Hola amigos! Al fin regrese con un nuevo capítulo de su novela. Siento haberme tardado mucho, pero ven que no miento cuando digo que jamás abandonaré esta historia?

Si les soy honesta ya no me gusta mucho esta plataforma, se ha llenado de muchos spams y eso me da tristeza, si conocen de algún otro sitio que no sea wattpad o ao3 donde pueda subir mis historias agradecería mucho su ayuda. Hace poco publiqué aquí una historia nueva y los únicos comentarios que tiene son de spam lo cual me desanima mucho. En ao3 estaré publicando algunas de mis historias traducidas al ingles, excepto esta misma ya que esta un poquito larga para traducirla y prefiero enfocarme mas en escribir nuevos capítulos.

En fin, ya vamos a saber en donde estuvo Kagome todo este tiempo y por que no recuerda nada, este capítulo solo es de flashbacks pero espero que aun les guste.

Advertencia: a partir de este capítulo Kagome se la pasa mal casi que por el resto de la historia, mi pobre bebé :(


FLASHBACK

Kagome Higurashi - 5 años atrás

Kagome corrió desesperada por el bosque, intentando no perder los pedazos de su corazón roto mientras la lluvia caía violentamente a su alrededor. Las crueles palabras de la persona que amaba resonaban una y otra vez en su cabeza, burlándose de ella, recordándole que ella no era la mujer que amaba ni la que él había elegido.

¿Cómo pudo haber pasado esto? Las cosas habían estado yendo tan bien, pensó ella mientras mantenía el ritmo al correr. ¿Cómo podía Inuyasha cambiarla por Kikyo? El dijo que se fuera a casa, que abandonara su búsqueda, que dejará atrás a sus amigos y que lo olvidara a él también. ¿Cómo había podido decirle todo eso?

Lo último que quería en esos momentos era ver a Inuyasha. La había lastimado profundamente, y ella no sabía si sería capaz perdonarlo esta vez.

Era cierto que él la había lastimado en el pasado. No eran raras las veces en las que Inuyasha había corrido hacia la sacerdotisa muerta, e incluso Kagome también los había visto besarse. Le había dolido en todas y cada una de esas ocasiones, más aun así habían podido seguir adelante, ella lo había perdonado y lo había entendido, pero ¿esto? Esto era simplemente cruel, y ella nunca se había sentido tan herida en toda su vida.

Ella amaba a Inuyasha, lo amaba tanto que hubiese dado su propia vida por su felicidad, todavía lo haría, incluso ahora, pero él acababa de decirle que a pesar de todo, ella seguía siendo solo una rastreadora de fragmentos para él. Alguien fácil de reemplazar y sin importancia. Ella simplemente no podía olvidar sus palabras, estaba segura de que las recordaría para siempre, porque la habían roto sin manera de volver atrás. Quería desaparecer, quería ser Kikyo, quería volver a casa, y por un momento deseó nunca haber conocido a Inuyasha.

Finalmente dejó de correr por un momento para recuperar el aliento. Todavía estaba en el mismo bosque pero no tenía idea de cuánto había corrido, sus piernas se sentían como si estuvieran ardiendo, y había llorado tanto que le dolía el pecho. Si un demonio fuese a atacarla ahora, no tendría ningún medio para defenderse... y tampoco le importaba. Que un demonio la matara dolería menos. Sin pensarlo soltó un grito de frustración mientras se apoyaba contra un árbol. Nunca se había sentido así en su vida, quería que el dolor se detuviera, pero este empeoraba cada vez más, con cada segundo que pasaba. Se sentía como si se estuviera ahogando y no hubiese escapatoria, este dolor podría matarla, estaba segura.

A lo lejos escuchó voces que la llamaban por su nombre. Eran sus amigos.

No, no, no. No podía ver a sus amigos. Ellos no podían verla así. Tampoco quería ver a Inuyasha, ni ahora ni nunca.

Así que corrió de nuevo. Aunque le dolían las piernas y sentía que no podía más, siguió corriendo. Sin un destino en mente, se estaba perdiendo cada vez más con cada paso que daba, pero eso no importaba. Eso justo quería, perderse y no volver a ser encontrada nunca más.

Entonces tropezó con algo. Algo la había atacado, lanzándola bruscamente al suelo y abriendo una herida grande en su costado. Desconcertada, no se molestó en ver qué había sido, porque entonces, de la nada, el mundo se detuvo y una cegadora luz violeta apareció frente a ella.

Fue como si las gotas de lluvia se hubieran detenido en el aire, al igual que el dolor repentino causado por su ataque y entonces, de la nada… el mundo quedó en silencio.

Luchando por ponerse de pie con las rodillas y los brazos sangrantes, Kagome miró hacia la luz mágica que había aparecido de pronto. La que había detenido el mundo para ella. No solo estaba destrozada y magullada, sino que la magia también la hizo sentir un temor profundo.

"Sacerdotisa Kagome". La esfera de luz pronunció su nombre con una voz indistinguible y pesada. Kagome se estremeció ante el sonido.

-¿Qué quieres?-, gritó Kagome, -¡déjame en paz!

-No estoy aquí para hacerte daño, niña. Todo lo contrario, de hecho, estoy aquí para ayudarte a aliviar tu dolor.- La luz parpadeaba con cada palabra, iluminando el rostro manchado de lágrimas de Kagome.

-¿Qué?- preguntó ella, ahogando un sollozo mientras se llevaba las manos al pecho. -Tu no puedes hacer eso, nadie puede. Alguien a quien amaba pisoteó mi alma y mi orgullo, y ya no...

-Puedo hacerte olvidar tu dolor. Hacer que todo desaparezca en un segundo.

Kagome se quedó sin palabras. Su mente le decía que esa luz era peligrosa, que era una mala idea, pero el dolor de su corazón roto dominaba todos los demás sentidos. Sí, si pudiera olvidarse de Inuyasha, de lo que había dicho y de cómo se sentía realmente, entonces tal vez no estaría sufriendo tanto, ¿verdad? Eso tenía sentido, pero…

-¿Cuál es el truco? -preguntó Kagome, considerando realmente lo que la esfera mágica púrpura frente a ella le ofrecía. Era una idea estúpida, ella lo sabía, pero no había daño alguno en preguntar, ¿verdad?

