Los días eran largos. El tiempo se alargaba entre vendajes, gritos y el constante ir y venir de soldados heridos. Desde que Sasuke partió, su condición de civil le daba cierta libertad, pero también la condenaba a la incertidumbre. No sabía nada de él. Solo le quedaba esperar.
El sonido de camiones llegando con heridos se volvió un eco constante. Al principio le aterraba, luego se volvió parte de la rutina. Pero nunca dejó de doler. Por las mañanas, Sakura veía a los soldados formarse en filas rígidas, listos para recibir órdenes. Por las tardes, los veía regresar... o al menos, a los que aún podían hacerlo.
A veces llegaban con los ojos encendidos por la adrenalina. Otras, con miradas vacías, como si hubieran dejado sus almas en el campo de batalla.
Y luego estaban los que llegaban en silencio, envueltos en sábanas blancas.
Esa tarde, la calma se sintió antinatural.
Entonces, los gritos rompieron el silencio.
Sakura se giró justo a tiempo para ver un convoy de camiones militares atravesar la base a toda velocidad. Los neumáticos derraparon sobre la tierra, levantando polvo y un hedor metálico, mezcla de pólvora y sangre seca.
Las puertas traseras se abrieron con violencia.
Soldados salieron tambaleándose, algunos con las manos sobre heridas abiertas, otros ayudando a camaradas que apenas podían sostenerse en pie. Y luego estaban los que no se movían. Los que eran arrastrados en camillas o envueltos en lonas.
—¡Lleven a los más graves primero! —gritó Shizune, moviéndose entre el caos.
Sakura sintió el impulso de moverse. No podía quedarse quieta. No podía solo mirar.
Corrió hacia el área médica.
—General Minato, puedo ayudar.
El hombre se giró hacia ella. En sus ojos, más allá de la prisa, había reconocimiento.
—¿De verdad lo harías?
—No puedo permanecer aquí sin hacer nada.
Minato asintió.
—Entonces entra.
El hedor a muerte la golpeó de inmediato.
Sakura apenas llevaba unos minutos dentro cuando vio al general entrar a toda prisa.
Lo observó inclinarse sobre una camilla. La postura de su cuerpo, la forma en que sus dedos se aferraban al uniforme ensangrentado del soldado...
No era la de un comandante.
Era la de un padre.
Sakura contuvo la respiración cuando, en un gesto que no tenía cabida en un cuartel militar, Minato abrazó al herido.
No un saludo, no un gesto de cortesía.
Un abrazo real.
Después de un momento, el general se alejó sin decir palabra.
Sakura observó al joven sobre la camilla. Su cabello rubio estaba sucio de barro y sangre, su uniforme hecho jirones, pero su sonrisa...
Era brillante.
—Oye, linda... ¿me regalarías un poco de agua?
Ella parpadeó. Le tomó un momento darse cuenta de lo que la impactaba tanto.
Era idéntico a Minato.
Mismo cabello, mismos ojos azules. Pero había algo más. Algo en la forma en que la miraba.
—¿Cómo puedes sonreír en un lugar como este? —preguntó ella sin pensar.
El soldado rió, aunque el sonido se cortó con un quejido de dolor.
—Si dejo de sonreír, la guerra me gana.
Sakura le tendió el agua en silencio. Por primera vez en mucho tiempo, sintió algo más allá del peso de la guerra.
Curiosidad.
—¿Cómo te llamas?
El joven tomó un largo trago antes de responder.
—Naruto. Naruto Uzumaki.
Sakura sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El nombre resonó en su mente como un eco distante.
Naruto.
Sasuke le había hablado de él. No en muchas palabras, pero sí con una frecuencia inusual. Nunca había mencionado a alguien con tanta constancia, con tanto respeto disfrazado de indiferencia.
El mejor amigo de Sasuke.
Los ojos de Naruto la escanearon con intensidad repentina.
—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
—Sakura. Sakura Haruno.
Naruto se quedó en silencio.
Los engranajes en su cabeza parecían girar. Luego, sin previo aviso, sonrió con más fuerza.
—Así que tú eres la chica.
Sakura frunció el ceño.
—¿Qué chica?
Naruto apoyó la cabeza en la camilla, mirando al techo con expresión divertida.
—No sabes cuánto me ha hablado Sasuke de ti.
El corazón de Sakura dio un vuelco.
—¿Él... te habló de mí?
Naruto asintió.
—No decía mucho, pero cada vez que escribía una carta, mencionaba a "la mujer que cuidaba". No lo decía en muchas palabras... pero créeme, nunca había hablado de alguien con tanta frecuencia.
Sakura sintió una presión en el pecho. No sabía qué sentir. Alivio, miedo, emoción.
Naruto la observó con más detenimiento.
—Ahora que te veo, lo entiendo.
—¿Qué entiendes?
—Por qué se preocupaba tanto. Eres muy bonita.
Sakura bajó la mirada. No podía hablar. No con el nudo en su garganta.
Naruto sonrió de lado, con la confianza de alguien que, incluso en el borde de la muerte, no le teme a la vida.
—Tranquila. Si Sasuke dijo que volvería, lo hará. Es un hombre de palabra.
Sakura lo miró a los ojos.
Por primera vez en días, encontró un poco de esperanza en medio del infierno.
Las semanas en el hospital de campaña transcurrieron de una manera impredecible. El tiempo ya no tenía sentido.
Desde que conoció a Naruto, Sakura había sentido un alivio inesperado. Era la primera persona que hablaba de Sasuke con tanta naturalidad. En cada palabra, cada anécdota que compartían entre curaciones y cambios de vendaje, Sakura empezaba a conocer una parte de Sasuke que él nunca había mostrado.
Pero la guerra no daba tregua.
El convoy llegó en plena madrugada.
Las camillas fueron descargadas con urgencia, gritos y órdenes flotando en el aire como un constante zumbido de desesperación. Los heridos estaban cubiertos de barro y pólvora, algunos inconscientes, otros aferrándose a la vida con las pocas fuerzas que les quedaban.
Sakura ayudaba a acomodar a los pacientes cuando lo vio.
Su respiración se detuvo.
Una figura alta, delgada, con el cabello negro y alborotado, los mismos rasgos afilados que conocía tan bien. Los mismos labios tensos, las mismas pestañas largas descansando sobre una piel demasiado pálida.
