One Piece NO ME PERTENECE. Solo hago esto para su entretenimiento y mi diversión.


Chapter 4.1: Él, que ha cambiado


No había superado nada; estaba peor que cuando lo vio por última vez. La Robin de hace dos años había sido clara con los limites. La actual ni siquiera pudo alejarse de un abrazo. Como lo extrañó…Su presencia le había hecho olvidar el mundo a su alrededor, sin decir una sola palabra. Zoro había cambiado. Se veía mucho más mayor de lo que esperó, gracias a la transformación física de su arduo entrenamiento, como si antes no fuera difícil resistirse a los atributos que ya poseía. Por supuesto que lo de su ojo llamó la atención, pero no era el momento de preguntar.

Cualquiera que la viera, no podría notar su predicamento. Iban de camino a la isla Gyojin y cada quien estaba en lo suyo. Trataba de concentrarse en la lectura frente a ella, pero la mirada incesante del espadachín no le brindaba paz como para que las letras le atraparan. Decidida a cambiar la situación, cerró su libro, dirigiéndose al interior del Sunny, con dirección a la biblioteca. Sabía que le seguiría.

― Me incomodas, kenshi-san.

― ¿Te pongo nerviosa? Excelente. ― Robin dejó salir un bufido de frustración.

― ¡Deja de jugar conmigo, maldita sea! ― eran contadas las veces y las personas que llevaban a la arqueóloga al enojo. De cierta manera, le agradaba ser una de ellas. ― ¡Ya basta, Zoro! Si no paramos, se volverá insostenible.

―Si se vuelve insostenible, ¿me darás una oportunidad? ― lo dijo como si hablara del clima, lo que enfureció aún más a su compañera. Se acercó al joven espadachín y lo encaró, manteniéndole la mirada. Zoro no se inmutó; no había pasado dos años para que un par de manos fleur sosteniendo sus muñecas y una furiosa Robin lo intimidaran cuando debatían algo tan importante. ― Es lo mismo que Enies Lobby…cuando no quieres hablar de lo que realmente sientes, te comportas de esta manera. ― ¿Desde cuándo era tan…acertado? Zoro siempre había sido observador para las cosas importantes de la tripulación o en batalla. Parecía no entender nada que tuviese con ver con emociones y su manejo. En ese momento, necesitaba que siguiera siendo ese bruto. ― Tratas de alejarme, justo como intentaste hacerlo en Enies Lobby.

― No es el caso.

― Lo único que haces es poner excusas y ninguna tiene que ver con que no sientes lo mismo.

―No importa lo que siento.

― Importa…mucho. Hablaste de no repetir patrones. Para variar, piensa en ti…ahora que estas a salvo y con personas que te quieren y apoyan incondicionalmente. ― los brazos fleur desaparecieron en el aire, al igual que los argumentos de la arqueóloga. Dio unos pasos hacia atrás, para luego darle la espalda. Sus palabras desarmaron gran parte de su defensa; no sabía que decir.

El espadachín se debatió qué hacer a continuación. Estas cosas no se le daban bien; actuaba por puro instinto. De lo único que estaba seguro era de que las acciones de Robin iban dirigidas por miedo o inseguridad. Hasta cierto punto, no entendía por qué. Había pasado los últimos veinte años viviendo una vida no convencional, un infierno. Su normalidad eran los Sombreros de Paja y muy normales no eran. Había algo que se le escapaba porque, aunque, entendía que nueve años de diferencia en la edad podrían catapultar etapas diferentes en cada persona, él estaba en la misma página que ella; no le estaba obligando a nada. Como Sombreros de Paja ayudarían a Luffy mientras perseguían sus sueños. No contó con enamorarse, pero ya que lo estaba, no perdería tiempo batallando con el hecho. En ese momento, tenía que concentrarse en controlar la situación.

―No puedo…vivir esto de nuevo. Si sale mal…

― ¿Por qué tiene que salir mal? ― rebatió de inmediato; prefirió preguntar por la historia después. Robin escuchaba sus pasos acercarse por detrás.

―Porque se trata de mí.

―Ya rompimos esa regla cuando te rescatamos de Enies Lobby. ― estaba justo detrás de ella, al lado de la silla que Nami ocupaba para hacer sus mapas. Para sorpresa de la arqueóloga, escuchó como el objeto chirriaba contra el suelo; poco tiempo después, ella se encontraba sentada sobre las piernas del espadachín. Giró su cuerpo lo suficiente para protestar, pero Zoro no se lo permitió ante la intensa mirada que le dedicó. ― ¿Temes que, si esto sale mal, tengas que dejar la tripulación? ―No se va a repetir

― No puedes asegurarlo.

