El camino hasta el hogar de Sakura fue silencioso, pero no incómodo. Sarada iba saltando a su lado, hablándole de cosas triviales, como su escuela y sus amigas. Sasuke la escuchaba en silencio, procesando cada palabra como si intentara aferrarse a la realidad.

Cuando entraron en la casa, Sasuke sintió un golpe en el pecho.

Era un palacio, un verdadero hogar.

Los muebles eran elegantes, con estanterías llenas de libros y una chimenea encendida que llenaba el ambiente con un calor acogedor. Olores familiares flotaban en el aire: madera, té de hierbas... y Sakura.

Sarada corrió a su habitación, dejando a los dos adultos en la sala.

Sakura se giró hacia él.

—Siéntate.

Sasuke, agotado, no discutió. Se dejó caer en un sillón, sintiendo cómo su cuerpo cedía.

Ella desapareció un momento y regresó con una manta. Sin decir nada, la desplegó sobre él con cuidado.

Ese simple gesto lo desarmó más que cualquier palabra.

Se quedó en silencio, observándola. No había urgencia en sus movimientos, solo la ternura de alguien que solía cuidar de los demás.

Minutos después, Sakura regresó con un cuenco de sopa caliente y lo colocó en la mesa frente a él.

—Come.

Sasuke miró la sopa, luego a ella.

—No tienes que...

—Come, Sasuke.

Había una súplica en su tono que lo hizo obedecer sin más.

La primera cucharada fue una revelación.

Hacía años que no probaba algo tan reconfortante. El calor de la sopa recorrió su cuerpo, aliviando un frío que no había notado hasta ese momento.

Sakura se sentó frente a él, observándolo en silencio.

Cuando Sasuke terminó de comer, dejó la cuchara con un leve tintineo contra el cuenco vacío. Sus manos descansaron sobre la mesa, y sin pensarlo, Sakura extendió la suya para retirar el plato.

Sus dedos se rozaron.

Un leve contacto, apenas un instante, pero suficiente para que Sakura notara algo extraño.

Su piel estaba caliente.

El instinto médico se impuso sobre cualquier otra emoción. Sin dudarlo, se inclinó hacia él y presionó su palma contra su frente.

Sasuke se tensó por la cercanía, pero no se apartó.

—Sakura... —Su voz era un murmullo ronco, pero ella apenas lo escuchó.

Frunció el ceño al notar la fiebre. Estaba ardiendo.

—Estás enfermo —afirmó preocupada.

Sasuke desvió la mirada, como si quisiera restarle importancia.

—No es nada. Solo cansancio.

—Eso lo decidiré yo —dijo con firmeza, poniéndose de pie.

Sasuke suspiró, sabiendo que no tenía sentido discutir con ella. Sakura desapareció un instante y volvió con un pequeño botiquín. Sin decir palabra, mojó un paño con agua fresca y lo llevó a su frente.

Él cerró los ojos, exhalando lentamente al sentir el alivio inmediato.

—No tienes que hacer esto —murmuró.

—Claro que sí —respondió ella, sin dudar.

El silencio se instaló entre ambos. Un silencio denso, lleno de palabras no dichas, de años perdidos.

Sakura retiró el paño con delicadeza y lo humedeció de nuevo. Su mirada recorrió su rostro, memorizando cada cambio, cada cicatriz nueva.

Había sobrevivido. Pero a qué costo.

—¿Dónde has estado, Sasuke? —Susurró con amargura.

Él abrió los ojos lentamente, clavando su mirada en la de ella.

—En el infierno. —Dijo al fin.

Sakura sintió que su corazón se encogía.

—Cuéntamelo.

Sasuke dudó. Pero cuando vio la determinación en sus ojos, entendió que no tenía que cargar con todo solo.

Así que comenzó a hablar.

—El día en que la bomba cayó, había salido de Hiroshima con mi escuadrón para llevar un mensaje urgente a la base continua, estábamos lejos del epicentro cuando vimos en el cielo un gran avión. No recuerdo mucho de ese instante, solo el destello cegador, la onda expansiva que me lanzó en los aires, y luego... el silencio del horror. No morí, pero sí fui arrancado de mi mundo y arrastrado a un infierno de fuego y muerte.

Sasuke hizo una pausa. Su mirada, oscura y contenida, se posó en los ojos de Sakura, y en ese instante, todo el peso de esos años parecía converger en una sola palabra: infierno.

—Fui capturado por las fuerzas aliadas. Nos mantuvieron en un campo de prisioneros, donde el tiempo se detuvo. Me obligaron a a hacer cosas terribles, a renunciar a mi dignidad, a vivir en un perpetuo estado de dolor y soledad. Nunca supe que la guerra había terminado, que Japón se había rendido, porque en ese lugar la oscuridad era tan densa que el mundo exterior parecía un sueño lejano.

Sakura sintió que las lágrimas amenazaban con brotar, y su voz se quebró en un susurro: —Sasuke...

—Y en esos años, mientras me consumía en ese tormento, cada noche, en medio de la miseria y la soledad, pensaba en ti, me recordaba la promesa que te hice.

Él bajó la mirada, luchando contra el torrente de recuerdos dolorosos, pero no se apartó de su mirada.

—Yo necesitaba saber, entender... ¿Por qué no podía encontrarte? cada día, mi corazón se rompía al pensar que me habías dejado sola en este mundo.

Sasuke apretó los puños, conteniendo la rabia y la culpa. Con voz ronca y contenida, respondió:

—No fue mi elección alejarme, Sakura. A pesar de todo, sobreviví. Incluso en medio del sufrimiento, tú fuiste la razón que me mantuvo vivo.

Sakura se acercó lentamente, mirándolo con compasión y dolor. Tomó su mano y la apretó suavemente.

—Prometo que... reconstruiré lo perdido —dijo él, con voz temblorosa.

—Te amo, Sasuke. Nunca he dejado de amarte.

Él bajó la mirada por un instante, pero no dijo más.

En ese instante, la distancia que los había separado durante tantos años se disolvió. Se besaron con una pasión que no conocían, como dos piezas que por fin encajaban perfectamente. Después del beso, Sasuke se inclinó, recargándose en el cuello de Sakura; su fragancia era un inconfundible perfume a flores, a primavera y al sol, tan dulce y familiar como siempre.

Pero, aunque aquel momento les ofrecía un breve respiro, Sakura necesitaba saber más.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó con voz temblorosa, buscando en sus ojos una respuesta que pudiera llenar el vacío de tantos años de ausencia.

Sasuke respiró hondo y comenzó a relatar, con la voz entrecortada por el peso de su historia:

—Cuando me liberaron, Minato dio la orden de retorno a Tokio. Allí, Naruto y su familia me acogieron sin dudar, y sin decir palabra, me llevaron con Itachi. Él me contó todo lo que sucedió durante su desaparición, y cuando te conoció en el campamento.

Hizo una pausa, su mirada se oscureció.

