Capítulo 2: Entre Sombras y Reflexiones

Demonio!"

"¡Monstruo!"

"¡Tú eres la razón por la que perdí a mi hijo!"

"¡Arde en el infierno, monstruo demente!"

La chica se quedó congelada mientras sus compatriotas lanzaban insultos y suciedad de todo tipo a la efigie del hombre que amaba.

¡Basta!' Ella quería gritar. ¡Él era tu héroe! ¡Fue él quien salvó a nuestro país!

Sin embargo, no pudo detenerlo; todo lo que pudo hacer fue ver cómo se desarrolló la farsa de acuerdo con los planes y deseos de su querido amado.

Ella controló su ira, disgusto y dolor mientras un hombre arrojaba heces sobre su hermosa cara. Algunas personas tenían el sentido de mirar disgustadas por esta exhibición vulgar.

La mayoría se rió.

Ella observó cómo las llamadas masas civilizadas, los compatriotas de los que una vez había sentido tanto orgullo, degradaban e insultaban al hombre que amaba, el hombre que había venido a salvarlos en su mayor necesidad.

Y luego, ella caminó hacia él con una linterna en la mano.

Forzó la antorcha ardiente a través de la efigie altamente inflamable del Emperador Demonio, y dio un paso atrás para dejar que uno de sus colegas la reemplazara.

Ella observó cómo todos vitoreaban en voz alta en la celebración, conteniendo sus propias lágrimas de dolor mientras el fuego llegaba a su-

Kaguya Sumeragi se disparó en su cama e inmediatamente vomitó su cena sobre sí misma.

"...Estoy tan contento de que este avión tenga un baño".

Mas tarde

El auto blindado avanzaba suavemente por las iluminadas calles de Japón, escoltado por un convoy que garantizaba la seguridad de su ocupante. Kaguya Sumeragi, la joven heredera del linaje Sumeragi y una de las figuras más prominentes en el mundo político, observaba en silencio a través de la ventana. El cristal tintado protegía su privacidad, pero también le permitía ver con claridad el bullicio de la ciudad.

Era el quinto aniversario de la caída del Emperador Demonio, un evento que el mundo celebraba con júbilo y orgullo. Para muchos, era un recordatorio de la victoria contra la tiranía y el comienzo de una nueva era de paz. Pero para Kaguya, la fecha tenía un peso diferente, uno que llevaba en silencio en lo más profundo de su corazón.

Mientras el auto se detenía brevemente en un semáforo, Kaguya fijó su atención en una escena que parecía sacada de un sueño. A un lado de la calle, un hombre britaniano jugaba con una mujer japonesa y sus dos hijos pequeños. Estaban riendo, lanzándose una pelota mientras los niños corrían con alegría. El hombre y la mujer parecían completamente ajenos al peso de la historia que sus países compartían, disfrutando de un momento simple y puro.

Kaguya sintió un nudo en la garganta.

"Esto nunca habría pasado en el mundo de antes. Britannia y Japón, compartiendo algo tan sencillo como una familia feliz."

Por un instante, cerró los ojos, dejando que el eco de las risas infantiles llenara su mente. En ese breve momento, imaginó una versión diferente de sí misma, una versión que no cargara con el peso de su linaje, sus responsabilidades o las decisiones que la historia le había impuesto.

"¿Podría haber sido este mi futuro? ¿Un mundo donde no necesitáramos sacrificar a nadie para lograr la paz?"

Pero sus pensamientos no tardaron en desviar su atención hacia una figura en particular, una sombra en su memoria que nunca podría olvidar.

"Lelouch…"

El nombre surgió como un susurro en su mente, cargado de una mezcla de emociones que nunca había podido procesar por completo: admiración, resentimiento, cariño, y, sobre todo, una tristeza profunda.

Para Kaguya, Lelouch vi Britannia era muchas cosas. Era un genio, un estratega capaz de cambiar el curso del mundo entero con un solo movimiento. Pero también era estúpidamente desinteresado, incapaz de ver cuánto lo necesitaban las personas que lo rodeaban. Incluso ahora, años después de su muerte, no podía dejar de pensar en todo lo que había sacrificado, no solo por su hermana Nunnally, sino por el mundo entero.

"Siempre fuiste tan guapo, tan brillante, tan increíblemente estúpido…" pensó, apretando los puños con fuerza sobre su regazo. "Si solo hubieras podido ver cuánto te necesitábamos. Si solo hubieras entendido que no tenías que cargar con todo tú solo."

