Regresaron a la cabaña de Shion en la aldea. Ella se equipó con toda su indumentaria, los venenos, algunas ropas para disfraz, las estrellas shurikens y la katana que acompañaba a la wakizashi. También se echó una bolsa de ajonjolí, para matar el hambre en caso de que fuera necesario. Se sentía rara al pensar que regresaba a las andadas después de tanto tiempo. Era una mezcla extraña de incomodidad y adrenalina. Aún así, estaba lista para la misión.
La caminata fue larga. Ambas chicas atravesaron varios campos y pastizales, mientras se sucedían lentamente el resto de la mañana, el mediodía y parte de la tarde. Shion no recordaba la última vez que había ido tan lejos.
Tras mucho caminar, se hallaron frente a un bosque. Sabían que tras ese lugar encontrarían la aldea cercana al castillo Fujiwara.
Hicieron una pausa para planear sus movimientos. Shion sugirió a Otome que se cambiara de prendas, para que nadie notara el símbolo Kitaouji. Como una niña obediente, aceptó la sugerencia. Por otro lado, la shinobi vistió un kimono caro.
— ¿De dónde sacaste eso? — preguntó la samurai, incrédula.
— Es un disfraz. Me permitirá entrar en el castillo. — dijo, mientras ocultaba su wakizashi y su katana dentro del manto del kimono. Esta vez no la descubrirían porque la gran cantidad de telas, no permitía notar algún bulto fuera de lo normal. — ¿Por dónde te quedarás?
— Aquí, digamos que la princesa del castillo Fujiwara me conoce demasiado bien. — respondió, con una sonrisa tonta. — En una batalla, le rompí su naginata favorita.
Shion se llevó una mano a la cara.
— Entonces no había necesidad de que te cambiaras... ¡Está bien!, quédate aquí, nos vemos a la hora del perro.
— ¿En otras palabras...?
— ¿No sabes cuál es la hora del perro?, ¡Por Susanowo!, ¿Eres tonta o finges que eres tonta?
Otome se encogió de hombros.
— Bueno, está bien, confío en ti, Shion-tan. — agregó, con otro corazón de sus manos.
— ¡No uses ese "tan" conmigo!, es raro. Además, ¿Por qué confías tanto? No es común de samuráis.
La chica no respondió nada. La shinobi sacó un espejo y comenzó a maquillarse. Se aplicó una base de oshiroi, hasta que su cara quedó tan pálida como la de una muñeca de porcelana. Luego un pigmento rojo llamado Beni en las mejillas y los labios. La de los ojos naranja observaba aquello con cierta emoción.
— Pareces una princesa de verdad. — murmuró.
— De nada, Otome-sama. — respondió Shion, mientras imitaba la curiosa entonación que usaba la princesa Sakura, donde la voz parecía más ahogada.
Su mirada también cambió. Los ojos no se abrían completamente, sino que dejaban ver un poco de párpado. Cruzó las manos frente al kimono, y sonrió de forma dulce.
Todos aquellos eran detalles que había notado de la propia princesa Sakura cuando visitaba la aldea. Como shinobi, había guardado un antiguo consejo de su maestra, "Siempre recuerda todo lo que ves, lo que oyes, la forma en que las personas se mueven y hablan. Incluso la información más inútil te puede servir para confundir a alguien más", y así, ahora podía imitar a la perfección el comportamiento de una auténtica princesa.
Otome no cabía en su asombro. En ese momento, Shion se propuso atravesar el bosque sola. Se despidió de Otome y se marchó.
El exagerado kimono le impedía moverse bien, pero era necesario para su actuación. En el aire se respiraba un olor a hierba mojada, y las hojas parecían más verdes bajo el cielo gris. Tras algún tiempo de camino, sintió la voz de alguien que cantaba. Al mirar al lugar de donde provenía, notó a una muchacha que deambulaba los alrededores. También llevaba una vestimenta extravagante, y su cabello parecía imitación de los típicos peinados de los dioses en las pinturas japonesas. Debía ser Miyabi Fujiwara, la princesa de aquellos dominios.
Se acercó lentamente. Cuando aquella la notó, se apresuró en empuñar una naginata al cuello de Shion.