—Pero hubo algo que omitió. Me dijo que era de vida o muerte que te buscara, que en tus cartas habías dado la dirección del hospital donde trabajabas. Viajé durante meses en barcos; Itachi consiguió algo de dinero para mi viaje, pero no fue suficiente, así que tuve que trabajar en el camino para llegar a Paris. Cuando fui a buscarte al hospital, me dijeron que era tu día de descanso. Vagué por los alrededores hasta llegar al parque, y allí te encontré. Encontré a mi hija, y por fin comprendí de lo que Itachi hablaba. No me dijo que yo tenía una hija.

Sakura lo miró, con lágrimas y una mezcla de asombro y dolor. En ese instante, todo lo vivido, todo lo perdido, se reunió en una verdad ineludible.

—Es hermosa... Nunca me imaginé ser padre. Si hubiera sabido que estabas embarazada antes de irme, jamás te habría abandonado. Me siento tan miserable, Sakura. Tantas cosas has tenido que soportar mientras llevabas en tu vientre a nuestra hija... No puedo imaginar el dolor que te causé. Perdóname, Sakura.

En ese instante, mientras las palabras de perdón y promesa aún flotaban en el aire, Sasuke notó algo en el rincón de la pared. Entre la penumbra, los ojos de Sarada brillaban con curiosidad infantil, asomándose desde un escondrijo que apenas permitía ver su pequeño rostro.

—¡Sarada, ven! —llamó Sakura con voz suave pero decidida, extendiendo la mano hacia su hija. —Papá se quedará con nosotras.

El tono maternal de Sakura resonó en el silencio, y la niña, con pasos tímidos pero llenos de determinación, emergió de su escondite y se acercó. La visión de Sarada, tan inocente y a la vez tan profundamente conectada con su linaje, llenó de emoción a Sasuke. Por un breve instante, el peso de años de sufrimiento pareció aligerarse al ver que, a pesar de todo, su legado continuaba en esa pequeña sonrisa.

Sasuke la observó en silencio, su rostro se suavizó al comprender que la esperanza, encarnada en Sarada, era lo único que le quedaba. Con cada latido, sentía que el dolor del pasado se transformaba en la fuerza para reconstruir el futuro, no solo para él y Sakura, sino para su hija, la luz que nunca había dejado de brillar en la oscuridad.

Al caer la noche, después de haber acostado a Sarada en su habitación decorada con elegantes detalles art déco, Sakura tomó suavemente a Sasuke del brazo y lo condujo hacia su dormitorio, resplandecía con luz tenue proveniente de candelabros de cristal y lámparas de araña, proyectando destellos sobre los ricos tapices y muebles. Sin embargo, en contraste con la belleza de su hogar, Sasuke parecía un hombre quebrado: sus ropas, desgastadas y manchadas por largos días de viaje, apenas podían ocultar el cansancio y la enfermedad que se reflejaban en su rostro.

—Ven, Sasuke —dijo Sakura con voz suave pero llena de determinación, guiándolo hacia el baño privado, decorado con azulejos de mármol y adornado con un discreto ofuro moderno.

Mientras el vapor comenzaba a llenar la habitación, Sakura preparó agua tibia en una elegante tina de diseño japonés, perfumada con esencias de yuzu y hierbas aromáticas.

Sasuke se sentía fuera de lugar en ese entorno de refinamiento. La opulencia de la casa, con sus muebles de época, cortinas de terciopelo y candelabros de cristal, recordaba a Sakura lo que había logrado, pero también acentuaba su propia miseria. No tenía el dinero ni la pretensión para encajar en aquel mundo.

Con una mezcla de resignación y determinación, él comenzó a desvestirse mientras su imagen se observaba en un espejo que reflejaba la imagen de un hombre marcado por la guerra. Con manos temblorosas y gestos forzados, Sasuke se aseó usando un jabón perfumado y una toalla fina de algodón.

Al salir del cuarto de baño Sakura lo esperaba sentada en la enorme cama, con almohadas de plumas y cubierta de sábanas de seda y lana.

—Debes descansar, Sasuke. Te he traído ropa limpia. Espero que te quede bien; mañana iremos a comprar lo que necesites —dijo Sakura con voz suave, mientras extendía un paño limpio y unas prendas cuidadosamente seleccionadas sobre la cama.

Sasuke, que había soportado años de miserias y hambre durante su cautiverio, se encontraba cubierto únicamente por una fina toalla que le llegaba de la cintura a las rodillas. Con movimientos lentos y medidos, se dejó ver la fragilidad oculta tras su rostro endurecido. A pesar de todo, Sakura deseaba secar cada parte de su cuerpo con esmero, como en los días en que su contacto era lo único que le daba fuerza y le recordaba un tiempo menos sombrío.

—No necesito nada —murmuró Sasuke con voz ronca, su mirada evitando la de ella mientras se vestía.

Sakura frunció el ceño, un leve destello de irritación mezclado con tristeza en sus ojos. Aunque, como buen japonés, él todavía aferraba algunas ideas tradicionales, ella sabía que ahora, más que nunca, necesitaba aceptar la ayuda. Con tono firme pero cariñoso, le respondió:

—Claro que sí, Sasuke. El invierno se acerca, y ese abrigo apenas te cubre. Necesitas ropa abrigada, zapatos adecuados, e incluso una navaja de afeitar.

Sasuke se tensó, apretando los puños levemente, y replicó con voz entrecortada:

—No quiero ser una molestia para ti. Al contrario, siento que soy yo quien debería proveerte, no tú.

La respuesta lo hirió a pesar de su tono duro. Sakura, con el rostro marcado por la preocupación y la determinación, se acercó y le colocó suavemente una mano en el hombro.

—Debes aceptarla, Sasuke. No se trata de ser una carga. Todos necesitamos ayuda en momentos difíciles.

—Lo sé, Sakura —respondió él en un susurro, mientras sus ojos oscuros buscaban los de ella, llenos de una mezcla de orgullo y vulnerabilidad—. Pero aún me cuesta admitirlo.

Ella inclinó la cabeza, acariciando con delicadeza el contorno de su mejilla, como intentando borrar las cicatrices invisibles del pasado.

—Te prometo que cuidaré de ti, así como tú siempre has cuidado de mí. A veces, la verdadera fortaleza está en saber aceptar la ayuda de quienes te aman.

Sasuke respiró hondo, dejando que la sinceridad de sus palabras penetrara en su coraza. En ese instante, comprendió que, aunque el orgullo y las viejas costumbres le dictaran lo contrario, debía permitirse ser vulnerable, aceptar el amor y el apoyo que Sakura le ofrecía sin reservas.

Cuando lo dejó solo en la habitación para que pudiera vestirse, sintió un nudo en el estómago. Quería pedirle que durmiera con ella, sentir su calor a su lado después de tantos años, pero no se atrevía. A pesar de todo, no sabía qué tipo de relación tenían ahora. Si por ella fuera, habría entrado a la habitación, lo habría abrazado y le habría pedido que la amara como antes, sin reservas. Pero se contuvo.

A la mañana siguiente, el aroma del café y del pan recién hecho inundó la casa. Por primera vez en mucho tiempo, la mesa del desayuno estuvo llena de risas. Sarada hablaba sin parar con su padre, sus pequeñas manos gesticulando con emoción mientras contaba historias de su vida en París. Para Sakura, era un recordatorio del tiempo perdido, pero también de la esperanza de un nuevo comienzo.

