Asalto 4

El príncipe de pésima conducta.

(…)

Parte 1.

— Su majestad, por favor, vuelva a revisar estos documentos. Dudo que haya leído el contenido si

los aprobó.

Aproximadamente la mitad del papeleo acabó nuevamente sobre su escritorio. Mirándolo escéptico,

notó que incluso podría ser más de la mitad. Su ceja bailó nerviosa.

— Ophelio…

— ¿Sí?

— ¿Tienes algo en contra mía para ponerme toneladas de trabajo…? Estoy seguro que tengo más

trabajo que cualquier rey que conozca.

Un hombre de tez morena removió los hombros, desentendiéndose. Su cabello de negro separado,

dejando expuesta su frente, se mezclaba con ligeras gamas violetas. Los ojos bajo su cabello

brillaban en un lívido gris.

Este no cambió su seriedad de profesional en el trabajo.

— No entiendo de qué está hablando, Su majestad. Solo hago estrictamente mi trabajo. Que usted

no pueda hacer su trabajo debidamente no es mi problema sino de su mediocre capacidad indigna

de un rey…

— ¡El rencor de la segunda parte llegó a mí! En serio ¿Qué te he hecho?

— Nada que merezca mención, su majestad.

— ¿Enserio? No lo parece.

— Su majestad, lo tengo en alta estima. Mientras sea rey, nunca podría pensar mal de usted.

¿Realmente era así?

Aunque hablaba bien, ¿por qué sentía que ocultaba dagas en su voz?

Una criada, tocando tres veces, pidió invitación a la oficina.

— Puedes pasar. – Dijo el rey acomodándose el cabello.

La chica, abriendo la puerta, inclinó su cabeza. Ante quién se presentaba no era a su hermano o una

persona común, era el Rey de quién se hablaba. Cualquier gesto inadecuado podría concluir con su

cabeza rodando.

Caminó elegante, moviendo el carrito con el té de la tarde. Edgar arribó ambas cejas y tiró a un lado

el triste y aburrido papeleo.

Uno de sus pocos placeres a la hora de trabajar era la hora del té. Por fin podría relajarse un poco.

— Gracias, Mina…

Que honor, recordó mi nombre. La joven, consternada, inclinó su favor al rey, a quien consideraba un

ser divino y de aspecto curioso pero atractivo.

Delicadamente sirvió sobre el espacio limpio del escritorio la taza de líquido marrón rojizo. El vapor

exhalaba por la boca de la taza, segregando el fuerte aroma de la bebida.

Las manos de Edgar se arrimaron sobre la mesa a su porcelana.

— Por fin puedo

-

Quién tomó la taza, la subió, la vertió sobre su garganta y saboreó su sabor de ensueño, no fue él.

No fue él, no fue él. Fue…

¡Fue Ophelio!

Mina, en blanco, se quedaba mirando el vació. Sus ojos no la engañaron, el secretario que atendía al

Rey, se bebió su té en su misma presencia. Se debería tener un coraje excesivo para llegar a tal

extremo.

—Hm, no está mal, Mina-Chan.

Ophelio no tuvo apuro por disculparse o servirle otra taza al regente del país. Primero debería

terminar re revisar esa pila de documentos, antes de poder beber algo.

— Mi té…

(…)

Revisando, aprobando o desaprobando el papeleo de problemas o informes extremadamente

aburridos, ponía lo ya listo a su derecha… La pila de "completados" era menor a la otra.

— Ese Ophelio, incluso me dejó solo…

Su supuesto secretario, la persona encargada de asistirlo con todo lo que necesitara y que tenía

mejor comprensión sobre los informes de ataques y crímenes, no se encontraba en esa oficina.

— Aunque, encuentro su ausencia agradable para mis oídos…

Por mínimo, no tenía que aguantar insultos disfrazados de pleitesía.

Desde que se convirtió en su secretario, no paraba de zaherirlo con una mascarilla de falsa

reverencia. Lo trataba como a la peor escoria de los barrios bajos. ¿Qué hizo para merecer su

desprecio?

Alistó otro documento. Este tenía decoraciones en el papel y se veía festivo.

— ¿Hm?

"Estimado Rey Edgar Pendragon, largura de años sea para usted. En la gloriosa…"

Corrió sus ojos a la meta, que sería el final de la hoja. Siendo rey, la paciencia le era insuficiente.

"… Tenemos el cordial honor de expedirle la invitación este 13 de febrero del presente año al

palacio, donde se llevará a cabo la fiesta de bienvenida a la nueva hija del Rey Fain, Mifusa. Le

permitimos la asistencia, además, a otros embajadores, si lo desea."

Dejó la carta a un lado.

— Flyers…

El país que actualmente sostenía una relación en la cuerda floja con su país. Esos tipos querían

específicamente territorio que le pertenecía a las tierras de Eclipse, pero que ellos, reclamaban

como suyo.

Sus antepasados eran una misma persona, que repartió tierras entre sus hijos. Al tomar un rumbo

diferente, se formaron reinos contrarios.

Esto era, como se escucha, el acontecimiento que dio lugar a los Reinos Flyers y Eclipse.

Alex, el hijo mayor, se fue al norte, que por derecho le tocaba, mientras que su hermano, Jackson,

más al sur. Estos hechos marcarían el precedente de la creación de ambos reinos que serían el

epicentro de las especies semi-humanas.

