Capítulo 15: Dos Olimpos me odian, felicidades, tomen ficha y hagan fila.

Nuevamente todo pasa muy rápido, pasó de estar disfrutando con sus padres, a estar en medio de una misión, donde lograron perder a Annabeth rápidamente; lo cual tiene a todos de muy mal humor. Ahora no solo estaban en presencia de un dios principal del Olimpo, sino que tenían que regresar al campamento para buscar a Annabeth; probablemente ocuparían una misión para eso.

Después de ver al doctor Espino convertirse en un monstruo y caer en picado por el acantilado con Annabeth montada en su lomo, cualquiera diría que ya nada podía impresionarle. Pero cuando aquella chica de doce años les dijo que era la diosa Artemisa, Draco lo ignoró, incluso cuando lo miraba intensamente.

Quiso sacarle el dedo del medio.

Pero probablemente lo asesinaría.

Odiaba eso de los dioses y sus poderes.

Grover era un caos, él ahogó un grito, se arrodilló en la nieve y empezó a gimotear:

—¡Gracias, señora Artemisa! Es usted tan… tan… ¡Uau!

Draco intercambió una mirada con Percy, que sigue luciendo preocupado por Annabeth y lo entiende, todo su interior está lleno de su propia angustia, más la de Percy.

El horror.

—¡Levanta, niño cabra! —le soltó Thalia—. Tenemos otras cosas de qué preocuparnos. ¡Annabeth ha desaparecido!

—¡So! —dijo Bianca di Angelo—. Momentito. Tiempo muerto.

Todo el mundo se la quedó mirando. Ella les fue señalando, uno a uno, como si estuviera repasando las piezas de un rompecabezas.

—¿Quién… quiénes son todos ustedes?

La expresión de Artemisa se ablandó un poco.

—Quizá sería mejor, mi querida niña, saber primero quién eres tú. Veamos, ¿quiénes son tus padres?

Bianca miró con nerviosismo a su hermano, que seguía contemplando maravillado a Artemisa.

Ese niño ocupaba ordenar sus prioridades.

—Nuestros padres murieron —dijo Bianca—. Somos huérfanos. Hay un fondo que se ocupa de pagar nuestro colegio, pero… —Titubeó. Supongo que vio en nuestra expresión que no le creíamos—. ¿Qué pasa? —preguntó—. Es la verdad.

—Tú eres una mestiza —dijo Zoë Belladona, cuyo acento era difícil de situar. Sonaba anticuado, como si estuviera leyendo un libro viejísimo—. A fe mía que uno de sus progenitores era un mortal. El otro era un olímpico.

—¿Un olímpico? ¿Un atleta, quieres decir?

Draco dejó de preocuparse solo un segundo, para pensar que, hace casi dos años, había tenido la misma expresión de idiota que Bianca en este momento.

Qué horror.

Y asco por sí mismo.

Odió el sentimiento.

Al menos ya había pasado esa etapa donde todo era nuevo y extraño, lo cual deja mucho que desear de su vida actual.

—No —dijo Zoë—. Uno de los dioses.

—¡Qué guay! —exclamó Nico, sí, Draco pensaba que ese niño ocupaba ordenar mucho sus prioridades.

—¡Ni hablar! —terció Bianca con voz temblorosa—. ¡No lo encuentro nada guay!

Nico se había puesto a dar saltos.

—¿Es verdad que Zeus tiene rayos con una potencia destructiva de seiscientos? ¿Y que gana puntos extra por…?

—¡Cierra el pico, Nico! —Bianca se pasó las manos por la cara—. Esto no es tu estúpido juego de Mitomagia, ¿sabes? ¡Los dioses no existen!

Si mucha charla inútil, hay que entregarlos a Quirón y seguir adelante para buscar a Annabeth.

—Ya sé que cuesta creerlo —le dijo Thalia—, pero los dioses siguen existiendo. Créeme, Bianca. Son inmortales. Y cuando tienen hijos con humanos, chicos como nosotros, bueno… la cosa se complica. Nuestras vidas peligran.

—¿Como la de la chica que se ha caído? —dijo Bianca.

Thalia se dio la vuelta. Incluso Artemisa parecía afligida.

Draco apretó los puños con molestia.

—No desesperen —dijo la diosa—. Era una chica muy valiente. Si es posible encontrarla, yo la encontraré.

—Entonces, ¿por qué no nos dejas ir a buscarla? —preguntó Percy, a lo cual Draco asintió.

—Porque ha desaparecido. ¿Acaso no lo percibes, hijo de Poseidón? Hay un fenómeno mágico en juego. No sé exactamente cómo o por qué, pero tu amiga se ha desvanecido.

Magia.

Draco se alarmó, Percy parecía en su furia para no notarlo, pero Draco, en cambio, volteó a ver al acantilado preguntándose por qué alguien quería a Annabeth. Es una chica asombrosa y su amiga, pero sería más común que alguien fuera por Percy como niño de los 3 grandes, o incluso Thalia.

Alguien quería a Annabeth.

¿O fue todo mala suerte?

Eso no suena del todo correcto.

—¿Y el doctor Espino? —intervino Nico, levantando la mano—. Ha sido impresionante cómo lo habéis acribillado. ¿Está muerto?

—Era una mantícora —dijo Artemisa con más paciencia de la que siente Draco—. Espero que haya quedado destruida por el momento. Pero los monstruos nunca mueren del todo. Se vuelven a formar una y otra vez, y hay que cazarlos siempre que reaparecen.

—O ellos nos cazan a nosotros —observó Thalia.

Bianca di Angelo se estremeció.

—Lo cual explica… ¿Te acuerdas, Nico, de los tipos que intentaron atacarnos el verano pasado en un callejón de Washington?

—Y aquel conductor de autobús —recordó Nico—. El de los cuernos de carnero. Te lo dije. Era real.

—Por eso los ha estado vigilando Grover —les explicó Percy cansado—. Para manteneros a salvo si resultaban ser mestizos.

—¿Grover? —Bianca se quedó mirándolo—. ¿Tú eres un semidiós?

—Un sátiro, en realidad. —Se quitó los zapatos y le mostró sus pezuñas de cabra. Creyó que Bianca se desmayaría allí mismo.

—Grover, ponte los zapatos —dijo Thalia—. Estás asustándola.

—¡Eh, que tengo las pezuñas limpias!

—Bianca —terció Percy—, hemos venido a ayudaros. Tienen que aprender a sobrevivir. El doctor Espino no va a ser el último monstruo con que los tropiecen. Tienen que venir al campamento.

—¿Qué campamento?

—El Campamento Mestizo. El lugar donde los mestizos aprenden a sobrevivir. Pueden venir con nosotros y quedarse todo el año, si quieren.

—¡Qué bien! ¡Vamos! —exclamó Nico.

—Espera. —Bianca meneó la cabeza—. Yo no…

—Hay otra opción —intervino Zoë.

—No, no la hay —dijo Thalia.