Después de dejar a Sarada en el colegio, caminaron por la Avenue Montaigne. Sakura, con paso decidido, lo llevó a las boutiques más exclusivas, donde adquirió un par de trajes completos para él. Luego recorrieron las calles en busca de otras cosas necesarias. Sasuke, con evidente incomodidad, fruncía el ceño con cada nueva compra.

—Esto es innecesario —murmuró, viendo las bolsas que los asistentes de la tienda llevaban detrás de ellos.

—No lo es —replicó Sakura con firmeza—. Vas a necesitar ropa adecuada, te guste o no.

Cuando finalmente lo convenció de probarse un traje en Dior, Sakura lo esperó con los brazos cruzados, anticipando su mal humor. Pero cuando Sasuke salió del probador vestido con el impecable conjunto negro, todas las dependientas suspiraron al verlo.

Sakura sintió una punzada de celos absurda al notar las miradas de admiración que le dirigían.

—Te queda perfecto, monsieur —dijo una de ellas, con una sonrisa coqueta.

Sasuke, ajeno a la atención que estaba recibiendo, solo miró a Sakura con resignación.

—¿Ya puedo quitarme esto?

Ella soltó un suspiro, rodando los ojos.

—No. Aún tenemos más cosas que comprar.

Él gruñó en respuesta, pero no discutió. Sakura ocultó una sonrisa mientras salían de la tienda. Tal vez Sasuke seguía siendo el mismo hombre terco de siempre, pero ahora estaba con ella. Y eso era lo único que importaba.

Cuando recogieron a Sarada del colegio, las miradas se posaron en ellos de inmediato. Las madres de familia, siempre elegantes y acostumbradas a la sofisticación parisina, quedaron atónitas. Nunca habían visto a un japonés tan atractivo como él.

Sasuke, ajeno a la atención que despertaba, vestía con la misma naturalidad con la que solía llevar sus ropas desgastadas de antes. Ahora, el abrigo negro de lana caía con elegancia sobre sus hombros, los pantalones de cachemir realzaban su porte imponente, y una fina bufanda cubría la mitad de su rostro, dándole un aire misterioso. Por fin se había afeitado, y su rostro limpio y anguloso destacaba aún más sus facciones marcadas.

—¡Papá, papá! —exclamó Sarada corriendo hacia él con entusiasmo. Sus amigas la seguían con curiosidad, mirándolo con admiración infantil.

—Así que este es tu padre... —susurró una de ellas.

—Sí, ¿verdad que es guapo? —presumió Sarada con orgullo, inflando el pecho.

Sakura, que había notado las miradas de las madres y hasta algunos susurros entre ellas, no pudo evitar sonreír con cierta diversión. Sasuke, en cambio, solo arqueó una ceja, sin entender del todo el revuelo que causaba.

—Vámonos —dijo simplemente, tomando la mano de Sarada.

Mientras se alejaban, algunas madres intercambiaban miradas de asombro y murmuraban entre ellas, pero a Sakura no le importaba. Por primera vez en años, su familia estaba completa.

Sakura sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Su peor miedo se hacía realidad. Otra vez, Sasuke se iría. Otra vez, ella y Sarada se quedarían atrás.

—¿Volver al ejército? —su voz tembló, pero se forzó a mantenerse firme—. Sasuke, acabas de salir de una guerra, de un infierno. ¿Por qué querrías volver?

—No se trata de querer, Sakura. Se trata de lo que debo hacer —Sasuke cruzó los brazos, tenso—. Minato me dio una oportunidad y tengo una deuda con él. Japón sigue necesitando reconstrucción. No puedo quedarme aquí y fingir que todo ha terminado.

—¿Y qué hay de mí? ¿De Sarada? ¿De lo que nos costó encontrarte? —Sakura sintió las lágrimas arder en sus ojos—. No puedes venir aquí, hacerme creer que todo estará bien, que por fin podremos ser una familia, y luego marcharte otra vez como si nada.

Sasuke apartó la mirada. Sabía que tenía razón, pero había algo en su interior que no lo dejaba quedarse quieto. No sabía cómo explicarle que, aunque la amaba, la culpa aún lo carcomía.

—Por eso quiero que vengas conmigo —dijo, más bajo esta vez—. Quiero que volvamos juntos.

Sakura dejó escapar una risa amarga.

—¿Y abandonar mi vida aquí? ¿Mi trabajo? ¿El colegio de Sarada? Sasuke, mi hogar está en Francia. Mi vida está aquí. No puedo simplemente empacar y seguirte como si nada.

—No te estoy pidiendo que lo hagas a la ligera, pero... —Sasuke se frotó la frente, frustrado—. No puedo quedarme, Sakura. No sé cómo hacerlo. Después de todo lo que he visto, después de todo lo que me hicieron...

—¿Y crees que yo no sufrí? —lo interrumpió ella, la ira ardiendo en su pecho—. ¿Crees que tener a tu hija sola, en un país extranjero, sin saber si estabas vivo o muerto, fue fácil? Tú no eres el único que carga con cicatrices, Sasuke.

Él apretó la mandíbula. No quería pelear con ella. No quería herirla más de lo que ya lo había hecho con su ausencia.

—Sakura...

—No, escúchame bien —ella avanzó un paso, poniéndose frente a él—. No te atrevas a pedirnos que dejemos todo cuando ni siquiera sabes qué quieres. Si realmente quisieras estar con nosotras, encontrarías la forma. No nos abandonarías otra vez.

El silencio cayó entre ellos como una sentencia. Sasuke sintió que algo dentro de él se rompía al verla así, furiosa, herida. Y entonces, sin pensarlo, la tomó del rostro y la besó con desesperación.

Sakura respondió con la misma intensidad, empujándolo hacia la pared mientras las lágrimas se mezclaban con su aliento. Sus manos se aferraron a su camisa, como si tuviera miedo de que desapareciera de nuevo.

—Te odio... —susurró contra sus labios, aunque el deseo en su voz la traicionaba.

—Lo sé... —Sasuke deslizó sus manos por su espalda, atrayéndola más a él—. Pero también me amas.

Sakura cerró los ojos con fuerza. Sí, lo amaba. Lo había amado siempre. Y lo seguiría amando aunque su amor doliera como el filo de una espada.

Sin más palabras, se aferraron el uno al otro, dejando que la rabia y el amor se entrelazaran en un beso feroz. Sasuke la levantó en brazos y la llevó a la cama, donde la guerra de palabras se convirtió en una entrega silenciosa, en la necesidad de asegurarse de que aún estaban ahí, de que el tiempo y el dolor no habían cambiado lo que sentían.

Esa noche, no hubo promesas de futuro ni despedidas. Solo el deseo urgente de amarse como si fuera la última vez.

Pero en el fondo, ambos sabían que la verdadera decisión aún estaba pendiente.

Los días transcurrieron y esa nueva normalidad era maravillosa, aunque Sasuke no se había acercado a Sakura de una forma amorosa, ella por su parte no quería presionarlo a pesar de sentir el impulso por llenarlo de besos.

