldita vez.
(...)
La ceremonia fúnebre se programó al día siguiente en la pequeña capilla de la villa y a la cual asistieron amigos cercanos y socios para ofrecer las más sentidas condolencias a la familia Uchiha.
Después, el cuerpo del antiguo capo italiano y patriarca de la familia fue llevado al cementerio privado de los Uchiha dentro de su propiedad donde se llevó a cabo el entierro apropiado.
Durante todo ese tiempo, Sarada se mantuvo en silencio, con las gafas oscuras cubriéndole la mitad del rostro y un semblante estoico. Al contrario de su abuela, su madre y su hermano menor, quienes no les importaba expresar su tristeza por medio de las lágrimas.
Itsuki y Daiki atendieron a los invitados e Itachi no se despegó de su lado en ningún momento, y su padre... él se fue en cuanto terminó la ceremonia.
—Bueno, supongo que es hora de irme. —le dijo a su hermano durante el camino de regreso a la casa con los demás pisándole los talones— Te llamaré después.
—¿De qué hablas? —frunce el ceño— ¿Te vas?
Eso llamó la atención de su madre y el resto. Ni siquiera prestó atención de quienes estaban allí, no le interesaba tampoco.
—Me voy. —responde con simpleza— Tengo asuntos pendientes.
—El médico autorizó tu alta con la condición de que mantuvieras reposo. —replica su madre cruzándose de brazos con reprobación— No vas a irte a ningún lado hasta que estés recuperada.
—Cualquier cosa que tengas pendiente puede esperar. —masculla Itachi estando de acuerdo, pero la joven negó— ¿Qué es eso tan urgente que necesita tu presencia? No tienes ni dos días que llegaste a casa y vas a marcharte de nuevo.
Levanta la mano hasta alcanzar el collar que se perdía en el escote de su vestido oscuro y toma entre sus dedos el par de argollas colgando como dijes. El anillo de compromiso y su alianza de matrimonio.
—Por si no lo recuerdan, también tengo otro funeral al que debo asistir. —endereza su espalda— Mi esposo espera por mí.
Nadie se atrevió a decir nada, y entonces vio a sus hermanos mayores unirse a la discusión después de despedir a los líderes de clanes italianos que fueron a presentar sus respetos.
—¿Qué sucede? —pregunta Itsuki sintiendo la tensión de inmediato.
—Nuestra hermanita se va de nuevo. —explica Itachi metiéndose las manos dentro de los bolsillos de su pantalón.
—No, no te vas a ningún sitio. —exclama Daiki apuntándola con su dedo índice— A partir de ahora te mantendremos bajo estricta vigilancia para evitar que te metas en problemas.
—No me hagas reír. —habla ella con sarcasmo— ¿Vas a ponerme un chip rastreador también?
—Si es necesario... —añade Itsuki de mala gana— No estoy bromeando, Sarada, no vas a ningún lado.
Ella puso los ojos en blanco y sacudió la mano restándole importancia.
—Hay un avión esperando por mí, no tengo tiempo para discusiones. —toca el mentón de su hermano menor con la punta de su dedo y luego miró a los dos hermanos mayores— Hablaré con ustedes después.
—¿No vas a despedirte de papá? —pregunta Daisuke con indignación.
—Ya lo hice. —se encoge de hombros— Fue el primero en saberlo.
Para Sakura aquello no fue sorpresa. Resulta que esos dos siempre se traían algo entre manos.
Así que simplemente vio irse a su niña, esperando que aún hubiera esperanza para un alma tan rota como la suya.
