TECER LIBRO
Duodécimo Acto - Una Forma de Averiguarlo

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Cuando Itachi abrió los ojos, ya había amanecido. La luz suave de la mañana se filtraba a través de la ventana iluminando la habitación en tonos grises. Su nariz estaba helada por el aire frío que respiraba y podía sentir la humedad del ambiente sobre la piel de su rostro.

El último recuerdo que guardaba de la noche era la de su propia voz en la oscuridad revelando una verdad que ya no podía seguir ocultando. ¿Cuál era el punto de hacerlo cuando ella podía descubrir cuando mentía si utilizaba su byakugan? Develarle la verdad parecía la mejor estrategia para poder así asegurarse de que ella tomara la decisión correcta sobre su propio futuro. Al menos eso se dijo a sí mismo una vez las palabras salieron de su boca, ya que en el fondo, también se cuestionaba si no había sido ella, su cercanía y consideración hacia él lo que le impulsó a tener un momento de debilidad y simplemente decir lo que sentía.

Después de eso, no recordaba más; en un pestañeo, ya era de día.

No. No fue un pestañeo. Me quedé dormido ―meditó un tanto sorprendido ante la deducción.

Itachi no solía dormir, propiamente tal. Mantenía un cierto grado de consciencia cuando cerraba los ojos y descansaba, de ese modo podía defenderse. Dormir por completo significaba entrar en un estado en que estaba desprotegido y demasiado vulnerable. Dormir por completo significaba perder la capacidad de defenderse si algo —o alguien— se le acercaba. Por ese motivo, descubrir que había dormido le provocó una extraña sensación de sorpresa y reflexión, preguntándose por qué de todos los momentos posibles su cuerpo lo había traicionado así durante la noche. Las opciones eran variadas y ninguna más alentadora que la otra; una posibilidad muy real era que su condición estuviese agravándose, otra, que se hubiese relajado a tal punto después de liberar su consciencia al decir la verdad sobre la situación con su clan, que finalmente tuvo la paz suficiente para quedarse dormido. O, que la cercanía con Hinata fuese tan confortante que su relajara a tal punto que el sueño lo venció. No lo sabía. Todas eran opciones que le hacían considerar que como shinobi estaba cometiendo errores que no podía permitirse.

Fue el suave aroma a lavanda cosquilleando en su nariz lo que lo despertó por completo haciendo que sus hombros se sintieran ligeros. Recordaba ese aroma tan familiar de Konoha, de la ropa limpia que su madre planchaba en la cocina, de los jarrones recién regados durante las tardes de verano en el patio de su casa y de los prados violetas a los costados de los senderos de su país. El aroma a lavanda evocaba algo íntimo para él, un momento en su vida en donde había alcanzado algo de felicidad, protegido por el amor de su madre, de las tardes en que corría por horas y horas junto a Shisui a toda velocidad para entrenar, al olor de bebé de Sasuke, su risa, la manera en que se sentía sostenerlo contra su pecho cuando lo cargaba y le tocaba cuidadosamente las mejillas.

El aroma a lavanda le recordaba a Hinata.

Bajó la mirada y la observó dormir con su mejilla reposada sobre su pecho y evocó la misma sensación que sentía al ser solo un niño y sostener contra su pecho a Sasuke. Lucía tan tranquila con su cuerpo acurrucado cerca de él, como si su presencia fuera todo lo que necesitara para sentirse segura. Sus brazos lo rodeaban dándole una sensación de paz que no podía recordar haber sentido en mucho tiempo. Era confortante, cálido y hogareño. ¿En qué momento habían crecido tanto? Parecía que sólo ayer eran niños pequeños jugando ser marido y mujer. Ahora se sentía muy diferente, como si de verdad tuviesen que serlo y dejar de jugar. Ver su hermoso perfil descansando sobre su pecho lo hizo desear poder despertar así cada mañana de una vida larga y pacífica, lejos de ese lugar, lejos de Konoha, lejos de cualquier cosa que pudiese lastimarla. Hubiese luchado cada día de su vida por darle esa paz, alejar de su corazón la tristeza, verla ser feliz. Como anhelaba que ella fuese feliz.

La imagen lo conmovió y sonrió, bajando su propia mano para acariciarle el cabello azulado.

Pero antes de tocarla se detuvo y su sonrisa se desvaneció por completo.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué sentía la necesidad de tocarla? Estaba seguro de que ella era real, que su presencia allí acurrucada contra su pecho no era un sueño ni una ilusión, tampoco genjutsu. No había necesidad de confirmarlo una vez más. Ella era real, sus sentidos se lo decían, así como el chakra que fluía normalmente en su cuerpo delicado. Y aún así, ese mismo pensamiento lo desgarraba por dentro.

Ella era real. Sus sentimientos eran reales, no una ilusión. Sabía lo que iba a suceder cuando todo llegara a su final. Él moriría y ella se quedaría sola en ese lugar en donde el sol no brillaba, en donde su aroma a lavanda se desvanecería, en donde se le olvidara cómo sonreír. Él moriría y dejaría en ella un dolor incluso más grande que el que le había provocado todo ese tiempo.

Itachi había crecido y entrenado con una idea clara de lo que era la vida de un shinobi. Había estado en campos de batalla desde que era apenas un niño observando la muerte de cerca, viéndola no sólo en los rostros de los derrotados, sino también en los ojos de los sobrevivientes que habían perdido a alguien amado. Desde que tenía cuatro años había sido testigo del precio que se paga por la vida de un shinobi y no temía a la muerte en sí misma. De hecho un par de años atrás la muerte le habría parecido casi un alivio, una forma de escapar del vacío y el dolor que sentía para encontrar finalmente algo de paz por todo lo que había hecho.

Había vivido su vida a través de sus propias elecciones para alcanzar un objetivo. Deseaba convertirse en el shinobi más fuerte de todos, uno que pudiese moldear el destino del mundo a su voluntad tal como lo hacía cuando empleaba el Tsukuyomi, alguien que pudiese detener el conflicto, la violencia, la guerra y la muerte innecesaria. Deseaba convertirse en una persona que pudiese traer paz a esos conflictos interminables, aunque eso significara destruirse en el proceso realizando sacrificios indescriptibles para conseguirlo Si era un shinobi increíblemente fuerte, ¿quién pelearía contra él? Todos podrían obedecerle y desear esa misma paz que él anhelaba. Y no lo deseaba sólo porque quisiera poder, sino porque necesitaba poder para crear un mundo en donde el conflicto y las guerras no existiesen. Con esa determinación había tomado sus elecciones y aunque le dolía, había sido él quien así lo escogió.

Sí, definitivamente, nunca le había tenido miedo a morir. Tal como su padre le había dicho la última vez que hablaron, el momento en que su vida terminaba significaba también que se acabaría su dolor.

No obstante, mientras observaba a Hinata en silencio durante el amanecer, sintió miedo.

Si bien no tenía miedo a morir producto de la enfermedad que estaba apagando su luz lentamente desde el momento en que su Mangekyō Sharingan había despertado, temía lo que su muerte haría en ella. No podía soportar la idea de que su partida dejara una marca tan profunda en su corazón que la condenara a una tristeza interminable. Lo que siempre había deseado era protegerla, pero hasta en eso había fracasado. Durante todos esos años, había expuesto a Hinata a un sinfín de vejámenes, a tristeza, dolor y peligro. Sabía que parte de ella de verdad lo resentía por hacerlo, pero otra parte lo perdonaba y confiaba en él lo suficiente para seguir allí aferrada a su cuerpo. Aquello lo desgarraba, porque sinceramente creía que no la merecía, que no estaba a su altura, que como hombre no había hecho nada para ser digno de ella. Debido al tiempo que le quedaba, lo único que podía ofrecerle era un momento fugaz de complicidad entre ambos y sabía que Hinata merecía más que eso. Ella merecía mucho más que haber estado ligada a alguien como él que había destruido todo lo que alguna vez amó en nombre de la Aldea y la paz, incluyéndola.

Le hubiese gustado poder envejecer junto a Hinata en un lugar muy diferente, en una vida mucho más simple, pero no era esa la realidad en que vivían. Él era un shinobi y debía anteponer otras cosas a su propio corazón. Lo único que podía ofrecerle a Hinata era un romance efímero por ¿Un par de semanas? ¿Un mes? ¿Dos? Para luego simplemente despedirse sin que ella pudiese hacer nada al respecto, sin si quiera saber por qué él se alejaba una vez más.

