El clima inclemente de una furiosa tormenta que se avecinaba sacudía las montañas en medio de un espeso bosque en el pie de montaña del monte Fuji. Los habitantes de la aldea de los Hayabusa preparaban todo para la tempestad. Los niños corrían alegremente en las gélidas brisas jugando con la sacerdotisa del templo, mientras las mujeres se preparan para la tormenta.
La brisa golpeaba la cabellera oscura de la joven sacerdotisa Momiji mientras recogía las ultimas flores antes de la tempestad. Su traje ceremonial, se sacudía con el viento mientras caminaba junto al templo. Por alguna razón, sus instintos estaban al borde del colapso por una extraña ansiedad de un misterioso sueño, una ansiedad que solo había podido percibir antes del ataque de Doku durante el incidente de la espada del acero negro. Su cara reflejaba amor y comprensión a los niños que la rodeaban alegres. Sin embargo, su corazón presentía el advenimiento del caos.
Algunas millas fuera de la aldea. Kasumi, herida y agotada, emergió de la oscuridad del bosque circundante. Cada paso era una lucha, y su figura maltrecha se destacaba contra el telón de fondo de las sombras del espeso bosque. Su respiración entrecortada se mezclaba con el sonido distante de los graznidos de las aves rapaces que merodeaban sobre ella. Sus desesperadas ganas de vivir la empujaban más allá de sus límites, al borde del colapso y azotada por las alucinaciones encontró en un último aliento su objetivo.
Su cabello, como hebras de cobre heridos, ondeaba con gracia mientras cojeaba con sutil elegancia. Las zarzas y la naturaleza habían desgarrado sus ropas de combate, revelando heridas y cicatrices mal tratadas e infectadas. Sus ojos de ámbar destellaban con fulgor, y su figura, marcada por la batalla, era una sinfonía de gracia y fortaleza en medio de la inclemencia de la naturaleza. Frente a ella las enormes puertas de madera de la aldea de los Hayabusa le hizo esbozar una suave sonrisa mientras hacia su llamado indicando su llegada.
Al llegar a las puertas de la aldea, el lugar parecía envuelto en una calma tensa. Las antorchas parpadeaban, proyectando sombras irregulares en las paredes de las estructuras que se preparaban para la tormenta. Las miradas preocupadas de los habitantes se cruzaron en silencio, reconociendo el rostro de la fugitiva.
Las puertas de la aldea se abrieron con cautela, revelando la figura de la sacerdotisa Momiji que observaba sorprendida de su maltrecha figura.
Kasumi, caminó erráticamente en su dirección y su voz entrecortada susurraba suavemente mientras intentaba en un último aliento encontrar los brazos de Momiji.
— …Si… lo he conseguido…. Maestro Hayabusa, por favor… —.
Al verla, Momiji quedo paralizada y estupefacta al reconocer su presencia, descubriendo por sí misma, que la intuición de sus sueños no le habían fallado.
— ¡Dios santo! ¿¡Que ha sucedido Kasumi!? —. Pregunto Momiji mientras la dejaba descansar sobre su hombro, guiándola a la villa para tratarla.
Rápidamente ordeno a los niños que la acompañaban preparar un cuarto cerca al castillo de los Hayabusa y el templo para atenderla. Tenía el pelo desordenado, múltiples cortadas en su torso, en sus brazos y piernas. Además, un excesivo agotamiento que revelaba en sus ojos agotados un esfuerzo único para sobrevivir, tras ella había un leve camino de sangre que escurría de sus heridas más profundas sumado a una resequedad aguda en sus labios y su lengua. Momiji junto a dos niños trasladaron casi a rastras a la agotada joven que había arribado a su aldea.
La inclemente tempestad que se avecinaba finamente los alcanzo, el agua caía con fuerza sobre los tejados de la villa, los truenos y relámpagos se estrellaban alrededor, siendo acompañado de una brisa helada que congelaba los labios y los huesos donde se estremecía el lugar, convirtiendo la villa en un triste campo de soledad.
A pie del castillo de los Hayabusa, Momiji trataba con cuidado las heridas de su amiga. Su cuerpo desnudo mostraba lesiones severas; fracturas y heridas profundas que recorrían su cuerpo. Su armadura completamente destrozada daba indicios de una batalla descomunal y sus pocas ropas mostraban la inclemencia de la naturaleza en su avance por los bosques. Sus facciones demacradas, se unían con pavorosos escalofríos que retumbaban en todo su frágil ser, mostrando la crueldad a la que el destino la había sometido.
