Holi, People XD perdí mis lentes, los he tenido por 4 años y me pasa esto jajajaja porque me pasan estas cosas a mi!
ANGEE: Holi, gracias por el comentario ¡Siiii, un milagro de Navidad!
Hasta la eternidad
†
Capitulo IX
Oh mi amor ven a tomar mi mano
Como hiciste en mi tierra de sueños
Renji apenas alcanzó a terminar la frase antes de tambalearse más de lo habitual. Menoly, con los labios aún cerca de los suyos, notó cómo su cuerpo cedía al peso del mareo. Su mirada se desvió hacia el rostro del hombre, que ahora lucía desorientado, con un rubor que se intensificaba por el alcohol y la cercanía.
Cuando Renji finalmente cayó hacia adelante, Menoly se apartó con agilidad, dejando que el pelirrojo se desplomara sobre la alfombra con un leve sonido sordo.
Lo observó desde arriba, sus labios curvándose en una sonrisa de pura satisfacción.
—Vaya, vaya... parece que no puedes manejar todo el "calor" después de todo —susurró para sí misma, inclinándose ligeramente hacia él.
El cabello de Renji estaba húmedo, pegándose a su frente, mientras su respiración profunda y pesada indicaba que había caído en un estado de inconsciencia. Menoly tomó un momento para acomodarse, arreglando los pliegues de su vestido, y luego se agachó junto a él, sin perder la elegancia que siempre la caracterizaba.
—Bueno, querido —murmuró mientras apartaba un mechón de cabello de su rostro con delicadeza, como si realmente le importara su estado—. Esto será más fácil de lo que pensé.
Menoly se levantó con elegancia, alisando su vestido antes de abrir la puerta de la habitación. Desde el umbral, echó un vistazo rápido al pasillo, fue hacia el bar y divisó al cantinero que estaba limpiando la barra al final del corredor. Con una sonrisa amable pero apurada, le hizo un gesto para que se acercara.
—Disculpe, señor —dijo Menoly, adoptando un tono dulce y algo avergonzado—, pero mi amigo aquí... bueno, parece que se ha excedido un poco. No puedo cargarlo yo sola, ¿podría ayudarme a subirlo a la cama? Es más pesado de lo que imaginé.
El cantinero, un hombre robusto con brazos curtidos por años de trabajo, soltó un leve suspiro, dejando el paño sobre la barra.
—Por supuesto, señorita. No será la primera vez que alguien termina así en este lugar. Déjeme echarle una mano.
Subió las escaleras detrás de Menoly, quien se apartó para dejarlo pasar a la habitación. Al entrar, el hombre observó a Renji tendido en el suelo, con su cabello desordenado y el rostro marcado por el exceso de alcohol.
—Vaya, este sí que tuvo una buena noche. Vamos a levantarlo —dijo mientras se inclinaba y tomaba a Renji por debajo de los brazos.
Menoly, aprovechando la situación, hizo como que intentaba ayudarlo, aunque en realidad dejaba que el cantinero hiciera todo el esfuerzo.
—Gracias, de verdad, no sé qué habría hecho sin usted —comentó, sonriendo mientras observaba cómo colocaban a Renji sobre la cama.
El cantinero acomodó al pelirrojo con cuidado, asegurándose de que estuviera en una posición cómoda. Luego se enderezó, limpiándose las manos en su delantal.
—Ahí está. Lo mejor será que descanse un rato. ¿Necesita algo más, señorita?
Menoly negó con la cabeza, manteniendo su expresión amable.
—No, esto será suficiente. Muchas gracias por su ayuda. Le prometo que me encargaré de él.
El cantinero asintió y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Una vez sola, Menoly se acercó a la cama y lo observó con una mezcla de diversión y satisfacción.
—Perfecto —susurró, inclinándose para ajustar una de las almohadas bajo la cabeza de Renji—. Ahora, querido, vamos a asegurarnos de que juegues exactamente como necesito.
Menoly se acomodó en el borde de la cama, observando con detenimiento a Renji, que respiraba profundamente, perdido en un sueño inducido. Una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro mientras pasaba la punta de sus dedos por el borde de la almohada.
—El sedante afrodisíaco hizo su trabajo a la perfección —murmuró, hablando para sí misma. Su voz era apenas un susurro en la habitación en penumbra—. Según lo que me dijeron, lo sumirá en sueños llenos de sus más íntimas fantasías... Y por cómo me miraba antes, estoy segura de que será una experiencia bastante interesante para él.