No podía hacer nada para cambiarlo. Su cuerpo estaba llegando al límite de lo que podía soportar. Había prolongado su vida con medicamentos, pero el dolor físico que cargaba le indicaba lo cerca que estaba de morir. Cada vez que usaba su Mangekyō Sharingan era un dolor físico tan grande que apenas podía caminar después de eso y aquello sólo incrementaba de acuerdo con la cantidad de chakra que empleaba en su dojutsu.

¿Por qué hacerla pasar por eso? ¿Por qué seguir alimentando los sentimientos entre ambos si sus días se acabarían muy pronto? De hecho, podía morir mucho más tranquilo sabiendo que quizás en el futuro ella podía tener una vida diferente en donde pudiese enamorarse, vivir en paz, buscar su felicidad. Sabía que ese era un pensamiento ingenuo considerando las circunstancias en que se encontraban, el lugar en que la había dejado, las personas a quienes ella parecía mostrar afecto. A veces, costaba entender qué pudo haber hecho que Hinata sintiese cariño por personas como Sasori, Deidara, Kisame o incluso Konan, todos criminales con mentalidades retorcidas y violentas.

Pero luego veía la manera en que Hinata lo miraba, como se preocupaba de él, la forma en que lo extrañaba. Entonces comprendía qué tan diferente era Hinata de las demás personas que había conocido en su vida. Ella era alguien que siempre rescataba lo mejor de todos y buscaba cualidad que pudiese redimir en cualquiera, incluso en él. Seguramente, Hinata era demasiado buena para cualquiera, y aún así, se había atrevido a besarla.

Era una persona despreciable. No merecía el amor de Hinata, nunca debió haberla involucrado en Akatsuki, ni si quiera en el clan Uchiha. Si no hubiese manchado las sábanas nupciales con su propia sangre, Hinata estaría en ese momento en Konoha, con su familia, rodeada de amigos y personas que cuidarían de ella con sus vidas.

No, no temía a morir. Pero le aterraba dejarla. Le aterraba que su historia con ella estuviese llegando a su final cuando deseaba con todo su corazón que hubiese sido sólo el comienzo para así poder corregir todos los errores que había cometido y compensarla por el sufrimiento a la que se vio sometida por su culpa.

Miró su rostro, tan sereno en su sueño. Se había vuelto tan hermosa con el pasar de los años. Con los efectos secundarios del Kotaro pasando a segundo plano y su visión volviendo lentamente a él ―aunque un tanto borrosa― podía verla con aquella luz. Con las manos temblorosas ante el deseo de tocarla, quiso poder ser lo que ella veía en él; deseó ser alguien digno de ella, tanto como cuando niño deseó ser el shinobi más fuerte de todos. Quizás si hubiese sido un hombre diferente, no se habría sentido tan indigno de tocarla ni tendría ese nivel de culpa ante el recuerdo de haberla besado.

Pero no lo era; era sólo un nukenin, un traidor, esperando utilizar el tiempo que le quedaba al servicio de otros. Su vida era tan sólo la moneda de cambio que había pagado por intentar alcanzar esa paz que tanto anhelaba desde que era un niño. Y en eso debía mantener su enfoque ahora que se le agotaba el tiempo. Si no mantenía su enfoque en ello enloquecería y desesperaría. No podía permitírselo o todos los sacrificios que Shisui había hecho no habrían valido de nada. Tenía una responsabilidad hacia él, quien le había confiado con su vida la misión de proteger el nombre de los Uchihas y también a la Aldea que tanto había amado.

Aún contaba con el suficiente tiempo para cumplir con su palabra y proteger Konoha, ese lugar que añoraba, en donde deseaba ser enterrado y encontrar finalmente su descanso. Dolía saber que nunca la vería de nuevo. Cómo le hubiese gustado sentarse una vez más en el muello junto a la laguna a comer dangos, admirando el atardecer.

No podía pensar en eso ahora. Sólo en su meta, su objetivo, la paz que debía intentar prolongar. Tal vez, todo lo que había pasado valía la pena, si dejaba un mundo en donde ella pudiese ser feliz.

De pronto Hinata suspiró suavemente rompiendo el silencio absoluto dentro de la cabaña. Aquel pequeño sonido fue suficiente para que su corazón se acelerara. No lo comprendía del todo, nunca su cuerpo había reaccionado así a nada que no tuviese que ver con un combate. Quizás, estaba peleando consigo mismo. No obstante, permaneció quieto, intentando respirar lo más suave posible para no despertarla. A pesar de su angustia se sentía tan tranquilo así, que egoístamente quería prolongar sólo un poco más su cercanía, el calor que la transmitía su cuerpo en esa fría mañana, la sensación de no estar completamente solo en el mundo.

No obstante, fue inútil. Los ojos de la joven se abrieron e inevitablemente se encontraron con los suyos.

De inmediato notó el suave rubor en sus mejillas así como la expresión de sorpresa en su rostro al encontrarse en esa posición, con él observándola sin moverse. Aún así, Itachi no apartó la vista, deseando poder detener ese momento en el tiempo para recordar la imagen. Había valido la pena vivir como lo había hecho sólo para verla despertar aferrada a él, sonrojando al percatarse de ello.

―Lo-lo siento ―dijo ella rápidamente, sin estar completamente segura de qué hacer al ser descubierta usando el cuerpo de Itachi como almohada.

―Buenos días, Hinata-san ―dijo con calma, sin moverse, sin dejar de observarla.

―Buenos días, Itachi-san.

No sabía cómo proceder después de lo que había dicho y hecho la noche anterior, pero inevitablemente sonrió al verla así de avergonzada. La imagen se le hacía encantadora, quizás, porque se sentía tan ansioso como ella. Sólo esperaba que no tuvieran que hablar sobre la manera en que la había besado y qué había significado para ambos compartir algo así de íntimo. Tampoco quería realmente tocar el tema de su misión y la noche en que había asesinado a todo su clan. No se sentía demasiado preparado para contestar eso precisamente en ese momento. Y por algún motivo, deseaba dejar de pensar y sólo observarla.

Verla así calmaba esa lucha interna que llevaba sobre el futuro y la decisión correcta. Sentir su cuerpo que temblaba casi imperceptiblemente por su propia timidez y vergüenza lo hizo considerar que alejarla se le haría imposible.

―No sé en qué momento me quedé dormida ―confesó Hinata con voz trémula.

La manera en que estaba reaccionando al tenerla tan cerca era imposible de ignorar. Podía sentir los zumbidos del corazón de la joven golpeándole contra el pecho. Que estuviese tan nerviosa sólo lo hacía desear pasar sus dedos por su cabello y decirle que todo estaría bien. Lo hacía querer estrecharla contra él y volver a perderse en sus labios, sin medir las consecuencias de que un acto como aquel tendría, sin detenerse a considerar lo egoísta que estaba actuando.

―No había dormido así de bien en años ―dijo con aquella ligera sonrisa aún en su rostro.

Entonces reinó el silencio entre ellos. Ninguno era una persona demasiado extrovertida, pero ese no era el motivo para dicha quietud. Lo peor, es que Itachi lo sabía. Ambos estaban en paz así, sin moverse, con ella rodeándolo con sus brazos, él acariciando lentamente su espalda baja, batallando con el frío bajo una manta y el calor del cuerpo del otro. Quedarse quieto se le estaba volviendo en extremo difícil con cada segundo que pasaba y aún así, no deseaba moverse.

—¿No fue un sueño, verdad? ―murmuró Hinata de pronto, y al decir eso, Itachi supo que hubiese deseado que lo fuera y así evitar completamente la realidad.

―No. No lo fue ―su sonrisa volvió a desaparecer con el conocimiento de que, si bien no lo había sido, quizás todo lo demás tendría que serlo. Algo nacido entre ellos, florecido y destino a perecer fugazmente parecía la opción más piadosa para ella. Pero no podía moverse, no quería―. ¿No tienes frío? ―preguntó para cambiar el tema, batallando con la manera en que su abdomen se tensaba y hasta su respiración comenzaba a acelerarse.

―No ―respondió en un susurro suave que lo hizo respirar profundo para contenerse―. Gracias por preguntar.

―Eso es bueno ―respondió estoico, pero pudiendo percibir como su propio corazón latía con fuerza. Estaba nervioso, y eso no era algo que le sucediera. No comprendía del todo cómo ella podía desarmarlo así―. El fuego volvió a apagarse y... debería... buscar más leña ―estaba tan nervioso que ni si quiera podía formular algo relevante que decir o pensar en un escape más decidero que una pobre excusa como esa.

―N-no. Aún no ―el suave tono de súplica lo descolocó―. Es agradable estar así ―dijo Hinata acomodando su mejilla contra su pecho.