Ahora, sin embargo, los flyernanos, en otras palabras, los descendientes del segundo hijo, Jackson,

deseaban apoderarse de un trozo de tierra que era de Eclipse, con el simple alegato, que la

repartición de las tierras hecha por el padre no fue justo.

Realmente eran molestos.

Le vinieron dolores de cabeza. Flyers no atendía a razones.

En el pasado, por generosidad del hijo mayor, se le cedió un poco más de territorio a su hermano,

pero esto se convirtió en una maldición que perseguiría a los siguientes después de él. Ahora, los de

Flyers, querían más y más tierra. En varios siglos pasaba lo mismo, hasta que la tierra de Eclipse, que

era dos veces más grande que la de Flyers, se hizo de la misma proporción.

Se suponía que el hijo mayor tendría más, pero por amabilidad terminó a la altura de su hermanito.

¡Y ahora ellos querían más! ¿Qué no veían que así Eclipse acabaría siendo un pedacito de tierra

diminuto?

— No lo soporto, si llegaba allá, querrán hablar sobre la repartición de tierra… No quiero eso…

Debería conformarse con enviar unos embajadores, y decir que se encontraba de mala salud.

Eso debería estar bien. Como rey y como persona, no quería ceder nunca más a estas peticiones

alocadas que harían su reino más pequeño.

— Este día ha estado agitado, primero la profecía de Yire, y ahora esta invitación…

Yiresia, una antigua conocida suya, entrando en su palacio y consiguiendo una audiencia, vino a

exponerle los pronósticos futuros que turbarían la nación, entre ellos, el ascenso al trono de Allen,

su primogénito, y la mención de su bisabuelo Well, un antiguo hombre que tuvo un papel

significativo en la historia de Eclipse hace 475 años.

Todo esto junto sería demasiado para un solo hombre. Ya las cosas estaban confusas por las razones

(Que no involucraran su muerte) que harían que su hijo subiera al trono, para que saliera a la luz el

nombre de un muerto que hace rato dejó de existir.

Lo que dejaba el espacio que estuvo solo con Yiresia en el salón del trono.

...

Movió imperiosamente su cetro. El oro fino brilló en ojos de sus siervos, la señal fue clara, que

dejaran al rey y la mujer a solas en el salón.

Las pisadas no duraron mucho tiempo. En un tramo extremadamente corto, Edgar, el Rey, y la mujer

de cabello lechoso como la crema blanca, Yiresia, estuvieron en un privado silencio tieso de piedra.

—…

El silencio sobraba.

Edgar, emitiendo un aura taciturna, se despegó de su regio trono recubierto de una capa gruesa de

oro. A eso le siguió una mirada asombrada de la mujer más debajo de los escalones de alfombra roja

de bordes dorados.

— ¿Realmente eras capaz de despegarte de esa silla? Creí que tenías tus glúteos adheridos a él.

Ok, eso duele. No soy alguien tan flojo.

Habría contestado, pero la seriedad que abatía su ánimo impelió todo intento de contestación.

Paso por paso, descendió de los escalones con el tiempo apremiante. El emblema de su autoridad, lo

abandonó en su mismo trono. El cetro cantó una melodía de soledad, extrañando el calor de su

dueño.

— Yire…

Sin trampas, sin bromas, sin modales, le preguntó con voz temblorosa, cara a cara.

— ¿Eclipse...acaso…caerá?

Yiresia, disfrazada de un talante de solidez, respaldó una sonrisa minúscula. Su significado entristeció

a Edgar, y al mismo tiempo, lo consoló.

— Si Eclipse caerá o se mantendrá firme no lo sé, pero tú y tu familia estarán bien, si es lo que te

preocupa.

— ¿Y el pueblo? ¿Qué con ellos? Viste un mar de llamas ¿No es así?

— Eso que vi fue de hace 475 años en la Reforma Religiosa, no tiene nada que ver…

—…

Pero siguiendo sobre los talones del enunciado.

— Pero si el resultado acaba siendo ese, y me fue mostrado como un ejemplo de lo que vendría, no

tengo nada que alegar.

— ¡-!

El Rey, en presencia de una mujer, se encogió en un hombre común con un montón de

preocupaciones. Sus piernas no querían obedecerle y parar de temblar. Sus labios tiritaran como si

estuviera entre la nieve. Como Rey, como padre, y como persona, no quería enfrentar los problemas

que pudieran aparecer en el futuro. Quería paz en los años restantes de su gobierno.

Cerrando en breve sus ojos, pausó el comienzo del pánico en su mismo pecho, y presionó los labios,

estos se pusieron de un blanco pálido.

El torrente de emociones, se calmó. El estanque bruñó sus aguas.

No podía desesperarse.

Abrió los ojos.

— Ya veo, si es así, solo queda prepararse en caso del peor desastre.

¿Qué ganaba deprimiéndose? ¿Ganaba dinero, experiencia, o algo útil? No. Como Rey y como padre,

lo mejor que podía hacer era hundirse en la lucha que pronto vendría. No quería decepcionar a su

familia.

— Antes de que comiences a pensar en que tu familia confía en ti, debo sacarte de esa ilusa fantasía.

Según sé, ellos no te ven como su héroe.

La saeta de filo punzante atravesó su pecho, asesinando sus fantasías idealistas de papá.

— ¿Era realmente necesario decir eso?

Se volvió hacia ella, reprendiéndola.

Pero no la encontró en su silla.

¿A dónde se fue?