―Es una promesa y yo no rompo las que hago. ― lo dijo con tanta convicción que, por un momento, su cerebro no pudo procesar las palabras de Roronoa. ― Y tú, no eres una cobarde; nunca lo has sido y no vas a serlo ahora.

Para Robin era surrealista lo que vivía. Este era el mismo hombre que peleaba con Sanji ante la menor eventualidad, el mismo que intentó salir de la burbuja, sin tomar en cuenta la gran presión de las profundidades. Ese que no tenía paciencia, bruto, testarudo, brusco…estaba siendo paciente y gentil, batallando por ese "algo" que ella se resistía a aceptar. Nunca pensó, ni esperó que Zoro tuviese este lado tan delicado y atípico en él. En su mente, Roronoa no era de los que acariciaban su rostro de manera delicada, no era ese hombre que apartaba sus gafas de sol para que no estorbaran, no era el que le regaló una pequeña sonrisa, sin nada de arrogancia o superioridad, fue una dulce de la que no puedo escapar. La arqueóloga admitió la derrota cuando el espadachín inició el beso que dentro de sí sabia anhelaba luego de dos años.

Un beso sensual y pausado de reconocimiento, familiarizándose con estas nuevas versiones de ellos. Era como si lo que pasó dos años atrás, hubiese pasado hace décadas ante lo anhelado que se sentía el contacto. Para Zoro, era la confirmación de que no estaba loco: sus sentimientos eran correspondidos, independientemente de cualquier obstáculo que le parecían estúpidos en ese momento. Nada de lo que Robin pudiese decir, lograría convencerlo de que lo que pasaba era un error.

No solo fueron dos años de arduo entrenamiento, su mente divagó en el después. ¿Qué seguía en su vida luego de convertirse en el mejor espadachín del mundo? ¿Su vida acabaría en ese momento? No. Había algo más poderoso que comenzó a sopesar solo cuando Robin entró en su ser. Una experiencia jamás vivida por él. Nadie había logrado que pensara más allá de su promesa a Kuina. Nadie había llamado su atención de la manera en que ella lo hizo al unirse a la tripulación, no lo había intrigado como lo había hecho a medida que compartían aventuras como compañeros, nadie se había ganado su respeto como lo hizo en Enies Lobby y mucho menos, había capturado su corazón como lo hizo en conjunto, despacio y sin que se diera cuenta hasta que fue muy tarde.

― ¿No se supone que…soy una distracción? ― fue lo primero que dijo la arqueóloga en un susurro cuando sus labios se separaron, si a eso se le podía llamar separación. Sus ojos enfrascados en un duelo que ninguno quería perder, sus narices rozándose, los alientos entremezclándose. Los fuertes brazos del espadachín acercando la frágil, pero a la vez fuerte figura hacia él. Aun de lado en su regazo, los brazos del demonio de Ohara descansaban en sus anchos hombros. Parecía un hombre diferente; su cuerpo había dado ese estirón faltante, uno que lo hacía ver como el guerrero que siempre había sido. Zoro se dedicó a entregarle cortos besos en los labios que había reclamado como suyos.

―No todo en la vida debe ser "trabajo". Me he esforzado por convertirme en el hombre que pueda estar a tu lado. ― En ese momento, Robin confirmó que no era el mismo Zoro de hace dos años. Jamás hubiese tan siquiera pensado en que algo lo distrajera de su objetivo. ― Cuando lleguemos a la isla Gyojin, ¿te gustaría ir a comer algo o…a dar un paseo? Tal vez, charlar, lo que…

― ¿Una cita? ― preguntó incrédula, alejando su rostro un poco para observar su expresión en primera fila. Asintió como si fuese lo más obvio del mundo.

― ¿Algo en particular que te interese hacer? Podemos ir a explorar la isla, puede que tenga información valiosa sobre los poneygliphs. ― Dejó salir una pequeña risa. ― ¿Qué?

―Has hecho tu tarea. ― sonrió, pero esta vez, diferente, una genuina y hasta se podría decir inocente donde Robin podía ver todos sus dientes. Su corazón dio un vuelco, uno que no pudo disimular, gracias al sonrojo que había aparecido en sus mejillas. Solo Zoro lograba sacarla de su acostumbrado ser. Se sentía como una muchacha inexperta que no podía controlar sus emociones. No podía disimular lo que el espadachín le hacía sentir; la tenía a su merced y quería saber cómo seguiría aquello. Ante la inacción de Robin, Zoro aprovechó para reiniciar su olvidada sesión de besos. Habían sido dos años; podía seguir de esa manera eternamente.

El tema es que eran parte de los Sombreros de Paja y los momentos de tranquilidad no duraban mucho.