Harry permanecía sentado frente a la ventana, viendo el cielo estrellado sobre la inmensa negrura que se extendía frente a él… sólo miraba las estrellas porque el valle que se extendía frente a su viejo castillo parecía boca de lobo.

Una ráfaga de viento helado le removió un mechón de su negro cabello dejando ver su cicatriz por un instante; su mejilla descansaba en su mano, cuyo codo se recargaba a su vez en el reposabrazos de la pesada silla de madera, descruzó la pierna solo para cambiar de lado al tiempo que exhalaba un profundo suspiro.

La habitación estaba casi en penumbras, iluminada solamente por una vela, era un 31 de Julio.

-Vamos Harry ¿no vas a soplar la vela de tu pastel?... ¡Harry!

-¿Eh? ¡Oh lo siento! –exclamó saliendo de su ensimismamiento, se levantó y estiró el cuerpo antes de darse vuelta y mirar al chico rubio y de ojos grises mirarlo sonriendo.

-Es tu cumpleaños, deberías estar alegre.

-Un año más un año menos no hace gran diferencia.

-Vamos Harry anímate, no todos los días se cumplen ciento veintiséis años de edad.

-Bueno eso es cierto –respondió sonriendo cansinamente dejando ver la punta de sus colmillos.

-Anda, sopla la vela de tu pastel y pide un deseo.

Harry asintió y juntó los labios para soplar la vela del pastel, pero el"pastel"se movió soltando un quejido.

El chico rubio puso una mano en los ojos del hombre que estaba tendido en la larga mesa con una vela encendida clavada en su estómago.

-Quédate quieto, ya van a soplar la vela –Harry entonces sopló apagándola- ¡Bravo!

-Gracias Dante –dijo Harry ante los aplausos del chico, quien enseguida encendió un par de candelabros iluminando la estancia.

-Y ahora la mordida.

El hombre herido abrió los ojos entonces viendo horrorizado la vela en su estómago, vela que con dedos temblorosos intentó sacar.

-¡Oh por Dios! –gimió aterrado, saliendo de la especie de trance en el que había estado- ¡Oh Dios, oh Dios!...

Harry lo miró y luego miró la vela apagada, la tomó de la punta y comenzó a sacarla lentamente haciendo al hombre estremecerse sin poder mover libremente sus brazos, los sentía como piedra, imposibles de manejar, por lo que torpemente intentó agarrarle la mano; Harry solo se la sacudió ligeramente y luego, ante el horror del pobre hombre lamió la sangre que escurría de la blanca cera.

-¡Santa madre!... –sollozó cerrando los ojos, temblando de pies a cabeza- ¡Madre de Dios!... ¡ayúdame!...

-Tienes razón –convino dejando la vela en la mesa- sí tengo hambre, hace una semana que no como.

-Lo sabía, estás muy pálido, te has descuidado mucho últimamente.

-Puede ser… -Mojó sus dedos en la sangre que brotaba de la herida y luego los lamió.

-¡Piedad, piedad!... ¡Oh Santa Madre sálvame!

En otro momento hubiese jugado con su presa como solía hacerlo cuando la situación lo ameritaba, pero ahora su ánimo no era el mejor, así que solo lo tomó de los cabellos, le giró la cabeza exponiendo su cuello y clavó sus afilados colmillos en la yugular; la sangre caliente invadió su boca y comenzó a beberla, casi de inmediato el líquido carmesí hizo lo suyo en su frío cuerpo.

El hombre soltaba sonidos guturales mientras sentía como la vida se le escapaba con cada trago que ese ser diabólico succionaba de su ser, sus débiles manos lo tomaron por los brazos para empujarlo lejos de sí, pero parecía que había tocado una fría estatua que no se movió ni un milímetro ante sus débiles intentos… tras unos cuantos minutos el hombre dejó de moverse mientras sus ojos sin vida parecían mirar al vacío.

-¡Ah…! -suspiró suave al levantarse y lamer sus labios para limpiar las gotas que habían quedado por ahí- Gracias, lo necesitaba.

-Por nada, es tu regalo de cumpleaños, por eso yo mismo me desharé del cuerpo.

Harry miró los expresivos ojos grises y sonrió ante tal gesto.

-Gracias Dante.

-Y también tengo otro regalo… -respondió sugerente al tiempo que se desabrochaba un botón de su camisa.

-Gracias querido, en verdad lo aprecio… -respondió acariciándole la mejilla- Pero hoy deseo estar solo.

-Cumplir un siglo no es cualquier cosa –insistió ocultando el dolor que se rechazo le había causado- No es para pasarlo solo.

-Dante… mi hermoso Dante –respondió poniéndole las manos en los hombros- No estoy solo, tú estás conmigo y tu regalo fue perfecto, me hizo mucho bien… pero en verdad necesito estar solo esta noche, ve de cacería, no te detengas por mí.

Dante sonrió, aunque más bien fue una mueca, deseó decir muchas cosas o más bien gritárselas… una de ellas era que sabía muy bien con quien deseaba estar en lugar de él, pero solo siguió sonriendo, le dio un beso en los labios y se apartó para tomar el cadáver que yacía en la mesa, se lo echó al hombro y salió de ahí.

Cuando quedó solo, Harry se quedó de nuevo viendo por unos instantes la negrura de la noche, luego salió del comedor y se dirigió a su habitación situada en la torreta del pequeño y antiguo castillo que había comprado en Transilvania; prácticamente estaba cayéndose a pedazos, pero lo suficientemente fuerte para resistir el paso del tiempo al menos otro siglo más, por lo mismo el frio y la humedad se colaban por todos lados, pero eso a Harry no le importaba… de hecho hacía años que las comodidades eran algo trivial para él; se conformaba con un cajón seguro para descansar durante el día y unas estancias limpias y libre de bichos para habitar en ellas, así que subió los peldaños de piedra iluminados con antorchas en las paredes como en la época medieval, pues no había servicios básicos de ningún tipo en ese valle solitario de los montes Cárpatos.

Llegó a su habitación y empujó la puerta de madera vieja y herrajes oxidados y entró; su cuarto era amplio, con un antiguo armario, un viejo escritorio, un par de sillas, un tocador con una enorme luna con una rajadura en el centro, una pequeña mesa y un par de candelabros los cuales no encendió, una cama matrimonial con un buró a un lado con un par de libros; solo abrió la ventana dejando entrar la fría brisa nocturna.

Tomó el único objeto que había traído de la modernidad, un sillón reclinable que acercó a la ventana, sillón que no concordaba con esa habitación perdida en el tiempo, entonces se sentó en el y miró de nuevo las estrellas… Dante tenía razón, no cualquiera cumplía un siglo de vida.

-Vida… -susurró mientras encendía un cigarrillo- ¿a esto se le puede llamar vida?