Capítulo 29: La cita de miyuki y kagami.
Era una noche silenciosa cuando Kagami decidió que tenía que recoger la fórmula de Patricia. Después de hablar sobre la cita, que se daría al día siguiente por la tarde, Kagami supo que debía actuar rápido. Con la presión del tiempo y el plan en mente, Kagami no perdió más tiempo y se dirigió hacia la casa de Patricia, asegurándose de que nadie la viera al salir.
Al llegar, notó que las personas que antes vivían en el área ya no estaban. Patricia, como si leyera su mente, explicó: "Después de la destrucción de aquellas batallas, algunas familias ya han comenzado a regresar. Tokio está casi reconstruido."
"Ya era hora," respondió Kagami, aliviada por escuchar esas noticias. Luego, con un gesto de cabeza, añadió: "¿Puedo pasar?"
"Por supuesto," dijo Patricia, invitándola a entrar.
Patricia la guió por un pasillo largo y lleno de frascos y equipos de química. En las paredes, había estanterías repletas de líquidos en frascos de colores, algunos grandes, iluminando tenuemente el lugar. El azul era el color predominante, como si esos químicos brillaran con una intensidad propia, casi mágica.
"Lo tengo arriba," dijo Patricia mientras guiaba a Kagami hacia una mesa con un dispositivo extraño. Patricia presionó un botón, y una mano eléctrica descendió desde el techo, sosteniendo una caja. Lentamente, la mano mecánica dejó la caja sobre la mesa, frente a Kagami.
"Es todo tuyo," comentó Patricia, mientras abría la caja y revelaba varios frascos pequeños, llenos del químico azul que Kagami conocía bien. Ella tomó uno de los frascos con cuidado, notando el brillo líquido y la forma en que las burbujas subían desde el fondo del frasco.
"Gracias," murmuró Kagami, su mente aún concentrada en lo que estaba por venir. "¿Puedo usar tu baño?"
Patricia asintió con naturalidad. "Adelante" dijo, señalando la puerta al final del pasillo.
Kagami caminó hacia el baño con pasos lentos y cuidadosos. Una vez adentro, cerró la puerta detrás de ella y miró su reflejo en el espejo. Sabía lo que debía hacer, pero el nerviosismo en su pecho se hacía palpable. Sostuvo el frasco en su mano, sus dedos apretando con más fuerza de lo normal.
Sin dudar más, Kagami tomó una decisión. Abrió el frasco y, en un solo movimiento, se lo llevó a la boca y bebió su contenido. El líquido era frío, casi helado, pero pasó rápidamente por su garganta. Un segundo después, su cuerpo comenzó a reaccionar.
Primero fue un calor repentino, como si una fiebre intensa invadiera todo su ser. Luego, su piel comenzó a emitir vapor, como si su cuerpo estuviera en ebullición. El vapor blanco se arremolinaba a su alrededor, llenando el baño rápidamente. Kagami se agarró del lavabo mientras su cuerpo se transformaba.
Sus músculos comenzaron a crecer, definiéndose más allá de lo que eran normalmente. Su estatura también aumentó, y su ropa, aunque todavía ajustada, empezó a sentirse diferente. Kagami respiraba pesadamente, sintiendo cómo su cuerpo cambiaba en cada segundo que pasaba. Era la misma sensación que había experimentado antes, pero más intensa esta vez.
El vapor se hacía cada vez más denso, escapando por debajo de la puerta y llegando al pasillo. Patricia, que había estado esperando afuera, notó el humo que salía del baño. Preocupada, se acercó rápidamente y abrió la puerta.
Lo que encontró la dejó sin palabras.
Ahí, frente a ella, estaba Kagami, pero no como la conocía. Era un hombre ahora. Su cuerpo musculoso estaba expuesto, ya que Kagami se había quitado la camisa debido al intenso calor que había sentido durante la transformación. Su torso estaba bien definido, con un six-pack marcado que resplandecía ligeramente bajo la luz del baño. Los brazos de Kagami eran más grandes y fuertes, y su presencia emanaba una fuerza poderosa.
Patricia se quedó congelada por un segundo, su rostro completamente rojo mientras sus ojos se fijaban en el torso de Kagami. El shock la invadió por completo, y sin decir una palabra, cerró la puerta de golpe, su mente girando en caos.
"¡L-Lo siento!" gritó Patricia desde el otro lado de la puerta, su voz temblorosa y llena de vergüenza. Apoyó su espalda contra la puerta, respirando rápidamente mientras intentaba calmarse. "No esperaba... ver eso," murmuró para sí misma, su corazón latiendo a mil por hora.