La escena de la familia feliz seguía frente a ella, pero ahora era como una daga que se clavaba en su corazón.

"Esto… esto fue lo que lograste, ¿verdad? Una paz donde incluso britanianos y japoneses pueden vivir juntos. Pero, Lelouch, ¿valió la pena? Este mundo que construiste… ¿alguna vez reconocerá lo que diste por él?"

El auto comenzó a moverse de nuevo, pero Kaguya no apartó la mirada de la familia hasta que desaparecieron de su vista.

En su pecho, una lucha interna se intensificaba. Ella sabía que, como líder política y miembro del antiguo círculo de los Caballeros Negros, tenía un deber. Era su responsabilidad proteger la paz que ahora disfrutaban, asegurarse de que ningún sacrificio como el de Lelouch fuera necesario de nuevo.

Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir una profunda frustración. "¿Por qué debo aceptar esta paz que costó tanto? ¿Por qué debo celebrarla como si fuera un logro puro, cuando está construida sobre la sangre y el sacrificio de alguien que nunca será recordado por lo que realmente hizo?"

Kaguya suspiró, recostándose en el asiento del auto mientras sus pensamientos continuaban atormentándola. No podía dejar de pensar en la frialdad con la que el mundo hablaba de Lelouch, reduciéndolo a un villano que simplemente había sido derrotado. Incluso ahora, mientras ella se dirigía a la ceremonia en su honor —o, mejor dicho, en su deshonra—, sabía que estaría rodeada de personas que glorificarían su caída sin entender la verdad.

"No importa cuánto lo intente, no puedo evitar odiar este deber. No puedo evitar sentir que todos somos culpables de lo que pasó, incluso yo. Tal vez si hubiera hecho algo diferente, si hubiera sido más fuerte, Lelouch no habría sentido que debía sacrificarse por todos nosotros."

El convoy se acercaba al lugar de la ceremonia, pero Kaguya sentía que su resolución comenzaba a tambalearse. La imagen de la familia feliz seguía grabada en su mente, y con ella, una pregunta que no dejaba de resonar:

"¿Lelouch, qué habrías querido realmente? ¿Un mundo donde nadie más tuviera que sacrificarse como tú lo hiciste? ¿O un mundo donde alguien, cualquiera, pudiera finalmente agradecerte por lo que diste?"

Mientras el auto se detenía frente al imponente edificio donde tendría lugar la ceremonia, Kaguya cerró los ojos una última vez. Cuando los abrió, su expresión era la de una líder decidida, pero en su corazón sabía que aún estaba buscando respuestas.

Al salir del auto, levantó la cabeza, lista para enfrentar otra farsa más, pero con una promesa renovada en su interior: "No dejaré que nadie más siga este camino, Lelouch. Si el mundo no reconoce tu sacrificio, yo lo haré. Por ti, por mí, por todos los que sufrimos tu pérdida… y por aquellos que ahora viven en la paz que construiste."

Capítulo 2 (Continuación): La Apertura del Juicio

Lejos de las luces de Tokio, en un rincón del mundo donde el tiempo parecía haberse detenido, una isla se alzaba como un vestigio olvidado del pasado. Rodeada por aguas oscuras y traicioneras, su costa rocosa era azotada por un viento constante que aullaba como si cargara con los lamentos de los muertos. En el corazón de esa isla, oculta entre las sombras, se erguía una estructura antigua y maldita: un templo del Geass, construido por manos que el tiempo había borrado de la historia.

En el centro del templo, una inmensa puerta dominaba la escena. Tallada en piedra negra y adornada con grabados intrincados, estaba marcada con el símbolo del Geass: un ojo rojo que parecía mirar directamente al alma de quienes lo observaban. El lugar estaba envuelto en un silencio sepulcral, como si el mismo mundo contuviera la respiración ante lo que estaba por ocurrir.

El símbolo comenzó a brillar, pulsando como un corazón lleno de ira y propósito. La puerta, que había permanecido cerrada durante años, emitió un rugido profundo mientras se abría lentamente. Un destello rojo inundó la sala, proyectando sombras danzantes que parecían tomar formas inquietantes en las paredes.

Del interior de la puerta emergió una figura que parecía hecha de las mismas sombras que lo rodeaban. Era un hombre alto, vestido con un traje negro que parecía creado por los artesanos más finos, como si cada hilo estuviera tejido con oscuridad misma. El diseño del traje era perfecto, ajustado a su cuerpo, con detalles rojos que serpenteaban como venas ardientes. Su porte era majestuoso, pero inquietante; cada paso que daba transmitía una autoridad que infundía temor incluso a las sombras del templo.