Hinata suspiró, saliendo su respiración un tanto entrecortada de sus labios para mover cuidadosamente su mano y llevarla hasta la altura de su cuello, envolviendo su cabello negro alrededor de su índice.

―Lo es ―sintió paralizar. Sintió que no quería volver a moverse en su vida y por un momento, nada le importó más que permanecer así aunque fuese sólo un poco más.

El silencio reinó la habitación. Podía escuchar afuera de la cabaña las avecillas cantando y los sapos croando mientras avanzaba la mañana, y aún así, cada susurro de sus respiraciones sonaba con más fuerza. El contacto entre ella y él se comenzó a volver cada vez más tortuoso para Itachi, pero no en el sentido de que fuese incómodo o que deseara alejarse, sino porque no se atrevía si quiera a pensar en lo que significaba que no pudiese hablar, moverse o si quiera reaccionar.

Si hubiesen seguido con sus vidas en Konoha, si no los hubiesen comprometido siendo niños, sabía que igualmente hubiese terminado así con ella. Eso era lo más trágico de toda esa situación. De haber vivido en una época de paz y con sus clanes en armonía con la Aldea, igualmente se habría sentido paralizar al ver a esa hermosa joven pasar frente a él con su mirada gentil y delicados labios sonriendo para él. La imaginó caminando bajo los altos árboles de la Aldea, el viento moviendo su largo cabello, riendo suavemente por alguna cosa mientras caminaba con sus compañeros de equipo. Supo que verla sólo una vez así le habría bastado para no dejar de pensar en ser él quien caminara con ella en el futuro, pidiéndole ayuda a Shisui sobre cómo hablarle a una chica sin avergonzarse a sí mismo, teniendo que soportar las burlas de Sasuke por haberse fijado en una de sus compañeras de equipo.

El pensamiento lo deprimió. Nunca tendría una vida así.

―¿Sucede algo? ― le preguntó de pronto Hinata al notar la forma en que su mirada se había vuelto más lejana.

―No es nada.

Hinata asintió en silencio y cerró los ojos con la mejilla suavemente apoyada en su pecho, respirando profundamente. Itachi se mantuvo quieto, incapaz de apartar su vista de ella, apreciando cada detalle de su hermoso perfil embobado como un niño. Cada vez que la respiración le salía entrecortada se sentía como un idiota, preguntándose si ella se daría cuenta de lo que estaba haciendo con su cordura y razonamiento. Cada pequeño movimiento de sus dedos enredándose en su cabello negro acrecentaba esa lucha interna que estaba llevando consigo mismo. Para su desgracia, el razonamiento lentamente comenzaba a perder esa batalla.

De pronto Hinata abrió los ojos y sin que pudiese hacer nada para evitarlo subió su mirada hacia él. Cuando sus ojos se encontraron Itachi supo que cualquier pensamiento racional estaba destinado a perderse frente a aquellas orbes que lo observaban como si no pudiese ocultarse de ella. Se sintió intimidado ante su byakugan, admirándolo, comprendiendo el efecto que tenía sobre él que ella pareciese ver sus pensamientos como si fuesen un libro abierto. Dejó de respirar, una de sus manos temblando.

―¿A qué le temes? ―le preguntó Hinata, sus ojos haciendo algo extraño, tal como lo habían hecho esa vez en que no pudo mentirle. Itachi sintió empequeñecer, retroceder, incapaz de ignorar la manera en que ella parecía poder descifrar con una mirada lo que él sentía.

―Lastimarte ―respondió con honestidad, casi automáticamente―. Perderte. Cerrar los ojos.

―Estoy aquí ahora ―susurró ella suavemente.

Cuando la vio así, sintió que todo el mundo a su alrededor desaparecía y que sólo estaban ellos en él. Hinata movió ligeramente el rostro en su dirección y él hizo lo mismo. Lo que comenzaba a sentir era tan intenso que por mucho que peleara contra ello, terminaría perdiendo. Estaba más allá de lo que podía controlar. Lo sabía. Y la forma en que ella lo miraba hizo que ya no le importara perder.

Se miraron en silencio, sus rostros tan cerca, sus labios casi rozándose mientras debatía con la idea de las posibilidades que tenía por delante si tan solo el espacio entre ellos desaparecía. Itachi deseaba besarla, como nada antes en su vida, pero si lo hacía y no podía detenerse, ¿Podía morir con algo de honor?

Entonces, todo perdió importancia cuando ella venció por completo su resolución con las palabras que salieron de su boca.

―Te amo, Itachi ―susurró suavemente, mezclándose su respiración con la de él.

Aquellas tres palabras, tan simples, tan inocentes, hicieron estragos en él.

No era como si no pudiese verlo en sus ojos, notarlo en la amabilidad de sus acciones, en la manera dulce en que le hablaba, en cómo se exasperaba con su distancia y la manera en que reaccionaba cuando él mentía. Él había visto sus sentimientos, los había notado desde antes que de que huyeron de Konoha. No obstante, era muy diferente escucharlo ahora que no podía descartarlos como una enamoramiento de niños, una confusión o incluso una profunda admiración. Estando así de cerca, sintiéndola así de vulnerable aferrada a él, con su corazón latiendo tan rápido, ¿cómo podía quitarle importancia a lo que ella decía? ¿Cómo podía ignorarlo?

Cada centímetro entre ellos lo estaba matando lentamente y el deseo de acercarse, de tocarla, de entregarse a lo que sentía, era más fuerte que cualquier barrera o mascara que hubiese empleado para alejarse de ella a lo largo de su vida. No había una máscara de frialdad e indiferencia detrás de la cual pudiese esconderse, porque sus ojos podían ver a través de ello.

Desde que empezó a pasar su tiempo con ella siendo niños supo que había algo en Hinata que lo hacía creer que estaban conectados de una manera innegable, incomprensible, como si hubiesen sido tallados de la misma madera, como si ella fuese todo lo que faltaba en él y él todo lo que faltaba en ella. Era algo que los unía que trascendía de ese momento, algo que seguramente se había gestado incluso antes que nacieran y los conectaba a un mismo lugar. Era una sensación que lo atraía a ella, que lo hacía querer permanecer junto a ella y entregar todo lo que había guardado en su interior en silencio, porque era la única que podría comprenderlo. Era como si su propio chakra pudiese hablarle, diciéndole que alguna vez habían sido uno solo.

En aquel mundo que él había creado alrededor de Hinata, lleno de mentiras y engaños, aquellas tres palabras eran la verdad más sincera y aquello lo conmovió. No importaba cuanto lo hubiese deseado ignorar, tapar, alejar o esconder, él sabía que los sentimientos de Hinata eran verdaderos. Lo emocionó al borde de desear llorar que pudiese pagarle con algo así de real todas las mentiras con que había alimentado la ilusión en que vivía.

En un mundo lleno de oscuridad y odio creciendo entre las personas, Hinata estaba rodeada de amor y luz. En esa realidad que él lentamente había intentado cubrir en sombras y odio, ella seguía ahí aferrándose a su propia verdad: que lo amaba.

Y lo peor, lo que realmente quebraba era que no podía dejarla ir. No quería dejarla ir. Quería estar con ella hasta el último momento de su vida, por poco tiempo que quedara en ella. ¿Estaba siendo egoísta? Probablemente sí, de seguro se arrepentiría cuando recobrara la razón y se percatara del daño que causaba su debilidad. Pero en ese momento, la quiso para él. La quiso como nunca quiso nada en su vida.

―También te amo, Hinata ―dijo rindiéndose, como si aquellas palabras hubiesen sido tan difíciles de pronunciar como seguir viviendo.

Incapaz de seguir luchando consigo mismo, inclinó levemente el rostro hacia ella y sus labios se encontraron con urgencia, de manera profunda, cerrando el espacio entre las mentiras y las verdades que había forjado a su alrededor.

Sus labios se presionaron contra los de Hinata apaciguando un lugar en él que la necesitaba más que cualquier otra cosa, incluso que su deseo de crear un mundo en paz. Sabía que estaba actuando sin cautela alguna, sin medirse, sin la suavidad con que ella debía ser tratada, pero ya no podía controlarlo. Besarla era una necesidad que pensó ya nunca más podría satisfacer, por mucho que la besara hasta su último aliento. La sinceridad con que le había dicho que lo amaba apagó cualquier atisbo de resistencia en él, irremediablemente, por completo.

Hinata subió sus manos hasta su cuello, apegando su cuerpo tembloroso hacia él. Sus corazones latían desbordados, cada roce entre sus labios como viento soplando con fuerza en una llama que había estado conteniéndose por demasiado tiempo y que ahora incineraba todo dentro de él volviendo su razonamiento añicos. Cada caricia, cada exhalación desbordada de su respirar, la manera en que ella se apegaba a él, hacía que la cercanía entre ellos se profundizara a un punto que sus cuerpos simplemente encajaron uno encima del otro.