Sasuke había llevado a Sarada a dormir y le contaba un cuento, Mientras lavaba los platos de la cena. Sintió como él se acercaba a su espalda.

—Sakura, tenemos que hablar.

Las palabras hicieron que su estómago se encogiera. Sabía bien que las malas noticias comenzaban de esa manera. Su cuerpo se tensó instintivamente, pero intentó mantener la calma.

—¿Qué sucede? —preguntó con cautela, cruzándose de brazos.

Sasuke tomó aire, su mirada sombría y determinada.

—Debo volver a Japón. Minato prometió que me devolvería al ejército.

Sakura sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Su peor miedo se hacía realidad. Otra vez, Sasuke se iría. Otra vez, ella y Sarada se quedarían atrás.

—¿Volver al ejército? —su voz tembló, pero se forzó a mantenerse firme—. Sasuke, acabas de salir de una guerra, de un infierno. ¿Por qué querrías volver?

—No se trata de querer, Sakura. Se trata de lo que debo hacer —Sasuke cruzó los brazos, tenso—. Minato me dio una oportunidad y tengo una deuda con él. Japón sigue necesitando reconstrucción. No puedo quedarme aquí y fingir que todo ha terminado.

—¿Y qué hay de mí? ¿De Sarada? ¿De lo que nos costó encontrarte? —Sakura sintió las lágrimas arder en sus ojos—. No puedes venir aquí, hacerme creer que todo estará bien, que por fin podremos ser una familia, y luego marcharte otra vez como si nada.

Sasuke apartó la mirada. Sabía que tenía razón, pero había algo en su interior que no lo dejaba quedarse quieto. No sabía cómo explicarle que, aunque la amaba, la culpa aún lo carcomía.

—Por eso quiero que vengas conmigo —dijo, más bajo esta vez—. Quiero que volvamos juntos.

Sakura dejó escapar una risa amarga. Por un instante, quiso decirle que sí, que lo seguiría a donde fuera. Pero su vida estaba en Francia. Su hija estaba en Francia. Su trabajo, su estabilidad, todo lo que había construido con tanto esfuerzo. ¿Cómo podía pedirle que lo dejara todo?

—¿Y abandonar mi vida aquí? ¿Mi trabajo? ¿El colegio de Sarada? Sasuke, mi hogar está en Francia. Mi vida está aquí. No puedo simplemente empacar y seguirte como si nada.

—No te estoy pidiendo que lo hagas a la ligera, pero... —Sasuke se frotó la frente, frustrado—. No puedo quedarme, Sakura. No sé cómo hacerlo. Después de todo lo que he pasado...

Sakura temblaba de rabia, de dolor, de todas las emociones contenidas durante años. Sus ojos brillaban con furia y tristeza mientras lo miraba fijamente.

—¿Crees que eres el único que ha sufrido? —lo interrumpió ella, su voz se quebró, pero no bajó el tono—. ¿Sabes lo que sentí cuando te vi partir? ¿Lo que fue vivir con la incertidumbre de si estabas vivo o muerto? Pasé años sin saber nada de ti, consumiéndome en la angustia.

Sasuke frunció el ceño, pero no la interrumpió.

—Parí sola, Sasuke —su confesión cayó como un golpe seco—. ¿Sabes cuánto envidiaba a las mujeres que tenían a sus maridos a su lado cuando daban a luz? Ver cómo las cuidaban, cómo las sostenían de la mano mientras el dolor las destrozaba... Yo no tuve eso.

Respiró hondo, tratando de contener las lágrimas, pero era imposible.

—Cuando supe que estaba embarazada fue la mayor emoción de mi vida. Creí que jamás podría ser madre, Chiyo me daba aquel té que alteraba mi cuerpo, y tenía miedo de que nunca pudiera concebir... pero ocurrió un milagro. Y lo mejor es que era tuyo.

Sasuke cerró los ojos un instante, como si su propio cuerpo sintiera el peso de sus palabras.

—No tienes idea de cómo fue sobrevivir a ese embarazo en medio del horror —continuó Sakura, su voz desgarrada—. Intentaba comer lo poco que llegaba al cuartel, pero mi estómago lo rechazaba. Pasaba los días viendo heridos, muertos, mutilados, cuerpos carbonizados... y aun así, lo que más deseaba era saber que tú no eras uno de ellos. Que, de algún modo, seguirías con vida.

Sasuke bajó la mirada, su mandíbula tensa, sus puños cerrados.

—Pero sobre todo... —Sakura tragó con dificultad—, lo que más deseaba era que estuvieras a mi lado cuando la bebé pateaba. Que pudieras sentirla. Que supieras que aún teníamos un futuro.

El silencio se instaló entre ambos, pesado, asfixiante. Sasuke parecía contener algo dentro de sí, algo que amenazaba con romperlo. Cuando levantó la mirada, sus ojos oscuros estaban cargados de culpa y un dolor profundo.

—Sakura... —murmuró, pero ella negó con la cabeza, apartando la vista.

No podía escuchar excusas. No ahora.

Él apretó la mandíbula. No quería pelear con ella. No quería herirla más de lo que ya lo había hecho con su ausencia.

—No, escúchame bien —ella avanzó un paso, poniéndose frente a él—. No te atrevas a pedirnos que dejemos todo cuando ni siquiera sabes qué quieres. Si realmente quisieras estar con nosotras, encontrarías la forma. No nos abandonarías otra vez. —Sakura rió con amargura, sin un rastro de alegría en su rostro. — ¿Sabes qué es lo peor de todo? —preguntó con la voz temblorosa—. Que nunca me dijiste lo que sentías por mí.

Sasuke la miró, pero no dijo nada. Sus labios se apretaron en una línea tensa.

—A veces me convencía de que simplemente no sentías lo mismo —continuó ella, sus ojos nublados por el dolor—. Pero otras... otras me aferraba a cada gesto, a cada mirada, a cada momento en el que me hacías creer que sí. Que me querías.

Sus manos temblaban, y apretó los puños para contener el torbellino de emociones que la estaba consumiendo.

—Jamás me lo dijiste, Sasuke —susurró, su voz quebrada—. Nunca. Y ahora... ahora haces lo mismo.

Él abrió la boca, pero ella negó con la cabeza.

—Te di todo mi amor, todo lo que tenía. Y me quedé vacía.

El silencio cayó entre ellos como un abismo imposible de cruzar. Sasuke la miraba con algo que se asemejaba a desesperación, pero sus labios seguían sellados.

Sakura lo observó una última vez antes de apartar la mirada.

—Ya no sé si puedo seguir soportándolo —confesó, con un hilo de voz.

El pecho de Sasuke se comprimió con una sensación que no podía describir, un miedo que lo atravesó como una cuchilla helada. Porque por primera vez, vio algo en los ojos de Sakura que lo aterrorizó: la posibilidad de perderla.

Sasuke sintió que algo dentro de él se rompía al verla así, furiosa, herida. Y entonces, sin pensarlo, la tomó del rostro y la besó con desesperación.

Sakura respondió con la misma intensidad, empujándolo hacia la pared mientras las lágrimas se mezclaban con su aliento. Sus manos se aferraron a su camisa, como si tuviera miedo de que desapareciera de nuevo.

