VOLUMEN 1: La caída del Mugen Tenshin

DOA GAIDEN, CAPITULO 1: Ecos de un apocalipsis perdido

Acto 1

La Estrella Maldita de Orochi… una estatua ancestral forjada con las garras de serpientes demoníacas que, según la leyenda, existieron antes de la creación misma. Esta reliquia ha traído calamidad y oscuridad al mundo desde los tiempos olvidados de los mitos. La estatua ha sido custodiada por el linaje del Mugen Tenshin durante 18 generaciones, sellada en lo más profundo de sus templos para contener el poder destructivo que alberga.

Dentro de la estatua reside el alma de Orochi y su servidumbre, criaturas de una era en la que los demonios caminaban entre los hombres, susurrando en la oscuridad. Se dice que, si el sello de la estatua se rompiera, liberaría la corrupción y el odio del mundo, otorgándole a la deidad un poder inimaginable: el poder de Orochi, la serpiente divina, transformándolo en un señor de la destrucción.

Aquellos que lo han custodiado a lo largo de los siglos han entendido que esta es más que una simple reliquia; es una llave hacia el abismo mismo. Si llegara a caer en las manos equivocadas, no solo condenaría a la humanidad, sino que también desataría el caos en todas las dimensiones.

El viento helado y la cortante brisa soplaba sin piedad sobre las cumbres montañosas de Mugen, penetrando los cuerpos y huesos de los habitantes de la aldea. Las herramientas de trabajo y las armas yacían abandonadas, mientras los lugareños se daban cuenta de la naturaleza gélida y demoníaca que azotaba las distantes montañas.

Preparándose para el peligro, los habitantes se refugiaban inconscientes de la amenaza. Los ancianos se resguardaban en sus aposentos, los niños se guarecían, las mujeres protegían sus posesiones y los hombres se afanaban en preparar paja y leña para la noche, que presagiaba una cruel ventisca.

Una escuadra de hombres maltrechos regresaba al templo, donde Hayate sostenía una conversación con Shiden, anunciando el fracaso en la búsqueda de la fugitiva Kasumi.

El rostro de Hayate bajo sus oscuras ropas reflejaba sorpresa al ver a la escuadra de nueve individuos que regresaban golpeados y con su arsenal hecho pedazos. Al entrar por las puertas del templo, inclinaron sus cabezas hasta el suelo ante los líderes del clan y antes de que pudieran informar sobre su derrota, Ayane con su postura femenil y desafiante los interrumpió diciendo: — Kasumi… —.

Shiden encontraba incomprensible el hecho de que sus guerreros regresaran siempre en pésimas condiciones al intentar eliminar a la hija fugitiva. Más aún, le desconcertaba que siempre volvieran completos, sin ninguna baja. La situación alcanzaba tal punto, que Kasumi se apiadaba de sus antiguos compañeros y solo los inhabilitaba, lo cual lo llevaba totalmente fuera de sí.

En cuanto a Hayate, cuando los guerreros fallaban en su búsqueda, experimentaba cierta tranquilidad al saber que su hermana seguía a salvo. En parte, se sentía culpable por enviar constantemente asesinos para acabar con ella, pero también comprendía que debía cumplir con las órdenes de su clan y ejecutar a Kasumi por su deserción.

Dentro de sí, regocijaba la supervivencia de su hermana ocultando sus sentimientos bajo una máscara de deber. Interrumpiendo la charla con su padre, la figura de Hayate se alzó, imponente y sereno retirando la túnica de su cabeza revelando su agraciado rostro y observando con aceptación a sus hombres ordeno: — La tormenta terminara el trabajo que Kasumi no pudo completar, descansen y prepárense para una nueva expedición —.

En ese instante, sus hombres asintieron la cabeza con los rostros avergonzados, obedecieron y desaparecieron.

Ayane, envuelta en una atmósfera de disgusto y frustración, desató su ira en la sala, recriminaba a su hermano y su padre con gestos vehementes que resonaban con varios golpes secos en la mesa. Su atuendo que reflejaba su letalidad y belleza, consistía en una túnica de combate ajustada, con detalles en negro y púrpura que realzaban su figura ágil y mortífera. Su armadura ligera cubierta por cuero, denotaba de su presencia intriga y poder, pues, llevaba consigo múltiples herramientas de combate amarrado a su abdomen

— Las expediciones cada vez van en peor, nuestros hombres pierden la moral y estamos llegando a un punto muerto en la misión —. Dijo Ayane con molestia apretando los puños desafiando a Shiden con furia.

Sus cabellos morados caían sobre sus hombros, enmarcando sus ojos rojos en un halo de furia controlada. Cada detalle de su atuendo denotaba la meticulosidad y la inteligencia dentro de sí, incluso en medio del descontento por los repetidos fracasos en la búsqueda y eliminación de su hermana.