Sobre ella, sintió como las manos de Hinata se escabullían por su espalda aferrándose a la tela de su camiseta. La sensación lo paralizó y lo hizo exhalar pesado, apartándole el cabello de sus hombros para dedicarse a besar su oreja, su cuello, su clavícula, el contorno de sus hombros. Al escucharla respirar agitada algo le recorría la espalda, un estremecimiento tan intenso como si alguien hubiese empleado algún tipo de jutsu eléctrico sobre su piel. Tenerla gimiendo con esa suavidad lo hacía actuar de una forma que nunca creyó posible, un aspecto primal en él que ni si quiera conocía de sí mismo, similar al instinto que tenía para saber cómo actuar en un combate.

Estaba jadeando, podía sentir su propio aliento chocar contra la piel que besaba con suavidad. Cada gemido contenido en ella lo desesperaba, buscando volver a sus labios una vez más. La cercanía de ella, el latido acelerado de su corazón, su respiración entrecortada, lo perturbó de una manera que no podía controlar. Era como si todo lo que hubiesen vivido juntos estallara en un solo momento que parecía decirle que no podía seguir luchando con lo que lo había unido a ella, por el contrario, que la necesitaba más que cualquier otra cosa que hubiese perseguido en su vida.

Hinata lo abrazó por la cintura al percibir la intensidad de sus labios, la sensación húmeda en su piel, la forma en que batallaban por respirar aferrándose el uno al otro como si se estuvieran despidiendo, como si fuese la única vez que podrían estar así.

Itachi se apartó solo por un breve instante, respirando entrecortadamente. Miró a Hinata con aquellos ojos oscuros y profundos, buscando en su rostro la respuesta sobre qué estaba sucediendo con ambos para actuar así. Hinata lo miró de vuelta con la misma intensidad, apenas pudiendo respirar.

No hizo falta decir nada más. Los dos sabían sin palabras lo que el otro sentía. Itachi supo que podía tomar de ella lo que no había tomado la noche en que se habían casado, que quizás era eso precisamente lo que ella esperaba, que necesitaba. ¿Pero podía? ¿Tenía derecho de hacerlo? ¿Podía ser así de egoísta?

En ese momento, con la dulce mirada de la joven en él, Itachi sintió algo que nunca había anticipado: un temor visceral, un miedo irracional de perderla, el miedo de no ser suficiente, el miedo de abandonarla, el miedo de romper su corazón. Su respiración se volvió más rápida mientras experimentaba algo apretarle intensamente el pecho.

—Hinata... —murmuró frunciendo las cejas con dolor, con una voz más baja de lo que había querido. El temor lo había alcanzado de tal manera que casi no podía mirarla sin sentir vergüenza, de ser indigno de ella.

Subió las manos para tocar su rostro, acariciando sus labios con el pulgar. Hinata suspiró, besando la punta de su yema. Sus manos, que antes se habían movido con confianza, ahora temblaban al tocarla. Temía que ese simple toque fuera el último que podría darle. Sentía que no importara cuanto le entregase de sí mismo, no sería suficiente porque no le quedaba tiempo para vivir la vida que deseaba junto a ella.

—No quiero perderte... —susurró en una confesión que había llevado dentro de sí por mucho tiempo en silencio. Quizás, eso lo había impulsado a tenerla junto a él todos esos años incapaz de dejarla atrás en Konoha―. No puedo...

Y no era sólo saber que moriría y ya nunca más podría verla, sino, saber que su muerte convertiría a Hinata en alguien más, que destruiría esa luz en ella que lo cautivaba, que apagaría su sonrisa y la sumiría en soledad. No deseaba que Hinata caminara sola, en un mundo en donde sus manos no sostuviesen la suya.

El dolor en su pecho se intensificó y de pronto, percibió como algo ardía cerca de sus ojos y se perdía lentamente hacia el centro de su cabeza. De inmediato soltó un quejido intenso al experimentar una sensación que quemaba sus ojos y hacía que el mundo se tiñera en tonos rojizos.

Durante su vida había percibido ese dolor antes, pero siempre había sido por estar sometido a algo doloroso y estresante. Que ocurriera precisamente en ese momento lo desconcertó y lo hizo apartarse de ella, tocándose la frente mientras temblaba.

―¿Qué sucede? ―le preguntó Hinata al notar que su chakra se había alterado y él se estaba quejando adolorido.

―N-no lo sé ―le respondió sentándose, temblando ligeramente mientras esa sensación quemaba dentro de su cabeza. Notaba que su sharingan se había activado sin que hubiese dependido de él―. Mis ojos...

Hinata activó su dojutsu intentando averiguar por su cuenta lo que sucedía.

―Su sharingan está emanando algo hacia el nervio óptico ―dijo sentada a su lado―. No sé qué es. ¿Le ha sucedido antes?

―Sí. Descuida ―intentó calmarla para que no se preocupara de él precisamente en ese momento―. Lo lamento.

Itachi tembló mientras aquella sensación extraña continuaba avanzando hacia el centro de su cabeza, como fuego líquido. Sus manos taparon sus ojos, presionando los puntos en donde el dolor se le hacía casi insoportable. Quizás era una advertencia de su propio cuerpo que le decía que debía detenerse. Que el tiempo que tenía estaba llegando a su fin.

―Itachi-san, ¿Puedo hacer una pregunta? ―lo cuestionó tímidamente, su rostro preocupado.

―Sí ―dijo intentando controlar su respiración.

―Alguna vez... ¿Luchó contra mi padre? ―preguntó Hinata tanteando un terreno que no estaba muy segura de querer pisar, Itachi se percató de ello.

Giró su rostro hacia ella malabareando sus sentimientos, la forma en que reaccionaba su cuerpo y también el dolor que punzaba en su cabeza. El rostro estoico y desagradable de Hiashi Hyuga apareció en sus recuerdos, preguntándose por qué de todas las personas o cosas que ambos podían conversar, Hinata deseaba saber sobre algo así.

La pregunta la soltó con la delicadeza de quien teme que la respuesta pueda quebrar algo más de lo que ya estaba roto. Itachi la miró por un instante, con la mente tambaleándose entre el dolor punzante en su cabeza y la intensidad del momento que apenas había logrado controlar. En su mente, la imagen de Hiashi Hyūga apareció de inmediato, como una sombra que se deslizaba por los rincones más oscuros de su memoria.

―No.

―¿Y con algún miembro del clan Hyuga? ―insistió Hinata.

―No precisamente ―respondió mientras la sensación comenzaba a desvanecerse y pudo nuevamente sentir algo de alivio y respirar―. Luché contra alguien relacionado a su clan en una misión que se me asignó para asesinarlo.

―¿Por qué la Aldea le daría una misión así? ―lo cuestionó sorprendida.

―Porque ese hombre estaba vendiendo algunos secretos de Konoha a otros países. El líder de ROOT me ordenó asesinarlo. Fue mi primera misión de ese tipo ―recordarlo parecía algo tan lejano, no entendía por qué Hinata deseaba saberlo―. De ella dependía mi ingreso a ANBU.

―¿Y... qué sucedió?

―¿Por qué quieres saberlo? ―la cuestionó un tanto sorprendido.

Nunca hablaban de ese tipo de cosas, o de sus vidas en Konoha. Recordar ese tiempo en su vida se le hacía algo extraño precisamente en ese momento en que aún sentía el sabor de Hinata en sus labios y el corazón acelerado.

―Hay muchas cosas que me gustaría saber de ti para comprenderte un poco más ―confesó Hinata ladeando levemente el rostro mientras miraba a un costado, sus mejillas sonrojadas―. Pero, es por otro motivo. Tu cuerpo muestra indicios de haber peleado con alguien que maneja el puño suave.

Itachi meditó sus palabras. Recordaba el combate que había tenido pero nunca se había detenido a pensar que dicho enfrentamiento había dejado más secuelas en él que cualquier otro que hubiese tenido. Muchas veces había combatido, pero era cierto que el puño suave era algo que no había olvidado. Se trataba de un taijutsu terriblemente difícil de contrarrestar para alguien como él que dependía en un combate a distancia para poder emplear apropiadamente su genjutsu. No podía intercambiar golpes con un usuario del puño suave, pues mientras él golpeara con fuerza y dependiendo de tocarlo para conectar una embestida de sus piernas o puños, el usuario del puño suave sólo necesitaba rozarlo para causar un daño increíble. En otras palabras, mientras él golpeara con fuerza acercándose, ese mismo acercamiento haría que el usuario del puño suave destruyera su cuerpo.

