Tentaciones imposibles (Wano I)
El cielo sobre Amigasa estaba despejado aquella noche. Después de cenar en compañía de todos sus compañeros y los samuráis leales a Wano, a los que todos habían aprendido a apreciar en las semanas pasadas, Nami trató de dormir en su cabaña junto a Robin y Otama. Sin embargo, su cabeza bullía a causa de todas las emociones vividas en los últimos días, además del nudo que atenazaba su estómago cada vez que pensaba en la batalla que aún tenían por delante.
Además, una parte de ella llevaba brincando de emoción desde aquella mañana, tras volver a ver aparecer a Zoro. Lo había echado de menos desde que se separaron en Zou, más de lo que estaría dispuesta a admitir nunca, y saber que se había vuelto a perder antes de reunirse en las ruinas del castillo de Oden le había dado ganas de gritar de pura frustración. Y, bueno, si se sumaba a todo eso lo que había oído comentar a Brook esa mañana sobre la reciente compañía del espadachín, Nami no sabía si quería pegarle un bofetón a él o dárselo ella misma por sentirse celosa.
«No sois nada más que amigos, como hermanos», se recordó con cierta amargura.
Además, llevaban desde antes de llegar a Dressrosa sin tener un encuentro íntimo, y Nami intentaba convencerse en sus mejores momentos de que eso era lo apropiado. No debían arriesgarse a dar más pasos hacia delante ni a que se enterasen sus compañeros y armaran un escándalo por unos simples escarceos pasionales. Sin embargo, en los peores instantes, Nami no podía negar que lo único que deseaba era sentir sus fuertes brazos alrededor y aspirar de cerca el aroma de su piel mientras sus cuerpos se hacían uno solo.
Para bien o para mal, cuando por fin se decidió a levantarse; salir sin hacer ruido de la cabaña y dirigirse paseando hacia el mar para despejar su mente, lo último que esperaba era verlo a él sentado sobre un tocón al borde del acantilado que había cortado esa misma mañana con su nueva catana.
Zoro inhaló despacio con los ojos cerrados y contuvo la respiración, contando hasta cinco en su mente, antes de exhalar muy despacio y volver a repetir el proceso. La brisa marina rozaba su rostro sin molestarlo y agitaba su amplio kimono, azotando su piel suavemente. También removía su corto cabello verde como si quisiera distraerlo, sin lograrlo. Entre sus manos y sobre sus rodillas, descansaba una Enma silenciosa y en apariencia inocente. Por supuesto, su nuevo dueño ya había experimentado de lo que era capaz y no pensaba doblegarse ante ella, al contrario. Para ello, necesitaba alcanzar la paz de espíritu que hacía días que no era capaz de cultivar. Se había descuidado en su imaginario papel de ronin vagando por el país de Wano: bebiendo, apostando y quitándose de encima a moscardones de ambos sexos. Pero eso se había terminado. Ahora sentía que tenía algo mucho más importante que hacer antes de acabar con Kaido.
—Zoro...
El sonido de su voz lo sacó de su meditación más de golpe de lo que le hubiese gustado, al tiempo que sentía su pulso acelerarse en un instante. Llevaban tanto tiempo sin verse que Zoro pensaba que había superado lo ocurrido en Dressrosa, sobre todo después de rechazarla en Zou con la excusa de sentirse expuesto. El hecho de sentir que su presencia lo alteraba de aquella manera enturbió su humor, pero menos de lo que esperaba, mientras abría despacio su ojo bueno y se giraba suavemente hacia la recién llegada.
—Hola —saludó—. ¿Qué haces levantada tan tarde?
Nami se pasó un mechón de pelo por la parte trasera de la oreja con aire comedido.
—He salido a dar un paseo y te he visto de lejos —respondió—. ¿Puedo sentarme contigo?
Zoro ignoró con insultante facilidad la parte de su ser que buscaba estar a solas con sus pensamientos y sus espadas antes de asentir y colocar a Enma junto a sus otras dos espadas.