Lo que más llamaba la atención era su rostro, oculto tras una máscara blanca que lo cubría por completo. La máscara tenía ojos curvados como medias lunas, que parecían brillar con un rojo intenso desde dentro. La sonrisa pintada, grotesca y aterradora, se extendía de una oreja a la otra, dándole la apariencia de un ente que disfrutaba del caos y el sufrimiento.

El hombre avanzó, deteniéndose frente a la puerta ahora completamente abierta. El destello rojo que lo había acompañado se apagó lentamente, dejando la sala en una penumbra inquietante, iluminada solo por el tenue resplandor del símbolo del Geass que aún brillaba en la piedra.

Con las manos cruzadas a la espalda, inclinó ligeramente la cabeza, como si escuchara algo que no estaba allí. Su porte era relajado, casi casual, pero todo en su presencia exudaba amenaza, como si la oscuridad misma respondiera a su llamado.

Cuando finalmente habló, su voz era tranquila, baja y controlada, pero cargada de un peso terrible. Cada palabra que pronunciaba parecía llenar el aire con una presencia ominosa.

—Es momento de que el mundo conozca la verdad. —Su voz resonó como un eco, amplificada por las paredes del templo—. Es momento de que los traidores muestren su verdadera cara.

Se giró hacia el centro de la sala, donde un altar se encontraba cubierto de símbolos del Geass. Con un movimiento de su mano, el altar comenzó a brillar, y el suelo a su alrededor se transformó en un espejo oscuro que reflejaba imágenes distorsionadas. El líquido negro burbujeaba como si estuviera vivo, y dentro de sus profundidades comenzaron a surgir rostros y escenas.

—El mundo vive en paz, creyendo en una mentira —continuó el hombre, inclinándose ligeramente hacia el espejo oscuro—. Celebran la caída de un demonio, sin comprender que fueron ellos los verdaderos monstruos.

Las imágenes en el espejo se aclararon mostrando alas personas selebrando en las calles pero Las imágenes continuaron cambiando, mostrando a los antiguos miembros de los Caballeros Negros: Tamaki, Rakshata, y otros que ahora disfrutaban de vidas cómodas, viviendo en el prestigio de haber "derrotado" al Emperador Demonio.

—Todos ustedes… traidores glorificados, héroes falsos. Disfrutan de un mundo que no construyeron, que nunca habrían alcanzado sin él. Y ahora, celebran su muerte como si fuera su mayor logro.

El hombre extendió una mano hacia el espejo, y las imágenes comenzaron a distorsionarse, retorciéndose como si fueran tragadas por el líquido oscuro.

—Pero las mentiras no duran para siempre. Las máscaras, eventualmente, se caen. Y cuando eso ocurra… el mundo verá la verdad.

El brillo rojo en los ojos de su máscara se intensificó, iluminando la sala con un resplandor inquietante.

—Es momento de que la paz falsa se rompa. Es momento de que el mundo enfrente el precio de sus pecados.

La sonrisa pintada en la máscara parecía brillar con un resplandor propio mientras el hombre se giraba hacia la puerta abierta. La oscuridad se arremolinaba a su alrededor, como si el lugar mismo respondiera a su voluntad.

—Prepárense, traidores. Su juicio comienza ahora.

La figura avanzó hacia la puerta, desapareciendo en la luz carmesí mientras el templo quedaba en silencio. Afuera, en el vasto océano, el viento comenzó a intensificarse, como si anunciara que una tormenta estaba a punto de desatarse sobre el mundo.

La noche había caído sobre Tokio, y las luces de la ciudad brillaban como un mar de estrellas artificiales. En el centro de la ciudad, el edificio más grande y ostentoso albergaba la gran celebración: el quinto aniversario de la muerte del Emperador Demonio. El evento, organizado por los Caballeros Negros y el Gobierno Japonés, estaba repleto de líderes mundiales, figuras políticas y ciudadanos privilegiados que no habían conocido la guerra que ese hombre sacrificó todo para detener.

El salón principal era un derroche de lujo: candelabros de cristal, mesas adornadas con flores blancas y doradas, y música suave que flotaba en el aire. Los asistentes conversaban animadamente, brindaban y reían, pero el verdadero propósito del evento era claro: recordar al "tirano" Lelouch vi Britannia como el enemigo del mundo, una figura que debía seguir siendo odiada para sostener la paz que él mismo había creado.

