Sinopsis:
—¿Te imaginas lo que diría la profesora Trelawney si nos viera usando nuestra propia sangre para adivinar en vez de hojas de té empapadas?
.
"El futuro es oscuro, que es lo mejor que puede ser el futuro, creo".
-Virginia Woolf
—Muévete, Nott.
Theo hizo una mueca, pero accedió. Se deslizó tan lejos de Draco por el escritorio que compartían como se lo permitió el banco. Pero sus codos seguían chocando mientras ambos sacaban los libros y colocaban el cuenco de piedra que usarían para adivinar. Draco se apartó de un tirón, irritado por haber sido emparejado para la lección de Magia de Sangre de hoy.
Estaban reunidos en una de las dependencias de la biblioteca: un aula espaciosa, orientada al oeste, con grandes ventanales en forma de catedral que iluminaban la sala a pesar de la tenue luz del sol de primera hora de la tarde. Las mesas con dos estudiantes cada una estaban dispuestas en un amplio círculo con la profesora Ivanov en el centro, como planetas orbitando alrededor de una estrella.
La mujer llevaba las mangas grises arremangadas y dejaba al descubierto la pálida piel de los antebrazos, llena de cicatrices de décadas de extracción de sangre.
—Esta es nuestra quinta semana de clases, lo que significa que, según nuestro plan de estudios, en un principio debíamos pasar de Adivinación a la siguiente disciplina...
Ivanov continuó hablando mientras se detenía frente a Granger, que formaba pareja con Renée Dolohov. La profesora tenía por costumbre asignar parejas diferentes en cada clase. Esto había dado lugar a una serie de permutaciones, ya que la clase incluía estudiantes de las cuatro casas, aunque su número había disminuido lentamente. Mientras que la Magia de Sangre era obligatoria para Soscrofas, era opcional para las otras tres. Al principio, un grupo heterogéneo de alumnos se había matriculado en el curso por interés. Pero la mayoría, incluidas Pansy y Daphne, se habían dado de baja en cuanto supieron exactamente en qué consistía el contenido del curso.
Las Artes Oscuras.
Incluso en una escuela creada para traspasar los límites de lo sobrenatural, muchos evitaban tocar este aspecto por completo, pero esa no era una opción para Draco. No desde que adivinó "absolutamente nada" en su Ritual de Selección, extrañamente, el mismo resultado que había recibido Granger. Al menos según lo que dijo la directora Dornberger durante aquella primera visita a su despacho en la que ambos exigieron recurrir.
Más allá de ser enviado a Soscrofa, Draco aún tenía que aprender las implicaciones de no poder discernir una sola forma en aquel recipiente con pedestal. Los demás de su clase no tenían tantas dificultades. El bicho raro que se sentaba a su lado, por ejemplo, había conseguido predecir las tormentas de nieve que se acercaban en múltiples ocasiones. Para gran disgusto de Draco, Theo tenía un talento natural para la materia, lo que probablemente era la razón por la que Ivanov los había asociado hoy.
Ahora la profesora de Magia de Sangre había llegado a su mesa.
—El plan de estudios, sin embargo, no tiene en cuenta los problemas que varios de ustedes han tenido con la adivinación este trimestre—, vio que Granger se revolvía cohibida en su asiento al otro lado de la sala—, por lo tanto, ampliaremos esta unidad hasta que todos los alumnos hayan predicho con éxito el futuro... hoy, utilizando no su propia sangre, sino la de su compañero de pupitre.
Mientras bostezaba, Draco recorrió la sala. Granger no era la única alumna inquieta por el anuncio. Los gemelos Ringvold, que de alguna manera se las habían arreglado para permanecer emparejados en cada lección, intercambiaron una mirada cómplice; y la chica Wolverine a su derecha murmuraba algo sobre "cuestiones sanitarias" en voz baja.
Draco se encorvó para apoyarse en la pared detrás de él, creando más distancia con su compañero asignado.
