En las afueras de la capital de Tairon, en un país aislado en el oeste de Asia, miles de individuos se congregaban en un ritual para celebrar la captura de la estatua de Orochi. Los símbolos y estandartes que portaban los identificaban como miembros de un clan maldito, conocido entre los habitantes de la capital y sus alrededores como el Clan de los Demonios.
La infame reputación del clan como fanáticos religiosos y adoradores de los demonios los había llevado a cometer atrocidades en el pasado, especialmente durante la era de la tiranía en el imperio de Vigoor. Sin embargo, cuando este colapso, su nombre solo evocaba asco y temor entre aquellos que aún recordaban los crímenes que habían perpetrado.
El espeso bosque a lo lejos mostraba repulsión ante la presencia de los individuos. La fauna silvestre se ocultaba temerosa ante el advenimiento de la celebración y los árboles se sacudían en una sinfonía que intentaba demostrar su fuerza para expulsar a aquellos que se habían aventurado en sus entrañas.
Entre los ritos y ceremonias, destacaba una figura central, Bael. Su elevada estatura y esbeltez conferían a su persona una madurez evidente y, al mismo tiempo, una cierta fragilidad. Delgadamente construido y con una barba blanca que se extendía hasta su mentón y sus cabellos impregnados de canas plateadas tejían en su rostro sabiduría y resiliencia, su apariencia un tanto alargada sumada a la indumentaria maltrecha y un oscuro abrigo que lo envolvía de los hombros a los pies, le conferían una ominosa presencia cargada de incertidumbre.
Levantando sus brazos en dirección a los creyentes con potencia en sus palabras daba inicio a su discurso:
— ¡Oh, queridos hermanos, sus sacrificios serán consagrados a la gran serpiente! Los caídos en nuestra misión serán recordados en su renacer infinito a manos de nuestro señor como sus sirvientes por la eternidad —.
El discurso de Bael resonaba en el recinto abierto a la luz de la luna llena que alumbraba con fulgor donde se reunían los miembros del clan. Unas antorchas parpadeantes arrojaban sombras retorcidas sobre sus rostros eufóricos mientras escuchaban con devoción las palabras de su líder. Vestían ropas oscuras y portaban símbolos demoníacos en sus cuerpos, marcando su lealtad a la serpiente Orochi y a su líder, Bael.
Bael continuó, con su voz llena de fervor y promesas de poder llenaba todos los rincones en sus cercanías mientras los espectadores de la celebración atendían a sus palabras con sus ojos colmados de admiración.
— Nosotros, los elegidos, somos los portadores del conocimiento prohibido. Nuestro sacrificio en nombre de Orochi nos elevará por encima de los mortales y junto a nuestro Dios ¡alcanzaremos la verdadera libertad! —.
Los estandartes y la algarabía rebosaban de júbilo en danzas sombrías, hombres y mujeres rebuznaban como bestias salvajes, y gozosos elevaban al cielo oscuro y frió promesas y maldiciones mientras la fiesta pagana dirigida por su líder seguía su marcha.
— La oscuridad y el caos que traeremos, consumirán esta tierra y la transformarán en el paraíso que nuestro señor merece. ¡Pronto, el despertar de nuestro clan y nuestros hermanos caídos llevara al renacer de este nuevo mundo! —.
Los seguidores aplaudieron y entonaron cánticos sacrílegos, mientras el aire se llenaba de una energía ominosa y repulsiva. Bael y sus hombres alzaron un objeto que brillaba con un fulgor macabro, la estatua robada de la serpiente, la cual sostenía en alto.
— La estatua ha sido tomada, y con ella, el poder de Orochi regresa a nosotros. El ritual pronto estará completo. ¡Debemos prepararnos para el próximo paso en nuestra ascensión y que el regreso de nuestros hermanos caidos llenen de gloria a nuestro señor y nuestros nombres! —.
Dentro del espeso bosque, se erigió un templo con símbolos en sus paredes, la figura central de la estatua maldita en medio se erguía poderosa emanando un aura de total mezquindad y corrupción, rodeándola una formación de pilares creaban un aro ceremonial donde solo los sabios del clan podían ingresar.
Ceremonias fúnebres se realizaban en torno al templo y horrores se consagraban a la serpiente. Un murmullo escapo de Bael en su satisfacción ante los rituales
— Solo falta una cosa para el renacer de nuestro señor y lo conseguiré pronto —.