-No hay truco, solo te pediré que guardes algo seguro para mí. Algo muy preciado. -le contestó la misteriosa voz.

-¿Eso es todo? -preguntó Kagome, todavía conteniendo las lágrimas. -Te diré que no soy muy buena para mantener a salvo objetos preciosos. -Dijo Kagome mientras recordaba cómo había sido ella la que rompió la perla de shikon en mil pedazos.

-Está bien, no hay nadie mejor que tú para el trabajo, tenlo por seguro.

-Pero...

-Toma esto. -De la luz púrpura, se materializó un pergamino, y Kagome estiró los brazos para atraparlo antes de que pudiera caer al suelo. -Este pergamino contiene el hechizo que curará tu corazón roto y hará que todo el dolor desaparezca. Este hechizo te devolverá tu felicidad".

Y con eso la luz mágica desapareció y el mundo a su alrededor cobró vida una vez más. Sin embargo, fue solo por un segundo que se quedó en el bosque, porque la magia también la llevó a otro lugar, haciéndola desaparecer con la luz y reaparecer en las afueras de un pueblo lejos de Inuyasha.


Kagome se despertó a la mañana siguiente ante el sonido de la corriente de un río. Tan pronto como se despertó, deseó no haberlo hecho. Lo primero que le vino a su mente fueron las palabras hirientes de Inuyasha que le provocaron un dolor insoportable en el pecho. Probablemente él estaba feliz de que ella se hubiera ido ahora había un problema menos para él, asumió. Probablemente él ya estaba con Kikyo... solo pensar en eso la hacía sentir un nudo en la garganta. Pensar que ella había sido tan insignificante para él cuando ella habría arriesgado su vida por él, y la peor parte era que todavía lo amaba. No podía evitar amarlo con todos los pedazos de su corazón roto y eso solo hacía que el dolor fuera mucho peor.

Sin quererlo, comenzó a llorar una vez más mientras se sentaba. Sus brazos y piernas estaban magullados y cubiertos de sangre seca, pero lo que más la sorprendió fue el pergamino mágico que sostenía entre sus manos.

En un instante recordó su encuentro con la extraña entidad la cual le había ofrecido el pergamino con el encantamiento para aliviar su dolor, y mientras lo miraba con cautela, no pudo evitar preguntarse si realmente debería usarlo.

¿Qué era lo peor que podía pasar después de todo? Podía olvidarse de Inuyasha, de su amor por él y de cómo sus palabras hirientes la habían hecho sentir. Si la magia realmente podía borrar sus sentimientos por él, ¿entonces era realmente algo tan malo?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz que venía desde arriba, la cual la tomó por sorpresa y la hizo mirar hacia la rama de un árbol cercano donde un hombre desconocido estaba de pie mirándola. No… no era un hombre, era un Youkai. Lo podía deducir por la poderosa energía alrededor de este.

-Finalmente despertaste.- Dijo el extraño Youkai con cabello dorado mientras saltaba, aterrizando junto a ella. -Por un momento pensé que estabas muerta.

Kagome lo miró, desconcertada. No sabía quién era este Youkai o por qué le estaba hablando. ¿Acaso la había estado cuidando toda la noche? ¿Pero por qué?

-Estás llorando.- Dijo el Youkai con un tono de preocupación en su voz. -Vi que estabas herida pero no pensé que sería tan grave, pero supongo que eres humana después de todo, ustedes son seres muy frágiles—

-¿Quién eres tú?- preguntó Kagome abruptamente, alejándose de él y con más dureza en su voz de la que pretendía. -¿Qué estás haciendo aquí y dónde estoy?

El demonio la miró fijamente y a ella no le gustó su mirada persistente sobre ella, ¿era lástima lo que había en sus ojos? Eso solo le recordó que se veía tan patética por fuera como se sentía por dentro, y solo la hizo enojar más.

-Mi nombre es Kioshi,- dijo él cruzando los brazos sobre su pecho. -Y en cuanto a tus otras preguntas, no lo sé. Me encontraba vagando por el bosque anoche cuando sentí un aura extraña y una luz violeta que iba y venía, y luego apareciste tú. No me importa, solo quería ver si estabas viva, pero ahora si quieres me voy.

A Kagome no le importó, solo miró hacia otro lado con tristeza en su rostro. Se sentía entumecida, estaba perdida y no parecía importarle, estaba herida, mas no podía sentir el dolor en su cuerpo.

No sabía cuánto tiempo había pasado cuando de repente una fruta aterrizó a su lado. Levantó una ceja ante la distracción cuando de la nada, el Youkai que había estado allí hace unos minutos apareció de nuevo.

-Parece que no has comido nada en un tiempo,- en un tono despreocupado pero firme fue todo lo que él dijo. Con sus ojos fijados en la fruta amarilla que el demonio le había dado, Kagome logró reunir la fuerza para hablar.

-Pensé que dijiste que te ibas.- No es que le importara mucho, de hecho preferiría estar sola y tampoco quería comer, sabía que lo que comiera probablemente lo terminaría vomitando sin querer.

El demonio se acercó unos pasos a ella con curiosidad en su rostro, lo que molestó un poco a Kagome.

-Estás herida.- Dijo pero su voz no mostraba ninguna preocupación o empatía, sonaba como si ella no supiera ya lo que él le estaba informando, por lo que Kagome solo negó con la cabeza y miró hacia otro lado molesta.

-He sobrevivido a cosas peores.- Ella dijo despectivamente, esperando que él la dejara sola, esta vez de verdad, pero él aún así se quedó, creando un silencio incómodo que se extendió más de lo que a ella le hubiera gustado.