Su corazón golpeó contra su pecho.
—Sasuke... —susurró, avanzando sin pensar.
Su uniforme estaba desgarrado, empapado en sangre. Tenía heridas en el pecho y el brazo, su rostro cubierto de polvo y sudor.
—¡Necesitamos sutura aquí! —gritó uno de los médicos, pero Sakura no lo escuchó.
Solo podía verlo a él.
Estaba aquí.
Estaba vivo.
Se arrodilló junto a la camilla y tomó su mano con desesperación. Estaba fría.
—Sasuke... —repitió, su voz quebrándose.
Los párpados del hombre se movieron con lentitud, abriéndose solo lo suficiente para revelar unos ojos oscuros y profundos.
Pero no la miraban con reconocimiento.
—¿Quién eres? —murmuró, con la voz áspera y debilitada.
Sakura sintió un escalofrío.
La mirada no era la misma.
El tono de su voz era distinto.
Fue entonces cuando notó los detalles que su mente se había negado a procesar.
Las líneas de expresión en su rostro.
El leve aire de cansancio en su postura.
Sasuke no tenía esos ojos. O al menos, no aún.
La sangre se le heló en las venas.
—Tú... no eres Sasuke. —Susurró con decepción.
El hombre la miró por un momento antes de esbozar una pequeña y agotada sonrisa.
—No... pero supongo que él es la razón por la que tienes esa expresión. Lamento desilusionarte. —Agregó con dificultad.
Sakura se apartó, sintiendo el temblor en sus manos.
—¿Quién... quién eres? —Preguntó con vacilación.
Antes de que él pudiera responder, Minato apareció junto a ellos, nunca le había visto tan serio.
—Itachi. —Respondió Minato con firmeza.
Sakura sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies.
Itachi.
El hermano de Sasuke.
Aquel del que Sasuke nunca hablaba. Aquel que, solo existía como una sombra distante en su vida.
Itachi la miró con detenimiento, como si estuviera memorizando su rostro.
—Sasuke... ¿habló de mí? —Cada vez que hablaba su pecho se elevaba con violencia, hablar era un suplicio.
La pregunta la tomó por sorpresa.
Sasuke rara vez hablaba de sus sentimientos. Y cuando lo hacía, nunca mencionaba a su hermano.
Sakura tragó saliva.
—No mucho.
Itachi cerró los ojos por un momento, como si esa respuesta confirmara algo que ya sabía.
—Lo imaginé.
Su tono no era triste ni molesto. Era solo... resignación.
Minato intervino antes de que Sakura pudiera responder.
—Descansa, Itachi. Tienes heridas graves.
El hombre asintió con debilidad, y pronto los médicos se lo llevaron.
Pero Sakura no se movió.
El parecido entre ambos la había golpeado con más fuerza de la que quería admitir.
Por un instante, había sentido que tenía a Sasuke de vuelta.
Pero solo era un eco del pasado.
--
En los casi dos meses que llevaba en ese lugar Sakura apenas tenía tiempo para dormir. El hospital de campaña estaba al límite, las camillas alineadas en filas interminables, y el flujo de soldados heridos no cesaba.
Sin embargo, cada vez que terminaba un turno agotador, encontraba su mente volviendo al mismo hombre.
Itachi Uchiha.
Su presencia la inquietaba. Era tan parecido a Sasuke y, al mismo tiempo, tan diferente.
Había pasado tres días en recuperación antes de que Sakura se animara a acercarse.
Lo encontró sentado en la litera improvisada, con la piel aún pálida por la pérdida de sangre, pero con la mirada firme, serena.
—No esperaba verte aquí —dijo él con una leve sonrisa cuando ella se detuvo junto a su cama.
Sakura se cruzó de brazos.
El silencio se instaló entre ellos por un momento, hasta que Itachi lo rompió con una pregunta que no esperaba.
—¿En dónde está Sasuke? —Preguntó con interés.
Sakura sintió un nudo en la garganta.
—Está en Hiroshima.
Itachi desvió la mirada hacia el techo de lona.
—Hiroshima... —La forma en que repitió la palabra le dio escalofríos. Como si ya supiera algo que ella no.
—¿Lo has visto? —preguntó con urgencia.
—No desde hace años —murmuró Itachi, y Sakura sintió un leve peso en su voz.
—¿Por qué?
Él suspiró.
—Porque no podía.
Sakura frunció el ceño.
—¿No querías?
—No —negó con la cabeza—. No podía.
Se hizo un silencio denso.
Sakura miró a su alrededor. El hospital de campaña olía a antisépticos y a muerte. Afuera, la guerra continuaba sin tregua. Y aun así, sentía que el peso de lo que estaba por escuchar era aún más aterrador que cualquier campo de batalla.
—¿Qué sucedió? —susurró.
Itachi la observó por un instante, como si evaluara si debía contarle la verdad. Pero al final, algo en él cedió.
—Danzo nos traicionó.
Sakura contuvo la respiración.
Itachi desvió la mirada, sus ojos oscuros cargados de recuerdos.
—Sí, participé en el golpe de Estado. Pero no fue como Sasuke cree. No hui. No me rebelé contra Japón. Nos traicionaron.
La voz de Itachi era tranquila, pero debajo de esa calma había algo roto.
—Danzo nos convenció de que debíamos tomar medidas extremas. Que si queríamos salvar nuestro país, debíamos actuar. Al principio, todos lo creímos. Nos usó como peones en su juego. Nos hizo creer que estábamos actuando en favor de la paz y de la vida de los ciudadanos.
Sakura se estremeció.
—¿Qué pasó después?
—Después del golpe, él nos traicionó. Nos mantuvo prisioneros.
Sakura sintió su estómago retorcerse.
Itachi asintió lentamente.
—Nos dijo que habíamos fracasado, que el gobierno ya no confiaba en nosotros. Nos utilizó en misiones sucias, en asesinatos. Nos obligó a hacer cosas terribles en su nombre.
Sakura sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Y Sasuke... sabe esto?
Itachi negó con la cabeza.
—No. Para él, supongo que todo se redujo a una traición. A que yo había tomado la decisión de irme y dejarlo atrás.
Sakura sintió una punzada en el pecho.
—¿Por qué no se lo dijiste? Quizá el saberlo pudo haber cambiado algunas cosas, el te habría apoyado...
Itachi la miró con un leve atisbo de melancolía.