Dentro del baño, Kagami se miró al espejo, ahora completamente transformado. Aunque su apariencia era diferente, seguía siendo él... o ella, en su interior. Suspiró pesadamente, sintiéndose atrapado entre dos identidades, pero sabía que no tenía otra opción. La misión lo requería.
"Esto va a ser más complicado de lo que pensé..." murmuró Kagami mientras tomaba una toalla para secarse el sudor y el vapor que aún quedaban en su cuerpo.
Kagami salió del baño ajustándose el polo, todavía acostumbrándose a la sensación de su cuerpo masculino. Al pasar junto a Patricia, la vio arrodillada en el suelo, respirando de manera irregular. Kagami la miró con curiosidad.
"¿Estás bien?" preguntó, mientras alzaba una ceja.
Patricia levantó la vista rápidamente, sonrojada, pero trató de ocultar su estado. "Sí, sí… no es nada. Solo que... me emocioné un poco," dijo, evitando hacer contacto visual mientras se levantaba con cierta torpeza.
Kagami no entendió del todo su reacción, pero decidió no insistir. "Bueno, si tú lo dices. Ah, por cierto, quería pedirte un favor más." Patricia lo miró con atención. "¿Crees que podrías hacerme una identificación falsa con el nombre de Kotaro? Por si acaso pasa algo."
Patricia, aún tratando de recobrar la compostura, asintió rápidamente. "Claro, eso no será un problema. Puedo hacerlo," respondió, caminando hacia su escritorio mientras revisaba algunos papeles.
Kagami asintió con un leve suspiro, listo para marcharse, pero justo antes de dar el último paso hacia la puerta, escuchó la suave voz de Patricia detrás de él.
"Espera..." Patricia lo llamó con cierta timidez, y Kagami se detuvo, girándose hacia ella con curiosidad. "¿Puedo pedirte algo más antes de que te vayas?"
"¿Qué pasa?" Kagami preguntó, mirándola a los ojos, notando que Patricia evitaba mirarlo directamente.
"Bueno… esto es un poco embarazoso, pero…" Patricia titubeó, frotándose las manos nerviosamente, claramente luchando con sus palabras. Finalmente, con una respiración profunda, soltó: "¿Puedo... abrazarte como agradecimiento?"
Kagami la miró sorprendido por la petición, quedándose en silencio por un momento antes de sonreír levemente, rascándose la cabeza. "Bueno... supongo que está bien," respondió, aún algo desconcertado, pero de buen humor.
Patricia, con las mejillas ruborizadas, se acercó lentamente, casi insegura. Cuando finalmente sus brazos rodearon el cuerpo de Kagami, ella pudo sentir los músculos tensos bajo la tela de la camiseta. Kagami correspondió el abrazo, aunque lo hizo con delicadeza, consciente de su forma física. Patricia cerró los ojos por un breve momento, como si quisiera atesorar cada segundo de ese abrazo.
"Este no es el favor que te debo," murmuró Patricia, su voz suave y llena de vergüenza. "Solo… es mi recompensa personal," añadió, abrazándose un poco más fuerte a Kagami, aunque aún con respeto.
Kagami se echó a reír ligeramente, soltando una pequeña carcajada. "Vaya, qué rara eres. Pero bueno, ya te lo di," dijo con un tono relajado, liberándola suavemente del abrazo.
Patricia lo observó en silencio mientras él se dirigía hacia la puerta. Kagami levantó una mano en señal de despedida. "Nos vemos luego. Gracias por todo," dijo con una sonrisa amistosa antes de salir.
Cuando la puerta se cerró, Patricia se quedó en la entrada, inmóvil por un instante, mientras observaba por la ventana, cómo Kagami se alejaba. Al asegurarse de que ya estaba fuera de vista, dejó escapar todo lo que había estado conteniendo. Dio un pequeño salto de alegría, sus manos apretadas frente a su pecho.
"¡No puedo creerlo!" murmuró para sí misma, con una mezcla de euforia y nerviosismo. "¡Me abrazó!" Sus mejillas seguían ardiendo de la emoción, y una risa nerviosa escapó de sus labios. No podía contener la alegría que le invadía el cuerpo, y, sin poder evitarlo, dio un par de vueltas sobre sí misma, todavía riendo suavemente, como si ese simple abrazo hubiera sido el momento más especial de su día.
"Qué maravilla…" dijo en voz baja, llevándose una mano al corazón, todavía sonriendo de oreja a oreja.
