Capitulo 2 - Acto 2
Volumen 1 : La caida del Mugen Tenshin
En el bosque profundo, a las orillas de un arroyo en las cercanías del monte Fuji, un improvisado refugio y una ligera fogata daba señales de vida en sus alrededores. Allí, reposaba Hayate con parte del cuerpo de sus hombres. El informe de los seguimientos y capturas por parte de sus miembros llegaba directamente a él por una eficiente línea de comunicación. Junto a él, Ayane permanecía invasiva y en conjunto revisaban minuciosamente todos los datos conseguidos:
Espionajes, saboteos, capturas e interrogatorios habían sido llevados clandestinamente por el Mugen Tenshin en un intento de conseguir más información por parte del enemigo.
Como una ironía del destino, la información de la fugitiva se revolvía con los informes de los miembros del clan de los demonios y dos rutas de investigación los llevaban a diferentes paraderos simultáneos. Pareciera que los caminos llevarían tarde o temprano al encuentro con Hayabusa y al regreso al país de Vigoor.
Ayane con su mano aun lastimada, apartaba los papeleos que daban indicios del paradero de la fugitiva de los reportes del clan de los demonios y sus miembros. En su corazón, la soberbia y la ira se entremezclaban al tratar de encontrar prioridad en su misión. Cuestionándose a sí misma, entraba en conflicto con sus motivaciones:
— ¿Debo enfocarme en encontrar el paradero de Kasumi o debería castigar a aquellos que dañaron mi clan? —. Sin embargo, en su retorcida lógica, su competencia de años con Kasumi la empujaba a continuar en su implacable búsqueda y ejecución. Pero las ordenes de Shiden y su hermano la contenían en un camino de frustración e incertidumbre que muchas veces la llevaba a relacionar ambos escenarios.
Frunciendo el ceño en un intento por aliviar su tensión, miro fijamente a Hayate que analizaba con detalle los elementos enviados por sus hombres y pregunto:
— ¿Cuánto más estaremos aquí?, Parece ser que los Hayabusa aún no se han enterado de lo sucedido y hemos estado inactivos durante varios días, ¿No crees que deberíamos ya deberíamos de avisarle a Joe y a Ryu para encargar la misión? —.
Hayate después de unos instantes inmerso en sus pensamientos, froto levemente su cabeza y luego su mentón, alzo la mirada hacia su hermana y respondió:
— Iremos solo los dos a avisar a los Hayabusa, el resto del cuerpo será asignado para continuar con los informes. Seguiremos la orden de padre y pediremos ayuda en una misión especial a los Hayabusa para que coopere con nosotros —.
Con su camino fijado, ambos hermanos tomaron rumbo a la aldea de los Hayabusa, bajo la densa cubierta del bosque, donde la luz del sol se posaba en la copa de los grandes árboles. Ambos, avanzaban silenciosamente, los rayos dorados del sol creaban destellos entre las hojas verdes, proyectando un juego de luces y sombras en el suelo cubierto de musgo y las parpadeantes luces de la pradera.
Saltando de rama en rama con gracia y agilidad, ambos se movían como sombras entre los árboles. El silencio del bosque solo se veía interrumpido por el suave crujir de las ramas bajo sus pies y el murmullo de un arroyo cercano que acompañaba su travesía.
Hayate pausadamente se detenía para observar las indicaciones y la posición de la aldea en un viejo mapa, mientras que Ayane tomaba cortos descansos para apreciar su entorno y desde las alturas de los árboles observaba embriagada de sentimientos la belleza que la rodeaba contemplando la grandeza y los alrededores del monte.
La fauna del bosque, alertada por su presencia, se manifestaba de manera sutil. Los pájaros revoloteaban entre las copas de los árboles, emitiendo sus cantos melodiosos, mientras que pequeños mamíferos curiosos observaban desde las sombras. La armonía de la naturaleza parecía inalterada por la llegada de los hermanos, y la fresca brisa llevaba consigo el aroma a tierra húmeda y vegetación.