Shiden, el patriarca de la familia y líder del clan centró su mirada por un instante en ella. Se levantó con una majestuosidad y reveló su imponente figura, exponiendo el tradicional vestuario que denotaba su estatus como jefe de clan.

Sus canas cayeron sobre su cabeza mientras su rostro se recrudecía en una mueca de furia. Sin dejarla decir una sola palabra la corto estrictamente: — ¿Tienes alguna mejor idea?, Tus anteriores expediciones junto a Hayate han sido desastrosas y siempre se atreven regresar con las manos vacías —. Su rostro marcaba en sus facciones severidad y lanzando una mirada severa hizo que la joven se inclinara de rodillas.

— Kasumi… a pesar de ser parte de los Tenjimon y llevar la sangre del clan se niega a obedecer la tradición —. Soltando un suspiro de decepción agrego: — No comprendo como logra escapar siempre. Sencillamente… no lo entiendo —.

Entre tanto, Hayate escuchaba la conversación en silencio con los ojos cerrados, sus cabellos castaños eran acariciados por las brisas heladas que irrumpían dentro del templo y sus palabras rompieron la tensión de la discusión al abordar nuevamente el tema:

— La posición de la fugitiva está cerca de los bosques del monte Fuji, te aseguro que contaremos con éxito cuando retomemos la búsqueda —. Enseñando una marca de sangre en la espada de la líder de la escuadra continuo: — Debe estar herida por la zona, si no la devoran los lobos, lo hará el hambre. La atraparemos no importa lo que pase —.

Shiden con su rostro colérico se levantó del recinto en dirección a la salida del templo, la trasfiguración en sus facciones mostraba insatisfacción y una nueva derrota frente a su hija fugitiva.

Hayate presento una reverencia ante su hermana menor y siguió a shiden como un consuelo ante un nuevo intento fallido de traer a la fugitiva.

Los alrededores de las montañas se sacudían con violencia, pregonando el mal que acechaba, pues a la distancia, cientos de sombras se abalanzaban con cautela rodeando la aldea y grandes estandartes se elevaban en la frondosidad del bosque llevando con sigo el aliento de cientos de almas que se movían con recato.

La figura de Hayate y su padre se dibujaban entre las brumas de la montaña, la naturaleza que los rodeaba reflejaba con torpeza el gris atardecer que se cernía sobre ellos, tomando un respiro profundo tras un leve silencio Shiden dijo:

— Ya debes saber dónde se esconde, sé que Joe y su familia la estarán cuidando de nuevo —. Levantando la vista al cielo agrego con resignación: — Deberíamos presionar a los Hayabusa para que nos la entreguen de una vez por todas… —.

En ese instante, un lamento de horror ahogó sus palabras. La voz desgarradora de una mujer rasgó el silencio que envolvía la tranquilidad de la aldea, seguida por el coro caótico de gritos que brotaron de los habitantes, convirtiendo el sereno pasaje en un pandemonio de escaramuzas y gritos de terror.

Asombrado, por el fuego que se extendía a lo lejos y por los hombres que iban a las armas, shiden ordeno: — ¡Ve e Investiga de inmediato lo que está ocurriendo! -. En tanto recogía su arma que yacía adornando el centro del tatami.

— A sus órdenes, padre —. Respondió Hayate, mientras su figura se desvanecía en la oscuridad para saltar por los tejados y desaparecer.

La escena caótica de la aldea reveló una multitud de individuos que asaltaban los recintos en actos suicidas, desatando una ola de violencia en contra de todos aquellos que encontraban a su paso. Sus estruendosos gritos resonaban por cada rincón de la aldea mientras avanzaban implacablemente dejando tras de sí un valle de destrucción.

Portaban símbolos en sus cuerpos, similares a sellos e inscripciones antiguas en una lengua perdida. Sus ropajes, los cubrían en extensas túnicas oscuras desde la cabeza hasta los pies y los grandes estandartes tras ellos demarcaban en sangre el nombre de «Orochi».

Las defensas del clan fueron cercadas con un avance implacable y poco a poco las aniquilaron por la horda que arrasaba el lugar sin misericordia, dejando tras su paso el fulgor de las llamas extendida por la aldea. Los disparos de arcabuces y los estallidos de bombas incendiarias resonaban en el corazón de la aldea, obligando a las familias a escapar en diferentes direcciones mientras los hombres tomaban las armas para defender sus hogares.

Pronto, los cadáveres incinerados y fusilados empezaban a llenar las empedradas calles. Las mujeres yacían con el rostro y las cabelleras quemadas por el suelo y el llanto de los niños era ahogado tras el rugir de las escopetas y el filo de las espadas.