Kagami caminaba de vuelta a casa con el cuerpo aún algo tenso por la transformación que había pasado. Al llegar, encontró a Tsukasa esperándola en la entrada. tsukasa, aunque ya sabía lo que había ocurrido, no pudo evitar quedarse sin palabras por unos segundos al ver a Kagami en su nueva forma masculina.
"¿E-eres tú, Kagami?" preguntó Tsukasa entre sorprendida y un poco tímida, sus ojos recorriendo la figura de Kagami, notando los músculos que no estaban allí antes.
Kagami, sonriendo con una mezcla de resignación y cansancio, simplemente asintió. "Sí, soy yo. No es permanente, pero es necesario por ahora."
Tsukasa, aún un poco nerviosa, sonrió de vuelta. "Bueno, la bañera ya está lista si la necesitas," dijo de manera entrecortada, intentando no mirar demasiado directamente.
"Gracias, Tsukasa," respondió Kagami antes de subir las escaleras y dirigirse al baño. Una vez dentro, cerró la puerta y encendió la regadera, dejando que el agua tibia cayera sobre su cuerpo, ayudándole a relajarse. El vapor llenaba rápidamente el pequeño espacio, y Kagami dejó escapar un largo suspiro. Mientras el agua seguía corriendo, tomó su celular del bolsillo y marcó el número de Miyuki.
El tono sonó dos veces antes de que la voz suave de Miyuki contestara. "Hola, Kagami."
"Hola, Miyuki. Mañana es el día, ¿no?" preguntó Kagami, con una mezcla de nervios y inquietud.
"Sí..." respondió Miyuki, y Kagami pudo notarla del otro lado, algo inquieta. "Mañana en la tarde."
"Está bien. Nos veremos entonces," Kagami dijo con suavidad, tratando de sonar calmada, aunque sentía que el reto que le esperaba no sería fácil. "Hasta mañana."
"Sí… hasta mañana," dijo Miyuki antes de colgar. Kagami dejó caer el teléfono en el borde de la bañera y soltó un profundo suspiro.
"Mañana será todo un reto..." murmuró para sí misma, dejando que el agua siguiera cayendo sobre ella. Cerró los ojos, tratando de calmarse. "Tranquila, Kagami... solo es una cena... y conocerás a los abuelos de Miyuki. Nada del otro mundo."
Pero en el fondo, sabía que sería más complicado que eso.
Mientras tanto, en la casa de Miyuki, la situación era un caos. La ropa estaba esparcida por toda la habitación, desde el armario hasta la cama, con diversos atuendos descartados en montones. Miyuki estaba de pie frente al espejo, con una expresión de frustración, moviendo nerviosamente una prenda de un lado a otro.
"¡¿Qué hago?! No sé qué ponerme..." se lamentaba mientras se pasaba las manos por el cabello, claramente estresada por la situación.
Justo en ese momento, Yukari, su madre, entró en la habitación con una sonrisa divertida en los labios. "¿Necesitas ayuda, querida? A este paso te vas a trasnochar."
"¡Por favor, mamá!" Miyuki respondió, mirándola con desesperación. "No sé qué ponerme, y no quiero parecer descuidada frente a Kagami."
Yukari sonrió, sintiendo una ternura en su corazón. "Mi hija se ve tan linda cuando está enamorada," comentó en tono burlón, lo que provocó que Miyuki se sonrojara.
"Mamá, no te burles... ¡Ayúdame!" Miyuki protestó, cruzándose de brazos, intentando ocultar el rubor en su rostro.
Riendo suavemente, Yukari comenzó a revisar las prendas desparramadas por la habitación. "Está bien, está bien. Vamos a encontrar algo que te haga sentir increíble."
Al día siguiente, por la tarde, Miyuki ya estaba esperando ansiosamente en el lugar acordado, bajo una estatua de un perro en la plaza. Había escogido un atuendo que combinaba elegancia con sencillez, gracias a la ayuda de su madre. El viento suave movía su cabello mientras miraba nerviosamente hacia la distancia, esperando a Kagami.
"Se esta tardando un poco…" pensó mientras sostenía una pequeña cartera entre las manos, sintiendo cómo los nervios crecían a medida que el reloj avanzaba.
El sol ya comenzaba a bajar cuando Kagami finalmente llegó al lugar donde Miyuki la esperaba. Llevaba puesto un conjunto elegante pero casual, con una camisa bien ajustada que resaltaba su musculatura y unos pantalones oscuros. La mirada de Miyuki se quedó fija en Kagami, sorprendida por lo bien que se veía en su nueva forma. Kagami, confundida por el silencio, le habló de nuevo.
"Lamento la demora, Miyuki. ¿Estás bien?" preguntó con un tono suave.