Finalmente, tras un largo trayecto, emergieron de la frondosidad del bosque y se encontraron frente a las puertas de la aldea.
El contraste entre el interior de la villa y el exterior del bosque era inquietante, la serenidad del claro y la vibrante vida se transformaban en la calma de la aldea, donde el sonido de las hojas era reemplazado por el suave murmullo de las personas.
Hayate hizo el llamado a la enorme puerta que daba entrada, se miraron mutuamente accediendo ambos a su decisión con un leve gesto en sus rostros mientras el ambiente se transformaba en torno a ellos.
Un silencio incomodo se apodero del ambiente ante el llamado de los hermanos, las voces en el interior alegres y vividas se convertían en murmullos contenidos y la noticia de su llegada se extendía como un susurro, tejiendo un velo de cautela sobre los habitantes de la aldea.
Las puertas se abrieron lentamente, revelando la figura de Genjiro y Omitsu, quienes los recibieron con expresiones imperturbables. No hubo sonrisas de bienvenida ni gestos amigables. En cambio, los ojos de los habitantes reflejaban desconfianza, como si llevaran el peso del secreto de la fugitiva en sus miradas.
— Hayate, Ayane. Hermanos del Mugen Tenshin —. Saludó Genjiro con una inclinación de cabeza formal — ¿A qué se debe la visita? —.
— Tenemos asuntos importantes que discutir, necesitamos encargar una misión a el maestro Joe y al maestro Ryu para una emergencia —. Respondió Hayate mientras entregaba un pequeño amuleto de agradecimiento a Omitsu por el recibimiento.
La tensión se espesó en el aire mientras los hermanos intercambiaban miradas. Era evidente que su llegada no era motivo de celebración. Omitsu, con su mirada aguda, observaba cada movimiento de los recién llegados, como si intentara descifrar el propósito detrás de su visita.
El silencio persistió por un momento antes de que Genjiro asintiera, indicando que los siguieran. El camino por la aldea estaba adornado de apatía de todos los habitantes, las mujeres miraban con desprecio y al paso de los hermanos cerraban sus ventanas, los niños observaban cuidadosamente entre murmullos mediante las rendijas de las casas intentando no descubrirse, los ancianos y hombres que trabajaban miraban de reojo el paso de los visitantes. Las miradas furtivas y los susurros seguían a los hermanos mientras avanzaban por las calles empedradas de la aldea.
La hostilidad del ambiente era evidente, la desconfianza en la mirada de todos envolvía a los hermanos mientras avanzaban por las calles del lugar. La densa atmósfera silenciosa y las miradas acusadoras de los habitantes no pasaban desapercibidas para Ayane, cuyos nervios estaban a flor de piel y al borde del colapso. En un intento por ofrecer consuelo, Hayate posó su mano en el hombro de su hermana y dijo:
— Todo estará bien, lo prometo —. Con su suave voz, la mirada de la joven kunoichi tomo un leve suspiro, reincorporándose a sí misma y tratando de ignorar su entorno que empezaba a sentirse más agresivo.
Al llegar a la entrada del templo y el castillo de los Hayabusa, Omitsu los detuvo con severidad. Con gestos autoritarios, les indicó que aguardaran en la cabeza del puente que conectaba la villa con el templo mientras informaba su llegada al castillo. Genjiro, custodiaba la entrada con total indiferencia, observaba a los hermanos con ojos que revelaban más experiencia de la que los sentidos dejaban entrever.
Mientras tanto, Dentro del hogar de los Hayabusa, el suave murmullo del viento mecía las cortinas, y el aroma a incienso se esparcía por el aire, creando un ambiente de serenidad en contraste con el exterior. Ryu se retiró a una modesta habitación en su hogar, buscando un breve respiro en medio de la tensión que pesaba sobre si por el incidente de Kasumi.
