En otra habitación del castillo, una mazmorra para ser exactos, Dante se preparaba para dormir en su ataúd mientras se cambiaba de ropa de mala gana; había planeado pasar una salvaje noche con Harry pero para variar, su humor no había sido el más propicio… en realidad había dejado de serlo hacía ya varios años, a veces creía que si desaparecía, éste no lo notaría.
"Hace treinta años"
-¡Ah! –gimió Dante corriéndose ante las embestidas de Harry para luego quedar desmadejado en la cama mientras Harry cerraba los ojos dispuesto a echarse una siesta- te amo Harry.
-Yo también te quiero Dante –respondio sonriendo y sin abrir los ojos.
Dante Messina medio sonrió con esa respuesta, no era exactamente la que esperaba oír, por eso se quedó en silencio, por lo que Harry volteó a mirarlo.
-Eres muy especial Dante, te quiero pero no te amo, te lo dicho muchas veces, aun así ¿deseas acompañarme en este viaje incierto?
Dante era muggle y sabía que Harry era un vampiro, solo tenía veinte años y había aceptado sin dudar la propuesta de Harry en convertirlo para acompañarlo en su larga vida.
-Sí Harry, si quiero.
-Piénsalo bien, no hay vuelta atrás… te pido que me acompañes porque te pareces a él… tienes ojos de invierno, pero no es el invierno que yo busco.
-Ya lo sé, sé que lo buscas sin cesar pero… ¿Estás seguro que algún día lo encontrarás? –Preguntó jugando sus dedos sobre el pecho desnudo del vampiro- Tal vez nunca lo encuentres, ni siquiera creo en la reencarnación.
-Yo tampoco lo creía, pero si él lo prometió, así será y yo debo cumplir mi parte buscándolo; además Dante, tampoco es como que tengas que pasar la eternidad a mi lado, podrás irte cuando quieras, a la hora que tú quieras, no estarás atado a mí.
-Pero yo quiero estar atado a ti –respondio alzando su pecho para acercar su rostro al de Harry- te amo y quiero estar contigo siempre.
-"Siempre" es mucho tiempo, seguro te aburrirás pronto.
-No lo creo.
-Yo sí, ya soy un viejo en un cuerpo de joven, no me gustan las fiestas y prefiero estar solo.
-Aun así si quiero ir contigo, ya verás que la pasaremos muy bien.
Dante tenía el entusiasmo de la juventud y pensaba que lograría que Harry se enamorara de él, pero el pasar de los años fue demostrándole que el asunto no era así; Harry era atento y amable siempre, le hacía el amor con pasión y siempre estaba dispuesto a escucharle cuando lo único que quería era hablar; aunque también solía hacerle el amor de una manera salvaje y temeraria y cuando hacía eso, el Harry bonachón desaparecía y surgía uno que daba miedo, pero también amaba eso, amaba ser el objeto del placer del vampiro… pero después de eso, la mirada de esos ojos verdes siempre se tornaba nostálgica y por más que lo intentara no lograba arrancar esa tristeza y añoranza como hacía años pensó que lograría.
Pero treinta años era demasiado… él mismo sabía que para ese entonces ya hubiese podido dejar a Harry y lanzarse al mundo él solo en lugar de estar encerrado en un lugar horrible e inhóspito olvidado de Dios, buscando a un fantasma que seguramente nunca aparecería.
-Y ni siquiera estamos buscando nada –pensó malhumorado al tiempo que levantaba la tapa de su caja- solo estamos aquí, languideciendo en este espantoso castillo ruinoso desde hace meses.
Cerró su ataúd con el firme propósito de convencer a Harry de marcharse de ahí.
-Tal vez regresar a Italia –pensó mientras una suave modorra lo invadía- hace tiempo que no visitamos mi país.
-Anda Harry –Dijo Dante mientras miraba a Harry beber de la sangre de una joven mujer campesina que había ido a recoger leña al bosque- el invierno se acerca.
-Tranquilo Stark, todo estará bien.
-¿Cómo? –preguntó confundido por el nombre.
-Nada –rio Harry dejando a la mujer tendida en el suelo.
-Bueno, corrijo –exclamó empujando al marido de la mujer, también desangrado, a un barranco- el invierno ya está aquí- Y aunque soportamos el frio mucho mejor que un humano, cuando bebemos sangre sentimos igual que uno, no quiero que se me congelen las pelotas, suficiente frío he tenido en mi cajón.