— Aquí…

Yiresia, ronroneó abrazando contra su pecho el cetro.

— ¿Eh? ¡Perra!

Ella, gatunamente, sentada sobre su precioso trono, abrazaba su cetro como una bandera de

rendición. Sus manos de mangas largas se paseaban sobre la barra de bello dorado.

— ¡Qué…! ¿¡Qué estás haciendo!? ¡Quita las manos sucias de mi trono y cetro!

— No están sucias.

— ¡No me importa! ¿¡Cómo de grande te crees para sentarte en MI trono, el REY!?

— Cómo mínimo, puedo aplastarte con un dedo. El grande se come al pequeño.

— ¡Acepto que soy débil físicamente y que no puedo contra ti, pero sigo siendo tu rey!

— Uh, Gar, ya la vanagloria te consumió. – Su rostro de perro triste lo enfureció.

— ¡No es vanagloria! ¡No tiene nada de malo afirmar mi autoridad!

— Solo es una silla. Por muy revestida de oro, diamantes y joyas que esté, sigue teniendo la tarea de

aceptar el trasero de quién sea.

— ¡Eso…! ¡No…! ¡Pero yo…Ahg!

No existía un modo efectivo de buscarle una trampa a Yiresia. Ella se las sabía todas.

A fin de cuentas, tuvo que ofrecerle un vestido de seda azul con negro para que se fuera y se bajara

de su asiento real.

(…)

Tierra, rocas y algo de vegetación en miniatura adornaba lo que componía su hogar en cautiverio.

Serpenteaba arrastrando su panza amarillenta por la tierra, buscando algo que comer en ese

compacto espacio.

El cielo oyó su ruego, y le envió provisión.

Un diminuto y encogido ratón cayó del cielo, enviado por los dioses. Agradeció íntimamente por su

regalo.

El ratón, vivo y moviéndose, no tardó en darse cuenta en qué tipo de situación lo rodeaba, pero era

muy tarde.

Ensalzándose y siseando amenazantemente, tiró sus fauces. Sus colmillos se enclavaron en la suave

piel del animalito gris, inyectando gotas de veneno. El ratón se agitaba, pero cualquier esfuerzo se

vio frustrado con la muerte acercándose.

— Nunca deja de agradarme esta escena…

Allí, sentado y viendo a una mesa, donde reposaba una jaula de vidrio con una serpiente en su

interior devorando a un ratón, el príncipe unigénito de Eclipse, Allen Pendragon, sonrió.

Nada podía compararse a cuando el ratón indefenso caía en las fauces de la depredadora natural de

su especie. Amaba ese escenario angustioso para el pobre animalito que luchaba por vivir.

Por eso conseguir animales vivos valía la pena, sin mencionar, que a Maléfica le gustaban así.

Maléfica, tragando lo último del ratón, siseó feliz a su amo (Que consideraba ser divino) por darle

alimento una vez más.

Tocaron a la puerta.

— Pasa…

— Disculpe, Príncipe Allen…

Una de las criadas de traje largo y clásico, se inclinó ante él. Su cabello marrón oscuro y ojos negros

no sobresaltaban en ningún sentido.

El joven sentado viendo hacia la jaula se giró. El ocre de su cabello de corte sencillo aparentó ser la

melena de un león en sus mejores años. Sus ojos, bicolores, de rojo a verde, no anduvieron en

camino a ver la sirvienta.

En contraposición a todas sus ascendencias, era de hermoso semblante. Ese rostro debería bastar

para conseguir todas las féminas que se propusiera. En rostro no había alguien que le ganara, ni su

propio padre.

El príncipe en camino a ser rey, no mostraba características que lo enlazaran con su familia, o

siquiera su padre o madre. Su cabello leonado no tenía nada que ver con su padre, cuyo cabello era

moteado de manchas negras, o su madre, que tenía un sencillo cabello azulino.

— Oh, Ritsu… — Una cara común, un nombre común.

— Príncipe Allen, su padre el rey lo llama.

Rodando divertidamente, enunció algo ajeno.

— ¿Está bien que uses una ropa tan llamativa como esa? Pensé que eras recatada...

— ¿Eh? Pero si yo…—

De rosado a rojo, y de rojo a vino. Su rostro se coloró hasta lo íntimo de su ser. Juntando las piernas,

posó las manos bajo su abdomen.

— ¿¡Ya las vio!?

— El negro no te queda. Deberías ir por el blanco. – Dio un consejo de moda basado en la imagen de

la chica.

— ¡-!

Las sirvientas buscaban alejarse de este hombre, no porque fuera violento ni nada.

Solo era...molesto.

Como ahora, donde señalaba el color de su ropa interior. ¿En qué momento las vio?

— ¡C-Como sea, solo vaya con el Rey!

Dijo la sirvienta, colorada. Cerró la puerta de un portazo, casi tropezando.

— ¿Acaso habrá conseguido novio?

(…)

Entrando a pasos alentados, avizoró medianamente, a su progenitor sentado a su escritorio de gran

largo y ancho, con sus manos entrelazadas y apretándose. Una sonrisa de diablillo se apoderó de él.

El disgusto detrás de la máscara de estoicismo de su padre solo lo divertía más.

— Te tomaste tu tiempo, Allen…

Estaba en todo su derecho de regañarlo. Tenía 30 minutos de retraso.

— Deberías estar pendiente de la hora cuando alguien te llama…

Allen encogió los hombros. Paseándose liviano por medio de la sala, se metió al sillón, tomando el

periódico y dándole una ojeada.