Miyuki, sacudiéndose de su ensimismamiento, parpadeó varias veces antes de responder. "Ah, sí… lo siento, me despisté," dijo, avergonzada por haber estado observando a Kagami sin decir nada.
Kagami se encogió de hombros, sonriendo ligeramente. "No te preocupes. Entonces, ¿qué vamos a hacer primero?"
Miyuki respiró hondo y se aclaró la garganta. "Primero... primero haremos algunas compras para mis abuelos. Les gustan los cócteles, así que debemos pasar por una licorería," explicó, tratando de sonar relajada, pero el nerviosismo era evidente en su voz.
"Está bien, suena sencillo," respondió Kagami mientras comenzaban a caminar. Luego, tras unos momentos de silencio, Kagami preguntó lo que tenía en mente. "Oye, ¿cómo es eso de que te van a hacer comprometer?"
Miyuki se sonrojó inmediatamente, bajando la mirada al suelo. "B-bueno... la familia ha estado insistiendo en que debería... comprometerme con alguien pronto..." comenzó a decir, claramente avergonzada por el tema. Kagami la miró de reojo, esperando que continuara.
"Pero... contigo... si les digo que eres mi novio," Miyuki tragó saliva, tomándose su tiempo para decirlo. El rubor en su rostro era imposible de ocultar, y cada palabra le costaba. "Si les digo que... eres mi novio... ellos podrían anular ese compromiso."
Kagami notó la incomodidad de Miyuki y decidió tomar un enfoque más relajado. "Miyuki, si esto te causa tanta vergüenza, no tienes que hacerlo. Si no quieres, no tienes por qué forzarte."
Miyuki levantó la vista, aún con el rostro enrojecido, pero esta vez más firme. "No, está bien. Prefiero esto... que casarme con alguien que no quiero."
Kagami sonrió suavemente. "Si tú lo dices... ¡Vamos, entonces!" exclamó, tomando la delantera mientras ambas continuaban su trayecto hacia las tiendas.
Después de una tarde de compras, el sol ya había caído, y la noche había cubierto Tokio con su manto oscuro. Las luces de la ciudad comenzaban a brillar, y Kagami y Miyuki regresaron a la casa de esta última, cargadas con bolsas de ingredientes y bebidas.
Dentro de la casa, la atmósfera era tranquila pero expectante. Yukari estaba en la cocina, preparando la cena mientras tarareaba suavemente, y Takeshi Sakuraba, el padre de Miyuki, estaba sentado en la sala, hojeando un libro con tranquilidad. De vez en cuando, lanzaba una mirada hacia la puerta, esperando la llegada de los invitados.
Miyuki, por su parte, estaba sentada en el sofá, mirando nerviosa el reloj. Kagami estaba en otro lado, tratando de mantenerse calmada, pero sintiendo la tensión en el aire. De repente, el sonido de un auto aparcando frente a la casa interrumpió el silencio. Los abuelos de Miyuki habían llegado.
La puerta se abrió y entraron, saludados por Yukari con una sonrisa cálida. "¡Bienvenidos! Me alegra verlos después de tanto tiempo," dijo mientras les daba un abrazo.
Takeshi se levantó de su asiento, estrechando la mano del abuelo y dándole una leve inclinación a la abuela. "Es un placer tenerlos aquí," dijo con formalidad, aunque había un destello de cariño en sus ojos.
Tras unos minutos de charlas y risas entre la familia, la cena comenzó a servirse en la gran mesa del comedor. Todos se sentaron, y la conversación fluyó con naturalidad. Sin embargo, la tensión en Miyuki era palpable. Finalmente, la abuela rompió el hielo con una pregunta directa.
"He oído que tienes un novio," dijo la abuela con una sonrisa curiosa. "Me encantaría conocerlo... y ver si podemos cancelar ese compromiso del que hemos estado hablando."
El abuelo asintió, mirándola con una expresión más seria. "Queremos asegurarnos de que estés en buenas manos, Miyuki. No lo hacemos para molestarte. Solo queremos que seas feliz."
Miyuki, algo nerviosa, asintió. "Lo entiendo... y está bien. Ya está aquí," dijo antes de volverse hacia Kagami, que ahora era 'Kotaro' para la familia. "Kotaro, ya puedes salir."
Kagami respiró hondo, calmando su corazón acelerado, y se levantó de su asiento para acercarse a la mesa. Al hacerlo, todos los ojos se centraron en ella. La abuela fue la primera en reaccionar, sus ojos brillando de emoción.