—Porque no habría cambiado nada. El era demasiado joven para cargar con el peso de un país sobre sus hombros.
El silencio que siguió fue ensordecedor.
Sakura miró sus manos, sintiendo el peso de la verdad.
—¿Y qué pasó cuando Danzo murió?
Los labios de Itachi se torcieron en una sonrisa amarga.
—Fuimos libres. Nos ofrecieron volver al ejército como soldados rasos. Para el gobierno, nunca existimos. No nos juzgaron por nuestros crímenes porque oficialmente no habíamos cometido ninguno. Y tampoco nos dieron reconocimiento por lo que habíamos hecho.
Sakura tragó saliva.
—¿Por qué volviste?
Itachi la miró con intensidad.
—Porque la guerra no ha terminado. Y porque alguien tiene que asegurarse de que Sasuke sobreviva.
Sakura sintió que el aire abandonaba sus pulmones.
—¿Tienes miedo de que no vuelva? —Preguntó Sakura temerosa de su respuesta.
Itachi desvió la mirada.
—¿Tú no?
Sakura no pudo responder. Porque en el fondo, tenía el mismo miedo.
Desde que Sasuke se marchó, vivía con el terror de que su nombre fuera un día más en la lista de los caídos.
Y ahora, al ver a Itachi frente a ella, sentía que el tiempo se desmoronaba.
—Voy a protegerlo —susurró Itachi. —Iré a buscarlo, le contaré todo y lo traeré de vuelta.
Sakura sintió que un nudo se formaba en su garganta. Y aunque la situación era tensa, por fin supo que no estaba sola.
El tiempo en el campamento se volvió un bucle de agotamiento y desesperanza. A pesar de la rutina caótica, Sakura comenzó a notar algo extraño en su cuerpo.
El cansancio era distinto. Ya no se trataba solo del agotamiento de las largas horas en el hospital de campaña, sino de una fatiga que la pesaba hasta los huesos. Ni siquiera la carga del trabajo podía distraerla del creciente malestar que aumentaba con el paso de los días. Su estómago se revolvía con ciertos olores y, por las mañanas, se encontraba inclinada sobre un cubo de metal, ahogada en náuseas.
Al principio, pensó que se trataba del estrés. Las noches sin dormir, la preocupación por Sasuke, la comida en mal estado, la guerra que consumía todo a su paso. Pero cuando las náuseas se hicieron recurrentes y la fatiga la obligó a apoyarse en las paredes para no desvanecerse, ya no pudo engañarse más.
Una mañana, mientras trataba de estabilizar a un soldado gravemente herido, sintió un mareo repentino. Su visión se tornó borrosa y su cuerpo perdió fuerza por un instante.
—Sakura, ¿estás bien? —preguntó Shizune, notando su palidez.
Sakura asintió rápidamente, obligándose a mantener la compostura.
—Solo estoy cansada —respondió con una sonrisa forzada.
El golpe de realidad cayó sobre ella como una tormenta.
Esa noche, incapaz de contener su ansiedad, salió del hospital de campaña en busca de aire. Caminó hasta un claro apartado del campamento, donde el cielo despejado dejaba ver la luna plateada. Su mente era un caos.
¿Qué haría? ¿Cómo seguiría adelante en medio de la guerra, sin saber si Sasuke estaba vivo o muerto?
Las manos le temblaron al llevarlas a su vientre. En su interior, crecía el hijo de Sasuke. Y él ni siquiera lo sabía.
Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos antes de que pudiera detenerlas. Él no estaba. No sabía si regresaría. No sabía siquiera si estaba vivo.
—¿Sakura?
Su corazón casi se detuvo al escuchar la voz. Se giró de inmediato y encontró a Itachi de pie a unos metros de distancia, observándola con el ceño fruncido.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó él con voz tranquila, pero con un deje de preocupación.
Sakura se apresuró a secarse las lágrimas.
—Nada, solo... necesitaba aire.
Itachi no le creyó. Siempre veía más de lo que la gente quería mostrarle.
—Desde hace algún tiempo he notado que no te sientes bien —mencionó con calma.
Sakura abrió la boca, pero las palabras no salieron. Itachi siempre había sido un hombre perspicaz. Y en ese momento, sus ojos la analizaban con una precisión escalofriante.
—Tus ojeras son más profundas —continuó él—. Has estado mareada. Apenas comes. No necesitas decirlo en voz alta.
Sakura sintió que su pecho se oprimía.
Él ya lo sabía.
Itachi se acercó lentamente, la observó con una leve sonrisa melancólica.
—Si Sasuke supiera esto, haría lo imposible por volver.
Sakura sintió un nudo en la garganta.
—Pero no sé si volverá —susurró, su voz temblando.
Itachi se acercó un poco más, su presencia era imponente pero extrañamente reconfortante.
—Sasuke es terco. Siempre ha tenido una razón para pelear, aunque no lo diga en voz alta. Y ahora, tiene una razón más grande que cualquier otra.
Ella sintió que las lágrimas querían brotar, pero las contuvo.
—Itachi... no puedo hacerlo sola.
Él la miró con seriedad, y luego, con una certeza absoluta, dijo:
—No estarás sola. —Itachi rompió la distancia y se permitió deslizar su mano por su vientre aún plano. Ella se estremeció al contacto, era muy cálido.
En ese momento, Sakura supo que tenía a alguien que la protegería hasta que Sasuke volviera.
6 de agosto de 1945 – Hiroshima
Los días en la base militar de Hiroshima pasaron en un estado de alerta constante. Sasuke se encargaba de coordinar estrategias defensivas mientras la ciudad se llenaba de civiles intentando sobrevivir con lo poco que tenían.
Desde su llegada, el bombardeo enemigo no cesaba, las tropas estaban agotadas, la moral por los suelos. Él mismo había encabezado misiones suicidas, asegurando posiciones estratégicas, conteniendo el avance enemigo.
Pero la guerra no perdonaba a nadie.
El cielo estaba despejado cuando la alarma de ataque aéreo comenzó a sonar. Sasuke, junto a otros soldados, observaban a la lejanía de la ciudad el cielo, esperando un bombardeo más. Lo que nadie imaginaba era lo que estaba por ocurrir.
A las 8:15 a. m., el Enola Gay dejó caer la bomba atómica "Little Boy".