—Brynhild Soscrofa, la antepasada de mi casa, creía que la magia es innata. Parte del alma. Se vierte en la sangre vital de cada individuo al nacer y se remonta durante generaciones hasta sus antepasados. Tan inalterable como el color de la piel. Por eso usamos nuestra sangre para realizar ciertos tipos de hechizos, y por eso los fundadores desdeñaban la idea de los muggles, cuya existencia desafiaba todos los hechos sobre el linaje que ellos aceptaban como ciertos. Para los fundadores, no había forma de que los muggles poseyeran magia si no era tomándola de brujas o magos de sangre pura. Más improbable que un pez saliendo del océano y aprendiendo a caminar sobre tierra seca, —dijo Ivanov, ajena al creciente malestar en el aula.
Todos los ojos de la clase se habían posado en la Sangre sucia sentada en medio de ellos.
A pesar de la atención, Granger mantuvo la compostura: mirando fijamente al frente sin una pizca de la vergüenza que debía estar sintiendo en ese momento. Debería estar sintiéndola después de que le recordaran tan públicamente su inferioridad.
Por otra parte, para el observador externo, Granger no era diferente del resto. Llevaba un uniforme idéntico de color rojo sangre y la piel de zorro le rozaba suavemente el hombro izquierdo. Hoy sin vendas bajo los pliegues planchados de su falda de lana. Su melena de rizos, normalmente despeinada, se había trenzado en un elegante nudo en la base de la cabeza, igual que las otras chicas de Durmstrang, y tan distinta de la chica de su infancia.
Pero entonces... hilarantemente... como para demostrar que seguía siendo la misma cabezota... Granger levantó la mano.
—¿Tiene alguna pregunta? —asintió la profesora.
—Muchas cosas han progresado en setecientos años, incluidas las actitudes anticuadas sobre el estado de sangre. Hemos demostrado que la magia va más allá de la herencia. Por eso hay squibs: niños nacidos de padres magos que no pueden hacer magia, —comentó Granger.
El ruido de un banco al deslizarse por el suelo marcó la frase de Granger. Todos se giraron para ver a una chica Ucilena con cara de conejo saltar de su silla y señalar con un dedo acusador a la Sangre sucia.
—Los squibs existen porque los muggles robaron lo que era suyo por derecho de nacimiento. Mi hermana pequeña no puede ser más que una desgracia para nuestra familia gracias a las sanguijuelas Sangre sucia que forzaron su entrada en lugares a los que nunca pertenecieron.
Granger puso los ojos en blanco y miró a la Ucilena sin impresionarse.
—En todos los setecientos cuatro años transcurridos desde la fundación de Durmstrang, por no hablar de los miles de años anteriores, no ha habido ni un solo caso documentado de magia robada.
—Los ha habido, a pesar de las mentiras que los de tu calaña y esos traidores a la sangre con el cerebro lavado difunden para borrar la historia.
Mientras la Ucilena la miraba, una lluvia de chispas carmesí empezó a salir de la varita que tenía apretada en el puño.
Granger no se inmutó al replicar:
—Eres tú la que menosprecia a tu familia, Oleandre, no yo.
—MI HERMANA...
—Es suficiente, señorita Oleandre, —dijo Ivanov, interrumpiendo la discusión. Tras esperar a que la Ucilena se sentara, prosiguió en tono llano—: Planteé el tema de los fundadores para contextualizar la lección de hoy, en la que utilizaremos sangre, y por tanto magia, perteneciente a otra persona. Para adivinar su futuro. No estamos aquí para debatir las diversas teorías sobre la genética mágica.
—Porque no hay nada que debatir, —refunfuñó Oleandre. Sin embargo, permaneció sentada, escupiendo amargamente sobre el vapor que salía de su cuenco en lugar de dirigirse a Granger.
Ivanov continuó dando vueltas, con las sombras cayendo sobre su rostro demacrado. Más allá de las ventanas, el sol se ocultaba bajo la cresta de las lejanas montañas. La profesora se tomó un momento para leer el ángulo del sol antes de dirigirse a su clase.