Se levantó con elegancia y caminó hasta la pequeña mesa junto a la ventana, donde había dejado su copa medio vacía. La sostuvo con delicadeza, observando el rojo profundo del vino, y se permitió un momento para disfrutar de su propio ingenio.
—Ahora, querido Renji, soñarás con lo que más deseas... y cuando despiertes, estarás completamente bajo mi control. —Hizo girar el vino en la copa antes de dar un pequeño sorbo, saboreando no solo la bebida, sino el progreso de su plan.
Volvió a mirarlo, ahora profundamente dormido, su rostro relajado, ajeno a la manipulación que había caído sobre él. Menoly ajustó el dobladillo de su vestido con cuidado y se acercó nuevamente a la cama, inclinándose para susurrar cerca de su oído:
—Duerme bien, porque cuando despiertes, no tendrás idea de lo que hice... pero sabrás que no podrás negarte a mí.
La luz del amanecer se colaba tímidamente por las cortinas mal cerradas, iluminando el cuarto con un resplandor suave. Renji abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la claridad. Su cabeza palpitaba con un leve dolor, y su cuerpo se sentía extraño, como si algo lo hubiera arrastrado a través de un sueño que no podía recordar del todo.
Giró un poco y entonces la vio. Menoly estaba a su lado, recostada sobre una almohada, cubierta por la misma sábana que envolvía parcialmente su cuerpo. Su cabello desordenado caía sobre su hombro, y una expresión tranquila adornaba su rostro mientras lo observaba.
—Buenos días, dormilón —dijo ella con una voz suave pero cargada de intención, como si el peso de sus palabras fuera mucho más profundo de lo que parecía.
Renji tragó saliva, sintiendo la boca seca, mientras su mirada recorría el cuarto y volvía a ella. Su mente trataba de reconstruir lo sucedido, pero todo lo que encontraba eran fragmentos: risas, vino, el calor de unos labios, y después... nada. Nada más que este despertar junto a ella.
—Uh... buenos días —respondió, su voz ronca, insegura, mientras intentaba enderezarse, solo para sentirse más torpe de lo habitual.
Menoly sonrió, su expresión entre juguetona y controladora, mientras ajustaba la sábana sobre su hombro.
—Espero que hayas descansado bien. Anoche fue... memorable. —Sus ojos chispearon, y aunque no lo dijo directamente, su tono insinuaba lo que Renji no podía recordar.
Él intentó hablar, pero las palabras no salían. Algo en su presencia lo hacía sentir extrañamente vulnerable, casi como si estuviera atrapado en su órbita. Su cabeza asintió automáticamente cuando ella continuó:
—Sabes, estuve pensando que sería lindo que hiciéramos algo más juntos pronto. ¿Qué opinas? —Su tono era dulce, pero había una firmeza sutil que él no pudo ignorar.
Renji, aún desorientado, sintió que asentía sin pensarlo, como si su cuerpo respondiera por instinto antes que su mente pudiera intervenir.
—Sí... claro, lo que tú digas —murmuró, sorprendiéndose a sí mismo por lo fácil que había sido decir esas palabras.
Ella le dedicó una sonrisa victoriosa y se acercó, colocando una mano ligera en su brazo.
—Eres encantador, ¿lo sabías? Creo que vamos a llevarnos muy bien.
Renji se frotó la frente, tratando de calmar el martilleo en su cabeza, pero al mirarla, todo lo demás parecía desvanecerse. La sensación de estar bajo su hechizo era innegable, y aunque no podía explicarlo, sabía que no podía resistirse.
La voz de Menoly resonó en el cuarto con una dulzura envolvente, como una melodía diseñada para encantar. Mientras Renji intentaba procesar lo que ella decía, cada palabra parecía calar en su mente con más fuerza de la que debería.
—¿Qué te parece si vamos juntos al baile de máscaras? —sugirió, su tono tan suave que parecía acariciar cada pensamiento del pelirrojo. Él parpadeó, tratando de salir del entumecimiento que aún lo embargaba, pero al mirarla, todo raciocinio parecía desvanecerse.
—¿Un baile? —murmuró con voz apagada. No era su tipo de lugar; esos eventos siempre le parecían tediosos y fuera de su zona de confort. Sin embargo, algo en cómo lo miraba, cómo sus labios formaban las palabras, lo hizo asentir lentamente.
Menoly sonrió, satisfecha, y se inclinó un poco más hacia él, dejando que el aroma de su perfume se mezclara con el aire.
—Sí... será divertido, te lo aseguro. Pero necesito un pequeño favor. —Hizo una pausa, observándolo con ojos chispeantes—. Quiero que lleves a alguien contigo.