En una mesa apartada, Nunnally vi Britannia estaba sentada junto a Tianzi, la joven emperatriz de la Federación China, y Kaguya Sumeragi, la heredera del clan Sumeragi. Las tres mujeres, que alguna vez habían sido testigos de la revolución liderada por Zero, ahora estaban envueltas en un silencio incómodo.

Nunnally, en particular, mantenía una expresión tranquila, casi fría, mientras fingía escuchar los halagos de los invitados que pasaban a saludarla. Su rostro era el de la emperatriz perfecta, pero en sus ojos había un vacío que ni siquiera Tianzi y Kaguya podían ignorar. Ambas sabían que esa noche era especialmente dolorosa para Nunnally, pero ninguna se atrevía a romper el silencio.

No muy lejos de ellas, Kallen Kozuki estaba en otra mesa. La que alguna vez había sido la piloto estrella de los Caballeros Negros y una de las personas más cercanas a Lelouch, ahora parecía una sombra de lo que fue. Había un vaso medio lleno frente a ella, pero no había rastro de la determinación y el fuego que solía caracterizarla. Sus ojos estaban bajos, y su postura era retraída, como si la fiesta la asfixiara.

Incluso Tamaki, conocido por su falta de tacto y su tendencia a beber más de la cuenta, notó algo extraño. Mientras conversaba con algunos veteranos de los Caballeros Negros, no pudo evitar mirar hacia Kallen con el ceño fruncido. Había algo en ella que no encajaba con la atmósfera de celebración.

Finalmente, Kaname Ohgi, el Primer Ministro de Japón, se acercó a Kallen, dejando a un lado su habitual nerviosismo. Aunque no era un hombre especialmente perceptivo, no podía ignorar el hecho de que la piloto estrella estaba actuando de forma extraña.

—Kallen, ¿estás bien? —preguntó con voz baja, inclinándose un poco para que los demás no pudieran escuchar.

Kallen levantó la vista lentamente, encontrándose con los ojos de Ohgi. Había algo en su mirada que lo incomodó profundamente. Era una mezcla de cansancio, desprecio y algo que no podía identificar.

—No —respondió Kallen con franqueza. Su voz era seca, casi cortante.

Ohgi parpadeó, desconcertado. No era la respuesta que esperaba, pero trató de mantener la compostura.

—¿Qué sucede? Esta es una noche importante… para todos nosotros —dijo, intentando sonar comprensivo.

Kallen soltó una risa amarga, una que hizo que incluso Tamaki, desde su mesa, girara la cabeza para mirar. Tianzi y Kaguya también notaron la tensión en el aire, pero permanecieron en sus lugares, observando desde lejos.

—¿De verdad crees eso, Ohgi? —preguntó Kallen, con una sonrisa amarga en los labios—. ¿Crees que esta es una noche para celebrar?

Ohgi frunció el ceño, sintiendo cómo las miradas comenzaban a dirigirse hacia ellos. No quería una escena, no en una noche como esa.

—Kallen, no sé a qué te refieres. Este es un momento para recordar lo que logramos juntos, para celebrar la paz que conseguimos.

—¿"Lo que logramos"? —repitió Kallen, con un tono cargado de sarcasmo—. ¿Te refieres a lo que hicimos, Ohgi? ¿O debería decir lo que permitimos que él hiciera?

Ohgi la miró, incapaz de responder. Sabía a quién se refería. Incluso cinco años después, el nombre de Lelouch vi Britannia seguía siendo un tema tabú, una herida abierta entre ellos.

—Kallen, este no es el momento ni el lugar para… —intentó decir, pero ella lo interrumpió.

—¿Por qué viniste a hablarme, Ohgi? —preguntó Kallen, inclinándose ligeramente hacia él, su voz ahora más baja, pero llena de veneno—. ¿De verdad te importa cómo estoy? ¿O es solo porque quieres asegurarte de que no cause problemas para tu preciosa imagen de "gran líder"?

Ohgi tragó saliva, sintiéndose expuesto. Intentó mantener la calma, pero las palabras de Kallen lo golpeaban en lugares que había tratado de ignorar durante años.

—No quise decir eso… —comenzó, pero Kallen lo interrumpió de nuevo.

—Nunca fuiste un líder, Ohgi. Ni antes, ni ahora. Todo lo que haces es pretender, seguir el juego, mientras disfrutas de un poder que nunca habrías tenido sin él. —Kallen lo miró directamente a los ojos, y por un momento, Ohgi se sintió completamente vulnerable bajo su mirada—. Pero al menos yo tengo el valor de admitirlo: traicionamos al hombre que nos lo dio todo.