—Hoy al menos es una noche tranquila —comentó, mientras Nami se acomodaba sobre la madera sin mirarlo—. ¿Los demás duermen?
Ella asintió.
—Eso creo —repuso.
—¿Y tú? —quiso saber Zoro.
Su acompañante pareció morderse el labio mientras inclinaba la barbilla y posaba la mirada en algún punto del suelo.
—No podía —admitió con aire ausente—. Están pasando demasiadas cosas y necesitaba despejarme.
Zoro suspiró.
—Te entiendo.
Nami oteó el mar, como si no se atreviese a mirarlo a la cara por alguna razón.
—He oído que habéis estado ocupados por aquí —comentó entonces.
Zoro se encogió de hombros y apoyó las muñecas en las rodillas.
—Un poco, aunque creo que en eso andamos a la par —repuso.
Para su mayor curiosidad, Nami negó con la cabeza.
—No te imaginas lo horrible que fue escapar de Big Mom —sentenció.
¿Y aquello que Zoro había escuchado filtrado en su voz era...?
—¿No me vas a decir que me echaste de menos? —la tanteó, sin poder evitar cierta sorna inocente en su tono.
Con más halago del que admitiría nunca, comprobó cómo sus sospechas se confirmaban cuando Nami se cruzó de brazos y apartó la vista aún más.
—¿Y qué si es así? —refunfuñó.
Zoro contuvo a tiempo una risita cargada de euforia.
—No, nada. Solo que me cuesta creerlo —continuó picándola, inmisericorde.
Como debió suponer, Nami se enfadó mucho y se giró con el rostro contraído.
—¡Oye, idiota! No te rías de mí —rechinó.
Zoro sacudió la cabeza, camuflando las ganas de reír con un soberano esfuerzo.
—No me río, pero... ¿No estabas deseando rescatar al Cejas rizadas? —le recordó, sin querer pensar en el ramalazo de celos inconscientes que recorrió su cuerpo al decirlo—. Pensé que te alegrarías de estar con él.
Nami apretó los labios y le dio un empujón en el hombro, visiblemente cabreada.
—A veces eres un imbécil insensible —lo insultó—. No te soporto. Con lo que te he echado de menos y lo preocupada que me has tenido, ya podrías ser más considerado conmigo.
Ante aquella pataleta y, sobre todo, viendo cómo lo encaraba con el ceño fruncido hasta niveles imposibles, Zoro soltó una risita bronca que solo pareció irritarla más.
—No quiero discutir, Nami —declaró él, conciliador, alzando las manos en señal de rendición—. Han sido unas semanas muy largas y tenemos mucho que hacer.
La joven resopló.
—Ni que lo digas. Yo creía que de Whole Cake no salíamos vivos. Y nos hubiera venido bien tu ayuda llegado el caso, presumido.
Zoro contuvo las ganas de inflarse como un pavo real ante el halago.
—Aun así, me alegro de que consiguierais salir de allí con el Cejas y el Foneglifo —indicó, prefiriendo mostrar su lado más pragmático—. Dos cosas menos que hacer para llegar al objetivo.
—Tú siempre tan frío y calculador.
Una sonrisa rendida asomó a los labios de Zoro.
—Como si no me conocieras.
Nami bufó.
—Desde luego… —rezongó, aunque ya no parecía tan enfadada.
—También me alegro de que volvamos a estar todos por aquí y de que lo de Kuri fuese solo un susto —agregó él, tratando de quitar tensión al momento y buscando un acercamiento más amistoso que no se produjo enseguida.
—Qué caballeroso por tu parte —se mofó ella, sin tapujos, aunque el motivo se reveló enseguida—. Tú también podrías haberlo pensado antes de lanzarte a matar magistrados y a seguir a Luffy a lo loco, ¿no crees?