Las dos se miraron furibundas, con un claro odio entre ellas. Draco se puso la mano en el puente de su nariz bufando molesto, Artemisa le dio una mirada calculadora a la distancia que Draco simplemente siguió ignorando.

—Ya hemos abrumado bastante a estos críos —zanjó Artemisa—. Zoë, descansaremos aquí unas horas. Levanten las tiendas. Curen a los heridos. Recojan en la escuela las pertenencias de nuestros invitados.

—Sí, mi señora.

—Y tú, Bianca, acompáñame. Quiero hablar contigo.

—¿Y yo? —preguntó Nico.

Artemisa lo examinó un instante.

—Tú podrías enseñarle a Grover cómo se juega a ese juego de cromos que tanto te gusta. Grover se prestará con gusto a entretenerte un rato… como un favor especial hacia mí.

Grover estuvo a punto de trastabillar.

—¡Por supuesto! ¡Vamos, Nico!

Los dos se alejaron hacia el bosque, hablando de energía vital, nivel de armadura y cosas así, típicas de chiflados informáticos. Artemisa echó a caminar por el borde del acantilado con Bianca, que parecía muy confusa. Las cazadoras empezaron a vaciar sus petates y montar el campamento.

Zoë le lanzó una nueva mirada furibunda a Thalia y se fue a supervisarlo todo.

En cuanto se hubo alejado, Thalia pateó el suelo con rabia.

—¡Qué caraduras, estas cazadoras! Se creen que son tan… ¡Aggg!

—Estoy contigo —asentía Percy—. No me fío…

—¿Así que estás conmigo? —Se volvió hecha un basilisco—. ¿Y en qué estabas pensando en el gimnasio? ¿Creías que ibas a poder tú solo con Espino? ¡Sabías muy bien que era un monstruo!

—Yo…

—Si hubiéramos permanecido juntos, habríamos acabado con él sin que intervinieran las cazadoras. Y Annabeth tal vez seguiría aquí. ¿No lo has pensado?

Percy apretó los dientes.

Draco bufa llamando la atención de ambos.

—Pelear no resuelve nada, si queremos buscar a Annabeth, debemos mantener la calma. —Su voz suena firme contra ambos, que lo ven de forma molesta, pero Draco mantiene el mentón en alto.

Imagínate.

Tiene que ser mediador, el mundo es una locura sin duda.

Ve de reojo a Artemisa a la distancia con Bianca, arruga el ceño sin entender por qué se siente incómodo al respecto.

.

.

Las cazadoras montaron el campamento en unos minutos. Siete grandes tiendas, todas de seda plateada, dispuestas en una media luna alrededor de la hoguera. Una de las chicas sopló un silbato plateado. De inmediato, del bosque surgieron unos lobos blancos que empezaron a rondar en círculo alrededor del campamento, como un equipo de perros guardianes. Las cazadoras se movían entre ellos y les daban golosinas sin ningún miedo. Había halcones observándolos desde los árboles con los ojos centelleantes por el resplandor de la hoguera, y Draco tenía la sensación de que también ellos estaban de guardia. Incluso el tiempo parecía doblegarse a la voluntad de la diosa. El aire seguía frío, pero el viento se había calmado y ya no nevaba, con lo que resultaba casi agradable permanecer junto al fuego.

Pudo notar como Percy y Thalia en lugares opuestos, estaban con sus propias culpas.

Al cabo de un rato, Grover y Nico regresaron de su paseo. Una de las cazadoras les trajo sus mochilas y Grover ayudó a curar el hombro de Percy.

—¡Lo tienes verde! —comentó Nico, entusiasmado.

—No te muevas —ordenó Grover a Percy—. Toma, come un poco de ambrosía mientras te limpio la herida.

Nico se puso a hurgar en su propia mochila, que por lo visto las cazadoras habían llenado con todas sus cosas (aunque Draco no tenía ni idea de cómo se habrían colado sin ser vistas en Westover Hall). Sacó un montón de figuritas y las dejó sobre la nieve. Eran réplicas en miniatura de los dioses y los héroes griegos, entre ellos Zeus con un rayo en la mano, Ares con su lanza, y Apolo con el carro del sol.

—Buena colección —le dijo Percy.

Nico sonrió de oreja a oreja.

—Casi los tengo todos, además de sus cromos holográficos. Solo me faltan unos cuantos muy raros.

—¿Llevas mucho tiempo jugando a este juego?

—Solo este año. Antes… —Frunció el ceño.

—¿Qué? —le preguntó Percy.

—Lo he olvidado. Es extraño. —Parecía incómodo, pero no le duró mucho—. Oye, ¿me enseñas esa espada que has usado antes? —

Percy sacó a Contracorriente y le explicó cómo pasaba de ser un bolígrafo a una espada cuando le quitabas el capuchón.

—¡Qué pasada! ¿Nunca se le acaba la tinta?

—Bueno, en realidad no lo utilizo para escribir.

—¿De verdad eres hijo de Poseidón?

—Pues sí.

—Entonces sabrás hacer surf muy bien.

Percy mira a Grover, que hacía esfuerzos por contener la risa, Draco, por otro lado, se sujetaba la frente comenzando a cansarse de las preguntas del mocoso. Había tenido más años cuando fue al campamento mestizo y sabe que fue mucho más insoportable que este niño en su momento, eso no evita que en este momento se sienta molesto.

—¡Jo, Nico! —le dijo Percy—. Nunca lo he probado.

Él siguió haciendo preguntas. ¿Percy peleaba mucho con Thalia, dado que era hija de Zeus? (Esa no la respondió, aunque Draco dijo que "sí" ganando una mala mirada de este.) Si la madre de Annabeth era Atenea, la diosa de la sabiduría, ¿cómo no se le había ocurrido nada mejor que tirarse por el acantilado? (Draco no se contuvo y golpeó la cabeza del niño que se quejó.) ¿Annabeth era novia de Percy? (Grover no dejó de reírse cuando Draco amablemente dijo que ellos "aún no eran novios", aunque hizo énfasis de que algo más había ahí), Nico pareció algo desanimado, aunque no parecía darse cuenta.

—¿También eres un semidiós? — preguntó Nico viéndolo de reojo de forma un poco despectivamente comparada a la admiración que tenía por Percy o Thalia—. ¿Tienes un padre divino? ¿Por qué no luchaste? ¿Eres débil? —Las preguntas hicieron a Percy sonreírle con maldad ahora que era el centro de atención.

Draco sonrió tensamente listo para golpear al niño.

De nuevo, pero entonces se les acercó Zoë Belladona.

—Percy Jackson y Draco Malfoy.

Zoë tenía ojos de un tono castaño oscuro y una nariz algo respingona. Con su diadema de plata y su expresión altanera, parecía un miembro de la realeza. Ella los observó con desagrado, como si fuese una bolsa de ropa sucia que le habían mandado recoger.

—Acompáñenme —les dijo—. La señora Artemisa desea hablar con ambos.

.

.