— Allen…

— ¿Por qué tan serio? ¿Acaso me conseguiste una prometida digna de mi nombre?

Edgar desplazó su enojo. El tema de una prometida para el futuro rey de Eclipse seguía vigente.

Sobre todo…

¡Porque ninguna chica querría casarse con ése molesto príncipe! Algunos padres estuvieron

interesados, pero Allen transgredió los límites de molestar a alguien y causó el temor y trauma de

todas las jóvenes. El 80% de los criados en el palacio debían ser hombres, por lo menos, o una mujer

de carácter sólido y que la boca de Allen no pudiera profanar.

— S-Si fueras un poco más amable…

— No me gustan las mujeres, son tan estúpidas…

— ¿De dónde obtuviste esa visión machista? ¿Odias a tu madre o algo?

— No, a ella la adoro. A todas las demás mujeres las detesto.

— ¿Puedo preguntar la razón?

Levantando la mirada del periódico, no pensó mucho para afirmar:

— Solo las analicé, y vi que ninguna cosa de la que hacían tenía sentido. Son molestas, hablan

demasiado, se quejan mucho, son molestas, son caras y toda la riqueza no basta para satisfacerlas,

hay que escuchar todo lo que dicen, son molestas, piensan que con su cuerpo pueden capturar a

cualquier hombre, y son muy débiles.

— Dijiste "molesta" tres veces. Aunque algunas cosas son ciertas, no las desestimes solo por eso. Las

mujeres son maravillosas.

— Le diré a Mamá.

— ¿Eh? ¿¡Por qué!?

El rey perdió el color incluso de sus manchas. La reina consorte, Megumi, provenía del reino Tsugaru,

para enlazar ambos reinos en una relación de paz y amistad. A diferencia de Flyers, Tsugaru, un país

pequeño, no se molestaba en buscar más territorio, sino en vez, se especializaba en el comercio de

rubros y productos que facilitan el día a día.

El "Reloj" fue un invento que vino de sus tierras. Los que estaban dentro del negocio de la

"iluminación" se llamaban "Nippon".

Quién tenía mayor control sobre el rey, era la mujer de procedencia oriental.

— N-No creas que puedes asustarme. Ella no me asusta para nada.

— En ese caso, no te molestará si le digo.

— ¡Ah, espera!

¡Eso terminaría matándolo!

Levantó las manos, rindiéndose.

— Ok, ok, las mujeres son un asco, lo acepto.

— Le diré a Mamá.

— ¡OYE, ESE NO FUE EL TRATO! ¡Y de quién estamos hablando es de ti!

Allen se giró, suspirando. A su edad no comprendía ni la mitad que componía a su padre. ¿En qué

tipo de sociedad nació?

— Ok… ¿Y bien?

— ¿Bien qué?

— ¿No ibas a decirme algo?

Edgar, invitando a su hijo a sentarse, humedeció sus labios resecos.

— Allen, tengo algo que decirte.

— ¿Y es?

—Tienes entendido que dentro de un tiempo abandonaré mi cargo, y este será cedido a mi

descendiente.

— Así funciona la monarquía si tengo entendido.

Ok, bien, hasta ahora todo bien. Edgar se dio ánimos a sí mismo, tomando impulso para continuar.

— La corona no es un cargo para reírse, la persona que lo tenga será la máxima autoridad del reino,

y con ello el más presionado y responsable de su estado. Aunque es cierto que no puede controlarlo

todo, tiene sobre sus hombre un gran peso. Por sus malas decisiones puede provocar una guerra, o

una hambruna por negligencia en las otras áreas. Si no es apto, solo provocará el sufrimiento de su

pueblo, y ello puede traer una sublevación que produzca un golpe de Estado.

Allen asintió. El sermón era aburridísimo, pero no descartaba su grado de importancia.

— Estar preparado es la mejor forma de no avergonzar al pueblo ni a sí mismo. Tuve un largo

entrenamiento, e incluso cometí muchos errores al principio de mi reinado, pero gracias al Consejo

pude aprender a cómo sobrellevar una nación.

— Oí de eso, eras peor que un novato.

— ¡Tú también lo eres!

— Pero a diferencia de ti, soy un genio.

— Me gustaría negar esa parte, pero no puedo – Para dolor de su alma, Allen lo superaba con creces

en inteligencia y discernimiento. Evitó en el pasado varios atentados contra su persona.

Respirando fuerte, dijo:

— De todos modos, creo que no está de más que comiences un entrenamiento más directo.

— ¿Más directo?

— Sí, te permitiré tomar el mando de algunas actividades que haría yo. Esto ejercitará tu toma de

decisiones y liderazgo. No serán cosas importantes como tratados con el extranjero, pero debería

ayudarte a formar una base para cuando asciendas al trono.

— Todo eso lo comprendo, pero…

— ¿Pero?

— ¿Por qué ahora? Incluso si te ves así… — Señaló su totalidad. – Aún eres joven, no llegan ni a los

50 años, ¿Qué pasa? ¿Una vieja te profetizó tu muerte?

—…

Rehuyó de los ojos bicolores de su hijo. Maléficamente las comisuras de Allen subieron.

— Entonces sí es por una profecía.

— Odio tu intuición tan acertada.

— ¿Qué pasó? Dime los detalles. Amo los chismes.

