CAPÍTULO 40:
DUELO FAMILIAR
Gundalia, Castillo Real
Habitación de Ren
¿Cuánto tiempo había pasado ya? El tiempo se volvía difuso en estas celdas. Aún tenía presente el mal llamado juicio de Jesse en la sala del trono, junto con la imagen del príncipe dictando la sentencia por su fracaso en Neathia. No obstante, no estaba seguro de cuántos días habían pasado desde entonces. Debían ser pocos, Barodius no podría pasar tanto tiempo sin atacar Neathia, ¿dos días quizás? Dudaba que ya hubiera pasado una semana completa, sería demasiado tiempo, especialmente para alguien como el emperador.
Desde la pérdida de Jesse, Ren y lo que quedaba de su equipo se habían limitado a realizar tareas menores, de servicio simple. Zenet y Mason llevaban un tiempo lejos del campo y Ren pasaba sus ratos libres cuidando a la pequeña Aiko, la cual dormía plácidamente en su cama en este tipo de momentos tranquilos.
Linehalt, Zenet y Contestir ayudaban en todo lo que podían, resultaban ser guardianes natos. Mason y Avior, por otro lado, no parecían disfrutar especialmente de la labor de cuidar a una niña asustada, pero se abstenían de emitir cualquier tipo de crítica hacia la pequeña, al menos en voz alta.
Días de inactividad habían llevado a una gran incertidumbre entre los remanentes de su equipo, que habían empezado a compartir habitaciones con Ren y Linehalt, para no sentirse demasiado solos. En un inicio, la idea no le había agradado, pero no renegaba de la compañía.
–Entonces, ¿es oficial? ¿Están bajo la protección del príncipe?
–A su servicio, más bien.
Mason, Zenet y sus compañeros hablaban en voz baja sobre su situación actual, cuidando no despertar a la pequeña Aiko mientras discutían sobre lo que el futuro les tendría deparado ahora que tenían un nuevo amo y solo la mitad de su equipo se encontraba presente. Lena aún no se recuperaba de las heridas que le había dejado su tortura pública, por lo que reposaba en soledad en una camilla del ala médica, una cortesía del príncipe hacia su futura sirvienta.
–¿Cuál es la diferencia con Barodius? –. Preguntó Mason curioso.
–No puedo opinar realmente. Ni siquiera he cruzado palabras con el príncipe, solo me he limitado a limpiar su estudio privado –. Respondió Zenet alzando los hombros.
–Pero eso es mejor que todo lo que nos ha obligado a hacer Barodius, así que no nos podemos quejar –. Opinó Contestir.
–Supongo que es cierto. Viendo todo lo que ha pasado, creo que preferiría ser un conserje más –. Respaldó Avior a su camarada.
–En todo caso, no se confíen. El príncipe es impredecible y no sabemos cuál podría ser siguiente orden.
Los muchachos enmudecieron ante el crudo recordatorio de Linehalt. Todos tenían presente la salvaje ejecución realizada en el coliseo abandonado tras la batalla de Nick y Leónidas contra el príncipe.
Zenet era sensible, aunque intentara aparentar lo contrario, la muerte de los terrícolas la asustaba profundamente y ahora que Jesse no estaba más para protegerla, debía sentirse todavía más vulnerable que antes. Mason, por otro lado, mantenía una gran distancia de los prisioneros, evitando a toda costa cualquier sentimiento de lástima que pudiera tener hacia ellos. Avior y Contestir compartían las opiniones de sus respectivos compañeros y ofrecían su apoyo a las decisiones que éstos tomaran.
No podía señalarlos por su sentir. Después de todo, Ren mismo lo compartía. De haber sido su decisión, ni siquiera habría puesto un pie en la Tierra en primer lugar, no se sentía cómodo con estos secuestros y lavados cerebro. En realidad, se sentía terrible.
Lo único que le ofrecía un poco de confort en estos momentos era la pequeña niña que dormía en su cama. Aiko era obediente, se comportaba con Ren como si de una especie de profesor se tratase. No se sentía del todo capaz de cuidar a esta niña, pero agradecía que el príncipe le hubiera perdonado la vida para ponerla bajo su cuidado.
En un entorno como Gundalia, Ren podía sentirse un poco más tranquilo sabiendo que Aiko estaba en las mejores manos que su mundo podía ofrecer.
O las segundas.
Nick y Julie habían escapado con sus Bakugan y quien lo había hecho posible aún era un misterio. Sabiendo eso, Ren no podía dejar de pensar en cómo la pequeña Aiko estaría mucho mejor con dos de sus hermanos terrícolas que con él.
Parecía una cruel broma del destino apartar a Aiko de las personas más capaces de mantenerla a salvo, para dejarla al cuidado de personas que apenas podían cuidar de sí mismos.
En otras circunstancias, Ren habría renegado de tal tarea, pero no podía hacerlo con esto. Después de todo, se lo debía a la pequeña, había sido un miembro de su equipo quien la había arrastrado aquí en primer lugar. Un poco de seguridad era lo mínimo que debería ofrecerle por la situación.
Con cuidado, Ren se permitió pasar con delicadeza su mano por el cabello de la pequeña, cuidando de no lastimarla con sus uñas puntiagudas.
La respuesta que recibió fue una pequeña sonrisa somnolienta y un llamado ronco, lleno de baba por parte de la pequeña terrícola.
–Es muy linda –. Comentó Zenet cambiando de tema –. A veces creo que podría comérmela a besos.
–No te emociones, Zenet. Pide tu turno –. Respondió Ren divertido.
–No seas egoísta, Ren. Nosotros también la cuidamos –. Reprochó Contestir divertido.
En eso tenía un punto. Cómo sirviente del emperador y el príncipe, Ren tenía que estar de un lado al otro, cumpliendo las órdenes de sus amos, por lo que no era raro que sus peleadores Haos se encargaran de vigilar a Aiko cuando él no podía.
–Supongo que pueden compartirla –. Dijo Linehalt, haciendo reír a los peleadores.
–¿No creen que se están encariñando mucho con esa niña?
–¿Qué quieres decir, Mason?
–Vamos, Ren. No pueden esperar que esa humana sobreviva en un lugar como este.
Las palabras de Brown eran crudas, pero no carecían de verdad. Tenía un punto, Aiko era más vulnerable en este sitio que cualquiera de ellos. Por los dioses, no solo estaba indefensa, era una niña directamente. No tenía forma de sobrevivir en Gundalia por su cuenta.
No obstante, eso no significaba que se fuera a rendir. Tal vez le daba demasiada importancia a su deuda con los humanos, pero no iba a permitir que algo malo le pasara a esa niña.
Ren sabía mejor que nadie lo que era para un niño estar solo, en un territorio hostil. Si tenía la oportunidad de evitar que alguien más sufriera lo mismo que él, la tomaría sin dudar.
–Tarde o temprano, el emperador o el príncipe se hartarán y entregarán esa niña a Kazarina.
–No si le servimos fielmente. El príncipe es muchas cosas, pero es de palabra, Mason –. Respondió Zenet.
–Es cierto. Hasta el momento, ha cumplido hasta la última de sus promesas, buenas o malas.
–Por favor, Contestir. Mató a esos humanos solo porque Nick Takahashi fue incapaz de ganarle.
–Pero también perdonó la vida de Jesse.
–Lo mandó a morir a Kharth.
