Los personajes de S.M. no me pertenecen, yo solo los tomo prestados.

Capitulo 37

1.-

Además de buen hombre y buen padre, resultó que Edward también era buen repostero.

Entre ella y Alice le habían estado enseñando la faena en la repostería y Edward aprendía todo a la primera.

Fueron tres semanas de enseñanza, en las que Isabella no pudo evitar observarlo, preguntándose constantemente, que pensaría él si ella le dijera sobre sus sentimientos. Le entristecía el hecho de que él la siguiera tratando como amiga, aunque, se dio cuenta, que él siempre buscaba sacarle conversa, aún cuando ella estuviera ocupada y Alice, estuviera por allí, sin hacer nada.

Pero Isabella tenía un miedo tremendo de equivocarse. ¿Y si le decía que él le gustaba y después resultaba que él se lo tomaba mal? Esto generaría un habiente incómodo para ellos dos, en la repostería.

—Tierra llamando, Isabella. ¿Isabella, estás allí? —Isabella parpadeó al escuchar a Alice que, al parecer, tenía rato hablándole y ella no le estaba prestando atención.

—Lo siento, Alice, ¿me decías? —se disculpó, esta vez, oyéndola.

—Que últimamente vives en otro planeta. Si no te conociera, diría que estás enamorada. —comentó y, por inercia, Isabella se sonrrojó.

—¡No! —exclamó su amiga, sin poder creerlo—. ¿Pero de quién puede ser?

Isabella hizo un exfuerzo porque no se le notara, pero fue en vano, cuando Edward apareció en su campo de visión y su rostro se sonrojó aún más.

—¡¿De Edward?! —gritó Alice.

—¿Yo qué? —el susodicho preguntó e Isabella quería que se la tragara la tierra.

—Estamos hablando de otro Edward. —dijo Alice, mintiendo con lo primero que se le ocurrió.

Edward frunció el ceño, aun así creyó el argumento y siguió con su quehacer.

Alice tomó a Isabella del brazo, arrastrándola un poco más lejos de donde estaba Edward.

—Desembucha. —le dijo, cuando estuvo segura, en una distancia donde él no pudiera escucharlas.

Isabella se pasó la mano por la cabellera, y decidió contarle todo a su amiga.

—... y no sé qué hacer...—culminó, apoyándose de un pie al otro.

Alice la miró con determinación, con los brazos cruzados.

—¿Que qué harás? Pues, decírselo. —le dijo.

A Isabella le comenzó a latir el corazón violentamente de solo pensar en la idea.

Se mordió el labio con fuerza.

—No sé... —susurró al fin. Alice rodó los ojos.

—Isabella Marie Swan. Sabes que yo tengo el don de la clarividencia, y si te digo que a Edward también le gustas, es porque es así. Así que, tienes que decírselo.