— ¡Identifícate!
— Perdone, soy Shiori, princesa del castillo Kamiya. — dijo Shion, creando una nueva identidad falsa. — Andaba explorando esta zona, pero mis sirvientes se perdieron. Pensé que podría ayudarme usted.
— A ver, ¿De qué zona es tu castillo? — preguntó Miyabi, desconfiada.
"Shikoku", pronunció. Notó enseguida, cómo logró captar la atención de la princesa. Así debía ser, pues era la región de donde venía el joven secuestrado.
— ¡Uff!, ¡Lejos!, se veía que tenías ganas de paseo. — agregó Miyabi, mientras bajaba lentamente la naginata. — Son tiempos de guerra, no son para andar suelta por ahí, y menos en temporada de lluvia.
— Es verdad, pero, ¿Qué puedo decir?, Amo conocer nuevos lugares, y caminar bajo la llovizna.
— Te entiendo. — contestó la princesa con una sonrisa y mientras extendía su mano. — Soy la princesa Miyabi, del castillo Fujiwara.
Ambas se estrecharon las manos. Shion se sentía dueña de la situación, y agradeció un poco, solo un poco, su entrenamiento en el arte del engaño.
Por otro lado, la propia Miyabi creía que estaba manipulando a "Shiori", y que podía hacerla llegar hasta el castillo para interrogarla, y preguntarle alguna información sobre el general Futaba.
Ellas continuaron camino hacia el palacio. La aldea cercana no era distinta de la que habitaba Shion. Las cabañas de madera eran el hogar de muchos hombres y mujeres humildes. Varias muchachas caminaban con sus bebés en la espalda, mientras cuidaban de otros niños pequeños.
Ver aquello provocó un extraño anhelo en Shion. Pensó un poco en su propia madre, a la que nunca conoció, ni supo el nombre. Desde que tenía memoria, había estado al cuidado de su maestra ninja, y toda su vida había sido un eterno entrenamiento.
Le daba un sabor amargo recordar los gritos, los golpes y los insultos que recibía cada vez que fallaba en algo. Constantemente, era llamada "inútil" e "incapaz". Habían noches en que, internada en el río, estaba obligada a soportar el frío glacial, con el objetivo de volverse más fuerte. Quizás por eso, no le había prestado mucha atención al agua helada cuando rescató a Otome.
Recordaba que a veces, de casualidad, veía a niños de aldeas cercanas enfrascarse en un juego infantil, y supo desde entonces que no quería ser una ninja. Su maestra la amenazaba, y le llamaba ingrata.
"Te entreno para que seas más fuerte, y puedas sobrevivir en el mundo exterior. Ese lugar no es de juegos y canciones, es de guerra y hambre."
Palabras como esa, la habían mantenido a raya durante años, pero, un día se planteó seriamente, ¿Realmente quería ser fuerte?
Ninguna wakizashi, ni receta de veneno, ni disfraz, valía tanto como para dar una vida entera por ello. Cuando supo la respuesta a su pregunta, escapó.
Trató de vivir como una aldeana más dentro de los dominios Kitaouji, pero luego supo que muy en el fondo, una shinobi nunca dejaba serlo. Siempre, de alguna forma, regresaba a las viejas costumbres. Ahora estaba allí, en medio de una aldea enemiga, en función de sus servicios.
Llamó su atención ver cómo muchos se inclinaban al paso de Miyabi, y temblaban al ver su amenazante naginata. Sin dudas, los Fujiwara no eran gente tan mansa como los Kitaouji.
Llegaron al castillo. Un grupo de sirvientes recibió a la princesa entre alabanzas e interrogantes sobre el lugar donde había estado. Ella se limitó a preguntar por su padre. Aquellos respondieron que se encontraba supervisando "la misión del monte Ogura".
La mención de aquel lugar le pareció a Shion una especie de señal o pista. Recordó más detalles del cuento del cortador de bambú, el que Otome le había relatado en la mañana.
A cada pretendiente distinto se le ordenó un objeto imposible: la rama de joyas de Hōrai, la túnica de pelo de rata de fuego, la concha koyasugai, la joya del cuello del dragón y el cuenco de piedra de Buda.