La necesidad de los peleadores Haos de aferrarse a la esperanza de un mejor amo resultaba conmovedora, pero Ren no se atrevía a opinar todavía. Aún era demasiado pronto. Si bien prefería a Freidr sobre Barodius, no metería las manos al fuego por él.
Ambos tenían un punto, el príncipe era casi tan monstruoso como su tío, no dudaría en matar si así lo deseaba y lo había demostrado en el coliseo. Sin embargo, también era capaz de mostrar piedad a quienes congeniaban con él. Jesse se había ganado su reconocimiento y parecía compartir su odio a las 12 Órdenes, siendo la razón por la que el príncipe le había ofrecido una oportunidad de salvarse.
El Príncipe Freidr debía ser tratado con cautela, no podían confiarse con él. Debían ser complacientes y cooperativos, solo así podrían estar en su gracia y gozar de su protección.
–Cálmense, les recuerdo que alguien aquí interna dormir.
El reproche de Linehalt se vio acompañado por un vistazo breve a la pequeña niña que dormía plácidamente en la cama de Ren, a veces extendiendo sus manos por todo el colchón y otras veces rodando de un lado al otro entre balbuceos.
Pensar en esas curiosas imágenes hizo que Ren levantara una pequeña sonrisa. Lo inquieta que podía ser Aiko al dormir era la causa por la que el peligris había comenzado a descansar en el suelo. No era algo que disfrutara especialmente, pero podía hacerlo si con eso garantizaba la comodidad de su nueva protegida.
"Mascota", como tan gentilmente la llamaban sus superiores.
–Esto es un error. Sobrevivir aquí ya es difícil por nuestra cuenta, proteger a esa niña solo hará las cosas más difíciles.
–No estás obligado a ayudarnos, Mason. Aiko es nuestra responsabilidad, no tuya.
–Ren, tú llevas sobreviviendo más que cualquiera de nosotros. Ya deberías saber lo inconveniente que es cuidar niños en situaciones así. ¿Cómo puedes estar de acuerdo con esto?
–Porque le hemos hecho mucho daño a los terrícolas. Esto es lo mínimo que podemos hacer para compensar un poco ese daño.
–¿Y de que le servirá eso cuando Neathia y los humanos caigan? ¿De verdad crees que la deuda que tenemos con los terrestres importará cuando su mundo vea el fin? Acéptalo, no podrán proteger a esa niña por siempre. Se las quitarán tarde o temprano.
No supo cómo responder a eso. No quería aceptarlo, pero Mason tenía razón. Después de todo lo que había pasado, estaba claro que, una vez que Neathia cayera, la Tierra sería el siguiente mundo en la mira del emperador y todo lo que hicieran por Aiko dejaría de importar.
Solo había una forma de evitar que eso pasara, pero Ren prefería no pensar en fantasías.
–A diferencia de los Peleadores, Ren, tú no eres un héroe, sino un sobreviviente. Y ya vimos lo que Gundalia le hace a los que pretenden ser héroes.
–Es ahí donde te equivocas, Mason.
–¿Qué quieres decir, Linehalt? –. Cuestionó Avior confundido.
–Ren y yo fuimos sobrevivientes, pero aquí no lo somos, ni tampoco héroes.
–¿Y qué son entonces?
–Lo mismo que ustedes, lo mismo que Zenet y Contestir, lo mismo que todos aquí: sirvientes.
Era un recordatorio crudo de la realidad, pero también era innegable. La verdad de sus vidas era que, más que sobrevivientes o soldados, eran sirvientes. Habían comenzado como siervos de su extinta casa y ahora repetían ese rol con tiranos, esclavistas y asesinos.
Su vida era servir, era todo lo que conocían.
–¿Y eso qué?
–Qué somos sirvientes por los que los peleadores más fuertes del imperio sienten interés. Un buen servicio debe ser bien recompensado y el príncipe puede ofrecer eso.
–¿De verdad lo crees, Linehalt?
–Lo creo, Brown, porque Barodius no estará al mando por siempre. Tarde o temprano, el príncipe tomará su lugar y recordará el servicio de aquellos que lo reconocieron.
–La verdad es que, con todo lo que ha pasado, preferiría tener al príncipe en el trono –. Comentó Zenet.
–Al menos, él no lastima a su gente.
Incrédulo, Mason se dio la vuelta, asombrado por lo que estaba oyendo.
–Esto tiene que ser una broma. ¿De verdad están diciendo todo esto?
–¿Cuál es tu problema? ¿Crees que estamos bien con Barodius en el poder? –. Cuestionó Zenet con el mismo tono.
–Creo que todos estaríamos bien si ambos murieran.
Silenciaron al peleador Subterra tan rápido como terminó la oración. Las suyas eran palabras muy peligrosas, palabras que podrían condenarlos a todos si alguien las escuchaba.
–Mason, tranquilo –. Dijo Avior asombrado.
–Vas a hacer que nos maten –. Reprochó Contestir al peleador.
–Es que no tolero ver esto. ¿Cómo pueden conformarse?
–¿De qué estás hablando? –. Cuestionó Ren incrédulo.
El peleador Subterra se dio la vuelta con un bufido, mirando al suelo con las manos en la cintura mientras respiraba de manera un poco más rápida.
–Estoy harto de esto. No lo soporto más.
–¿A qué te refieres?
Por favor, que no estuviera hablando de lo que Ren temía que estuviera hablando.
–Estoy cansado de Barodius y sus ambiciones, del príncipe, de Kazarina y todos aquí. Son unos monstruos y no quiero seguir a ninguno por más tiempo.
–¿Y qué es lo que sugieres? ¿Correr a Neathia y ponernos en contra de Barodius?
Los cuestionamientos de Zenet salían de su boca con unas cuantas risas llenas de la misma incredulidad que había abordado la sala a lo largo de toda esta discusión.
No obstante, contrario a la reacción que esperaban recibir, Mason no emitió ni un solo sonido, su mirada se mantuvo fija en el suelo mientras bajaba la cabeza con aparente pesar.
Hablaba en serio. De estar jugando una mala broma para asustarlos, ya se habría reído o habría mostrado una pequeña reacción siquiera, pero su silencio enfatizaba lo contrario.
Lo estaba considerando, de verdad estaba pensando en traicionar al imperio.
–No puede ser –. Murmuró Zenet impactada.
–Mason, no puedes hablar en serio.
–¿Por qué no, Ren? Dime porque deberíamos seguir aquí, sirviendo a esos monstruos.
¿Cómo podía hacer esa pregunta? ¿Acaso estaba ciego? ¿No entendía la gravedad de su situación? El solo pensamiento de siquiera desertar debería ser motivos para temer. Darle la espalda al emperador del planeta, a su peleador más fuerte y a sus hombres solo podía terminar de una manera.
La traición era inaceptable y se pagaban sus consecuencias con sangre o esclavitud. Incluso la muerte en el campo parecía ser una alternativa preferible.
–¿Cómo preguntas eso? ¿Acaso no aprendiste nada de Sid y Lena? –. Objetó Contestir.
–Ellos ni siquiera traicionaron al emperador y mira lo que pasó. ¿Qué crees que harán contigo si te vas? –. Respaldó Zenet.
–Avior, no puedes estar de acuerdo con esto –. Razonó Linehalt con el Bakugan susodicho.
–Sé que parece una locura, pero piénsenlo detenidamente. ¿Qué ganamos sirviendo a Barodius y su gente? –. Trató de razonar Avior.