Un destello cegador cubrió el cielo. Luego, una explosión ensordecedora sacudió la tierra, seguida de una ola de calor abrasador. El infierno había descendido sobre Hiroshima.
Sasuke sintió el impacto antes de poder reaccionar. La onda expansiva lo lanzó por los aires, y en un instante, todo se volvió oscuridad.
Los días después de la bomba fueron un infierno en la Tierra. Hiroshima era solo cenizas y muerte.
--
El amanecer del 6 de agosto llegó con un aire pesado, sofocante. Sakura se despertó con una extraña sensación en el pecho, como si el universo intentara advertirle que algo estaba a punto de romperse.
Entonces, lo escuchó.
El caos comenzó con gritos. Luego, con órdenes desesperadas resonando por todo el campamento. Sakura salió corriendo de la tienda médica justo a tiempo para ver a Minato y otros oficiales reunidos en el centro del cuartel.
—¿Qué sucede? —preguntó con urgencia, sintiendo que su corazón se detenía.
Las miradas de los soldados eran sombrías. Algunos temblaban, otros apenas podían articular palabras.
—Ha caído una bomba sobre Hiroshima.
El mundo se detuvo.
Sakura sintió que el suelo se abría bajo sus pies. El aire se volvió pesado, irrespirable.
Hiroshima.
Sasuke estaba en Hiroshima.
El latido en sus oídos era ensordecedor. El sudor frío le cubrió la piel. No, no, no podía ser.
—No... —susurró, retrocediendo un paso—. No... ¡NO!
El grito desgarrador salió de su garganta sin permiso. Sintió las piernas temblarle, su visión nublarse. Todo lo que había contenido durante meses estalló como un cristal roto.
Cuando el pánico la dominó por completo, alguien la sujetó.
—¡Sakura! —la voz grave la ancló a la realidad.
Era Itachi.
La abrazó con firmeza, sosteniéndola cuando sus rodillas cedieron. Su cuerpo entero temblaba, su respiración era errática, descontrolada.
—Respira —le ordenó con voz baja pero firme—. No puedes derrumbarte ahora.
—¡Sasuke estaba allí! —sollozó, aferrándose a su uniforme—. ¡Dios, Itachi, él estaba allí!
El mayor no dijo nada. Solo la sostuvo mientras ella se desmoronaba en sus brazos. Porque no tenía una respuesta.
No podía prometerle que Sasuke estaba vivo.
Pero sí podía asegurarse de que no se rompiera en mil pedazos.
Las semanas siguientes fueron una neblina de dolor e incertidumbre.
Los informes llegaban con lentitud. La ciudad había sido aniquilada. Nadie sabía quién había sobrevivido.
Naruto comenzó a pasar más tiempo con ella. Tal vez porque sabía que él mismo enloquecería si no se aferraba a algo.
—No te dejaré sola, Sakura —le dijo un día, con una seguridad que casi la hizo llorar.
Así fue como, entre la desesperación y la búsqueda, surgió un lazo irrompible. Él e Itachi eran los únicos que entendían su dolor.
—No está muerto —le dijo con firmeza.
Sakura lo miró, sorprendida por su convicción.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Naruto apretó los puños.
—Porque es Sasuke. Y porque te prometió volver.
Sakura bajó la mirada. Quería creerlo. Con todo su corazón.
Con la rendición oficial, las tropas estadounidenses llegaron con mayor fuerza al país. Las órdenes eran claras: asegurar la estabilidad, desmantelar el ejército japonés y facilitar la reconstrucción.
Para Sakura, esto significó una nueva etapa en el hospital militar. Los soldados aliados llegaban con órdenes de restablecer el control, pero también traían suministros médicos y alimentos que tanta falta hacían.
Sin embargo, la tensión no desapareció de inmediato. Muchos soldados japoneses, derrotados y humillados, se resistían a aceptar la presencia extranjera.
2 de septiembre de 1945
El aire olía a ceniza y desesperanza. A pesar de la rendición oficial firmada aquella mañana a bordo del USS Missouri, en la bahía de Tokio, el eco de la guerra seguía latente en las calles, en los rostros de los supervivientes, en el polvo que cubría la tierra como un luto eterno.
Sakura salió de la tienda médica con pasos lentos, su vientre apenas hinchado por la falta de alimento y el constante estado de alerta en el que vivía. Las semanas de insomnio y trabajo implacable se reflejaban en su piel pálida y en sus ojos hundidos.
A lo lejos, un grupo de soldados japoneses se había reunido en silencio, sus miradas cargadas de rencor y resignación mientras observaban a los oficiales estadounidenses que patrullaban el campamento.
—No podemos aceptar esto —susurró uno, con la voz quebrada.
—No hay elección —respondió otro con dureza—. Si nos resistimos, moriremos todos.
Sakura desvió la mirada. Sabía que la guerra no terminaba solo porque un documento lo dijera. No para aquellos que habían perdido todo, que aún se aferraban a la idea de un Japón que ya no existía.
Pero, entre la desolación, su mente solo repetía un nombre:
Sasuke.
--
Los meses pasaron y la ocupación aliada comenzó a transformar la nación. Los campos de prisioneros se desmantelaban, las ciudades se llenaban de soldados extranjeros, y las órdenes de repatriación llegaban como sentencias definitivas.
En algún lugar del mundo, la noticia de la devastación llegó a oídos de una mujer que jamás había dejado de buscar.
Tsunade había pasado tres años con el alma desgarrada por la incertidumbre. Cuando la guerra terminó, usó su poder e influencia para remover cielo y tierra hasta encontrar a Sakura.
Cuando la vio, su corazón se detuvo.
La niña que crió ya no era la misma.
Sakura estaba delgada, con los huesos marcándose bajo su piel pálida, sus ojos antes llenos de vida eran ahora pozos oscuros de sufrimiento. Pero lo que más le impactó fue su vientre, redondeado por la vida que crecía dentro de ella.
—Sakura... —su voz tembló.
Sakura la miró y, por primera vez en años, sus piernas se movieron sin pensarlo. Corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas, como si al hacerlo pudiera borrar los años de horror y pérdida.
—Tía...
Tsunade la sostuvo con firmeza, sintiendo lo frágil que estaba, y cuando apartó la mirada, el peso de su estado la golpeó como una bala en el pecho.
—¿Cuánto has sufrido, mi niña...? —murmuró, con la voz rota.
