CAPÍTULO 37:
LA REINA Y SU CABALLERO
Neathia, Miriel
Castillo Real
–¿Majestad?
Una voz la llamó desde el otro lado de la habitación, tratando de perturbar su descanso después de un día agitado, con el apoyo de una voz sumamente masculina, pero casi enternecedora.
Casi.
–Mi reina.
Normalmente, no le molestaría despertarse con el llamado de su campeón en las mañanas, pero estaba consciente de las cosas que se avecinaban este día y no se encontraba de humor para enfrentarlas.
Pensándolo bien, cada día parecía ser más desgastante que el anterior. Ya fuera con o sin invasores tocando a las puertas de su hogar.
–Mi señora.
Estaba decidida a no responder, lo que fuera con tal de preservar su tiempo de descanso un poco más. Las sábanas de fina tela que cubrían su suave colchón eran un regalo de los dioses, y no se encontraba dispuesta a renunciar a esto tan pronto solo para enfrentar otro día lleno de ciudadanos asustados, soldados molestos y nobles irrespetuosos.
No iban a convencerla de dejar esto. La calidez de su habitación era suya y nadie podría hacer que la dejara tan pronto. No mientras siguiera siendo la reina de todo el planeta.
–Majestad, le hice el desayuno.
No demoró mucho en aceptar levantarse después de eso.
–Está bien, Loren. Tú ganas.
Cómo mejor pudo, Serena Sheen renunció a su descanso, dejando atrás el cálido alivio y sosiego que le ofrecían su cama y sus suaves mantas.
La habitación era grande, lo suficiente como para albergar una enorme cama, un baño personal y lo que Serena describía como una pequeña sala de estar en el frente, con mesa y sillas por igual. Los muros que la conformaban eran tan blancos como la leche, decorados por un patrón de múltiples puntos dorados ascendentes hacia el techo, donde las paredes se tocaban imitando la base de una flor y donde una serie de pequeños candelabros de metal brillante ofrecía luz artificial en la oscuridad.
Aunque tampoco resultaban necesarios en estos momentos. Después de todo, el brillante amanecer se adentraba en la habitación gracias a las enormes ventanas de vidrio reforzado ubicadas en un costado del cuarto, apuntando directamente a la cama de la reina.
Lentamente, la mujer se reincorporó, recostándose sobre sus almohadas y organizando su suave cabello, dándole paso a Ser Loren para acomodar la bandeja de desayuno con las patas extendidas sobre el colchón.
–¿Con que delicias culinarias me deleitara mi caballero esta mañana? –. Bromeó Serena con tono animado.
–Un banquete digno de una reina, espero –. Respondió Loren con tono similar.
Esta habitación era uno de los pocos lugares donde la reina podía mostrar una faceta de sí distinta a la mujer imperturbable y tranquila. Cómo gobernante, estaba obligada a comportarse de un modo adecuado para una líder, para Serena, eso se traducía en mostrarse inalterable e inquebrantable incluso dentro de los muros de su propio castillo.
En todos los lugares, excepto uno en específico.
–Por consejo de la Princesa Fabia, me permití intentar platillos de la Tierra para ayudarla a empezar este día.
Abriendo la tapa plateada en la cima de la bandeja, Loren reveló dos platos llenos de distintos tipos de comida, siendo el más grande de los dos aquel que se encontraba en el centro de la superficie, exhibiendo dos panes tostados con una especie de masa blanca sin forma más allá del círculo amarillo que en el centro; en medio de varias tiras de carne cocida en los bordes del plato.
El más pequeño, por otra parte, contenía un pequeño conjunto de fruta picada y un tenedor al lado. Algunas provenientes de los campos aún fértiles y seguros de las tierras cerca de la capital, otras de estas frutas eran desconocidas, por lo que Serena se atrevía a adivinar que debían ser de la Tierra. Al mismo tiempo, un tenedor de plata reposaba junto a la fruta, listo para ser usado.
Finalmente, el último lado disponible de la bandeja se encontraba decorado con la presencia de una botella de cristal, llena de un líquido claro, pero un poco más tenue que la leche.
No obstante, si bien la comida se veía sumamente llamativa, lo más curioso de este desayuno era el pequeño papel que se encontraba posicionado en una esquina de la bandeja, con una muy pequeña nota escrita a mano en el centro.
Sé que hice un desastre. Lo siento mucho :'(
¿Me perdonas? :D
Trató de resistirlo, pero resultó imposible para Serena contener las fuertes carcajadas que salieron de sus suaves labios al leer la nota y ver la amplia sonrisa ilusionada que creció en el rostro de su caballero.
–¿En serio pretendes que te perdone por los estragos que dejaste ayer en el patio solo con un desayuno? –. Preguntó la reina entre risas.
–¿Funciona?
–Tendré que probarlo primero.
No necesitaba una confirmación de expertos para saber que esta comida terrestre era inofensiva, Fabia no habría permitido que la trajeran a su hogar si fuera peligrosa y Loren nunca la serviría en su plato sin conocer sus propiedades.
–¿Qué tenemos para hoy? –. Preguntó Serena abriendo la botella.
–¿De verdad quiere hablar de eso ahora, Majestad?
–Loren, no hay nadie aquí. No tienes que ser tan formal.
–Sí, es cierto. Disculpa, Seri.
Una pequeña sonrisa se ensanchó en los labios de la mujer al oír a su caballero llamarla por el apodo secreto que nadie más que él podía usar.
Después de horas y horas de pura formalidad, en las que incluso se presentaban ocasiones en las que hasta Fabia la trataba más como su reina que como su hermana, se sentía bien que alguien se comportara de un modo más cercano con ella, especialmente si ese alguien era su amigo más cercano y antiguo.
"Seri", era el mismo apodo que le había puesto cuando eran unos niños, llenos de sueños inocentes y se deleitaba al oírlo. Lejos de los fríos títulos reales que los demás usaban para ella.
–¿Cómo dices que se llama esto? –. Preguntó la mujer probando la bebida.
–Dan lo llamó "café", la masa blanca son la versión terrestre de los huevos con tostadas.
–Están mejor que los alimentos procesados que le gustaban a Fabia de pequeña.
El líquido era dulce, aunque Serena también podía sentir cierta amargura latente en su interior. Los huevos normalmente se cocinaban simples en Neathia, por lo que Loren se había asegurado de ponerles un poco sal. Y las frutas estaban cuidadosamente cortadas en trozos perfectos, con el azúcar suficiente para proveerlas de un dulzor que la reina disfrutaba especialmente, pero sin llegar a opacar sus múltiples sabores.