–¿Qué ganamos? Yo te diré que ganamos: el derecho a vivir –. Respondió Ren en voz baja.
–Tal vez, eso ya no es suficiente para nosotros.
Ren y Zenet se congelaron ante la respuesta de su compañero de equipo. Sus palabras eran sinónimo de locura, un mal augurio que lo arrastraría si intentaba continuar con esta locura.
–Deberían venir con nosotros –. Ofreció Avior.
–¿Y qué se supone que hagamos? ¿Correr a pedir piedad a la reina, cuyo mundo hemos tratado de conquistar? –. Respondió Linehalt.
–¿De verdad prefieren vivir esta vida? Deben sentir un ápice de ira hacia este lugar al menos. Son unos monstruos y nos están convirtiendo en seres iguales a ellos –. Objetó Mason con firmeza.
–¿Qué tiene de especial esta vida para ustedes? ¿Por qué insisten tanto en quedarse?
Era una pregunta razonable, pero ninguno quiso responderla inmediatamente. Zenet no tenía nada más en la vida que Lena, Contestir y la esperanza de un día ver a Jesse de nuevo. Eran su familia y se estaría alejando de ella si respaldaba esta idea absurda.
Linehalt, por otro lado, compartía sus mismas razones para estar aquí.
–Es una vida libre.
Libre del abismo, libre del legado maldito de su casa extinta, libre de las cadenas que se les había asignado cuando Ren tan solo era un niño.
No obstante, el hogar del quien se decía era el último Bakugan Oscuro era un sitio complejo y que muy pocos tendrían la desgracia de conocer. Así que no era raro que nadie más entendiera el gran miedo que sentían con solo pensar en ese pozo sin fondo.
–¿Libre? ¿De verdad puedes llamar libertad a una vida de esclavitud? Estas personas nos obligaron a dejar nuestro hogar, para convertirnos en secuestradores, sirvientes y criminales. ¿Cómo podemos llamar a eso libertad?
–Acéptenlo de una vez. Estando aquí, son tan libres como lo serían en los calabozos. No cometan el error de pensar que no son prisioneros aquí solo por tener una puerta, en lugar de una reja.
–Ya fue suficiente, Mason –. Cortó Zenet a su compañero de equipo.
Ambos peleadores comenzaron su propio debate, exponiendo sus argumentos con claridad, solo para que el otro respondiera inmediatamente.
Ren ya no pudo escucharlos, pues su mirada se enfocó completamente en la pequeña bajo su protección. A pesar del ruido y el calor de su debate, Aiko seguía profundamente dormida, aferrándose a su almohada y manchando las sábanas con un hilo de saliva.
No podía culparla por dormir tanto, las celdas no eran nada cómodas y la pequeña no toleraba dormir sola. Antes, era Hinata Kimura quien le ofrecía un calor maternal durante las noches frías en los calabozos. Ahora, Kimura estaba muerta y los gritos de horror de sus acompañantes al ser ejecutados acompañarían tanto a Aiko como a Ren por un largo tiempo.
Él era todo lo que tenía ahora, él y Zenet se estaban convirtiendo en los únicos capaces de hacerla sentir mejor.
No podía negar los deseos de Mason o las bases que habían hecho posible su nacimiento. Mentiría si dijera que el fugaz pensamiento no había aparecido en su mente en momentos perdidos lejos de Gundalia, y estaba seguro de que su pequeña protegida estaría mejor bajo el cuidado de los Peleadores.
Sin embargo, la sola idea de tener detrás tanto al emperador como al príncipe era el motivante perfecto para evitar cometer una estupidez.
Ese era un poder que ni siquiera los protectores de la Tierra podrían combatir.
Estaban tan enfrascados en la discusión y sus propios pensamientos, que no se dieron cuenta del momento exacto en que la puerta de sus habitaciones comenzó a abrirse, revelando la figura de uno de los sirvientes más viejos del castillo.
–Disculpen las molestias, agentes.
–Está bien, Alek. ¿Qué sucede? –. Dijo Ren al hombre.
–El emperador exige su presencia inmediata en el patio de entrenamiento.
El sirviente no se quedó mucho más después de eso, se alejó lo suficiente como para que la puerta se cerrara automáticamente.
Los tres agentes se miraron con pánico, tensos por lo que fuera que Barodius quisiera de ellos. Después de las pérdidas de Sid y Jesse, se habían acostumbrado a tener más miedo de lo normal cuando se trataba de sus amos.
Debían ir, por supuesto. Si bien Ren y Zenet eran sirvientes del príncipe, se necesitaba de una orden decretada por el mismo para anular una del emperador.
Como el líder que se había visto obligado a ser, Ren arropó a Aiko con cuidado, depositando un pequeño beso en su cabeza antes de levantarse con un aire de autoridad ajeno a lo que estaba acostumbrado.
–Vamos. No nos conviene hacer esperar al emperador.
No hubo debate alguno por parte de Mason esta vez, aún entendía su lugar y no le convenía olvidarlo. Podía hablar de traición o conspiraciones todo lo que quisiera, eso no importaba cuando un miembro de realeza emitía su llamado.
Era su deber como siervos de sus amos.
Castillo Real, Patio de Entrenamiento
5 minutos después
El campo se encontraba poblado, parecía que casi todo el ejército estaba presente. Por donde fuera que miraran, siempre encontrarían un soldado siguiendo el mismo camino que ellos, adentrándose en la vastedad del espacio con paso dubitativo y múltiples preguntas murmuradas con cuidado, en la escasa intimidad que podía ofrecer una multitud como esta.
Estaba claro que no eran los únicos que habían sido llamados por el emperador, parecía que el hombre quería presentes al mayor número de personas posibles en el lugar.
Mason y Zenet hacían sus propias preguntas junto a sus compañeros, pero nadie era capaz de ofrecer una respuesta. Nadie conocía el porqué habían sido llamados aquí en primer lugar, pero sí se sabía cuál era el sector en el que debían reunirse.
La arena de combate.
El mismo sitio en el que los mejores soldados y Bakugan llevaban a cabo sus entrenamientos más salvajes en grandes contiendas, todas ellas de proporciones tan elevadas que resultaba necesario mantenerlas contenidas en la seguridad de una intimidante arena.
El campo era lo suficientemente grande como para albergar a cuatro Bakugan al mismo tiempo, pero los espacios diseñados para los espectadores podían cerrarse gracias a un sistema de vías y palancas puesto entre la base de las gradas y el suelo de la arena.
El techo, que normalmente sería inexistente, se encontraba asegurado gracias a la presencia de una enorme reja de acero afilado y oscuro que abarcaba la totalidad del espacio y conectaban las puntas más altas de las gradas.
Desde esta perspectiva, la luz del sol se veía contenida por las rejas que fungían como un techo.
–¿Qué hacemos aquí? ¿Qué está pasando?
Nadie respondió a las preguntas de Zenet, todos expresaban sus propias dudas o reafirmaban su confusión encogiéndose de hombros o negando con la cabeza.
No obstante, mirando con detenimiento la multitud, Linehalt logró señalar la presencia de sirvientes en la arena y se veían tan confundidos como todos los demás. ¿Por qué estaban aquí? ¿Cuál era el propósito de todo esto?
Adentrándose poco a poco en la arena en una fila semiordenada, todos los convocados encontraron un lugar en el cual sentarse, mezclándose así la presencia de soldados, cocineros, limpiadores, excavadores y constructores.
De un momento a otro, el gran patio de entrenamiento se había llenado con la presencia de esclavos y ninguno podía asegurar por qué se habían reunido en primer lugar.
–Ren, mira ahí –. Señaló Linehalt de pronto.
Siguiendo la instrucción de su compañero, la mirada del peligris se enfocó en el centro de la arena, donde un hombre reposaba con calma en el centro.
No portaba armadura, de hecho, solo llevaba unos pantalones y un par de botas altas, su torso se encontraba descubierto y tanto su piel como su melena gris brillaban ligeramente ante la suave caricia del sol dorado.
Múltiples cicatrices y quemaduras eran visibles en su espalda y sus brazos, los cuales conducían directamente hasta un escudo redondo, que reposaba a los pies del hombre junto a una lanza más alta que el punto al que llegaban sus cuernos.
La sola presencia del hombre en este lugar era una razón para sorprenderse, rara vez salía de las zonas que habitaba normalmente.
–Ren, ¿ese no es…? –. Comenzó Linehalt sorprendido.
–El emperador.
No tenía sentido. ¿Qué hacía Barodius aquí? ¿Por qué dejaba la comodidad de sus zonas habituales para estar aquí?
¿Qué pretendía con todo esto?
Rebosante de una confianza propia de alguien tan arrogante como él, Barodius se dio la vuelta, dejando ver su torso marcado por múltiples heridas de batalla y la grandeza de sus armas elegidas.
–¡Soldados, sirvientes! ¡Los he llamado aquí por una razón muy especial!
Los guerreros y los Bakugan atendieron el llamado de su emperador, vitoreando en un intento de complacer al hombre, mientras los sirvientes enmudecían y expresaban su confusión en silencio.
La reacción mixta del público no detuvo al monarca.
–¡Recientemente, se ha hablado de múltiples desafíos hechos a mi persona!
Siguiendo la línea de antes, los soldados abuchearon al escuchar las palabras del emperador.
Mirando por las zonas superiores de la arena, Ren pudo divisar un par de conocidos de pie, parados por encima de todos los demás presentes.
Un neathiano y un gundaliano, acompañados por dos Bakugan, el primero con una gran lanza al lado y el segundo jugueteando con un gran cuchillo dentado a la altura de sus ojos verdes.
Con un poco de suerte, ellos sabrían lo que estaba pasando.
–Espérennos aquí –. Ordenó Ren a los miembros restantes de su equipo.
–¿Qué? ¿Adónde van? –. Cuestionó Mason.
–A averiguar qué es lo que está ocurriendo.
Dejando atrás a sus compañeros, Ren y Linehalt subieron con cuidado por las gradas, serpenteando entre los presentes hasta llegar a los niveles superiores, donde los dos hombres vistos anteriormente lo saludaron con una mezcla de formalidad, por parte del neathiano y desinterés del gundaliano ojiverde.
–Lord Dairus, General Eximus –. Saludaron Ren y Linehalt con cortesía.
–Joven Krawler –. Correspondieron Dairus y Belftan al mismo tiempo.
Lundarion y Elfar no ofrecieron respuesta verbal, solo se limitaron a saludar con una seña rápida antes de poner su atención a la arena, donde el emperador aún hablaba sin dar señales de detenerse pronto.
–¿Qué está pasando aquí?
–¿No lo saben? –. Cuestionó Belftan.
–No nos dieron detalles, solo sabemos que el emperador nos quería aquí.
–Ya veo –. Murmuró Dairus mirando a Barodius –. Quiere que sea una sorpresa entonces.
En el campo, Barodius ahora empuñaba su lanza con una mano mientras acomodaba su escudo en su brazo opuesto.
–¡Mi propia carne y sangre se ha atrevido a insultar mi nombre y desafiar mi autoridad! ¡Debe pagar por eso!
Los abucheos de los soldados continuaron, expresando un malestar ante las palabras emitidas por Barodius.
Los rugidos del hombre se escuchaban tan fuertes, que Ren incluso podía escucharlo con claridad desde la distancia.
Se notaba genuina furia en el discurso del emperador, se encontraba molesto y ofendido por igual. Y solo había una persona en toda Gundalia capaz de generar esa ira en el monarca.
Con un movimiento rápido, la lanza en la mano del emperador señaló directo a la entrada opuesta por la que Ren y los suyos habían entrado, apuntando a la gran reja que ahora se abría de par en par para dar pie a la nueva presencia que se mostraba ante el público.
–¡Mi ingrato sobrino, el Príncipe Freidr!
Carente de una expresión que reflejara su sentir, el príncipe se adentró en los espacios de la arena, en las mismas condiciones que el emperador.
La multitud jadeó con asombro. Nadie podía decir a ciencia cierta cuál era la relación del emperador con el príncipe y, si los rumores eran ciertos, todos aquellos que la conocían habían sido colgados en su momento. No obstante, aquí se encontraba el emperador en persona, revelando el misterio de su pariente.
El parecido entre ambos hombres era asombroso, de verdad se notaba que eran familia, pero verlos en estas condiciones hizo que todo el mundo pudiera ver con claridad como hasta sus heridas parecían ser las mismas: marcas de cortes, quemaduras y golpes se encontraban exhibidas a los ojos de todos los presentes, que se habían dividido en dos facciones.
El ejército apoyaba a Barodius, el emperador había luchado junto a ellos en numerosas ocasiones y se había ganado tanto el temor como el respeto de los soldados. Pero los sirvientes apoyaban a Freidr, el príncipe era el único que había mostrado consideración con ellos, enviando alimento y bebida con sus propios hombres, ofreciendo atenciones de salud y priorizando su bienestar de un modo que el emperador nunca habría pensado.
–¿Qué es todo esto? ¿Dónde están la General Elena y los demás?
La única mujer del grupo no se encontraba por ningún sitio, tampoco su compañera y no entendía por qué.
–Mi hija fue enviada por el príncipe a buscar a los humanos fugitivos, no se encuentra disponible ahora y no sabes cuánto lo agradezco.
Podía entender por qué. Si Barodius pretendía castigar a Freidr, no sería fácil para la general ver al príncipe en esta situación. Mucho se hablaba entre dientes sobre la relación del heredero al trono con su soldado neathiana y, si era verdad, no sería conveniente que la mujer atestiguara este duelo.
–¿Y todo esto para castigar al príncipe? –. Preguntó Linehalt.
–Parece que el emperador finalmente se cansó de sus burlas –. Comentó Elfar esta vez.
–Eso lo entiendo, pero ¿por qué un duelo? ¿Por qué no una batalla? –. Expresó Ren a sus superiores.
–Porque sabe que yo ganaría.
Encogiéndose ante la voz, Ren y Linehalt se giraron para ver la punta del muro más alto, que se encontraba a sus espaldas y donde un poderoso Bakugan parecía mirar estos acontecimientos con una mezcla de ira y asco.
Llevaban conviviendo con el príncipe desde hacía ya varios días y nunca habían visto a su compañero, Baltasar Haos, tan lejos de él.
–Mi Señor Baltasar, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué crear tanto alboroto para un castigo?
–Porque este combate es más que eso, Linehalt.
–¿Qué quiere decir? –. Preguntó el peligris.
–Si esto fuera un simple castigo, Barodius habría sacado al príncipe de sus aposentos para aprisionarlo, pero aquí está, dándole la oportunidad de defenderse –. Respondió Lord Dairus esta vez.
–Esto no es solo un castigo, es una demostración de poder.
Un soldado entró a la arena, dando su propia lanza y escudo al príncipe antes de retirarse con un gesto respetuoso.
Del otro lado del campo, Kazarina, Airzel y Stoica vigilaban a los sirvientes, asegurándose de que no intentaran nada para ayudar al príncipe. Por encima de ellos, al mismo nivel que Baltasar, Lord Dharak atestiguaba la escena, mirando con segura dureza al contrincante de su peleador.
No obstante, falto de temor, el gundaliano más joven se acercó con sus armas en alto. Ninguna de las lanzas estaba trucada, eran armas comunes y corrientes, al igual que los escudos. El solo hecho de estar compuestas de madera era la única prueba que necesitaban.
Tío y sobrino se enfrentarían en igualdad de condiciones, sin Bakugan, sin artilugios y sin más armas que las elegidas por el emperador. Ni siquiera la característica espada de Su Alteza se encontraba presente.
–¿Creen que el príncipe pueda ganar? –. Preguntó Ren un poco inquieto.
–Eso espero, Freidr es buen espadachín, pero no está acostumbrado a usar una lanza –. Dijo Baltasar en respuesta.
El veneno en el tono del Bakugan era palpable, claramente se encontraba molesto por la desventaja de su peleador.
La lanza era el arma característica del imperio gundaliano, los emperadores y sus hijos eran instruidos en su uso desde pequeños, pero el príncipe había pasado demasiado tiempo ausente y perfeccionando su habilidad con un arma que no podría usar en este combate.
Era como si Barodius hubiera planeado esto con cuidado, enfrentar al peleador más fuerte del imperio con armas que éste no estaba acostumbrado a usar, armas que también fungían como el emblema de su poder en las banderas de sus legiones.
Estaba buscando deshonrar al príncipe, hacerlo ver como un tonto.
Sin embargo, a pesar de la desventaja, Freidr no perdió la compostura. Todo lo contrario, se mantuvo sereno y un poco burlón frente a la naturaleza de las circunstancias.
Ren no sabía decir si su maestro había tomado este curso de acción por exceso de confianza o para cuidar su imagen pública. Fuera lo que fuera, no parecía alterado, ni siquiera un poco.
Incluso estando en desventaja, Freidr desafiaría a Barodius. Parecía estar en su naturaleza.
–Debí hacer esto hace mucho tiempo, niño.
Las palabras del emperador cayeron como dagas sobre el príncipe. La lanza del emperador señaló a su sobrino con el filo del arma, tratando de intimidar al heredero al trono.
–Sí, quizás. Te has ablandado con el tiempo, anciano.
Molesto por las provocaciones de su sobrino, Barodius se aventuró a lanzar el primer ataque: una estocada perfecta, realizada mientras sostenía su propia lanza desde la base para tener mayor rango.
Freidr reaccionó a tiempo, subiendo su escudo para bloquear la punta de la lanza y contraatacar con el mismo movimiento.
Sin embargo, antes de que el ataque pudiera alcanzarlo, el emperador hizo gala de su habilidad al evadir la ofensiva de su sobrino moviendo la cabeza, siendo unos pocos cabellos de su melena gris lo único que su oponente pudo alcanzar.
Antes de que Freidr pudiera arremeter una vez más, Barodius se adelantó, usando su escudo para intentar golpear a su sobrino en el rostro. Acto que el príncipe correspondió levantando su propio escudo a la altura de la cabeza, deteniendo el ataque de su tío, pero bloqueando su propia visión en el proceso.
El emperador no dudó en aprovechar el error del príncipe, tacleándolo con un costado de su cuerpo y sacándolo de balance.
Por un momento, pareció que el combatiente más joven estuvo a punto de caer, pero el apoyo de su propia lanza en el suelo logró ayudarlo a mantenerse en pie.
–¿Sabes algo? No entiendo cómo mi hermano, el hombre más fuerte del imperio, pudo concebir un hijo como tú.
–¿En serio? Qué curioso, yo me hecho la misma pregunta sobre ti cuando pienso en mi abuelo.
Sin dar más tiempo a burlas, Barodius se lanzó sobre su contrincante, dando un salto a unos pocos pies de distancia y acompañándolo con una nueva estocada hecha en pleno aire.
Una vez más, Freidr logró bloquear el ataque con su escudo, retrocediendo con cuidado en el proceso, evitando quedar ciego nuevamente al contraatacar con un movimiento lateral de su lanza, a la altura de la cabeza.
Tío y sobrino contaban con una altura semejante, por lo que el ataque del príncipe apuntaba directo a la cabeza del emperador. Sin embargo, antes de que la punta del arma pudiera tocarlo, Barodius bajó la cabeza, dejando que la lanza rozara brevemente sus cuernos y su cabello, para luego seguir su camino hasta llegar al otro lado de su portador.
Osado, Freidr mantuvo su ofensiva, redireccionando su lanza para que mirara directamente a su objetivo y lanzando una estocada propia con lo que debía ser la suficiente fuerza como penetrar la carne de cualquiera.
Por fortuna o desgracia, Barodius logró evadir el ataque de su sobrino nuevamente, moviéndose a un lado y desviando la lanza con un golpe de su propio escudo, que dejó expuesto a Freidr. El momento sería aprovechado de forma astuta por el emperador, que usó su propia lanza para responder al ataque.
Fue un solo movimiento, realizado en lo que parecieron ser milisegundos, pero que resultó ser más que suficiente para conectar el primer ataque de este encuentro.
Ante los ojos asombrados del público, la lanza del emperador logró rozar la carne del más fuerte, dejándole un nuevo corte del cual brotó la sangre que dejó manchada la hoja de la lanza, mostrándole al mundo que hasta el peleador más fuerte podía sangrar y que lo hacía por su emperador.
Sorprendido, el príncipe miró la nueva herida en su torso descubierto, enfocándose en las pequeñas gotas de sangre que cayeron al duro suelo rocoso de la arena.
–Mi hermano era el hombre más fuerte de Viction, la sola idea de enfrentarlo en combate hacía temblar hasta a los más valientes.
Escuchando las palabras de su tío, un ápice de ira se apoyó en la mirada del príncipe, una mirada que parecía remontarlo a un amargo recuerdo, uno que parecía querer olvidar.
–Él ya habría ganado este combate de haber estado en tu lugar.
Respirando profundamente, Freidr se alejó con cautela, dejando atrás la ira que se había posado en su mirada para reemplazarla con más sarcasmos y provocaciones.
–Hablas como si lo extrañaras, tío.
–No, para nada. Solo me pregunto en lo avergonzado que se sentiría si pudiera ver lo débil que es su hijo.
Esa palabra, esa palabra maldita, que el príncipe parecía repudiar con todo su corazón, activó un mecanismo que el peleador más joven parecía tratar de mantener oculto.
Sin más contemplaciones, Freidr arremetió una vez más, con una estocada tan fuerte que hizo temblar el escudo del emperador.
La multitud se mantuvo muda, nadie era capaz de emitir una sola palabra, pues la conversación tan enigmática de los dos combatientes despertaba la curiosidad del público, que finalmente estaba obteniendo un poco de información de la realeza.
Múltiples ataques por parte del príncipe cayeron con furia sobre el emperador, que evadía y bloqueaba cada golpe de la lanza de su rival.
Los movimientos del príncipe eran fuertes y agresivos, pero carecían de la gracia que mostraba el emperador. Su falta de costumbre manipulando la lanza era palpable y eso podía costarle la victoria si se descuidaba.
–¿Por eso lo odiabas? ¿O era por tu madre? Eres tan débil como ella.
Dos estocadas más fueron lanzadas por parte del príncipe, ambas azotando sin piedad el duro material del escudo de Barodius.
No obstante, la última de ellas fue repelida con éxito por el emperador, desviándola con un golpe lateral del escudo, que dejó al príncipe con la guardia al descubierto.
Una poderosa patada por parte del emperador fue suficiente para derribar al príncipe, el cual cayó sobre su espalda ante los ojos de todo el mundo, que veía estupefacto como su monarca derribaba al más fuerte.
–Aún eres un niño.
Rápidamente, Freidr se levantó del suelo, sosteniendo su pecho con un poco de dificultad. Tal vez era la distancia, pero desde la perspectiva que tenían disponible, parecía que el emperador incluso le había cortado la respiración a su sobrino.
Cómo pudo, Freidr se levantó nuevamente, sosteniéndose el pecho, pero viéndose incapaz de esconder la creciente mancha de sangre que decoraba su torso.
–Eres igual a tu madre, tontos fanáticos carentes de visión.
El príncipe escupió como respuesta, claramente indispuesto a seguir el hilo de esta conversación. En lugar de eso, Freidr solo se limitó a recoger su escudo y su lanza.
Los materiales con los que hacían las armas del ejército eran duros, pero las lanzas que usaban los contendientes eran de entrenamiento, hechas con materiales inferiores a los acostumbrados para enfocar recursos en las armas del ejército y sus máquinas.
En consecuencia, las lanzas usadas en este encuentro eran de madera, lo que le permitió a Freidr partir su lanza en dos con un golpe de su escudo.
Lord Dairus se inclinó sobre la barandilla que los separaba de las gradas, mirando con atención al príncipe y el cómo levantaba su lanza rota hacia su oponente.
Aunque había perdido alcance, la longitud que ahora poseía el arma la hacía más parecida a la hoja de una espada. La base del arma había quedado olvidada en el piso y la parte más baja de su extensa empuñadura ahora era usada como si de la empuñadura de una espada se tratase.
Claramente, no era una forma cómoda de sostener el arma, pero el príncipe se notaba mucho más cómodo de esta forma.
Incrédulo y burlón ante lo que estaba presenciando, Barodius arremetió una vez más, lanzando una nueva estocada estando a un metro de su oponente. No obstante, el príncipe logró repeler el ataque moviéndose a un lado y usando su espada improvisada para mantener la punta de la lanza en su lugar mientras avanzaba.
Al ver a su sobrino acercarse, el emperador levantó su escudo delante de su oponente, bloqueando el corte de su arma rota con un movimiento.
Indispuesto a detenerse ahí, Freidr sujetó el escudo de Barodius con la mano que sostenía su lanza rota, manteniendo el objeto estático y dándose la oportunidad de contraatacar con el golpe de su propio escudo.
Un fuerte quejido se escuchó por parte del emperador al recibir el golpe en un costado de su cuerpo, dejando un claro moretón en su hombro antes de recibir una patada que lo hizo retroceder.
Pero los ataques del príncipe no se detuvieron ahí. Con bravura, el peleador más joven se abalanzó sobre su tío, lanzando varios cortes precisos con la punta de su arma, cortes que fueron bloqueados exitosamente por el emperador, aunque no paraba de retroceder ante los ataques de su sobrino.
Freidr se mantenía cerca, lo suficiente como para acortar el rango de alcance de la lanza de Barodius y dándose la oportunidad de mantener su ola de ataques.
Desde las gradas, los sirvientes se notaron animados al ver al príncipe imponerse poco a poco, aunque ninguno podía emitir su apoyo al peleador más joven, por temor a las 12 Órdenes.
No obstante, su alegría duró poco cuando el emperador levantó su escudo tan alto como para bloquear el próximo ataque de Freidr, antes de que éste pudiera acercarse siquiera.
Aturdido, el príncipe retrocedió, dándole la oportunidad a su tío de atacar nuevamente con un corte lateral abierto, movimiento que sería exitosamente evadido por parte del príncipe al agacharse hacia atrás con la mirada arriba, lo que le dio una visión clara de la lanza pasando por encima suyo.
Nadie se atrevía a mostrar su apoyo, temerosos de lo que podría pasar si le daban la espalda a cualquiera de los contendientes. Aunque Ren debía reconocer que, por un momento, se imaginó un escenario idílico en el que ambos luchadores morían en esta arena.
Aprovechando la oportunidad, Freidr se acercó de nuevo, lanzando una estocada, que fue parada exitosamente por el escudo de Barodius, antes de alejarse de un salto que le otorgó la suficiente distancia como para atacar con su lanza.
Freidr era rápido, pero ni él pudo ver venir la velocidad con la que la punta de la lanza alcanzó su brazo, dejando la marca de un nuevo corte en su piel.
Aprovechando el momento, Barodius intentó taclear a su oponente, alzando el escudo para dar mayor letalidad al ataque.
Por fortuna o desgracia, el príncipe reaccionó a tiempo, alzando su propio escudo al mismo nivel, dando lugar a un choque igualado entre ambas fuerzas.
El fuerte choque de los escudos se vio seguido por el agudo chillido del metal deslizándose con fuerza, produciendo unas pocas chispas que cayeron al suelo rocoso del campo de batalla.
Al ver su falta de superioridad en este encuentro, Freidr no demoró en usar su mano libre para intentar atacar a la cabeza de su oponente. Sin embargo, Barodius logró predecir con éxito el siguiente movimiento de su sobrino, moviendo la cabeza a tiempo para evitar su derrota, pero llevándose en consecuencia un corte preciso que dejaría marcados tanto el aro de la oreja como sus fosas más superficiales.
Por primera vez, la sangre del emperador se derramó en este encuentro y en los ojos felinos del mismo se podía ver su genuino desagrado ante este infortunado acontecimiento.
Freidr podría esconder sus nuevas heridas bajo la seguridad de sus túnicas y su armadura, pero la cicatriz que tendría Barodius en el oído nunca sería invisible a ojos de sus allegados o aquellos que lo vieran en persona.
Ahora, llevaría la marca de su herida frente a su gente.
–¡Maldito parásito!
Iracundo, el emperador arremetió nuevamente contra su sobrino, pero no con su lanza o con su escudo, sino con su mano desnuda.
Sorprendido por lo que estaba pasando, el príncipe solo pudo ver como el emperador tiraba su lanza al suelo para sujetar el borde de su escudo, comenzando a agitarlo con fuerza hasta lograr arrebatárselo de las manos. Estaba claro que Barodius era más fuerte de lo que habían pensado en un inicio, lo suficiente como para arrebatarle el objeto a su sobrino en un movimiento sorpresa.
En un giro inesperado de los acontecimientos, ambos luchadores se habían quedado sin un arma. Barodius ahora solo contaba con su escudo y Freidr con su lanza rota.
El público observaba más expectante que nunca el combate, cualquiera podía ganar, bastaría con un golpe en el sitio correcto para declarar a un ganador.
–Tú puedes, Freidr –. Murmuró Baltasar.
Barodius fue el primero en atacar, abalanzándose sobre su sobrino con el escudo en alto, moviéndolo en una andanada de ataques que el príncipe logró evadir con dificultad.
En medio del intercambio, Freidr logró hacer retroceder al emperador posando su mano en el pecho del hombre y alejándolo con fuerza antes de contraatacar.
Cómo esperaba, Barodius no se permitió retroceder, sino que mantuvo su escudo en alto, bloqueando los ataques de su sobrino, uno tras otro.
La guardia del hombre mayor parecía ser impenetrable, no retrocedía ante ninguno de los ataques del peleador más fuerte, sino que demostraba su gran habilidad parando cada corte y estoque de su sobrino.
Cansado, el príncipe cambió su arma de mano, atrapando la lanza rota en pleno aire mientras lanzaba un golpe con palma abierta hacia su tío.
Barodius cayó en la trampa y se enfocó demasiado en impedir que su oponente lo golpeara, alzando su escudo hacia un lado en específico, lo que le dio a Freidr la oportunidad de apuñalar a su contrincante. Sin embargo, el borde del gran escudo resultó ser un obstáculo a tener en cuenta, pues alcanzó a cubrir la mayor parte del torso de su portador, provocando que el único daño que el príncipe pudiera provocar fuera un feo corte en la cintura de su tío.
Las 12 Órdenes contuvieron el aliento de pronto, silenciados incluso desde la lejanía por el grito que soltó Barodius al sentir como la lanza rota de Freidr rebanada parte de su carne y liberaba sangre de su cuerpo, dejándola aún más expuesta a los ojos del pueblo.
Viendo una oportunidad, el príncipe sujetó el escudo de su contrincante, bajándolo con agresividad y dejando al descubierto el rostro de Barodius.
Con gran violencia pululando en la agresividad del movimiento, Freidr azotó su frente contra el rostro del emperador, sacando sangre de su nariz y partes de su piel que fueron víctimas de los cuernos del príncipe.
No obstante, a pesar de la gravedad del golpe recibido, el emperador no retrocedió. En lugar de eso, corriendo el riesgo de quedar expuesto, azotó su escudo en un movimiento lateral hacia afuera, golpeando un costado del rostro de su sobrino.
Aturdidos, ambos hombres se vieron obligados a poner distancia, buscando recuperar la consciencia lo más rápido posible para continuar con el encuentro, siendo el príncipe quien se tomó más tiempo para limpiar las heridas de su rostro y tratar de atender sus marcas inferiores sin mucho éxito.
Ese no fue el caso para el emperador.
Con toda la ira y la frustración que debía llevar acumulada en su interior, Barodius dejó descubierto su rostro, dejando ver el río de sangre que caía de su nariz rota y pintaba su boca, para acto seguido abalanzarse sobre su contrincante.
Baltasar pareció estar listo para advertir a su compañero, pero el emperador tomó a todos por sorpresa cuando arrojó su escudo a la cabeza del príncipe, el cual apenas pudo levantar sus brazos para cubrirse, provocando un estremecimiento entre la multitud cuando vieron como los brazos de Freidr parecían moldearse a la forma del escudo.
El príncipe pareció querer expresar un fuerte quejido de dolor, pero se vio rápidamente enmudecido cuando la forma del monarca se abalanzó sobre él, embistiéndolo como una bestia salvaje con todo su peso.
–¡Freidr!
–¡Alteza!
Ambos hombres cayeron al suelo rocoso, siendo la espalda descubierta del príncipe y las rodillas magulladas del emperador las que sufrieron las mayores consecuencias. No obstante, el segundo optó por ignorar el dolor que debía estar sintiendo en sus extremidades inferiores para escalar sobre el cuerpo de su sobrino hasta quedar encima de éste.
Freidr trató de resistirlo, pero sus brazos agotados no le permitían ofrecer más resistencia. Los gundalianos entrenados podían presumir de una gran resistencia, pero sus heridas no sanaban al instante, necesitaban horas o incluso días para estar perfectamente funcionales tras recibir heridas considerables.
No obstante, ese conocimiento no pareció apagar el espíritu combativo de Freidr, que alzó una de sus piernas lo suficiente como para azotar su rodilla en la espalda de Barodius, aturdiéndolo y dando al gundaliano más joven la oportunidad de sujetar a su rival y darles la vuelta.
Esta vez, el príncipe quedó arriba y no tardó en aprovechar la oportunidad de comenzar una andanada de puñetazos sobre el rostro de su tío, llenando su rostro de lágrimas al golpear su nariz sin piedad.
En otras circunstancias y con otro oponente, este curso de acción habría dado la victoria al príncipe, pero este sujeto no era cualquier rival. Era el Emperador Barodius, alguien que no conocía el significado de la rendición.
En un movimiento sorpresivo, el monarca aventuró un puñetazo al torso de su sobrino, golpeando una de sus heridas abiertas con un puñetazo cargado con las falanges del dedo medio sobresaliendo.
Freidr detuvo su ofensiva al instante, emitiendo un quejido inaudible que se vio acompañado por un escupitajo envuelto en sangre.
Al ver a su contrincante nuevamente distraído por el dolor del golpe, Barodius mostró sus uñas filosas para, acto seguido, enterrarlas todas en diferentes heridas del príncipe.
Esta vez, el grito del contendiente más joven no se hizo esperar, saliendo con la fuerza suficiente para que todos pudieran ver el gran dolor que lo envolvía.
Ahí estaba, el peleador más fuerte de todos, desangrándose sobre la arena de combate entre gritos, a los ojos de todo el castillo.
Pero su castigo no paró ahí. Dejando ver su gran ira en sus acciones salvajes y casi dignas de un animal, el emperador tiró del cuerpo de su sobrino a un lado, dejándolo vulnerable a un nuevo ataque.
Esta vez, nada pudo mover a Barodius de su posición, subiéndose sobre su enemigo para comenzar una ráfaga de puñetazos que mancharon de sangre el rostro de Freidr.
Uno tras otro, violentos ataques cayeron sobre el príncipe, silenciando su voz burlona entre sanguinarias arremetidas que dejaron una marca húmeda en el suelo.
–¡Mi hermano debió hacer esto el día que te crecieron los dientes!
Un último ataque recayó en el rostro de Freidr, un puñetazo descendente con las dos manos, que finalmente dejó su cara tan manchada de sangre como la de su tío.
La fuerza del emperador se desvaneció poco a poco, al igual que la del príncipe, cuya mano se movía con dificultad por el suelo de la arena, pero que no pudo hacer mucho más.
La voluntad de luchar de ambos finalmente se había terminado y solo quedaba en la arena un tío y un sobrino ensangrentados, batallando por levantarse de forma digna frente a los sirvientes.
No obstante, su batalla había terminado y un ganador ya se había erigido sobre el otro.
–Tal vez seas el peleador más fuerte, pero aún te falta mucho para ser nuestro mejor guerrero. No lo vayas a olvidar, niño.
Alejándose de su sobrino, el emperador se levantó de la forma más orgullosa que pudo, tratando de ignorar el dolor de sus heridas para mostrarse más grande de lo que era.
–Te dejaré vivir, solo porque aún tienes utilidad para mí –. Declaró el emperador a su vencido sobrino –. Pero quiere que te quede algo claro, niño.
En respuesta a su declaración, el príncipe solo pudo soltar un gorgoteo de sangre mientras trataba de separar su espalda del suelo.
Siguiendo la naturaleza de este encuentro, el emperador tomó la lanza rota de su sobrino, posando la punta sobre su cuello ante los ojos expectantes de todos.
–Si me vuelves a desafiar, no solo te mataré, acabaré con todo lo que te importa, ¿está claro? –. Advirtió el mayor con dureza –. Aún tengo poder sobre ella y no dudaré en acabar con su vida si sigues provocándome.
Palabras tan duras como enigmáticas habían sido pronunciadas, dejando en ellas la clara naturaleza de una promesa oscura, una promesa destinada a remarcar la derrota del vencido príncipe.
Pero eso no pasó, no hubo respuesta, no hubo asentimiento o alguna especie de ruido que pudiera dar respuesta a las intenciones del emperador.
En su lugar, la única contestación ofrecida por parte del perdedor de este encuentro fue una suave risita.
–No lo harás… no puedes…
Con los ojos inyectados en sangre, el emperador presionó con un poco más fuerza la hoja del arma sobre el cuello de su sobrino.
Pero éste no retrocedió ni se retractó.
–Mátala… y verás… como el mundo… se pone en tu contra.
Nadie podía entender a quien se refería el príncipe, nadie parecía siquiera comprender la totalidad de las palabras usadas por los miembros de la realeza. Este era un momento tan íntimo, tan privado, que no había nadie en todo el público que pudiera entender realmente de que estaban hablando estos gladiadores.
–Mátanos… si puedes… y verás como esos… humanos… derriban tu imperio –. Dijo el príncipe entre dolorosas risas –. No me dejarás vivir… porque te creas capaz de manipularme…
En un acto lleno de la osadía impropia de un guerrero vencido por el emperador mismo, Freidr tomó la lanza rota en manos de su tío para acercarla más a su propio cuello, retándolo a dar el golpe final.
–Me dejarás vivir… porque sabes que soy… el único capaz de obtener lo que buscas.
Con un espíritu revitalizado, el príncipe mostró una sonrisa tan grande, que fue posible ver la totalidad de sus dientes manchados.
Y el emperador, sabiendo que su oponente vencido tenía razón, no pudo hacer más que alejar el arma de su sobrino con agresividad.
–No sabes cuánto maldigo el día en que naciste, el día en que mi hermano trajo a esa maldita bruja a nuestras puertas.
–No es cierto.
Una mueca llena de asco se apoderó de las facciones del emperador, que solo pudo ver de forma fulminante como aquel al que consideraba un fracaso regresaba al suelo sosteniendo sus heridas.
–Si lo hicieras, también tendrías que maldecir el día en que subiste a ese trono.
Palabras llenas de cinismo y sorna se planteaban ante las amenazas del emperador, pero no como un desafío real, sino como un canto de crudas y desconocidas verdades que nadie más que ellos podrían entender.
Cientos de ojos cayeron sobre el emperador, esperando su respuesta o una explicación. ¿Cómo se relacionaba el príncipe con su ascenso al trono?
Eran muchas preguntas las que corrían por las mentes del público, pero no esperaban obtener una respuesta realmente. Barodius no diría nada y nadie se atrevería a obligar al príncipe a hacerlo.
Solo quedaba preguntarse cuál era el secreto que se estaban jugando los miembros de la realeza, aquel que no compartirían con ninguno de ellos, y que parecía mantener al emperador con las manos atadas.
Un secreto que parecía inquietar de forma sutil a Lord Dairus y al resto del equipo del príncipe.
Sin más que decir, el monarca partió junto con su gente, dejando detrás de sí el amargo sabor de una batalla que, si bien había ganado, no le había concedido una verdadera satisfacción.
Dharak, por otro lado, emitió la orden de retirarse del lugar, que nadie debería ayudar al príncipe a sanar sus heridas. Y tan obedientes como estaban obligados a ser, los soldados y los sirvientes partieron de sus lugares en un incómodo silencio.
Poco a poco, todos se fueron, todos ellos, menos los sirvientes del príncipe.
–Vamos, Ren.
Siguiendo obedientemente a Lord Dairus, Ren y Linehalt se reunieron con Zenet y Contestir en su descenso. Mason y Avior ya se habían ido, por supuesto, no tenían obligación con el príncipe después de todo.
Con dificultad, Lord Dairus consiguió levantar suavemente al herido príncipe mientras Lud evaluaba el estado de sus heridas.
–¿Se encuentra bien, señor? –. Preguntó Zenet sin saber que más decir.
Eximus se giró al instante, pareciendo querer estrangular a la peliverde por su pregunta tan estúpida, pero fue detenido por el mismo príncipe, el cual solo ofreció una pequeña sonrisa a la joven.
–Estoy bien, Surrow –. Dijo el príncipe con dificultad –. Barodius no es el miembro de nuestra familia… con la mano más dura.
–Igualmente, sería sabio llevarte a la enfermería –. Dijo Baltasar.
–Estoy de acuerdo, permítame llevarlo, señor.
–Descuida, Dairus. Está bien, les puedo asegurar que esto valió la pena.
–¿Es broma? Alteza, mire lo que le hizo ese demente.
–Nada que no esperara, Belftan. Solo quería averiguar algo y esta absurdez me ayudó a hacerlo.
–¿Qué cosa, Alteza? –. Preguntó Elfar confundido.
–Está hablando con enigmas, señor –. Respaldó Dairus a su líder.
En respuesta, Freidr solo miró de forma breve al castillo de su familia, aquel que los miraba con imponencia a unos metros de la arena, aquel que se alzaba por encima de cualquier otra estructura en el continente.
–No es seguro entrenar aquí. Barodius no permitirá que nadie se fortalezca frente a sus ojos sin demostrar que está por encima. Si queremos entrenar, tenemos que salir de aquí. ¿Entienden?
Su respuesta no fue dirigida a nadie más, pero, aunque Ren sabía que le estaba hablando a él y a Linehalt, no quería devolverle la mirada a su amo, pues no quería que más cosas malas terminaran ocurriendo por él.
Sin embargo, ¿qué más podía hacer? ¿Qué ganaba negando la realidad de los hechos? La vida había decidido convertirlo en uno de los tantos frutos de la discordia que existía entre la realeza. Ahora, tenía que asumir la naturaleza de ese papel.
Después de todo, ¿qué era él sino un siervo favorito de hombres más fuertes?
Sin más remedio o lamentos que pudiera expresar su alma dividida por el temor y la macabra responsabilidad que estas personas habían puesto sobre ellos, peleador y Bakugan asintieron con un suspiro compartido.
–Sí, Alteza.
Esta era su vida, su papel estrella: sirvientes, y tenían que estar en paz con ese triste conocimiento para garantizar lo que ambos querían más que nada en el universo.
Una vida fuera de las sombras.
–Bien, empaquen sus cosas, saldremos en dos días. Ya tengo el lugar perfecto en mente para comenzar nuestro entrenamiento.
Debo decir que este capítulo originalmente iba a llamarse "Violencia Intrafamiliar", pero no quedaba bien XDDD
Freidr y Barodius son como mi versión rara de Hamlet. Si conocen el tema de la historia, puede que los ayude a descifrar un poco el futuro de estos dos, aunque no será una calca de la obra, por supuesto; pues es más una inspiración que otra cosa (vino a mi mente un día y se negó a irse).
En el siguiente capítulo, veremos qué mandaron a hacer a Elena y Yamui, mientras este par de bestias se daban en la jeta xP
Sin más que decir, les deseo un feliz 31 de octubre (por adelantado).
