Los personajes de S.M. no me pertenecen, yo solo tomo prestados.
Epilogo
Isabella se encontraba en el baño del hotel, totalmente muerta del miedo.
Era la noche su bodas y, Edward, la estaba esperando, seguro, ansioso, en la habitación.
¿Y si no le gusto? Se preguntó, observando su cuerpo en el espejo; su estrías parecían haberse acentuado en su abdomen y sus piernas y, sus senos, parecían dos globos a los que había que inflar.
El sonido de unos golpes en la puerta, la sobresaltó.
—¿Isabella? —Era Edward, por su puesto, que había venido a ver qué pasaba por su tardanza.
El corazón de Isabella se instaló en su garganta, y tuvo que tragarlo cuando, no pudiendo extenderlo más, caminó hacia la salida del baño, para abrir la puerta. Pero antes, se cerró muy bien la bata que llevaba puesta.
—Hola... —le dijo Edward, en cuanto ella salió. Sus ojos la miraban con una ternura que hizo que su preocupación porque a él no le gustara ella, se desvaneciera un poco.
—¿Podemos apagar la luz? —aún así, sugirió como una niña pequeña, dirigiéndose hasta la lampara para apagarla sin esperar a que su esposo le respondiera.
Por toda respuesta, Edward soltó una risa baja y la siguió. Su mano, se posó encima de la de Isabella, impidiendo que apagara la luz.
—No hay no nada de ti por lo que tengas que avergonzarte. —le dijo, depositando un beso en su cuello, que la hizo cerrar los ojos y estremecer. Los abrió de vuelta cuando Edward hizo el intento de desamarrarle la bata.
—Espera —le dijo, dándose la vuelta, ayudada por él—. Edward yo... No tengo el mismo cuerpo que tenía antes de tener a Eilan —se sinceró. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, por haber tenido que confesar ese hecho que podía hacer que él no la quisiera.
Edward volvió a reír, aunque borró la sonrisa enseguida, muy consciente del temperamento de su esposa, y que esto podía ofenderla.
—Isabella, estoy enamorado de ti, de lo que piensas, de lo que haces, de lo que eres. Podrías ser coja e... —le tomó la mano— igual me provocarías esto. —se la llevó a su ingle, que se tensó por el contacto de la mano de ella.
Isabella gimió.
—Eso es exactamente lo que tú me provocas —le dijo—... Te amo. —y la besó, con sus labios cerrados, que no tardó en utilizar luego para abrir los de ella.
Isabella abrió la boca y Edward metió su lengua, saboreando el sabor mentolado y especiado. Su mano viajó a los cordones de la bata de Isabella, y la desamarró con parsimonia, dejando expuesta la piel desnuda de su esposa, la que, a pesar de que él le había dejado claro lo poco que le importaba cómo fuera ella físicamente, se tensó.
Edward negó con la cabeza, sin dejar de besarla y, para complacerla, apagó la luz de la habitación.
A pesar de la penumbra podía ver la silueta del cuerpo de Isabella, y no sabía cómo decirle que era lo más hermoso que Dios le había regalado después de Irina, así que, como no había palabras, decidió que se lo explicaría con actos.
Edward cargó a Isabella para dejarla acostada en la cama, después, la hizo levantar sus piernas, abiertas para él. Deslizó su lengua desde la pantorrilla hasta su muslo, llegando hasta su sexo.
Isabella gimió de puro placer cuando la boca de Edward comenzó a cerrarse y abrirse encima de su centro. La besaba como si de verdad le gustara, y eso hizo que su baja autoestima comenzara a elevarse poco a poco, más, cuando él comenzó a ascender por su estómago, subiéndose en ella, para alcanzar sus senos, y chuparselos como si no quisiera hacer otra cosa. Además, la erección de él, que sentía presionando su pelvis, se lo confirmaba.
—Edward... —jadeó cuando él comenzó hacer espirales, húmedos, alrededor de su pezón.
Edward atendió al llamado y se separó, irguiendose para desnudarse por completo. Después, volvió a colocarse encima de Isabella, quien volvió a gemir al sentir la punta de su hombría, rozarle la entrepierna. Edward la deslizó por su clítoris, aprovechando su humedad, y hundió su rostro en el cuello de ella, ahogando su respiración pesada, por el delicioso roce.
—Por favor... Edward... —Isabella pidió, ondulando las caderas, en busca de la penetración. Él movió su mano entre los dos, agarrando su pene, para guiarlo a su entrada y, finalmente, se sumergió en Isabella, quien soltó un leve quejido por la invasión.
—Shhh... —la tranquilizó Edward, con un beso en la frente, sin moverse aún. Isabella le dio un beso en su traquea y él tomó eso como el que ya estuviera preparada.
Comenzó a moverse ritmicamente, tomándola de las nalgas para elevarla y así poder llegar más adentro, sintiéndola apretarse alrededor de él, cuando, luego de un rato, el orgasmo la hizo arquearse de puro placer. Edward siguió moviéndose, sin soltarla y, unos minutos después, llegó también, llenándola con su simiente...
El destino haría que Isabella y Edward lo celebraran dentro de 9 meses.