El príncipe Ishitsukuri fue el enviado a hallar el cuenco, y al no poder encontrar el original, tomó uno cualquiera y se lo entregó a la princesa Kaguya. Al verlo, ella supo enseguida que no era el real. Entonces escribió un poema que decía "Ni el brillo del rocío siquiera se deja ver. ¿Cómo habrá podido encontrarlo en el oscuro monte Ogura?"
Seguramente existía alguna conexión entre aquella misión misteriosa y la joya del cuello del dragón.
Miyabi ordenó a sus sirvientes a hacer silencio, les pidió algo y se sentó al lado de Shion en el suelo. Tras un rato, llegó una danzarina junto a otros dos hombres, uno con un shamisen y el otro con un tambor.
La mujer comenzó a bailar en círculos. Shion reconoció que era una danza Awa Odori. Notó que Miyabi la observaba fijamente esperando a que ella comentara algo.
— Esa es una danza de mi tierra, es un Awa Odori — murmuró, con falsa impresión. La princesa sonrió.
— Así es. La señorita es de allá, y le dije que hiciera algún baile típico, ¿Sabes qué me respondió?, que si no reconocías este, seguramente mentías sobre tu origen.
Shion se agradeció a sí misma, una vez más, la costumbre de guardar cada dato inútil en su cabeza.
La danzarina se retiró.
— Una duda, Shiori-sama, ¿Usted conoce al general Futaba?, ya que viene también de Shikoku. — preguntó la princesa Fujiwara.
La supuesta Shiori afirmó con la cabeza.
— ¿Quién no conoce su fama?, Derrotó al dragón y robó la joya que rodea su cuello. — contestó, con una altanería fingida. — Allá en mi tierra todos lo ven como una especie de dios. Comparan su hazaña con la derrota de la serpiente Orochi por Susanowo.
Su interlocutora quedó en silencio unos momentos, analizando la respuesta. Shion parecía demostrar una especie de desprecio en sus palabras. Debía de conocer al general, pero no necesariamente saber algo útil de él.
— Parece que no te agrada. — murmuró Miyabi.
— Él no es lo que creen todos, es un patán que abusa de la fuerza bruta para someter cada uno de los dominios de Shikoku. Con la joya en su poder se ha vuelto como un tifón salvaje. Por supuesto, en mi familia nos negamos a inclinar la cabeza. — respondió la falsa princesa con molestia, para reafirmar su actuación.
La otra volvió a hacer silencio durante unos minutos más, y luego soltó un suspiro.
— Entiendo tu punto, ¡Y pensar que ese hombre quería hacer alianzas con los Kitaouji!, Cuando los hijos de esas familias se casaran, iba a ser un desastre. — dijo la princesa Fujiwara.
La shinobi reconoció que su plan había hecho efecto, ya la chica había bajado la guardia.
— Desconozco quiénes son los Kitaouji, pero espero que eso no se dé. Te puedo asegurar que lo menos que deseas es tener al general Futaba cerca. — agregó Shion.
— No sucederá. Ya los de mi familia nos encargamos de su hijo.
Escuchar esas últimas palabras le dio a Shion un cierto aire de misión fallida.
— ¿En qué sentido?
— No quiero hacerme responsable de matar a un joven inocente que al final no tiene culpa de las malas decisiones de su padre y de los Kitaouji. Por eso, fue llevado por mis hombres al monte Ogura. Allí lo dejarán caer en el Doukutsu, y no podrá volver a salir.
Esta vez, la shinobi quedó completamente estupefacta, no por la información, sino por la mención del "Doukutsu". Esa era una cueva en el subsuelo, un lugar donde los ninjas arrojaban cadáveres de sus víctimas. Ese lugar estaba completamente oculto por la maleza, y solo los shinobis conocían su ubicación, ¿Cómo Miyabi lo sabía?
No le faltó demasiado para conocer la respuesta. Una persona entró a la habitación, una mujer que Shion no imaginó ver en ese momento ni en ese lugar.
Sintió un extraño temblor en sus manos, y su corazón comenzó a latir de forma anormal. Conocía mejor que nadie ese rostro, esas arrugas, ese caminar recto, aquel moño apretado, era su maestra shinobi, Yotsude, ¿Qué diablos hacía allí?