En un intento por alejar su angustia y la delicada situación de su visitante, descanso sus pies en el tatami que adornaba la mitad de la habitación y dejo fluir sus pensamientos mientras su rostro admiraba el exterior. Tras la enorme puerta que daba acceso a la entrada, contemplaba un prado adornado con flores que bailaban con la brisa. La naturaleza, en toda su exuberancia, ofrecía un contrapunto a la sombría atmósfera que envolvía sus pensamientos. Mientras observaba el paisaje, su mente divagó hacia reflexiones más personales.
En la habitación contigua, Kasumi descansaba, aún convaleciente de las heridas recientes. Sus cabellos, como hilos de cobre, irradiaban un sutil brillo que iluminaba la estancia. Los rayos del sol, si bien se deslizaban torpemente por las esquinas, encontraban en ella un foco de serenidad que destacaba en medio de su penumbra, resaltando la fragilidad de su pobre vida en medio del caos que la rodeaba.
Mientras reposaba, la habitación se impregnaba de la delicada fragilidad de su figura, resaltada por la tranquilidad que emanaba de su sueño.
Ryu fijo su mirada en la fugitiva, y se perdió en sus vagos sueños, imaginando un futuro en el que ambos pudieran hallar la dicha, lejos de las sombras de la guerra. Se vio a si mismo compartiendo momentos de calma con Kasumi en ese prado. Entre risas y conversaciones que no estuvieran teñidas por la amenaza constante de los demonios y la persecución de los hermanos para asesinarla. Soñó con una familia, se vio a si mismo siendo padre de unas sombras sin rostro que corrían alegremente hacia él, mientras Kasumi lo abrazaba por la espalda envolviéndolo con el aroma de sus largas cabelleras cobrizas.
Sin embargo, sus pensamientos chocaron con la cruda realidad de su deber como guerrero y como hombre. La paz parecía un anhelo distante, y la carga de proteger a Kasumi manteniéndola lejos de su cruel mundo de enfrentar a los demonios, lo mantenía anclado en frustración.
Con un suspiro Ryu abrió los ojos, intentando sellar por un momento las complicaciones que lo rodeaban. La dualidad de su existencia, atrapado entre el deber y el deseo, revolvían sus entrañas y su cabeza ante el implacable sentido de protección que lo azotaba. En la quietud de la habitación, intentaba reflexionar de como cumplir sus misiones de exterminio mientras honraba la promesa de proteger a Kasumi.
La calma que reinaba en la habitación fue súbitamente rota por unos pasos agitados que resonaban con intensidad. El galopante correr de una figura femenina emergió ante los ojos de Ryu. Omitsu se dibujaba en la escena con sus cabellos desordenados, su rostro marcado por un nerviosismo tangible que se reflejaba en sus palabras entrecortadas. Después de un prolongado suspiro, cuando logró componer su turbia respiración, se dirigió hacia Ryu:
— ¡Maestro Hayabusa...! —. El eco de las palabras de Omitsu reverberó en la estancia, que agitada y con su vos tartamudeando anunciaba la llegada de los Hermanos de Kasumi. — Solicitan tu presencia y la de tu padre —.
La sorpresa se apoderó completamente de Ryu. Fijó su mirada de manera instantánea en Kasumi y... con una calma forzada, emitió sus instrucciones: — Omitsu, quédate aquí. Si por alguna razón despertara, no la dejes abandonar este lugar, sin importar las circunstancias —.
El semblante de Omitsu, lívido y trazado por el terror, se torció en negación ante la orden: — Tu padre ha dispuesto recibirlos en este recinto, he recibido instrucciones de traer a los hermanos a este mismo lugar, junto a ti —.
Sus ojos se encontraron nuevamente con la mirada de Omitsu, y tras un silencio que envolvió la estancia en un manto de quietud, dijo: — Necesito que informes a Momiji. Indícale que permita la entrada a los visitantes y los guíe hacia la sala de encuentro —. En una calma incómoda, Ryu se desplazaba de un lado a otro en la habitación, mientras Omitsu mantenía la cabeza baja y una postura cerrada, a la espera de nuevas indicaciones.