"¡Vaya! ¡Qué hombre tan guapo! ¡Eres todo un don juan!" exclamó la abuela, sus mejillas sonrojándose ligeramente. "Si fuera más joven, me enamoraría de nuevo..."
El abuelo, tosiendo ligeramente, la interrumpió. "Cálmate, querida," dijo con una sonrisa indulgente, lo que provocó unas risas en la mesa.
Kagami, o más bien Kotaro, tomó asiento al lado de Miyuki, tratando de no mostrar los nervios que le recorrían el cuerpo. "Gracias por sus palabras," dijo con una inclinación respetuosa. "Es un honor conocerlos."
Kotaro, es decir, Kagami, tomó asiento en la mesa junto a Miyuki, quien aún mostraba signos de nerviosismo. Yukari, con su sonrisa habitual, sirvió la comida para todos mientras la abuela, directa como siempre, no perdió tiempo en comenzar la conversación.
"Entonces, dime, Kotaro," dijo la abuela con una sonrisa inquisitiva, "¿en qué te dedicas?"
Kagami, manteniendo la compostura a pesar de los nervios, respondió con calma. "Bueno, aún estoy estudiando. Estoy en mi segundo año de derecho y planeo convertirme en abogado."
Los ojos de la abuela brillaron y aplaudió entusiasmada. "¡Un abogado a tan corta edad! ¡Qué impresionante!" Luego, sin perder el ritmo, preguntó: "¿Cuántos años tienes?"
Kotaro, manteniendo la sonrisa, respondió con naturalidad. "Tengo 16, casi 17."
La abuela soltó una pequeña carcajada. "¡Tan joven y ya todo un don Juan! ¿Verdad, Miyuki?"
Miyuki, quien ya comenzaba a sentir el calor de la conversación, gritó ligeramente: "¡Abuela!"
El abuelo, observando con interés a Kotaro, intervino, haciendo una pregunta más seria. "¿Cuánto tiempo llevan saliendo?"
Kotaro, sorprendido por la pregunta, se quedó callado unos segundos, mirando de reojo a Miyuki. Finalmente, respiró hondo y respondió con voz firme: "Llevamos casi dos meses juntos."
Miyuki, quien había estado a punto de beber agua, hizo una pausa al oír la respuesta. Kotaro, también nervioso, llevó su vaso de agua a la boca para aliviar la tensión. Pero antes de que pudieran relajarse, la abuela lanzó otra pregunta, esta vez mucho más inesperada.
"Y... ¿ya se han besado?"
El impacto de la pregunta fue tal que tanto Miyuki como Kotaro se atragantaron al mismo tiempo, pero intentaron no escupir el agua. Ambos comenzaron a toser, intentando disimular su incomodidad.
Yukari entró en ese momento con un gesto divertido. "A pesar de su apariencia, kotaro siempre se pone así con las cosas de amor." Su tono era amable, pero no disimulaba la risa.
El abuelo observó a Kotaro en silencio, su mirada calculadora, como si evaluara algo más allá de lo que estaban discutiendo. Luego, hizo un gesto con la mano, como si estuviera esperando algo.
De repente, Kotaro sintió una presencia detrás de él, y sin necesidad de voltear, reaccionó por instinto. Agarró la mano del atacante con fuerza, lo jaló hacia el piso con un movimiento fluido y lo noqueó de un solo golpe. El sonido del cuerpo cayendo resonó en la sala.
Pero no terminó ahí. Otro atacante apareció rápidamente, y Kotaro retrocedió para ponerse entre el enemigo y Miyuki. Su cuerpo estaba listo para el combate, protegiendo instintivamente a Miyuki.
El abuelo, viendo la escena, levantó la mano. "Hasta aquí," dijo con calma.
Los hombres que habían intentado atacar a Kotaro se levantaron rápidamente y, con una reverencia hacia el abuelo, se retiraron por la puerta sin decir una palabra.
Miyuki, aún en shock, preguntó con incredulidad: "¿Qué fue eso?"
El abuelo sonrió con satisfacción. "Solo una pequeña prueba... Buenos reflejos, muchacho. No solo protegiste a mi nieta, sino que demostraste ser capaz de mantener la calma bajo presión." Luego, con un asentimiento, añadió: "Eso significa que has pasado la prueba. Has sido aprobado."
Kotaro, aún en tensión, exhaló lentamente mientras bajaba la guardia. Kotaro y Miyuki volvieron a tomar asiento, aún recuperándose de los nervios tras la inesperada prueba de combate. La abuela, observando a Kotaro con ojos curiosos, hizo una pregunta más, esta vez con un tono menos inquisitivo.