Todo estaba cuidadosamente preparado para que pudiera disfrutar la comida. Una atención que Serena consideraba innecesaria considerando las circunstancias, y por las cuales había reprochado numerosas veces a su caballero en el pasado, aunque éste seguía indispuesto a detenerse en sus atenciones.
–¿Cómo está? –. Preguntó Loren acercando una silla.
–Delicioso. Se ha superado a sí mismo, Ser –. Felicitó Serena con humor.
–Me alegra oírlo.
Serena quiso comentar algo más, ahondar un poco en sus felicitaciones al chef por su espléndido trabajo. No obstante, el familiar rugido de una bestia hambrienta le impidió expresar cualquier palabra.
Una bestia que se encontraba oculta bajo la armadura incompleta de su caballero, cuyo llamado obligó al susodicho a sostenerse el estómago, tan rojo como un tómate.
–¿No has desayunado? –. Preguntó la reina con preocupación.
–No, aún no. Los cocineros me dijeron que te has estado levantando muy temprano los últimos meses, más de lo normal. Así que pensé en sorprenderte con el desayuno antes de empezar el día.
Escuchar eso la hizo sentir un poco mal, incluso si esa no era la intención de Loren. Las presiones de la guerra la habían hecho llegar a la conclusión de que la reina debía estar activa antes que cualquier otro, por lo que había desarrollado el hábito de levantarse temprano para comenzar a trabajar antes. Era una rutina, una con la que había cumplido fielmente desde el momento en que Loren partió al sur y sabía que no era fácil de seguir, lo último que quería era arrastrar a su caballero a hacerlo.
Usando el tenedor que acompañaba el desayuno, Serena tomó tres tocinos con delicadeza y los puso encima de uno de los panes tostados.
Para su diversión, podía asegurar que nunca había visto a Loren con un gesto tan horrorizado como cuando le ofreció parte de su comida, con una pequeña sonrisa en los labios.
–Seri, no. Es tu desayuno –. Objetó el hombre.
–Exactamente, y elijo compartirlo con mi caballero. Se lo ha ganado después de un gran servicio.
Loren pareció querer decir algo más, pero se detuvo al presenciar la combinación de su propio estómago rebelde y la mirada firme de su reina, por lo que no pudo replicar.
Normalmente, Serena siempre ganaba la gran mayoría de sus desacuerdos. Aunque no sabía si esto era por qué Loren se lo permitía o solo era incapaz de decirle que no.
–Sigo pensando que no debería aceptarlo.
–Todo chef debe tener derecho a disfrutar de su propia creación.
–No creo que…
–No discutas con tu reina, Loren.
Con un profundo suspiro, su caballero se permitió aceptar el gesto de su vieja amiga, tomando el pan suavemente entre sus manos para volver a su asiento posteriormente, dando una mordida a los alimentos ofrecidos.
Serena no pudo evitar que su sonrisa creciera al ver como incluso el rostro aguerrido de su caballero favorito se suavizaba al sentir el sabor de su propia comida.
–¿Cómo está? –. Devolvió Serena la pregunta de antes.
–Mejor de lo que esperaba.
–Si un día te aburres de ser el "Campeón de Neathia", siempre podrías convertirte en mi chef personal.
–No podría protegerte siendo cocinero, Seri.
–Vamos, ¿me estás diciendo que nunca pensaste en hacer algo más? Tienes muchos talentos, Loren.
–Quizás, pero mi lugar no es una cocina, sino en un sitio en que pueda proteger a mi nación y a mi reina.
Se mantuvo en silencio después de eso, sabiendo que Loren comenzaba a tomarse en serio una discusión normalmente mundana. No podía culparlo, su viejo amigo pertenecía a la era militar de su difunto padre, donde la fuerza y la habilidad era lo que más importaba para cualquier soldado, solo así lograban prosperar. Esa era la única razón por la que el antiguo rey había permitido su cercanía en primer lugar, incluso si le desagradaba profundamente.
Aún podía recordar la cara del antiguo monarca al entender la naturaleza de los pensamientos que su hija había tenido hacia su leal protector.
Comieron en silencio después de eso, ni Loren ni Serena parecieron capaces de hallar las palabras con las cuales continuar la conversación. El rostro del caballero incluso llegó a notarse caído y avergonzado, con una suave tonalidad rojiza pintando sus mejillas grises.
Le resultaba imposible no pensar en lo tierna que era esa reacción, dudaba que existiera alguien en toda Neathia que hubiera tenido el honor de presenciar al peleador más fuerte del planeta sonrojarse así.
Loren siempre había tenido una mirada tranquila, en ocasiones, incluso llegaba a ser inexpresiva desde que eran niños. Verlo mostrar una emoción tan palpable como la pena le hacía recordar que, sin importar cuanto tiempo o situaciones atravesara, su caballero seguía siendo un ser cercano y conocido a ella.
–¿Quieres un poco? Está delicioso –. Preguntó Serena al hombre, ofreciéndole un poco de café.
–Seri, lo hice para ti –. Reprochó el caballero.
–Lo sé, pero no me gusta la idea de que pases hambre solo por mí.
–He hecho cosas más grandes por ti. ¿Recuerdas cuando desafié a un noble que exigía tu mano en matrimonio?
–Apenas eras un soldado raso en ese momento, pero ya te comportabas como mi protector personal –. Recordó la reina más animada –. Te habrían matado ese día de no ser por el comandante Jin.
–Habría válido la pena.
–Loren…
–Lo digo en serio. Tu mano es sagrada y no debe desperdiciarse en un sujeto cualquiera solo porque cree tener sangre azul. Mereces a alguien extraordinario, alguien digno de ti, Seri.
Qué crueles eran los dioses al poner al hombre más importante de su vida a recitarle estas palabras con tanto compromiso y determinación. Solo escucharlo era un recordatorio de por qué se había enamorado perdidamente de él en su niñez y adolescencia.
Una parte de ella, una infantil e inocente, pero con cierto grado de influencia en su ser, logró motivarla a desviar un poco la vista y observar esos suaves labios con los que había soñado numerosas veces cuando aún era una princesa.
Quizás era demasiado infantil de su parte, pero un pensamiento esperanzador rondaba por su mente cada que este tipo de momentos tomaban lugar entre ella y su caballero, y es que su corazón no podía evitar saltar como lo hacía antaño, al solo pensar que Loren podía sentir o haber sentido algo por ella.
Algo semejante a lo que ella había sentido una vez por él.
–¿De verdad lo crees? –. Preguntó conmovida por sus palabras.
–Estoy seguro. Vales demasiado para cualquiera de esos sujetos, Seri.
A veces, solo a veces, se preguntaba una y otra vez cómo habrían sido sus vidas si no hubiera rechazado la propuesta del General Halbrok y hubiera aceptado a Loren como su esposo cuando tuvo la oportunidad, un hombre tan fuerte como generoso.