— No deberías decir eso en voz alta. – Allen necesitaba otro tipo de entrenamiento como persona,

pero eso podía esperar. – Ciertamente, y como adivinaste, una vieja amiga mía llegó a la sala del

trono, profetizó que pronto el reino estaría en tus manos.

— Oh, quitando el hecho de la buena noticia, ¿Crees en esas tonterías?

— ¡N-No son tonterías! Ella ha dado profecías auténticas que se han cumplido. No toleraré que

dudes de su legítimo papel. Puede ser algo difícil de soportar y es molesta…

Oh, no.

Aceptaba que las mujeres eran molestas. Esto iba mal.

Allen, reclinó su mentón, una de sus cejas escaló remisamente.

—Bueno, no estoy seguro de si quiero darle oídos a una vieja con una bola de cristal, pero aceptaré

el entrenamiento para convertirme en rey.

Edgar apartó las manos de su rostro.

— ¿No quieres saber sobre qué dictaba la profecía?

— No, realmente. No creo en esas tonterías. Para mí, solo son patrañas que se cumplen por el

propio juicio de la persona que sigue ciegamente lo que decía.

—Te digo que Yire es…

— No me importan tus opiniones, así que si me disculpas, tengo clases de piano. El rostro a punto de

llorar del profesor es un buen aditivo para mi día.

— ¿Qué disfrutas de la gente sufriendo? El pobre Sen no encuentra qué enseñarte. Lo superaste por

completo. Ni siquiera necesitas más clases.

— Padre, yo no ando por ahí calumniando tu cabello, oh… — Sellando sus labios, se acordó de un

acontecimiento no tan lejano. – O tal vez, sí… Bueno, no importa.

¿¡...!? ¿De verdad lo hacía?

Y el sonido de una puerta cerrándose rápidamente acabó con la charla de padre e hijo.

(…)

Parte 2 – Rumbo a una nueva misión.

La sala de proporciones pequeñas, se inundaba de cubiertos rayando la porcelana de simple diseño.

En una mesa, donde cabrían más treinta personas, los trabajadores de la mansión se daban un

festín.

— Comer la comida que prepara José-San es uno de mis pocos placeres.

José García, el chef principal, sonrió ante el halago de Yuria.

De cabello simple y negro, y cutis moreno tipo canela, y sin embargo, poseedor de unos lustrosos

ojos verde mar.

Darkness escarbó entre su comida con el cubierto.

Como decían todos, sabía muy bien.

Parte de la reseña del hombre moreno, era que venía de tierras lejanas y tropicales.

Una mujer lo estafó y acabó en bancarrota. Falto de dinero, y perdido en el extranjero, estaba

desesperado.

Etanol le tendió la mano en su momento de más necesidad. Lo contrató como cocinero de la

mansión, hace ya 15 años.

Fue una decisión de la que nunca se arrepintió. José portaba el talento en sus venas mediterráneas.

La puerta del comedor de sirvientes apartó un chirrido. Faltaba cambiar las bisagras viejas.

— ¿Asura-Sama?

Camelia hizo un momento para nombrar a su superior que se veía a la puerta.

— Se ha presentado un ligero problema.

— ¿Un problema?

Darkness detuvo sus movimientos.

"¿Qué tipo de problema?" estuvieron por preguntar los sirvientes en medio de su comida, pero, el

trueno autoritario embulló los tímpanos, sembrando estupor. El cielo airado se estremeció.

Un diluvio.

(…)

Un diluvio, un diluvio…

Darkness miró a través del vidrio. Las gotas salpicaban y rebotaban en el material transparente.

Viendo remotamente, las montañas y los montes se veían cubiertos por frondosas nubes grises que

descargaban su contenido sobre los caminos y carreteras.

Aborreció el clima.

La salida respectiva de los convidados a su hogar, tuvo que ser pospuesto para cuando la tormenta

calmara sus ráfagas violentas. Una llana lluvia no sería una complicación, pero la tormenta, enfureció

sus nubes y estas volcaron un montón de agua precipitada. La carretera que conectaba a la mansión

y la capital estaría lodosa, y por lo tanto, resbaladiza de transitar. Por su propia seguridad, los Knight

guardaron refugio en casa de Etanol.

Nada podía ser peor. Darkness tendría, en su incontable resquicio, soportar una noche en la misma

casa con ese hombre.

No, esto no tiene que ser el fin del mundo. Es de noche, solo iré a dormir y mañana en la mañana

ellos partirán. Es improbable que los vea a partir de mañana.

Inculcándose serenidad, se movió de la ventana.

Su cama lo recibiría y esperaría por la mañana, cuando la lluvia no estorbara su vida.

— ¡Darkness!

-...

Caminó más deprisa.

— ¿Por qué caminas más rápido?

Tiraron de su ropa.

Diablos...

(...)

Fue obligado a soportar dos horas jugando el juego del rey con Sylph, Camelia y ese caballero. Por

alguna razón que no entendía, la suegra de Etanol también estaba allí.

Masajeó sus sienes. Le dolía un poco la cabeza.

¿No se suponía que a esta hora ya estaría durmiendo?

Encontró la puerta entreabierta de su habitación. Sylph decidió usarla punto de encuentro.

Ingresó sin pensarlo dos veces. Cometió un error.

Pensó que estaría vacía...pero...

Mirando el tormentoso diluvio que arreciaba en el exterior, un hombre de apariencia afable y

sublime, empotró sus manos en el marco de la ventana.

Silver Knight.