"Entonces, dime, Kotaro," dijo la abuela, "¿qué tipo de arte dominas para pelear? Fue una actuación impresionante."
Kotaro, aún manteniendo su postura calmada, respondió: "Mi estilo se basa en la defensa y el ataque. Es un arma de doble filo." Su tono era seguro, pero no arrogante, lo que pareció agradar a la abuela.
El abuelo asintió, apreciando la explicación. "Un equilibrio adecuado entre defensa y ataque. Eso demuestra que tienes disciplina y control."
La conversación continuó, con los abuelos interesados en conocer más de Kotaro, mientras Miyuki observaba en silencio, aún algo avergonzada por toda la situación. Los minutos pasaron entre preguntas, respuestas cordiales, y finalmente, la abuela tomó una decisión.
"Está decidido," dijo con una sonrisa. "Aceptamos a Kotaro."
El abuelo también asintió, mirando a Kotaro con aprobación. Justo en ese momento, Takeshi, el padre de Miyuki, se unió a la conversación, hablando en un tono despreocupado. "Bueno, espero ver bonitos nietos de ustedes dos."
Esa frase fue suficiente para hacer que tanto Kotaro como Miyuki soltaran una especie de suspiro ahogado, casi expulsando humo metafórico por la vergüenza. Ambos evitaron mirarse directamente, sus rostros enrojecidos por el comentario tan directo.
Yukari, siguiendo el humor de su esposo, añadió con una risa ligera: "Aún falta mucho para eso, Takeshi. No apresuremos las cosas." Aunque lo dijo en tono juguetón, su comentario no hizo más que aumentar la incomodidad de Kotaro y Miyuki.
"¡Basta de bromas!" intervino la abuela, riendo ligeramente ante la reacción de los jóvenes. Luego, con una expresión más seria, se puso de pie junto al abuelo y ambos se inclinaron en una reverencia solemne. "Kotaro," dijo la abuela con respeto, "cuida de nuestra nieta. Hazla feliz."
El abuelo asintió con firmeza, chasqueando los dedos. De inmediato, un mayordomo apareció con una caja de madera elegante. Dentro, el mayordomo sacó un documento que representaba el compromiso que querían anular. Sin dudar, el abuelo tomó el papel, lo sostuvo brevemente en el aire y luego lo quemó con un encendedor. Las llamas consumieron el documento rápidamente, y el abuelo lo dejó caer en el cenicero, donde solo quedaron las cenizas.
"Ahora que eso está resuelto," dijo la abuela con una sonrisa relajada, "¿por qué no almorzamos?"
Kotaro, aún impresionado por la seriedad del gesto, sonrió, agradecido. "Les agradezco mucho. Pueden estar seguros de que la cuidaré." Aunque el nerviosismo no se había disipado del todo, había sinceridad en su voz.
El abuelo respondió con una leve sonrisa. "Me alegra oír eso. Has demostrado ser digno."
Con la tensión reducida, todos comenzaron a disfrutar de la comida. Sin embargo, mientras Kotaro comía tranquilamente, sintió un suave tirón debajo de su camisa. Giró la cabeza y vio a Miyuki, inclinada hacia él, susurrándole en voz baja.
"Gracias," dijo ella, con una sonrisa tímida que apenas podía esconder el alivio que sentía.
Kotaro, sonriendo suavemente, respondió también en voz baja. "No hay problema."
Después de que la comida terminó, los abuelos, ya un poco animados después de tomar varios cócteles, se despidieron de todos. Miyuki y Kotaro los vieron marcharse con una mezcla de alivio y satisfacción. Kotaro, todavía algo tenso por la experiencia, tomó un poco de uno de los cócteles restantes para calmar los nervios.
Miyuki, al ver que todo había salido bien, decidió servirse un vaso de agua. Se lo tomó de una sola vez, pero de inmediato frunció el ceño. "Esto sabe raro," murmuró, mirando el vaso.
Kotaro observó la botella y, al instante, se dio cuenta de lo que había pasado. "¡Eso no era agua!" exclamó en su mente, pero antes de que pudiera decir algo, Miyuki ya había empezado a tambalearse levemente, un poco mareada.
"Miyuki... ¿estás bien?" preguntó Kotaro, preocupado.
Yukari, al ver la escena, sonrió con picardía. "Parece que ha tomado uno de los cócteles sin darse cuenta." Con una risa suave, añadió: "Kotaro, creo que deberías llevarla a su cuarto antes de que empeore."
Kotaro se levantó rápidamente y, con cuidado, sostuvo a Miyuki, quien parecía estar más avergonzada que realmente afectada por el alcohol. "Está bien, la llevaré."