Los guió hasta la última tienda, que no parecía diferente de las otras, y les hizo pasar. Bianca estaba sentada junto a la chica de pelo rojizo. Era difícil pensar en ella como en la diosa Artemisa. El interior de la tienda era cálido y confortable. El suelo estaba cubierto de alfombras de seda y almohadones. En el centro, un brasero dorado parecía arder solo, sin combustible ni humo. Detrás de la diosa, en un soporte de roble, reposaba su enorme arco de plata, que estaba trabajado de tal manera que recordaba los cuernos de una gacela. De las paredes colgaban pieles de animales como el oso negro, el tigre y otros que no supo identificar.

Le pareció que había otra piel tendida a su lado y, de repente, advirtió que era un animal vivo: un ciervo de pelaje reluciente y cuernos plateados, que apoyaba la cabeza confiadamente en su regazo.

—Siéntense con nosotras, Percy Jackson y Draco Malfoy —dijo la diosa.

Draco tomó asiento con Percy en el suelo frente a ella, siente que debería decir algo, pero realmente no quiere hablar con un Olimpo. La diosa los estudió con atención, cosa que a Draco incomodaba. Tenía una mirada viejísima para ser una chica tan joven.

Notó de forma preocupada, su atención pasando más en él.

No le agradó la idea de que un dios lo viera de esa forma, pero el propio Hades había mostrado curiosidad por Draco.

—¿Les sorprende mi edad? —les preguntó.

—Eh… un poco —admitió Percy.

Draco se encogió de hombros sin querer aportar nada.

—Puedo aparecer como una mujer adulta, o como un fuego llameante, o como desee. Pero esta apariencia es la que prefiero. Viene a ser la edad de mis cazadoras y de todas las jóvenes doncellas que continúan bajo mi protección hasta que se echan a perder.

—¿Cómo…?

—Hasta que crecen. Hasta que enloquecen por los chicos, y se vuelven tontas e inseguras y se olvidan de sí mismas.

—Ah. —Sabias palabras Percy.

Draco, por otro lado, miró con curiosidad a su alrededor, se preguntó si Artemisa sabría que Draco comenzaba a entrar a la edad donde también se volvía loco por niños.

Irónico.

Zoë se había sentado a su derecha y los miraba de un modo furibundo, como si ellos fuesen los culpables de todos los males que Artemisa había descrito. Como si la mera noción de ser un chico la hubiera inventado alguno de ellos.

Piensa en Annabeth, su rostro se frunce en preocupación.

—Has de perdonar a mis cazadoras si no se muestran muy amigables contigo —dijo Artemisa—. Es rarísimo que entren chicos en este campamento. Normalmente les está prohibido el menor contacto con las cazadoras. El último que pisó el campamento… —Miró a Zoë—. ¿Cuál fue?

—Ese chico de Colorado. Lo transformó en un jackalope, mi señora.

—Ah, sí —asintió Artemisa, satisfecha—. Me gusta hacer jackalopes, ya sabes, ese animal de la mitología americana, mezcla de liebre y antílope. En todo caso, te he llamado para que me hablen un poco más de la mantícora. Bianca me ha contado algunas de las cosas inquietantes que el monstruo dijo. Pero quizá ella no las haya entendido bien. Quiero oírlas de sus labios.

Percy habló mientras Draco permanecía en silencio, todo ese tiempo Artemisa pasaba más su mirada sobre Draco y él regresó la sonrisa bastante incómoda.

Cuando Percy terminó, Artemisa puso una mano en su arco, pensativa.

—Ya me temía que tendría que usarlo.

Zoë se echó hacia delante.

—¿Lo decís por el rastro, mi señora?

—Sí.

—¿Qué rastro? —preguntó Draco al fin curioso.

—Están apareciendo criaturas que yo no había cazado en milenios —murmuró Artemisa—. Presas tan antiguas que casi las había olvidado. —Los miró fijamente—. Vinimos aquí ayer por la noche porque detectamos la presencia de la mantícora. Pero ese no era el monstruo que ando buscando. Vuelve a repetirme lo que dijo el doctor Espino exactamente.

—Eh… «Me horrorizan los bailes de colegio.» —Todos voltearon a ver a Percy indignados, este se sonrojó abochornado.

—No, no. Después de eso.

—Dijo que alguien llamado el General me lo iba a explicar todo.

Zoë palideció. Se volvió hacia Artemisa y empezó a decirle algo, pero la diosa alzó una mano.

—Continúa, Percy.

—Bueno, entonces se refirió al Gran Despertador…

—Despertar —le corrigió Bianca.

—Eso. Y dijo: «Pronto tendremos al monstruo más importante de todos. El que provocará la caída del Olimpo.»

La diosa permanecía tan inmóvil como una estatua.

—Quizá mentía —sugirió Percy.

Artemisa meneó la cabeza, Draco tampoco pensaba que eso fuera real.

—No, no mentía. He sido demasiado lenta en percibir los signos. Tengo que cazar a ese monstruo.

Haciendo un esfuerzo para no parecer asustada, Zoë asintió.

—Saldremos de inmediato, mi señora.

—No, Zoë. Esto he de hacerlo sola.

—Pero Artem…

—Es una tarea demasiado peligrosa incluso para las cazadoras. Tú ya sabes dónde debo empezar la búsqueda, y no puedes acompañarme allí.

—Como… como desee, mi señora.

Draco pensó que esto era ridículo y una pésima idea, los Olimpos hasta ahora no han demostrado ser útiles en hacer las cosas solas. Zeus perdió su rayo y no pudo recuperarlo por su cuenta.

Hades perdió su casco también.

—Hallaré a esa criatura —prometió Artemisa—. Y la traeré de vuelta al Olimpo para el solsticio de invierno. Será la prueba que necesito para convencer a la Asamblea de Dioses del peligro que corremos.

—¿Y usted, señora, sabe de qué monstruo se trata? —preguntó Percy curioso.

Artemisa agarró su arco con fuerza.

—Recemos para que esté equivocada.

—¿Una diosa puede rezar? —dijo Draco con burla, Artemisa lo vio curiosa.

La sombra de una sonrisa aleteó por sus labios, molesto, no quería hacerla sonreír.

—Antes de irme, Percy Jackson, tengo una tarea para ti. —Draco no ignoró que no se le había dicho nada a él.

—¿Incluye acabar convertido en un jackalope de ésos?

—Lamentablemente, no. Quiero que escoltes a las cazadoras hasta el Campamento Mestizo. Allí permanecerán a salvo hasta mi regreso.

—¿Qué? —soltó Zoë y Draco sintió empatía porque tampoco las quería ahí, aunque son útiles—. ¡Pero Artemisa! Nosotras aborrecemos ese lugar. La última vez…

—Ya lo sé —respondió la diosa—. Pero estoy segura de que Dionisio no nos guardará rencor por un pequeño, eh… malentendido. Tienen derecho a usar la cabaña número ocho siempre que la necesiten. Además, tengo entendido que han reconstruido las cabañas que ustedes incendiaste.