-Tú tienes la culpa, usa una cama como la gente normal.
-Dormir en una caja es muy relajante.
-Sí pero a veces incómodo, yo la uso por seguridad pero sigo prefiriendo las camas –respondió sacudiéndose las manos después de haber arrojado a la mujer en el mismo barranco que el hombre.
-Además Harry… -dijo tomándolo del brazo y comenzando a caminar por el sendero pedregoso y solitario en medio de un helado viento- Aquí solo estamos enmoheciéndonos en el castillo ¿Por qué no ir al Caribe a tostarnos al sol?... ok no –añadió viéndolo alzar una ceja- más bien a sentir el calor de la playa, visitar bares y antros, quiero bailar y emborracharme, aquí no hay nada más que páramos y días nublados, ni siquiera podemos ver la luna, el invierno ya llegó y nosotros aquí, congelándonos el culo cuando podríamos estar del otro lado del mundo disfrutando del verano.
-Mmm pues si –convino caminando con paso tranquilo, con las manos en los bolsillos de su grueso abrigo- últimamente me la he pasado sin hacer nada.
-¿Lo ves?... anda, vámonos de aquí.
-Dame unos días más y nos vamos.
-De acuerdo.
No había aceptado irse de inmediato porque ciertamente no quería hacerlo, ni ahora, ni en unos días, estaba deprimido y solo quería estar solo viendo la oscura noche a través de su ventana, pero Dante no merecía eso, sabía que el chico bien podía haberse ido ya desde hace mucho tiempo y sin embargo continuaba a su lado, se sentía culpable por no amarlo como debería, pero también agradecía su presencia, sus hermosos rasgos le recordaban a Draco, a sus "Ojos de Invierno" como solía llamarlo; por lo que para no causarle más incomodidades al chico, había aceptado irse… pero sería en unos días, quería languidecer en su soledad un rato más.
Y bien, después de una semana, al día siguiente partirían por fin, Dante estaba feliz, por lo que solo empacó un par de prendas, ya compraría lo necesario cuando llegaran, había decidido ir al Caribe y ya ahí organizar un tour más definido y Harry había estado de acuerdo, aunque más bien lo dejaba hacer y deshacer a su gusto, por lo que en esos días Dante se había encargado de reservar sus vuelos y enviar un par de ataúdes a su destino final, mientras tanto Harry había decidido ir al pueblo, algo que rara vez hizo estando ahí.
A pesar de ya ser de noche, había cierta vida en el pueblo, un pueblo pequeño que a pesar de contar con luz eléctrica y servicios básicos, era un lugar sin grandes pretensiones, un lugar de clase económica baja, viviendo el día a día; caminó por un mercado que ya comenzaba a cerrar sus negocios siendo las 8:00 pm, caminó con paso tranquilo disfrutando el andar entre la gente como un humano normal; vestido con una gruesa chaqueta que le llegaba hasta los muslos y con la capucha levantada miraba a la gente hacer las últimas transacciones del día.
Vio un pequeño local que vendía joyería, entró y compró una pulsera de oro para Dante, deseaba darle un detalle por ser tan paciente con él, no fue una gran compra, una delgada cadena trenzada, igual el local no daba para más pero era una pieza delicada; sonriendo salió de ahí mirando la pulsera, era algo muy simple pero…
-¡Auch!... –exclamó un hombre que habiendo tropezado con él había caído al suelo.
-¡Perdón! –respondio dándole la mano al hombre, que vestía un hábito religioso de obvia confección casera de color blanco o más bien eso se adivinaba por el grueso abrigo largo que vestía, además de la enorme capucha que le cubría la cabeza.
Entonces el monje que se levantó, se bajó la capucha para disculparse con Harry.
-Lo lamento de verdad, me disculpo por mi torpeza.
Harry quedó mudo viendo ante sí a un hombre de ojos grises que le sonreía apenado.
-Hermano Dragos ¿Qué pasa? –preguntó otro hombre llegando en ese momento, ambos evidentemente monjes.
-Nada hermano Vasile, tropecé que el caballero por ir distraído.
-¿Dra-Dragos? –repitió Harry como tonto sin dejar de mirarlo estupefacto.
-Ese es mi nombre, hermano… -respondió el hombre, que pesar de llevar el cabello casi a rapa, se notaba que era rubio subiéndose de nuevo la capucha- y si me disculpa, no puedo hablar más con usted, me disculpo de nuevo por mi torpeza, que pase buena noche y que Dios nuestro señor lo bendiga –concluyó comenzando a caminar.