Las mismas veces en que pasaba eso, le resultaba difícil recordar por qué lo había rechazado en primer lugar, por qué se había negado a tener un hombre maravilloso a su lado. Al menos, hasta que pensaba en su padre, y las dudas recuperaban su infeliz respuesta.
–Majestad, ¿puedo pasar?
El sonido familiar, pero nada bienvenido de la voz de uno de los mayordomos afuera, fue el encargado de cortar la magia que se había creado en estos momentos de intimidad.
Emitiendo un pesado suspiro, Loren se recompuso, levantándose del asiento que había traído hasta la cama de su vieja amiga y posicionándolo donde pertenecía, todo antes de volver y asumir su correcta postura como sirviente; cruzando las manos detrás de su espalda y reemplazando su expresión lastimera por una completamente seria.
El corazón de la mujer se estremeció ligeramente, experimentando una conocida sensación de vacío al ver como su caballero se veía obligado a fingir que esto no era más que el gesto de un sirviente leal, en lugar de un querido amigo.
Resultaba curioso, llevaban alrededor de 15 años aparentando no tener una gran cercanía frente a un pueblo que no juzgaría a su campeón ni a su monarca, solo por el temor a lo que otros nobles pudieran decir acerca de su amistad.
¿Esta era la condena de la realeza? ¿El conocimiento de nunca poder hacer lo deseado con las personas anheladas? Qué crueles podían ser los dioses.
–Adelante.
Concedió la autorización batallando con un pequeño quiebre de voz que nadie más que el mismo Ser Loren fue capaz de oír.
Un hombre mayor entró con una reverencia a las recámaras de la reina, poco sorprendido por la presencia del más fuerte o el desayuno que éste había preparado para Serena mientras avanzaba.
–¿Qué sucede, Alter?
–Majestad, tenemos reporteros en las puertas del castillo, preguntan por lo que pasó anoche en el bosque con el Maestro Ingram Ventus. Hawktor está haciendo lo que puede para contenerlos, pero no podrá hacerlo por mucho más tiempo. Quieren saber todo sobre el incidente.
–¿¡Incidente!? ¿¡Qué incidente!?
Dejando de lado el pesar de una mujer frustrada y reemplazándolo por la determinación de una reina, Serena se levantó de su cama, dejando tras de sí la bandeja vacía de desayuno para dirigirse a su armario y tomar una bata.
Ser Loren se notó avergonzado, bajando la cabeza y rascándose el cabello con pesar. Como si no quisiera tocar el tema.
–¿Qué clase de incidente? –. Repitió la reina.
–Majestad… anoche… Shun Kazami y la Princesa Fabia entrenaban en el bosque. Parece que Ingram Ventus usó demasiado poder y generó un terremoto que sacudió los bosques a las afueras de la capital –. Confesó Ser Loren.
–Usted ya se encontraba dormida cuando eso pasó, era como la medianoche en ese momento.
–¿Y no pensaron en decirme?
–No lo consideramos necesario, Ingram y Shun se desmayaron poco después. La princesa los trajo al castillo y los está cuidando en el ala médica.
–Perdónenos, Majestad. No queríamos importunarla tan tarde.
–Alter, nada que afecte a mi ciudad y a mi gente podría importunarme –. Regañó con suavidad a ambos hombres –. La próxima vez que algo así pase, no duden en despertarme. ¿Está bien?
–Sí, señora –. Respondieron ambos al unísono.
Se arregló tan rápido como pudo estando en el baño, tomando una ducha que tan solo duró cinco minutos, para luego peinarse y ponerse su maquillaje y sus joyas, acompañando su veloz trabajo con un sencillo vestido blanco que sobresalía estando por encima de su piel color lavanda.
No era su mejor trabajo, pero tenía que bastar. En su posición, no podía darse el lujo de demorar mucho en algo tan mundano como vestirse, y más en un día lleno de tantos problemas.
Cuando salió, Alter ya se había retirado y solo quedaba Loren con una mirada pensativa aún en la posición en la que cual lo había dejado antes de retirarse al baño.
Era una regla estricta entre los sirvientes no estar ahí mientras la reina se arreglaba en la tranquilidad de su baño privado. Las únicas excepciones eran Fabia y Ser Loren mismo, por lo que Serena no tuvo ningún problema al ver a su caballero aún presente tras emerger de entre el vapor del baño.
Aunque esa pequeña alegría no pudo durar mucho al ver el rostro decaído de su antiguo amor.
–¿Sucede algo? No estoy molesta si eso es lo que te inquieta –. Bromeó la peliazul ajustándose un par de aretes.
Sin embargo, Loren no respondió a su broma. En lugar de eso, solo la miró con pesar antes de responder.
–Antes de irse, Alter me pidió que te dijera que Lady Bryann y sus consejeros desean verte en la sala de juntas, ahora mismo.
Las manos de la reina comenzaron a temblar, al compás de un escalofrío que recorría su espalda debajo del vestido, sus pies se desconectaron brevemente de su cuerpo, haciéndola tambalear de un lado a otro.
Su reacción habría sido imperceptible para cualquier otro individuo, para quien fuera menos atento o no la conociera lo suficiente. Ese no era el caso de su caballero.
Acercándose con rebosante confianza y calidez, Loren la sujetó con suavidad por los brazos, manteniéndola estable mientras la acercaba a su pecho y acariciaba con suavidad las puntas de su cabello suelto.
–Te tengo. Tranquila, Seri.
–No quiero ver a esa mujer. Me odia, Loren, ella y todos los nobles.
Su caballero ni siquiera intentó negar su afirmación, era imposible hacerlo. Si bien los nobles no lo decían en voz alta, sabía lo que pensaban de ella, lo demostraban en cada ocasión a través de sus gestos despectivos, sus declaraciones desafiantes y sus constantes cuestionamientos a sus órdenes.
La veían como una reina débil, alguien a quien podían retar, porque sabían que no era como su padre. Porque a pesar de tener a los más fuertes del planeta a su completa disposición, sabían que no los usaría nunca contra su propio pueblo.
–Lo sé.
–Y tengo que resolver el problema de los reporteros. No puedo dejar que nuestros propios ciudadanos teman a uno de nuestros aliados.
Pero Lady Bryann era una mujer impaciente, de poca tolerancia a lo que ella consideraba desplantes, ya fuera por parte de otro noble o un miembro de la realeza.
Sabía que la mujer querría que la atendieran primero y Serena no podía negarle esa petición. Después de todo, era a Lady Bryann Eltarn y sus hombres a quienes debían el audaz rescate durante el primer ataque gundaliano producido tras la llegada de los terrícolas. De no haber sido por ellos y Ser Loren, solo podía imaginar que lo peor habría ocurrido para Neathia.