Se preguntó a sí misma si no se estaba confundiendo, pero sí, era ella. Se maldijo para sus adentros, y sintió que la había traído al lugar con el pensamiento. Notó una mirada fija de la mujer, y supo que había sido reconocida.
Solo rogó en silencio que aquella no desmintiera la actuación.
— Perdone la intromisión, princesa, están solicitando su presencia en el jardín. — dijo Yotsude a Miyabi.
La susodicha se levantó, y con una inclinación de respeto se retiró del cuarto.
Cuando quedaron solas maestra y alumna, una shuriken salió disparada hacia la chica, la cual apenas tuvo tiempo de esquivar.
— No pierdes tus reflejos, Shion. — mencionó la maestra, con una sonrisa algo desagradable. — Te preguntaría qué haces aquí, pero ya sé que vienes tras la joya. No soy tonta. Ahora, dime, ¿Por qué huíste?
La ninja más joven se quedó callada.
— Vamos, ¿No dices nada?, ¿O tienes miedo? — agregó la mujer.
— Mire, a usted no le importa. — se atrevió a responder. — Mi vida es mía, y no tengo que darle detalles a usted de nada.
— ¡Oh!, ¡Qué grosera te has vuelto!, Recuerdo que antes no eras así. A cada cosa que te ordenaba, decías "Sí, maestra", e inclinabas la cabeza. Era divertido.
Shion apretó los puños. Trató de contenerse, y se limitó a preguntar a la maestra qué hacía en aquel lugar. La mujer respondió que había sido contratada por el daimyō para vigilar la joya de cuello del dragón, y que ella misma le había dado la dirección del Doukutsu a los samurais para que arrojaran al joven Futaba allí.
Aquel lugar era bastante profundo y oscuro, sería imposible para él salir sin ayuda. Por otro lado, pocos eran los que conocían esa cueva oculta, y nadie podría ir en su rescate.
— ¿Y tú?, ¿Quién te contrató? — preguntó la maestra.
— Nadie. Tal y como usted dijo, solo quiero la joya. — respondió, mientras se deshacía de la montaña de mantos que había sobre sus hombros, dejando ver la wakizashi y la katana en su espalda.
— Me alegra saber eso. — agregó la maestra mientras empuñaba su propia espada. — Quien sea que te pagara, hubiera sido un estúpido.
De pronto, la shinobi no supo si tomarse aquello como un insulto, o como una verdad sobre Otome. Dejando de lado esos pensamientos, se puso en guardia. Como la katana era demasiado larga para luchar en un lugar tan cerrado, tomó la wakizashi.
Ambas se lanzaron a luchar. Los cortes se sucedían uno tras otro en el aire mientras objetos de la sala comenzaban a quedar partidos por la mitad. Se rayaban las paredes, y se escuchaba gran estrépito con el chocar de los metales. La maestra lanzó un ataque horizontal. Shion se agachó y esquivó el golpe, girando sobre sí misma para contraatacar. Su espada cortó el aire, pero Yotsude levantó la suya a tiempo para bloquear la ofensiva.
La maestra realizó un nuevo golpe. Shion apenas pudo reaccionar. Su espada resbaló de sus manos, y cayó al otro lado de la sala.
— Lamentablemente, sigues cometiendo los mismos errores. — agregó Yotsude, con una sonrisa triunfadora. — Parece que entrenarte fue en vano, continuas siendo igual de tonta.
La chica se maldijo para sus adentros. La ninja más vieja se acercó a la esquina y tomó la wakizashi. Se la ofreció a Shion en las manos.
— Que sepas que solo luché por diversión, no tengo intenciones de detenerte, ¿Quieres esa maldita joya?, ¡Pues tómala!, ¡No me importa!
La joven alzó una ceja. Experimentó una extraña confusión, como si muchas cosas se contradijeran en su cabeza, ¿La estaba dejando salir con la suya?, No tenía sentido. Si algo conocía bien de ella, es que le encantaba poner las cosas complicadas, a veces por el simple gusto de ver a los demás molestarse y quedarse callados. Sabía que la maestra pensaba en algo, debía de tener alguna trampa planificada, pero no sabía definir qué.