-Escucha, no tengo la costumbre de salvar damiselas en apuros, pero déjame ayudar…-Sus palabras encendieron una chispa de rabia dentro de ella, a la que a pesar de su cuerpo magullado se las arregló para ponerse de pie sin problema.

-No soy una damisela en apuros, ¡no te atrevas a llamarme así! ¡Estoy cansada de que la gente me trate como una carga, como si fuera una inútil! ¡No necesito tu ayuda, encontraré mi camino de regreso a casa por mi cuenta!

Su ira era una distracción para el dolor que todavía sentía, por lo que se apoyó en ella mientras se alejaba del arroyo y del demonio que se hacía llamar Kioshi. Sentía el dolor de sus heridas con cada paso que daba, pero era demasiado terca para parar. Sin duda, este ya era el peor día de su vida, y el demonio Kioshi solo lo estaba empeorando, al parecer.

-¡Oye!- Kioshi le llamó la atención una vez más. -¿No estás olvidando algo?- Cuando Kagome se dio la vuelta, lo vio sosteniendo el pergamino mágico que la misteriosa luz púrpura le había dado la noche anterior. De repente, su ira se desvaneció y respiró profundamente cuando todos los horribles sentimientos se derrumbaron sobre ella una vez más.

Se debatió si debía tomar el pergamino o olvidarse de él de una vez por todas, pero el Youkai estaba sosteniendo su única oportunidad de ser feliz después de la forma en que Inuyasha le había roto el corazón… no quería dejar el pergamino atrás. Necesitaba esa magia.

Antes de que Kagome pudiera responder, el demonio habló una vez más.

-Tus heridas se abrieron. Estás sangrando.

Esta vez, en realidad, no se había dado cuenta de que este era el caso. Había estado ignorando su estado físico, descuidándolo por el dolor que sentía por dentro, pero Kioshi tenía razón, esto era malo. Ella nunca iba a lograr llegar a casa en ese estado, y para su desgracia se dio cuenta de que ni siquiera tenía su arco y flechas con ella. Se sintió insignificante una vez más. Tal vez Inuyasha había tenido razón al deshacerse de ella... tal vez había sido la decisión correcta.

-Hay un templo en un pueblo no muy lejos de aquí-, le dijo Kioshi mientras se acercaba. -Conozco a una sacerdotisa que puede ayudarte a sanar, déjame llevarte allí.

Esta vez no tuvo más opción que asentir débilmente, aceptando su amable oferta mientras contenía las lágrimas.


Kagome no habló durante la mayor parte del viaje a la aldea. Estaba demasiado deprimida para hacerlo, perdida en su propio mar de pensamientos y con la traición de Inuyasha todavía rondando en su cabeza y su corazón. El dolor era casi demasiado para soportar, pero mientras sostenía el pergamino cerca de ella, se dijo a sí misma que solo tenía que ser lo suficientemente fuerte para lanzar el hechizo y luego finalmente podría sonreír una vez más. Todo era cuestión de tiempo.

Les tomó dos días y una noche llegar a su destino, y durante ese tiempo Kioshi tampoco se había molestado en hablar mucho con ella, por lo que ella estaba agradecida en silencio. El demonio podía fácilmente darse cuenta que ella estaba sufriendo, por lo que no intentó forzarla a hablar.

A pesar de ser un completo extraño, Kioshi la había tratado con cuidado y amabilidad, la había ayudado a lavar sus heridas en el arroyo y le había preparado algo de comida la cual ella se había negado a comer. También la había cargado para que no agotara o se lastimaran más sus heridas, pero una vez que finalmente llegaron al templo las cosas habían cambiado.

Kagome tuvo que ocultar su asombro cuando vio por primera vez tanto la aldea como el templo. Realmente era diferente a cualquier aldea que había visto en sus viajes anteriores. El mercado estaba lleno de música y colores y cada una de las personas parecía tener una sonrisa en sus rostros. Aunque su apetito había desaparecido la noche de su pelea con Inuyasha, tuvo que admitir que los deliciosos olores le hicieron la boca agua por primera vez en días.

A pesar de esto, no se quedaron mucho tiempo en el pueblo, pero el templo era igual o más impresionante que el resto de la aldea. Allí fueron recibidos formalmente por un grupo de ayudantes del templo, quienes parecían felices de ver a Kioshi y se inclinaron mostrando respeto hacia él.

-Gracias a todos-, dijo mientras también se inclinaba, lo que sorprendió a Kagome aún más. -No estoy aquí para cortesías, sin embargo, necesito ver a Chie.

Con eso, Kagome se quedó en el salón principal mientras Kioshi era redirigido a otra habitación dentro del templo. No mucho después, un par de ayudantes aparecieron para llevarla a sus habitaciones privadas y prepararle un baño. Kagome dudó una vez que la dejaron sola. Muchas cosas estaban sucediendo a la vez y apenas había tenido tiempo de procesar su última conversación con Inuyasha y pensar bien en lo que haría a continuación. Ahora estaba en un templo extraño con personas extrañas en las que no estaba muy segura de poder confiar. Sin embargo, todavía estaba herida y apenas podía caminar sin cojear. Su prioridad, pensó ella, sería sanar su cuerpo antes de preocuparse en lo que iba a hacer ahora que estaba sola.

Todavía estaba cautelosa, y aunque el agua tibia y perfumada era un placer muy bienvenido, no podía permitirse el lujo de disfrutarlo demasiado. No tenía su arco y flechas, así que si alguien intentara atacar, solo podría confiar en su reiki, el cual estaba extremadamente débil en ese momento.

Una vez que terminó con su baño, notó que los sirvientes le habían dejado unas nuevas túnicas de sacerdotisa extendidas cuidadosamente sobre su futón, y no pudo evitar hacer una mueca de desagrado ante las prendas de vestir que le recordaban a una de las personas que más quería olvidar. Usar esas túnicas que la hacían parecer Kikyo era lo último que quería en ese momento, pero no tenía opciones ya que su uniforme de siempre se encontraba roto y sucio.