—Para la lección de hoy, realizaremos un tipo de adivinación de sangre italiana clasificada como cartomancia, que ha demostrado ser más fácil de dominar porque utiliza lo físico para dar significado a lo metafísico. En concreto, utilizaremos al Loco y veintiún cartas de triunfo conocidas como los Arcanos Mayores.
Con un giro de la varita de Ivanov, se materializaron pilas ordenadas de naipes en cada mesa. Un juego por grupo. Draco los cogió y los hojeó con leve interés. Estaban decorados con dibujos toscos y chillones, que le recordaron a las ilustraciones de un libro de cuentos.
Volvió a dejarlos en su sitio.
—¿Alguien puede decirme cómo las llaman los muggles? —preguntó Ivanov, planteando la pregunta mientras levantaba una baraja.
—Trionfi, o tarot en inglés, —recitó Granger en el momento justo.
—Correcto, aunque no utilizaremos el tarot de los Arcanos Mayores de la misma forma que los muggles, que han convertido las cartas en un juego de adivinación más que en verdadera adivinación.
Un chico Wolverine soltó una risita.
—Otra cosa que los de su especie nos quitaron y bastardearon.
Ivanov prefirió pasar por alto el comentario y continuar con su clase.
—Contrariamente a la creencia popular, los Arcanos Mayores nunca tuvieron como único objetivo predecir el destino de una persona. Más bien, se utilizan para comprender vidas pasadas, acciones presentes y posibilidades para el futuro. Lleva mensajes de perspectiva a aquellos que necesitan una guía sobrenatural. Tratar esta antigua forma de adivinación como si no fuera más que un truco de salón barato desperdicia su potencial, que es ilimitado. Especialmente cuando se combina con la magia que fluye por las venas de cada uno de los estudiantes de esta sala. Ya han pasado semanas aprendiendo a Divinizar usando su sangre. Ahora aplicaremos ese conocimiento a esta forma básica de cartomancia.
Cuando Ivanov empezó a trabajar con el juego de cartas, levantándolas y describiendo su simbolismo, Draco se dio cuenta de que su atención decaía. Al menos hasta que la profesora de Magia de Sangre desvaneció la baraja de sus huesudos dedos.
—Nos queda poco tiempo, así que decidid entre vosotros quién sangrará su brazo y quién intentará adivinar.
Theo se adelantó para desatar la cuerda que sujetaba la baraja.
—Seguro que tienes alguna preferencia sobre quién de nosotros debería ir primero, Malfoy. Pareces tener una opinión sobre todo, —suspiró.
En respuesta, Draco sacó hábilmente el cuchillo del bolsillo, le dio la vuelta y procedió a clavarlo en el hueco entre los dedos de Theo. Lo bastante fuerte como para atravesar las veintidós cartas y partir la mesa de roble.
Theo hizo una mueca de dolor.
—Tú cortas, yo interpreto, —dijo Draco con frialdad, con una mueca en el labio. Le gustaba asustar al gusano de vez en cuando; recordarle lo que debía recordar. Aunque esta idea en particular había sido de Goyle.
Una risa absurda mientras Theo arrancaba el cuchillo del escritorio, arrancando sus cartas del tarot en el proceso.
—La próxima vez, intenta usar las palabras, Malfoy. Y si sigo sin estar de acuerdo, entonces puedes seguir adelante y hacer que me mee encima.
Theo dejó las cartas a un lado y se dobló la manga izquierda para prepararse.
Draco entrecerró los ojos.
—¿Qué te ha pasado en el brazo?
La sonrisa de Theo se torció cuando se subió la manga. Mostró con orgullo cómo la piel que tenía debajo estaba cubierta de tinta verde jade: un intrincado patrón de enredaderas que serpenteaban desde la muñeca hasta el bíceps. Tantas que resultaba difícil distinguir la calavera de la Marca Tenebrosa a través de la cortina de zarcillos y hojas pintadas.