Mientras subían las escaleras, Miyuki apoyó su cabeza en el hombro de Kotaro, murmurando un débil "Lo siento" por el incidente.
"No te preocupes," dijo Kotaro suavemente. "Sólo descansa."
Una vez que Kotaro se fue con Miyuki, Yukari miró a Takeshi con una sonrisa significativa. "No subas," le dijo en un tono de advertencia.
Takeshi, con una sonrisa tranquila, respondió: "No planeaba hacerlo."
En otro lado:
En un lugar más apartado, lejos del bullicio y las complicaciones del día, Minami se encontraba sola en su habitación, sumida en el silencio. Frente a su escritorio, el leve ruido de su lápiz deslizándose sobre el papel era lo único que rompía la quietud. Había estado estudiando para sus clases, pero su concentración se desvanecía poco a poco. Con un suspiro profundo, dejó caer el lápiz sobre la mesa y levantó la vista hacia el techo, sus pensamientos consumidos por algo mucho más pesado que cualquier tarea académica.
El sonido de unos nudillos tocando la puerta la hizo volver a la realidad. Sin apartar la mirada del techo, respondió con un tono monótono: "Adelante."
La puerta se abrió lentamente, y Yutaka entró con pasos suaves. La expresión de su rostro era neutral, pero sus ojos reflejaban la preocupación que llevaba dentro. Miró a Minami, quien permanecía sentada en su escritorio, aparentemente calmada, pero Yutaka se acercó a ella con delicadeza y se detuvo a su lado.
"Minami," dijo Yutaka con una voz suave pero firme, "no está bien que sigas ignorando lo que te está atormentando."
Minami, aún sin mirarla, se mantuvo fría en su postura, sus ojos fijos en el escritorio frente a ella. "No sé de qué hablas," respondió en tono indiferente, pero Yutaka conocía demasiado bien a su amiga como para dejarse engañar. A pesar de su fachada de indiferencia, en lo profundo de los ojos de Minami, se podía percibir un pequeño destello de miedo, de inseguridad. Ese miedo que Yutaka había aprendido a identificar después de tanto tiempo.
"Vamos, Minami," insistió Yutaka, sentándose en la cama cercana para estar más cerca de ella. "Puedes engañar a los demás, pero no a mí. No sé quién es la persona a la que estás intentando ignorar, pero... eso no va a hacer que desaparezca lo que sientes."
Minami permaneció en silencio, tensando ligeramente su mandíbula. Sabía a lo que se refería Yutaka, pero no quería hablar del tema. No quería enfrentarse a la verdad que había estado evitando. Yutaka tomó aire y, con voz más suave, agregó: "Minami... ¿sigues enamorada de ella o de él, verdad?"
Esas palabras fueron como un golpe directo. Los ojos de Minami, que hasta entonces habían estado inertes, se abrieron ligeramente, reflejando sorpresa. "Eso no es..."
Antes de que pudiera completar la frase, Yutaka la interrumpió con calma. "No niegues lo que sientes, Minami. Es obvio que te está consumiendo. Te veo todos los días, luchando contra algo que ni siquiera quieres admitir."
Minami apretó los puños sobre su escritorio, intentando reprimir las emociones que comenzaban a asomarse. "No quiero hablar de esto..." murmuró, pero su voz sonaba menos firme de lo que pretendía.
"Y lo entiendo," dijo Yutaka suavemente, inclinándose un poco hacia adelante. "Pero seguir reprimiéndolo no te va a ayudar. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir fingiendo que todo está bien? No soporto verte así, sufriendo sola."
Minami sintió cómo sus defensas comenzaban a quebrarse lentamente, y por primera vez desde que Yutaka había entrado, giró un poco su rostro hacia ella, sus ojos brillando ligeramente por la emoción contenida. "No sé qué hacer..." confesó en un susurro casi inaudible. "No sé cómo enfrentar esto."
Yutaka, viendo la vulnerabilidad de su amiga, se levantó y caminó hacia ella. Se arrodilló a su lado y la abrazó, envolviendo a Minami con calidez. La cercanía del abrazo provocó que la barrera de Minami se rompiera finalmente, y las lágrimas que había estado conteniendo comenzaron a caer, silenciosas al principio, pero cada vez más notorias.
"Lo sé, lo sé..." murmuró Yutaka, acariciando suavemente su espalda. "Es difícil, pero no tienes que enfrentarlo sola. Estaré aquí, siempre."