Renji frunció ligeramente el ceño, la confusión cruzando su rostro.
—¿Alguien? —repitió, su tono inseguro.
Ella rió suavemente, acercándose más hasta que apenas un suspiro los separaba.
—Sí, cariño, alguien. Es que tengo unas amigas que también irán ese día, y no quiero que se la pasen solas. —Sus palabras estaban teñidas de una picardía que electrificó a Renji.
Él sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Por qué no podía simplemente decir que no? Algo en él le decía que debía aceptar, que tenía que seguirle la corriente.
—Podríamos hacer cosas más divertidas juntos si todos estamos acompañados —continuó ella, dejando caer esas palabras con precisión calculada.
Renji tragó saliva, su cabeza asintiendo antes de que pudiera detenerse.
—Está bien... llevaré a alguien.
La sonrisa de Menoly se ensanchó, y colocó una mano ligera sobre su hombro.
—Perfecto. Lleva a tu mejor amigo. Yo me encargaré de las entradas y de los disfraces. —Hizo una pausa, sus dedos jugueteando despreocupadamente con la sábana—. Tengo algunas ideas para ese día, y quiero que todo sea perfecto. —Sus ojos lo escudriñaron mientras una chispa de picardía iluminaba su rostro—. El verde se te verá hermoso.
Renji sintió otra oleada de calor recorrerle el cuerpo, una mezcla de nerviosismo e hipnosis.
—Verde... —repitió sin pensar, y aunque sabía que debía tener alguna objeción, simplemente no pudo articularla.
Menoly inclinó la cabeza, satisfecha, y le dedicó una mirada que lo dejó completamente atado a su voluntad.
—Entonces, está decidido. Será una noche inolvidable. —Le acarició la mejilla antes de levantarse, dejando en el aire la promesa de algo mucho más grande que solo un baile.
Menoly se levantó con la gracia de quien sabe que tiene el control absoluto. La sábana cayó ligeramente por su figura, revelando su silueta bajo la luz tenue de la mañana. Renji la observó, hipnotizado, sus pensamientos aturdidos y desconectados, incapaz de formar una resistencia coherente.
Ella se giró hacia él, sus labios curvados en una sonrisa que destilaba dulzura, pero también una pizca de triunfo.
—Ven mañana por la noche a este bar —dijo con suavidad—. Te daré todo lo que necesitas para esa noche, incluido tu disfraz. Quiero que sea perfecto, ¿sí?
Renji asintió lentamente, sus ojos apenas parpadeando mientras la seguía con la mirada. Una parte de él quería preguntar por qué, cómo habían llegado a ese punto, pero su voluntad estaba envuelta en una neblina densa que no podía atravesar.
—Sí... —murmuró, como si las palabras brotaran sin esfuerzo, completamente sometido a su influencia.
Menoly se inclinó ligeramente hacia él, colocando una mano ligera sobre su mejilla.
—¿Estás de acuerdo con todo lo que te he dicho? —preguntó, su tono un susurro aterciopelado que parecía envolverlo por completo.
Renji tragó saliva, sintiendo que su voz apenas era suya.
—Sí... estoy de acuerdo con todo...
La sonrisa de Menoly se ensanchó, y con un movimiento fluido, se apartó de la cama. Sus pasos eran ligeros, pero cada uno parecía resonar en la mente del pelirrojo como un eco persistente.
Él intentó pensar, recordar algo de la noche anterior, pero solo encontraba fragmentos dispersos y confusos: risas, su voz, el calor de sus labios. Nada encajaba del todo.
Mientras ella recogía su ropa con calma y elegancia, Renji no pudo evitar sentirse tonto, como si hubiera sido un mero espectador en su propia vida. La sensación de sumisión lo invadía por completo, y, aun así, no podía resistirse.
Cuando Menoly se volvió hacia él, lista para marcharse, le lanzó una última mirada.
—Entonces, nos vemos mañana. Confía en mí, será una noche que nunca olvidarás.
Renji la vio salir, su mente atrapada en la confusión y el deseo, mientras las últimas palabras de ella se repetían en su cabeza como un mantra.
Renji bajó las escaleras lentamente, cada paso pesado, como si aún estuviera luchando contra los efectos de la resaca y la nebulosa que cubría sus recuerdos. Ya vestido, aunque con el cabello desordenado y una camisa ligeramente arrugada, llegó al bar donde algunos clientes comenzaban a ocupar sus mesas.
El cantinero lo saludó con una sonrisa discreta mientras secaba un vaso con un paño.