—Lazo del Diablo, —se jactó Theo, girando el antebrazo a la luz para obtener una visión completa—. Siempre tuve una obsesión enfermiza con el tema mientras crecía. Pasaba más tiempo en el invernadero que en mi habitación. Así que, a la primera oportunidad, el verano pasado, encontré una tienda muggle en Kilburn para convertir mi brazo en algo encantador en lugar de repugnante. —Ahora levantó la vista y preguntó—: ¿Te gusta lo que ves?
Draco frunció el ceño.
—No veo por qué trataste de ocultar la Marca en absoluto. Esto no es Hogwarts y nadie piensa mal de nosotros por hacer lo que teníamos que hacer cuando estaba vivo.
—A lo mejor pienso peor de mí mismo por haberla tomado y no puedo mirarla sin que me den palpitaciones. Entintarlo es más permanente que un Encantamiento. —Ahora los ojos del bicho raro se desviaron hacia el brazo de Draco, que seguía oculto bajo la manga, y añadió—: También es menos doloroso que arrancarme la piel a arañazos cada vez que creo que los demás no miran.
—Joder, ni siquiera intentes...
Pero antes de que Draco hubiera completado su amenaza o cogido el cuchillo, Theo hizo bailar su mango de madera fuera de su alcance, sujetando la hoja contra su brazo y arrastrándola hacia arriba.
Pronto se formó un corte poco profundo a lo largo del brazo de Theo, y las gotas se acumularon en su piel como rocío carmesí en las enredaderas verde oscuro. Dejó que la sangre rodara hasta la pila de piedra que descansaba sobre el escritorio entre ambos.
Cuando terminó, Theo pasó la varita por la herida, sellándola, mientras Draco ponía los ojos en blanco y se inclinaba hacia delante para mirar el vapor nebuloso que se arremolinaba sobre la superficie del agua.
Al cabo de treinta segundos, Draco oyó una tos.
—¿Hubo suerte viendo alguna forma? ¿O sigues ciego como un Dingbat? —preguntó Theo con suficiencia. Había vuelto a examinar las cartas del tarot.
Draco respondió sin decir nada, en lugar de eso entrecerró los ojos con más fuerza en el cuenco. Como si pudiera obligar al vapor a volverse legible.
Cuando no lo consiguió a pesar de fijarse, Draco arrancó las cartas de las manos de su compañero de pupitre y seleccionó la de más arriba.
—Ya está, —dijo Draco, colocando la carta boca arriba.
—Ivanov explicó cómo se supone que yo mismo debo sacar de la baraja mientras tú interpretas el significado de la carta basándote en lo que viste reflejado, —refunfuñó Theo.
No obstante, ambos se inclinaron sobre el escritorio para mirar.
La carta se había vuelto del revés y mostraba a un hombre sin cara, con una túnica y una corona de oro. En la mano derecha sostenía una espada enjoyada y en la izquierda una balanza. Sin embargo, el centro estaba hecho jirones, lo que dificultaba la lectura de los números romanos con el palo de la carta.
Theo resolvió rápidamente el problema y abrió su libro de Adivinación de Sangre por el capítulo de cartomancia, leyendo en voz alta:
—La Carta de la Justicia, o la octava, es un recordatorio firme pero justo de que tus actos tienen consecuencias, en esta vida y en las vidas ya terminadas. Sacar esta carta en la posición vertical tradicional significa que se te está pidiendo cuentas por tus pecados y que serás juzgado en consecuencia. Una vez tomada la decisión, debes aceptarla y seguir adelante: no hay juicios retrospectivos ni segundas oportunidades con la Carta de la Justicia en posición vertical.
Theo hizo una pausa para preguntar:
—¿Esto coincide con lo que predijiste, Malfoy?
Ignorando la pregunta, Draco contestó:
—Ni siquiera estás leyendo la parte correcta, ya que invertí la dirección de la carta. ¿Lo ves aquí? El libro dice que Justicia Invertida significa que ya has hecho algo que no es moralmente correcto. La única solución es evaluar tu situación, esta vez con la intención de descubrir dónde puedes aceptar la responsabilidad. Al hacerlo, te liberarás de toda culpa y te capacitarás para tomar decisiones más sabias a perpetuidad.