— ¡Maestro Hayate! ¡Hermano, por aquí! —. La voz de Ayane lo tomo por sorpresa cuando aún estaba incrédulo de lo que sus ojos veían, la crudeza de la realidad se volcó sobre el al ver el rostro de su hermana cubierto de sangre.

— Las defensas están siendo sobrepasadas y nos atacan en todas direcciones, los que han logrado escapar se han reunido en las cercanías del templo para buscar refugio —. Dijo Ayane mientras intentaba sostener su marcado nerviosismo en su voz agitada.

Antes que pudieran continuar, una explosión en un granero cercano envió a volar por los cielos las provisiones, en tanto los animales de granja corrían con frenesí arrollando a los sobrevivientes del ataque.

El olor a carne quemada y la aldea ardiendo en llamas se presentaban ante su mirada como una escena infernal, su preciado hogar y las familias bajo su defensa, en huida buscaban socorro desesperados. Tras un bombardeo de emociones encontradas y sentimiento de venganza su agitación se entremezclaba con impotencia. Con su mirada perdida en la incandescente aldea ordeno a su hermana: — Ayane, prepara las armas, ¡Mátalos a todos! ¡No debe quedar ni uno solo vivo! Solo…. ¡Mátalos! —. Tras su orden, desenvaino su arma y junto a rezagos de sus hombres que aún no habían sido arrastrados por la tragedia se prepararon para enfrentar las hordas de enemigos.

En una lucha sin cuartel las defensas empezaron a chocar espadas, el entorno resaltaba en sus estancias la brutalidad de los enfrentamientos y allí, los cuerpos volaban por los aires. Las extremidades, las cabezas cercenadas y los cuerpos fusilados dibujaban un pasaje abismal en la modesta aldea. Los restos de carne empezaban a cubrir el lugar en toda su extensión, dando paso a un mar de sangre que corría inundando el suelo sagrado por los ataques suicidas de los fanáticos, que, en una carnicería sin sentido se abalanzaban a la muerte contra las armas del Mugen Tenshin.

Las batallas frenéticas y descontroladas empujaban a Hayate y a su gente a retroceder, cediendo terreno ante las implacables cargas de hordas que no daban tregua en su avance. En un esfuerzo esquizofrénico, las hordas rodearon la aldea por completo, y solo una frágil línea de defensa separaba a los defensores de los despojos de sus hogares. Sin embargo, el flanco que protegía el templo colapsó ante una carga de hombres con arcabuces, forzando a los pocos sobrevivientes a huir junto a Hayate, quien persistía en su feroz lucha.

En un último y desesperado intento, Ayane se lanzó contra aquellos que asediaban con antorchas incandescentes los alrededores del templo. Pese a ello, una ola de individuos con los ojos iracundos y sonrisas transfiguradas que esbozaban completa satisfacción y regocijos, se lanzaron contra ella. En sus manos portaban explosivos y, persiguiéndola entre gritos explotaban en pedazos en sus fracasados intentos de alcanzarla. Tras un sorpresivo ataque, una explosión aturdió sus sentidos llenando sus ropas de pólvora y sangre obligándola a retirarse dejando a su suerte el altar para reunirse nuevamente junto a su hermano.

El majestuoso templo que engalanaba la aldea fue presa de un voraz incendio que se propagó con inusitada rapidez. Iluminado por las llamas, se divisaba a lo lejos cómo aquellos hombres huían, llevando consigo algo en sus brazos; la figura de una antigua deidad que reposaba en sus aposentos.

La furiosa expresión de Shiden se lamentaba de rodillas mientras observaba como la estatua se alejaba en la profundidad del bosque. Fijo su mirada a los cielos y evoco una plegaria de socorro mientras los venerables ancianos seguían su ejemplo.

El asedio continuo, y la lucha demencial fue apaciguando las brasas de sus inclementes ataques hasta que los asaltantes emprendieron la huida, y tras unos minutos desaparecieron, dejando tras de sí un campo cubierto de cadáveres de los miembros de la aldea y sus propios camaradas.

Los ancianos junto a Shiden regresaban escoltados por los hombres de Hayate al altar, su estructura profanada y quemada resaltaba la barbarie en donde las paredes de madera habían sido testigo del brutal enfrentamiento, bajo sus pies yacían los cuerpos sin vida de algunos miembros de la aldea que habían quedado atrapados en la batalla, entremezclados estaban los cuerpos mutilados de los asaltantes que aun después de la muerte, remarcaban tétricas sonrisas en el rostro.

Una fuerte tensión se apodero del ambiente. Un aire cargado de incertidumbre y el espeso olor a despojos y madera quemada desgarraban el corazón de los miembros del clan sumiéndolos en la amargura de la derrota. La próspera villa, antes llena de flores y vida animal, se transformó en un cementerio y un festín para las aves rapaces que sobrevolaban el lugar, devorando los restos esparcidos de la batalla. El aire pesado y el suelo teñido de un tono cobrizo convertían la aldea en un sitio lúgubre y pestilente.