Sin importar cuanto le desagradara, tenía que ir con ella primero.
–Deja que Fabia se encargue de los medios –. Sugirió Loren de pronto.
–¿Qué?
Confundida, Serena levantó la vista, alejándose ligeramente del toque de su caballero para verlo a los ojos, directamente a ese vasto bosque existente en sus orbes llenos de determinación.
–Deja que la princesa atienda el asunto de los reporteros. No sabemos cuánto tiempo vayas a estar con la Dama del Sur, así que es mejor que alguien más atienda ese problema.
–Loren, Fabia…
–Fabia es más que capaz de resolver esto –. Interrumpió el caballero con seguridad –. Le hemos enseñado bien, Seri. ¿No recuerdas las numerosas veces que nos sentamos con ella a enseñarle, todo porque sus maestros perdían la paciencia?
Nunca podría olvidar algo así. Eran los momentos que Serena apreciaba más que cualquier otro, aquellos donde la vida era simple y sus más grandes preocupaciones se limitaban a cuidar a Fabia, complacer a su padre y, de ser posible; usar un vestido que llamara la atención de su caballero.
En esos tiempos, los maestros de Fabia se perdían ante la hiperactividad de la princesa menor y terminaban retirándose con el rey para presentar quejas, lo que siempre llevaba a regaños por parte del hombre. Una exageración para una niña de 8 años. Al final, la solución que Serena había encontrado para su hermana había sido enseñarle ella misma, en clases en las que la presencia de Ser Loren nunca faltaba, ocupando el rol de maestro de historia bélica y tácticas de batalla.
Siempre recordaría con gran amor los días en que su padre la libraba de sus deberes como heredera, y sus días se terminaban resumiendo en horas y horas con Fabia en la biblioteca, dándole clases de todo lo que podía con ayuda de Loren. Seguro que habían molestado infinitas veces a los encargados del lugar por las múltiples risas que habían producido entre los estantes y mesas, pero había valido la pena.
No podía negar que parte de ella le gustaría volver a esos momentos, en los que solo existían Serena, Fabia y Loren. Nada más.
–No sé si sea buena idea.
–Entiendo que no te sientas segura, Seri, pero necesitas ayuda. No puedes cargar con el peso de todo. Incluso los mejores reyes necesitan gente leal a su disposición.
Sabía que era cierto, pero conocía mejor que nadie las presiones que venían con los puestos de altísimo poder. Lo último que quería era someter a su hermanita a algo como eso.
–Seri, le hemos enseñado bien. Tú misma le has mostrado como tratar con la gente y seguro que está ansiosa por ayudarte en todo lo que pueda. Dale la oportunidad de demostrar que también puede ser valiosa fuera del campo de batalla.
Esta vez, su caballero la miró a los ojos, compartiendo brevemente un familiar destello de complicidad y confianza.
A su padre no le habría gustado que Fabia asumiera una tarea de este calibre, no le gustaba que Fabia hiciera nada, por lo que las pocas oportunidades que la princesa había tenido para demostrar de lo que era capaz siempre corrían por planes absurdos de su hermana y su protector.
Quizás, esta vez, no tendría que ser diferente. Si Loren se mostraba tan seguro de las capacidades de Fabia, ¿por qué debería ella dudar? Quizás, no sería mala idea recibir un poco de ayuda de su hermana pequeña.
Cómo pudo, asintió a la propuesta de su caballero.
–De acuerdo. Dejaremos que Fabia se encargue, pero quiero que me avises si se complica la situación. Dejaré a Eltarn tirada si es necesario.
En respuesta, Loren le ofreció una sonrisa tranquilizadora y divertida por igual, sin detener las caricias a las puntas de su cabello, asegurándose de no despeinarla por error.
–Bien, haré que algunos hombres acompañen a la princesa. Hawktor nos mantendrá informados si algo sucede.
–¿No vas a estar con ella?
–Lady Bryann puede ser una mujer difícil de tratar, te lo digo por experiencia. No hay forma de que te deje sola con ella y su gente.
Su corazón palpitó mucho más rápido al terminar de oír las palabras de su caballero. No tenía sentido tratar de negar lo conmovida que se sentía por el gesto de su antiguo amor platónico.
Muchos la veían por la máscara que ella misma se había puesto, como una reina tranquila e imperturbable. Sin embargo, Loren podía ver a través de las fisuras con facilidad, teniendo claro que existía una enorme diferencia entre la Serena que se sentaba en el trono y la Serena que se escondía del resto del mundo.
Siempre había sido así, incluso cuando solo eran unos niños y no creía que eso fuera a cambiar nunca. Había sido su amigo y ahora era su activo más valioso, pero nunca había dejado de ser su protector, aquel que se enfrentaría a un ejército entero solo por ella.
–No sé qué haría sin ti, Lor.
–Esperemos nunca tener que averiguarlo, Seri.
Aunque era un acto normalmente inapropiado y reprobable, la reina no pudo evitar apegarse tanto como pudo a su caballero, enterrando su rostro en su pecho y envolviendo sus brazos alrededor de su torso sin éxito al tratar de cerrarlos.
La verdad es que nada podía hacer sentir más segura a Serena que estar resguardada en los fuertes brazos de Loren, de su mejor amigo, de su caballero.
Castillo Real, Sala de Reuniones
20 minutos después
Los muros de la sala se alzaron delante de ella con imponencia, obstruyendo brevemente el paso con su imagen metálica y reforzada.
Detrás de Serena, una docena de guardias leales la seguía con devoción y sin presentar queja alguna. Entre esos hombres, Ser Loren y el Capitán Elright lideraban la caminata, sin perder de vista a su monarca y avanzando con paso firme.
A tan solo unos pasos de la distancia requerida para que las puertas se abrieran de par en par, Serena se detuvo, jugando con sus dedos entrelazados con nerviosismo mientras controlaba su respiración.
Normalmente, estar rodeada por una docena de soldados fieles debería hacerla sentir segura y protegida, pero ese no era el caso esta vez. Estos hombres no podrían protegerla de la política que aguardaba dentro, del desafío infundado y el desagrado no dicho en los gestos de la mujer que la esperaba en el interior de la sala.
No todos al menos, solo uno, solo su mano derecha podría hacerle sentir algo diferente a los nervios que acompañaban sus circunstancias.
–Soldados, esperen aquí, vigilen la puerta y mantengan los ojos abiertos –. Ordenó Ser Loren de pronto.
Los hombres se notaron confundidos, ¿por qué todos ellos deberían esperar afuera? ¿No era su deber estar ahí para su reina?