La impresión de caballero ilustre no cambiaba.

Su cabello de amarillo claro cremoso, de mechones levantados contra la gravedad, implementaba un

buen surtido de pinceladas que harían a un hombre llamativo y fascinante.

Siempre firme, con su cabeza en alto, postura de alguien orgulloso de su estilo de vida.

Por eso lo odiaba.

— ¿Te quedarás a la puerta, Darkness?

El buen caballero desplazó su rostro pensativo a su compañero. La habitación debería haber estado

desocupada y Darkness, en su libertad de dormir, pero Silver se tomó la molestia de esperarlo.

— Es mi habitación.

— Lo sé, por eso me quedé.

—…

Darkness se entregó al cauteloso mutismo. ¿Cuáles eran los propósitos que Silver guardaba?

— ¿No pasarás adentro?

— Preferiría no hacerlo hasta saber qué intenciones tienes conmigo.

Silver articuló un plausible "Ya veo" y se giró de la ventana.

Un rayo quebrantó el silencio de ambos hombres.

Darkness perdió la paciencia.

Así no llegaremos a ningún lado.

Rascó detrás de su sien. Decidió cerrar la puerta. No creó ruido y miró tajante al de cabello rubio.

— Está bien... Haz tus preguntas.

El de principesca mirada violeta-dorada entreabrió las rendijas de sus ojos.

— Pensé que me evitabas.

Eso era lo que hacía precisamente.

— No tiene sentido alargar más esta tensión. Es inevitable que acabemos como enemigos.

Contundente con sus palabras, silenció a Silver.

El caballero anudó sus cejas claras, esquinando la boca.

— Creo que malinterpretaste mis acciones. No intento interrogarte para darte arresto. Solo es

modesta curiosidad. No tengo razones, ya siendo sirviente de Sylph, por las cuales perseguirte.

Darkness frunció los labios.

— Ese día tenía asuntos que resolver en la capital. Casualmente me topé con ese hombre y las cosas

acabaron como bien viste.

— Me lo temía. Últimamente han ocurrido muchos robos y asesinatos en la capital.

Esa droga resultaba ser un problema. Las personas que la consumían perdían la noción de la realidad

y olvidaban todos sus ideales y principios.

— Ah, y no te preocupes por mí. Aunque fue algo exagerado, sigue siendo en defensa propia.

...aunque bien pudo ignorarlo. Tenía la fuerza para hacerlo.

Darkness miró a otro lado.

— Tienes una magia molesta...

— Prefiero llamarla "útil" en vez de "molesta".

Para Darkness seguía siendo molesta.

— No tienes que estar tan mosqueado conmigo. Ahora que estás bajo el manto de Sylph, no tengo

nada en tu contra.

Extendió la mano.

— ¿Hacemos las paces?

Darkness se lo pensó.

Silver dejó en claro que ya no buscaba arrestarlo, al menos no de momento. El respaldo de los Clover

sirvió de escudo, y la cuestión de la capital fue resuelta nítidamente. Conservar recelos no tendría

sentido, a estas alturas.

— Bueno.

Situándose a un metro de Silver, estrechó la mano que le ofrecía.

Sonriendo cálido, Silver dijo:

—Sabía que seríamos buenos amigos.

La mano blanca se separó de la otra, casi con horror.

No, no, eso nunca.

(…)

Siempre fiel a su nombre, el bosque no mostraba vida de ninguna manera en lo que respectaba a sus

días que tristemente iban pasando unos tras otros.

Los suspiros de las ranas en vez de croar marcaban que nivel de nostalgia anegaba el Bosque de la

Melancolía.

Para un bosque que no daba una cálida bienvenida a los seres vivos, un camino delimitado surcaba

los confines del bosque de camino a un lugar. ¿Qué persona, falto de cordura, implementaría ese

arduo trabajo para un lugar así de deprimente?

Pisando cuidadoso, Orochi miró al frente. La madera negra apareció a sus ojos carmesís, o no era

negra, sino que estaba húmeda. La puerta a punto de caerse y el tapete malgastado le susurraron

"Bienvenido".

Limpiándose los zapatos de la tierra gris, giró el pomo que no se veía nada confiable.

— Ya volví.

Cantó alto, para ser oído.

El pasillo y la sala vacía no dijeron nada en su venida, pero no carecían de calor humano. El interior

de la choza difería totalmente de la externa. Esto fue un trabajo conjunto de Orochi y sus

compañeros para hacer habitable ese pequeño espacio.

Moviendo gentil la puerta (Urano rompió la anterior tratándola rudamente) la cerró y siguió adentro

de la casa.

Llegando a casa, olisqueó algo capaz de conmover su estómago.

Venía de la cocina. El ruido que salía por la puerta provocaba que su estómago rugiera. Este eco

venía tomado de la mano con el delicioso aroma del pescado y el aceite.

Abrió la puerta de la cocina.

— Bienvenido, Orochi-San.

— Ya regresé.

— ¿Cómo te fue?

—… Bueno, no me fue mal.

Pero tampoco bien.

— Ok.

Alguien curioso como Urano lo atiborraría de preguntas una tras otra, pero Mistic se conformaba

con unas pocas palabras

— Enserio deberías ser más ambicioso.

— ¿Hm?

— No, nada.

El peli—rubio no detuvo su labor de cocinero. Orochi no se despegaba, ¿Quería decir algo?

—Urano-San está bañándose.

—…

Urano bañándose.