Sakura se separó un poco, y por primera vez en mucho tiempo sonrió. Una sonrisa tenue, llena de tristeza pero también de amor.
Llevó ambas manos a su vientre con ternura.
—Voy a casarme con Sasuke cuando regrese —susurró, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.
Tsunade sintió un nudo formarse en su garganta.
—Sakura... —su tono era de advertencia, pero la joven negó con la cabeza.
—Él me lo prometió.
La esperanza en su voz hizo que la médica sintiera una punzada en el pecho.
¿Cómo arrancarle la venda de los ojos sin destrozarla por completo?
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí? —le espetó con severidad.
Sakura la miró con determinación.
—Hasta encontrarlo.
Tsunade cerró los ojos por un momento antes de hablar.
—Sakura... Sasuke está muerto.
El golpe fue inmediato.
—¡No lo sabes! —explotó la joven, su voz llena de rabia y desesperación.
—¿Y si está vivo? —Tsunade no retrocedió—. ¿En qué estado crees que estará? ¿Sabes cuántos hombres han vuelto hechos sombras de lo que fueron? ¿Cuántos no recuerdan ni sus propios nombres? ¿Cuántos jamás serán los mismos?
Sakura sintió que el aire le faltaba.
—Yo... tengo que encontrarlo.
Tsunade se arrodilló frente a ella, sosteniéndola de los brazos con fuerza.
—Ven conmigo a Francia. Allí estarás segura. Allí tendrás una vida digna para ti y para tu bebé.
—No.
—Sakura, ¡por Dios! —Su voz tembló con frustración—. ¡No puedes quedarte aquí y condenarte a la miseria! Tienes una fortuna esperándote. Tienes un futuro. ¡No puedes seguir aferrándote a un fantasma!
Pero ella solo negó con la cabeza, las lágrimas corriendo por su rostro.
—Si me voy... nunca podré perdonármelo.
Tsunade se quedó en silencio.
Lo entendió entonces.
No importaban los argumentos, Sakura estaba dispuesta a perderlo todo por la posibilidad, por el más mínimo resquicio de esperanza de que Sasuke estuviera vivo.
Y Tsunade, por mucho que quisiera salvarla, sabía que no podía obligarla a irse.
Suspiró, con el corazón oprimido.
—No puedo quedarme más tiempo en Japón. Pero volveré. Y si para entonces no lo has encontrado... entonces vendrás conmigo.
Sakura apretó los labios.
—Lo encontraré.
—Reza para que así sea. —Sentenció.
Y con esas últimas palabras, Tsunade se fue.
————————————
El tiempo transcurría de manera implacable, y con cada amanecer, Japón intentaba recoger los pedazos de su propia devastación. La guerra había terminado, pero la paz aún era un concepto lejano. Las ciudades yacían en escombros, el hambre persistía como una sombra silenciosa y la incertidumbre pesaba sobre los corazones de los sobrevivientes.
Para Sakura, la batalla no terminó con la rendición del país. La suya era una guerra personal, una lucha por aferrarse a la esperanza, por sobrevivir en un país que ya no era el mismo y, sobre todo, por encontrar a Sasuke.
Las órdenes eran claras: todos los extranjeros debían ser repatriados. La ocupación aliada comenzaba a imponer sus normas con la firmeza de los vencedores. Las fuerzas estadounidenses querían estabilizar el país, pero lo hacían con métodos severos.
Sakura no era japonesa.
Por más que hubiera pasado años en esa tierra, por más que su corazón le perteneciera a un hombre de ese país, la ley no reconocía sus sentimientos.
Pero entonces, Minato intervino.
El general, quien la había protegido desde el inicio del conflicto, no iba a permitir que la apartaran del lugar donde había dejado su alma.
Usando su rango y conexiones, argumentó que como hija del general Haruno y esposa del capitán Sasuke Uchiha, un oficial japonés, tenía el derecho de quedarse. Fue una batalla burocrática, llena de documentos, insistencia y promesas, pero al final, consiguió el asilo por el menos un tiempo mas.
Así fue como Sakura pudo quedarse en Japón, aunque el país apenas pudiera sostenerse a sí mismo. Fue reubicada en un distrito donde se concentraban las familias de los militares supervivientes. No era mucho, apenas una zona reconstruida con materiales básicos, pero para ella significaba un refugio.
La soledad era un monstruo hambriento, pero los lazos que había construido le ayudaban a no sucumbir.
Naruto, su nuevo amigo, se había reunido finalmente con su esposa, Hinata, y su pequeño hijo. La felicidad del reencuentro se mezclaba con las cicatrices de la guerra, pero al menos él había encontrado su paz.
Hinata se convirtió en un consuelo inesperado. Con su naturaleza amable y paciente, siempre estaba allí cuando Sakura sentía que la desesperanza la ahogaba..
Sakura también se había reencontrado con Sai.
Él, con una expresión que rara vez mostraba emociones, se disculpó con un peso inusual en su voz:
—No pude protegerte.
Sakura supo lo difícil que era para él admitir algo así.
—Lo hiciste, Sai. Gracias a tu informe nos salvaste la vida.
Sai había vivido infiltrado en la organización de Danzō, intentando exponer su corrupción. Pero el precio fue alto. No pudo evitar que ella cayera en la tormenta.
—Me quedé cerca de Danzō, tratando de desenmascararlo, y por eso...
Sakura lo interrumpió con una sonrisa comprensiva.
—Sobrevivimos. Eso es lo que importa.
A su lado, había una mujer que contrastaba con todo lo que se esperaba en Japón. Rubia, de ojos azules, de aire indomable. El contraste entre ellos era irónico. Sai, un hombre japonés criado en las normas tradicionales, e Ino, una occidental independiente y directa. La había conocido cuando la tregua comenzó, estaba herido y las tropas estadounidenses lo rescataron, ella curó sus heridas y su corazón.
Sakura encontró en ella una hermana en espíritu. A diferencia de las mujeres japonesas que se aferraban a la tradición, Ino traía consigo las ideas del feminismo, del cambio, de la independencia.
Hablaban de moda, de costumbres extranjeras, de lo que significaba ser mujer en un mundo de hombres.
En una nación que seguía arrastrando las cicatrices de la guerra, aquellas pequeñas amistades fueron su salvación.
Si había alguien que no la dejaba sola, era Itachi.