Algunos manifestaron esas dudas sin necesidad de palabras, mirando a Serena, la cual se mantenía regía en su lugar, buscando las palabras para responder mientras un abrumador silencio se apoderaba del corredor.
Al final, fue el líder de los Caballeros del Castillo quien tuvo que intervenir en nombre de su gente.
–Como usted ordene, comandante –. Respondió Elright como si estuviera hablando con un superior.
–No me llame así, capitán.
–Discúlpeme, comandante.
Ignorando la respuesta de su amigo, Loren posó con cuidado su mano enguantada en la espalda alta de la reina, escoltándola personalmente al interior de la sala y dejando atrás a una manada de hombres sorprendidos.
A pesar de haber asumido las conductas de un líder y poder presumir el amor de sus hombres, Loren se negaba a aspirar a un puesto más alto en las filas del ejército. Serena lo había hablado con él una vez y Loren se mantenía firme en que no tenía problema en ser un líder para sus hombres, pero no reemplazaría al difunto comandante Jin.
Su ausencia aún se sentía, especialmente en las filas del ejército, y Loren no se atrevía a aspirar a un puesto para el que muchos lo postularían, incluida a la misma reina; por respeto a quien sería su predecesor.
Finalmente, las puertas se cerraron detrás de ambos, dejando a su paso la imagen de la misma sala en la que había discutido la situación con los Peleadores Bakugan por primera vez, y donde Serena asumió su posición como reina en la silla más alta de la mesa.
A su lado, Ser Loren se mantuvo de pie, presumiendo su gran altura y postura perfecta con las manos entrelazadas. No se encontraba detrás de ella o en diagonal a espaldas de su reina, Loren se mantenía de pie a su lado. Justo donde debía estar.
Dirigiendo una última mirada a su caballero, Serena se sintió más segura de sí misma al verlo tan serio y enfocado en su misión autoimpuesta de ofrecerle respaldo en esta reunión. Había dejado de ser su protector desde antes de la guerra, pero seguía comprometido con ese deber, como si nunca lo hubiera dejado en primer lugar.
Finalmente, la reunión pudo comenzar y delante de Serena se formaron tres hologramas, entre los cuales destacaba Lady Bryann Eltarn, delante de sus dos consejeros.
Un par de gundalianos vestidos con túnicas de seda, cuidadosamente arregladas para esta junta en específico.
–Lady Bryann, señores consejeros, es un placer…
–20 minutos, Serena. Mandé a llamar a esta junta hace 20 minutos –. Interrumpió la mujer de pronto.
–Lo entiendo, mi lady. Tengo que pedirle disculpas, nosotros también tenemos nuestros propios problemas y…
–¿Cree tener problemas, Serena? Más y más gundalianos están llegando a mis tierras, ya no solo están quemando los campos y los suministros de comida, ahora también están atacando los castillos de mis vasallos.
–¿Cómo?
–Lo que oyó, Serena. Parece que los gundalianos se cansaron del Orbe Sagrado y ahora decidieron atacarnos a nosotros.
Desde la restauración del segundo escudo, no habían presenciado actividad enemiga verdaderamente alarmante. Hasta el momento, la única incursión conocida de los invasores había sido la que el mismo Loren había controlado por su cuenta en los bosques.
Ahora sabían por qué, sus enemigos se estaban enfocando ahora en las regiones sureñas de Neathia. Pero no podía entender los motivos detrás de tal decisión, ¿por qué los invasores dejarían de lado la búsqueda del Orbe para ir por el sur? ¿Qué tenían ellos que podría interesarles?
–¿Sabemos por qué harían algo así?
–Majestad, tenemos motivos para creer que la ausencia de gran parte de nuestro ejército nos ha convertido en un blanco fácil –. Mencionó el mayor de los gundalianos.
–Galdrick Hen es una ruina que apenas se sostiene, las islas del este se encuentran bajo el mando de su primo y no hay forma de penetrar el norte. Nosotros somos la presa más fácil sin nuestros hombres presentes.
–Hombres que ustedes se llevaron para defender su ciudad, y creo que no hace falta mencionar que ni siquiera hemos recibido nuestro pago por los servicios prestados –. Concluyó la dama con tono mordaz.
–Lo recibirán, Lady Bryann. Lo juro por lo más sagrado de…
–¡No quiero falsas promesas, Serena! ¡Quiero a mis hombres de regreso y a esos malditos gundalianos fuera de mis tierras!
–¡YA BASTA!
El rugido de Ser Loren hizo saltar a todos los presentes. Incluso siendo unos hologramas, Serena pudo ver con claridad como los tres sureños saltaban ligeramente, presas de la enorme sorpresa que había significado la intervención de su caballero.
Aunque enmudeció por unos segundos, Lady Bryann no demoró en recuperar la compostura, mirando al hombre con ira impresa en sus ojos azules y un tenue color rojo pintando sus mejillas celestes.
–¿Osa interrumpir otra reunión, Ser Loren? ¿Acaso no fue suficiente irrespeto de su parte la primera vez? –. Cuestionó la sureña con incredulidad.
–¿En serio se atreve a hablar de irrespeto? ¿Usted, Lady Bryann? La reina ha sido muy generosa al atenderla a usted primero, posponiendo sus propios problemas con tal de brindarle un poco de su valioso tiempo –. Recordó el caballero sin temor a represalias –. ¿Y cómo se lo agradece? Reclamándole e insultando su palabra en su propio castillo.
–Ser Loren, le pedimos que entienda. Usted estuvo en el sur y sabe que tampoco ha sido fácil para nosotros. Necesitamos a nuestros hombres y el pago prometido a cambio de la ayuda que ofrecimos.
–Eso lo entiendo, consejero, y Miriel cumplirá su palabra. Pero ustedes tienen que entender que faltas de respeto no serán toleradas en este castillo y mucho menos hacia la reina. Le deben eso siquiera.
–¿Respeto? ¿Qué ha hecho Serena para…? –. Escupió la sureña desafiante.
–"¡Majestad!" –. Corrigió el soldado con fuerza.
–¿Qué?
–La reina he tenido la decencia de referirse a usted por su título, usted debería corresponder el gesto y hacer lo mismo –. Reprendió Loren con firmeza –. Es la Reina Serena de Neathia o "Majestad" si lo prefiere. Solo llamarla por su nombre es un acto castigable, y más enfrente de un caballero de Miriel.
–¿¡Nos está amenazando, Ser Loren!?
–No amenazo, advierto. Y como tal, Lady Bryann, le advierto que hay consecuencias severas por faltarle el respeto a la reina. No me haga bajar a su tierra para garantizar su lealtad de nuevo, creo que no hace falta recordarle lo que pasó la última vez que lo hice.
–¿¡Cómo se atreve, Ser!? ¡Debería tener su cabeza por tal falta de respeto hacia una de las casas más antiguas de Neathia!