Zoë masculló algo sobre estúpidos campistas.

No todos eran tan estúpidos.

Usualmente.

—Y ya solo queda una decisión que tomar. —Artemisa se volvió hacia Bianca—. ¿Te has decidido ya, niña?

Bianca vaciló.

—Aún me lo estoy pensando.

—Un momento —dijo Percy confundido—. ¿Pensarse qué? —Draco ve todo como un partido de ping-pong, lo cual ahora sabe porque Sally le mostró uno.

Fue aburrido, aunque fue un buen ejercicio de cuello.

—Me han propuesto… que me una a las cazadoras —dice la niña y los ojos de Draco se abren incrédulos.

—¿Cómo? ¡Pero no puedes hacerlo! Tienes que ir al Campamento Mestizo y ponerte en manos de Quirón. Es el único modo de que aprendas a sobrevivir por tus propios medios.

—¡No es el único modo para una chica! —dijo Zoë.

No podía creer lo que estaba oyendo.

Pero por algo diferente.

Miro todo horrorizado.

—¡Bianca, el campamento es un sitio guay! Tiene un establo de pegasos y un ruedo para combatir a espada… Quiero decir, ¿qué sacas uniéndote a las cazadoras?

—Para empezar —repuso Zoë—, la inmortalidad.

—¿Está de broma, no? —Percy y Zoë estaban en medio de un concurso.

—Zoë raramente bromea —dijo Artemisa—. Mis cazadoras me siguen en mis aventuras. Son mis servidoras, mis camaradas, mis compañeras de armas. Una vez que me han jurado lealtad, se vuelven inmortales, sí. Salvo que caigan en el campo de batalla, cosa muy improbable, o que falten a su juramento.

—¿Y qué han de jurar? —preguntó Draco tenso.

Su mente va a mil por hora, pensando sobre lo que iba a suceder.

—Que renuncian para siempre al amor romántico —dijo Artemisa—. Que no crecerán ni contraerán matrimonio. Que seguirán siendo doncellas eternamente.

—¿Cómo usted, señora?

La diosa asintió viéndolo fijamente.

—O sea que usted recorre el país reclutando mestizas…

—No solo mestizas —le interrumpió Zoë—. La señora Artemisa no discrimina a nadie por su nacimiento. Todas aquellas que honren a la diosa pueden unirse a nosotras. Mestizas, ninfas, mortales…

—¿Y tú qué eres? —preguntó Percy de forma indiscreta.

Un relámpago de cólera cruzó su mirada.

—Eso no es de tu incumbencia. La cuestión es que Bianca puede unirse a nosotras si lo desea. La decisión está en sus manos.

—¡Es una locura, Bianca! —le dijo Percy—. ¿Y qué pasa con tu hermano? Nico no puede convertirse en cazadora.

—Desde luego que no —dijo Artemisa—. Él irá al campamento. Por desgracia, es lo máximo a lo que puede aspirar un chico.

—¡Eh! —protesto Percy.

—Podrás verlo de vez en cuando —le aseguró Artemisa a Bianca—. Pero ya no tendrás ninguna responsabilidad sobre él. Los instructores del campamento se harán cargo de su educación. Y tú tendrás una nueva familia. Nosotras.

—Una nueva familia —repitió Bianca con aire de ensoñación—. Sin ninguna responsabilidad.

—Bianca, no puedes hacerlo —insistió Percy alterado—. Es una locura.

Ella miró a Zoë.

—¿Vale la pena?

Zoë asintió.

—Sí.

—¿Qué tengo que hacer? —parecía tan segura y desesperada, Draco se puso de pie rápidamente, indignado, atrayendo la atención de todos.

Por primera vez Artemisa no lo vio curiosa, casi parecía molesta por la interrupción, pero se puso frente a Bianca con el rostro blanco de ira, porque ella iba a hacer esto. La chista lo inundó de molestia de alguna forma que no pudo comprender.

Pensó en sus padres.

Como su madre lo abrazaba cada que llegaba en vacaciones.

Su padre que le decía que estaba orgulloso cuando no estaban unidos por sangre, pero era su padre y él era su hijo.

Pensó en Sally Jackson, quien era alguien de su familia.

En Percy cuyo vínculo lo hizo suyo de forma sobrenatural.

Annabeth y Lavender que sonreían a su alrededor.

Draco se pregunta un instante, como el niño que hace unos años vino a este campamento, que no le importaban los demás, ahora ha cambiado tanto; como la idea de fallarle a sus seres queridos, ahora parece una aberración.

Y que alguien más lo haga, le enferma tanto.

—Vas a abandonarlo, cambiar de familia, sin pensarlo o sin intentar discutirlo con él. —Sus palabras hacen que Bianca se congele, viéndolo sorprendida, una especie de culpa que intenta apagar levantándose luciendo también desafiante—. Vas a dejar a un niño solo porque eres una idiota que ni siquiera se ha sentado para pensarlo más de una hora —añade de forma frívola.

Vale, cuando su madre le dijo que era un semidiós no fue el mejor momento, de un día a otro estaba en otro lado del mundo y me tomó mucho el conocer parte de la historia totalmente. Está seguro que todo ha pasado muy rápido para Bianca y Nico, pero eso no significa que su hermana decidiera que, a partir de ahora, simplemente va a irse sin siquiera hablarlo con el pobre niño amante de las cosas geeks.

Quien claramente cree que él es patético.

Pero no importa.

Recuerda la mirada emocionada de Nico y puede identificarse un poco a su edad, donde todo es nuevo, donde aún se confiaba en otros.

—Tú no entiendes nada, no sabes lo que he sufrido —gruñe la niña, molesta, a lo cual Draco se siente rojo de la ira.

Esta mocosa le enferma.

Percy a su lado intenta tomar su brazo, lo empuja y aunque este parece intentar (torpemente) darle alguna emoción tranquilizadora, las ignora.

Solo siente sus propias emociones.

—Es un niño de 10 años. —Había tenido doce en el campamento, y todo había sido demasiado, había estado solo.

Van a dejar a un pobre niño solo.

Bianca se sonroja furiosa.

—Y yo tengo 12, lo he estado cuidando por años, he sido la responsable por años, porque mis padres no están… no sabes lo que pase para cuidarlo —grita Bianca molesta, como si nadie la viera a ella, como si solo vieran a la hermana mayor de Nico.

Sí.

Tal vez si pensaba en Bianca, solo en Bianca podría pensar que era triste, podría intentar pensar las responsabilidades de una niña tan joven que no debería tener; podría sentir empatía si quisiera.

No lo hizo.

Porque Draco vio en Nico un poco de él mismo, Lucius no tenía responsabilidad de cuidarlo como hijo, pero lo hizo. Su madre pudo haberlo tratado diferente por sus raíces, pero lo crió con todo el amor de su vida; Sally Jackson pudo haber elegido no darle un hogar, pero, en cambio, lo abrazó con cariño durante todo el tiempo que estuvo con ellos. Percy, Annabeth y Lavender lo habían elegido a él, no lo abandonarían.