Plácidamente inconsciente en un sentimiento de seguridad junto a Momiji, recordaba en sueños épocas remotas de felicidad junto a sus padres y hermanos, su vida de lujos como la princesa heredera del Mugen Tenshin, siendo respetada por su aldea y venerada por su familia, de su infancia, recordaba el oscuro amigo de la familia, Hayabusa, que entrenaba junto a ellos extendiendo su mano para ayudarla en todo momento.
— ¿Cuánto tiempo más podré vivir como fugitiva? No me arrepiento de salvar a Hayate ni mi rivalidad con Ayane. Sin embargo, quisiera tener alguna vez un poco de paz… —. Se decía a sí misma mientras recordaba los lejanos ecos de un pasado distante y alegre.
En sus sueños recordaba vagamente su participación en viejas luchas y el cruel destino del que Hayate había sido liberado. Para sí misma, era incomprensible la brutalidad que su clan y su familia tomaban en su contra, se llenaba de miedo y desesperanza pensando en cómo sería su final cuando finalmente fuese superada.
El agotamiento finalmente reclamó a Kasumi cuando la calma del templo y los cuidados de Momiji le ofrecieron un breve respiro de su pesadilla viviente. Sus párpados, pesados como plomo, cayeron cerrados mientras el frío de la tormenta exterior se desvanecía en el calor del refugio. Poco a poco, su mente sucumbió al oscuro abismo del sueño, donde las sombras aguardaban.
Al principio, el sueño parecía un remanso de paz, envolviéndola en una neblina tenue que mitigaba su dolor. Pero pronto, esa sensación de calma comenzó a torcerse. La neblina se espesó, oscureciéndose, y de las profundidades del vacío emergieron siluetas que parecían burlarse de su tranquilidad.
Una tras otra, varias sombras se materializaban a su alrededor, alargándose y retorciéndose en formas grotescas mientras Intentaban alcanzarla. Kasumi, atrapada en el centro de un abismo sin color, sentía que el aire se volvía denso, como si cada respiro le costara más esfuerzo. Las sombras eran rápidas, implacables, rodeándola sin darle tregua. Algunas se deslizaban con lentitud amenazante, mientras otras zigzagueaban, susurrando palabras incomprensibles en susurros agudos y discordantes que se mezclaban con el eco de su propio jadeo.
Corrió desesperada por escapar de esa prisión oscura, comenzó a correr sin dirección, sintiendo que sus pies apenas tocaban el suelo bajo sus pasos erráticos. El viento de la tormenta seguía soplando en su mente, y las sombras parecían alimentarse de su terror, acechándola más cerca con cada paso que daba. Cada vez que volteaba la cabeza, una nueva figura surgía de la nada, extendiendo sus garras hacia ella.
En un momento de desesperación, creyó vislumbrar una luz en la distancia, tenue y distante. «Hayabusa…» pensó. Su corazón dio un salto de esperanza, era él… Debía ser él. La figura se distinguía a lo lejos y reconoció de inmediato su silueta familiar entre las sombras. Kasumi, con su corazón latiendo violentamente en su pecho, gritó su nombre, corriendo más rápido, buscando refugio en sus brazos. Sus heridas y el agotamiento que había sentido antes ya no importaban; solo debía alcanzarlo.
Pero conforme la luz disminuía y ella se acercaba, la figura que creía ser Hayabusa comenzó a alejarse. Al principio no notó los detalles, pero entre mas apretaba su paso, mas se alejaba… poco a poco.
El pánico la invadió, pero era demasiado tarde, sin embargo… tras un ultimo esfuerzo, dio un salto con sus ultimas energías y lo alcanzo. Para su desgracia, tropezó y cayó a sus rodillas, extendió sus brazos, rogando que la levantara y que la salvase de las sombras. Pero lo único que encontró fue una mano fría y áspera que la atrapó del brazo. Levantó la mirada solo para encontrarse con un abismo vacío, donde un rostro debería estar. El vacío de su rostro sin ojos comenzó a esbozar una sonrisa retorcida, una mueca depravada que irradiaba lujuria y odio en partes iguales.