–¡Suficiente! ¡Ya basta, ustedes dos!
En esta ocasión, fue el llamado de la reina el que tuvo que detener una posible confrontación entre la dama del sur y el peleador más fuerte.
No iba a negar lo conmovida que la hacía sentir la fiera defensa de su caballero, pero no podía quedarse de brazos cruzados viéndolo imponerse sobre una dama sureña en medio de una guerra. Las casas nobles de Neathia ya habían amenazado una vez con rebelarse y había sido el mismo Loren el encargado de impedirlo, lo que le había valido una reputación como un poderoso aliado y un temible enemigo, pero eso no era lo que Serena quería.
No, ella no sería una reina de cenizas. No dudaba de las capacidades de su caballero para reducir al sur si la situación lo requería o si ella misma se lo pedía, pero no iba a tomar ese rumbo. No, ella no permitiría que otra casa como los Xadir se pusiera en su contra.
Se había prometido a sí misma y a su pueblo ser la mejor reina posible, mejor que su padre o sus ancestros más bárbaros. Y eso incluía preservar la paz.
Loren no era un conquistador, era un protector, un caballero, y no permitiría que una dama arrogante e irrespetuosa perturbara la naturaleza de su caballero.
Firme y determinada a evitar un conflicto, clara y decidida a ayudar a su fiero protector, Serena se levantó de su silla con el porte de una verdadera dama.
–Lady Bryann, no se confunda. Les permito ciertas libertades a la hora de expresarse, porque creo que la libre de opinión no debe ser silenciada. Sin embargo, no voy a permitir que esas libertades se conviertan en burlas o desafío hacia mi persona.
Su figura era más alta que la de la dama sureña, ya fuera sentadas o de pie, por lo que la mujer no tuvo más remedio que levantar la cabeza para verla directamente a los ojos.
La mujer se notaba desafiante, como siempre, pero más pequeña que nunca en presencia de la reina.
–Como mi caballero ya dijo: soy la reina de Neathia y me deben su respeto –. Declaró Serena con fuerza –. Esto no es solo por usted o sus tierras, se trata del bienestar de todo el planeta y el universo en general.
–¿Y eso qué significa? ¿Dejarán que los gundalianos nos sigan atacando mientras ustedes se sientan a reparar sus propios daños? –. Respondió la mujer indignada.
–Claro que no, Lady Bryann. Le enviaremos de vuelta a sus hombres y un generoso pago por su ayuda, tal como prometimos.
–Eso no bastará, no esta vez.
Acompañando sus palabras, la dama se levantó de su asiento, parpadeando ligeramente en lo que el holograma se adecuaba a su nueva posición.
Serena no demostró su sorpresa, en vez de eso, optó por esperar, manteniendo una mirada fría en sus orbes y una postura perfectamente erguida.
Se consideraba a sí misma una persona humilde a pesar de su posición, pero sabía que el puesto de reina exigía mostrar cierto nivel de superioridad de vez en cuando. Su padre dominaba la práctica a la perfección y no se cansaba de repetirle a su hija que debía mostrar siempre cierto nivel de alto control sobre sus vasallos. Ese no era el estilo de Serena, pero prefería adoptarlo en estos instantes a dejar que Lady Bryann siguiera insultándola y amenazando a Loren.
Quizás podría ser demasiado parcial con su caballero, pero prefería mil veces favorecer a su mejor amigo, a perjudicarlo con su silencio frente a alguien como Lady Eltarn.
–¿Y qué quiere entonces? –. Cuestionó Serena arqueando una ceja.
–No se trata de lo que quiero, sino de lo que mi pueblo necesita.
–¿Y qué sería eso?
–Necesitamos su ayuda para librar mis tierras de los gundalianos.
–¿Y quiere que nosotros intervengamos?
–Así es. Al igual que nuestros hombres fueron a su rescate, es justo que ahora ustedes nos devuelvan el favor.
–¿Una nueva exigencia, Lady Bryann? –. Cuestionó Loren escéptico.
–No una exigencia, una deuda. Ustedes nos deben y ahora estamos pidiendo que correspondan.
–Se atreve a exigirle a la reina, a desafiarla y faltarle el respeto. ¿De verdad espera que cumplamos sus peticiones tan fácilmente?
–Ser Loren, tanto en Miriel como en el norte se dice que usted tiene un código de honor y un sentido de la justicia incuestionables. ¿Acaso fue mentira?
Sorprendentemente, el tono altivo de la dama flaqueó fugazmente al momento de hacer su pregunta, soltando la frase con una voz más aguda y quebradiza por un breve instante. Bryann pareció darse cuenta de esto y se notó ligeramente avergonzada con un sonrojo mientras enmudecía por un breve instante, antes de retomar la palabra.
Sin embargo, esta vez, el desafío y la bravuconería desaparecieron repentinamente, dejando únicamente los vestigios de una fuerza que se empañaba bajo la humedad en los ojos de la mujer.
–Usted se sentó en mi mesa y me juró que haría lo necesario para detener a los gundalianos. ¿Qué pasó con eso? ¿Acaso fue mentira? –. Retomó la mujer, batallando con una voz dubitativa –. Le presté una gran parte de mis fuerzas, porque creí en sus palabras, porque pensé que Barodius no escaparía de usted. Sin embargo, ahora me vengo a enterar que el invasor no solo consiguió huir, sino que ustedes ni siquiera han hecho un esfuerzo por echar a sus hombres de nuestro mundo.
Ninguno pudo objetar ante las palabras de la dama sureña, no esta vez. Por desgracia, tenía razón. Aún existían puestos de avanzada en todo el planeta, salvo por el norte, y todos ellos se encontraban ahí con el propósito de quemar sus campos y esclavizar a su gente.
¿Y que había hecho Miriel hasta el momento? Limitarse a reparar los daños sufridos durante los ataques, levantar estructuras dañadas y construir unas nuevas.
Y la peor parte era el hecho de que, mientras los sureños sufrían por ser el nuevo blanco de las fuerzas gundalianas, la reina de todo el planeta no hacía más que suspirar en silencio por un amor del pasado, uno que ella misma había rechazado.
–Ustedes nos deben, por las promesas que nos hicieron y fueron incapaces de cumplir. Ahora, por ayudarlos nos encontramos en una posición vulnerable, nuestros campos y pueblos arden, nuestra gente es esclavizada y nuestros castillos son atacados.
¿Cómo podían debatir ante eso? Era cierto, Serena había dejado en claro a sus hombres fuera de la capital que garantizaran el fin de la guerra como incentivo para obtener la ayuda de las casas más ariscas. No había mentido por supuesto, pero sí que se había descuidado, se había encontrado a sí misma tan feliz por el cambio en las tornas desde la llegada de los humanos, que se había permitido ser demasiado relajada.