Aparecía todos los días, con el mismo semblante sereno, trayendo consigo alguna comida o simplemente compañía. La protegía sin decirlo en palabras, como si compensara con su presencia todo el dolor que su hermano no podía aliviar.
Hasta que un día, una voz curiosa la sacó de sus pensamientos.
—El padre de tu hijo es Itachi, ¿no es así?
Sakura se giró hacia Izumi, una de las enfermeras del hospital militar.
—No... es su hermano. Sasuke.
Izumi parpadeó, avergonzada por su error. Pero su siguiente confesión la sorprendió aún más.
—Lo conocí desde que éramos niños. Siempre lo he amado en secreto. Cuando se supo que había traicionado a Japón... creí que nunca lo volvería a ver. Pero ahora que lo tengo delante, cada vez que cruzamos palabras... mi corazón aún late con fuerza.
Las piezas se unieron en la mente de Sakura.
Izumi amaba a Itachi.
E Itachi, por más que se negara a admitirlo, merecía tener a alguien que lo ayudara a dejar atrás el peso del pasado.
Por eso, con una sonrisa astuta, Sakura le pidió un favor:
—Itachi, ¿podrías acompañar a Izumi a su casa? Ya es tarde y no quiero que vaya sola.
Él, sin sospechar sus intenciones, aceptó sin dudar.
Con el paso de los días, Sakura comenzó a notar pequeños cambios. Itachi e Izumi pasaban más tiempo juntos, compartían conversaciones más largas, pequeños gestos de cercanía.
Y un día, mientras los observaba de lejos, vio algo que le calentó el corazón.
Izumi limpió suavemente una mancha en la mejilla de Itachi.
Sakura sonrió.
Por fin, él estaba volviendo a la vida.
31 de marzo de 1946
El amanecer trajo consigo un aire pesado. Sakura estaba preparando té para Itachi, como lo hacía todas las mañanas, cuando un dolor agudo la detuvo en seco.
Sintió un líquido caliente deslizarse por sus piernas.
Había roto fuente.
El pánico la golpeó, pero antes de que pudiera reaccionar, Itachi ya la estaba sosteniendo.
—Te llevaré al hospital.
Todo ocurrió en un parpadeo.
El dolor, los gritos de las enfermeras, el aroma a desinfectante y sangre.
Horas después, el llanto de un bebé rompió el silencio.
Sarada Uchiha había nacido.
Era pequeña, con un diminuto mechón de cabello oscuro y una piel delicada como el terciopelo.
Era perfecta.
Pero en su pecho, junto con la alegría, había un vacío.
No había un padre esperando ansioso al otro lado de la puerta.
Nadie le susurró que todo estaría bien cuando el dolor se volvió insoportable.
Por primera vez en su vida, Sakura sintió la felicidad y la tristeza al mismo tiempo.
Porque el hombre al que amaba no estaba allí para verla nacer.
Las lágrimas cayeron por su rostro.
Itachi, sentado a su lado, la observó en silencio.
—Sarada... —susurró él, extendiendo la mano con cautela, como si temiera quebrar a la pequeña.
Sakura asintió, dándole permiso.
Cuando él la tomó entre sus brazos, por un instante, Itachi Uchiha no fue el soldado marcado por la guerra.
Fue simplemente un hombre sosteniendo la esperanza de un nuevo comienzo.
Pero el vacío en el pecho de Sakura no desapareció.
Porque Sasuke aún no volvía.
El tiempo avanzaba sin piedad. Los días se convertían en meses, pero la ansiedad que consumía a Sakura no disminuía. Cada día que pasaba sin noticias de Sasuke era un golpe más a su espíritu, una herida abierta que no podía cicatrizar.
Japón intentaba reconstruirse bajo la ocupación aliada, pero los cambios no beneficiaban a todos. Las oportunidades laborales eran exclusivamente para los japoneses. La economía era un caos, y los pocos trabajos disponibles se otorgaban solo a aquellos con ciudadanía.
Una mañana, llegó la noticia que destruiría su mundo.
Era una simple carta, un papel ordinario, pero con un peso devastador. Sakura Haruno no podía permanecer en Japón.
No tenía ciudadanía. Ya no tenía un empleo. No tenía derechos.
Había sobrevivido a la guerra, había resistido contra todo, pero ahora la ley dictaba su destino.
No tenía elección.
Naruto fue el primero en reaccionar cuando la escoltaron fuera del barrio.
Corrió tras ella.
—¡No pueden hacer esto! —gruñó, interponiéndose entre los oficiales y Sakura, con los puños apretados y los ojos ardiendo de furia.
El soldado que lo enfrentó apenas mostró emoción.
—No tiene documentos legales para permanecer en Japón. No se aceptan excepciones.
Naruto estaba a punto de perder el control cuando una mano firme lo detuvo.
Itachi.
Su expresión era inmutable, pero en sus ojos había algo sombrío. Él entendía mejor que nadie lo que significaban las órdenes de los vencedores.
—No tienen opción —dijo con voz grave—. Si se queda, la pondrán en prisión o algo peor.
La desesperación se apoderó de Sakura. ¿Cómo podían arrancarla de su hogar?
Luchó. Suplicó. Pero la guerra la había dejado sin derechos.
Cuando los soldados tomaron su brazo, un grito desgarrador escapó de sus labios.
—¡Por favor, déjenme quedarme!
Pero nadie la escuchó.
Naruto la abrazó con fuerza, con los ojos llenos de lágrimas y la mandíbula apretada.
—Encontraré a Sasuke, te lo juro.
Sakura se aferró a él, sintiendo que cada segundo que pasaba era un paso más hacia su separación.
—Dile... dile que lo amo...
No pudo decir más. La angustia le estranguló la voz.
Entonces, Itachi se acercó y le puso una mano en el hombro.
Era un gesto simple, pero su mirada contenía una promesa silenciosa.
—Lo cuidaremos —murmuró.
Sakura lo miró con los ojos empañados, con el corazón dividido entre la gratitud y el dolor.
Luego, la escoltaron hacia el puerto.
Con su hija en brazos, fue obligada a marcharse.
El puerto de Yokohama estaba repleto de barcos destinados a repatriar a extranjeros. Hombres y mujeres que, como ella, habían quedado atrapados en una guerra que no les pertenecía.
El buque que la llevaría de regreso a Francia partió al amanecer.