Zoro, ofendido por el regaño, frunció el ceño y se cruzó de brazos.
—¡No empecemos! —le advirtió.
Sabía lo que ella opinaba desde hacía mucho, pero si el guerrero tenía un punto débil en su relación, era que criticase sus decisiones personales sobre a quién enfrentarse o no.
—Hice lo que tenía que hacer y punto.
—¡Era muy arriesgado! —expuso ella, acalorada.
—¿Y qué? Con lo del magistrado ese, me querían usar de cabeza de turco para satisfacer el ego de ese estúpido —se defendió él, alzando la voz a su vez—. Y con lo de Luffy, es mi capitán. Fin de la historia —zanjó irritado.
Para bien o para mal, ante aquello, Nami se quedó observándolo durante unos instantes como si sopesara qué contestar. Al final, hizo lo último que Zoro esperaba: suspiró con energía, se frotó el rostro con las manos y terminó alzando la mirada al cielo.
—Ay —dijo—, ¿qué voy a hacer con vosotros? —exclamó, en un tono que Zoro no supo discernir si era fingido o no.
—¿Nosotros, quiénes? —quiso saber.
Nami alzó las manos con exasperación, como si fuera obvio.
—¡Tú, Luffy, Sanji…! —recitó con algo que parecía más resignación que otra cosa—. Basta que os pierda de vista para que os metáis todos en líos.
Secretamente conmovido por su preocupación, Zoro se relajó apenas y permitió que un gesto más conciliador asomase a su rostro.
—Tampoco tienes que preocuparte tanto por nosotros —le aconsejó amablemente—, mujer. Cada uno cumplimos un papel en esta isla y tú lo sabes.
A pesar de que los dos sabían que tenía razón, Nami torció los labios con clara desaprobación antes de girarse de nuevo hacia el mar. Solo entonces, un pensamiento bastante cálido asomó a la mente de un Zoro al que le estaba costando mucho reprimir sus instintos aquella noche.
—Vaya, vaya. ¿No me digas que de verdad estabas preocupada por mí? —ironizó de todas formas.
Nami pareció taladrarlo con la mirada en la noche.
—Más por adónde nos puede llevar tu temeridad, merluzo.
Zoro resopló, sin saber si era la respuesta que buscaba en realidad.
—Ya decía yo…
—¿No me has echado de menos, siquiera? —preguntó ella entonces, en un tono que denotaba cierto rencor que Zoro no merecía.
«Si ella supiera...», pensó.
Pero se había jurado enterrar esos sentimientos bajo una capa segura de su corazón hacía tiempo, por lo que no respondió enseguida. Sin embargo, antes de que pudiese siquiera abrir la boca, Nami añadió algo que lo dejó clavado en el sitio.
—¿O estabas muy ocupado pelando la pava con la hermana de Momo?
Zoro cerró su único ojo, no sin cierta diversión interior inevitable, al intuir a la perfección de qué hablaba Nami. Ya le había dado la impresión de que ella estaba algo distante con él desde que había llegado esa mañana. Ahora lo entendía.
—¿Brook se ha ido de la lengua? —preguntó con cierta sorna, camuflando a la perfección sus verdaderos pensamientos.
El ceño de ella se frunció más.
—Tú dirás.
Zoro soltó una carcajada contenida sin poder evitarlo. Si tenía que reconocer algo era que, fuera como fuese su relación, ver a Nami celosa resultaba bastante divertido.
—Vaya, vaya. ¿Estás celosa de que una mujer se fije en mí, Nami? —la provocó, relajando la postura y dirigiéndole una mirada elocuente.
—¡Hum! Como si pudiera —replicó ella, con una acidez que desmentían sus ojos suplicantes incluso sin enfocarlo directamente—. Espero que al menos lo pasaras bien esa noche.
Zoro suspiró.
—No pasó nada, en realidad, si es lo que te interesa saber —le confió.
Nami lo miró, suspicaz.