—Te odio... —susurró contra sus labios, aunque el deseo en su voz la traicionaba.

—Lo sé... —Sasuke deslizó sus manos por su espalda, atrayéndola más a él—.

Sakura cerró los ojos con fuerza. Sí, lo amaba. Lo había amado siempre. Y lo seguiría amando aunque su amor doliera como el filo de una espada.

La tensión se disipó en un torbellino de deseo contenido. Se aferraron el uno al otro, devorándose con caricias ansiosas. Habían pasado cinco años desde la última vez que estuvieron juntos, pero ahora era diferente. Ya no eran unos jovencitos inexpertos, sino adultos marcados por la guerra, por la pérdida, por la supervivencia. Y en ese instante, encontraron en el cuerpo del otro el único hogar que realmente les pertenecía.

Sasuke la llevó hasta la cama sin apartar sus labios de los suyos. Sakura sintió su piel contra la suya, sus manos recorriéndola con necesidad. Sus cuerpos se conocían y al mismo tiempo se redescubrían, con la urgencia de quienes saben que el tiempo es efímero. Se amaron con desesperación, con ternura, con la certeza de que, sin importar lo que el futuro les deparara, en ese instante eran solo ellos dos, perdidos en el amor que nunca se extinguió.

Al final, cuando la respiración de ambos se calmó y el cansancio los envolvió, Sakura apoyó su cabeza en su pecho y susurró:

—No quiero que te vayas.

Sasuke besó su cabello y cerró los ojos.

—Entonces no me dejes ir.

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Sakura sintió el amanecer filtrarse a través de las cortinas, bañando la habitación con una luz suave y dorada. A diferencia de otras mañanas, esta vez no sintió la urgencia de levantarse. Por primera vez en años, no había prisas, ni miedo, ni incertidumbre. Solo el calor del cuerpo de Sasuke pegado al suyo, su respiración acompasada contra su cuello, su brazo fuerte rodeándola con una seguridad que había creído perdida para siempre.

No había esa sensación de alerta, de temor a ser separados otra vez. Ahora podían permitirse permanecer así, desnudos, amándose incluso cuando el sol se elevaba sobre París.

Sakura giró levemente el rostro y lo observó. Su perfil era sereno, más relajado de lo que lo había visto en mucho tiempo. Acarició con suavidad su mejilla, ahora libre de la barba descuidada, y su corazón se apretó con ternura. Aún podía ver las cicatrices de los años duros, las sombras de las batallas libradas, pero también podía ver a su Sasuke. El hombre que amaba, el padre de su hija, el hombre que finalmente había vuelto a ella.

Sintiendo el roce de sus dedos, Sasuke abrió los ojos con lentitud. Su mirada oscura se posó en la de ella, y por un momento, ninguno de los dos dijo nada. No hacía falta.

Finalmente, Sakura sonrió con dulzura.

—Buenos días —susurró.

Sasuke soltó un leve suspiro y la atrajo aún más hacia él, enterrando el rostro en su cabello.

—Buenos días —respondía con voz ronca y adormilada, como si no quisiera soltarla nunca.

Y en ese instante, supieron que sin importar lo que el futuro les deparara, se tenían el uno al otro. Finalmente, estaban donde siempre debieron estar.

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Las semanas pasaron y, aunque la incertidumbre aún pesaba sobre ellos, la rutina comenzó a asentarse en la casa de Sakura. Sasuke, por primera vez en años, experimentó la tranquilidad de una vida doméstica. Se acostumbró a los desayunos en familia, a llevar a Sarada al colegio y a las largas caminatas con Sakura por las calles de París. Pero la sombra de la decisión que debía tomar seguía acechándolo.

Una tarde, después de recoger a Sarada, Sasuke se encerró en el estudio y redactó una carta a Minato. Le informó que no regresaría de inmediato a Japón, que necesitaba unos meses más para llegar a un acuerdo con Sakura y asegurarse de que Sarada no sufriera las consecuencias de su decisión. Sabía que Minato no lo esperaría para siempre, pero en ese momento, su familia era su prioridad.

Cuando Sakura leyó la carta, su corazón se llenó de alivio. Aunque el futuro seguía siendo incierto, al menos no tendría que despedirse de él tan pronto. Sin embargo, ambos sabían que la conversación pendiente aún los esperaba. París había sido un refugio, pero no una solución definitiva.

Esa noche, mientras Sarada dormía, Sasuke y Sakura se encontraron en la sala, cada uno con una copa de vino en la mano. Se miraron en silencio durante un largo rato, hasta que él habló con voz serena.

—No puedo quedarme aquí para siempre, Sakura. Sabes que mi deber está en Japón.

Ella asintió, sintiendo un nudo en la garganta.

—Lo sé, pero mi vida está aquí ahora. Mi trabajo, el hogar que construí para Sarada... no puedo simplemente dejarlo todo atrás. No puedo regresar a ser una simple ama de casa que espera que su marido regrese después de largos meses, amo lo que hago, me gusta ayudar a los demás.

Sasuke suspiró y desvió la mirada. Sabía que pedirle que regresara con él era egoísta, pero al mismo tiempo, la idea de marcharse y volver a estar solo lo atormentaba.

—No quiero que Sarada crezca sin su padre —dijo finalmente, con el peso de la verdad en cada palabra.

—Y yo no quiero que ella crezca sin estabilidad, quiero que sea una mujer fuerte, independiente, tú y yo sabemos que las cosas no han cambiado mucho allá. —respondió Sakura con firmeza.

El silencio que siguió fue pesado, lleno de emociones contenidas. Pero, a pesar de todo, había algo que ninguno de los dos podía negar: el amor que aún ardía entre ellos. Habían luchado demasiado para encontrarse como para dejar que una decisión los separara de nuevo.

Sin decir más, Sakura se acercó y tomó su rostro entre sus manos, obligándolo a mirarla a los ojos.

—Sasuke, encontraremos una solución. No importa cuánto tiempo tome. Esta vez, no voy a dejarte ir.

Él la miró, y por primera vez en mucho tiempo, permitió que la esperanza se instalara en su pecho. Sin más palabras, la besó con la misma intensidad con la que la había extrañado. Y en ese instante, comprendieron que, sin importar a dónde los llevara el destino, estaban dispuestos a luchar por su familia.

Sakura había tomado una decisión. Quería darle una sorpresa a Sasuke y, al mismo tiempo, enfrentarse a su propia incertidumbre. Quizás, viajar a Japón le daría las respuestas que tanto necesitaba. Solicitó unas vacaciones en el hospital y, en silencio, compró los pasajes de avión y barco para llegar a Japón.

El barco atracó en el puerto de Yokohama bajo un cielo grisáceo. Sakura sintió una punzada en el pecho al respirar el aire de Japón después de tantos años. Ahora, con Sarada de la mano y Sasuke a su lado, el pasado y el presente se fundían en un mismo instante.

Sasuke observó las calles con una mezcla de nostalgia y recelo. Había prometido no volver hasta estar listo, pero ahora estaba allí, con su familia. Miró de reojo a Sakura, quien tenía los ojos vidriosos mientras contemplaba el paisaje de su infancia.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él en voz baja.