Una mirada peculiar cruzó la cara de Theo durante un breve instante, haciéndole parecer muy incómodo ante los ominosos resultados de su lectura, antes de bajarse la manga.
—Nada de eso cuenta desde que estropeaste tanto los pasos. Despeja el cuenco y te enseñaré dónde te equivocaste, —decidió Theo.
La mesa volvió a su estado original y Draco invocó un nuevo cuchillo de un bloque de madera situado al otro lado del aula, pasándolo por la cola serpenteante de su Marca Tenebrosa. Exactamente como lo había hecho para la clasificación. Excepto que ahora, después de salpicar el agua con sangre, se sentó y dejó que Theo descifrara el vapor plateado sin sentido que se coagulaba alrededor de su sangre.
Theo tardó mucho tiempo en hacer algo más impresionante que mirar fijamente el cuenco, y Draco sonrió satisfecho al ver cómo los ojos del imbécil perdían el enfoque.
Cuando pasaron los minutos, Draco se aburrió y optó por acelerar el proceso. Barajó las cartas y eligió una al azar. Sus bordes estaban extremadamente dañados, pero la mayor parte de su centro permanecía intacta. Sin embargo, siguiendo las instrucciones de la profesora Ivanov, esta vez no reveló el tirón hasta que Theo terminó de adivinar su sangre.
Por desgracia, Theo tardó una eternidad, y la clase casi había terminado cuando sus ojos volvieron a enfocarse. Tenía el ceño fruncido en lo que podría ser consternación, o tal vez sorpresa. No dijo ni una palabra.
Draco estaba a punto de exigir una explicación cuando el tañido de las campanas lo interrumpió, indicando el final de la hora de la tarde.
Miró a su alrededor.
La profesora Ivanov ya había salido del aula con una floritura de túnica gris, lo que siempre hacía en cuanto sonaba el timbre. Nunca se entretenía sin motivo. Los demás alumnos tardaron más en marcharse: limpiaron la sangre de los cuencos y recogieron las mochilas.
Draco esperó a que la ensordecedora campana dejara de sonar y preguntó:
—¿Qué has visto en el cuenco?
Theo reveló la carta. Dos figuras, un hombre y una mujer, son bendecidas y protegidas por el ángel en las nubes, por encima de ellos.
—
Los ex Slytherins deambulaban juntos por el nivel inferior, hablando antes de regresar a sus respectivas salas comunes e intentando evitar pisarse los pies. Los pasillos siempre se volvían estrechos después de la cena, cuando el colegio se congregaba aquí para retrasar el toque de queda todo lo posible.
Draco reconocía a muy pocos alumnos, aparte de los que sabía que eran Soscrofas. Las amistades entre las casas eran escasas, ya que se mantenían en gran medida separadas, salvo en las ocasionales clases mixtas. Por eso, la gente se quedaba mirando a su grupo mientras deambulaban por la fortaleza, una curiosidad agravada por su fracaso colectivo a la hora de entablar amistad con ningún compañero de casa más allá de su unido círculo de serpientes.
El tiempo se les escapaba mientras el grupo subía y bajaba innumerables escaleras que conducían a murallas o a callejones sin salida que no llevaban a ninguna parte. No iban a ningún sitio en particular, simplemente caminaban. Aunque habían hecho muchas de estas caminatas nocturnas a lo largo de las semanas, los pasillos seguían pareciéndoles desconocidos bajo la luna amarilla de la cosecha. Como si la disposición de la propia escuela cambiara cuando los alumnos dormían.
Luego cruzaron a un ala inferior que Draco sí reconoció.
Levantó la vista y vio la misma alcoba a la que Pansy lo había arrastrado para proponerle un compromiso a medianoche. El incidente del que no habían hablado desde principios de septiembre, pero que seguía causando tensión.