Con resentimiento se puso la túnica y se recogió el cabello en un moño alto, para que al menos su peinado fuera el suyo y no el de su encarnación.

Casi inmediatamente después, alguien abrió la puerta de su habitación. Ni siquiera necesitó darse la vuelta para reconocer la energía del Youkai con el que había estado viajando durante los últimos días.

-Esas túnicas te quedan bien,- dijo Kioshi de pie junto a su puerta.

Kagome no dijo nada en respuesta. Solo discrepó en silencio con su declaración. Esas túnicas no eran más que un recordatorio de la mujer que ella no era. La mujer que Inuyasha amaba y que ahora estaría ocupando su lugar viajando con sus amigos. Cada recordatorio apuñalaba su alma una vez más, y no había nada que pudiera hacer para cambiar las cosas. No esta vez.

-¿Por qué me trajiste aquí?-, le preguntó Kagome a Kioshi en un susurro triste, su mirada derrotada en el suelo.

El demonio se cruzó de brazos con indiferencia y habló en un tono tranquilo como si sus palabras fueran lo más obvio del mundo.

-Te hirieron-, dijo el. -No me digas que querías que te dejaran morir en el bosque.

Por primera vez en días, la ira hirvió dentro de Kagome. Tal vez hubiera preferido eso, pero no era tonta, y sabía que en la era feudal, los youkais no salvaban a los humanos gratis.

-Debes pensar que soy estúpida, ¿no?- Le espetó, finalmente mirándolo a los ojos. -¿Qué? ¿Se supone que debo creer que vas por el bosque salvando a todos los humanos heridos que se cruzan en tu camino? Quieres algo. Dime tu precio si quieres, pero no esperes que esté agradecida de que me hayas traído aquí. ¡El bosque o este templo… es lo mismo para mí!

-¡Hubieras muerto sola en el bosque, humana desagradecida!- Kioshi le levantó la voz, pero ella no se inmutó. No le tenía miedo, ya no le tenía miedo a nada.

Antes de que pudiera responder con un insulto, una ayudante entró en la habitación, ignorando por completo el hecho de que acababa de imponerse en medio de una discusión privada. La mujer inclinó la cabeza y dirigió sus palabras primero a Kioshi.

—Maestro Kioshi, la señorita Chie desea conocer a la nueva sacerdotisa lo antes posible —dijo.

—¿Quién es Chie? —preguntó Kagome a la sirvienta, pero fue Kioshi quien respondió a su pregunta.

—Ella es la sacerdotisa de la aldea —dijo la Youkai—. ¡Y ya lo habrías sabido si no hubieras empezado a gritarme!

Kagome lo miró de reojo mientras lo ignoraba y le pidió a la chica que la guiara hasta la sacerdotisa que había solicitado su presencia.

Los pasillos del templo de Getsu, aunque elegantes como ningún otro templo que había visitado en el pasado, se sentían cálidos y hogareños de una manera que aún no podía explicar. La ayudó a aliviar un poco su desconfianza sobre su nuevo entorno. No pudo evitar admirar todos los detalles en silencio.

La llevaron a una habitación privada con un juego de té en el medio, y sentada detrás de él estaba una anciana que vestía túnicas de sacerdotisa, dándole la bienvenida con una sonrisa agradable en su rostro.

-Hola querida, debes ser la joven que Kioshi salvó-, dijo la sacerdotisa. -Por favor, acompáñame a tomar el té, hace un poco de frío afuera, ¿no? Te hará bien.

Kagome hizo su mejor esfuerzo para forzar una sonrisa. No había nada malo o sospechoso sobre la señora hasta ahora, pero socializar no era algo que quisiera hacer en ese momento. Aun así, Kagome nunca fue conocida por ser una persona grosera y eso no cambiaría ahora, especialmente no con la amable anciana que la hospedaba.

-Gracias-, dijo Kagome mientras se sentaba.

-No hay problema. Sabes, no es frecuente que Kioshi traiga chicas a casa, debe haber sentido algo especial en ti.

-No lo conozco.- Kagome sacudió la cabeza, un poco molesta por el comentario. -Y créeme que no hay nada realmente especial en mí. No soy más que una persona común y corriente.

La señora Chie la miró entrecerrando los ojos, como si no creyera ni una sola de las palabras de Kagome. Luego, con cuidado, extendió la mano para tomar la de Kagome.

-No creo que haya nada común en ti, querida, pero me contarás tu historia más tarde. Por ahora solo quiero saber tu nombre.

-Mi nombre es Kagome,- dijo mirando hacia abajo, intentando ocultar toda la tristeza en su corazón, sin éxito alguno.

-Kagome,- repitió su nombre Chie con una sonrisa. -Eres una sacerdotisa, ¿no? Igual que yo.

Kagome no podía decir que estaba sorprendida de que Chie lo descubriera un par de minutos después de conocerla por primera vez. Podía sentir fácilmente los poderes espirituales de la anciana, al igual que estaba segura de que Chie podía sentir los suyos.

-Pues supongo que oficialmente no lo soy -dijo Kagome. -Tampoco soy tan buena en eso.

Ante esto, la sacerdotisa mayor frunció el ceño, miró a Kagome con atención e hizo una mueca que le hizo saber a la mujer más joven que Chie no creía sus palabras.

-¿No eres buena, dices? -preguntó la sacerdotisa. -Lo siento, sé que apenas tuve el placer de conocerte hace unos momentos, pero cualquiera con un poco de talento fue capas de sentir tu fuerte energía en el momento en que entraste al templo... Me impresionó mucho cuando lo sentí. Hay algo muy especial en ti, señorita Kagome.

Kagome no dijo nada, continuó mirando hacia abajo con una cara triste. Lo primero que pensó fue que Chie tal vez sentía lástima por ella, lo segundo fue que tal vez la sacerdotisa quería algo de ella.

-Me han dicho que soy torpe con mis poderes y que no son suficientes para protegerme a mí misma ni a las personas que amo. Me dijeron que mi poder no está a la altura de... el de otras sacerdotisas.