―¿Estás segura que quieres escuchar esto? ―le preguntó sonriendo suavemente mientras admiraba el sonrojo de tu rostro. Hinata asintió con su rostro. Suspiró, le parecía tan extraño hablar de eso ahora, cuando había pasado tanto tiempo. El rostro de Shisui apareció en sus memorias―. Te lo contaré. Pero... es una historia un tanto larga.

―No importa ―dijo ella flexionando sus rodillas y abrazándolas mientras relajaba su byakugan.

―Mi plan era ingresar a ANBU ―comenzó Itachi, recordando el lugar en donde Danzo Shimura lo había llamado, así como su aliento podrido―. Deseaba convertirme en alguien importante, destacar dentro de los rangos de la Aldea y ser un día Hokage.

Decirlo lo hizo sentir algo raro en el pecho. No era el tipo de persona que hablara de sus propios sueños o aspiraciones. Hablar de ello se le hacía raro, incluso arrogante. Pero Hinata era alguien con quien podía conversar así. Le recordaba ligeramente a la manera en que le abría sus miedos y anhelos a Shisui.

―¿Deseabas ser Hokage? ―le preguntó sorprendida, sonriendo en su dirección.

Itachi asintió con una casi imperceptible sonrisa. Era la primera vez que lo decía en voz alta. Pensarlo ahora parecía bastante absurdo, un sueño infantil de alguien que tenía esperanza de cambiar el mundo, su clan. Había fracasado en ello.

―Quería... cambiar las cosas en la Aldea, hacer que las personas dejaran de tener prejuicios en contra de nuestro clan. Quería ser el primer hokage Uchiha. Pero no era sólo eso ―Itachi sonrió con melancolía―. Si me convertía en Hokage podía tener acceso a hablar con personas de otras aldeas con más propiedad, convencerlos de acabar con los conflictos. Mi sueño era que ya no existieran más shinobis. Si ya no había shinobis, entonces, los Daimyos de cada país no tendrían medios para comenzar guerras. Nuestro mundo encontraría paz. Es por ello que... el paso de entrar a ANBU era importante para mí. Era simplemente una meta más en la lista de cosas que deseaba lograr.

―Nunca me dijiste nada de esto ―Hinata miró el suelo un tanto triste.

―Nunca dije esto en voz alta en mi vida. Ni si quiera a Shisui. Pensaba que si lo decía en voz alta mi sueño se volvería humo entre mis manos ―subió la mirada hacia ella y estiró su brazo para tomar una de las mantas y ponerla delicadamente sobre los hombros de Hinata―. Pero contigo... siento que puedo decirlo. Finalmente.

Hinata lo observó sonrojada, una mirada que lo enterneció. Se sentía bien poder tener ese tipo de cercanía, aunque sabía que pronto tendría que acabar. Ya no podía seguir así, dejándose llevar por la necesidad de tenerla contra su piel.

―¿Crees que se pueda lograr un mundo así? ¿Sin conflictos y en paz? ―le preguntó en un susurro suave―. Ese es el sueño de Akatsuki, ¿no?

―No lo sé. Los planes de Akatsuki me parecen demasiado extremos y los métodos para conseguir sus objetivos contraproducentes. Quizás está en nuestra naturaleza humana pelear. No lo veía así antes de... ―la miró a los ojos entonces―. Hace poco le dije a alguien que si te dañaba lo mataría. Entonces lo comprendí. Cuando lastiman a las personas que amamos, somos capaces de cualquier acto de violencia. No podemos controlarlo.

Ahora lo entendía. El amor hacía que las personas actuaran de formas que no podía explicar sólo con lógica. Supuso que eso le hacía percatarse mejor que cualquier otra cosa sobre sus sentimientos hacia ella.

―¿Cuántos años tenías cuando ocurrió esto? ―le preguntó Hinata con algo de tristeza.

―Once.

―Once... ―Hinata empalideció―. Eras tan joven.

―Sí.

―Que te hubiesen ordenado algo así a esa edad...

―Así es la vida de un shinobi, Hinata. La aldea había sufrido enormes bajas en la guerra. Se hicieron algunas concesiones conmigo para poder suplir la necesidad que había de shinobis en servicio activo ―suspiró, recordar ese periodo en su vida en que su único objetivo era avanzar y moverse hacia convertirse en Hokage le dolía. No había logrado nada, sólo deshonrarse, traicionar la confianza de Shisui, de su hermano menor―. El nombre del shinobi que debía asesinar era Mukai Kohinata. Se me permitió pedir la asistencia de una persona para esta misión y elegí a Shisui. ¿Lo recuerdas? ―Hinata asintió mientras lo escuchaba―. Era la persona que podía confiar para algo así. Él era mi único amigo. Mi mejor amigo... por siempre ―Itachi bajó levemente el rostro―. Supongo que en el fondo no le hacía mucha gracia tener que llevar a cabo dicho asesinato conmigo, pero si significaba que podía entrar a ANBU y ser la conexión de nuestro clan con la Aldea, él deseaba hacerlo. Él creía en mí.

La mirada de Itachi se volvió dolorosamente triste al recordarlo. Seguramente Shisui nunca hubiese estado de acuerdo con la forma en que todo se había terminado por resolver. Había protegido el nombre del clan, Konoha nunca se llegó a enterar de que sus hermanos en armas planeaban alzarse en una revolución sangrienta y oscura... pero a cambio había tenido que matarlos a todos. Shisui no lo habría permitido. Quizás por ese mismo motivo Danzo lo había envenenado para quitarle sus ojos.

―Lo planificamos cuidadosamente. La información que teníamos de él era que tenía algún parentesco lejano con los Hyūga pero que no contaba con su byakugan. Eso era lo que esperábamos. Pero sí sabíamos que era capaz de usar el puño suave, algo lógico al considerar su linaje. Pensé que mientras no nos acercáramos a él, tedríamos una ventaja. Teníamos que pelear con genjutsu. Parecía sencillo.

―Si no cuenta con un byakugan, ¿Cómo podría haber peleado con el puño suave? Eso es... imposible ―dijo Hinata algo confundida―. Necesitas activar el dojutsu para poder golpear los tenketsus apropiadamente.

―Sí, después lo descubrí cuando me enviaron a una misión de infiltración a Sunagakure junto con él para conocerlo y ver su estilo de pelea. Fuimos descubiertos por lo que corrimos hacia el País del Fuego pero nos alcanzaron en la frontera. Estaba listo para combatir cuando un miembro del equipo me tomó el hombro y me dijo que no estorbara al Capitán, Mukai Kohinata. Entonces, lo vi pelear. Y vi que contaba con el byakugan. No se me había dado dicha información. Mukai era tan fuerte que sólo necesitó un golpe preciso de su puño suave en cada enemigo para derrotarlo. Cargó por su cuenta contra veinte shinobis de Sunagakure y salió ileso, mientras fumaba un cigarrillo y se detenía para beber de una botella de Sake que guardaba en su chaqueta militar. El sujeto era rudo, increíblemente rudo.

―Quien puede emplear el puño suave con maestría es realmente peligroso. Cada vez que lo utilizaba contra mi primo o mi hermana, terminaba llorando ―dijo Hinata subiendo con algo de vergüenza los hombros―. Además, es muy doloroso.

―Siempre he tenido el más profundo respeto ante la fuerza del byakugan. Creo que está a la par con el sharingan en muchos aspectos. No lo olvides. Uno de los motivos por los cuales Konan decidió entrenarte fue para que aprendieras a emplearlo por tu cuenta ―le dijo para confortarla―. Ese hombre, Mukai Kohinata, nunca obtuvo un entrenamiento con los secretos del Byakugan que guarda la familia principal de su clan, y aún así, aprendió a emplearlo.

―Mukai Kohinata debe haber sido alguien muy talentoso ―concluyó Hinata.

―Lo era. En cualquier caso, lo seguimos a un punto lejos de la Aldea y vimos que estaba tratando con shinobis de Kirigakure. Shisui los asesinó y le dijo que se rindiera, intentándole dar una opción para que el Hokage lo perdonara por lo que estaba haciendo. Pero él... no quiso hacerlo. Activó su byakugan y me pidió disculpas por no poder tomarse las cosas a la ligera cuando estaba peleando con dos prodigios del clan Uchiha ―Itachi suspiró, recordando cada paso, cada error―. Retrocedimos... pero incluso así, usó su puño gentil en mí, en el cuello y en el abdomen. Era sólo un clon, por supuesto. Yo estaba observando todo desde la distancia, escondido atrás de una roca. Debido a su uso de puño suave no podía acercarme más a él. Tenía que rematar esa batalla utilizando genjutsu a distancia. Por ello me escondí mientras Shisui combatía. Pero me descubrió antes de que pudiese conectar el genjutsu en él. Podía verme con su byakugan, esconderme no sirvió de nada. Cuando cargó hacia mí golpeó mi cuerpo con los ocho trigramas... ocho veces. Golpe tras golpe, precisos, irrumpiendo mi flujo de chakra para evitar que pudiese hacer funcionar el sharingan correctamente. El hombre sabía a la perfección cómo debía luchar en contra de un Uchiha. Supongo que por eso siempre se dijo que los Hyūga eran los más fuertes de Konoha.