El silencio que siguió fue insoportable. Aunque nadie más podía escuchar sus palabras, la tensión era palpable. Ohgi miró a Kallen con una mezcla de incomodidad y culpa, pero no encontró palabras para responder.

Finalmente, Kallen se levantó de su asiento, tomando su vaso de la mesa. Miró a Ohgi por última vez antes de dar media vuelta.

—Disfruta de tu fiesta, Primer Ministro. Yo me encargaré de recordar lo que realmente significa esta noche.

Mientras Kallen se alejaba, las miradas de Tianzi, Kaguya y Nunnally la siguieron. Cada una de ellas sentía el peso de lo que acababa de ocurrir, pero ninguna se atrevió a intervenir.

Ohgi permaneció en su lugar, mirando el lugar donde Kallen había estado sentada. Sus manos estaban temblando ligeramente, y su mente estaba llena de preguntas que no quería responder.

En lo profundo de su corazón, sabía que Kallen tenía razón. Pero aceptar eso significaba enfrentarse a una verdad que había enterrado hace mucho tiempo. Y él no era tan valiente.

El ambiente en el salón principal era tenso después de la breve confrontación entre Kallen y Ohgi. Aunque la mayoría de los invitados no habían oído las palabras cargadas de veneno que Kallen le dirigió, el aire se había llenado de una incomodidad palpable. Nunnally, Kaguya y Tianzi observaban desde la distancia, mientras Kallen se alejaba hacia una esquina más oscura del salón con su vaso en la mano, ignorando a los demás.

El evento continuaba, las risas y los brindis intentaban llenar el vacío de las sombras que, invisibles para la mayoría, se acumulaban en la sala. Sin embargo, algo cambió de pronto. En el centro del salón, cerca del podio adornado con flores y banderas, comenzó a brillar una tenue luz roja.

Primero fue un leve parpadeo, algo que muchos confundieron con un reflejo o un efecto decorativo, pero pronto el brillo se intensificó, llenando la sala con un resplandor carmesí que no dejaba lugar a dudas de que aquello no era parte de la celebración. Los murmullos se convirtieron en exclamaciones de sorpresa y luego en gritos de alarma. La música se detuvo de golpe, y los asistentes giraron la cabeza hacia la fuente de aquel fulgor.

Cuando la luz roja se desvaneció, allí, en el centro del salón, estaba él.

Una figura alta y elegante, vestida con un traje negro impecable que parecía diseñado por manos divinas o diabólicas. Su porte era majestuoso, casi teatral, pero lo que realmente llamaba la atención era su máscara: blanca como el mármol, con ojos curvados como medias lunas y una sonrisa roja y grotesca que se extendía de oreja a oreja, como si disfrutara de una broma macabra que solo él conocía.

El enmascarado inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera saludando a los presentes, y con un tono que era al mismo tiempo casual y cargado de amenaza, habló:

—Buenas noches, damas y caballeros. Espero no estar interrumpiendo… aunque parece que llegué justo a tiempo para el clímax de la fiesta.

El silencio que siguió fue absoluto. Nadie sabía cómo reaccionar. Algunos de los asistentes más nerviosos comenzaron a retroceder, buscando refugio detrás de las mesas. Nunnally, sentada junto a Kaguya y Tianzi, sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Aquella figura, aquella voz… había algo profundamente perturbador en su presencia.

Ohgi fue el primero en recuperar la compostura, aunque su voz traicionaba su nerviosismo.

—¡Guardias! ¡Sáquenlo de aquí inmediatamente!

Un grupo de soldados que custodiaba la entrada reaccionó rápidamente, avanzando hacia el enmascarado con armas en mano. El hombre, sin embargo, no mostró preocupación alguna. En cambio, levantó una mano, haciendo un gesto teatral mientras tomaba un pequeño bocado de uno de los bocadillos de una mesa cercana y su mascara se abria de costada para pode ver su boca y lavios

—Ah, qué deliciosa hospitalidad. ¿Siempre reciben a sus invitados con armas en la mano? Qué rudos. —Su voz era tranquila, casi burlona, mientras masticaba con una actitud despreocupada.

Los guardias no esperaron más. Tres de ellos intentaron rodearlo, mientras otros dos se lanzaban hacia él directamente. Fue entonces cuando ocurrió algo que nadie en la sala podría olvidar.