—¿Qué quieres decir?
Su compañero intentó encontrar las palabras con mucho cuidado antes de volver a hablar.
—Brook vio lo que quiso ver y la princesita solo aprovechó el momento, ya que yo estaba descansando en su casa para recuperarme —explicó despacio—. Eso es todo. No soy como el Cejas, no me lanzo a los brazos de cualquiera. Lady Hiyori es una buena chica, pero no es lo que estoy buscando ahora, digamos.
Nami lo miró largamente, en apariencia sin creer sus palabras de entrada. Zoro deseaba que lo creyese, porque era cierto, pero no podía decirle lo que su corazón le gritaba en ese instante, porque no sería justo para ninguno de los dos. Aunque hubieran caído en la tentación antes de Dressrosa, el guerrero quería mantenerse firme en su promesa de no volver a hacerlo. Aun así, lo decepcionó más de lo que esperaba cuando, al cabo de un rato, ella suspiró y apartó la vista.
—Bueno, al menos me alegra que las cosas sigan su curso y estemos de nuevo todos juntos.
Él sonrió, conciliador.
—Te dije en su día que siempre te protegería, ¿recuerdas?
—Sí, pero no veo que lo hayas hecho últimamente —lo acusó ella.
Zoro meneó la cabeza.
—En honor a la verdad, respondiendo a tu pregunta de antes, solo te he extrañado un poco —repuso entonces, aunque su media sonrisa delataba que era un eufemismo a gritos—, sobre todo cuando no tenía a nadie a mano que me echase una bronca.
—¡Serás...! —gritó ella. Sin embargo, al ver que él se reía por lo bajo, el gesto de la joven cambió a uno más ácido—. Lo has dicho a propósito, ¿verdad?
Él solo sonrió.
—Hum, siempre igual. No vas a cambiar nunca —decretó la joven, en tono molesto.
—¿Preferirías que lo hiciera?
Nami lo observó con los labios apretados, pero no respondió. En cambio, se tomó la libertad de acercar una mano y acariciar la suya sobre la madera, a lo que él no se resistió.
—Zoro…
Cuando ella acercó su rostro al de él, aunque le costó un esfuerzo titánico, el guerrero se mantuvo firme.
—No es el momento, Nami.
Ella se mordió el labio con evidente decepción, pero no insistió. En cambio, se retiró sin violencia y apartó un mechón de su rostro sin mirarlo.
—Tienes razón —repuso monocorde—. Tenemos cosas más importantes en las que pensar.
Zoro se tragó lo que su mente le pedía a gritos en ese instante, que era justo lo contrario. En la voz de Nami se oía el tono que pondría un alumno aburrido repitiendo una lección que no le interesa, y el espadachín le daba la razón en el fondo, pero no debían. No podían. Así que, dispuesto a zanjar la situación aunque le doliese, se acomodó las espadas junto al costado antes de levantarse y susurrar:
—Buenas noches, Nami.
Ella apenas meneó la cabeza y respondió igual que antes:
—Lo mismo digo. Que descanses.
Zoro la observó, deseando mandar a paseo todas sus reticencias de un golpe y abrazarla hasta que el mundo se terminase. Deseó besarla frente al mar, acariciar su pelo y su rostro y terminar haciéndole el amor con pasión, arrodillados sobre la arena. Pero no podía ser. Aun así, cuando se dio la vuelta y se alejó hacia el poblado, no pudo evitar pensar:
«Zoro, eres imbécil».
Buen día, ratones. Sé que me vais a matar porque os tengo al límite en estas últimas semanas, sin que estos dos terminen de dar el paso de nuevo a caer en la tentación, pero es que no todo iba a ser tan sencillo ¿verdad? Espero que de todas formas lo estéis disfrutando y os prometo que en un par de semanitas lxs más deseosxs os veréis recompensadxs.
¡Se os quiere mucho! ¡Gracias por estar ahí!