―¿Alcanzó a conectar ocho palmas? ―los ojos de Hinata subieron en sorpresa, espantada.

―Sí. Shisui intervino para defenderme antes de que lograra conectar dieciséis palmas y él lo tomó del cuello con una sola mano, lo levantó del suelo y comenzó a ahorcarlo sin piedad. Shisui pataleaba y peleaba incesantemente para liberarse, pero no lo conseguía. Le pedí que se detuviera, nunca sentí tanta desesperación en mi vida. Pero no lo hizo. Usé mi sharingan para hacerlo caer en un genjutsu pero no lo logré... mi chakra había sido interrumpido, mis piernas temblaban y aún así, me arrojé contra él para intentar salvar a mi primo, mi único amigo. Iba a morir, Mukai le iba a quebrar el cuello. Nunca antes de ese momento me sentí débil o inútil. Siempre fui el mejor en todo, sobresalía en cualquier cosa. Y aún así, ese hombre estaba a kilómetros de distancia en poder de mi y Shisui ―la sensación llenó su estómago, perdido en sus recuerdos.

Nunca había abierto aquellos momentos de su pasado con nadie. A pesar de lo que todos podían apreciar de Itachi, él era un mal perdedor. Siempre se estaba criticando a sí mismo y la idea de ser más débil que otro o perder lo ponía de mal humor, obsesionándose con cada detalle en que pudo fallar durante un combate y viendo formas de haber hecho las cosas de manera más eficaz. Tener que confesar la paliza que había recibido de Mukai Kohinata no le hacía mucha gracia, pero se lo contó de igual forma, ya que ella deseaba saberlo.

―Pero... Shisui tenía un secreto que nunca me había mostrado: contaba con el Mangekyō Sharingan y lo activó contra Mukai. Fue su última opción. Shisui no deseaba que nadie supiera que contaba con esos ojos. El hombre se terminó suicidando cuando cayó en el genjutsu de mi primo. Aún recuerdo... nos dijo que su esposa e hijos no tenían nada que ver en su traición. Mientras moría, sus pensamientos fueron hacia quienes amaba ―miró a Hinata sonriéndole. También quería pensar en ella cuando muriese―. Hinata, ¿Sabes por qué accedí a contarte esto?

―N-no ―dijo al notar en su mirada algo extraño que hacía que sus ojos se cristalizaran.

―La información que Mukai Kohinata estaba vendiendo a los shinobis de Kirigakure tiene que ver contigo. Estaba informándoles cómo infiltrarse a la Aldea, llegar hasta la residencia del Clan Hyuga y secuestrarte mientras asistías a tus primeros días de la Academia, lejos del cuidado constante de tu padre. La operación estaba siendo supervisada por un hombre llamado Ao, con quien Shisui alguna vez se enfrentó ―Hinata frunció el ceño sorprendida―. Años después, cuando nos casamos, comprendí que incluso entonces mi destino estaba ligado al tuyo. Mi primera misión en ANBU no fue simplemente asesinarlo. Fue protegerte.

―¿Por qué nunca me lo dijiste? ―le preguntó conmovida por su confesión.

―No lo sé. Hay muchas cosas que debí decir antes, ¿no?

Hinata quedó en silencio por un momento tratando de comprender y meditar en las palabras de Itachi. Él comprendió que quizás era bastante que procesar, después de todo, ambos eran personas sumamente reservadas. No obstante, cuando sus ojos se encontraron con los de Hinata, algo en su pecho se apretó al ver sus ojos llorosos. Había en ellos una clara gratitud.

Entonces la joven se inclinó suavemente hacia él. Itachi cerró los ojos lentamente y le permitió que presionara sus labios contra su boca. A diferencia de antes, no había un mismo sentido de necesidad o de urgencia, sino una caricia suave, como si sólo con eso le dijera gracias sin tener que decirlo.

Itachi dejó que el momento lo envolviera. ¿Qué importaba ya? Subió las manos hacia el rostro de Hinata sosteniéndola con suavidad mientras su beso se volvía algo más íntimo, profundo y personal. No había ese mismo desenfreno de antes, sino más bien un entendimiento tácito de que de ese momento en adelante su relación había cambiado y no tenía forma de volver atrás.

Cuando finalmente se separaron él la miró y le acarició el mentón casi con la misma travesura con que golpeaba la frente de Sasuke, sonriéndole.

―Todo tiene sentido ahora ―dijo Hinata de pronto, pensativa, preocupada.

―Hinata-san, ¿Por qué deseaba saber todo esto?

―Porque... ―su ceño se frunció con un claro signo de dolor en el rostro―. Tienes varios puntos en el cuerpo en donde el sistema circulatorio de Chakra ha sido... dañado.

―¿Mis tenketsus o mis conductos de chakra?

―Ambos.

Itachi sintió que el estómago se le recogía. Había estado enfermo tanto tiempo, pensando que todo se trataba de alguna cosa irremediable en sí mismo con la que seguramente había nacido o que se había comenzado a desarrollar por forzar su sharingan, pero nunca se le pasó por la cabeza que su malestar fuese producto de lo que Hinata decía. Ninguno de los médicos que había visto poseía el byakugan.

―No está fluyendo chakra correctamente hacia tus ojos, pulmones y corazón. Especialmente cuando activaste el Sharingan. Supongo que ya lo sabes, pero todos los órganos están rodeados por ductos de chakra, algunos tan pequeños como capilares, otros más grandes, como las venas. Si esos ductos no están siendo irrigados adecuadamente, cuando usas el Sharingan y tus ojos demandan más chakra, el sistema circulatorio de chakra se acelera. Esto puede afectar el resto de tus órganos ―dijo con calma, observando los síntomas en su compañero―. Eso ha provocado que se formen hematomas en tus pulmones y que tu corazón muestre signos de desgaste, especialmente en las áreas donde el chakra se acumula y no puede avanzar.

Itachi seguía atento, procesando las palabras de Hinata. Ella continuó, buscando una forma más simple de explicarlo.

―Es como si el chakra se desbordara en ciertas áreas. Por ejemplo, cuando activas el Sharingan, el chakra circula mucho más rápido hacia tus ojos, porque ese dojutsu requiere un volumen y velocidad enormes de chakra. En mi caso, con el Byakugan, sucede algo similar: las venas alrededor de mis ojos sobresalen porque la cantidad de chakra que manejo para mantener el dojutsu es tan intensa que empuja las venas hacia fuera. En tu caso, el problema radica en que los ductos de chakra están dañados, y el flujo no es eficiente. Es como si intentaras pasar una corriente de agua a través de una manguera doblada. La presión aumenta porque el agua no puede fluir correctamente, y eso termina afectando tanto la manguera como los elementos a su alrededor: en este caso, tus venas, arterias y órganos. Cada vez que usas el Sharingan, la presión adicional está lastimando tus órganos, forzándolos a adaptarse a un flujo de chakra que no pueden manejar.

―¿Puedes ver eso? ―le preguntó asombrado. Siempre había visto a Hinata como alguien tan pequeña, sin conocimientos de sus ojos, sin molestarse en saber demasiado sobre cómo los empleaba. Él no podía enseñarle mucho al respecto y se había contentado con entrenarla para que pudiese servir como sensora con su visión―. Es magnífico que tengas ese nivel de precisión. Has avanzado mucho, Hinata.

―Siempre he podido ―respondió con algo de vergüenza―. Es parte del entrenamiento básico de cualquier miembro del clan para emplear el puño suave, nuestro Taijutsu. Al pertenecer a la familia principal, se me entrenó desde los tres años de edad. Lo odiaba. Odiaba tener que combatir contra Neji nii-san. Era mucho más fuerte que yo ―suspiró recordando algo que Itachi no quiso indagar―. Pero nunca hasta ahora vi que este problema estuviese ocurriendo con tu sharingan. ¿Ha... ha estado ocurriendo últimamente?

―Sí ―respondió sin quererle dar demasiados detalles―. ¿Dónde está dañado mi sistema circulatorio de chakra?