Chie sacudió la cabeza con incredulidad, aparentemente molesta por Kagome.

-Quien te haya dicho esas cosas mintió. Nunca he sentido tanto potencial en alguien... pero está bien si no quieres seguir hablando de eso, querida. Parece que has pasado por mucho y no quiero abrumarte. Solo quería darte la bienvenida a esta aldea y su templo. Por favor, debes saber que eres bienvenida a quedarte todo el tiempo que quieras.

Kagome casi lloró de gratitud por el gesto de amabilidad. Ya podía sentir la calidez hogareña del templo, y ahora más que nunca necesitaba algo así. Antes de que se diera cuenta, Chie se había acercado a ella para darle un pequeño abrazo.


"Sólo me quedaré hasta que mis heridas sanen", se dijo Kagome la primera noche en Getsu.

Había dormido con el pergamino mágico apretado contra su pecho. Todavía no tenía idea de lo que era capaz de hacer el hechizo escrito en su interior, pero la idea de que este sanaría su corazón la reconfortaba. Esa noche estuvo plagada de pesadillas. Imágenes de Inuyasha y Kikyo burlándose de ella, sus amigos abandonándola, Naraku ganando.

Se despertó asustada y sola, pero al menos sabía que estaba lejos de Inuyasha, y al menos por ahora eso era suficiente, pero también era lo que la estaba matando por dentro. A pesar de todo, todavía quería verlo, estar con él y se odiaba tanto por eso. Todo sería mucho más fácil si pudiera ordenarle a su corazón que dejara de amarlo. Nuevamente miró el pergamino en su futón, pero optó por esconderlo debajo de este.

En el templo todos la trataban como a una invitada venerada, le prepararon el desayuno y le calentaron el baño. Una ayudante le regaló cintas para el cabello y Kagome no pudo evitar sonreír genuinamente por primera vez en días. También le dejaron vendas para las heridas de sus piernas y abdomen. Después de curarlas, Kagome decidió salir a explorar un poco.

Después de deambular, encontró los jardines del templo. Allí estaba Chie con un arco y una flecha practicando su puntería, sin embargo tenía una venda que cubría sus ojos, lo que a Kagome le pareció un poco extraño. Una tras otra, disparó una, dos, tres flechas y todas dieron en el blanco. Kagome aplaudió a la anciana sacerdotisa con una sonrisa, haciéndo notar su presencia. La anciana se quitó la venda y le devolvió la sonrisa.

-Eso fue impresionante,- dijo Kagome. -Acertaste cada uno de esos tiros incluso con los ojos cerrados.

-Gracias, querida, y bueno, como puedes ver, soy un poco mayor. Mi vista no es lo que solía ser, así que no puedo confiar demasiado en ella para atinar mi puntería. Necesito confiar ciegamente en mis poderes espirituales, necesito agudizarlos lo suficiente y volverme una con ellos, y de esa manera sé que nunca fallaré.

Kagome se tomó un momento para asimilar las palabras de Chie, y eso le hizo darse cuenta de lo poco en sintonía que estaba realmente con sus poderes espirituales. Claro que sus poderes venían a ayudarla cuando ella o sus amigos estaban en peligro, pero aparte de eso, sabía poco o nada sobre ser una sacerdotisa o su propia conexión con sus poderes espirituales.

Kaede había sido una buena maestra, pero debido a su búsqueda para recolectar los fragmentos de la perla y derrotar a Naraku, había tenido muy poco tiempo para enseñarle realmente a Kagome todo eso. No pudo evitar preguntarse qué hubiera pasado si las cosas hubieran sido diferentes, qué hubiera pasado si ella hubiera sido más poderosa, igual que Kikyo...

-¿En qué estás pensando, niña?- Chie le preguntó mientras se sentaba en el pasto.

-Nada, es solo que… yo también tengo… tenía un arco y una flecha, pero no era tan buena como tú.

Chie suspiró cansada y sacudió la cabeza mientras le hacía una señal a Kagome para que se sentara a su lado. -Sigues diciendo esas cosas sobre ti misma. Que no eres lo suficientemente buena, y todo eso, pero todo eso tiene que parar. No deberías pensar en ti de esa manera, jovencita. Tienes demasiado potencial para pensar así.

Kagome abrió la boca para decirle a Chie que no era solo su opinión, y que otros también pensaban de esa manera, pero pensó que era mejor no discutir esta vez. No serviría de nada de todos modos. Especialmente cuando nada de lo que la sacerdotisa le dijera podría hacerla cambiar de opinión sobre lo que sabía que era la verdad.

-¿Te gustaría intentarlo?- le preguntó Chie, ofreciéndole su arco y flecha. Kagome dudó por un momento. No podía negar que echaba de menos la seguridad de sus flechas, pero ya no se sentía la misma Kagome de antes. Aun así, con dedos cuidadosos agarró el arco y procedió a ponerse de pie.

Respiró profundamente mientras colocaba la flecha en su lugar. Algo no estaba bien, algo se sentía extraño. No estaba segura de si iba a dar en el blanco, pero eso parecía ser la menor de sus preocupaciones en ese momento.

Cuando soltó y disparó la flecha, antes de que pudiera aterrizar en el blanco, está explotó en un remolino púrpura de poder. Hubo silencio después de la explosión y Kagome tuvo que poner una mano sobre su pecho para calmar su corazón que saltaba.

Esto no había sucedido antes, pensó Kagome, nunca había estado tan fuera de tono con sus poderes espirituales, y una vez más, no pudo evitar sentirse como un fracaso.

Estaba respirando profundamente, su rostro rojo de vergüenza. Una vez más quiso desaparecer, estaba a punto de darse la vuelta para disculparse cuando escuchó al molesto Youkai correr hacia los jardines y gritar.

-¿Qué carajo fue eso? -exclamó Kioshi.

Kagome suspiró con fastidio y finalmente se dio la vuelta.

-¿Sigues aquí? -le preguntó enojada.