Orochi, esa mañana negó bien redicho que el cuerpo de Urano al desnudo no le importaba un

rábano, oír que ese mismo día se limpiaba, era un contraste bien recibido.

— Espero que no consuma toda el agua.

— Si eso sucede buscaré más.

— Eso debería hacerlo ella, no tú.

— No me importa ser útil para el equipo.

— Si es por eso, ya lo eres. Agradezco toda tu ayuda, y—

Puso freno a su boca. La plática comenzó a volverse vergonzosa se seguir. Mejor se detenía aquí.

— Gracias por cocinar, iré a cambiarme.

— Ok.

Sin querer, al buscar su habitación, pasó delante del baño.

El agua chapoteó y salpicó, creando una cacofonía húmeda y cómoda. Podía ver el vapor sobresalir

debajo de la puerta.

Los cristales de fuego estarían haciendo su trabajo. Urano no soportó una semana bañándose con

agua fría, demandando por cristales de fuego que calentaran el agua.

Él también estuvo de acuerdo. Fue difícil soportar esos primeros días.

El agua siguió corriendo.

Sin querer, caminó más despacio.

Estaría sentada mientras volcaba tobos de agua sobre su cabeza. Su piel estaría descubierta, y su

cabello de largo rosado húmedo arropando su espalda perlada.

La saliva se trabó en su garganta.

— Demonios… Ignórala…

Regresó en sí, y caminó más rápido en un lugar que no oyera el agua batirse. Comprendía sus límites

como hombre… No, comprendía su debilidad por Urano. Podía ser una chica fastidiosa, molesta,

imperiosa, gastadora, impaciente, y enojadiza, pero su encanto estaba arraigado a su rostro y

precioso cabello rosado. ¿La personalidad no debería influir en el atractivo de la persona?

Despeinó su cabello llegando a su habitación.

Destrabó el nudo que mantenía su bufanda verde oliva fijado a su cuello. Tiró la prenda a su cama…

pero se arrepintió y la dobló y colocó en su lugar predilecto.

Respiró, masajeándose el cuello. Revivió malos recuerdos de hace un año. Las cosas con Darkness no

cambiarían en tan poco tiempo. Lo sabía, lo sabía…pero...

Pensó que podría ser diferente de antes...

Al final, todo sigue igual.

Las yemas de sus dedos acariciaron los costados de su cuello. La sensación de miedo no desaparecía,

ni la impotencia por su debilidad.

Darkness era el mismo. Nada de cambios. Si su contrato con el elfo se hacía desventajosa lo

abandonaría al primer problema.

En vez de sentirse tranquilo, la acidez en su propia garganta liberó su malestar.

Seguía siendo el mismo. Algo que debería aliviarlo, pero...

— Quiero que cambie…

Nadie, excepto él, entregó oído a esa tímida súplica desamparada.

Qué paradoja. Odiaba que su hermano declinara de su camino, pero a la vez, deseaba que cambiara.

— No, no tiene sentido pensar en él. Todo eso ya es parte del pasado... Apenas somos conocidos...

Cierto, no tenía importancia.

Por nada del mundo reviviría recuerdos de su pasado vergonzoso. Ahora era diferente a ese inútil

niño que solo sabía seguir a su hermano mayor.

— ¡Hora de cenar!

Mistic gritó por la sala. Orochi apuró el paso de cambiarse la ropa.

(…)

Poniéndose un suéter negro de cuello alto, y pantalones marrones, salió de su habitación.

La mesa acaparaba tres platos de comida; salmón salteado con sal y romero, frito en aceite, dos

lonjas de pan tostadas con mantequilla, puré de patatas, y de bebida un café con leche humeante.

Habría alabado a Mistic, pero…

Urano tenía el salmón que debería ser suyo empalado en su tenedor, en camino a su boca.

Mistic estaba al borde del pánico.

— Ah... Llegaste temprano, Oro-Kun.

Demasiado, diría ella.

— Urano, ¿eso no es mío?

— ¿Tal vez?

¡Mujer descarada!

— Devuélvelo.

—…Pero...

— Devuélvelo.

— Muh... Ok.

Urano cedió, por esta vez, y regresó el trozo de salmón frito al plato de su dueño.

Mistic suspiró en una esquina. La choza no se caería abajo.

Ya todos sentados a comer, Urano procedió a hacerle una pregunta a Orochi.

—Oro-Kun, ¿Cómo te fue con tu madre?

Metiendo a su boca media rebanada de pan, contestó calmadamente.

— Muy bien, no ha cambiado nada. Pensé que podría verle una arruga, pero me decepcioné. Si no

supiera que es mi madre, la tomaría por una joven de 20 años.

En su hermosura solo se podía apreciar un gramo de madurez. Solo eso.

Urano se mantuvo firme, chistando.

— Desearía saber qué usa tu madre para no envejecer…

— Ella no dijo que no envejecía, solo que no se notaba.

— ¡A eso me refiero! ¡No quiero volverme vieja!

— Eso es algo imposible. Mejor acepta el destino que nos toca a todos.

— No entiendes el corazón de una doncella.

¿Cuál doncella? Él no veía ninguna.

—Supongo entonces que todo fue bien.

Dijo Mistic, buscando desviar la atención de Urano.

El tenedor de Orochi se detuvo.

Ah...

La comida ya no sabía igual.

— ¿Orochi-San?

¿Debería esconderlo?

No...