—Vaya noche, ¿eh? —dijo con tono casual.
Renji, aún frotándose las sienes, se acercó al mostrador y tomó asiento.
—Eso parece... —respondió con voz ronca. Luego, levantó la mirada—. ¿Qué pasó anoche? Apenas recuerdo nada después de la tercera copa.
El cantinero soltó una pequeña risa, como si lo hubiera oído mil veces antes.
—Te excediste con la bebida, amigo. Pero no te preocupes, pasaste la noche con una chica. Parecía que estabas en buenas manos.
Renji frunció el ceño, tratando de unir las piezas.
—¿Chica? ¿Quién?
El hombre encogió los hombros, sin dejar de secar el vaso.
—No sé su nombre, pero no pareció que tuvieras quejas anoche.
Renji inclinó la cabeza hacia un lado, dudoso, pero el cantinero siguió con su rutina, como si no tuviera nada más que añadir. Por supuesto, no iba a mencionar que había ayudado a subirlo a la cama con esa mujer, eso no era parte de su trabajo, y mucho menos iba a arruinar la discreción que los clientes esperaban en su bar.
Renji suspiró y se pasó una mano por el cabello. Aunque sus recuerdos eran un caos, había algo en la imagen de ella que seguía nítida en su mente: su sonrisa, su voz, el aroma sutil que había dejado en las sábanas. Por alguna razón, aunque no podía explicarlo, sentía que había hecho algo más que simplemente compartir una noche con ella.
Renji miró al cantinero con un gesto de preocupación repentina.
—Oye, ¿qué hora es? —preguntó mientras se levantaba un poco del asiento, con una inquietud creciente en su voz.
El cantinero revisó el reloj de pared detrás del mostrador.
—Son las diez y cuarto, amigo.
Renji se quedó paralizado por un instante. Su rostro pasó de la confusión al horror absoluto en cuestión de segundos.
—¡Diez y cuarto! —exclamó, casi derribando el taburete al ponerse de pie de golpe. En su mente, las alarmas sonaban a todo volumen. Tenía que estar en la estación de policía a las ocho. Dos horas tarde. ¡Dos malditas horas!
"¡Qué demonios hice anoche!", se reprochó mientras se pasaba una mano por el cabello, tirando de él con frustración. La imagen de la mujer en la cama cruzó por su mente, pero no había tiempo para pensar en eso ahora.
—¡Maldición! —gruñó entre dientes, saliendo casi corriendo hacia la puerta del bar.
Al salir, el sol matutino lo golpeó con fuerza, intensificando el ligero dolor de cabeza que aún tenía. Mientras corría hacia la estación, sus pensamientos se arremolinaban en su mente. "¿Cómo pude quedarme dormido? ¿Por qué no recuerdo nada? Esto no puede estar pasándome a mí".
Finalmente, llegó a la estación con la respiración agitada, ignorando las miradas curiosas de algunos transeúntes. Entró por la puerta principal, esperando que su jefe no estuviera en la oficina en ese momento. Se dirigió directamente al área común, donde algunos compañeros lo miraron alzando las cejas.
—¿Turno nocturno pesado, Renji? —le comentó uno de ellos con una sonrisa burlona mientras pasaba por su lado.
Renji no respondió. Fue directo al mueble de la oficina común donde guardaba un uniforme de repuesto, lo sacó rápidamente y comenzó a cambiarse, rezando para que nadie importante lo hubiera notado aún.
Mientras abotonaba la camisa, seguía sintiendo el eco de la noche anterior en su cabeza, como un sueño del que no podía despertar. Sin embargo, lo único que tenía claro ahora era que debía recomponerse y pasar desapercibido... al menos hasta que lograra recordar qué había sucedido.
†
En la oficina principal de la estación, Kenpachi estaba sentado tras un escritorio que parecía demasiado pequeño para su presencia imponente. Su voz resonaba como un trueno en la habitación, y cada palabra era una sentencia que hacía eco en las paredes.
—¡Esto es inaceptable, Ichigo! —rugió, golpeando la mesa con el puño—. ¿Qué clase de ejemplo crees que das dejando que tu compañero sea tan... inútil?
Ichigo, de pie frente a él, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, intentaba mantener la calma, aunque claramente estaba molesto.
—Señor, no creo que sea justo...
Kenpachi lo interrumpió con una carcajada seca.
—¡¿Justo?! ¡Nada de esto es justo, chico! Tienes a tu equipo en el punto de mira por incompetentes, y eso recae directamente sobre ti. ¿Qué se supone que haga con un grupo de idiotas y un líder que no puede controlarlos?