-¿Tú hiciste eso? ¿Fuiste tú? -le preguntó Kioshi.

Kagome lo ignoró y se giró hacia Chie para devolverle su arco.

-Lo siento Chie -dijo Kagome con una pequeña reverencia, tratando de contener las lágrimas. -Verás, no estaba mintiendo. Te dije que no era buena en esto. Será mejor que me vaya, yo...

-¡No! -dijo Chie poniéndose en el camino. -¿No lo ves? Ese era tu poder, Kagome. -Te está costando mucho controlarlo, aprender a canalizarlo, y puedo ver que eso se debe a algunas emociones turbulentas en tu interior, pero cuando aprendas… -hizo una pausa por un momento tomando aire profundamente, tratando de imaginar la poderosa sacerdotisa en la que podría convertirse la joven frente a ella.

-Nadie será mejor maestra que Chie. -interrumpió Kioshi, y Kagome se tomó un momento para tratar de entender lo que estas personas realmente estaban ofreciendo.

-Tengo control total de mi poder. -dijo la sacerdotisa mayor. -Sé cómo canalizarlo para sanar, cómo convertirlo en arma en batalla y cómo ocultarlo de los demás… pero no tengo ni una gota del poder que tú posees. Cuando aprendas todo esto, nadie podrá detenerte.

Kagome miró al cielo, asustada y confundida. Su vida acababa de ser destrozada por Inuyasha y Kikyo, había pensado que no le quedaba nada aquí en Sengoku. Pero tal vez ese no era el caso en absoluto. Tal vez todavía tenía una oportunidad de luchar y proteger a los que amaba. Tal vez después de todo, finalmente había encontrado una razón para quedarse.

Ahora miró a Chie, esperanzada y con una pequeña sonrisa.

-¿Me enseñarías? -preguntó finalmente.


Había pasado una semana desde que Kagome había llegado por primera vez al templo y había comenzado su entrenamiento. Por fuera se mantuvo tranquila y calmada. No tenía intenciones de delatar la turbulenta y confusa lucha dentro de ella. Todavía no le había contado demasiado a nadie en el templo sobre sí misma o las circunstancias que la habían llevado allí y aunque se sentía en paz en el templo, no podía evitar sentirse un poco sola y aislada.

Ahora era de noche y podía escuchar la lluvia afuera. Sintiéndose inquieta, decidió salir a caminar por los pasillos y buscar un lugar para observar la lluvia. Con una vela encendida, se sentó en el porche y su mente no pudo evitar pensar en Inuyasha y el resto de sus amigos. ¿Dónde estarían ahora? ¿La extrañaban tanto como ella los extrañaba a ellos? ¿Inuyasha estaba feliz ahora que Kagome se había ido y Kikyo había tomado su lugar? Seguramente sus amigos no habían hecho las cosas fáciles para la nueva pareja, pensó ella con una pequeña sonrisa al imaginarlo.

Antes de que pudiera detenerse más en su propia melancolía, una persona vino a sentarse a su lado. El Youkai rubio le sonrió y sin ninguna invitación de su parte, se acomodó en el suelo.

-Cuidado, pequeña sacerdotisa, -dijo el. -Quizás necesites más horas de lecciones espirituales con Chie, acabas de dejar que un demonio se te acercara sigilosamente.

Kagome no pudo evitar rodar los ojos. ¿Quién se creía que era?

-Estaba distraída, -le contestó . -Además, solo eres tú.

-¿Solo yo? -dijo en tono ofendido. -¡Podría acabar contigo en un abrir y cerrar de ojos, tonta humana!

-¿Sí? -preguntó Kagome, ahora era su turno de burlarse de él. -Bueno, no creo que lo hagas.

-¿Eso es un desafío? -dijo Kioshi, mostrando sus afilados caninos hacia ella.

-Tómatelo como quieras -Kagome agitó una mano hacia él con desdén. -Los hechos son que si realmente quisieras hacerme daño ya lo habrías hecho. No te tengo miedo, eres pura palabrería.

-Tal vez….-dijo Kioshi en voz baja mientras la miraba a los ojos y pasaba una mano por su brazo, provocando un escalofrío recorrer la espalda de Kagome. -Tal vez no he hecho nada porque todavía no he conseguido lo que quiero de ti.

Ante esto, Kagome no pudo evitar soltar una risa mientras apartaba su mano de ella.

-¡En tus sueños! ¡No me toques, demonio de fuego!

Kioshi hizo un sonido molesto mientras sacudía la cabeza, y Kagome podría haber jurado que el Youkai se estaba sonrojando.

-¡Eso no era lo que quería decir! No me refería a eso, sacerdotisa!

Kagome siguió riendo, y a pesar de sus terribles circunstancias estaba agradecida con el demonio por hacerla reír por primera vez desde su pelea con Inuyasha.

-Quise decir, -dijo Kioshi una vez que la risa de Kagome se había calmado un poco. -Lo que quiero de ti, pequeña sacerdotisa, son respuestas.

-¿Respuestas? -preguntó Kagome, confundida.

-No ocultaré el hecho de que soy un demonio muy curioso, así que sígueme la corriente. No todos los días encuentro a una poderosa sacerdotisa al borde de la muerte, vistiendo la ropa más extraña que he visto en mi vida, sosteniendo un pergamino que elude una magia poderosa. Creo que tu historia es interesante.

Ante esto, el humor de Kagome cambió. Su historia no era algo de lo que quisiera hablar. Demasiadas cosas todavía la atormentaban, ¿y él siquiera le creería si le dijera la verdad? ¿Creería que ella no era de este tiempo, que era la reencarnación de una sacerdotisa aún más poderosa y que había traído de vuelta y luego destrozado la joya de Shikon? Era mucho, pero de nuevo, Kioshi le había salvado la vida, al menos le debía la verdad, ¿verdad?

-Si te dijera la verdad -dijo Kagome en un suave susurro mirando hacia abajo-. No espero que me creas.