Minami, entre sollozos, apretó los labios mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Yutaka. "Intentaré... intentaré hacer algo... pero por favor, dame tiempo para pensar cómo."
Yutaka asintió, sin soltarla. "Tómate el tiempo que necesites. No tienes que apresurarte. Solo quiero que estés bien."
Minami asintió débilmente, sintiéndose por primera vez en mucho tiempo un poco menos abrumada por el peso que llevaba. Saber que Yutaka la apoyaba, que no estaba sola en esta lucha, le brindaba un consuelo inesperado.
"Gracias..." susurró Minami, su voz rota por la emoción.
"Siempre, Minami," respondió Yutaka con una sonrisa suave. "Eres mi amiga, y haré lo que sea para ayudarte. No estás sola en esto."
Minami, aún entre lágrimas, logró esbozar una pequeña sonrisa, sintiendo el calor del abrazo de su amiga. Al ver la sonrisa de minami, yutaka se sorprendió al ver esa sonrisa por primera vez en el rostro de minami, pero no dijo nada y se lo guardo para ella sola sola.
De regreso a kagami:
Después de regresar a casa, Kagami no podía dejar de pensar en lo sucedido con Miyuki la noche anterior. Al llegar a su cuarto, se dejó caer en la cama, suspirando profundamente mientras trataba de ordenar sus pensamientos. Al día siguiente, el ritmo de su vida volvía a la normalidad, o al menos eso intentaba. De nuevo en la escuela, notaba cómo los rumores continuaban flotando entre los estudiantes. Murmuraciones acompañaban sus pasos, desde el primer día que regresó en su forma masculina. Kagami intentaba ignorarlos mientras recogía sus cosas al final del día, aunque la incomodidad estaba presente.
Konata esperaba en la puerta del aula, sus ojos todavía tratando de adaptarse a la nueva imagen de Kagami. El bullicio de los pasillos se mezclaba con sus pensamientos cuando, inesperadamente, alguien pasó a su lado. Kagami levantó la vista y, para su sorpresa, Minami tomó asiento a su costado, con una expresión tan neutral como siempre. Sin embargo, Kagami notaba algo diferente en el aire.
Minami, sin perder su compostura tranquila, dijo de repente: "Kagami-san, ¿te gustaría caminar a casa conmigo?"
Kagami, algo desconcertada, levantó una ceja. "¿Perdón?"
Minami, con la misma calma, repitió la pregunta. "¿Te gustaría caminar a casa conmigo?"
Kagami la miró, aún más confundida. Su mente giraba con rapidez mientras intentaba procesar lo que estaba pasando. "¿Qué… qué está pasando? ¿Minami me está pidiendo caminar a casa con ella?" Se quedó pensativa un segundo más, buscando alguna razón lógica, algún indicio de que esto era una broma.
"¿Por qué me lo pides?" preguntó Kagami, intentando sonar casual, aunque sus palabras traicionaban su confusión. "Esto es una broma, ¿verdad?"
Minami, sin cambiar mucho su expresión, la miró directamente. "¿Broma? ¿Me estas preguntando la razón por la que te estoy pidiendo caminar juntas?"
Kagami frunció el ceño, todavía creyendo que era un truco. "¿Acaso has perdido una apuesta o algo así?" preguntó con un tono que mezclaba la cautela y el escepticismo. "¿O estás tratando de avergonzarme?"
Minami, en un raro gesto de relajación, suspiró levemente, sus ojos perdiendo parte de esa rigidez habitual. "¿De verdad quieres que lo diga, aquí y ahora?"
Kagami sintió un escalofrío de incertidumbre recorriéndole el cuerpo. No estaba segura de lo que estaba pasando, pero la seriedad en los ojos de Minami le hizo entender que algo importante estaba por suceder. Su corazón latía más rápido, como si anticipara una verdad que no estaba preparada para escuchar. "Te estoy preguntando por qué lo haces," insistió.
Entonces, con una calma casi desarmante, Minami dijo con voz suave y clara: "Es porque… me gustas."
Las palabras flotaron en el aire durante lo que pareció una eternidad. Kagami sintió que su mente se quedaba en blanco, su pecho se tensaba, y las palabras de Minami resonaban una y otra vez en su cabeza. No podía creer lo que acababa de escuchar. Minami, siempre tan reservada, acababa de confesar algo tan grande, tan inesperado.
Konata y Tsukasa, que habían estado observando desde la puerta, no pudieron evitar mostrar su asombro, los hombres comenzaron a murmurar y las chicas gritaban de emoción y algunos se sorprendieron al escuchar aquellas palabras inesperadas.
30: Sentimientos y una petición.