Ichigo apretó los dientes, claramente frustrado, pero sabía que responder solo empeoraría las cosas.
En una esquina de la oficina, Uryu estaba sentado tranquilamente en una silla, con un informe en las manos. Sus gafas brillaban bajo la luz del techo mientras leía con atención, ajeno en apariencia al alboroto, aunque su mente estaba totalmente alerta.
Kenpachi lo señaló con un gesto brusco.
—Y tú, Uryu, ¿tienes algo que decir? Estuviste con ellos, ¿o también te vas a quedar ahí sentado como un maniquí mientras trato de enderezar a este grupo de inútiles?
Sin levantar la vista del informe, Uryu simplemente ajustó sus gafas con un dedo y respondió con voz calmada:
—Señor, mi informe fue presentado a la Reina ayer. Todo lo que necesitaba decir ya está ahí, en detalle.
Kenpachi bufó, visiblemente irritado por la indiferencia de Uryu.
—¡Claro, el modelo perfecto de eficiencia! ¡Siempre tan formal! —soltó con sarcasmo, pero luego volvió su atención a Ichigo—. Y tú, voy a sancionarte. ¿Qué prefieres, unos días de arresto o un recorte salarial?
Ichigo miró a Kenpachi con incredulidad.
—¿Qué? ¡Eso es ridículo!
Kenpachi sonrió, una sonrisa feroz que no tenía ni un ápice de humor.
—Ridículo sería dejar que te salieras con la tuya. Decide ahora o lo decido yo.
Mientras tanto, Uryu se levantó tranquilamente de su silla, cerrando el informe con un gesto meticuloso, como si el caos a su alrededor no lo afectara en absoluto. Se dirigió hacia la puerta, dejando que los otros dos continuaran su discusión.
—Tómense su tiempo —dijo antes de salir—. Aunque sugeriría que no perdieran más del necesario. La Reina no es tan paciente como yo.
La puerta se cerró suavemente detrás de él, dejando a Ichigo y Kenpachi solos en una tensión que amenazaba con estallar en cualquier momento.
Ichigo, apretando los puños y con el ceño marcado, levantó la voz, sin poder contenerse más.
—¡Esto es completamente injusto! —dijo, señalando hacia la puerta por donde había salido Uryu—. ¡El que cometió la falta fue Renji, no yo!
Kenpachi, lejos de molestarse por el tono desafiante, soltó una risa grave y sarcástica que llenó la habitación.
—¿Renji, ¿eh? —dijo, inclinándose hacia adelante sobre su escritorio—. Claro, y tú solo estabas ahí, el inocente líder que no tiene ninguna responsabilidad sobre su equipo. ¿Es eso lo que quieres que crea, chico?
Ichigo lo miró, incrédulo.
—¡Es que ni siquiera estaba con él anoche!
Kenpachi alzó una ceja y se recostó en su silla, cruzando los brazos con una sonrisa burlona.
—¿Y qué? ¿Te crees que eso te exime? Déjame recordarte algo, zanahorio: un equipo es un equipo. Si uno mete la pata, la mierda salpica a todos.
Ichigo suspiró, claramente agotado por la conversación.
—Esto no resuelve nada...
Kenpachi lo señaló con un dedo, su sonrisa más feroz que nunca.
—Ah, pero yo sí estoy resolviendo algo. Estoy enseñándote que si tu equipo falla, tú fallas. Así que, o aprendes a mantener a tus perros en línea, o te acostumbras a estas sanciones.
Ichigo, derrotado, bajó la mirada.
—Entendido...
Kenpachi se reclinó en su silla, claramente satisfecho.
—Buen chico. Ahora, ve y encuentra a Renji antes de que se meta en más problemas.
Ichigo salió del despacho directo a su escritorio con un gruñido, mientras Kenpachi lo observaba marcharse, riéndose para sí mismo.
†
Renji salió de la oficina común, tambaleándose ligeramente, con los ojos medio cerrados y un aire completamente desorientado. Su uniforme estaba desarreglado, y su cabello, que siempre tenía un toque de desorden, ahora lucía aún más alocado. Ichigo, que había estado esperando frente a su escritorio, lo vio llegar con una mirada fulminante, visiblemente molesto.
—¡¿Qué carajo hiciste, Renji?! —gritó Ichigo, avanzando hacia él mientras lo señalaba con furia—. ¿Con quién estuviste? ¡¿A qué hora vienes, maldito?!
Renji levantó la mirada hacia su compañero, claramente aturdido, y con voz cansada, trató de calmarlo.