Sakura permaneció en la cubierta, con Sarada dormida en su pecho, sin apartar la vista de la costa japonesa.
No lloró.
Sus lágrimas habían quedado en la tierra que dejaba atrás.
Pero cuando Japón comenzó a desvanecerse en el horizonte, el dolor la golpeó con la brutalidad de una tormenta.
Se aferró con fuerza a su hija, la única parte de Sasuke que aún tenía con ella.
Cada vez que miraba los ojos oscuros de Sarada, sabía que no podía perder la esperanza.
Algún día, Sasuke volvería a ellas.
:
El viaje a Francia fue un tormento.
Sakura pasó semanas en alta mar, sumida en el silencio, sosteniendo a Sarada contra su pecho como si temiera que también la arrebataran de sus brazos. El frío de la cubierta era nada comparado con la sensación de vacío en su pecho.
Japón se había convertido en su hogar. En sus calles llenas de ruinas, en los rostros marcados por la guerra, había dejado su corazón. Allí estaba Sasuke, vivo o muerto, esperándola... o perdido para siempre.
Pero la guerra no solo había destruido naciones. Le había arrebatado la posibilidad de elegir.
Cuando el puerto de Marsella apareció en el horizonte, Sakura no sintió alivio. Solo desarraigo.
El regreso a su hogar fue extraño.
La mansión de la hermanas Senjuu en París había sido reconstruida con la fortuna familiar que Tsunade logró recuperar tras la guerra. Sin embargo, los muros restaurados no podían borrar los recuerdos.
Nada era como antes.
Tsunade las recibió con los brazos abiertos. Pero en cuanto la miró, su expresión se ensombreció.
Sakura no era la misma mujer que había partido años atrás.
Su postura era recta, su mirada serena, pero en sus ojos verdes había una profundidad insondable. Una tristeza refinada que solo aquellos que han sobrevivido al abismo pueden llevar con elegancia.
El tiempo pasó, pero la herida de la guerra no sanó. Sakura se hundió en una profunda depresión. Pasaba los días en su habitación, mirando por la ventana como si esperara ver a Sasuke aparecer entre las sombras.
Sarada era su única razón para levantarse por las mañanas.
Tsunade lo notó, y aunque rara vez mostraba ternura, se negó a permitir que su sobrina se consumiera en el dolor.
—Si no lo haces por ti, hazlo por ella —le dijo una noche, mientras miraban a la pequeña dormir en su cuna.
Al día siguiente, Tsunade la obligó a volver a la vida.
Le consiguió un puesto en el Hospital Central de Francia, uno de los más prestigiosos del país.
La inscribió en la Facultad de Medicina para que terminara sus estudios.
—Te di una vida para que la tomes, no para que te marches con la muerte.
Tsunade era una mujer fuerte, poderosa. Nunca se había casado porque no iba a permitir que ningún hombre le dijera qué hacer.
Bajo su tutela, Sakura recuperó lentamente su voluntad.
Se sumergió en el trabajo, en los estudios, en la maternidad. Sarada crecía sana y fuerte, con su cabello negro y sus ojos llenos de una inteligencia que recordaba demasiado a Sasuke.
Pero ni el tiempo ni la distancia apagaron su esperanza.
Sakura nunca dejó de buscar a Sasuke.
A través de contactos en la Cruz Roja, periódicos internacionales, listas de prisioneros de guerra... Nunca dejó de escribir cartas, de hacer preguntas, de escudriñar cada nombre en busca del suyo.
Pero los años pasaban, y Sasuke seguía siendo un fantasma.
Cinco Años Después
El parque en el que Sarada solía jugar estaba lleno de niños corriendo entre los árboles y los senderos adoquinados.
Sakura, sentada en una banca de hierro forjado, observaba a su hija reír mientras jugaba con otros niños.
Estaba impecablemente vestida, con un abrigo de lana color crema, guantes de encaje y un sombrero de ala ancha que proyectaba una sombra sutil sobre su rostro. Parecía una mujer sacada de una portada de revista, una dama de la alta sociedad parisina, aunque en sus ojos persistía la sombra de un anhelo que ni la elegancia podía disimular.
Entonces, ocurrió algo que cambiaría su destino para siempre.
La pelota con la que jugaban rodó lejos, hasta los pies de un hombre vestido con un abrigo oscuro.
Sarada corrió tras ella y, al llegar, levantó la vista para encontrarse con un par de ojos oscuros que le resultaban extrañamente familiares.
El hombre, alto y de expresión severa, tomó la pelota con una calma ensayada. Sus dedos largos y firmes envolvieron el objeto con una precisión casi militar, pero su mirada permaneció fija en la niña frente a él.
Había algo en su rostro que le resultaba... familiar.
Su piel, aunque más curtida por el tiempo y las penurias, tenía un tono similar al suyo. Sus ojos oscuros, profundos e insondables, reflejaban una sombra que le resultaba inquietantemente cercana.
Finalmente, inclinó ligeramente la cabeza y, con un acento áspero que delataba que el francés no era su lengua, le tendió la pelota.
—Aquí tienes.
Sarada la tomó con manos pequeñas pero seguras. Su mente, aguda e inquisitiva, captó de inmediato el detalle de su pronunciación. Su madre le había enseñado otro idioma con gran esmero, asegurándose de que lo dominara con fluidez. Si este hombre no hablaba francés...
En un impulso, preguntó con la inocencia de sus cinco años:
—¿Cómo te llamas?
El hombre pareció desconcertado. Por un instante, su expresión impenetrable vaciló.
—Sasuke.
Sarada parpadeó.
Ese nombre.
Lo había escuchado muchas veces antes, en los susurros de su madre cuando creía que Sarada dormía, en las cartas que nunca enviaba, en los recuerdos que nunca compartía del todo.
Con su mente ágil y su corazón latiendo con emoción, cambió de idioma sin esfuerzo.
—¿Sasuke Uchiha? —preguntó en un japonés perfecto—. Mamá dice tu nombre todo el tiempo.
El hombre se tensó al instante.
Era como si la niña hubiera conjurado un fantasma.
El aire pareció espesarse entre ellos. Su pecho subió y bajó en una respiración entrecortada, y su única mano se crispó sobre la tela de su abrigo oscuro.
—¿Cómo... sabes ese nombre? —su voz, siempre controlada, ahora contenía un leve temblor.