— Yotsude-sensei, si hago eso usted perderá su paga, ¿No le interesa?
La mujer se cruzó de brazos.
— ¿Eres estúpida?, Si te la robas, podré obligar al daimyō a que me pague más por recuperársela. No será complicado quitártela después.
Shion frunció el cejo. Sin dudas, esta mujer le daba asco. Aceptó la wakizashi y la volvió a colocar tras su espalda. La maestra Yotsude le hizo señas para que la siguiera.
Atravesaron varios pasillos del castillo Fujiwara. Notó que la mujer había escogido perfectamente la ruta, para no ser vistas por ninguno de los sirvientes de Miyabi.
Llegaron a una sala amplia y oscura. En el centro de ella, se alzaba un pedestal, rodeado por una cuerda shimenawa. Reposaba sobre un cuenco de porcelana, una esfera reluciente, que iluminaba la habitación con un brillo de siete colores. Aquella era la famosa joya del cuello del dragón, tal y como su descripción en el relato. Aquella que hizo al gran consejero Otomo no Miyuki inclinarse y rezar por piedad. Esa era la esfera que podía controlar la lluvia y el mar.
Shion miró a todas partes, tratando de descifrar la trampa, pero no veía nada sospechoso. Luego observó a su maestra, la cual permanecía cruzada de brazos.
— ¿Qué esperas?, ¡Toma la maldita joya! — insistió la vieja samurai.
— ¿Usted qué planea?
— Creo que lo dije antes, no me hagas repetirlo de nuevo.
— Si en verdad no está tramando nada más, ¡Deje todas las armas en el suelo!
— Como quieras. — respondió Yotsude, mientras cumplía con la orden.
Tanta complicidad le parecía aún más sospechosa a la chica. Continuó inspeccionando con la vista cada rincón del cuarto, pero seguía sin encontrar nada. No parecía que hubiera lugar para escondite de alguien más, ni algún mecanismo extraño que estuviera preparado para dispararse.
Fuera lo que fuera, tuvo la sensación de que no iba a poder descubrirlo. Decidió arriesgarse. Apretó la empuñadura de la wakizashi, y se acercó a la esfera, caminando de lado para no perder la vista de la maestra.
— ¿Acaso tienes complejo de cangrejo?
No hizo caso a la provocación. Se acercó lo más que pudo. Algo insegura, rozó la superficie fría de la joya. Una punzada helada le apretó el pecho, y le hizo soltar la espada. Notó una sonrisa horrible en el rostro de su enemiga. Sintió un temblor incontrolable en las manos, y un dolor elevarse por sus piernas, haciéndola caer de rodillas.
La maestra se acercó a ella, y comenzó a decirle cosas cerca del oído, con un tono venenoso.
— ¿Para qué querría yo dinero si pudiera tener el objeto más poderoso de todos en mis manos?, ¿Eh?, Tristemente, el daimyō contrató a una sacerdotisa oscura para que le colocara una maldición al primero que la tocara y no fuera un Fujiwara. Gracias a ti, ya puedo robarla sin problemas.
Yotsude tomó el objeto entre sus manos, y con un brillo de codicia en los ojos, abrió la puerta y se marchó.
Shion se sintió más estúpida que nunca. Soltó cada improperio se le ocurrió. Sintió su corazón estrujarse, como si una fuerza invisible lo obligara a apretarse.
Se aferró a la shimenawa que aún rodeaba al pedestal, tratando de aguantar la tortura por la que su cuerpo estaba pasando.
Sintió como si algo cambiara en ella, como si su carne se moldeara para tomar una nueva forma, ¿En qué diablos se estaría convirtiendo?
El dolor aumentó, pero sabía que no podía permitirse llorar. Ya había fallado como shinobi en muchos aspectos, solo le quedaba mantener un poco el control de sus emociones, y no demostrar con lágrimas el sufrimiento que estaba pasando. Sufrió una metamorfosis drástica, su apariencia humana quedó atrás y pronto, cuervo fue.
Corporalmente, sintió algo de alivio, pero luego se dejó gobernar por una desesperación tremenda. Al verse posada sobre el suelo de madera, con aquel aspecto desaliñado, con sus brazos ahora reemplazados por un par de alas negras, se preguntó seriamente, qué la había llevado a perderlo todo por conseguir una joya inútil.