El templo, ahora parcialmente destruido, albergaba en su interior a los jerarcas y líderes de familias que habían logrado sobrevivir al ataque. Aunque cansados y conmocionados por lo sucedido, la mayoría aún no terminaba de asimilar la magnitud de la tragedia. La tristeza y la angustia se volvieron palpables al recibir el informe de Ayane.

Su voz entrecortada demarcaba la gravedad de sus palabras, su informe de daños y víctimas era acompañado por los llantos de las mujeres que a su alrededor espectaban. Sin embargo, la noticia del saqueo del templo enmudeció las voces por un instante:

—…La estatua de la serpiente Orochi… ha sido robada, el sitio de la deidad ha sido completamente profanado. Lo siento —. En señal de perdón inclino su cabeza contra el suelo, sus ojos escurrían leves lágrimas y la frustración derrotaba su ser. Culpándose a sí misma por permitir el robo de la deidad y la destrucción del templo.

Los murmullos en el interior y la angustia de los ancianos convertían del lugar un caos entre lamentos, rezos y maldiciones. Además, las mujeres lloraban desconsoladas por la pérdida de sus seres. En medio de todos Shiden tomo la palabra tras observar con horror la situación que lo rodeaba:

— El sello de la serpiente es custodiado por el Mugen Tenshin ¡No permitiremos que su poder regrese al mundo! —. Desenvainando su arma, seguido por los ancianos tras él, agrego: — Querida familia, tomaremos venganza y recuperaremos el honor que hoy se ha perdido —.

La atención de los ancianos y los sobrevivientes de la aldea se centraron en sus palabras. Hayate y Ayane se arrodillaron ante el mientras intentaba con sentimientos vagos restablecer la moral de su gente.

— Nuestro clan ha sobrevivido por siglos ante los demonios y las maldiciones, el honor y la fe hoy destruidos será recobrado por la fuerza de nuestro poder —. Mirando la elite del clan continuo: — ¿¡Acaso quieren probar nuestro poder!? Nuestro clan es mucho más fuerte, pero quiero saber la opinión de ustedes, familia mía —.

En el recinto sagrado del templo, enmarcado por los vestigios de la batalla, la audiencia se alzaba con solemnidad a medida que el líder pronunciaba sus palabras. Con cada frase, un gesto unánime inclinaba cabezas en señal de respeto, creando una sinfonía silenciosa de reverencia que resonaba en la penumbra del lugar sagrado. Las palabras del líder, como cánticos ancestrales, se desplegaban en el aire expectante.

— ¿¡Quieren una guerra contra nosotros!? ¡No dejaremos que ninguno de esos imbéciles quede con vida! —. Al concluir su discurso, una marea de juventud entusiasta irrumpió en un cantico precipitado, una llamada que pronto abrazaron en toda la aldea. El eco resonaba a través de los muros del templo y se derramaba en los escombros del lugar. Una y otra vez, las voces elevadas, cargadas con el fervor de un llamado ancestral, proclamaban un coro unificador: — ¡Guerra! ¡Guerra! ¡Guerra! —. En ese instante, la aldea se convirtió en un coro vibrante, unificando corazones en un llamado inquebrantable hacia la batalla que aguardaba en el horizonte.

Observando a Hayate, ordeno que se levantara, hizo una reverencia hacia él y dijo:
— Hijo mío, Necesito que busques a Hayabusa, pide su asistencia en esta misión, todos esos bastardos deben ser eliminados —.

Besando la mano de su padre asintió con la cabeza, observo a Ayane que decidida asentía con la cabeza con furia su compañía. Seguro de sí mismo, levantó con orgullo la frente y respondió: — La serpiente Orochi, es un mal que debe permanecer sellado en estas tierras, me asegurare de que la deidad no sea utilizada por manos enemigas —.

Shiden con la angustia en su mirada, lo tomo del brazo otorgando su confianza en la misión, observo a Ayane e hizo lo mismo con ella. Tras un gesto a los venerables ancianos, salieron del recinto para ocupar sus tareas en la reconstrucción y limpieza de la aldea.

El viento gélido continuaba su danza despiadada en las montañas de Mugen, llevando consigo un susurro de desesperación que resonaba entre los árboles desnudos. La aldea Mugen Tenshin, envuelta en la penumbra de la lucha reciente, permanecía como un testigo de la tragedia que la había azotado. Los restos de la batalla aún humeaban en las brasas dispersas, y el lamento del viento parecía mezclarse con los suspiros de aquellos que habían caído en la defensa desesperada de la aldea.