Sakura asintió, aunque su corazón latía desbocado. —Sí. Sólo... es extraño estar aquí de nuevo.

Sarada, ajena a la carga emocional de sus padres, miraba todo con fascinación. Era su primera vez en Japón, y aunque había escuchado historias de su madre, nada se comparaba con verlo en persona.

Llegaron a Tokio al atardecer, donde los esperaba Naruto.

—¡Sakura! —exclamó el rubio al verla bajar del tren. Su sonrisa se amplió al ver a Sasuke, pero lo que realmente lo dejó sin palabras fue la pequeña niña de ojos oscuros que los acompañaba.

Sakura sonrió con calidez. —Naruto, quiero presentarte a mi hija, Sarada.

Naruto parpadeó un par de veces antes de reaccionar. Se agachó para quedar a la altura de la niña y le sonrió con ternura. —Vaya... haz crecido bastante, no te veía desde que eras una bebé, tienes los ojos de tu padre. Mucho gusto, Sarada-chan. Yo soy Naruto, un viejo amigo de tus padres.

Sarada lo observó con curiosidad antes de sonreír tímidamente. —Mucho gusto, señor Naruto.

Naruto soltó una carcajada. —¡Nada de "señor"! Sólo dime Naruto, ¿de acuerdo?

La pequeña asintió y pronto se vio arrastrada por Naruto a una conversación sobre ramen y aventuras de su infancia con Sasuke. Sasuke, por su parte, se quedó en silencio, observando la calidez con la que su hija se relacionaba con su mejor amigo.

Itachi los recibió en su casa con una expresión serena, los años le habían caído tan bien, ahora tenía una pequeña familia con Izumi, sus dos niños disfrutaban de los macarons que Sakura les había llevado de Paris.

En cuanto vio a Sarada, sus ojos reflejaron una emoción que rara vez mostraba.

—Así que esta es mi sobrina... —murmuró con una leve sonrisa. Se arrodilló frente a la niña y le extendió la mano—. Mucho gusto, Sarada.

Sarada miró a su madre, buscando aprobación, antes de estrecharle la mano a aquel hombre de apariencia imponente.

—¿Eres el hermano de papá? —preguntó con curiosidad.

—Así es —respondió Itachi con suavidad.

Sarada lo estudió por un momento antes de asentir con seriedad, como si estuviera evaluando la legitimidad de sus palabras. Finalmente, sonrió levemente. —Tienes ojos amables.

Sakura y Sasuke se sorprendieron ante la observación de su hija, mientras Itachi dejaba escapar una pequeña risa.

—Gracias, pequeña.

Esa noche, después de la cena, Sasuke y Sakura se alejaron un poco de la casa de Itachi y caminaron por las calles de su antiguo barrio. Las luces de papel iluminaban los puestos de comida y la brisa nocturna traía consigo el aroma de los cerezos en flor. Todo se sentía como antes, pero al mismo tiempo, tan distinto.

—Este lugar... trae demasiados recuerdos —murmuró Sakura, deteniéndose frente a un parque infantil, reconstruido después de haber sido un campamento militar.

Sasuke la miró de reojo. —Tú querías venir, ¿no?

Sakura asintió. —Quería recordar. Y quería que tú también recordaras.

Sasuke suspiró, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo. —No necesito recordar, Sakura. Mi pasado nunca me ha dejado.

Ella sonrió con tristeza. —Lo sé. Pero también sé que este viaje no se trata solo del pasado, sino de nuestro futuro.

Sasuke se volvió hacia ella y la vio con aquella mirada determinada que siempre lo había desarmado. Sus dedos se entrelazaron en un gesto instintivo y, sin necesidad de palabras, ambos entendieron que, a pesar de todo, aún estaban juntos.

El viento fresco acarició sus rostros mientras se inclinaban el uno hacia el otro, reencontrándose en un beso que no solo sellaba su amor, sino la certeza de que estaban exactamente donde debían estar.

Después de varios días en Japón, Sakura no podía ignorar lo que veía a su alrededor. La guerra había dejado cicatrices profundas, no solo en las calles, sino también en la gente. Había niños huérfanos, familias que apenas sobrevivían y hospitales con recursos limitados. Lo comprendió en cuanto pisó suelo japonés: su vocación era ayudar, y no podía mirar hacia otro lado.

Sasuke lo notó en su mirada, en la forma en que sus ojos verdes se iluminaban cuando atendía a alguien necesitado, en cómo su corazón se estremecía cada vez que veía a un niño desnutrido o a una madre desesperada. Sabía que Sakura no era una mujer que pudiera permanecer indiferente ante el sufrimiento. Por eso, cuando ella se lo dijo, no le sorprendió.

—Quiero quedarme —dijo ella una noche, después de acostar a Sarada. Estaban en la pequeña casa que habían alquilado en los alrededores de Tokio, mientras decidían su futuro.

Sasuke frunció el ceño. —Pensé que volveríamos a París.

Sakura negó con la cabeza, acercándose a él. —Aquí me necesitan. Quiero trabajar en los hospitales, ayudar en la reconstrucción. Además... quiero que Sarada crezca en un lugar donde aprenda sus raíces, donde pueda ver la fortaleza de su gente. Francia es un hermoso país, pero Japón es nuestro hogar.

Sasuke suspiró y pasó una mano por su rostro. —No quiero que tengas que vivir en dificultades cuando podrías tener todo en París. No quiero que Sarada pase por lo mismo.

—No quiero una vida fácil si eso significa ignorar lo que puedo hacer aquí. No quiero solo sobrevivir, Sasuke. Quiero hacer la diferencia. Y no te estoy pidiendo permiso —su voz fue firme, pero sus ojos reflejaban comprensión—. Solo quiero que aceptes esto. Que me apoyes.

Hubo un largo silencio entre ellos. Sasuke miró a su esposa y vio la determinación en su rostro. Supo que no la haría cambiar de opinión, y en el fondo, entendía sus razones. Él mismo había luchado tanto tiempo para regresar a casa... ¿cómo podría negarle a ella la oportunidad de hacer lo que sentía correcto?

Finalmente, asintió. —Si esto es lo que quieres... está bien. Pero no permitiré que pases penurias. Trabajaré para que no les falte nada.

Sakura sonrió con ternura y tomó su rostro entre sus manos. —Lo sé. Pero quiero que sepas que yo también puedo ayudar. Venderé algunas propiedades, solo conservaré la casa de mi madre. Juntos construiremos una nueva vida aquí. Como familia.

Sasuke la besó con suavidad, aceptando, por primera vez, que tal vez el destino de ambos siempre había sido regresar a casa.

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La brisa nocturna se filtraba a través de las puertas corredizas del ryokan, moviendo suavemente las cortinas de papel de arroz. Afuera, el sonido del agua de un pequeño estanque rompía el silencio, mientras la luna iluminaba el tatami donde Sasuke y Sakura compartían una taza de té.

Sarada dormía a pocos metros de ellos, envuelta en su pequeño futón, su respiración tranquila.