En un abrir y cerrar de ojos, el hombre desapareció de donde estaba, y cuando volvió a aparecer, estaba parado un par de pasos más adelante, con las manos en los bolsillos. A su alrededor, los cinco guardias que lo habían atacado cayeron al suelo, sus cuerpos desplomándose con un sonido seco. Cada uno tenía una fina línea roja en el cuello, cortes precisos que los habían silenciado para siempre. La sangre comenzó a derramarse en el suelo, formando charcos que parecían reflejar el brillo rojo de la máscara del hombre.

La sala quedó paralizada. Los gritos de pánico comenzaron a surgir entre los asistentes, mientras algunos intentaban huir hacia las salidas. El enmascarado simplemente se sacudió el polvo inexistente de su traje, sin mostrar ni un ápice de emoción por lo que acababa de hacer.

—Ah, parece que sus guardias no estaban muy preparados. —El hombre dejó escapar una suave risa, que resonó en el salón como un eco siniestro—. Qué triste.

Tamaki, que estaba más cerca de la escena, retrocedió bruscamente, tropezando con una mesa y cayendo al suelo. Incluso Kallen, que hasta entonces había estado consumida por su propio conflicto interno, observaba la escena con los ojos entrecerrados, tratando de comprender qué estaba sucediendo.

—¿Quién eres tú? —gritó Ohgi, su voz temblando. Intentaba mantener la autoridad, pero el miedo era evidente.

El enmascarado giró su cabeza lentamente hacia él, inclinando la cabeza como si estuviera analizando a Ohgi. Luego, extendió los brazos ligeramente, como un anfitrión dando la bienvenida a sus invitados.

—Oh, ¿no es obvio? Soy un simple observador, alguien que ha venido a disfrutar de la… "fiesta". —La sonrisa pintada en su máscara parecía brillar con un resplandor antinatural bajo las luces del salón—. Aunque debo admitir, mi verdadera intención es un poco más divertida.

—¡Detengan esto ahora! —gritó otro de los líderes presentes, un antiguo miembro de los Caballeros Negros. Pero antes de que pudiera decir algo más, el enmascarado apareció frente a él en un movimiento casi imposible de seguir con los ojos.

—Silencio —dijo el hombre, y con un movimiento rápido de su mano, el líder cayó al suelo, sujetándose el cuello mientras la sangre brotaba de una herida invisible.

El caos reinaba ahora en el salón. La seguridad restante estaba paralizada, incapaz de actuar. Los gritos y los intentos de huida llenaban el lugar, pero el enmascarado permanecía en el centro, impasible, como un rey en su trono, observando cómo los demás se desmoronaban a su alrededor.

Finalmente, su mirada se posó en Nunnally, Kaguya, Tianzi y Kallen. Las pocas personas que aún mantenían la compostura. Inclinó ligeramente la cabeza hacia ellas, su tono burlón volviendo a llenar el aire.

—Ah, las piezas clave. Qué placer verlas aquí. Después de todo, esta fiesta no estaría completa sin ustedes.

La máscara brilló con un destello rojo, y la sala entera pareció oscurecerse un poco más.

—Ahora, mis queridos traidores… ¿están listos para el espectáculo? Porque el juicio comienza ahora.

Capítulo 4: Justicia entre las Sombras

El salón principal estaba sumido en el caos. Los cuerpos de los guardias yacían en el suelo, formando charcos oscuros de sangre bajo las luces del lujoso recinto. Los invitados corrían aterrorizados, algunos tropezando en su desesperación por salir, mientras otros simplemente permanecían congelados en sus lugares, incapaces de comprender lo que acababan de presenciar.

En medio de todo, el enmascarado permanecía inmóvil, como un maestro de ceremonias disfrutando de la confusión que había desatado. Su figura, elegante y aterradora, dominaba la escena con un aire casi casual, como si todo esto fuera un simple entretenimiento para él.

—¿Quién eres? —gritó Kaguya, poniéndose de pie junto a Tianzi y Nunnally. Su voz temblaba ligeramente, pero trataba de mantener la compostura—. ¿Qué pretendes con todo esto?

El enmascarado giró lentamente la cabeza hacia ella, la grotesca sonrisa pintada en su máscara brillando bajo las luces del salón. Alzó una mano con gracia, como si estuviera calmando a una multitud inexistente.

—Ah, la valiente Kaguya Sumeragi —dijo, su voz tranquila pero cargada de una amenaza latente—. Siempre tan directa, siempre tan dispuesta a enfrentarse al abismo. Qué admirable… aunque un poco ingenua.

—¡Responde! —exigió Kaguya, avanzando un paso hacia él. Su mirada era desafiante, pero había un destello de miedo en sus ojos.