—No grites, maldito, —dijo Renji, pasándose la mano por la frente, como si intentara despejar la niebla en su cabeza—. Me duele la cabeza... No sé qué pasó anoche...
Ichigo no lo dejó ni un segundo de respiro.
—¡¿Qué pasó?! ¿Cómo que no sabes?! —continuó Ichigo, cada vez más enojado—. ¡Estás a punto de perder el trabajo por tu estupidez! ¡Kenpachi está molesto, idiota! ¡Me dijo que si no llegabas pronto, nos iba a sancionar con días de arresto o algo peor dinero!
Renji miró a Ichigo con ojos entrecerrados, apenas entendiendo lo que le decía, y murmuró con tono cansado:
—¿Kenpachi? —dijo casi con pereza—. Es un... maldito... ¿arresto? ¿Yo? Tienes que estar bromeando...
Ichigo, al ver que su compañero no estaba en sus cabales, respiró hondo, sintiendo una mezcla de frustración y desesperación. Se cruzó de brazos y empezó a caminar en círculos, como un tigre enjaulado.
—¡¿Bromeando?! No, Renji, esto es serio. ¡Tu jefe, está esperando una explicación, y no me hagas quedar mal! ¡Eres un desastre! —exclamó Ichigo, sin poder contener la ira.
En ese momento, los demás oficiales que estaban cerca, observando la escena con una mezcla de diversión y desconcierto, no pudieron evitar murmurar entre sí.
—¿Qué onda con estos dos? —dijo un oficial de cabello corto, mirando cómo Ichigo regañaba a Renji con una furia que casi parecía paternal.
—Parecen un matrimonio discutiendo. —comentó otro, con una sonrisa burlona.
Renji, con los ojos entrecerrados por la resaca, se giró para ver a los oficiales que cuchicheaban, sin poder ocultar una pequeña mueca de incomodidad. No estaba acostumbrado a este tipo de comentarios, pero se sentía tan mareado que no le importó mucho.
—¿Te vas a quedar callado o vas a hablar, idiota? —le preguntó Ichigo, mirando a Renji con exasperación.
—¿Qué quieres que diga? —Renji intentó parecer serio, pero su tono era un susurro fatigado—. Estuve... con alguien, ¿vale? No recuerdo mucho, pero sí, me la pasé bien... creo.
Los oficiales, al escuchar la respuesta de Renji, no pudieron evitar soltar una risa, algunos cubriéndose la boca para no hacer ruido, mientras otros intercambiaban miradas divertidas.
—¿A qué hora se van a casar? —bromeó uno de los oficiales en voz baja.
—¿No es obvio? —dijo otro—. Ya tienen su propia pelea de pareja.
Ichigo se giró hacia los oficiales, visiblemente irritado, y les lanzó una mirada fulminante.
—¡¿Qué están mirando?! ¡Vuelvan a trabajar! —les gritó, molesto por las risas. Luego volvió a mirar a Renji—. ¡Nos vemos en la oficina, ahora mismo, y espero que no sigas así de borracho!
Renji, dándose por vencido, solo asintió con la cabeza, sin ánimos de seguir discutiendo. Se frotó la frente y murmuró:
—Sí, sí... ya voy...
En su oficina Kenpachi estaba recargado en su silla, la mirada fija en los dos oficiales que habían entrado a su oficina, con la expresión de quien estaba a punto de lanzar una tormenta de palabras. Renji, desaliñado, con los ojos vidriosos y los pasos vacilantes, y Ichigo, con la cara de pocos amigos, pero consciente de que el regaño ya estaba sobre ellos.
Kenpachi se levantó de golpe, caminando hacia ellos con una actitud feroz. No dijo ni una palabra, solo los miró fijamente, su mirada cortante como una hoja afilada. El silencio en la sala era palpable, todos esperaban la explosión que estaba por llegar.
—¡¿Qué demonios creen que están haciendo, eh?! —gritó Kenpachi, su voz retumbando por toda la oficina—. ¡Ambos son unos malditos inútiles! ¿De verdad creen que pueden seguir comportándose como si todo fuera un maldito juego? ¡Tenemos una misión que resolver, y ustedes dos… ¡miran cómo están! —Kenpachi apuntó a Renji, que todavía parecía estar atrapado en algún lugar entre el sueño y la resaca—. ¡Renji! ¡¿De qué mierda sirve que estés aquí, si te pasas la vida jugando con las mujeres y emborrachándote?! ¡¿Crees que así vas a lograr algo?! ¡Nada, absolutamente nada, vas a lograr así!