— En realidad… mi hermano…dejó de ser mercenario.

Urano se atragantó con su bebida.

— ¿Eh? ¿¡Enserio!?

— Sí.

— ¿Por qué?

— ¿Lo comprobaste?

— Con mi madre y la persona en cuestión.

La segunda parte fue más dura de aceptar.

— ¿Puedo saber por qué?

— Fue contratado por un descendiente de la Casa Clover.

Ásperamente platicó de Sylph Clover, responsable de toda su mortificación.

La peli-rosa limpió de comida su plato, poniendo los labios ladeados.

— ¿De los elfos? ¿Enserio? ¿Esos de orejas largas y magia poderosa? Pero si son considerados

cortesanos intachables que no manchan sus manos con la mugre de la plebe. Que se mezclen con un

mercenario es...

Una aguda mirada palideció lo que Urano diría a continuación.

Mistic habló por ella.

— ¿Alguna razón en específico? ¿Tal vez le ofreció cofres de oro o la posibilidad de respaldo social?

— A mí hermano le sería más agradable ser un mero mercenario sin responsabilidades. Además…

quién lo contrató no me da la imagen de un mafioso elfo capaz de quemar la capital por sus

intereses… Es solo un crío…

Aunque en edad quizás le superaba por algo de tiempo.

— Supongo que es algo cerrado entre los dos implicados.

— Creo, pero me molesta…

No temió dar aires a su desazón, tomando fuertemente la taza metálica.

— ¿Qué te molesta, exactamente? ¿Qué se haya adelantado y consiga una posición influyente?

Dijo Urano.

Orochi negó calmado. Si era por eso, desde el nacimiento estuvo por debajo de Darkness, que fuera

más arriba no sería malo ni bueno.

— Fuimos criados para estar en la oscuridad… Y ahora él… No sé cómo catalogar lo que siento... – Y

Darkness no hablaba de sus objetivos con nadie, ni su madre.

— Suenas a una chica confundida por el amor.

Urano perdió una vida por la patada bajo la mesa.

Recogieron los platos luego de terminar la cena. Urano se ofreció a lavar los trastes. La comida de

Mistic la colocó en el pedestal de buen humor y quería agradecérselo ayudándolo con los platos y

cubiertos.

Una vez terminó, fue con Orochi.

—Orochi, tengo algo que decirte.

— Perdón, pero prefiero que sigamos siendo compañeros.

— ¿¡Eh!? ¿¡Ah!?

— ¿No estabas a punto de confesarte?

— ¡Eso nunca!

¡Y menos a él!

— Bueno, sobre lo que iba a decirte, pues...

Urano jugueteó con sus dedos.

Orochi esperó, pero ella seguía sin decir nada.

¿Cuánto lo haría esperar?

— Ah, Mistic... Ayúdame aquí, ¿quieres?

Colocó a Mistic al frente.

Mistic sonrió, derrotado. Así que tendría que hablar en su lugar.

— A decir verdad, Orochi-San, Urano-San aceptó una propuesta de trabajo antes de que vinieras.

¿Uh?

¿Ella hizo qué? ¿Aceptar…un trabajo? ¿Por su cuenta?

La miró, buscando respuestas. Ella chilló bajo su mirada de muerte.

Miscti habló en su lugar.

— El objetivo es un Sacerdote del Templo Deus ubicado en la provincia de Zazaphe. Al parecer, no

puede mantener las manos lejos de las jovencitas y ya ha manchado el honor de varias… Sin

embargo, como es de la Fe Cristiana es intocable.

Las personas influyentes tenían mucha ventaja para casos como estos.

- Tomaron esta ruta porque nada de lo que hicieron anteriormente les funcionó para vengar a su

hija. Lo quieren muerto.

Orochi hizo una mueca.

— ¿Aceptaste un trabajo sin antes tomar en cuenta mi opinión?

Le dijo a Urano.

Ella, encogiéndose de hombros, respondió:

— P-Pensé en esperarte, pero sentí lástima por la pareja. Me tiraron una larga historia sobre la

depresión de su hija, y cosas así. ¿Quién podría haberlos rechazado?

Se masajeó la frente, sintiéndose cansado, pero...

Ahora mismo no le parecía mala idea...

No quería pensar sobre su hermano… Trabajar podría ser la solución.

— Ok, lo haremos.

Urano se alegró.

— ¿¡Enserio!? Pensé que estarías demasiado molesto y que lo rechazarías.

— Eso daría mal testimonio de nuestro grupo.

— ¿Un grupo de asesinos con mal testimonio? ¿Hay uno que tenga uno bueno, en primer lugar?

La ignoró.

— Partiremos mañana en la mañana. Tengan sus cosas listas.

— ¡Uh, wow! Un segundo... ¿Tan rápido?

El ánimo desenfrenado de Urano bajó a cero.

— Claro, mientras más rápido terminemos, mejor. La pareja espera que hagamos nuestro trabajo.

Defraudarlos a esta altura sería deshonroso.

— Sigo pensando que ese "honor" no existe en el dialecto del asesino.

— Como sea, prepárense. No quiero tener que levantaros (A ti Urano) en la mañana.

— Ya sé.

— Entendido.

Si quería conservar su entereza propia de un líder, debía ocupar sus manos. Esos pensamientos

sentimentales lo hacían un inútil. No quería volver a ese tiempo de afrentosa remembranza.

En la mañana, Blackguarly partió directo a la provincia de Zazaphe.

XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX