CAPÍTULO 43:
¿CONSPIRACIONES?
Gundalia, Castillo Real
Torre del Príncipe
Este era un trabajo aburrido, probablemente el más aburrido que Zenet había tenido en su vida. Servir en la cocina era una cosa, pero preparar lotes de comida y bebida no era algo que le apasionara especialmente.
Después de haber servido en el ejército y haber crecido con Jesse y Lena en Kharth, se le ocurrían una serie de empleos en los cuales podrían resaltar más sus habilidades. Siempre se había considerado alguien graciosa, divertida y de fácil adaptación, talentos que la podrían ayudar a relacionarse con otras personas.
Aunque, pensándolo detenidamente, tampoco podía quejarse. Si bien pasar horas y horas en la cocina no era su idea de diversión, era mejor que lo que estaba haciendo antes de la llegada del Príncipe Freidr y sus hombres.
Bajo las órdenes de Barodius, había aprendido la importancia de demostrar su valía, de realizar tareas difíciles a la perfección para evitar el castigo, y la verdad era que tenía suerte de ya no estar en eso. Lena había fallado en su batalla contra los Peleadores Bakugan en Neathia y aún se estaba recuperando de las secuelas de su castigo, siendo médicos bajo órdenes de Kazarina su único soporte durante las terapias. Jesse había perdido en la batalla contra Ser Loren de Miriel y ahora debía estar en Kharth, preparándose para competir en los Juegos de Caza. Sin importar cuanto le desagradara su tarea actual, tenía que sentirse aliviada de estar en una cocina y no en el ala médica o peor.
No obstante, pensar en sus amigos más antiguos solo hacía que sus ojos se humedecieran. Se mentiría a sí misma si dijera que no los extrañaba, quería verlos y asegurarse de que estuvieran bien, pero también sabía que eso sería imposible. Jesse estaba demasiado lejos y sus tareas actuales consumían hasta el último minuto de su horario.
Esta situación la hacían sentir cierta amargura hacia el príncipe y su gente, por apartarla de Lena y alejarla de la persona que la había protegido desde que era pequeña. No obstante, no sería tan estúpida como para emitir quejas en voz alta. Lo que menos necesitaba era que alguien más la oyera y abriera la boca con alguno de sus superiores, ya tenía suficientes problemas como para agregar más a su lista.
Además, viéndolo en retrospectiva, esto era preferible a estar en el campo. Después de todo, preparar mucha comida era mejor que luchar en una guerra.
–¿Ya le pusiste sal?
–Ya te dije que sí, Contestir.
–¿Y te aseguraste de poner la llama en el punto exacto para que no se queme la carne?
–Sí.
–Ponle un poco más, así estaremos seguros –. Aconsejó su compañero.
–¿Estás loco? No voy a arriesgarme a arruinar la cena de Lord Dairus solo porque tú no me crees –. Respondió la peliverde.
–Es una ocasión especial, Zenet. No podemos darnos el lujo de estropearlo.
–Sí, lo sé. Confía en mí.
Cocinar para Lord Dairus y el General Eximus realmente no era difícil, el neathiano no emitía queja alguna en la mesa y el gundaliano devoraba todo lo que le presentaran sin dejar nada en el plato. Ni siquiera la carne semicruda de Zenet había logrado afectar el apetito del gundaliano. Algunos incluso decían que Eximus comía tanto como su compañero en batalla.
Una afirmación osada para aquel cuyo compañero tenía el sobrenombre de caníbal.
No obstante, debía tener cuidado en esta ocasión, pues la compañía de su amo actualmente no era el voraz general del príncipe. No, el invitado de esta noche era especial.
–¿Qué están haciendo ahora, Contestir?
–Voy a ver.
Alejándose de su hombro, el Bakugan Haos flotó hasta llegar al otro lado de la cocina, desplazándose en medio de numerosos cajones, platos y ollas hasta llegar a la puerta que separaba la cocina del comedor.
Estando delante del umbral, Contestir se posicionó frente a la cerradura, que le daba un vistazo claro de la otra habitación.
–¿Y bien?
–Siguen con los aperitivos que hiciste. Parece que hablan de la fuga de prisioneros.
–Ay no, eso es malo.
–Tranquila, eso no fue culpa de nadie –. Recordó Contestir a su compañera.
–Lo sé, pero culpar a otros es el deporte favorito por aquí –. Respondió la peliverde angustiada.
–No importa, estamos bajo la protección del príncipe como sus sirvientes. No pueden hacernos nada mientras sigamos sirviendo a Lord Dairus.
Aunque para eso necesitaban la cena lista.
La carne estaba en su punto o al menos eso quería creer. Se veía dorada tras un tiempo al fuego y la salsa le daría una presentación más apropiada para la cena de un noble. La sopa estaba lista, el arroz aún estaba caliente y el postre estaría listo en una hora más o menos.
–Será mejor darnos prisa, ese pan no les durará toda la noche.
–Ya voy.
Dos bandejas grandes tomaron forma frente a sus ojos, llenas de múltiples platillos destinados a conformar una cena completa para dos hombres grandes y con apetito.
–Está listo, creo.
–Démonos prisa.
Tomando con cuidado ambas bandejas en cada mano, la peliverde se alejó del gran mesón en la cocina para dirigirse hacia la puerta que conectaba el espacio con el comedor contiguo.
Cuidadosamente, Zenet abrió la puerta con un empuje de sus caderas, recomponiéndose antes de que el umbral se abriera por completo y dándole acceso a la zona donde su amo compartía con su invitado.
–Lord Dairus, General Nurzak, la cena está lista –. Anunció la peliverde con formalidad.
Tuvo dificultades para moverse, el peso de ambas bandejas era elevado y comenzó a tambalearse a mitad de camino, por lo que su antiguo amo tuvo que adelantarse para ayudarla a descargar la comida en la mesa.
–Gracias, señor.
–Ten cuidado, Zenet –. Dijo el gundaliano mayor.
–Sí, lo siento, señor.
El gundaliano de gran tamaño se recompuso entonces, regresando a su asiento y posicionando una servilleta en el cuello de sus túnicas.
Incluso sentado, Nurzak era imponente. El veterano era tan o más alto que el emperador y el príncipe mismo, lo que le daba un aura más imponente. Sin embargo, a pesar de su firmeza a la hora de trabajar, el hombre también mostraba un carácter paciente y tranquilo, que contrataba mucho con el resto de sus compañeros en las 12 Órdenes.
El cierto modo, Nurzak y Dairus se parecían, siendo ellos los más calmados de sus respectivas facciones. Sin embargo, la frialdad con la que se comportaba el neathiano era incluso mayor a la de su invitado.
–Sirvienta, tráenos una botella de sigmund –. Ordenó Lord Dairus imitando la acción de Nurzak.
–Sí, señor. Enseguida.
Los pies de Zenet de dirigieron rápidamente de regreso a la cocina, en busca de la bebida alcohólica favorita de la clase alta de Gundalia.
Honestamente, Zenet no le encontraba el gusto, pero podía ver cómo hasta el mismo Barodius se llevaba una copa a sus aposentos privados.
Sin embargo, se detuvo frente a la vitrina de botellas al ver que su compañero seguía pegado a la puerta.
–Contestir, ¿qué haces?
–Siguen hablando. Quiero ver si dicen algo importante.
–No deberías espiar, no queremos enfadar a Lord Dairus.
–¿No sientes curiosidad? ¿Y si mencionan a Jesse?
Era una posibilidad interesante, no podía negar que se sentía genuinamente intrigada. No habían sabido nada de su amigo artista desde que el príncipe lo había enviado a Kharth. Con un poco de suerte, Lord Dairus mencionaría algo relacionado con él y tendrían una idea de cómo estaría tras su expulsión de las fuerzas del emperador.
Con pasos delicados, los pies de Zenet la condujeron hasta la puerta, donde pegó el oído a la dura superficie para escuchar la conversación entre ambos hombres.
–¿Sabemos cómo ha avanzado la recaptura de los humanos fugitivos? –. Preguntó la voz de Lord Dairus.
–Todo va en orden, más de la mitad de los prisioneros están de regreso en sus celdas. Parece que algunos civiles les dieron asilo tras la fuga –. Respondió Nurzak.
–Imagino que al emperador no le hizo gracia saber eso.
–No, no lo hizo. Mandó a ejecutar a todos los que ayudaron a los terrícolas a esconderse, como una forma de dar ejemplo.
–¿Funcionó? –. Preguntó el neathiano curioso.
–Lo hizo, sí. Hemos recibido reportes de civiles delatando terrícolas en diversas partes de la ciudad.
–¿Y qué hay de los Peleadores Bakugan?
–Por desgracia, siguen prófugos. Pero no dudo que los encontraremos tarde o temprano.
–Bien, mi hija estuvo buscándolos durante días y no tuvo suerte. Confío en que la asistencia de las fuerzas de búsqueda podrá cambiar eso pronto.
–Lo harán, mi señor. Las unidades se han desplegado en las fronteras, las autoridades de Kharth están al tanto de la situación y el emperador se ha asegurado de que todo Viction se entere de lo que les pasa a aquellos que ayudan a los humanos.
La vista por la mirilla de la puerta era limitada, Zenet apenas podía ver el intercambio entre ambos hombres. Sabator Subterra no se encontraba presente, coordinaba las tareas de los sirvientes en el castillo en ausencia de su compañero, mientras que Belftan había sido enviado a supervisar el trabajo de los esclavos en las canteras a las afueras de la ciudad.
Del mismo modo, la torre del príncipe era una instalación privada, perteneciente solo al peleador más fuerte del imperio y su gente, por lo que oídos indeseados no podrían oír nada de lo que se dijera en esta conversación.
Aunque no lo había mencionado abiertamente, estaba claro que Lord Dairus quería mantener esta reunión en privado.
–No lo veo satisfecho, Nurzak. ¿Acaso es la cena? ¿Tiene una opinión que quiera compartir sobre el trabajo de mi sirvienta?
Al escuchar las palabras de su amo, Zenet tuvo que contener la ganas de pegar un saltito. Lo último que necesitaba era que el invitado de Lord Dairus se quejara de su comida. Hasta el momento, había tenido suerte de no fallar en ninguna de sus nuevas tareas al servicio del príncipe, evadiendo cualquier castigo que éste o sus hombres tuvieran pensados para su servidumbre.
Por suerte, de todos los miembros de las 12 Órdenes, Nurzak siempre había sido el más comprensivo de todos.
–No es eso, mi señor. Todo lo contrario, debo decir que la cena está deliciosa.
–¿En serio? Su expresión muestra lo contrario.
–Es todo el asunto de esta guerra, Lord Dairus. No dejo de pensar en ello.
–¿Tiene algo que ver con las ejecuciones de civiles? –. Preguntó el neathiano curioso.
–Con todo, en realidad. Si bien hemos logrado mantener la ventaja gracias a la división entre las naciones neathianas, los Peleadores Bakugan han logrado desbaratar cada intento que pudiera darnos la victoria y ahora tenemos a todo un sector de su equipo dando vueltas por nuestro territorio –. Argumentó Nurzak inquieto.
–Teme que los terrícolas puedan incitar un movimiento.
No fue una pregunta ni una sugerencia, Lord Dairus estaba declarando lo que parecía ser una realidad. Incluso desde la ranura de la puerta, las facciones aguerridas del gundaliano decayeron con un suspiro mientras se limpiaba con su servilleta.
–Eso temo, sí.
–La gente tendría que ser muy tonta como para intentar rebelarse contra el emperador –. Contestó Dairus con tomó sereno –. Sabe cómo inspirar el miedo.
–Sí, es muy bueno en eso.
La mirada felina del veterano cayó a la mesa, se notaba convencido de sus palabras, pero no orgulloso de la realidad que representaban. La verdad era que Nurzak se veía triste, penoso ante los pensamientos que debían estar desfilando por su cabeza.
–Una vez más, lo noto distraído, Nurzak. ¿Está preocupado acaso?
–Es difícil no estarlo en tiempos de guerra, mi señor.
–Pero pocos sirvientes se notan tan inquietos por las acciones de su emperador.
Si Nurzak se encontró sorprendido, no lo demostró. Sus facciones se notaron rígidas en su lugar, inmutables ante la mirada inexpresiva de su anfitrión.
–Temo que no comprendo a qué se refiere.
–Está bien, Nurzak. No tiene que fingir aquí –. Dijo Lord Dairus alzando las manos –. Puede expresarse con total libertad en la torre del príncipe.
Aunque el tono del neathiano denotaba cierto confort, Nurzak no reaccionó abiertamente ante su significado, optando por levantar una ceja inquisitiva.
–La verdad es que no entiendo que quiere decir, mi señor.
Fue el turno de Lord Dairus de levantar una ceja mientras se limpiaba la boca con su propia servilleta, tomándose su tiempo antes de hablar nuevamente.
–Se me está haciendo agua la boca. ¡Zenet!
Al escuchar a su amo llamar su nombre, la peliverde dio un pequeño salto hacia atrás, tapándose la boca para no emitir el grito contenido en su garganta.
–¡Ya vamos, Lord Dairus! –. Contestó Contestir por su compañera.
–Dense prisa, estamos sedientos.
–Sí, señor.
A velocidad récord, la gundaliana acercó una silla a la vitrina de licores, subiéndose sobre la estructura de madera para sacar la primera botella que estuvo a su alcance.
Había perdido mucho tiempo escuchando la conversación entre ambos hombres y no podía darse el lujo de demorar mucho más con la botella.
En un suspiro, la peliverde regresó al comedor, sosteniendo una botella de sigmund y un par de copas.
–Por favor, disfruten –. Dijo Zenet mientras servía el líquido con cuidado.
Si alguno de los hombres tenía una opinión por su necesidad de inclinarse o usar las dos manos para servir la bebida, se la guardaron para sí mismos y aceptaron las copas con un asentimiento, antes de despedirla con una seña.
Estando una vez más en el refugio de su zona de trabajo, ambos compañeros se encontraron una vez más con el oído pegado a las puertas, cerca de las ranuras de las mismas para ver lo que estaba pasando en el comedor.
–Arzeth Nurzak, lo conozco bien –. Declaró Lord Dairus de pronto.
Zenet no tardó en pegar el ojo a la ranura, mirando atentamente como la expresión de Nurzak se congelaba. El nombre de su antiguo superior era raro de escuchar, el mismo veterano prefería evitar su uso y presentarse por su cargo y su apellido, antes que por su nombre.
Ante el silencio que cubrió la sala, el neathiano continuó con lo que estaba diciendo libremente.
–Usted solía servir en la mesa de Lord Mikrus en las tierras del este, ¿no es cierto? Se dice que logró parar su conflicto con las fuerzas armadas rebeldes durante el gobierno del Emperador Servak sin sacar un solo Bakugan. Una hazaña admirable a mi parecer –. Reconoció Lord Dairus con genuino respeto en su voz.
–Es cierto. Tuve el honor de servir a mi hogar y a su gente, pero no es algo de lo que me sienta orgulloso. Después de todo, la naturaleza de tal hazaña conlleva el peso de un conflicto armado en primer lugar –. Asintió el gundaliano con humildad.
–Pero fue reconocido por tal proeza como un pacificador, uno digno de servir bajo el mando del mismísimo emperador como su voz en las otras naciones.
–¿A qué quiere llegar, Lord Dairus?
Finalmente, el preámbulo había terminado. Nurzak había hecho la pregunta que revelaría la naturaleza de esta plática y, seguramente, de toda esta reunión en primer lugar.
Lord Dairus no era cercano a nadie por fuera de su equipo, por lo que sus motivos para ordenarle invitar a Nurzak a cenar habían sido un absoluto misterio para Zenet.
–¿No es frustrante? ¿No le genera insatisfacción el hecho de haber pasado de servir bajo el mando de un líder tan sabio y pacifico, viajando de un lado al otro por todo el continente, a ayudar a comandar una guerra en la que solo han caído cientos de tropas? –. Cuestionó el neathiano a modo de respuesta –. Yo no podría soportarlo.
Lord Dairus se mostró tranquilo mientras hablaba, dejando que su mirada vagara por la sala hasta llegar a la ventana que daba paso a la luz de la luna.
–Siempre he pensado que un líder debe ganarse el derecho a guiar, especialmente frente a aquellos a los que pretende dirigir –. Comentó el guerrero más grande con un poco de nostalgia en su voz –. Cuando mi familia fue exiliada de Neathia tras la caída de Galdrick Hen, pedimos asilo aquí en Gundalia. Por supuesto, el antiguo emperador pensó en rechazar nuestra petición y entregarnos a los Sheen. ¿Sabe qué lo detuvo?
–Temo que no. Como ya sabe, mi señor, yo estaba sirviendo lejos de la capital en esos tiempos.
–El emperador tenía debilidad por su nieto, el hijo de su primogénito, y éste le pidió a su abuelo que nos diera una oportunidad de demostrar que podíamos vivir en este mundo en paz.
–El Príncipe Freidr –. Concluyó Nurzak.
Aunque la respuesta quedó clara en el momento en que el neathiano asintió con una pequeña sonrisa en los labios.
–Sí, fue él. Convenció al emperador de que podíamos ser útiles y, gracias a eso, tuve la oportunidad de servir aquí brevemente, entrenando a las tropas en el arte del combate y las batallas. Todo mientras mi hija crecía junto al príncipe y su mejor amigo, un vagabundo que buscaba entre la basura de la capital cualquier cosa que fuera comestible.
–Imagino que ese chico era el General Eximus.
–Así es, sí.
Si bien no era lo que Zenet pretendía averiguar, no podía negar que se sentía intrigada por lo que su amo estaba diciendo. Todo esto, toda esta historia, era la razón por la que los hombres del príncipe le eran tan leales, porque lo conocían desde que era un niño, porque los había salvado y habían crecido con él.
Ese era un lazo que Zenet podía entender, era el mismo tipo de vínculo que compartía con Jesse y Lena. Y algo así era mucho más poderoso que cualquier intento de intimidación que pudieran intentar los neathianos o los mismos hombres del emperador.
–Cuando lo conocí, supe que estaba dispuesto a seguir a ese niño. Él se había apiadado de mi familia, él había abogado por nosotros, había hecho sentir bienvenida a mi hija y a un niño mucho menos afortunado que cualquiera. Me quedó claro desde ese momento que era el tipo de líder que quería seguir –. Dijo Lord Dairus con orgullo.
La conversación cayó en un silencio profundo entonces, silencio que solo se rompería con las siguientes palabras del noble neathiano, que ahora miraba la mesa con afiladas dagas en sus grandes orbes.
–Incluso cuando su padre murió y Barodius nos exilió para poder tomar el trono, el príncipe siguió siendo el líder al que juré seguir y no me ha decepcionado. Siempre se ha movido por el bien de la mayoría, eso es algo que respeto profundamente y creo que usted también podría hacerlo, ¿o me equivoco?
–No, mi señor. No se equivoca.
Todo esto era demasiado para procesar. Si Barodius había exiliado al príncipe y a su gente tras la muerte de su hermano, significaba que era un usurpador y que el derecho legítimo al trono le pertenecía al Príncipe Freidr.
Esto, a su vez, también ponía sobre la mesa la posibilidad de que Barodius le hubiera hecho algo más a su propia familia con tal de garantizar su propio ascenso.
No sería raro de pensar, Barodius era monstruoso y no parecía conocer límites, pero el príncipe tampoco se alejaba de esta descripción. Ren había descrito claramente las acciones de su nuevo maestro con tal de torturar a Nick Takahashi y al Leónidas Darkus.
Si Lord Dairus se había visto conmovido y motivado por una muestra de compasión y sabiduría del príncipe, ¿por qué apoyarlo ahora que se había convertido en un asesino y destructor de vidas inocentes?
Tenía que haber más, eso estaba claro. Nada de esto cuadraba correctamente.
–Cada siervo debe elegir al señor que pretende seguir en base a las acciones de éste. Así que, dígame, Nurzak, ¿Barodius es el hombre al que quiere seguir o prefiere a un líder de verdad?
Lo que decía, con tanta seguridad, solo podía describirse con una palabra…
Traición.
El corazón de Zenet latió a gran velocidad, temblando como una máquina fuera de control, amenazando con salirse de su pecho ante lo que su nuevo amo estaba sugiriendo.
¿Serían éstas las intenciones del príncipe en primer lugar? ¿Quería recuperar el trono que le habían robado? Pero no tenía sentido, ¿por qué no hacerlo antes si esa era la intención? ¿Por qué no tomar lo que era suyo por derecho y ya?
¿Por qué conspirar entre las sombras?
Todo esto era peligroso, podía desatar una guerra entre los miembros de la familia real y condenar su campaña contra los neathianos.
Pero, sorprendentemente, Nurzak no mostró emoción alguna. Todo lo contrario, su mirada falta de expresión recayó sobre su anfitrión, que seguían viéndolo con interés.
–¿Me invitó para esto, mi señor? ¿Para incitarme a traicionar al emperador? –. Preguntó Nurzak incrédulo.
–¿Es insultante? Pensé que estaría familiarizado con el concepto.
–¿Qué quiere decir ahora, Xadir? –. Dijo Nurzak cansado de formalidades.
–Solo digo que usted y los suyos no tienen derecho a sentirse indignados por insinuaciones de traición. Después de todo, ya deberían conocer bien el término y su significado.
–¡Me está insultando, neathiano! –. Exclamó Nurzak dejando su asiento atrás.
Instintivamente, Zenet se encogió en su lugar, tan sorprendida como asustada por la forma alta y robusta del veterano.
–Los sistemas del castillo están protegidos por un fuerte código, extremadamente difícil de descifrar para aquellos que no estén familiarizados con el programa. Los humanos solo podrían haber huido de aquí con ayuda de alguien que conozca la forma de interrumpir el funcionamiento del sistema.
–¿Dice que yo ayudé a escapar a los prisioneros?
–No veo por qué no. Gill y Kazarina morirían por Barodius, Airzel moriría por Gill, Stoica es demasiado estúpido y los niños les tienen demasiado miedo como para intentar algo en su contra. Usted es la opción lógica, Nurzak.
–¡Esto es absurdo! ¡No voy a quedarme aquí a escuchar sus insultos!
La forma del gundaliano caminó hacia la puerta del otro lado de la habitación entonces, dejando en claro su furia y su indignación con cada uno de sus fuertes pasos castigando el suelo, mientras murmuraba insultos en voz baja para no dar más importancia a lo que decía el neathiano.
No obstante, antes de que pudiera desaparecer por el portal que conectaba el comedor con los pasillos de la torre, la poderosa voz de Lord Dairus lo detuvo una última vez.
–¿Sabe? Lo invité esta noche, porque quería asegurarme de qué lado se encontraba su lealtad. Me queda claro que ese lado no es el del emperador –. Dijo el neathiano volviendo a sentarse con cuidado en su lugar –. No se preocupe, Barodius no se enterará por mí de sus reuniones clandestinas, Nurzak, pero le sugiero que mantenga los ojos abiertos. Este lugar está lleno de serpientes y sería una pena perderlo por su veneno.
Los filosos colmillos del gundaliano se mostraron entonces, fuertemente apretados por lo que parecía ser la frustración. Aunque resultaba difícil definir el motivo de tal sentir, ¿la indignación de ser acusado por traicionar al emperador?
¿O, quizás, la frustración por haber sido descubierto?
Agitando la cabeza ante semejantes pensamientos, Zenet los hizo a un lado, optando por enfocarse una última vez en el comedor, donde Nurzak dio una última declaración antes de marcharse a paso firme.
–Cuide sus palabras en el futuro, Lord Dairus. La imprudencia se paga caro en este lugar.
El gundaliano no dio tiempo a más réplicas, abandonó el lugar inmediatamente después de terminar su advertencia.
Lord Dairus no pareció darle importancia, regresando la mirada a su cena olvidada en la mesa, usando sus cubiertos para rebanar un pedazo de carne con la toda la tranquilidad que había mostrado desde que Zenet lo había visto por primera vez.
Al ver que el intercambio había terminado, la peliverde ya estaba lista para alejarse la puerta y fingir que su concentración en sus tareas la habían mantenido ajena a la discusión del otro lado de la puerta.
Sin embargo, antes de que pudiera llevar su plan a cabo, la voz de su amo la detuvo en seco.
–Salgan ya, Zenet. Sé que escuchan.
Ambos compañeros se miraron alarmados por un segundo, antes de tragar saliva con temor.
Honestamente, sería absurdo culparlos por oír la discusión. De todos modos, las voces de ambos hombres tenían el volumen suficiente como para penetrar el grosor de los muros y puertas de la torre.
Pero no tenía sentido pensar en eso ahora. Después de todo, era su amo quien tenía todo el poder para hacer con ellos lo que quisiera.
Con las manos fuertemente apretadas, ambos peleadores abrieron la puerta, acercándose al neathiano de gran tamaño con una postura perfecta.
Lord Dairus no dijo nada al instante, optando por limitarse a continuar su cena con total calma, poniendo nerviosa a Zenet por la anticipación.
Poco a poco, el tintineo del tenedor y el cuchillo contra la porcelana de los platos finalmente fue demasiado para soportar.
–Mi Lord, por favor, discúlpenos. No queríamos oír nada de su conversación –. Dijo Zenet con genuino arrepentimiento en su tono.
–Le prometemos no decir nada a nadie, Lord Dairus –. Juró Contestir solemnemente.
–No me interesa si abren la boca.
La dureza detrás de sus palabras congeló tanto a Zenet como a Contestir, que enmudecieron en el momento en que su amo los detuvo con poco interés en sus palabras.
A pesar de que ahora eran tres personas las que conocían sus pensamientos acerca del emperador y la verdad detrás de su herencia, Lord Dairus seguía tranquilo e indiferente a lo que otros hicieran con esa información.
–Son libres de decirle a Barodius si así lo desean, al igual que Nurzak. ¿Quién sabe? Tal vez, incluso podrían ascender algunos escalones, aunque no sé qué tanto valga eso ahora.
–P-Pero… señor… –. Comenzó Zenet sorprendida –. Si el emperador se entera… él…
–¿Qué? ¿Enviaría a sus perros a deshacerse de mí? –. Respondió Dairus con una risa incrédula –. Ese es un reto demasiado grande para esos gusanos.
–Pero… señor… nosotros no…
–Ya basta, Contestir. No pienso detenerlos de hablar, pues están en su derecho –. Interrumpió el neathiano al Bakugan –. Sin embargo, espero que entiendan que, si insisten en apuñalarme por la espalda, pagarán la sentencia que le damos a los traidores.
Una vez más, Zenet tuvo que contener las ganas de tragar saliva por el nerviosismo. Si bien no había tenido el desagrado de conocer el castigo al que se sometía a los traidores, había escuchado rumores sobre el talento de los torturadores a la hora de desempeñar su trabajo.
Solo podía imaginar cómo los castigarían personas que entre sus hombres tenían a una criatura que se llenaba comiendo la carne de su propia especie.
–Sí, señor. Lo entendemos.
–Bien, tampoco quiero que digan nada a nadie con respecto a Nurzak.
–Mi Lord, ¿está seguro? –. Cuestionó Contestir por su compañera.
–Lo estoy, lo que haga Nurzak no es nuestro asunto, así que no vamos a meternos en eso. Manténgase leales solo nosotros y los protegeremos. Si las 12 Órdenes intentan algo en su contra, búsquennos y haremos que se arrepientan por atentar contra nuestros cocineros –. Dijo Lord Dairus terminándose el contenido de su plato en tiempo récord –. Seguro que a Barodius le sobran hombres con los cuales llenar esos puestos.
No dirían nada, no por lealtad a Barodius o a Lord Dairus, sino para evitar una masacre. Según Ren, la dinámica entre las fuerzas del príncipe y el emperador eran una bomba de tiempo, esperando impacientemente el momento para estallar.
Lo último que quería Zenet era ser la causa de esa catástrofe. Por ahora, lo mejor sería mantener la boca cerrada y hacer lo que se esperaba de ella y Contestir.
–Sí, señor.
–Bien, ahora, necesito que vuelvan a la cocina y dividan toda la comida en contenedores –. Ordenó el neathiano limpiándose con su servilleta una última vez.
–Disculpe, señor, pero ¿podemos preguntar por qué? –. Dijo Contestir confundido.
–Los esclavos en las canteras están hambrientos, necesitan comer y ese no es un hecho en el que piensen muy seguido por aquí. Nurzak ha intentado sin mucho éxito cambiar eso, así que vamos a poner nuestro granito de arena.
–Entonces, ¿para eso estuvimos desde temprano en la cocina? –. Dijo Zenet con más claridad sobre el tema.
Por desgracia, Lord Dairus no pareció percibirlo de la misma forma y le dirigió una mirada penetrante al escuchar su pregunta.
–¿Acaso es una tarea indigna para ti, mujer? –. Dijo el neathiano ocultando la brusquedad de su voz.
–No, no, señor. Para nada –. Se apresuró a responder la peliverde.
–Bien, muchos de esos esclavos son mis hermanos y hermanas neathianos. Necesitan comida y eso les vamos a dar durante todo el tiempo que nos sea posible. ¿Fui claro?
–Sí, señor –. Dijeron ambos compañeros al unísono.
–Muy bien. Dense prisa, Mason Brown debe estar esperándonos en este momento. No queremos perder más tiempo.
Esa última parte llamó la atención de Zenet, que miró a su amo con renovada confusión.
¿A qué se refería con que Mason los debía estar esperando? Su compañero de equipo no había titubeado a la hora de enfatizar su desagrado por el príncipe y su familia. ¿Qué hacía sirviendo a uno de los hombres de Freidr?
–Disculpe, señor. ¿Acaso dijo "Mason Brown"? –. Preguntó la peliverde, a lo que el hombre asintió.
–No sabíamos que él también había entrado a su servicio –. Dijo Contestir esta vez.
–No lo ha hecho, pero una de las indicaciones que nos dejó el príncipe antes de irse fue que cuidara a los restos de su equipo –. Respondió el hombre señalando a ambos compañeros –. Hasta que vuelvan, Brown servirá bajo mi supervisión, al igual que Lena Isis una vez que retome sus funciones.
No, no, no. Eso no podía hacer. Mason estaría bien bajo la protección de Lord Dairus, nadie se atrevería a desafiar a un veterano de guerra al servicio del peleador más fuerte, pero Lena no podría acceder a estos retorcidos beneficios hasta que retomara sus tareas.
Estuvo a punto de cuestionar a su amo, pero solo se encontró con una mirada aparentemente pintada con los colores de la pena por parte del mismo. Eso era raro de ver, Lord Dairus no mostraba ningún rastro de calidez normalmente, pues en sus ojos solo se podía percibir la dureza típica de un hombre como él.
Ver esa expresión, en ese rostro aguerrido, resultaba sumamente extraño.
–No se preocupen por sus amigos. Lud y Elfar vigilan que Kazarina no le ponga las manos encima a Isis y el príncipe me dijo, antes de partir, que Glenn estaba sano y salvo en Kharth, listo para participar en los Juegos de Caza. Imagino que ya debe estar en la capital, preparándose con los demás participantes para la competencia.
Sinceramente, no sabía cómo sentirse ante tal respuesta. No le daba mucha más confianza saber que unos sádicos como Lundarion Eximus y su Elfar Ventus eran los custodios de su amiga durante su recuperación o que Jesse se debía estar preparando para unos juegos en los que fácilmente podía perder la vida.
Pero no lo demostró. Lord Dairus ya había hecho mucho compartiendo esta información valiosa y no iba a ser tan estúpida como para insultarlo con una expresión incrédula. Una de las lecciones más valiosas que le habían dejado Ren y Jesse antes de irse era que debía sobrevivir, sin importar lo que sintiera.
Lo haría, lo haría por sus amigos y camaradas. Sobreviviría, incluso si tenía que ocultar su verdadero sentir por la cruda realidad que la rodeaba.
En lugar de eso, solo asintió con falso alivio y gratitud.
–G-Gracias, señor.
–Bien, vayan por esa comida lo más pronto posible. No sé cuánto tiempo estaremos fuera, así que debemos dejar a los esclavos suficientes suministros para sobrevivir a nuestra ausencia.
–¿Ausencia, señor? No sabía que teníamos un viaje programado –. Dijo Contestir estupefacto.
–Así es. Ahora que el príncipe movilizó las tropas al sur de Neathia y Lud logró capturar con éxito a Lord Nirius Eltarn, se nos pidió viajar a territorio enemigo para frustrar todo intento de rescate que los Peleadores Bakugan pudieran llevar a cabo.
–Disculpe, pero ¿no sería más fácil traer al sujeto aquí? Es más seguro después de todo –. Cuestionó Zenet confundida por los planes de sus amos.
–El príncipe no quiere que Barodius le ponga las manos encima a una carta de ese tamaño. Prefiere que nosotros nos encarguemos de su custodia hasta nuevo aviso. Brown y Avior también vendrán con nosotros.
Los nervios recorrieron la espalda de Zenet al entender la naturaleza de sus futuras tareas. La verdad era que no podía creer que esperaban que volviera al campo. Después de las derrotas de Jesse, Mason y Lena en Neathia, solo podía temer ante la idea de correr con esa misma suerte contra los humanos y delante de sus nuevos amos.
–Señor, no quiero cuestionar su decisión, pero temo que no pueda serle de utilidad en la batalla. En realidad, preferiría no estorbarle a usted y a Mason durante la lucha con las fuerzas enemigas –. Confesó Zenet con temblorosa honestidad.
–Sí, lo sé. Y por eso no pienso ponerlos en el frente, se quedarán en el interior de nuestro territorio y cuidarán a los prisioneros junto con el resto de los soldados. Hace mucho que no peleo y me gustaría hacerlo sin preocuparme por ustedes.
No podían negar que, aunque ellos mismos evitaban la idea de luchar, se sentían un poco insultados por la brutal honestidad en las palabras de su señor.
Sin embargo, una vez más, ambos se callaron para evitar decir algo inoportuno, optando por asentir mientras agradecían y se daban la vuelta para volver a la cocina.
Mentiría si dijera que no estaba preocupada. Su equipo estaba fragmentado desde hacía mucho y nadie sabía que camino les deparaba la cruel realidad en la que vivían.
Ren se había ido junto con su pequeña y el príncipe a un lugar que nadie más que los confidentes de este último conocían, con la instrucción de no decir nada a nadie sin autorización. Sid, por otra parte, había desaparecido junto con Rubanoid tras la pérdida del Elemento, Jesse se encontraba en el país más lejano de la capital posible y Lena se recuperaba bajo la vigilancia de unos monstruos. Esta situación había dejado a Zenet y Mason solos, obligados a cuidarse mutuamente a pesar de su incapacidad para ponerse de acuerdo.
Dónde fuera que se encontraran ahora, Zenet solo podía esperar que Ren y Linehalt estuvieran mejor que ellos.
El único problema era que, bajo las órdenes del Príncipe Freidr, no se podía asegurar nada.
Gundalia, Viction
Ubicación desconocida
–La encontramos justo donde dijo que podría estar, Alteza. La transferimos al área médica hace unas horas y la tenemos bajo una revisión intensiva.
–Es bueno oírlo, doctor. ¿Los hombres hallaron rastro de los fugitivos?
–No, señor. Los fuertes vientos borraron los rastros que pudiera dejar su transporte o sus huellas.
–Entiendo. Continúen cuidando a Elena entonces, nosotros llegaremos pronto. Me gustaría verla lo más pronto posible.
–Lo haremos… pero… señor…
–¿Qué pasa, doctor?
–¿Deberíamos avisarle a Lord Dairus?
–No, él está al tanto de la situación.
La llamada terminó poco después de recibir la respuesta del doctor. Habían pasado ya unas horas desde su partida del castillo, optando por mantener un ritmo lento para que la pequeña acompañante que se encontraba a su lado pudiera acostumbrarse a la idea de movilizarse en un vehículo aéreo.
Había funcionado, por supuesto. Ren y Linehalt podían ver con cierto alivio como la pequeña Aiko veía por la ventana de la pequeña nave con fascinación las millas de territorio rural que se extendían frente a sus ojos.
El espacio del transporte era bastante compacto, ofrecía apenas el suficiente espacio para que el piloto pudiera maniobrar y sentarse cómodamente en la silla más cercana al filo de la nave. Detrás de él, otros dos asientos se encontraban firmemente plantados, listos para recibir a dos pasajeros que acompañaran al piloto al destino establecido en el mapa frente a la silla del piloto.
Aunque el mapa no tenía una función real en estos momentos, la pantalla se encontraba cubierta por un color oscuro que indicaba su estado actual como apagada.
Según el conductor, no la necesitaban para llegar a su destino, su compañero conocía bien el camino a pesar de su prolongada ausencia.
–Ren, mira. Creo que vi unos animales pasar.
–Qué bien, pequeña –. Dijo el peligris con falsa alegría.
La verdad era que le importaba muy poco el paisaje debajo de ellos. No podía despegar la mirada del hombre que pilotaba el vehículo, inmerso en su propia tarea desde el momento en que la llamada con el doctor había terminado.
Hasta donde sabía, la General Elena había sido enviada por el Príncipe Freidr a cazar a los humanos y, si bien había tenido éxito al localizarlos en alguna parte de los desiertos de Azgârn, se había visto incapaz de someterlos.
Le había costado mucho trabajo procesarlo una vez que se había enterado de la situación. ¿Cómo era posible que Elena y Yamui, guerreras bajo el mando de los peleadores más fuertes del imperio, hubieran perdido contra los humanos? El príncipe y Baltasar ya los habían vencido una vez.
Al pedir una explicación a lo sucedido, lo único que había recibido por parte de su nuevo maestro había sido una frase seca sobre cómo los fugitivos habían dado con la forma de escapar, usando sus limitados recursos a su favor.
Por supuesto, eso no explicaba cómo Nick y los otros habían logrado vencer a Elena y Yamui, llegando hasta el punto de necesitar atención médica para salvar la vida de la Bakugan.
Pero tampoco pensaba pedir una explicación más detallada. Los rumores de la relación de Baltasar y el príncipe con Elena y Yamui eran bien conocidos en el castillo, para nadie era un secreto que la neathiana visitaba constantemente los cuartos de su líder, dando paso a una serie de gemidos y gritos apasionados que se escuchaban fuertemente por las noches.
Si los rumores eran ciertos, y claramente lo eran, el príncipe y su general eran amantes cuanto menos y en los ojos casi perdidos del gundaliano mayor se podía notar la preocupación por la salud de la neathiana tras lo que debió ser una intensa batalla con sus enemigos.
No obstante, lo que más llamaba la atención, tanto de Ren como de Linehalt, era que Baltasar no parecía mostrar el mismo nivel de preocupación por Yamui. Hasta donde sabían, ambos Bakugan, al igual que sus compañeros, sostenían una relación llena de cercanía y la mayor intimidad que les era posible cuando se perdían por horas entre las montañas al norte de la capital. Sin embargo, Baltasar no expresaba mayor emoción estando en el hombro de su compañero, sino que prefería mantener la mirada fija en el trayecto que estaban siguiendo y dando indicaciones al príncipe mientras avanzaban.
Les costaba definir el motivo de esta conducta tan fría por parte del Bakugan, como si no le importara lo que ocurriera con su propia pareja.
Habían pasado tanto tiempo mirando a sus nuevos maestros, que ambos peleadores Darkus tuvieron que contener el impulso de respingar cuando la grave voz de Baltasar cortó su silencio.
–¿Tienen alguna pregunta para nosotros, Linehalt? –. Preguntó el Bakugan Haos de pronto, dirigiéndose al guerrero alado específicamente.
–No, no, señor –. Dijo Linehalt avergonzado por haber sido descubierto.
–Entonces, ¿por qué llevan mirándonos tanto tiempo? –. Cuestionó el príncipe sin desviar la mirada.
Al escuchar una vez más la voz del príncipe, la pequeña Aiko se encogió en su asiento de forma casi instintiva. Aunque la presencia de sus guardianes resultaba calmante para ella, ver al hombre que había ordenado la muerte de otros humanos era motivo más que suficiente para reaccionar de manera más defensiva.
Al ver la acción de la pequeña, Ren se permitió un segundo para acariciar el cabello de la pequeña humana en un intento de calmarla.
–No era nuestra intención, señor. Nos preguntábamos cómo estaría la general, perder de esa forma contra los humanos es un asunto grave –. Justificó Ren evocando la mayor calma posible –. Solo nos preguntábamos por qué se ven tan tranquilos. Es todo.
–Los humanos no nos preocupan, no todavía. Si lograron derrotar a Elena y Yamui a pesar de ser inferiores, entonces ellas pecaron de ser débiles, carecían del nivel requerido para completar su tarea –. Dijo Baltasar con sencillez.
–Les falta más entrenamiento y es por eso que se van a quedar con nosotros. ¿Quién sabe? Puede que incluso ellas también aprendan algo –. Continuó el príncipe por su compañero.
La mirada felina de Ren se clavó en la nuca del príncipe. Si bien se había hecho rápidamente a la idea de que el hombre y su compañero respetaban la fuerza más que cualquier otra cosa, le costaba creer que aplicaran la dureza de su filosofía hasta en sus propias amantes.
No podía negar que sentía cierta lástima por la general y su compañera. Una persona normal en su situación esperaría encontrar calidez y consuelo en los brazos de su pareja tras sufrir una derrota de esa magnitud, pero Elena y Yamui solo hallarían decepción por parte de Baltasar y entrenamiento por parte de Freidr, en un afán de obligarlas a ser más fuertes.
–Disculpe, señor. Pero todavía no nos ha dicho adónde nos dirigimos –. Recordó Linehalt al príncipe.
–Necesitamos un lugar apartado en el cual entrenar. Sé que a Barodius no le gustará ver cómo, de todos sus esclavos, sean ustedes quienes se fortalezcan frente a sus narices.
–Si tenemos razón, y así es, el emperador hará todo lo que esté en su poder para asegurarse de que ustedes no progresen.
–¿Por qué? Seríamos activos más valiosos si fuéramos más fuertes –. Dijo Linehalt una vez más.
–Porque teme a sus capacidades. Está seguro de que, si explotaras todo tu potencial, Linehalt, podrías ser una amenaza para su reinado –. Respondió Baltasar.
–Barodius no es tonto, no permitirá que haya peleadores más fuertes que él, pues nos percibe como una amenaza. Así que se asegurará de no haya más Bakugan que superen a Dharak –. Siguió el príncipe entonces.
–Y ahora que tienen en su poder muestras de ADN de Leónidas, solo podemos asumir que buscarán el modo de usarlas a su favor para fortalecerse.
Ese conocimiento obligó a Ren a detener el tren de sus pensamientos. Armado con sus ejércitos, su tecnología y el mismo Lord Dharak, Barodius ya era temible. Solo podía imaginar el monstruo que sería si usara muestras de ADN de Leónidas para fortalecer a su Bakugan.
Entre sus manos, tendrían a un líder con un poder devastador, capaz incluso de rivalizar con los más fuertes del imperio.
Pero había algo que llamaba la atención del peligris sobre todo esto y era la tranquilidad con la que Baltasar y el príncipe se tomaban la situación. Como si no fuera nada de qué preocuparse.
¿Acaso el poder se les había subido a la cabeza? ¿Tenían exceso de confianza desde siempre? ¿Por qué no parecían reaccionar a la magnitud de lo que estaban discutiendo?
Antes que preocupados o, al menos, inquietos, ambos se veían aburridos.
¿Qué rayos pasaba por sus cabezas? La curiosidad era demasiada como para calmarla por más tiempo.
–¿Y eso no les inquieta?
–No, lo más probable es que no funcione. Lo que sea que pretendan, no dará resultados –. Respondió el peligris mayor con calma.
–¿O quién sabe? Quizás tengamos suerte y Dharak muera como una rata de laboratorio –. Sugirió Baltasar con una risa oscura.
–Ambos sabemos que eso no va a pasar. Además, su caída les corresponde a otros.
–Tienes razón, pero no puedes negar que es una imagen encantadora.
Si el príncipe se rio o no de la mala broma de su compañero, Ren no se dio cuenta. No paraba de pensar en lo que estos dos estaba diciendo con tanta naturalidad, hablaban como si ya conocieran perfectamente lo que pasaría en esta guerra y el desenlace del emperador, pero tal cosa no podía ser posible.
Sabía que el príncipe era desafiante con su tío, no profesaba ni un ápice de temor hacia él, pero bromear con la posibilidad de su caída como si no fuera más que un juego tonto era demasiado, incluso para alguien en la posición de Freidr.
–Entonces, ¿dónde vamos a entrenar? Imagino que tenemos que apartarnos de la capital –. Comentó Ren, ansioso por cambiar tema.
En los ojos de su pequeña protegida se podía ver el temor y la inquietud por lo que sus carceleros hablaban con total libertad. Lo último que quería era que Aiko se asustara más de lo que ya debía estar.
–No comas ansias, Ren, no falta mucho. En cuanto lleguemos, nos tomaremos la noche para establecernos y descansar.
–Empezaremos mañana temprano, así que tienen que reponer energías y estar tranquilos. ¿Está claro?
–Sí, señor –. Asintieron ambos peleadores al unísono.
–Bien, porque ya llegamos.
La respuesta del príncipe puso ansioso al gundaliano más joven, que saltó ligeramente de su asiento para acercarse y mirar por la ventana de la nave a su destino.
Se arrepintió en el mismo instante en que sus ojos se posaron sobre su destino, aquel que lo paralizó en su lugar, repleto de miedo por todo su cuerpo.
Frente a sus ojos, un gran castillo les daba la espalda, de torres negras y filosas que apuntaban al cielo nublado de esta oscura noche. Las estructuras que conformaban la obra arquitectónica eran altas y robustas, denotaban una gran fuerza que muchas construcciones del planeta solo podrían envidiar.
El castillo abarcaba un gran espacio, era gigante y ocultaba un pequeño ejército de luces que se encontraban al frente de sus grandes puertas hechas de los materiales más fuertes que Gundalia tenía para ofrecer. Sus ventanas, fabricadas con vidrios reforzados, contaban con afilados marcos negros de metal que delimitaban el alcance del vidrio y le daban un sello de identidad siniestra a la estructura.
Sus corredores eran negros, tanto los del interior como los del exterior, marcados por el paso de los años y el deterioro que venía con la falta del apropiado mantenimiento. Sus luces, apenas eran visibles, pues la oscuridad del establecimiento amenazaba con engullir hasta la partícula de brillo más pequeña que tuviera la osadía de iluminar su oscuro entorno.
Si había algo que Ren pudiera decir de este lugar con total certeza era que la gélida naturaleza no había hecho más que asentarse después de años de claro abandono, que había dado como resultado muros faltos de pintura y cuyo granito comenzaba a caer al suelo, atraídos por la oscuridad que crecía bajo las bases del castillo.
Por supuesto, Ren no podía ver nada de esto, pero no necesitaba hacerlo para conocer lo que se encontraba del otro lado. Después de todo, al igual que Linehalt, había pasado los últimos años deseando nunca volver a este maldito lugar.