En realidad, ya no había nada entre ellos. No es que nunca pensara en utilizar a Pansy para tener sexo, porque algunas noches lo hacía. Algunas noches consideraba apartarla de su grupo y llevarla a un rincón oscuro y apartado; utilizar una rodilla para separar las suyas mientras la deslizaba por la pared de roca con tanta brusquedad que su camisa se rasgaba con la fricción; sentarla sobre sus caderas, con las piernas entrelazadas. Obligarla a subirse la falda mientras él se introducía en su apretado coño. Taparle la boca con la palma de la mano para que guardara silencio.
Pero esos pensamientos pasaban rápidamente.
Y Pansy nunca notó la diferencia. Ahora mismo evitaba el contacto visual mientras parloteaba sobre Transmutación Avanzada con las hermanas Greengrass. Por lo poco que Draco había oído, había un chico de séptimo año que le gustaba, aunque no sabía nada de él aparte de su apellido.
—No creo que sea de ninguna de las buenas familias británicas, —se lamentó Astoria, y Daphne asintió con la cabeza—. Su nombre no me suena, y debería ya que he memorizado todo el Directorio de Sangre Pura de cabo a rabo. ¿Igual es extranjero?
—Eso es obvio con su espantoso acento húngaro. No puede distinguir más que un gruñido aquí o allá y vuelve loco a nuestro profesor. Pero incluso dejando a un lado los gruñidos, no entiendo por qué te interesa tanto, Pans. Se parece a lo que pasa cuando un duende se tira a un trol, —interrumpió Blaise.
Goyle soltó una risita y Astoria se sonrojó profusamente.
Los pasos de Pansy se hicieron más rápidos, llevándola al frente del grupo mientras su vergüenza aumentaba. Se alisó el pelo negro, ya liso, y murmuró:
—Encontramos bastante de qué hablar cuando estamos emparejados en clase, y estoy segura de que no es un mestizo ni un traidor a la sangre. No parece de ese tipo.
—Eso podría ser una ilusión, —señaló Daphne.
—Tú también has visto al cavernícola, Malfoy. En duelo, —insistió Blaise, pasando un brazo por encima del hombro de Draco para atraerlo de nuevo a su intercambio—. Hace que Gamba Bulstrode parezca francamente encantadora en contraste.
Draco ignoró a Blaise y echó un vistazo al pasillo contiguo. Había habido un movimiento borroso: las siluetas de dos personas que se deslizaban entre las sombras.
Y conocía sus voces.
—Os encontraré mañana, —dijo Draco a sus amigos, que estaban demasiado atónitos para responder.
Todos menos Blaise, que gritó:
—¿A dónde huyes esta vez, loco? El toque de queda no empieza hasta dentro de una hora.
Y como todas las noches que había abandonado el grupo antes de tiempo, Draco dejó que aquella pregunta se le escapara de las manos. Siguiendo las voces mientras desaparecían tras un recodo oscuro.
La persecución se prolongó más de lo debido, abarcando cuatro pisos y lo que parecía todo el perímetro de la fortaleza. Draco mantenía una distancia de diez metros mientras perseguía sigilosamente a las chicas, de las que ahora estaba seguro que eran Oleandre, la de dientes de conejo, y la otra Ucilena, Aaldharg, y que debían haber sido las que atacaron a Granger en el balcón mientras esperaba a la Directora. Después de haber asistido a una sesión de Magia de Sangre tan hostil ese mismo día, estaba igualmente seguro de que sabía lo que esas chicas estaban haciendo esta noche.
A dónde iban.
Por fin Oleandre y Aaldharg llegaron a las enormes y empinadas puertas de la biblioteca. Draco, sin embargo, se quedó detrás de una esquina mientras sacaba su varita. Escuchaba su conversación con la oreja alzada.
—La única forma de que esta noche acabe es teniendo que responder a demasiadas preguntas difíciles, Athina. No sé cuál es tu problema últimamente. A estas alturas ni siquiera pretendes tener cerebro, y mucho menos un plan. Así que antes de cruzar esta puerta, tienes que decirme qué demonios estás pensando, —susurraba Aaldharg, la segunda chica, con urgencia en noruego.