Renji permaneció en silencio, su cabeza gacha, apenas podía sostenerse, pero el regaño seguía fluyendo.
—¡Y tú, Ichigo! —Kenpachi dio un paso hacia él, señalando con el dedo—. ¡No me hagas pensar que eres el sensato aquí! ¡Eres tan irresponsable como él! No me importa que tengas ese aire de "yo soy el bueno", ¡pero si no entiendes lo que estamos haciendo aquí, no sirve de nada que me pongas esa cara! ¡Eres igual de culpable que él! Ambos tienen un trabajo, una misión que salvar, ¡y ya me cansé de verlos como si esto fuera una broma! ¡¿Qué carajo les pasa?!
Los oficiales a su alrededor se mantenían en silencio, observando la escena. Nadie se atrevió a intervenir. Kenpachi era el que mandaba allí, y cuando estaba de esta manera, nadie se metía en su camino.
Kenpachi se detuvo frente a ellos, su aliento pesado y su mirada fiera.
—¡Este es un maldito equipo y no voy a tolerar a dos estúpidos que se creen que pueden hacer lo que se les da la gana! ¡Si piensan que lo van a hacer por su cuenta, se están equivocados! ¡No voy a dejar que arruinen todo esto por sus idioteces personales!
Renji y Ichigo no dijeron ni una palabra, apenas podían levantar la mirada mientras Kenpachi continuaba su arenga. Se notaba que Kenpachi no estaba dispuesto a ceder.
—¡Si siguen por este camino, a ver cómo me encuentran en la próxima! —Kenpachi añadió con veneno en la voz, dando un paso atrás para cruzarse de brazos, su expresión era seria y desafiante.
Finalmente, Kenpachi dejó de hablar, pero su presencia seguía llenando la oficina, presionando sobre ellos como una pesada carga.
Los dos oficiales, completamente atónitos, no podían responder. Ichigo solo apretó los dientes y Renji siguió agachando la cabeza, sabiendo que cualquier palabra ahora no serviría de nada.
La sala seguía en un tenso silencio, con Kenpachi aun mirando a Renji y Ichigo con la furia ardiendo en sus ojos, cuando de repente la puerta se abrió con un chirrido. Los dos oficiales, que apenas se atrevían a mover un músculo, vieron a Yachiru entrar saltando y sonriente. Ella, como siempre, parecía llena de energía.
—¡Papi, ya salí de la escuela! —exclamó con entusiasmo, mientras se acercaba al escritorio de Kenpachi con sus característicos pasos rápidos y juguetones.
Kenpachi, que había estado a punto de continuar con su arenga, de repente bajó la voz, y su rostro, que antes reflejaba pura ira, se suavizó al instante. Su expresión se volvió más relajada, casi tierna, mientras veía a su hija con una sonrisa que no tenía nada que ver con la que le había mostrado a Renji e Ichigo.
—Ah, ¿ya saliste? —dijo Kenpachi con una voz más suave, un cambio drástico respecto al tono dominante que había usado con los dos oficiales. Luego, miró de reojo a Ichigo y Renji, su expresión volviendo a ser la de un jefe serio pero con un toque de autoridad juguetona—. ¡Váyanse a trabajar! Esto no es un maldito circo, ¿entienden?
—¡Papi, hoy no me dieron tarea! —comentó Yachiru, sonriendo aún más al ver que su padre parecía haber cambiado completamente de actitud.
Kenpachi, tras observar a Renji e Ichigo salir, se levantó de su silla y, con una risa suave, se agachó para darle un abrazo a su hija.
—Bueno, eso es bueno —dijo con una ligera sonrisa en el rostro
Yachiru, sin perder la alegría.
—Lo sé, papi. ¡Me prometiste que esta noche íbamos a ir al circo! —exclamó con energía.
Kenpachi sonrió de nuevo y asintió.
—Lo prometí —dijo con calma. —Bueno, iremos no te preocupes.
Renji y Ichigo, ya fuera de la oficina, respiraron aliviados, pero aún con la sensación de que el peso del regaño no se había ido del todo. Sabían que Kenpachi, aunque había cambiado su actitud por Yachiru, no olvidaba tan fácil lo sucedido.
—Oye... una pregunta.
—¿Qué quieres ahora? —Ichigo lo mira con una mezcla de curiosidad y cansancio.
—¿Qué harás pasado mañana en la noche?
—¿Por qué? —Ichigo frunce el ceño—. ¿Qué estás tramando ahora?
—Nada raro, tranquilo. Es solo que... conocí a alguien.
—¿Alguien? —Ichigo lo observa con desconfianza.