Pero Sarada solo sonrió, como si no comprendiera la magnitud de lo que acababa de provocar. Señaló con su pequeña mano hacia una banca a unos metros de distancia.
—Mamá dice que es el nombre de mi papá.
Sasuke sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
El estruendo de la guerra, los años de miseria, el exilio, las noches en vela con el recuerdo de un amor inalcanzable... Todo quedó en segundo plano ante esas simples palabras.
Con el corazón palpitándole con fuerza, siguió la dirección que Sarada había señalado. Y entonces, la vio.
Sakura.
No quedaba rastro de la niña que conoció años atrás.
Ahora, su vestimenta reflejaba una nueva realidad. Los harapos de los campos de refugiados habían quedado en el olvido. Vestía con una sobria sofisticación parisina: un traje entallado que abrazaba su figura con elegancia, un abrigo de lana beige, guantes de cuero y un sombrero que enmarcaba su rostro con innegable gracia.
Su rostro, de facciones delicadas, mostraba unos preciosos ojos verdes que conservaban, a pesar del paso del tiempo, la chispa de inocencia. Sus mejillas rosadas y sus labios rojos formaban una visión completamente distinta a la imagen que tuvo la última vez que la vio antes de partir a Hiroshima. El cabello de Sakura, que alguna vez cayó libremente y desordenado como en la infancia, ahora se deslizaba en suaves ondas, meticulosamente cuidadas. Su porte irradiaba una dignidad silenciosa, una seguridad innata de una mujer de mundo. En ese momento, Sasuke se sintió consumido por la amargura y la culpa por no haber estado allí para cuidarla, especialmente por que en aquel tiempo en su vientre se gestaba la promesa de una hermosa niña a la que ahora seguiría hasta el fin del mundo.
Pero aunque su apariencia había cambiado, Sasuke reconoció en su postura la misma determinación de siempre.
Y lo más importante...
Reconoció en la niña que lo miraba con una mezcla de curiosidad y ternura, su propia sangre.
El tiempo pareció detenerse. Cinco años de ausencia, de sufrimiento, de búsqueda sin respuesta... todo se redujo a ese instante.
Sasuke observó a la niña con un lazo invisible que lo unía a ella, casi como si su corazón hubiese dado un brinco al reconocerla. Tan pequeña, tan llena de vida. Su cabello negro y brillante le llegaba justo a los hombros llevaba un lazo rojo en el cabello, sus ojos eran oscuros como los suyos, con una mirada profunda y curiosa. Sin embargo, al observarla más detenidamente, vio que en ella se reflejaban también los rasgos de Sakura.
El vestido rojo que llevaba la niña, de tela fina, contrastaba con la pobreza que había marcado su vida en Japón, pero de alguna manera parecía que esa pequeña prenda representaba la fuerza de una nueva vida, la vida que ella había logrado construir a pesar de todo.
La niña miró a su alrededor y vio a su madre levantándose de la banca, su rostro lleno de la misma serenidad que siempre había tenido, aunque esta vez con una tristeza que nunca había conocido antes.
—¡Mamá! —llamó con emoción.
Sakura, perdida en sus pensamientos, tardó un segundo en reaccionar. Se levantó de la banca con la gracia de quien estaba acostumbrada a moverse con control.
—Sarada, te dije que no te alejes —le reprendió suavemente, inclinándose para quedar a su altura.
—Es que estaba hablando con papá.
Sakura parpadeó.
—¿Qué?
La niña sonrió, sin notar el temblor en la voz de su madre.
—Mamá, me dijiste que papá estaba en otro lado, pero no es cierto. Está aquí.
Sakura sintió que el aire abandonaba sus pulmones.
Se irguió lentamente, con una sensación de vértigo apoderándose de su cuerpo.
Y entonces, escuchó su voz.
—Sakura...
Ese tono grave, pausado.
Un sonido que no había escuchado en cinco años pero que reconocería en cualquier parte del mundo.
Contuvo la respiración y giró lentamente.
Y allí estaba él.
Sasuke.
No había cambiado. O tal vez sí, pero de una forma que hacía que su corazón doliera.
Su abrigo negro, gastado y deshilachado en los bordes, apenas cubría el cuerpo marcado por las cicatrices del tiempo. Su cabello más largo caía en desorden sobre su frente, y su mirada... su mirada seguía siendo la misma de siempre: profunda, melancólica, atrapada entre sombras.
Pero lo que más la golpeó fue otra ausencia.
No tenía un brazo.
Sakura sintió que su mundo se sacudía. No necesitó palabras para entender lo que había sufrido, lo que había sacrificado.
Sasuke la miró fijamente.
Cinco años.
Cinco años separados, viviendo en extremos opuestos del mundo.
Cinco años de anhelos no dichos, de preguntas sin respuesta, de amor suspendido en el tiempo.
Y, sin embargo, ese instante fue suficiente para borrar toda la distancia.
Sarada los observaba con curiosidad, ajena a la magnitud del momento.
Sasuke tragó saliva, sin apartar la vista de Sakura.
—Estoy aquí —susurró.
Era todo lo que podía decir.
Porque en ese momento, el pasado ya no importaba.
Solo el presente.
Ella se acercó, como si sus piernas pudieran fallar en cualquier momento, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, estiró la mano hacia él. Sasuke no dudó ni un segundo y, sin importar la distancia que los años y la guerra habían creado entre ellos, extendió su brazo intacto hacia ella.
Y cuando sus manos se encontraron, fue como si el universo hubiera encajado todas las piezas rotas de su vida.
Había sombras bajo sus ojos y su postura, aunque fuerte, evidenciaba un agotamiento profundo.
—Sasuke... —Su voz salió apenas un susurro.
Él apartó la mirada, como si el simple hecho de escuchar su nombre en su boca lo desarmara.
—No es necesario... —murmuró, pero su voz se quebró al final.
Sakura reconoció al instante el leve temblor en su mano, la rigidez en su mandíbula, las señales de alguien que llevaba demasiado tiempo sin descanso ni cuidado.
No iba a permitirlo.
—Vamos a casa.
Su tono no admitía discusión.
Sasuke levantó la mirada, encontrándose con esos ojos verdes que, a pesar de todo, seguían mirándolo con la misma intensidad de siempre.
Y aunque una parte de él quería negarse, su cuerpo traicionado por el cansancio lo obligó a asentir.