Sasuke la observó un momento antes de volver la vista hacia Sakura. Estaba hermosa bajo la tenue luz, con su cabello suelto cayendo sobre sus hombros y sus manos delicadamente entrelazadas sobre su regazo. Había tomado la decisión de quedarse en Japón. Se lo había dicho con firmeza, con el mismo brillo en los ojos que tenía cuando tomaba una decisión sin marcha atrás.

Pero Sasuke no podía evitar su propio miedo. Miedo a que un día se despertara y sintiera que su lugar no era allí, que la vida que había construido en Francia la reclamara.

Sin apartar la mirada de ella, habló.

—Sakura.

Ella levantó la vista, notando el peso de su voz.

—Cásate conmigo.

El mundo pareció detenerse por un instante. Sakura abrió los labios, pero no encontró las palabras. Su corazón latía con fuerza, sintiendo la intensidad con la que Sasuke la miraba. No había duda en su expresión, no había titubeos ni promesas vacías. Solo determinación.

—¿Por qué... ahora? —preguntó en un susurro, su voz apenas audible.

Sasuke deslizó sus dedos por los suyos, entrelazando sus manos con la misma seguridad con la que la había sostenido en el pasado, como si nunca más fuera a soltarla.

—Porque no quiero que esto sea temporal. No quiero que un océano vuelva a separarnos. No quiero despertar un día y encontrarte a un mundo de distancia otra vez.

Sakura sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.

—¿Es una orden, Uchiha? —intentó bromear, pero su voz tembló.

Sasuke esbozó una leve sonrisa, de esas que aparecían en raras ocasiones, cargadas de significado.

—No. Es un hecho.

Sakura sintió que el aire abandonaba sus pulmones cuando Sasuke sacó el pequeño saco de seda. Sus manos firmes, pero algo tensas, lo sostenían con la misma reverencia con la que guardaba sus sentimientos más profundos.

—Cuando estuvimos en Francia, supe que la tradición es que te dé un anillo —dijo con su tono bajo, casi un susurro en la tranquilidad de la noche—. Y este... —Abrió el saco con cuidado y deslizó un anillo en la palma de su mano— era de mi madre.

Sakura miró la joya, sus ojos brillando con emoción. No era un diamante como los que había visto en París, no era lujoso ni brillante según los estándares franceses, pero era mucho más que eso.

—Sé que allá los diamantes son lo ideal —continuó Sasuke, su mirada fija en ella, observando cada una de sus reacciones—. Pero por el momento, esto es todo lo que poseo... y quiero que sea tuyo.

Sakura tocó el anillo con la yema de los dedos, sintiendo el frío metal contra su piel. Era un delicado aro de oro blanco con un rubí en el centro. Había pertenecido a Mikoto Uchiha.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos mientras levantaba la mirada y se encontraba con los de Sasuke. Él estaba serio, expectante, como si temiera que lo rechazara.

Pero no había nada en el mundo que la hiciera rechazarlo.

Con un temblor en las manos, tomó el anillo y lo deslizó en su dedo anular.

—Es perfecto —susurró, con la voz rota por la emoción—. No quiero un diamante, Sasuke... Quiero esto. Quiero lo que significa.

Él exhaló suavemente, como si hubiera contenido la respiración sin darse cuenta.

Sakura sonrió con dulzura y tomó su rostro entre sus manos, acercándolo hasta que sus frentes se tocaron.

—Sí... mil veces sí.

Sasuke cerró los ojos, permitiéndose por un momento disfrutar de la sensación de haber encontrado, al fin, su hogar.

Él no esperó más. La atrajo hacia su pecho, sosteniéndola con fuerza, sintiendo su calidez, su presencia real y tangible.

Sasuke cerró los ojos por un instante, sintiendo cómo algo dentro de él finalmente encajaba en su lugar.

Sarada se removió en su futón, inconsciente de que su mundo acababa de cambiar.

Japón no solo sería su hogar. Sería el inicio de su vida juntos, como siempre debió haber sido.

——————————

El amanecer trajo consigo una brisa suave, impregnada con el perfume de los cerezos en flor. Era la primavera perfecta, como si la naturaleza misma celebrara la unión de dos almas que habían esperado demasiado tiempo para encontrarse de nuevo. El templo, majestuoso y solemne, se alzaba entre los jardines teñidos de rosa, su arquitectura antigua enmarcando el día más importante de su vida.

Dentro de la casa, el ambiente era íntimo y efervescente. Hinata, Ino y Temari rodeaban a Sakura, ajustando cada detalle con la delicadeza de quienes comprendían la magnitud del momento. Ella nunca había imaginado cómo sería su boda, pero si alguna vez lo hizo, jamás pensó que su corazón latiría con tanta fuerza, que sus manos temblarían al acariciar la tela fina de su kimono blanco, bordado en hilos dorados que parecían danzar bajo la luz matutina.

Su cabello, recogido en un moño elegante, estaba adornado con una peineta de perlas que alguna vez perteneció a su madre. Se miró en el espejo y por un instante, la imagen reflejada le pareció ajena: una mujer que había amado, sufrido y sobrevivido. Una mujer que estaba a punto de prometerse eternamente al único hombre que había habitado su corazón.

No recordaba lo que se sentía estar envuelta en un kimono tan pesado, pero sabía que el esfuerzo valdría la pena.

—Estás hermosa, Sakura —murmuró Hinata con una sonrisa dulce, sus ojos brillando con genuina emoción.

—Es la novia más hermosa que he visto —agregó Ino, conteniendo las lágrimas—. Si Sasuke no llora al verte, juro que lo haré yo.

Sakura rió suavemente, pero su corazón latía con fuerza. Pronto, muy pronto, caminaría hacia él. Y esta vez, no habría despedidas, solo un nuevo comienzo.

Sasuke la esperaba en el altar con un impecable kimono negro formal, la espada ceremonial a su lado, como dictaba la tradición. Su postura era recta, su expresión serena, pero en sus ojos oscuros había un destello que solo Sakura podía reconocer: una mezcla de ansiedad, emoción y amor puro.

Cuando ella apareció al final del pasillo, el mundo pareció detenerse. Todos los presentes contuvieron la respiración al verla caminar con gracia, con la luz del sol iluminando su rostro.

Naruto, quien había insistido en ser el testigo y padrino de bodas, se inclinó ligeramente hacia Sasuke y susurró con una sonrisa burlona:

—Si pestañeas ahora, te lo pierdes.

Sasuke no respondió, pero sus manos se apretaron levemente dentro de las mangas de su kimono.

Sakura llegó hasta él, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo estaba en su lugar.

El monje comenzó la ceremonia con cánticos suaves y palabras llenas de significado sobre la unión, la lealtad y la eternidad.

Sasuke y Sakura sostuvieron en sus manos pequeñas copas de sake, cumpliendo con el ritual de los "San-san-kudo", sellando su compromiso con nueve sorbos compartidos.

Cuando llegó el momento de hablar, Sasuke la miró fijamente y, con una voz firme pero profunda, dijo:

—No tengo muchas palabras para expresarlo, pero lo que tengo es todo lo que soy. Te prometo que jamás volverás a sentirte sola. Te prometo que, aunque no pueda cambiar el pasado, haré que nuestro futuro valga la pena.