―Aquí... ―la punta de su dedo tocó su pecho―, y aquí ―luego cerca de su corazón―. Y aquí ―su rostro, cerca de los ojos―, sobre todo aquí ―su abdomen―. El daño no es celular, sólo hay algunos ductos de chakra bloqueados porque bloquearon tus tenketsus. Son como... pequeñas compuertas que se pueden abrir o cerrar para que...

―Sé como funcionan los tenketsus ―le respondió, sonriéndole. Lo había estudiando en la academia.

―Hay trescientos sesenta y un tenketsus en nuestro cuerpo. El puño suave funciona como... ―Hinata estaba nerviosa, podía notarlo, fuese lo que fuese que hubiese visto estaba seguro que seguir guardando silencio sobre su enfermedad ya no tendría propósito―... bueno, puedes cerrar o abrir algunas de esos ductos si golpeas esos puntos. Si los cierras, el chakra no fluye por esos lugares, al menos no normalmente, pero puedes volver a abrirlos si los golpeas de nuevo, al menos, en teoría. Los tenketsus son como interruptores que se pueden abrir o cerrar para permitir que el chakra avance o se estanque. Es por eso que si te golpean ocho palmas, difícilmente podrías haber empleado ninjutsu de forma apropiada. No tiene como avanzar a tus manos. Pero la persona que te golpeó no apuntaba a tus manos, sino, a irrumpir el flujo de chakra a tus ojos. Ese Mukai Kohinata debe haber sido muy talentoso para hacer algo así.

―Hinata, tú... ¿Puedes ver con claridad esos tenketsus?

―Sí. Por supuesto ―respondió ella como si fuese algo muy obvio.

―¿Y volverlos a abrir? ―por primera vez en tres años, una luz de esperanza apareció en él. Algo que ni si quiera se había atrevido a darse cuando por años había aceptado su condición esperando a morir, prolongando su vida con diferentes drogas. Claro, nunca nadie le había revisado que fuese un Hyūga con uno de los byakugan más poderosos de su clan al ser la hija del líder. Era la heredera del Clan Hyuga, una princesa por derecho propio, sus ojos no eran cualquier cosa―. ¿Puedes? ―la miró fijo, intentando contener su emoción.

―No sé si yo pudiese... ―respondió nerviosa―... quizás mi padre...

―¿Puedes intentarlo en mí? ―le pidió.

―¿Yo? ¿En.. en ti? ―los ojos de Hinata se agrandaron mientras veía como Itachi se ponía de pie y se retiraba la camiseta de mallas. Su rostro se volvió rojo de vergüenza al verlo así

―Sí ―el estiró su mano hacia ella y la ayudó a ponerse de pie.

―P-pero... hacerlo no es un juego ―le dijo asustada. Itachi comprendía que no lo era. Más que nadie era una persona que tomaba cada preocupación posible, por lo mismo se había sacado la camiseta. No quería que su dedo se enredara en las mallas o se deslizara con la tela―. Si me equivoco, aunque sea por un milímetro puedo cortar un ducto o dañar gravemente un órgano. Además, es muy doloroso.

Itachi escuchó sus palabras. Hinata había entrenado proficientemente en el puño suave hasta casi sus ocho años. A esa edad, él ya había dominado el sharingan. Además, sabía que había estado practicando con sus técnicas oculares porque Konan se lo había informado al líder en una reunión. Confiaba que tenía la experticia suficiente para intentarlo. No tenía nada que perder a esa altura, en que una sentencia de muerte colgaba sobre él.

―Puedes hacerlo ―le dijo mirándola a los ojos con seriedad―. Si te lo propones, lo harás. Entrenabas todos los días por horas con tu familia. Tu padre te mostró cómo. Y no estás practicando ahora, vas a golpearme a mí. No tienes opción de fallar.

―No quiero lastimarte. En el estado en que se encuentra tu corazón y tus pulmones, sin mencionar tu solar plexus... podría lastimarte más allá de...

―No pienses en eso ahora ―Hinata frunció los labios―. Si no lo puedes lograr, moriré ―cuando lo dijo, Hinata empalideció―. Es mi vida lo que está en juego y sólo tú tienes el poder de hacer algo al respecto. Sé que puedes hacerlo.

―Lo haré... p-pero... déjame practicar primero. No quiero fallar.

―No lo harás ―Hinata titubeó un momento. Podía ver en su mirada las dudas que sentía al respecto. No obstante, activó el byakugan. Itachi respiró profundo y le soltó las manos―. ¿Estás lista?

―Sí ―dijo buscando la resolución de hacerlo, sin dudar, sin prolongarlo más. Si le preguntaba de nuevo, seguramente le diría que no―. Va a doler.

―Hazlo ―ella volvió a asentir, subiendo las manos y poniendo su palma adelante, cerrando el puño, sólo su dedo índice concentrando su chakra―. Hinata, mírame ―ella lo observó con claro temor escrito en su hermoso rostro, su mano temblaba―. Eres la única persona en quien confío.

Sin esperar más, el dedo de Hinata se movió con una rapidez que apenas pudo percibir con el sharingan, golpeándolo en el pecho, entre su clavícula y el cuello. El dolor fue intenso, como si algo lo hubiese quemado, sintiendo como una oleada de chakra se adentraba forzadamente a través de su piel.

―Ugh... ―se quejó inclinando su torso adelante, cerrando los ojos con fuerza.

―Lo lamento ―dijo Hinata con preocupación, acercándose a él para sostenerlo antes de que perdiera el equilibrio―. ¿Estás bien? Itachi...

―Estoy bien ―dijo, intentando respirar mientras se componía―. Dame un momento ―Hinata asintió, retrocediendo mientras lo esperaba. Itachi no podía creer que estaba pasando por ese tipo de daño nuevamente. De inmediato la piel se le puso roja, como si algo lo hubiese picado―. Adelante, abre otro.

El dedo de Hinata volvió a golpearlo, esta vez entre sus costillas y abdomen, justo en medio de su cuerpo. Retrocedió dos pasos con el impacto, sintiendo como todo dentro de él se revolvía. Inmediatamente tosió, creyendo que iba a desfallecer del dolor. Ni si quiera Mukai Kohinata lo había golpeado así de fuerte.

―No sé si funcionó ―dijo Hinata angustiada, mirando con su byakugan la manera en que su cuerpo empezaba a reaccionar―. Tus órganos alrededor de aquellos tenketsus están muy dañados. Toda el área esta inflamada. Por eso te duele tanto.

―¿Cómo puedo saber si funcionó? ―le preguntó temblando, intentando pararse derecho. Una nueva marca rojiza apareció en su abdomen.

―Debes emplear tu chakra. Intenta... intenta activar el sharingan.

Itachi asintió. Y de inmediato lo experimentó. Notaba la diferencia. Ella había abierto dos de sus tenketsus solamente y ya podía notar la manera rápida en que su chakra fluía hacia su rostro.

―Creo funcionó ―dijo sorprendido―. Hay una notable diferencia en cómo se está moviendo mi chakra hacia el sharingan. ¿Puedes ver qué ocurre en mi sistema?

―Está fluyendo de mejor manera. Excepto en... sus pulmones. El ducto ahí está muy dañado y el chakra presiona sus pulmones contra las costillas al no tener donde ir ―Hinata puso una mano en su pecho, intentando mostrarle el lugar preciso en donde aquello estaba ocurriendo justo en su pectoral derecho. El roce de sus dedos le provocó escalofríos―. ¿Es por eso que tose tan seguido cuando su chakra se agita, ¿no?

―Supongo que sí ―respondió levemente avergonzado por la cercanía―. Debes golpear ahí ahora.

―No puedo hacerlo. Tu cuerpo puede entrar en shock y colapsar por la cantidad de chakra que está fluyendo nuevamente hasta tus ojos ―le respondió intentando ser cautelosa―. Tienes que acostumbrarte a que tu chakra fluya más rápido por los dos tenketsu que abrí o podrías colapsar, tu corazón puede fallar por estar procesando tan...

―Hinata. Hazlo ―le pidió Itachi respirando profundo, parándose derecho una vez más.

Ella lo dudó un momento, y entonces volvió a golpearlo, esta vez en el rostro, justo en el borde de su mejilla a la altura de su pómulo. Una bofetada abría dolido menos y tuvo que apretar la mandíbula para soportar la quemazón en su piel. Hinata no había mentido cuando dijo que aquello dolería.

―¿Cuántos tenketsus más están cerrados? ―le preguntó Itachi, respirando profundo.

―Cinco ―respondió Hinata―. Pero... están muy cerca de órganos vitales. Si golpeo tu pecho allí, sobre tu corazón... podría incluso dañarte el miocardio. Está muy cerca.