Familia.

Eran suyos.

—Es tu responsabilidad —indica con decepción, a lo cual Bianca se ve furiosa, Zoë y Artemisa hacen muecas molestas, pero nadie dice nada.

—¡YO NO LA PEDÍ! —indica casi al borde del llanto la niña.

Sí.

Es cruel.

Pero no puede verlo, solamente puede pensar en el niño fuera de la cabaña, cuya hermana no ha volteado a ver ni un momento desde que se encontraron a las cazadoras, desde que alguien más pudo cuidarlo y eso hizo que algo frío helara su pecho.

—No lo pediste, nadie pidió esto, ¿crees que alguien del campamento mestizo pidió ser un semidiós? —Extiende su mano indignado—. Nadie pidió monstruos en sus espaldas e intentos de muerte cada segundo del día, pero los estúpidos Olimpos solamente hacen lo que quieren —Artemisa puso su rostro de furia y Zoë parecía querer dar un paso hacia él, Draco la ignoró—. Artemisa va a usarte como cualquier Olimpo a la redonda, pero no te importa, solamente quieres dejar a tu hermano pequeño al cuidado de alguien más y tomarías cualquier opción con tal de no ser hermana de alguien. —No lo sabe, solo quiere herirla y funciona.

—Draco —advierte Percy preocupado, pero lo ignora solo viendo a Bianca.

—Quieres ganar la lástima de otros pensando que has hecho mucho, sabes que, espero que seas una cazadora inmortal y que tengas una larga vida para una única cosa. —Pincha el pecho de la niña empujándola con desdén—. Para que cada día de tu patética existencia recuerdes que te dieron a elegir, y que tú no dudaste en elegir a alguien más que a tu familia de sangre, que viste la oportunidad más cobarde y patética para librarte de alguien que tiene toda su confianza puesta en ti y elegiste fallarle —sisea con todo el desprecio que puede.

Atacando a la yugular.

Sí.

Percy pensaba que era una buena persona, que había cambiado y tal vez lo hizo, pero sigue siendo un Slytherin de corazón que puede destruir solamente usando las palabras que saben que duele.

Por el dolor en los ojos de Bianca, puede suponer que realmente le interesa Nico.

No importa.

Va a traicionarlo.

Abandonarlo.

Y Draco no es tan bueno para intentar animarla a eso.

—Malfoy —La voz atronadora de Artemisa suena como si quisiera detenerlo, una advertencia; no le importa, Hades es más aterrador—. Si no tienes nada que aportar, te pido amablemente que te marches de aquí —añade con voz que no permite ninguna otra réplica.

Se ríe.

Todos parecen tensos y Draco solo sonríe con maldad hacia Bianca, antes de darle una sonrisa perezosa a Artemisa.

—Casi me haces pensar que te importa esta niña —dice Draco con diversión a Artemisa, Zoë gruñe—, pero no olvidemos que todo este tiempo había estado en peligro y solamente ahora, que es curiosamente una posible semidiosa, apareciste a rescatarla… Sí claro… importante como una nueva familia; todos los Olimpos son unos arrogantes. —Mira de reojo a Bianca que parece casi al borde de llorar y le encanta la sensación de poder sobre él ante eso—. Disfruta de tu nueva familia, tal vez tengas razón en elegirlas, son exactamente para ti… de la peor manera posible —añade con burla antes de salir del lugar a paso firme con el mentón en alto.

Lo primero que ve al salir son las cazadoras, a las cuales le da una mala mirada, antes de notar a Grover que parece preocupado con Nico a su lado, que no sabe que su hermana acaba de abandonarlo.

Este lo ve con grandes ojos curiosos.

Draco es un cobarde cuando se aleja de todos y se sienta contra un árbol viendo al cielo, toma el tiempo libre para enviar un mensaje Iris a sus padres; parecen decepcionados de la idea de no volver a verlo pronto cuando les explica que su amiga desapareció.

No sabe cuánto tiempo va a durar aquí.

El rostro de su padre preocupado se queda en el corazón de Draco el resto de la noche.

Se preocupan por él.

Lo aman.

Es lo que una familia debe ser.

.

.

Bianca acepta convertirse en una cazadora, Draco la odia por eso.

Se dan miradas congeladas cuando sale de la tienda de las cazadoras, esta no va hacia Nico, la palabra "cobarde" casi se desliza de sus labios.

No es problema suyo.

.

.

Conocer a Apolo fue… decepcionante. Conocer a los dioses del Olimpo de las historias de su madre, en realidad no era tan fantástico como esperaba.

Parecía tener diecisiete o dieciocho años y, por un segundo, tuvo la incómoda sensación de que era Luke. El mismo pelo rubio rojizo; el mismo aspecto saludable y deportivo. Pero no. Era más alto y no tenía ninguna cicatriz en la cara, como Luke. Su sonrisa resultaba más juguetona. (Luke no hacía más que fruncir el ceño y sonreír con desdén últimamente.) El conductor del Maserati iba con tejanos, mocasines y una camiseta sin mangas.

Al igual que Artemisa, le dio una mirada de reojo, solo para fruncir el ceño como si viera algo asqueroso.

Solo a él.

A Draco.

A nadie más.

Perfecto ya era odiado, ni siquiera sabe por qué se sorprende.

Hubo presentaciones incómodas, hubo versos japoneses, hubo mucha indiferencia de Artemisa a su hermano y luego los señaló.

—No hay problema. —Les echó un vistazo—. Veamos… Tú eres Thalia, ¿verdad? Lo sé todo sobre ti.

Ella se ruborizó.

Niñas, piensa Draco aburrido, era atractivo, no lo niega, pero era un Olimpo; que asco.

—Hola, señor Apolo.

—Hija de Zeus, ¿no? Entonces somos medio hermanos. Eras un árbol, ¿cierto? Me alegra que ya no. No soporto ver a las chicas guapas convertidas en árboles. Recuerdo una vez…

—Hermano —lo atajó Artemisa—. Habrías de ponerte en marcha.

—Ah, sí. —Apolo miró a Percy, entornando los ojos—. ¿Percy Jackson?

—Aja. Digo… sí, señor.

Apolo le observó detenidamente, pero no dijo una palabra, luego lo vio a él, otra vez hizo una mueca de desprecio.

Draco levantó el mentón de forma retadora mientras se cruzaba de brazos, incluso si era probable que no tuviera ninguna oportunidad contra este; ni siquiera podría ganarle a Percy aún en una batalla.

—Draco Malfoy sí, la sorpresa del campamento —dice este con un poco de molestia contenida, antes de ver de reojo a Artemisa de brazos cruzados, viéndolo también molesta; probablemente por lo que hizo con Bianca, que se jodieran.

—¿Sorpresa? —pregunta con descaro, a lo cual Apolo solamente frunce el ceño.