Kioshi arqueó una ceja con curiosidad, pensando por un momento en lo que posiblemente podría decirle que fuera tan increíble.

-Pruébame, pequeña sacerdotisa -dijo, inclinándose hacia ella una vez más.

-Te lo diré -dijo Kagome-. Creo que mereces conocer a la persona cuya vida salvaste, pero yo también quiero algo.

-No tientes a la suerte, humana. Tú misma lo dijiste… Te salvé la vida, ¿qué más podrías querer?

-Tú, -comenzó Kagome con voz firme pero amigable. -También me contarás tu historia, creo que es un trato justo, y tú irás primero. Quiero saber por qué un demonio vive en este templo, en este pueblo. La mayoría de los humanos temen a los demonios, pero aquí nadie te teme a ti.

Kioshi se rió entre dientes, sintiéndose incapaz de negar la petición de Kagome. Ninguno de los dos dijo nada durante un rato, solo se oían las gotas de lluvia cayendo sobre los tejados, así como los truenos a lo lejos. Si hubiera sido otra persona la que lo preguntó, Kioshi probablemente se habría guardado sus secretos para sí mismo, pero pronto se dio cuenta de que se había sentido extrañamente atraído por Kagome desde el momento en que la había encontrado por primera vez. Algo en la chica lo obligaba a hacer lo que ella decía, especialmente ahora que la había oído reír y la había visto sonreírle.

-Mi historia con este pueblo comenzó hace casi doscientos años, antes de que se hubiera construido la primera casa en estas tierras -dijo el Youkai mientras miraba fijamente la lluvia distante. -Yo no era un Youkai poderoso como lo soy hoy. Era solo un niño y mi especie no acepta bien la debilidad, así que incluso cuando era joven no era bienvenido con los míos. En fin, la amabilidad no es uno de los puntos fuertes de mi especie, así que fue difícil para mí.

Kagome se encontró escuchando la historia atentamente, con curiosidad. En realidad no había esperado que Kioshi le contara verdaderamente sobre su pasado. Podía recordar lo difícil que había sido para Inuyasha finalmente abrirse a ella y contarle algunos aspectos de su pasado, y aun así todavía no tenía una imagen completa de él. Y ahora este extraño demonio que acababa de conocer estaba teniendo una conversación honesta con ella.

-Encontré la verdadera amistad por primera vez con dos humanos, un niño y una niña. Parecían de mi edad y me trataron bien desde el principio. Sus nombres no son importantes, pero en ese entonces, significábamos el mundo los unos para los otros. Eran mis únicos amigos cuando mi propia especie me había dado la espalda. Todo estaba bien, pero como ya sabrás, los humanos envejecen más rápido que los demonios. Con el tiempo, el niño y la niña humanos crecieron y se enamoraron y yo todavía parecía un niño. Sin embargo, eso no les importaba, seguíamos siendo amigos, pero ya no sentía que encajara tanto. Un día, después de ayudarlos a construir su hogar en lo que luego se convertiría en esta aldea, simplemente me fui. Desaparecí sin explicación, quería volverme más fuerte y más poderoso, así que regresé con los Youkai para entrenar.

-Solo volví con ellos una vez que pensé que era lo suficientemente fuerte. Entonces me había vuelto más alto y quería que mis amigos me vieran. Cuando regresé, descubrí que había algunas casas más alrededor de la de ellos, y cuando pregunté por mis amigos, no pude encontrarlos... resulta que habían muerto hace mucho tiempo, y fueron sus nietos quienes me saludaron. Solo sabían de mí porque mis amigos nunca dejaron de contarles historias sobre mí, y nunca llegué a despedirme. Desde ese día juré proteger a sus descendientes. Ayudé a que esta aldea se convirtiera en lo que es hoy, y la convertí en mi hogar... y si te lo preguntas, sí, Chie es la tataranieta de mis primeros amigos, por eso es que yo la ayudo tanto.

Kagome no sabía qué decir. Ella estaba agradecida de que Kioshi hubiera sido honesto con ella, y aún más agradecida de poder conocerlo mejor. Después de todo, ella necesitaba un amigo ahora, más de lo que nunca lo había necesitado en su vida. Estaba a punto de hablar, de decirle que admiraba la forma noble en la que había decidido vivir su vida, pero entonces él habló una vez más.

-Ella se está muriendo. -dijo en un tono sombrío y Kagome jadeó de sorpresa. -Y no me refiero a la vejez, ella está... ha estado enferma por un tiempo. Ella es la última de su linaje. Desde que era una niña había querido ser sacerdotisa. Nació con los poderes, así que le construí este templo, y su último deseo, su última petición para mí que fuera a buscarle una sacerdotisa para entrenar.

-... Y es por eso que me salvaste. -dijo Kagome después de un momento de comprensión. Ella respiró profundamente cuando sus palabras... su historia se asentaron. -Kioshi, yo no puedo ser el reemplazo de Chie. Tengo un hogar, no sé cuánto tiempo puedo quedarme aquí.

-Nadie te está pidiendo que te quedes o que seas el reemplazo de nadie. Todo lo que quería ella era alguien a quien guiar. Nunca tuvo hijos, quería alguien a quien transmitirle su conocimiento. Eso es todo.

Lo dijo con tanta honestidad que a Kagome le costó mucho no creerle. Estaba harta de estar a la sombra de alguien... de ser el reemplazo. Y tal vez después de que terminara de contarle su historia, él también lo entendería.

Ella le contó todo después de eso. No le importó en lo más mínimo si él pensaba que estaba loca. Le contó sobre su hogar, quinientos años en el futuro. Le contó sobre el pozo que conectaba las épocas y sobre la perla de shikon. Tratando de contener las lágrimas, le contó sobre Inuyasha y Kikyo. Con una sonrisa melancólica, le contó sobre Shippo, Sango y Miroku. Susurrando, casi temiendo decir el nombre en voz alta, le contó sobre Naraku, sus encarnaciones y todas las atrocidades que estos habían cometido.