-¡Espera! –dijo tomándolo del brazo haciéndolo mirarlo sorprendido, lo mismo que el monje que lo acompañaba.
-Disculpe hermano –intervino el monje Vasile- No puede tocarnos ¿hay algún problema?
Harry lo soltó sin dejar de tartamudear y mirarlo con ojos muy abiertos.
-No, yo… yo…
-Vámonos hermano –dijo apresuradamente Dragos tomando a su compañero del brazo y alejándose con paso rápido de aquel hombre con expresión psicótica.
Harry los vio alejarse y estando a punto de correr tras ellos, miró a los lados viendo en un puesto de tomates a un hombre; se acercó rápidamente a él.
-Disculpe ¿sabe quiénes son esos hombres?
-¿Mmm?... ¡ah sí! Son los monjes cartujos que viven en el monasterio que está en la montaña, algunas veces vienen al pueblo, lo hacen para intercambiar cosas para su subsistencia, parece que esta vez se retrasaron un poco y el invierno les alcanzó.
-¿Siempre vienen los mismos?
-El hermano Dragos sí, es el más joven de la orden, casi ya todos son ancianos… realmente no sé como su cartuja subsista mucho más, ya todos son viejos y no hay nuevos ingresos, no al menos que yo sepa, se lo digo porque aquí todo se sabe, es un pueblo pequeño, si alguien nuevo llega a la cartuja de la montaña, tiene que pasar por el pueblo primero y pues no, hace años nadie llega.
-¿Y sabe a dónde irán ahora?
-Dejan su carreta y caballo con Velkan el herrero y también les deja pasar la noche ahí.
-Gracias –respondió alejándose de ahí siguiendo el rumbo que los monjes habían tomado; en el camino encontró un pequeño puesto de una anciana vendiendo baratijas, ya hacía mucho frio y la pobre vieja comenzaba a guardar su mercancía, así que se acercó a ella y mientras tomaba muchas de las cosillas que vendía preguntó en donde quedaba la casa de Velkan el herrero pues así la gente tendía a soltar más la lengua, luego le dio una moneda de oro y se fue de ahí dejando a la anciana feliz.
llegó a un barrio solitario en donde ya nadie caminaba por la calle debido a que ya solo la luz de las farolas era lo que iluminaba y además el frio del invierno hacía que nadie quisiera salir del calor del hogar, se subió a lo alto de un granero y vio lo que había del otro lado de la casa, notó que estaba una carreta y al fondo pudo ver gracias a su vista sobrenatural, que en la caballeriza estaban un par de caballos; estrujó nerviosamente sus manos intentando vislumbrar algo más allá de los muros de concreto, pero ante eso, ni su visión vampírica podía hacer algo al respecto, así que se sentó en el techo mirando la construcción solo pudiendo vislumbrar la tenue luz de una lámpara a través de una ventana.
Cuando dieron las cinco de la mañana hubo movimiento en la casa y se puso atento viendo a dos figuras blancas salir del interior y dirigirse a la caballeriza lámparas de aceite en mano, pudo distinguir perfectamente quien era quien a pesar de no ver sus rostros… aquella figura alta y espigada… aquella forma de caminar… todo en él era inconfundible, además de que el otro hombre era muy bajo y sonrió de nuevo viendo a aquel a quien esperó tantos años finalmente ahí, materializado en carne y hueso y no solo como un sueño.
Los hombres prepararon su caballo y salieron de la casa mientras aun reinaba la oscuridad y el silencio, Harry iba a seguirlos pero sabía que no podría hacerlo todo el camino debido al sol, así que decidió hacerlo hasta donde pudiera, luego se ocultaría bajo la tierra como lo había hecho en múltiples ocasiones, al fin y al cabo sabía dónde estaba la cartuja y ya habría tiempo de llegar hasta allá… era que simplemente no podía dejar de verlo ahora que por fin lo había encontrado, deseaba abrazarlo y besarlo, darle vueltas mientras reía como loco… pero todo eso debía esperar, no podía acercarse así como así y decir simplemente "eres la reencarnación del amor de mi vida".
Exhaló un profundo suspiro mientras se frotaba el rostro con ansiedad viéndolo alejarse en su carreta, aun se sentía como en un sueño, como si estuviera ebrio… al fin lo había encontrado ¡al fin lo había encontrado!... después de cien años al fin lo había encontrado.