— Momiji debería encontrarse en este momento en el jardín de la entrada del templo, cuando regreses, asegúrate de que todo salga en orden —. En una respuesta silenciosa, Omitsu inclinó la cabeza y se retiró. Sus movimientos agitados resonaban por todo el castillo mientras Ryu preparaba la habitación para recibir a los invitados.
Entre el encaje de árboles majestuosos, cuyas sombras danzaban con la brisa, y en el pequeño jardín que adornaba la entrada del templo, Momiji, envuelta en una atmósfera de melancolía y nerviosismo, recolectaba con delicadeza flores destinadas a la tumba de la anterior sacerdotisa.
Allí perdida en medio de la vegetación, mantenía inmersa por los persistentes sueños de su pasado: El cruel asesinato de su hermana, el asalto a la aldea y la llegada de Kasumi.
En lo profundo de su ser, los agudos instintos de Momiji continuaban perturbando su tranquilidad y tejiendo oscuros presagios en sus sueños.
Entre las sombras de la noche en medio de sus viajes oníricos, lograba descifrar visiones de eventos futuros y anomalías. Antes de la llegada de Kasumi, sus sueños la condujeron a la imagen de un zorro herido, desesperado por huir de una horda de lobos. En la trágica pérdida de su hermana Kureha, los sueños se tiñeron con la visión de una inmensa roca negra, emanando furor en su aura mientras incineraba miles de halcones a su alrededor para luego caer aplastando la figura de una virgen.
Tras la arribada de Kasumi, la última noche de pesadillas la envolvió en la visión de un espejo distorsionado, que proyectaba una realidad retorcida llena de sombras sin forma. En el reflejo, dos halcones libraban una lucha encarnizada, arrojándose sin piedad el uno contra el otro, mientras una víbora rapaz emergía desde las profundidades del espejo para atacarla sin piedad. Simultáneamente, una figura humanoide la observaba con ojos cargados de ira mientras la acechaba desde las sombras.
En medio de la amalgama de imágenes oníricas de la noche anterior, la voz de Omitsu resonaba en las cercanías del templo en un intento desesperado de obtener respuesta a su llamado corriendo erráticamente por el templo:
— ¡Momiji! ¡Momiji! ¿¡Dónde estás!? El maestro Ryu tiene un mensaje urgente —.
Su figura mostró una sonrisa al desesperado llamado de Omitsu, recogió su ramo de flores y con su voz dulce y serena le pregunto: — ¿Omitsu? ¿Qué sucede? —. Notando la urgencia en la voz de su amiga, los presagios de sus sueños se agolpaban en su mente, y un presentimiento ominoso se cernía sobre ella.
Con un suspiro contenido, se aproximó y desveló las indicaciones de Ryu. Sus manos temblorosas comenzaron a tejer gesticulaciones mientras relataba los eventos, y su voz, cada vez más veloz, se volvía menos inteligible por la rapidez con la que hablaba.
La mujer, al borde de las lágrimas ante el inminente colapso, fue suavemente tomada de las manos por Momiji, quien, mirándola directamente a los ojos, le transmitió una señal de aceptación con un ligero movimiento de cabeza.
— Vuelve a tu labor junto a Ryu. Asegúrate de que todo esté en perfecto orden cuando nos reunamos. Kasumi queda en tus manos, querida amiga —. Expresó Momiji con una serenidad que contrastaba con la agitación del momento. Ajustando con elegancia sus ropas, se preparó para guiar a los hermanos que aguardaban al otro lado de las majestuosas puertas del templo.
Frente la imponente puerta que vinculaba la villa con el templo, buscó recuperar la calma con una inhalación profunda. Llenando de valor su espíritu, posó sus manos sobre la robusta puerta de madera, instándola a ceder con un crujido, desplegando su apertura con una lentitud que infundía agitación y ansiedad en su ser. La escena develó a Genjiro y a los dos hermanos, que observaban su figura desde el centro del puente.