—Eres alguien anormal —Eso sonaba horrible, Percy a su lado hace una mueca de lástima y Nico se ríe algo divertido—. Es raro que un semidiós salga de nuestro radar, incluso sin ser reclamado por su padre divino, tu persona es anormal porque incluso mis profecías no pueden verte. —No estaba seguro de si eso era bueno o malo.

Artemisa lo interrumpió carraspeando, a lo cual Apolo solo dejó de verlo y siguió sonriendo.

No volvió a verlo durante todo el viaje.

Se quedó de brazos cruzados pensativo, no todo el viaje, por supuesto, Nico no dejaba de hacer preguntas y luego Apolo tuvo la gran idea de que Thalia debería intentar conducir el coche, el cual, a pesar de las inquietantes formas de Apolo de no quererlo pasivamente, era bastante decente.

Thalia quemó un pueblo.

Y casi el campamento mestizo.

.

.

Regresar al campamento fue casi como regresar a la casa Jackson, fue una extraña sensación de tranquilidad a la hora de regresar a casa. Todos tenían que ir con Quirón, Percy no dejaba de verlo de reojo con Grover preocupados por él, pero no tenían por qué estarlo, Annabeth era la que estaba desaparecida. Draco solamente suspira intentando que el vínculo entre ambos funcione de alguna manera, pero todo estaba vacío del otro lado, tal vez la niña seguía inconsciente donde quiera que estuviera.

No era una buena señal.

El campamento parecía casi vacío, Draco sabía que la mayoría de los mestizos se entrenaban solo en verano. Ahora únicamente quedaban los que pasaban allí todo el año: los que no tenían un hogar adónde ir o los que habrían sufrido demasiados ataques de los monstruos si hubieran abandonado el campamento. Pero incluso ese tipo de campistas parecían más bien escasos.

Charles Beckendorf, de la cabaña de Hefesto, avivaba la forja que había junto al arsenal. Los hermanos Stoll, Travis y Connor, de la cabaña de Hermes, estaban forzando la cerradura del almacén. Varios chicos de la cabaña de Ares se habían enzarzado con las ninfas del bosque en una batalla de bolas de nieve. Y nada más, prácticamente.

La Casa Grande estaba decorada con bolas de fuego rojas y amarillas que calentaban el porche sin incendiarlo. Dentro, las llamas crepitaban en la chimenea. El aire olía a chocolate caliente. El señor D, director del campamento, y Quirón se entretenían jugando una partida de cartas en el salón.

Quirón llevaba la barba más desgreñada en invierno y algo más largo su pelo ensortijado. Ahora no tenía que adoptar la pose de profesor y supone que podía permitirse una apariencia más informal. Llevaba un suéter lanudo con un estampado de pezuñas y se había puesto una manta en el regazo que casi tapaba del todo su silla de ruedas.

Nada más verlos, sonrió.

—¡Percy! ¡Thalia! Y éste debe de ser…

—Nico di Angelo —dijo Percy—. Él y su hermana son mestizos.

Quirón suspiró aliviado.

—Lo han logrado, entonces.

—Bueno…

Su sonrisa se congeló.

—¿Qué ocurre? ¿Y dónde está Annabeth?

—¡Por favor! —dijo el señor D con fastidio—. No me digan que se ha perdido también.

Draco gruñe, sintiéndose de mal humor tanto por él como por Percy, así que sale a trompicones del lugar, un poco mal de decepcionar a Quirón, pero queriendo un tiempo a solas desesperadamente.

Caminó tranquilamente hasta donde estaba la fogata del campamento, a pesar de la falta de personas, había una niña ahí que en ocasiones había visto Draco. Parecía tener 8 años y aunque dudaba si había luchado contra ella en las usuales luchas por la bandera, Draco cree en sus memorias haberla visto en ocasiones en la fogata cuando pasaba por ahí.

Quería estar a solas.

Pero la niña pelirroja no parecía hablar con nadie y Draco pensó que era lo mejor estar cerca, hasta que decidieran qué harían con Annabeth.

Soltó un suspiro demasiado ruidoso viendo al cielo, casi quería solamente gritar o lanzarse al lago de forma voluntaria; curioso porque odiaba estar en el océano.

—Ten. —Draco levanta la mirada cuando la niña a su lado le pasa un trozo de chocolate, que acepta con un poco de incredulidad.

No diría nunca que no al chocolate.

Ve a la niña, esta regresa su mirada a la hoguera.

—Gracias —dice con algo de torpeza, quitando el envoltorio del chocolate para darle una mordida.

Casi puede jurar que nunca ha probado un chocolate más delicioso que este, y eso que su madre suele enviarle chocolates de París cuando se los pide. Gimotea un poco con el chocolate en la boca, pensando que siente un poco de paz dentro de las locuras de las últimas 24 horas.

Lleva la mitad del chocolate cuando ve la hoguera, por lo cual suspira antes de tomar un cuarto del chocolate entre sus manos.

No va a darle nada a su padre, o no nada sin un insulto, así que piensa en quien darle sus palabras.

Artemisa y Apolo descartados.

Hades… no tan tentado.

"Hestia el único Olimpo que vale la pena, no tengo pruebas, pero tampoco dudas"

Lanza el chocolate al fuego, provocando que este cambie un momento de colores, antes que parezca que se eleva al cielo su ofrenda. Escucha una risa a su lado, voltea a ver a la niña de cabello rojo que parece reírse, aunque Draco se sonroja ligeramente, duda que la niña tenga algún poder divino que le permita leerle la mente.

Aunque nunca se sabe, los Olimpos son raros.

—Sabes, me gusta mucho el chocolate, aunque una vez casi quemo mi casa al hacerlo —dice la niña con un suspiro y Draco la entiende un poco.

Es un pésimo cocinero.

Revisa la mochila a su lado, la cual no ha podido ir a dejar a la cabaña de Hermes, esperando encontrar una de las galletas que Sally le había dado durante el viaje. Dado que la niña le había dado el mejor chocolate que ha probado en el mundo, siente que puede compensarla con algo de la misma calidad.

Esta parpadea sorprendida cuando pone algunas galletas en su mano.

—No me veas así, tu chocolate es bueno, claramente no soy tan idiota (no importa que diga Clarisse) para no pagar la generosidad de otros —farfulla, indignado de que alguien se le ocurriera dar algún rumor de él como en su primer verano.

Pensó que ya habían caminado hacia delante de eso.

La niña sigue pareciendo sorprendida, antes de sonreír y abrazar las galletas.

—Muchas gracias Draco Malfoy, acepto ambos regalos —dice con una sonrisa infantil, a lo cual Draco ladea la cabeza confundido.

¿Ambos regalos?

Solo le dio un par de galletas.

—¡Hey Draco! ¿Con quién hablas? —pregunta la voz de Percy, quien parece algo malhumorado mientras salía de la gran cabaña principal.

Draco lo ve confundido, pero cuando voltea a su derecha, la niña parece haberse esfumado.

Raro, incluso para él.

Percy ignora un poco su confusión luciendo incómodo, diciendo que por ahora no buscaran a Annabeth y tienen que jugar a la bandera, Draco se amargó tanto como su amigo.

Este lugar era una locura.

.

.

¿Buscar la bandera?

¿En serio?

No sabe que es peor si la idea de no poder salir a buscar a Annabeth, o Percy y Thalia intentando hacer equipo como capitanes cuando jugaran a la bandera, ambos podrían ser igual de malos. Pero lo peor resultó Nico Di Angelo como nuevo miembro de la cabaña de Hermes, al menos los hermanos Stoll tenían a alguien a quien atacar, lo malo es que el niño estaba pegado a su lado.

A pesar de que según sus palabras textuales "No era tan genial ni un héroe como Percy", Draco quiso lanzarlo por la ventana.

No pudo.

Travis pareció que sería divertido dejar que la cama a su lado ahora fuera de Nico, lo que hizo al niño saltar y hablar por al menos 30 minutos seguidos sobre Mitomagia antes de la cena. Ahora sabe más de lo que le gustara el juego, Mitomagia es un juego de cartas con cromos y estatuillas coleccionables de la mitología griega. También habló sobre 10 minutos enteros sobre la carta de Ares, Cólera sangrienta: Salud infinita de 3 rondas.

Demasiadas veces.

También dijo que era asombroso y Draco rodó los labios, en persona, aunque no lo había visto, amenazó a Percy, así que tal vez no era tan genial.

Durante la cena quiso ir con Percy, pero los hermanos Stoll lo obligaron a quedarse en su mesa, porque parecía ser una fuente de entretenimiento para Nico, quien creía que la mitomagia era mejor que el póker, dudaba que alguno fuera mejor que el otro.

—Mira Draco, tienes que ver esta carta. —Puso en su frente la carta de Zeus y Draco solo se mordió los labios para no gruñir que era el peor Olimpo de todos.

Robaron su rayo y culpó a todos, menos a su negligencia.

¿Cómo puede ser el líder?

La única mesa donde parecían pasárselo bien era la de Artemisa. Las cazadoras bebían y comían y no paraban de reírse como una familia feliz. Zoë ocupaba la cabecera, con aires de mamá clueca. Ella no se reía tanto como las demás, pero sonreía de vez en cuando. Su diadema plateada de lugarteniente relucía entre sus trenzas oscuras.

Bianca daba la impresión de divertirse muchísimo. Se había empeñado en aprender a echar un pulso con una de las cazadoras, la que se había peleado en la pista de baloncesto con un chico de Ares. La otra la derrotaba una y otra vez, pero a ella no parecía importarle.

Ni siquiera volteó a ver a Nico una vez.

Volteó a ver al niño, que parecía tímidamente jugando con su carta, viendo algunas veces a Bianca con duda y eso hizo que al final su existencia fuera más molesta.

—¿Hay alguna carta de Heracles? —pregunta, conteniendo su deseo de mantener el silencio, pero no logró hacerlo. El rostro de Nico se iluminó más mientras buscaba en su enorme mazo otra carta que luego empujó al rostro de Draco.

Se estaba ablandando. Qué asco.

No hay espacio personal aquí o algo así.

Suspiró.

De reojo pudo notar a Percy lucir pensativo, ambos intercambiaron una mirada que dice que estaban pasando un mal momento. Nico saltó contra él señalando otra carta y Draco tuvo que tener que mantener su concentración en este, quien parecía algo perdido sin su hermana, pero siendo una energía interminable a su lado.

Cuando terminaron de comer, Quirón hizo el brindis habitual dedicado a los dioses y dio la bienvenida formal a las cazadoras de Artemisa. Los aplausos que sonaron no parecían muy entusiastas. Luego anunció el partido de capturar la bandera, que se celebraría en su honor al día siguiente por la noche, lo cual tuvo una acogida mucho más calurosa.

Después, desfilamos hacia las cabañas.

En invierno se apagaban las luces muy temprano.

—Mira esta carta, Draco. —Saltó Nico sobre su cama, aunque ya las luces se apagaron y juró escuchar la risa de los hermanos Stoll a lo lejos.

Draco gruñó contra la almohada un momento, antes de hacerse un lado y dejar al niño sentarse a su lado para hablar de cartas hasta que se durmió; por un momento pensó que tal vez el niño nunca había dormido sin su hermana.

Duró solo un segundo.

Porque Draco nunca había compartido cama y cuando a media noche Nico lo empujó de una patada dormido, Draco lo odió de todo corazón.

.

.

Al día siguiente Draco se despertó con un incómodo peso sobre sus hombros que comenzaba a ser molesto, no sabe si es porque Nico lo golpeó fuera de la cama, o siguió roncando durante la noche intentando abrazarlo como un oso de peluche, pero fue incómodo. Movió sus hombros una y otra vez, pero, aunque hiciera cualquier cosa, sentía como si algo estuviera ahí, aunque no había nada.

Raro.

La pesadilla que Percy les contó al día siguiente a Draco y Grover tampoco ayudó.

—¿El techo de la cueva se desmoronó sobre ella? —pregunta Grover y Draco toca su hombro pensativo.

—Exacto. ¿Qué narices crees que significa?

Grover meneó la cabeza.

—No lo sé. Pero después de lo que Zoë ha soñado…

—¿Cómo? ¿Zoë ha tenido un sueño parecido?

—No… no lo sé con exactitud. Hacia las tres de la mañana se presentó en la Casa Grande diciendo que quería hablar con Quirón. Parecía muerta de pánico.

—Un momento… ¿Y tú cómo lo sabes?

Grover se sonrojó.

Percy y Draco intercambiaron miradas poco impresionadas.

—Yo había, esto… acampado cerca de la cabaña de Artemisa.

—Acosador —dijo Draco al mismo tiempo que Percy mencionaba—. ¿Para qué?

—Pues… para estar cerca de ellas.

—Eres un vulgar acosador con pezuñas —habla Percy, viéndolo con pena.

Draco suelta una ligera risa, su espalda estaba incómoda, pero no parece tan mal, solo algo raro; como tener un peso extra ahí continuamente.

—¡No es cierto! Bueno, el caso es que la seguí hasta la Casa Grande, me escondí tras un matorral y desde allí lo vi todo. Ella se enfadó muchísimo cuando Argos no la dejó pasar. Fue bastante violento.

Argos era el jefe de seguridad del campamento: un tipo grandote y rubio, con ojos diseminados por todo el cuerpo. Raramente se dejaba ver, a menos que sucediera algo muy grave. No se habría atrevido a apostar en una pelea entre Argos y Zoë.

—¿Qué dijo ella? —preguntó Percy.

Grover hizo una mueca.

—Bueno, cuando se enfada se pone a hablar de esa manera anticuada y no resulta fácil entenderla. Pero era algo así como que Artemisa estaba en un aprieto y que necesitaba a las cazadoras. Luego le espetó a Argos que era un patán sin seso… Creo que es un insulto. Y él llamó…

—¡Uf!, espera. ¿Cómo va a estar Artemisa en un aprieto? —La pregunta de Percy lo hace bufar, ambos voltean a verlo y Draco levanta las manos al cielo.