―Puedo soportarlo si tienes la confianza de hacerlo.

Hinata golpeó dos veces más su torso, una su abdomen y otra cerca de su hombro derecho. Cada golpe pareció como un proyectil que lo atravesaba de manera invisible, como un latigazo de fuego. No obstante, lo hizo con tal precisión y delicadeza como si una pequeña aguja de chakra ingresara y saliera.

Itachi activó nuevamente su sharingan y por primera vez en años no sintió esa presión horrible alrededor de sus ojos, ni en su pecho, ni en sus pulmones. El chakra fluía rápidamente, intenso, dándole a entender que podría mantenerlo activo mucho más tiempo sin descanso de haberlo querido. Miró a Hinata con nerviosismo, sin saber si aquello sería suficiente para darle más tiempo, pero comprendiendo que no eran sólo sus tenketsus los que habían sido dañados sino que durante todo ese tiempo sus órganos más importantes también. Y ella no podía solucionar ese problema.

―¿Funcionó? ―le preguntó Hinata nerviosa, posicionando una de sus manos sobre el pecho.

―Sólo hay una forma de averiguarlo.

Realmente no quería activar su Mangekyō, pero era lo único que se le ocurría consumiría la cantidad de chakra necesario para algo así. Caminó hasta el exterior de la cabaña con lentitud, sintiendo como el agua le caía pesada sobre la piel. Hinata lo siguió un par de pasos atrás, esperando su respuesta.

Respiró hondo, sabiendo que lo que iba a hacer era inevitable. Alzó su mirada hacia el cielo gris, empapado, como si en ese instante estuviera buscando algo más allá de lo que podía ver. Sus dedos se apretaron en un puño, una leve tensión recorriendo su cuerpo, y cerró los ojos por un momento, intentando concentrarse. Si no había funcionado, era muy probable que el estrés de dicho esfuerzo de verdad lo matara.

―Retrocede ―le pidió mientras se adentraba en el terreno húmedo, sus pies hundiéndose levemente entre el lodo, las piedras y las pozas.

Itachi exhaló con lentitud y sus ojos se abrieron de golpe, activando su Mangekyō Sharingan. En ese momento todo a su alrededor pareció distorsionarse brevemente y una ráfaga de viento giró en torno a él. La presión sobre su pecho aumentó, pero no dolía, no como antes. El chakra fluía tan libremente hacia sus ojos que ni si quiera estaban sangrando.

Una serie de complejas formaciones de chakra comenzaron a rodearlo, envolviéndolo como una ola resplandeciente de energía anaranjada que tomaba una forma esquelética. No obstante, aquella figura que se moldeaba a su alrededor comenzó a tomar forma de manera amenazante, imponente.

El Susano'o de Itachi emergió alrededor de su cuerpo, pero no era un simple espectro traslúcido como siempre lo había sido hasta entonces. Era una de las manifestaciones más poderosas de sus ojos y era la primera vez que la veía crecer así de alto, erguido con una armadura de chakra que brillaba en tonos rojizos. La energía que rodeaba a su Susano'o parecía distorsionar el aire mismo, haciéndolo vibrar y resonar con una intensidad palpable, incluso haciendo que la lluvia cerca de ellos dejara de caer.

El Susano'o de Itachi se alzó con una armadura elaborada que cubría su figura desde la cabeza hasta la cintura, implacable y frío, su aura rugía feroz. En su mano derecha portaba una espada y en la izquierda un escudo. La energía que emanaba del Susano'o era tan densa que el aire a su alrededor vibraba.

Hinata lo observó asombrada. No sabía que Itachi contaba con técnicas así de fuertes, porque no solía hablar de Itachi con nadie. Muchas personas en la organización le temían, pero ella no estaba muy al tanto del por qué de eso.

Itachi no se volteó mientras la figura comenzó a deshacerse, dejando que la lluvia siguiera mojándolo. Hinata lo observó desde su perspectiva expectante, nerviosa, queriendo saber qué estaba ocurriendo. Su corazón latía ansioso, sabía que emplear un jutsu así de imponente debió ser un estrés tremendo para su cuerpo y su dojutsu.

Cuando el último rastro de su Susano'o desapareció, Itachi se giró lentamente hacia Hinata, su mirada tranquila, sonriendo en su dirección.

―Funcionó ―dijo un tanto cansado, pero aún de pie, aún vivo. Sabía el costo enorme de emplear esa habilidad y lo que le había ocurrido las pocas veces que tuvo la necesidad de empujarse a ese nivel. Ahora, lo había resistido sin colapsar, sin agotarse por completo―. Mi chakra está fluyendo correctamente a mis ojos.

Hinata no pudo evitar mirarlo con una mezcla de admiración y preocupación por él. Ella caminó hacia él, el agua empapando sus pies descalzos mientras su mirada se mantenía fija en Itachi, buscando alguna señal de que estaba bien.

―Itachi... ―susurró, acercándose aún más, su preocupación evidente.

Itachi la observó en silencio, sin poder evitar sonreírle. Todo ese tiempo se había torturado a sí mismo con drogas, soportando el dolor en silencio, perdiendo su vitalidad con cada día que pasaba y ella lo había solucionado en un par de minutos. Le parecía tan gracioso que podría haberse echado a reír ahí mismo, pero no lo hizo, porque no deseaba que pensara que finalmente había perdido la cordura. Si bien sus órganos iban a fallar eventualmente por el estrés al que habían sido sometido por años y estaba muy al tanto al punto que había reducido su vida, si no se empujaba un límite fatal dentro de un combate, estaría bien. Lo sabía. Después de todo, mientras el poder del Susano'o fuera su último recurso, estaría bien.

―¿No te duele? ―le preguntó Hinata observando las marcas rojas en todo su cuerpo.

―Estoy bien ―respondió, aunque el cansancio en su tono era claro. Estiró su mano, deseando que ella la tomara.

Hinata se acercó y lo hizo, ambos mirando hacia la laguna bajo la lluvia.

Sonrió tranquilo, sintiendo que mientras ella sostuviese su mano, podía hacer cualquier cosa que se propusiera. En silencio, miraron la laguna, donde las gotas de lluvia caían suavemente sobre la superficie del agua creando pequeñas ondas que se expandían hasta desaparecer.

En ese momento Itachi comprendió que por todo lo que había perdido, todo lo que había sacrificada, había algo que había ganado también.

Ella.

Porque en ese instante, ambos sabían que, a pesar de todo lo que había sucedido para llegar a ese momento, al menos se tenían el uno al otro.

―Gracias, Hinata ―murmuró deseando que Shisui pudiese verlo sonreír. No era tan malo tratando con las personas como él tanto le había insistido.

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Nota de Autor: Muchas gracias por acompañarme durante estas actualizaciones. Este fic viene siendo escrito por doce años y hasta ahora no había encontrado un momento para poder sentarme y terminarlo. Sé que falta mucho aún por desarrollar, pero me siento muy ilusionada con la idea de que quizás este sea el año en que pueda hacerlo. Le agradezco a todos los lectores que siguen leyendo este fic y no lo han abandonado, por creer que sí lo terminaría y mandarme todo el ánimo que me han mandado.
Por favor comenten, compartan, guardenlo en sus favoritos. Todas estas estadísticas me ayudan a que más personas puedan llegar a leer mi trabajo que he hecho con tanto cariño para todos ustedes que aman a estos dos personajes como yo.

Todo lo relacionado con Mukai Kohinata y el daño que le causó a Itachi forma parte del contenido de la novela Itachi Story, Daylight & Midnight. Tomé esto porque realmente creo que lo que enfermó a Itachi fue recibir los ocho golpes de los Ocho Trigramas. En el manga hemos visto lo que este jutsu tan poderoso del clan Hyūga puede hacer a las personas afectadas, y aunque Kishimoto nunca lo emplea de manera completa y consistente, tenemos el caso de Neji contra Naruto, en el cual se menciona que Naruto ni siquiera debió haber sido capaz de levantarse después de la manera en que fue atacado. También está el caso de Hinata, a quien Neji le bloqueó un par de tenketsu y, como resultado, estuvo tosiento sangre durante un mes y casi se le detiene el corazón, a pesar de los cuidados médicos que recibió. Finalmente, está el caso de Naruto y Himawari, en el cual un golpe a un tenketsu no solo impidió que Naruto se levantara, sino que también afectó a Kurama. Creo que se puede deducir que, al recibir ocho golpes, Itachi realmente podría haber enfermado, como expliqué en este capítulo, debido a los daños que sufrió sin ser consciente de ello.