El enmascarado dejó escapar una risa suave, un sonido que resonó en la sala como el eco de algo maligno.

—Muy bien, muy bien. Me presentaré, aunque supongo que ya habrán oído de mí. —Hizo una pausa, inclinando ligeramente la cabeza—. Mi nombre es… Infinite. Y estoy aquí para corregir los errores que ustedes, los "salvadores del mundo", han cometido.

Nunnally, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, frunció ligeramente el ceño. Su voz, suave pero firme, rompió el aire cargado del salón.

—¿Errores? ¿De qué estás hablando?

El enmascarado se giró hacia ella, como si acabara de notar su presencia. Su postura se volvió un poco más rígida, y por un momento pareció estudiar a Nunnally con detenimiento. Luego, extendió los brazos en un gesto teatral.

—Oh, querida Emperatriz Nunnally… tú deberías saberlo mejor que nadie. Este mundo, esta "paz" que tanto veneran, está construida sobre mentiras, traiciones y sangre. El sacrificio de un hombre que nunca fue reconocido, que nunca será recordado como el salvador que realmente fue.

La mención de "sacrificio" hizo que Nunnally se tensara, pero mantuvo su compostura, su mirada fija en el enmascarado. Mientras tanto, Tianzi se aferraba al brazo de Kaguya, aterrada pero tratando de mantenerse fuerte.

El enmascarado comenzó a caminar lentamente por la sala, pasando junto a los cadáveres de los guardias sin siquiera mirarlos. Hizo un gesto amplio hacia los asistentes aterrorizados que aún no habían logrado escapar.

—Y sin embargo, aquí están, celebrando. Brindando por la caída del supuesto "Emperador Demonio". Felicitándose a ustedes mismos por una victoria que nunca fue suya. Qué patético.

Se detuvo en el centro de la sala, girándose nuevamente hacia Nunnally, Kaguya y Tianzi.

—Pero no se preocupen. Estoy aquí para corregir eso. Estoy aquí para traer justicia… y para mostrarle al mundo su verdadera cara.

—¿Qué pretendes hacer? —preguntó Kaguya, su voz ahora más controlada pero llena de desconfianza.

Capítulo 4: Justicia entre las Sombras

El salón seguía atrapado en el caos. Las explosiones del enmascarado habían reducido la noche de celebración a una escena de horror. Los gritos de los asistentes resonaban en las paredes decoradas, y las sirenas de emergencia comenzaban a sonar desde las calles. Sin embargo, en el centro del salón, la figura del hombre enmascarado, conocido como Infinite, permanecía inmutable. A pesar del pánico a su alrededor, él se movía con la calma de un depredador que ya había ganado.

Con pasos lentos, Infinite se colocó nuevamente en el centro de la sala, su presencia proyectando un aura de autoridad aterradora. La grotesca sonrisa pintada en su máscara parecía brillar bajo las luces del lugar, burlándose de todos los presentes. En su voz tranquila y cargada de amenaza, habló, dirigiéndose a todos:

—En unos días, la F.U.N. se reunirá para decidir qué hacer conmigo, el supuesto "terrorista Infinite". Qué gracioso, ¿no? Una organización creada para unir al mundo ahora se dedica a debatir sobre cómo eliminar un problema que apenas pueden comprender.

Los asistentes que aún quedaban en el salón lo miraban con miedo e incredulidad, incapaces de procesar completamente lo que estaba sucediendo. Algunos se escondían detrás de las mesas, otros simplemente estaban paralizados en sus lugares. Pero las palabras de Infinite eran como un veneno que llenaba el aire, imposible de ignorar.

Kaguya Sumeragi, todavía de pie junto a Nunnally y Tianzi, apretó los puños. A pesar de su miedo, avanzó un paso hacia el hombre enmascarado, su mirada desafiante.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó con voz firme, aunque su tono no podía ocultar del todo la tensión—. ¿Qué estás planeando hacer en esa conferencia?

Infinite giró su cabeza lentamente hacia ella, inclinándola como si considerara su pregunta. Luego, con un gesto casual, metió una mano en su traje negro. De allí sacó un pequeño dispositivo negro, un activador con un botón rojo en el centro. Lo levantó en alto para que todos pudieran verlo.

—Oh, querida Kaguya… no estoy insinuando nada. Estoy diciendo que apareceré en la próxima conferencia de la F.U.N. para traer verdadera justicia. Y no solo eso… —Sonrió detrás de la máscara, la grotesca expresión pintada reflejando su tono burlón—. Ya he comenzado.