Esta vez, Serena se permitió mirar a su caballero y pudo ver en sus ojos los mismos pensamientos que rondaban por su cabeza. Serena era la reina, pero Loren era tanto su voz como su ira, eran un equipo y los fallos de uno afectaban a todo el planeta.
Regresando su mirada, la reina se vio a sí misma avergonzada por sus descuidos, esperando que la dama sureña la reprochara una vez más ahora que la había dejado indefensa frente a cualquier reclamo de su parte.
Sin embargo, en lugar de eso, lo único que encontró en sus ojos fue el reflejo del dolor latente y unas lágrimas reprimidas que incluso un holograma podía captar.
–¿Saben qué? Olvídenlo, hagan lo que quieran, pero envíen a nuestros soldados de regreso a casa para comenzar las defensas de nuestro hogar –. Pidió la mujer antes de retirarse.
Serena estuvo a punto de llamarla, pero resultó inútil cuando la sureña presionó un botón en su propia mesa, para luego desaparecer rápidamente de su lugar.
Solo quedaron sus dos consejeros, ambos con rostros avergonzados, aunque no sabía decir si era por la conducta de su dama o lo bochornoso de la confrontación.
–Majestad, Ser Loren, debemos pedirles que disculpen a Lady Eltarn, por favor.
–No hay nada que disculpar, consejero. Hasta cierto punto, tiene razón –. Aceptó Serena con un suspiro.
–No, Majestad. Temo que Lady Eltarn ha estado muy mal desde que su hijo desapareció.
Ese comentario llamó poderosamente la atención de la reina y su caballero, que miraron sorprendidos a ambos gundalianos.
–¿Lord Nirius desapareció? –. Cuestionó Loren sorprendido.
–Temo que sí. El joven amo se embarcó en la búsqueda de un puesto de avanzada cerca de nuestra capital, pero sus rivales lo superaron y no ha sido visto en días.
–Parece que el gundaliano que lo atrapó era uno especialmente fuerte, se dice que lo acompañaba un Bakugan Ventus de múltiples brazos.
Esa explicación heló la sangre de los neathianos de Miriel, que se miraron con preocupación por el problema que ahora enfrentaban.
Si bien no había estado presente en el campo de batalla, Fabia le había ofrecido una explicación larga y especifica sobre los enemigos que habían enfrentado antes de la llegada de Loren y lo que le habían hecho al Maestro Ingram.
Elfar Ventus era un peligro para toda Neathia y ahora se encontraba provocando estragos en el sur.
–Quizás exigimos mucho, Majestad, pero su ayuda nos vendría bien en las batallas por venir. Los Peleadores Bakugan y los más fuertes del planeta podrían ser una ayuda valiosa en las batallas venideras, además de ser una oportunidad única para detener esto desde la raíz.
–Si detenemos a nuestros enemigos aquí, nunca podrían llegar a Miriel. Terminaríamos esta guerra antes de que nuestros enemigos pudieran acercarse al Orbe Sagrado siquiera. Las 12 Órdenes se encuentran aquí, hasta ellos han enfocado sus ataques en nuestro hogar. Es la oportunidad de detener esto cuanto antes –. Dijo el segundo consejero.
Los gundalianos dijeron algo más, pero Serena ya no pudo escucharlos. En lugar de eso, solo tomó asiento, digiriendo la información planteada con lentitud.
Lady Bryann no era objeto de su gracia, de hecho, parte de Serena temía experimentar un odio genuino hacia la mujer y a los demás nobles. No obstante, podía empatizar con ella.
Honestamente, le costaba decir cómo reaccionaría si Fabia o Loren cayeran en las manos de sus enemigos.
–Le suplicamos que lo piense, Reina Serena, Miriel y Nirius podrían hacer mucho bien dejando de lado sus diferencias –. Concluyó el consejero gundaliano más viejo.
El otro consejero asintió a las declaraciones de su compañero, compartiendo su pensamiento antes de hacer una reverencia respetuosa.
Ambos hombres siguieron los pasos de su dama después de despedirse, desapareciendo y dejando a la reina y a su caballero completamente solos en la habitación.
En un día común, Serena se habría retirado inmediatamente después del final de la reunión. Sin embargo, en esta ocasión, fue incapaz de hacerlo. Sus piernas temblaban ligeramente y se desconectaban poco a poco del resto de su cuerpo, obligándola a buscar el apoyo de su silla descartada una vez más.
Le costaba reconocer si se había sentado o se había derrumbado en la silla, pero podía hacerse una idea gracias al noble gesto de su caballero al correr hacia ella para estabilizarla con cuidado.
–Tranquila, Seri –. Susurró Loren con cuidado.
Los guardias aún se encontraban afuera, tenían que ser cuidadosos con la forma en que se referían al otro. Hasta donde el público y la misma Fabia sabían, la reina solo llamaba al soldado por su nombre cuando estaba molesta con él y hasta eso había sido un desliz que no debió permitirse la primera vez que sucedió públicamente.
Cuidadoso, Loren tomó asiento a su lado, tomándose un momento para sostener la mano de su reina con delicadeza, como si estuviera tocando un cristal, en vez de la mano de una vieja amiga.
–Calma, esto no es tu culpa. Los refuerzos eran necesarios y lo sabes.
–¿Cómo dices eso? Creí que Lord Nirius y tú eran amigos.
–Lo respeto, pero no podemos negar la realidad. Nos guste o no, el Orbe Sagrado era prioridad y necesitamos de la unión de los reinos para protegerlo.
–Sin embargo, ¿cómo podemos cumplir ese deber si no podemos proteger a aquellos que queremos como nuestros aliados?
–¿Quieres que vayamos al sur?
La pregunta de su caballero salió con una mezcla de incredulidad y desagrado. Sabía por qué, Loren no disfrutaba especialmente la región, dos veces había bajado a las regiones más cálidas de Neathia y dos veces se había visto obligado a pelear, contra y por los sureños.
El costo a cambio de su reputación como el peleador más fuerte y la ayuda de Lady Bryann había sido distanciarse de su hogar durante meses, de sus amigos, de…
–¿Mí?
Negando con la cabeza ante esos pensamientos inoportunos, Serena devolvió la mirada a su caballero, enfrentando el claro dolor que éste trataba de esconder bajo sus ojos severos.
Pero él no podía engañarla, no a Serena, lo conocía demasiado bien y sabía que Loren no quería irse tan pronto. Del mismo modo, ella tampoco quería que se fuera, había pasado demasiado tiempo lejos y lo último que quería era que volvieran a separarse.
Ya lo habían hecho una vez y no quería experimentarlo tan pronto.