La vela que había encendido cuando había salido de su habitación casi se había quemado hasta el final de la mecha cuando terminó su historia con la gran discusión que había tenido con Inuyasha, la cual había acabado separándola de su grupo. Después de que terminó, no fue difícil para Kioshi entender una dolorosa verdad sobre el corazón de Kagome.

-Estás enamorada de él, ¿no? -le preguntó Kioshi. -Del mitad demonio Inuyasha.

Fue entonces cuando Kagome rompió a llorar, y esa fue toda la confirmación que Kioshi necesitaba.


Habían pasado un par de días desde la noche en que Kagome y Kioshi se habían hecho amigos, y desde que eso sucedió se había vuelto cada vez más difícil para el Youkai ignorar a la chica humana que lloraba hasta quedarse dormida todas las noches.

Una mañana había entrado a su habitación sin previo aviso, después de escucharla llorar toda la noche. Estaba a punto de darle una charla motivadora. Debería olvidarse del Hanyou y conocer gente nueva en su lugar, le diría el. Tal vez debería quedarse en la aldea para siempre, de esa manera nunca tendría que volver a ver a Inuyasha. Cualquier cosa para hacer que dejara de llorar, pero se detuvo cuando vio a la chica sosteniendo el mismo pergamino mágico que había tenido cuando la encontró por primera vez.

-¿Qué es ese pergamino, Kagome? -le preguntó de inmediato. Tenía una sensación extraña al respecto ya que podía sentir la magia que provenía de él.

Kagome sostenía el pergamino mientras lloraba. Entre sollozos había podido contarle a Kioshi sobre la noche inquieta llena de pesadillas que había tenido y cómo pensaba que la única forma de ser feliz una vez más era usar el pergamino.

-No sabes qué tipo de magia es esa, ¿quién te lo dio? -le preguntó Kioshi una vez que se calmó. Se arrodilló a su lado haciendo todo lo posible por consolar a la sacerdotisa.

-¿Eso siquiera importa? Solo quiero que mi corazón deje de doler, no me importa nada más… Necesito estar completa una vez más o no podré seguir adelante.

Aún con un mal presentimiento al respecto, Kioshi tomó el pergamino con sus manos para examinarlo. En él estaban escritas unas instrucciones en un antiguo idioma Youkai que Kagome no habría sido capaz de entender.

-Esto es un hechizo-dijo Kioshi. -Dice que debe ser realizado por dos personas, y que sus efectos durarán un año, por lo que antes de que los efectos desaparezcan el hechizo debe ser lanzado nuevamente.

Débil después de llorar tanto, Kagome apoyó su cabeza en el hombro de Kioshi, sabiendo muy bien que lo que estaba a punto de pedirle podría ser demasiado.

-¿Me ayudarías a lanzarlo? Por favor…

-Kagome, no creo que sea una buena idea.- Dijo Kioshi suavemente contra su cabello.

-Hoy es mi cumpleaños,- dijo Kagome con una voz tranquila y suave. -Es el aniversario de la primera vez que viaje a través del pozo y conocí a Inuyasha… Necesito esto, Kioshi. Por favor, ayúdame.

-Pequeña sacerdotisa, no creo que necesites este hechizo para volver a sentir felicidad. Creo que con el tiempo, tu corazón se curará solo, solo tienes que ser paciente.

Kagome negó con la cabeza mientras se ponía de pie, llevándose el pergamino con ella.

-Sabía que no lo entenderías. No te preocupes, si no lo haces, le pediré ayuda a Chie.

-No te atrevas -dijo Kioshi levantándose también, interponiéndose entre Kagome y la puerta.

-¡Quítate de mi camino! -Kagome alzó la voz.

-¡Dame ese pergamino, niña terca! ¡Lo haré!

Kagome se sorprendió por sus palabras y lo miró boquiabierta.

-¿En serio? ¿Me ayudarás?

-Si eso te hace feliz, sí lo haré, dámelo. -Suspiró derrotado mientras tomaba el pergamino e inmediatamente pudo sentir la magia chisporroteando de él, cantando, rogando ser liberada. De nuevo, no pudo evitar pensar que esto era una mala idea.

-Se necesitan dos personas para lanzar este hechizo, así que me ayudarás, y tendrías que hacerlo de nuevo el próximo año para que los efectos continúen, ¿entiendes? Y déjame decirte algo, te estoy ayudando hoy, pero la próxima vez, la persona extra que haga esto no seré yo, ¿te quedó claro? -le dijo y Kagome asintió con una sonrisa de agradecimiento en su rostro.

-¡Gracias, Kioshi! ¡Muchas, muchas gracias!

-Bueno, -dijo el Youkai mientras abría el pergamino. -Aquí vamos. Feliz cumpleaños Kagome Higurashi, en unos minutos todo tu dolor desaparecerá.


Kagome gritó de dolor cuando una luz violeta se tragó el mundo a su alrededor después de completar el hechizo. Por un momento, pensó que se estaba muriendo. Le estaban arrancando el corazón del pecho, o eso sentía. Voces macabras cantaban a su alrededor, burlándose de ella.

Kioshi tenía razón, esto había sido un error. El mayor error de su vida.

La luz violeta la estaba cegando, sintió que entraba en su cuerpo y echaba raíces en su pecho. ¿Qué había hecho? Su mente se estaba desvaneciendo, el dolor era demasiado. A esto, no sobreviviría. ¿Cómo podría alguien sobrevivir a tanto dolor?

Y de un momento para otro, todo el dolor desapareció. Se encontró rodeada de oscuridad, pero no estaba asustada, y mientras cerraba sus ojos y sentía una pequeña ilusión de paz y dejó que la oscuridad se la tragara completa. Ksgome Higurashi y todos sus recuerdos se desvanecían poco a poco...Y luego, ya no más ella misma. Era Kaiya, una chica huérfana, normal, nacida en el sengoku. Era una chica quien gracias a un milagro había escapado de la destrucción de su hogar. Era la sacerdotisa de la aldea Getsu, y su corazón no le pertenecía a nadie.