Entretanto, En el fondo del abismo y las profundidades del infierno. Orochi observaba plácidamente el mundo de los vivos, la conexión entre ambos mundos estaba siendo llevada a cabo y lentamente su sello estaba siendo profanado.
En el abismo infernal, una oscura y tenebrosa caverna se extendía sin fin, impregnada del hedor insoportable de la desesperación eterna. Su superficie, hecha de una mezcla grotesca de brea y lava hirviente, rezumaban una malevolencia palpable que envolvía a las almas condenadas en un ardor sofocante.
Un sinfín de celdas, meticulosamente dispuestas en hileras en todas las paredes que rodeaban el averno, albergan millones de almas encadenadas y condenadas a la miseria, en cada celda los guardianes de lo profano; los demonios, criaturas de formas amorfas y asimetrías blasfemas custodiaban los recintos donde sus víctimas eran torturadas y corrompidas con su atroz presencia. Las cuencas de sus ojos hundidos en sus retorcidos rostros destellaban en la negrura, sus extremidades enloquecían de terror a las almas con sus aberrantes formas; manos sobre manos, longitudes irregulares, protuberancias sobre protuberancias y ojos que salían de la nada para desaparecer mientras se deleitaban observando con odio el sufrimiento perpetuo de las almas aprisionadas.
En un espectáculo de los millones suplicando socorro y misericordia, mientras millares de demonios las atormentaban, la serpiente se deleitaba con el eco siniestro de los gritos abismales de placer de los demonios cuando exaltaban su figura. Su silueta oculta en las brumas de la oscuridad revelaba su pútrido ser. Un resplandor hipnótico en sus serpentinos ojos amarillos evocaba una intensidad frívola, observando cada movimiento con cautela.
— La influencia entre las dimensiones, el clan de los demonios y nuestro poder sobre las dimensiones nos llenan de poder y esperanza. Pronta será la hora en que la brecha entre ambas dimensiones sea rota —.
Situado en uno de los lagos ardientes de brea se retorcía en lamentos el antiguo emperador de los demonios de Vigoor, su cuerpo desarmado y sus huesos calcinados reflejaban una derrota eterna y una gloria que jamás regresaría al emperador, Orochi lo observaba de forma burlona desde su trono contemplando la función.
— Un solo hombre ha sido capaz de vencer al antiguo emperador y sus sirvientes, los demonios de la creación y la destrucción incumplieron su promesa y fueron derrotados por su incompetencia y arrogancia —.
Los demonios del caos, la naturaleza, la creación y la destrucción se posaban de rodillas frente a Orochi, sus piernas encadenadas por su derrota daban señal del castigo ante el fracaso y la desobediencia de los demonios. Tras ellos criaturas aladas con cuerpos deformados y esqueléticos, los azotaban con inclemencia ante la orden de la serpiente. Su voz gruesa y distorsionada emitió una orden que sorprendió a aquellos que yacían encadenados a sus pies:
— ¡Almas atormentadas! ¡Creare el guardián perfecto para asegurar mi despertar y para la destrucción de todo aquel que ose enfrentar la autoridad de los demonios!, bestias y criaturas inferiores que han sucumbido a la vergüenza, ¡Sean testigos del verdadero renacer! —.
Desde el fondo del barranco de brea, varios cuerpos, huesos y carne se levantaron y desprendieron de las calcinadas paredes uniéndose de golpe, creando una mórbida bola de músculos. Allí, cientos de almas torturadas se arrastraban desesperadas intentando mezclarse con los despojos emergentes. Sus guardianes observaban y reventaban en carcajadas que evocaban total estupidez. Aquellas miserables almas huían de su fatídico destino fusionándose uno a uno con la masa fusiforme, dando Orochi lentamente a esta, la figura de un ser humanoide.
Los demonios reían con frenesí al sentir como el portal que unía ambos mundos se debilitaba, los guardianes de las almas arrinconaban y devolvían con violencia a sus celdas a las almas moribundas que, para su pesar, no habían podido llegar a tiempo para fusionarse con el ser emergente. Sus espadas flamantes y sus lanzas de huesos atravesaban las almas que intentaban escapar de sus fauces, devorándolas y vomitándolas para continuar su tormento eterno. Mientras, Orochi mantenía su energía y atención en la creación maldita que aun tomaba forma.