–Creo que tenemos una oportunidad detener todo esto. Si Barodius ataca el sur, tendrán la oportunidad de acabar con esto de una vez por todas. Si no, al menos tendrás la oportunidad de capturar a uno de sus hombres. Sea como sea, tendremos victorias significativas en el sur.
–No voy a dejar Miriel indefenso, Seri. Me necesitas aquí, nos necesitas aquí –. Reiteró su caballero con firmeza.
–No estaremos solos, Loren. Escribí a mi primo anoche, mi tío está muy enfermo y no podrá salir de la cama, así que él tomará el control de sus tierras a partir de ahora. Parte de las fuerzas de Odur vendrán a apoyarnos en compensación por la ausencia de antes, debido al estado de mi tío.
–20.000 hombres no bastarán para proteger Miriel si las fuerzas gundalianas cambian su estrategia.
–Sé que no, pero las 12 Órdenes no podrán movilizarse aquí tan pronto mientras deban dirigir un ejército. Eso nos dará tiempo para prepararnos y a ustedes para atraparlos.
–¿Y si eso falla? –. Expresó su caballero con preocupación.
–Si eso falla, mi padre me dio los nombres de los contactos que lo ayudaron en la guerra contra los Xadir y me dijo cómo encontrarlos si un día los necesitaba.
Una expresión de impacto y cierto horror se alzó en la mirada de su caballero, que la miró con los ojos tan abiertos como platos mientras trataba de emitir una respuesta.
Entendía la reacción de Loren y no podía culparlo, a ella tampoco le agradaba la idea de recurrir a estos medios para proteger su hogar, pero una de las lecciones en las que su padre había hecho más énfasis era en que no importaba el precio siempre que éste se diera en favor de la protección de Miriel y la estabilidad misma de Neathia.
Si Loren y los Peleadores Bakugan se encontraban ausentes, no debía temer a las medidas que fueran necesarias con tal de proteger su hogar y al Orbe Sagrado.
Cómo reina, tenía un deber y no podía flaquear a la hora de cumplirlo.
–Seri, tú no eres como tu padre. Eres mejor que eso.
–Loren, nadie rechaza el recuerdo bárbaro de mi padre más que yo, pero él entendía la guerra mejor que nosotros, especialmente yo –. Respondió Serena con un suspiro –. Si queremos proteger Neathia, deben hacerse sacrificios. Ni siquiera la reina está libre de estas responsabilidades.
–Seri…
–Por favor, Loren. No puedo hacer esto sin ti y sabes que tengo razón.
Su caballero suspiró, bajó la cabeza en señal de derrota, pero no soltó su mano. En lugar de eso, la estrechó con un poco más de firmeza, dotando su agarre de gran calidez a pesar de su mano cubierta por una capa de cuero.
No dijo nada al instante, aunque parecía tratar de expresar algo, pues su boca se abría y se cerraba constantemente. Pero Serena no necesitaba una respuesta con palabras para entender que Loren estaba con ella, que su caballero la respaldaba como siempre.
Aun así, a pesar de poseer ese conocimiento, Loren sintió la necesidad de tomar la palabra, calentando las mejillas de la reina una vez más.
–Te hice una promesa cuando éramos niños, ¿recuerdas?
No podría olvidar el juramento que tan determinadamente le había hecho su mejor amigo cuando tan solo eran niños. Cómo heredera de su padre, Serena tenía caballeros a su disposición desde que era una bebé, pero todos ellos se encontraban jurados a su padre y a su familia, no a ella en concreto.
Loren había sido el primero, el primer caballero en jurarle eterna lealtad e infinita devoción. Lo había cumplido hasta el momento y seguiría haciéndolo hasta el fin de sus días, pues solo la muerte o la palabra de su reina podrían librarlo de su deber sagrado.
–Imposible olvidarlo, mi padre te odiaba en ese entonces.
–Tuve que convertirme en el "más fuerte" para que lo aceptara. Solo así comenzó a respetarme y a tolerar la idea de que fuera el caballero juramentado de su hija.
Se detuvo poco después de eso, quedándose con las palabras mudas en su boca, incapaz de concluir la idea que había planteado mientras su mirada caía a la dura superficie de la mesa, en completo silencio. Quizás, solo quizás, perdiéndose en el valle de sus recuerdos y su más grande búsqueda hasta el momento, dejando que el silencio hablara por él hasta que pudo recuperar la voz.
–Siempre quise protegerte, ser el caballero que te faltaba aquí.
Tendría siempre presente la travesía que había experimentado su mejor amigo en busca de éxito. El deseo de un plebeyo de crecer en las filas de un ejército, de ganarse el respeto de su gente y rey, de convertirse en la espada protectora de su mejor amiga.
Había sido una búsqueda exitosa, lo había logrado y se había convertido en el peleador más respetado de Neathia y el protector de su reina, tal como había querido desde el inicio.
–Pero eso no es lo que necesitas ahora, ¿cierto?
Incapaz de expresar en voz alta, Serena solo emitir con un susurro la temida palabra que marcaba la respuesta que su caballero buscaba.
–No.
Ella deseaba a su amigo, quería a su protector, aquel hombre maravilloso que se había convertido en su amor imposible cuando eran jóvenes. Por desgracia, eso no era lo que necesitaba de él, lo que Neathia necesitaba de él.
El protector de la reina no tenía utilidad en esta guerra, su caballero juramentado no le servía a nadie más que ella misma en esta guerra. Pero el más fuerte podía marcar la diferencia, ser el líder que su pueblo y sus aliados necesitaban en este conflicto.
No podía ser egoísta, Neathia necesitaba a su campeón más de lo que ella necesitaba a su caballero.
Y eso mismo les daría.
–Bien, pero yo buscaré a tus amigos, no dejaré que te acerques a esos sujetos. Tú avísales a los chicos del cambio de planes en lo que yo voy a prepararme.
Habló rápido, sin dejar lugar a dudas de sus intenciones antes de levantarse de su silla y avanzar hacia la puerta sin mirar atrás.
–Loren –. Llamó la reina al peleador.
El hombre se dio la vuelta ante su llamado. Si se sintió ofendido o herido por su respuesta, lo escondió perfectamente detrás de una máscara llena de la determinación de un soldado.
Aunque sabía que esa máscara no para esconderse de ella, lo sabía bien. Era para enfrentar el mundo que lo rodeaba, que lo llamaba y le pedía salvación.
Una vez más, Ser Loren estaba listo para enfrentar el mundo y nada podría detenerlo.
–Gracias.
–Estoy a su servicio, Majestad.
Dándose la vuelta una vez más, las puertas se abrieron frente a su caballero y se cerraron a espaldas del más fuerte.
