II. REUNIÓN
—¡Que vivan siempre felices! ¡Salud!
Axel sonríe, la maestra frente a él le devuelve la sonrisa y brinda con los compañeros que se han sentado junto a ella. Es una ocasión especial, pero bastan los minutos entre copa y copa para que deje de serlo. El olor a alcohol y sudor terminan por agotar los ánimos del joven hombre y se limita a beber y oír, aunque por dentro desea irse. La celebración por el matrimonio de una de las maestras se convierte en otra típica salida a beber con los compañeros de trabajo, corriente, casi desagradable. Los profesores son muy efusivos cuando tienen que quitarse sus facetas de seriedad y rectitud.
No los culpa, simplemente no se siente cómodo entre tanto caos etílico.
Saborea la sensación tórrida en su lengua y recuerda cómo tuvo que aprender a manejar las reuniones después del trabajo. Aunque deseaba volver a casa, si su jefe insinuaba que quería beber, su excusa e inasistencia serían tomadas como una falta de respeto, tampoco busca aquello.
Él no solía organizar las salidas en la asociación, a veces dudaba de estar haciendo mal al no hacerlo, pero teniendo en cuenta que era un trabajo muy pesado, prefería que cada uno organizara o buscara sus propios métodos de socialización y relajación después del trabajo. Reservaba las salidas para ocasiones especiales, generalmente siempre asignando la tarea a alguien más. Su panorama fue otro cuando el nuevo programa de reclutamiento lo ubicó como supervisor en Raimon y tuvo que ser parte del cuerpo de docentes. Era una experiencia nueva, muy lejos de su rutina, pero está acostumbrado a no depender de su zona de confort. Sin embargo, al ver su pequeño espacio entre los docentes se llenó de dudas. La sala no supondría un problema al tener que asistir solo tres días por semana, es el ambiente alborotado entre los maestros lo que le hizo dudar. En cinco años, la privacidad al trabajar en el Sector Quinto y al ejercer su supuesto como presidente en la asociación de fútbol era casi hermética; acostumbrarse a trabajar entre risas, bromas y regaños sería un problema cuando volviera al silencio de su propia oficina. La sentiría, le ha ocurrido antes.
Axel despega la mirada del hielo en su vaso y al desviarla se percata de una escena interesante: Celia riendo y hablando con el nuevo profesor de matemáticas. La ve tan risueña que siente un poco de envidia.
—Al menos uno de los dos se está divirtiendo —murmura contra el cristal en sus labios. El maestro de biología está lo suficientemente ebrio como para creer que su hombro es una almohada y sus intentos por alejarse no han funcionado. Agradece casi con adoración cuando uno de los docentes le quita el peso de encima.
La celebración termina después de dos horas. El profesor más ebrio no parece querer regresar a casa y forma un grupo para seguir bebiendo en otro bar. Celia rechaza la invitación y se apresura a correr al lado de su antiguo superior de secundaria; por su expresión, Axel sospecha de que algo la preocupa.
—Blaze, ¿pudiste enviar todos los portafolios?
—No, tengo que regresar por ellos.
—Te acompaño, olvidé un libro en el salón del club.
Ambos se suben al auto de él y se limitan a hablar de papeleo. Siempre es así, siempre hablan de trabajo, nunca de otra cosa. Al ex delantero resulta irritante, pero no tienen otras cosas de qué hablar. Cuando llegan al salón del club, el cansancio cae de lleno en sus cuerpos al ver la cantidad de informes sin hacer debido a la salida. La maestra se queja en voz alta:
—¡Estoy muy muerta!
— ¿Se puede estar más o menos muerto? —Es un pensamiento tonto pero automático, verla tirarse en el sofá del salón y gemir de cansancio no es usual. Son contadas las ocasiones en las que Celia se muestra frustrada delante de él.
—¡Ha sido un día muy cargado! Ya quiero llegar a casa, la fiesta se extendió demasiado, la sentí eterna.
—Pero te divertiste, el nuevo profesor parece agradable —Axel opina con sinceridad. Celia aprieta los labios y lo ve con una expresión agotada.
—¿Eso crees? No sabía cómo alejarme de él.
El supervisor de Raimon abre los ojos un poco más de lo normal, la ve con curiosidad pura. No puede creer lo que oye, no después de lo que vio. Piensa que quizá está siendo sarcástica, pero la ve tan cohibida que aparta la idea.
—¿No querías hablar con él?
—¡Pero si no hablaba nada! Tampoco me dejaba sola, fue muy incómodo. Me agradó al inicio, pero es muy tímido, supongo que por eso se pegó a mí como un cangrejo a las rocas.
—Los cangrejos no son los que se pegan a las rocas.
—¿Cuáles eran? ¿Los pulpos? —Celia parece confundida, aunque no está ebria, el alcohol solía atontarla—. No importa, por fin terminó. ¿Por qué tan tímido? Siempre son tímidos. El último en su especie fue Mark, con él se podía tener muchos tipos de conversaciones, sus ocurrencias eran únicas. Me gustaba estar con él, era muy divertido; el profesor apenas me decía algo.
—Pero te encanta hablar —antes de darse cuenta, ya lo ha dicho en voz alta. Los nervios tensan sus músculos de su cuello, sus palabras podían tomarse como groseras y verla con los ojos clavados en él aumenta su tensión.
Pero Celia está un poco mareada y su rostro, en lugar de enojado, parece el de no entender lo que ha oído. Le causa gracia verla así.
—¿Cómo? ¿Qué has dicho?
—Que te encanta hablar, Hills —repite, arqueando una ceja por la obviedad de sus palabras. Sabe que no está diciendo mentiras y no tiene sentido sentir culpa.
—Oh... estas exagerando.
— ¿Nunca escuchó que Max la llamaba cotorra? —Axel se confunde, era imposible que a esas alturas Celia fuera inconsciente de su «pequeña» característica. Ella hablaba, a veces sin necesidad, y su voz era estruendosa cuando estaba feliz. Willy le insistía en cambiar ese hábito, por lo visto no había entendido o lo había ignorado.
Conociéndola, tuvieron que ser ambas cosas
—Solo pensé que te habías divertido —Axel no da más explicaciones, no se encuentra con ánimos para hablar, ella puede notarlo en su manera escueta de responder y evitar su mirada.
—No puedo decir lo mismo cuando te veo, ¿no querías estar allí?
—No en realidad.
La joven profesora mira su reloj de pulsera unos momentos antes de regresar su vista a él.
—Es viernes y apenas son las diez, quizás podamos hacer algo que disfrutes. ¿Tienes planes?
—Sí.
—No creo que llegar a casa, ponerte el pijama y escuchar un podcast hasta quedarte dormido sea un plan.
Axel frunce el ceño, era exactamente lo que pensaba hacer.
—¿No quieres que salgamos para compensar tu mala noche? ¡Vamos, yo invito!
Aunque la invitación es dada de buena manera y Celia se ve ilusionada, sabe que ella se encuentra igual de cansada que él, incluso mañana tendrían que estar presentes en el entrenamiento de control. No tiene caso aceptar algo que ambos no quieren hacer en realidad.
—Deberías irte a casa —es todo lo que dice antes de tomar los últimos portafolios.
Celia parece sorprendida por su respuesta, pero asiente, sonríe con suavidad mientras toma su bolso.
—No eres nada divertido.
Axel siente como si un resorte se expandiera en todo su cuerpo, apenas responde a su despedida. Acaba de recibir información que no necesitaba saber:
Los tipos como él no les gustan a las chicas como Celia.