—Esos idiotas a cada rato están en problemas —musita Draco y casi puede jurar escuchar un trueno a lo lejos que hace a Grover estremecer.

No miente.

Zeus es un quejica dramático.

—Eh… Bueno, finalmente apareció Quirón en pijama y con la cola llena de rulos…

—¿Se pone rulos en la cola? —No debería importarle la pregunta de Percy, pero en realidad es una muy buena.

Grover se tapó la boca.

—Continúa —demanda Draco, aunque sabe que volverán a eso en el futuro, lo deja como una nota mental en su cabeza.

—Bueno, Zoë le dijo que necesitaba su permiso para salir del campamento de inmediato. Pero Quirón se negó. Le recordó a Zoë que las cazadoras debían quedarse hasta recibir órdenes de Artemisa. Y ella respondió… —Grover tragó saliva—. Dijo: «¿Cómo vamos a recibir órdenes de Artemisa si se ha perdido?»

—¿Qué significa eso de «perdido»? ¿Que no encuentra el camino? —Percy realmente no suele ver bien todo el panorama.

—No. Supongo que se refería a que ha desaparecido. Que se la han llevado. Que la han raptado.

—¿Raptado? —Draco intentó asimilar la idea—. ¿Cómo van a raptar a una diosa inmortal? ¿Es eso posible?

—Bueno, sí. Le pasó a Perséfone.

—Ya, pero ella era algo así como la diosa de las flores…

Grover le miró ofendido.

Draco se puso una mano en su frente, antes de darle un leve zape a Percy en la nuca.

—De la primavera.

—Vale, como quieras, pero Artemisa es muchísimo más poderosa. ¿Quién sería capaz de raptarla? ¿Y por qué?

Grover meneó la cabeza con pesadumbre.

Ella había querido ir a buscar a algo, pensó que podría sola, pero no pudo; Draco puso una mano en su mentón pensativo.

—No lo sé. ¿Cronos?

—No puede ser tan poderoso aún. ¿O sí?

La última vez que habían visto a Cronos, estaba hecho añicos. Bueno… verlo, lo que se dice verlo, no lo habían visto exactamente. Miles de años atrás, después de la guerra entre dioses y titanes, los dioses lo cortaron en pedacitos con su propia guadaña y diseminaron los restos por el Tártaro, que viene a ser un cubo de reciclaje sin fondo que tienen los dioses para sus enemigos. Hacía dos veranos, Cronos les había atraído con engaños hasta el borde de ese abismo y poco faltó para que les empujara al vacío.

Finalmente, el verano pasado, vieron en el crucero infernal de Luke un gran ataúd dorado. En su interior, según les dijo Luke, estaban rescatando poco a poco del abismo al señor de los Titanes: cada vez que alguien se unía a su causa, se añadía un pedacito más a su cuerpo. Cronos ya podía influir y engañar a la gente a través de los sueños, pero no logró imaginar cómo iba a secuestrar a Artemisa si todavía era un montón maligno de detritus.

Era un Olimpo.

Era poderosa.

¿La habrían engañado?

Piensa en Annabeth y por algún motivo su espalda se siente cansada otra vez.

—No lo sé —dijo Grover—. Creo que se sabría si Cronos estuviera recuperado por completo. Los dioses estarían mucho más nerviosos. Pero, aun así, es raro que tú hayas tenido una pesadilla la misma noche que Zoë. Es casi como si…

Percy terminó la frase antes que él:

—Estuvieran relacionadas.

En medio del prado helado, un sátiro empezó a derrapar sobre sus pezuñas detrás de una ninfa pelirroja. Ella soltó una risita, abrió los brazos y ¡plop!, se convirtió en un pino cuyo duro tronco fue a besar el sátiro a toda velocidad.

—¡Ah, el amor! —gimió Grover con expresión soñadora.

Draco hizo una mueca de asco.

—No creo que sea el momento Grover —intentó ser gentil, pero sonó decepcionado, porque no era el momento.

Draco podría tener un crush en Percy que intentaba superar, pero incluso él sabe cuándo no tentar su suerte y concentrarse en cosas importantes.

—Tengo que hablar con ella —dijo Percy pensativo.

—Antes de que lo hagas… —Grover sacó algo del bolsillo de su abrigo. Era un tríptico, como un folleto de viajes—. ¿Recuerdas lo que dijiste, que era raro que las cazadoras se hubieran presentado sin más en Westover Hall? Creo que tal vez estaban siguiéndonos.

—¿Siguiéndonos? ¿Qué quieres decir? —preguntó Percy mientras veía el folleto.

Draco se situó a su lado para ojearlo.

Era sobre las cazadoras de Artemisa. El titular de la tapa rezaba: «¡UNA SABIA DECISIÓN PARA TU FUTURO!» En el interior se veían fotografías de jóvenes doncellas en plena cacería, persiguiendo monstruos y disparando flechas. En los pies de foto se leían cosas como: «¡BENEFICIOS PARA LA SALUD: LA INMORTALIDAD, CON TODAS SUS VENTAJAS!» O bien: «¡UN FUTURO LIBRE DE PESADOS MOSCONES!».

—Lo encontré en la mochila de Annabeth —aclaró Grover.

Lo miraron fijamente.

Oh.

Tiene sentido, Annabeth es joven, buena guerrera, inteligente.

—No te entiendo —habló Percy.

Ahora Grover y Draco compartieron una mirada, Draco le quitó el folleto a Percy hojeándolo por su cuenta.

—Bueno, a mí me parece que… quizá Annabeth estaba pensando en unirse a ellas —señala Draco, con lentitud, sabiendo que algo estaba mal.

El dolor e impotencia de Percy pronto golpea el pecho de Draco, como un doloroso recordatorio de lo que Annabeth significaba para Percy, incluso si este no quisiera admitirlo aún en voz alta.

Sí.

Nada como una forma indirecta para decirle que el chico que le gusta nunca volverá a verle, como por vez número 20.

Draco ve el folleto, pensando que si fuera niña se hubiera unido a las cazadoras solo para huir de sus sentimientos por Percy.

¿Eso no lo hizo igual que Bianca?

Draco maldice la idea.

Es verdad.

No hizo que lo odiara menos.

Continuará…

Solo para aclarar no tengo nada en contra de Bianca, claro que no me gusto su elección y siento que n se profundizo más en este libro sobre Bianca y Nico, o mejor dicho Bianca, sobre Nico veremos más de lo que significo perder a su hermana en los libros originales.

Bianca y Draco en realidad tendrán que trabajar juntos en el futuro, así que esto va ser una locura, pero veremos más de estos dos y su relación.

Draco odiado por dos olimpos en tiempo récord.

Me pregunto si alguien noto lo que dijo Apolo, créanme, es importante para el personaje de Draco en el futuro.