El inframundo residía bajo las fuertes torres, bajo el antiguo concreto y los pies de los ciudadanos que veían el establecimiento como una reliquia abandonada. La peor parte era que nadie más que Ren y Linehalt se daba cuenta de esto, nadie entendía el mal que residía bajo sus pies en estos momentos, nadie podía ver las raíces de las sombras que infectaban la tierra, en un afán por consumir la luz de la superficie.
–A-Alteza… por favor… no me diga que…
–Aquí nos quedaremos, sí. Preferiría estar más lejos de la ciudad, pero no vamos a estar mucho tiempo en ella afortunadamente.
¿Cómo podía decir esto? ¿En qué estaba pensando? Esto tenía que ser una broma, una broma cruel del príncipe o del destino mismo.
Se les había prometido que jamás tendrían que volver a este lugar, que nunca tendrían que verlo nuevamente. Toda su carrera como soldado se había basado en el único propósito de evitar este regreso.
Este castillo estaba maldito, en él crecía la oscuridad de un salvajismo que nadie debería tener cerca nunca.
Esto no podía ser cierto, tenía que ser una broma. Debía serlo.
El único problema era que no se escuchaban risas por ningún lado, solo el helado susurro de las sombras, que crecía conforme se acercaban.
–¿P-Por qué…? –. Dijo Ren alarmado.
Su voz comenzó a temblar al ritmo de sus palabras, dejando ver el temor que lo estaba invadiendo ante la vista que tenían enfrente.
–Alteza, por favor, reconsidere esto. No podemos estar aquí, simplemente, somos incapaces.
Los ojos felinos del príncipe se encendieron en lo que solo podía describirse como una ira ardiente, del mismo color que sus pupilas doradas, en una expresión que denotaba toda la rabia que le había producido escuchar las palabras de Linehalt.
Las manos del príncipe se apretaron con fuerza en las palancas de mando, asegurándose de no desviar el curso de la nave mientras batallaba con su propia ira.
Ren quiso hacer algo, quiso tomar a su compañero, alejarlo del príncipe, pero no fue capaz. Sus heladas y sudorosas manos se apretaron en su pantalón, dejando una sutil huella de la humedad que ahora brotaba de sus palmas y sus dedos. Su corazón latía de forma errática, como si estuviera tratando de abandonar su pecho. Su visión se tornó borrosa, obstaculizada por las capas de lágrimas y sudor que se pusieron delante de sus orbes cada vez más irritados.
–¿Qué pasa, Linehalt? Deberían estar felices de volver a casa –. Regañó Baltasar a sus nuevos aprendices –. El Abismo de los Hemm Racân lleva mucho tiempo sin un Vormund cerca. Como el último miembro de la familia y el último de los Bakugan que habitaron esta entrada, deberían estar felices de regresar.
Pero no lo estaban. Si bien Linehalt aún podía reaccionar a las palabras de sus maestros, Ren estaba paralizado, completamente inmóvil ante lo que todo esto implicaba. Su niñez y su adolescencia, ambas basadas completamente en la idea de huir de este infierno, habían sido en vano, pues aquí estaba una vez más.
El mismo lugar en el que había conocido el miedo, el mismo lugar en el que había perdido la luz, el lugar de su más grande caída. La memoria de su abuelo vivía en este mausoleo y aún estando afuera podía escuchar la voz del anciano diciéndole que este era su deber, su papel, el mismo que lo había hecho rechazar su apellido y usar el de su madre.
Krawler.
–Lo siento, pequeño.
Una suave y delicada mano se posó sobre la suya, tratando de ofrecerle confort. La pequeña Aiko, con un corazón gigante, ahora mismo intentaba consolar a su guardián con la única atención que podía ofrecerle: su compañía.
Pero, si bien la presencia de su protegida ayudaba al peligris más joven a desviar la mirada, no podía decir que estuviera mejor. Sin importar cuanto apreciara los gestos de la niña, este no dejaba de ser su infierno en la tierra, su castigo personal, su trauma inmóvil y paciente, que llevaba mucho tiempo esperando su regreso.
En su mente, ahora mismo, solo habitaban los pensamientos de grandes colmillos y garras, manchas carmesíes en el suelo, pintando el verde del pasto con el color espeso de la sangre. Y lo que más recordaba de todo.
Oscuridad.
Tinieblas que consumían la escasa luz que había en su vida, que ennegrecían su visión y les daba un camuflaje a aquellos demonios que aún lo torturaban en sus pesadillas, aquellos que quebraban su temple en pedazos, como si no fuera más que un mero cristal.
Y fue en el marco de una visión borrosa, que Ren pudo divisar dos manchas doradas mirándolo fijamente, simulando una recreación exacta de los depredadores que lo veían desde las sombras, que humedecían sus colmillos con su saliva y raspaban la roca con la fuerza de sus garras.
–¿Tienes miedo, Ren?
Quería decir que no, quería aparentar valentía por su pequeña protegida, quería mostrarse como la roca que sostendría el peso de este dolor y que no se rompería frente al abrazo devastador del inframundo al que ahora se estaban dirigiendo.
Quería hacer tanto, pero su voluntad rota no le permitió hacer nada más que encogerse lleno de pánico, con su corazón palpitando con más y más frenetismo, con la claridad de su visión deteriorándose en la penumbra.
Al final, su silencio, su reacción, sus gestos, todo dio una respuesta clara a la voz de aquel que le había hecho la pregunta.
¿Había sido el príncipe? ¿Baltasar? No lo sabía, le resultaba imposible tratar de identificar la voz que hizo eco en sus pensamientos mientras su mentón caía sobre su pecho. Tal vez, había sido alguien más, ajeno a esta nave.
No lo sabía y tampoco le importaba. Lo único que sabía era la respuesta a tal pregunta, la última palabra que pronunció antes de que sus ojos se cerraran y todo a su alrededor se pintara en negro.
–Sí.
–Entonces, estamos en el lugar correcto.
Lo último que escuchó antes de que la inconsciencia se apoderara de su mente fue la petición de un médico a la nave que estaba a punto de aterrizar y las voces de Linehalt y la pequeña Aiko llamando su nombre con desesperación.
Después de años huyendo de esto, aquí se encontraba. A pesar de todos sus esfuerzos, había vuelto a casa y la oscuridad había sido la primera en darle la bienvenida.
Con esto terminamos el capítulo. ¿Cómo pasaron la navidad y el Año Nuevo? ¿Bien? ¿Les llegaron mis obsequios? ¡Santa Michi les mandó un auto (invisible)!
Lamento haber tardado tanto al subir este capítulo, estuve fuera las últimas semanas, pero finalmente el entrenamiento de Ren va a comenzar. Y con él, tengo la intención de ahondar todo lo que me sea posible dentro del lore que espero darles a los Bakugan Oscuros, para eso, también jugaremos más con las presencias de Baltasar, Freidr y las Piedras de la Evolución.
Sin embargo, antes de que eso pase, hay que hacer la presentación formal de dos Bakugan gundalianos que aún falta introducir en el campo de batalla.