Oleandre no habló mientras empujaba el pomo de latón, solo para ser detenida por su amiga.
—Esto ya no es una broma, —insistió Aaldharg, con una nota de pánico en la voz—. Dime que aún tienes el control. Necesito oírtelo decir...
—Estáis las dos en medio.
Aaldharg retrocedió de un salto, mirando fijamente a Draco. Había llegado a asomarse por encima de ellas en el umbral de la biblioteca. De pie, a toda altura, de modo que su sombra caía sobre las chicas.
Entonces la atención de Aaldharg se dirigió a la varita de espino que hacía girar libremente a su lado. Con su nariz pequeña y su pelo castaño rojizo, daba la impresión de ser un roedor asustado.
—¿De dónde sales, Ma-Malfoy?
Draco frunció el ceño, respondiendo fríamente:
—Ya te pedí que te movieras una vez. No me hagas repetirlo.
Sin embargo, ahora su orden iba dirigida a Oleandre, que no había pronunciado palabra ni se había movido de su posición ante las puertas, con los dedos rígidos alrededor del pomo. A diferencia de su amiga, que la miraba con disimulo, ella tenía la mirada fija en el panel de madera que tenía delante.
Cansado de esperar, Draco extendió un brazo y apartó a la chica Ucilena. Aun así, se quedó completamente muda. Como si hubiera perdido la capacidad de hablar en algún momento entre la tarde y la noche. También había algo extraño en sus ojos negros, cavernosos y fijos.
La mirada de aquellos ojos negros inquietó a Draco lo suficiente como para romper rápidamente el contacto y cruzar entre las puertas, cerrándolas a sus espaldas.
Sin embargo, no podía explicar qué había en Oleandre que le pareciera tan anormal, ni por qué su espina seguía vibrando mucho después de que oyera a las dos Ucilenas retirarse de la biblioteca y sus pasos se desvanecieran poco a poco en la noche.
Esperó a que se fueran del todo para apartarse de las puertas.
Al igual que el resto de la escuela, la biblioteca estaba mal iluminada. Los tenues orbes encantados que recubrían las paredes emitían la más escasa luz, de modo que resultaba difícil reconocer las caras de los pocos estudiantes que habían optado por aislarse aquí en lugar de en cualquier otro lugar de la fortaleza o bajo las Estrellas del Norte.
A pesar de ello, el efecto era tranquilizador. Como pasar el tiempo hojeando perezosamente una página sin captar realmente las palabras. Y mientras recorría los pasillos de pergaminos amarillentos, pesados tomos y libros polvorientos, Draco se dijo a sí mismo que, como todas las otras veces, estaba aquí por pura curiosidad. Que no buscaba a Granger.
Por eso, cuando tropezó con ella, al principio se mantuvo a distancia. Escondido. Observando entre una hilera de libros.
Estaba sentada sola, como siempre en Durmstrang. Acompañada únicamente por una mesa de sillas vacías; rodeada de pergaminos y plumas. La trenza que domaba sus rizos horas antes hacía tiempo que se había deshecho, y el pelo castaño caía suelto. Y se parecía mucho más a la chica que él conocía.
Naturalmente, Granger no lo vio allí de pie, porque no lo vio ni una sola vez en las semanas que estuvo siguiéndola hasta la biblioteca. Lo que significaba que podría haber escapado inadvertido de nuevo.
Pero esta noche Draco quería que ella se diera cuenta.
Así que siguió ese fastidioso hilo por el pasillo hasta el siguiente. Deslizaba un libro de una estantería sin leer el título. Tomaba asiento en una mesa cercana y abría las páginas con la barbilla apoyada despreocupadamente en la palma de la mano mientras fingía leer.
Fingió no ver la sonrisa de Granger.
.
.
Nota de la autora:
Podéis encontrar mi calendario de publicaciones en Instagram (heavenlydewwrites)