—Sí, y ella me invitó a un baile de máscaras. Me dijo que llevará a unas amigas y pensé que podrías venir también.
—¿Un baile de máscaras? —Ichigo entrecierra los ojos, incrédulo—. ¿Desde cuándo tú vas a esas cosas?
—Desde nunca, pero ella quiere ir. Y no voy a decir que no, ya sabes cómo son estas cosas...
—No me digas que intentas meterme en tus líos, Renji.
—No son líos. Además, puede que sea divertido. Mira, tú podrías llevar a alguien, no tienes que estar solo.
—Ya tengo pareja.
—¿Qué? —Renji se detiene en seco, completamente sorprendido—. ¿Tú tienes pareja?
—Le pedí a Orihime que me acompañé.
—¿Le pediste? —Renji parpadea, claramente incrédulo—. ¿Tú? ¿A Orihime?
—¿Por qué te sorprende tanto?
—No lo sé, es raro verte hacer algo así.
—Bueno, ya lo hice, ¿algún problema?
—No, ninguno. —Renji se cruza de brazos, pensativo, y luego agrega con un tono más serio—. Oye, no podrías simplemente ir, decir hola y luego desaparecerte, ¿verdad? Yo solo quiero pasar el rato con ella. Sus amigas no me importan. Me invento una excusa para justificar por qué te fuiste.
Ichigo lo mira con una mezcla de escepticismo y fastidio.
—¿En serio estás pidiéndome esto?
—Te lo recuerdo, zanaho—... digo, Ichigo. Me debes una.
—¿De qué hablas?
—Hace un año, ¿recuerdas ese puñal que casi me deja fuera de combate? Ese que terminé recibiendo por protegerte.
—Por favor... —Ichigo rueda los ojos—. Yo he recibido más palizas por tus estupideces que las que puedo contar.
—Pero ninguna como esa. —Renji sonríe de lado, claramente disfrutando el debate.
Ichigo suspira, pasa una mano por su cabello y sacude la cabeza.
—No sé por qué sigo lidiando contigo.
—Sabía que esto iba a pasar... —murmura, mirando al suelo—. Siempre soy yo el que da la cara por ti, el que está ahí cuando me necesitas, pero claro, cuando yo pido un favor no puedes.
Ichigo lo observa con una ceja levantada, cruzando los brazos.
—¿De qué rayos hablas idiota?
—De lo mal amigo que eres, eso hablo. —Renji se lleva una mano al pecho como si estuviera herido—. Me sacrifico, me arriesgo por ti, y cuando te pido que hagas algo tan simple como ir al baile...
Ichigo suspira, claramente fastidiado.
—¿Solo será decir "hola, buenas noches" y luego puedo largarme, ¿verdad?
—Sí, claro, lo prometo. Solo un "hola", un par de palabras, y ya.
Ichigo se lo queda mirando un momento, evaluando la sinceridad en sus palabras. Finalmente, resopla.
—Está bien. Pero será rápido, ¿me oyes? Muy rápido. Digo "hola", hago acto de presencia y me largo.
Renji sonríe ampliamente, satisfecho.
—Excelente.
Ichigo solo rueda los ojos.
—Dios me castiga.
Renji añade casualmente:
—Ha, por cierto, hay una cosita más. Bueno, una pequeñez, en realidad.
—¿Qué? —. Ichigo lo mira con desconfianza.
Renji se encoge de hombros, tratando de restarle importancia.
—La chica... se ofreció a darnos los trajes.
—¿Cómo que "los trajes"?
—Pues eso, los trajes. —Renji levanta las manos en un gesto despreocupado—. Mira, tú solo úsalo, ¿sí? Míralo como un gasto menos. Ni siquiera tendrás que preocuparte por eso.
Ichigo lo observa como si le hubieran crecido dos cabezas.
—¿Y tú estás bien con eso? ¿Que alguien más elija cómo te vas a vestir?
Renji se rasca la nuca con una sonrisa algo torpe.
—Bueno... es su fantasía, ¿sabes? Que yo me vista como ella quiere. No es para tanto.
Ichigo suspira profundamente, pasándose una mano por el cabello.
—Eres un caso perdido.
—Tú solo piensa en lo práctico: no gastas nada, dices "hola", y luego te desapareces. Así de simple. — añade Renji.
Ichigo lo observa por unos segundos más, claramente dudando, antes de volver a suspirar.
—Esto es una mala idea, pero está bien. Solo porque no tengo ganas de discutir más contigo.
Renji asiente, satisfecho.
—Sabía que entenderías.