Miró a los alrededores, y se dió cuenta de que todo lo que llevaba encima había desaparecido. No estaba su ropa, ni el resto de su indumentaria, solo la wakizashi la había dejado caer momentos antes de la transformación.
Ahora, la esfera estaba en manos de la maestra. Conociéndola bien, seguramente crearía más caos del que alguna vez pudieron imaginar los Fujiwara. Podía intentar alzarse contra todos los dominios japoneses, y nadie podría evitarlo. Tenía el poder del tsunami y la tormenta bajo su control. Una vez más, Shion Kamiya lo había hecho todo mal.
Miró puerta hacia afuera. Intentó caminar, pero no tuvo rodillas para mover. Se vió en la necesidad de ir dando pequeños saltos hasta llegar al jardín de los Fujiwara. Le pareció un camino eterno, y que apenas lograba avanzar a través de los pasillos.
A duras penas, logró llegar al jardín. Miró el cielo, aún gris. Solo le quedaba alzar el vuelo, y marcharse a un lugar donde no tuviera que acordarse de su fracaso. Batió las alas hasta cansarse. Apenas, con demasiado esfuerzo logró subir hasta el tejado. Desde allí, vio a Miyabi reunida su padre. Al parecer había llegado hace un rato. Ambos debatían sobre los resultados de la misión del monte Ogura.
Shion pensó en el joven Futaba, que debía estar vagando en la oscuridad del Doukutsu, entre los esqueletos y los cuerpos en descomposición. Sin dudas, estar encerrado en un lugar así debía ser peor que la muerte.
No podía hacer ya nada por él, pero..., ¿Y la samurai Otome?, Quizás debía contarle la información, y que ella misma se encargara del resto.
Batió una vez más las alas. Logró elevarse unos centímetros del tejado, pero volaba de forma errática, chocando contra árboles y cayendo al suelo en el camino. Aquel había sido el viaje más engorroso de su vida.
Voló hasta la aldea, donde consiguió dar saltos sobre los techos hasta alcanzar el bosque. Desde allí, fue más fácil moverse. Ora volaba, ora saltaba entre los árboles.
Llegando el atardecer, encontró a Otome sentada sobre unas piedras al borde del bosque. Se posó cerca de ella. La samurai mostró cierta sorpresa al ver aquella ave salida de la nada. Shion intentó hablar, pero solo salió un graznido.
"Hola", murmuró ella, "¿De dónde vienes, amiguito?"
En vano, quiso dar alguna seña para responder, pero aquellas alas inútiles se lo impedían. Otome aún llevaba consigo parte del equipamiento de Shion. Con algo de atrevimiento, comenzó a registrar entre todo. Logró encontrar la bolsa de ajonjolí.
— No sé para qué Shion-tan quería esto, si ella no pensaba hacer un huerto. — comentó. Dejó caer algunas al suelo. — ¡Vamos!, ¡Seguro debes estar hambriento!
La pareció una cosa repugnante comer algo que ya había tocado tierra. Ignoró las semillas, y continuó dando algunos saltos alrededor de la samurai.
— Bueno, parece que no tenías tanta hambre. — agregó, mientras volvía a guardar las semillas. — Creo que te voy a llamar Karasu-tan.
¡Lo único que le faltaba!, perder el nombre y volverse una mascota de Otome. Ese día no podía ser más humillante.
Pasaron una o dos horas, y cayó la noche sobre ambas. El bosque parecía un sitio aterrador entre toda esa oscuridad. Los árboles se alzaban en la espesura con aspectos grotescos. A la luna la ocultaban varias nubes de lluvia. Un sereno frío caía encima de la hierba. Shion agradeció un poco, solo un poco, las múltiples plumas que la cubrían. Por otro lado, la del cabello naranja hablaba con ella, suponiendo que un cuervo era capaz de entender sus palabras.
— Entonces, así fue todo. Shion-tan me dijo que nos veríamos a la hora del perro, ¡Ni idea de qué hora es esa!
Si las alas no le hubieran dado un rango de movimiento tan limitado, Shion se hubiera llevado una mano a la cara. No era necesario ser un experto para saber que ya se encontraban dentro de esa hora.
