Los personajes de S.M. no me pertenecen, yo solo los tomo prestados.
Capítulo 38
1.-
El lunes 22 de diciembre, Edward entró a la repostería, con una alegría que no había sentido en años. Se sentía realizado; con un trabajo estable y con la certeza de que nadie sería capaz de apartarlo de su hija.
—Buenos días, Isabella. —saludó a su jefa en cuanto le abrió.
Anabela soltó un buenos días apresurado, y salió corriendo a encontrarse con Eilan.
—Buenos días, Edward. —le dijo ella... Se le notaba extraña, con la mirada al piso y removiéndose las manos. Pero Edward atribuyó su nerviosismo porque Alice ya se había ido a su viaje, y ahora le tocaba a él, trabajar a solas con ella.
—No te preocupes, aprendí bien —Isabella alzó la cara, con confusión a su comentario—. Que me sé de memoria todas las recetas.
—Oh, eso. No, no, ya sé que has aprendido bien. —lo sacó de su error.
—¿Entonces? ¿Qué te tiene tan preocupada, si se puede saber. —la interrogó?
Isabella se mordió el interior de sus mejillas, sospesando la recomendación de Alice; que le dijera a Edward lo que ella sentía por él, y no le respondió durante un minuto, luego, respiró hondo.
—Edward —dijo, tomando valor. Él le sonrió, extrañado por su comportamiento, y esperando que ella terminara de decirle lo que tenía para decirle—... Creo que me estoy enamorando de ti. —finalmente, las palabras salieron de la boca de Isabella, acompañada del retumbar de los latidos de su corazón, en los oídos.
Al escucharla, Edward borró inmediatamente la sonrisa.
—Lo lamento, Isabella —fue su respuesta, y esas palabras cayeron como un peso sobre el corazón de Isabella—. Mi corazón sigue perteneciendo a Irina. Aunque esté muerta, nunca dejaré de amarla. —Edward sintió un nudo en la garganta; recordaba a Irina, su exesposa, cuya risa aún resonaba en su mente como una melodía olvidada.
Isabella no supo qué responderle, pensando en cómo aguantar un poco más las lágrimas que amenazaban con derramarse.
—Quizás deberíamos darle un espacio a esta situación —sugirió Edward, incómodo—. Es mejor que no trabajemos juntos después de que Alice regrese. — Pero, al ser el único que podía ayudarla en la repostería durante la ausencia de Alice, se vio forzado a seguir en ese entorno cargado de sentimientos no correspondidos.
Isabella asintió, tragando el nudo que tenía en la garganta.
Los días pasaron y, a pesar de la incomodidad, Isabella y Edward continuaron trabajando juntos. Cada momento compartido era un recordatorio de lo que ella deseaba y lo que jamás podría ser. La repostería se convirtió en un campo de batalla emocional, donde cada pastel que decoraban era una representación de su lucha interna.
Un día, mientras trabajaban en una elaborada tarta de bodas, la tensión estalló. Isabella, con el corazón encogido, rompió el silencio, con la esperanza de que, si ella había cambiado su manera de pensar hacia los hombres, quizás, solo quizás, Edward también podría hacerlo con respecto a sus sentimientos.
—Edward, ¿no crees que un día podrías volver a amar? —preguntó, el temor y la esperanza entrelazados en sus palabras.
Él la miró, y en ese instante, vio la fragilidad de su corazón expuesto ante él.
—No lo sé, Isabella —respondió finalmente, su voz tan suave como el azúcar glas que espolvoreaban sobre la tarta—. A veces siento que la vida sigue, pero hay recuerdos que se aferra a uno, como el sabor de un dulce que nunca se olvida.
La mirada de Isabella se iluminó momentáneamente, comprendiendo que, aunque su amor no había sido correspondido, había espacio para algo más en sus corazones. Al menos le estaba dirigiendo la palabra y no trabajaba con ella en un profundo silencio.
Edward encontró la fuerza para compartir más de sí mismo. Habló de Irina, no como un lamento, sino como una celebración. Isabella escuchó atentamente, aprendiendo a atesorar esa parte de él, mientras al mismo tiempo su corazón seguía latiendo por lo que no podía ser.
2.-
El final del 31 de Diciembre llegó en la repostería.
Edward e Isabella estaban nerviosos porque ese era último día que trabajarían juntos. Alice, estaría de regreso en Enero.
—Bueno, fue un gusto trabajar contigo, Isabella. —le dijo Edward, después que Isabella le diera el pago por su trabajo.
Los hijos de ambos, corretaban con entusiasmo, por toda la cocina, mientras jugaban "tú las traes".
El corazón de Isabella se apretó en su pecho y, traicionera, una lágrima se deslizó por su mejilla derecha. Antes de que Edward la se diera cuenta, ella se acercó a él y le dio un beso en el rostro, deseándole un Feliz Año Nuevo.
Edward se tensó por el gesto pero le deseó lo mismo a ella también.
—Anabela. —llamó a su hija, que corrió enseguida a su lado.
—¿Sí papi? —le preguntó con una sonrisa.
—Despidete de Eilan, que nos vamos.
—Está bien. ¡Adiós, Eilan! Nos vemos en el colé.
Eilan se despidió de Anabela y, después, padre e hija abandonaron la repostería, dejando a una Isabella con el corazón destrozado.
3.-
Cuando Edward puso un pie fuera del la repostería, sintió unas ganas de llorar terrible y una pesadez en su pecho que le impedían respirar.
Mientras se alejaba, recordó a Irina, en la manera en la que la había amado, tan desbocadamente que para él no existía otra mujer que no fuera ella... La amó con un amor infinito.
Pero la amó como un niño ama a su primer amor.
Lo que sentía ahora en su corazón eran los sentimientos de un hombre.
Con resolución, se detuvo en medio de la acera.
—¿Qué pasó, papi? —le preguntó Anabela. Él, se agachó a su altura; antes de hacer lo que iba hacer, debía consultarlo con su pequeña.
—¿Te gustaría que Eilan fuera tu hermanito? —le dijo. Anabela, abrió mucho los ojos, con un brillo de alegría.
—¡Sí, papi, un hermanito! —dio saltitos en la acera. Aunque no sabía como esto iba ser posible. Edward, tampoco se lo explicó. Le dio un beso enorme en el cachete y, luego, se enderezó, tomando su mano con firmeza, para después girararse los dos, de vuelta al lugar de donde nunca quería irse.
Fin