Sakura sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, pero no dejó que cayeran.

—Yo prometo amarte todos los días, incluso en los más difíciles. Prometo recordarte lo que vales, incluso cuando no puedas verlo. Y prometo que, pase lo que pase, siempre estaremos juntos.

No hubo aplausos al final, solo un profundo silencio respetuoso seguido del sonido del viento entre los cerezos. Pero cuando Sasuke tomó su mano, Sakura supo que había encontrado su hogar.

La recepción fue íntima pero llena de alegría. La sorpresa de la noche fue el cambio del vestuario de Sakura: un vestido ligero, importado de París, que desafiaba los estándares tradicionales. Tal vez algunos se escandalizarían, pero a Sasuke le encantaba verla bien vestida. Y esa noche, cuando la viera con aquel diseño francés de Givenchy, con su falda de tul voluminosa, que le llegaba por debajo de las rodillas, con su silueta ajustada en el corsé y el escote en forma de corazón adornado con delicado encaje, no habría dudas de que ella era suya.

Los tirantes con lazos añadían un aire coqueto y sofisticado, y la fina cinta en su cintura realzaba aún más su figura. Complementaría el atuendo con unos stilettos de Roger Vivier que la harían ver más alta, aunque, incluso con ellos, aún tendría que ponerse de puntitas para besar a su amado. Naruto se encargó de hacer reír a todos con sus discursos torpes, mientras que Ino y Tenten compartieron anécdotas de su infancia. Sarada, con un vestido blanco y una gran sonrisa, se subió a los hombros de su padre y gritó con orgullo:

—¡Mis papás están casados!

Todos rieron, incluso Sasuke, quien deslizó su brazo alrededor de la cintura de Sakura y la atrajo hacia él.

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La celebración había terminado. Los últimos invitados se habían marchado y la casa estaba envuelta en un silencio apacible. Solo el murmullo del viento agitaba suavemente las ramas de los cerezos en flor, haciendo que los pétalos danzaran en la brisa nocturna.

Sakura salió al jardín descalza, sintiendo la frescura del césped bajo sus pies. Su vestido de diseñador aún colgaba de su cuerpo, la falda de tul ondeando suavemente. Cerró los ojos por un instante y respiró hondo, como si quisiera absorber cada sensación de aquella noche.

Desde la sombra del corredor, Sasuke la observaba en silencio. Se había deshecho de su haori, quedando solo con la camisa blanca ligeramente desabrochada. Sus ojos oscuros la recorrieron, memorizándola. Había visto a Sakura en muchas facetas, pero nunca así. Nunca tan hermosa. Nunca tan suya.

Sin hacer ruido, cruzó la distancia entre ellos y deslizó los brazos alrededor de su cintura, atrayéndola contra su pecho.

Sakura suspiró, relajándose de inmediato en su abrazo.

—Te encontré —susurró Sasuke contra su cuello antes de besarlo con suavidad.

Sakura cerró los ojos, cubriendo sus manos con las de él, disfrutando de su calor, de la certeza de que nunca más estarían separados.

Pero entonces, Sasuke lo sintió.

Un gesto instintivo, inconsciente. Deslizó su mano sobre su vientre, un roce leve, una caricia distraída... pero algo dentro de él se detuvo.

Sakura sintió su respiración cambiar. Su abrazo, tan firme momentos antes, se volvió tenso, como si su cuerpo reconociera lo que su mente aún no procesaba del todo.

Él frunció el ceño. Había algo diferente. Algo en su tacto, en su piel, en la forma en que ella tembló levemente bajo su mano.

Sakura mordió su labio, sintiendo su pecho apretarse con una mezcla de emoción y nerviosismo. Se giró lentamente en sus brazos y alzó la mirada, encontrándose con esos ojos que siempre podían leerla sin necesidad de palabras.

Sasuke la estudió en silencio. Su mirada descendió hasta su vientre y luego volvió a buscar sus ojos, buscando respuestas sin formular la pregunta.

Sakura tragó saliva, sintiendo su corazón latir con fuerza. Había imaginado este momento, había ensayado cómo decírselo, pero ahora que lo tenía frente a ella, las palabras parecían atascadas en su garganta.

Entonces, simplemente tomó su mano y la colocó con delicadeza sobre su abdomen.

—Sasuke... —su voz fue un susurro tembloroso—. Vamos a ser padres otra vez.

El silencio se volvió eterno.

Sasuke no se movió. No habló. Ni siquiera parpadeó. Su mano permaneció inmóvil sobre su vientre, como si su mente aún intentara asimilar lo que acababa de escuchar.

Sakura sintió su propia respiración entrecortarse ante la incertidumbre del momento.

—¿Sasuke...?

Él bajó la mirada lentamente, sus dedos extendiéndose con más firmeza sobre su abdomen, como si buscara confirmar por sí mismo que aquello era real. Su respiración se volvió más profunda, más pausada, hasta que sus labios se separaron en un murmullo apenas audible:

—¿Estás segura...?

Sakura asintió con suavidad.

Él cerró los ojos un instante y dejó escapar un aliento tembloroso. Cuando volvió a abrirlos, ella vio algo en su mirada que la hizo estremecerse. No era solo sorpresa ni asombro.

Era miedo.

Miedo de fallar. De no ser suficiente. De repetir la historia en la que ella había estado sola.

Pero también había algo más profundo, algo que Sakura había aprendido a reconocer con los años: determinación.

Sasuke deslizó ambas manos hasta su rostro, sosteniéndola con una firmeza que no admitía dudas. Apoyó su frente contra la de ella, cerrando los ojos, dejando que el peso de sus sentimientos lo atravesara.

—Esta vez... —su voz era un susurro grave, denso con emociones contenidas—. Esta vez estaré aquí.

Sakura sintió las lágrimas acumularse en sus ojos.

—No voy a dejarte sola —continuó Sasuke, su aliento rozando su piel—. No voy a perderme nada. Ni un solo instante.

Ella cerró los ojos y dejó escapar un leve sollozo, apoyándose más en él.

—No tienes que hacerlo todo solo, Sasuke —susurró, acariciando su rostro con ternura—. Solo necesito que estés aquí... conmigo.

Sasuke inclinó su cabeza y la besó.

No fue un beso apresurado ni apasionado, sino uno profundo, pausado, lleno de promesas silenciosas. Sus labios se movieron con la urgencia de alguien que había perdido demasiado tiempo, de alguien que ahora sabía, con certeza absoluta, que nunca más volvería a dejarla atrás.

Cuando se separaron, Sasuke volvió a posar su mano sobre su vientre. Esta vez, con reverencia.

—Gracias —murmuró, su voz ronca por la emoción.

Sakura sonrió, conmovida, y cubrió su mano con la suya.

Bajo los cerezos en flor, con el aroma de la primavera envolviéndolos, supieron que su historia no terminaba aquí.

Aún quedaba mucho por vivir, por amar, por compartir.

Porque esta vez, Sasuke estaría allí. Para sostenerla. Para sostenerlos a los tres.

FIN