Kaguya frunció el ceño, confundida.

—¿Qué quieres decir?

Nunnally también lo miró, sus ojos mostrando una mezcla de preocupación y desafío.

—¿Qué estás diciendo? ¿Qué justicia puedes traer con actos como estos?

En lugar de responder directamente, Infinite presionó el botón del activador sin dudarlo.

En el instante en que lo hizo, una serie de explosiones sacudieron la ciudad. Desde el salón se podían escuchar claramente los estruendos y las sirenas de alerta, seguidos de los gritos de las personas en las calles. Las ventanas del lugar vibraron, y algunos de los cristales se rompieron, dejando entrar el sonido de la destrucción.

Las columnas de humo comenzaron a elevarse en el horizonte, visibles incluso desde dentro del salón. La luz de los incendios iluminaba el cielo nocturno con un resplandor anaranjado.

Los asistentes, que ya estaban en pánico, ahora gritaban aún más fuerte. Algunos se arrojaron al suelo, otros corrieron hacia las salidas en un intento desesperado de escapar. Pero el enmascarado simplemente permaneció allí, inmóvil, disfrutando de la escena como si fuera un espectáculo que él mismo había orquestado.

Kaguya dio un paso hacia él, su rostro lleno de ira y confusión.

—¡¿Qué ataque terrorista es este?! —gritó, señalándolo con el dedo.

Infinite inclinó la cabeza hacia ella, como si estuviera sorprendido por su reacción. Luego, con una risa burlona, respondió:

—¿Qué ataque terrorista? Este.

El hombre guardó el activador en el bolsillo de su traje y extendió los brazos, como si estuviera mostrando su obra maestra.

—¿Acaso no es evidente? Japón necesitaba un recordatorio. Después de todo, ¿cómo pueden decidir qué hacer con un "terrorista" como yo si no les doy una razón para temerme?

Tianzi, que se había mantenido en silencio hasta ahora, apretó el brazo de Kaguya, temblando.

—Él… está loco… —susurró con la voz rota.

Nunnally, sin embargo, permanecía inmóvil. Aunque el miedo era evidente en su mirada, su voz era firme cuando habló.

—¿Esto es lo que llamas justicia? ¿Sembrar el terror entre los inocentes? ¿Atacar un país que no ha hecho nada más que tratar de sanar?

El enmascarado giró lentamente hacia ella, y su postura cambió ligeramente. Por un momento, su máscara se inclinó, como si estuviera observando a Nunnally con detenimiento.

—Inocentes… —repitió, con un tono que destilaba desprecio—. Esa palabra suena tan vacía saliendo de tu boca, Emperatriz. ¿Inocentes, como aquellos que celebran aquí mientras ignoran el sacrificio que los llevó hasta este punto? ¿Inocentes, como los que se benefician de la sangre derramada por un hombre al que todos traicionaron? No hay inocentes, Nunnally vi Britannia. Solo culpables… y verdugos.

Nunnally no apartó la mirada, aunque su expresión se oscureció al escuchar sus palabras.

—¿Qué clase de justicia crees que es esta? —preguntó.

La voz de Infinite se volvió más baja, más cargada de una intensidad casi cruel.

—La justicia que tú les negaste, Emperatriz. La justicia que él nunca recibió.

Nunnally sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, pero no respondió. No podía encontrar las palabras.

Infinite dio un paso hacia atrás, y el destello rojo comenzó a envolverlo nuevamente. Sin embargo, antes de desaparecer por completo, lanzó una última advertencia:

—Nos veremos en la próxima conferencia de la F.U.N. Allí, mostraré al mundo lo que realmente significa la justicia. Y cuando lo haga… ustedes no podrán negarla.

Con un destello rojo cegador, la figura de Infinite se desvaneció, dejando tras de sí el ruido de las explosiones, las sirenas y el caos absoluto.

Kaguya miró a Nunnally, que permanecía inmóvil, su expresión inescrutable. Tianzi, a su lado, parecía completamente devastada por lo que acababa de presenciar.

Kallen, desde su rincón, apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas. Sus ojos, llenos de rabia y determinación, estaban fijos en el lugar donde Infinite había estado momentos antes.

—Esto no puede quedar así —murmuró entre dientes, con una voz cargada de una furia renovada.

Mientras tanto, Nunnally cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso. Sentía que las grietas en el mundo que su hermano había construido con tanto sacrificio comenzaban a hacerse más profundas, y por primera vez en mucho tiempo, no sabía si serían capaces de detenerlas.