Recordando la gran capacidad de los cuervos para imitar sonidos del ambiente, dió un graznido, algo similar a un ladrido.
Otome se rió.
— Eres inteligente, Karasu-tan, ¿Entonces, sí?, ¿Ya es la hora del perro?, Shion-tan debería llegar en cualquier momento.
La shinobi llegó a la conclusión de que la samurai entendía mejor a las animales que a los humanos. Quizás porque en el fondo, ella también tenía un poco de animal.
Pasó una hora más, y Otome se tardó en volver a decir algo. Sus ojos se mostraron más cristalinos, como si pensara en algo triste.
— No quiero pensar en eso, pero... — comenzó a decir la chica, con voz temblorosa. — La princesa Sakura-tan me contó una vez que los cuervos son mensajeros de la muerte, ¿Es verdad?, ¿Algo le pasó a Shion-tan?
La shinobi maldecida soltó otro graznido, algo que la samurai interpretó como una respuesta afirmativa. Ella se levantó, apretó con fuerza la empuñadura de su espada, y la sacó.
Shion quedó estupefacta, al ver que aquello no era katana ni wakizashi, era una especie de tenedor. Esta chica seguía trayendo un montón de sorpresas extrañas.
— Tengo que confirmarlo por mí misma. — dijo, mientras comenzaba a internarse en el bosque.
El cuervo le siguió con graznidos, intentando detenerla, pero fue en vano. Llegaron a la aldea, donde todos permanecían ya dormidos. Otome caminó en medio de aquel lugar desierto, en busca de una pista del paradero de la shinobi. El silencio se veía perturbado por un murmullo lejano. Anduvo, hasta que notó, a la distancia, donde hombres que hablaban. Uno llevaba una espada en las manos.
— La encontré tirada en el castillo, ¿Cuánto crees que cueste?
— Se ve de buena calidad, diría que un ryo.
La de los ojos naranja reconoció enseguida la wakizashi de Shion. Se acercó a aquellos, mientras los apuntaba con el tenedor.
— ¿Dónde está la dueña de esa espada?
Los hombres temblaron, al reconocer que se trataba de la samurai Otome.
— No tenemos idea. — respondió uno de ellos. — Debe ser de esa ninja. La que huyó con la joya.
La chica se quedó en seco, ¿Shion se había robado la esfera?, pero, ¡No podía ser!, ¡Habían hecho una promesa!
Volvió a observar a los hombres y los hizo entregar la wakizashi. Ella se marchó, mientras el aleteo errático del cuervo le seguía al oído. Volvió a atravesar el bosque, con un paso más lento. El tenedor estaba de nuevo en la funda. Llevaba consigo sus pertenencias y las de Shion.
Sus ojos anaranjados comenzaban a llenarse de lágrimas.
— ¡Soy tonta!, ¡Soy una auténtica tonta! — exclamó, con voz temblorosa. Miró al cuervo posarse en su hombro, con un agarre afilado. — Dime, ¿Alguna vez haré algo bien?
La shinobi se quedó muy quieta, mientras observaba a los ojos a la chica, esperando a que se abriera más.
— El príncipe Sakon-tan suele decir que soy una samurai inútil, en cambio, la princesa Sakura-tan me defiende, pero... aveces pienso que lo hace por lástima.
La primera lágrima rodó por su mejilla redondeada.
— Creí que podría hacer algo importante, como ayudar a recuperar esa joya, y rescatar al prometido de la princesa, pero confié en la persona equivocada. Todo está mal, por mi culpa.
La chica continuó llorando como una niña pequeña. Shion sintió que reconocía en esas palabras un poco de sus propias emociones.
Rozó las ásperas plumas contra la nuca de la samurai. Otome sonrió un poco y se secó las lágrimas.
— No sé de dónde llegaste, pero creo que serás una buena compañía.
La de los ojos naranja continuó caminando, sin temor a la noche. La antigua shinobi no sabía qué le deparaba su destino como ave, ni qué sería de Japón con la joya en manos equivocadas, pero había encontrado compañía, en el rincón de los fracasos. Ya no se sentía tan sola.