La sonrisa se amplió, deformándose en una expresión grotesca que la hizo estremecer hasta los huesos. Aquel ser la observaba, disfrutando de su terror, mientras sus dedos se cerraban con fuerza sobre su muñeca. Una risa baja y burlona emanaba de la figura, resonando en el vacío del sueño en tanto sacaba su lengua intentando alcanzarla.
Kasumi, atrapada en el terror puro, intentó gritar, pero su voz fue devorada por el silencio. Se retorció, luchando por escapar, pero la figura la sostuvo con una fuerza implacable. En sus ojos cerrados, sentía como si todo su mundo se derrumbara. La sombra, ahora unida a ella, comenzó a inclinarse más cerca, como si fuera a reclamarla por completo. En su mente solo quedaba un pensamiento final, una súplica desesperada: — Maestro Hayabusa, ayúdame… —.
Retorciéndose en medio de sus pesadillas, escuchaba a lo lejos una voz más allá de sí misma, luego fueron dos voces y luego tres, se recompuso en sí y finalmente despertó.
Junto a ella, tres sombras familiares daban sus esfuerzos para tratar sus heridas mientras hablaban inteligiblemente entre sí, moviendo objetos y recipientes junto a ella.
Genjiro con su edad marcada y sus cabelleras canosas sudaba con cierto nerviosismo en sus ropajes blancos mientras observaba a sus compañeras luchar por detener las hemorragias y desinfectar las laceraciones. Omitsu, con sus delantales y sus negros cabellos recogidos, permanecía tranquila e impasible guiando las acciones de sus colegas, dando órdenes de cómo tratar cada parte del cuerpo que tenía en su poder. Momiji seguía con delicadeza cada instrucción y sus suaves movimientos decoraban la escena como un aire de salvación.
— Su espalda tenía una herida severa que cruzaba de extremo a extremo, limpiamos la infección y sellamos el sangrado —. Dijo Omitsu a Genjiro que sostenía una toalla húmeda en la cabeza de la joven.
— Su pierna derecha estaba destrozada, tenía rasguños y cortadas. Además, su tobillo estaba con un esguince horrible, es un milagro que pudiera mantenerse en pie —. Dijo Momiji a los otros dos mientras trataba su pierna que estaba parcialmente vendada.
Confundida, Kasumi abrió los ojos sorprendiendo al equipo que trataba con blandura sus heridas. Consumida por la sorpresa y con un dolor extendido por todo su cuerpo, en un acto reflejo les pregunto: — Que… ¿Qué ha sucedido? —.
Genjiro y Omitsu se miraron entre sí y soltaron una leve risa al escucharla. Genjiro con su voz calmada al observarla despertar dijo:
— ¡Nuestra visitante favorita! ¿No crees que eso debemos preguntarlo nosotros, querida? —. Su risa marcada por la ironía le ofrecía un suspiro mientras retiraba la toalla de su cabeza para vendarle la frente.
Omitsu mientras cambiaba los vendajes de sus brazos y limpiaba las heridas le respondió:
— Llegaste justo antes de una tormenta, moribunda y semidesnuda, ¿Cómo es que una kunoichi de batalla va de un lugar a otro al borde de la muerte? —.
El rostro de Kasumi mostraba ligeras expresiones de dolor al momento que trataban sus heridas, para su suerte había estado desmayada inmersa en sus sueños cuando manipulaban las heridas de sus piernas y su espalda. Sin decir una palabra los tres que la atendían, guiándose por sus cicatrices intuían una lucha brutal y el como de alguna forma había logrado sobrevivir.
Momiji tomo de sus enseres hierbas y medicinas que combino en una taza de té y dio instrucciones de recostar a la joven. Las miradas de los tres denotaban suposiciones acerca de lo sucedido. Pues, para nadie en la aldea era un secreto el objetivo de la misión del Mugen Tenshin: cazar a la fugitiva. Momiji, ofreciéndole té con delicadeza pregunto a Kasumi:
— ¿Quieres contarnos porque has llegado tan herida a nuestras tierras? —.
Kasumi, con cierta dificultad asintió con la cabeza. Termino de un sorbo su té y su rostro satisfecho por la atención empezó a tomar color nuevamente.
