IX. FOTOGRAFÍA
—¿Te puedo preguntar algo?
Celia se plantó decidida delante del escritorio en donde Axel estaba leyendo un informe. No es usual verla con el ceño fruncido ni con las manos detrás de la espalda, y por su expresión, parece querer preguntarle algo bastante delicado.
—Requiero tu opinión sincera, por favor.
Insiste. Axel deja el documento y la mira a los ojos, comenzaba a inquietarse. Sin embargo, ha pasado tanto tiempo con ella que, con oírla hablar en ese tono educado, sabe que solo puede significar una cosa:
Es una reverenda tontería lo que está a punto de decir.
De todas formas, quiere oírla.
—Mi opinión siempre es sincera.
Celia lo mira como si quisiera gritar. Axel se tensa por completo al verla así, pero cuando ella retira las manos de detrás de la espalda y extiende su puño hacia él, directo a su rostro, la reacción del presidente es inmediata y tira su cuerpo hacia atrás para evitar el golpe, sin embargo, Celia ha detenido su mano en el aire, gira la muñeca para mostrar su palma y un pequeño cuadrado blanco estaba el centro de ésta, Axel lo toma como si fuese una bomba a punto de explotar.
Pero, el que va a explotar es él.
—¿Tu foto, Hills?
Esa chica era terriblemente impredecible.
—Sí, mírala y mírala bien.
Axel no entiende la situación y se limita a obedecerla. La fotografía de Celia es simple, se trata de su rostro con una suave sonrisa. No hay nada que pudiera decir, solo es ella.
—No me gusta cómo salí en la foto para mi licencia de conducir, me veo muy rara, ¿o quizás solo soy yo?
—¿Rara? —Axel se concentra más en la foto, la gira, la acerca y la aleja tratando de encontrar la imperfección que Celia ve.
—Le pregunté a mi hermano y me dijo que me veo muy bien, pero él me quiere y nunca me diría que me veo fea.
—Jude nunca te diría que te ves mal.
—Lo sé, porque me quiere. En cambio, tú no me quieres, así que serás más objetivo con tu opinión.
Sin esperarlo, Axel comienza a reírse. Celia se llena de nervios al verlo así.
—¿Por qué te ríes? ¿Me veo mal? Me veo mal, ¿verdad? Lo sabía, no puedo confiar en Jude cuando necesito una opinión sincera…
—No, está bien.
—¡No mientas, por favor!
—Te ves muy bien.
Axel vuelve a mirar la fotografía; nunca se había tomado el tiempo de examinar el rostro de Celia —tampoco tenía motivos para hacerlo— y no le parece que haya cambiado mucho. De las tres antiguas managers del club de fútbol de Raimon, Celia era la única chica que le parecía haber conservado mucho de su apariencia adolescente. Nelly se había convertido en una mujer muy hermosa, cualquiera sería capaz de notarlo; Silvia mantuvo ese rostro tan bonito y amable por igual, pero ya era toda una mujer. Camelia, al igual que Hills, todavía guardaba sus rasgos adolescentes, pero se notaba la madurez en su voz y en su expresión firme pero protectora como enfermera. Celia, a diferencia de todas ellas, no había cambiado tanto para Axel. Para él, la chica a su lado siempre tuvo esos ojos grandes y expresivos, su nariz de botón y una boca absurdamente dulce.
Pero hay un detalle que llama su atención:
—¿De qué color son tus ojos?
La pregunta sale de sus labios sin ser planeada. Axel mantiene la vista en la fotografía, no nota la sonrisa alegre pero avergonzada de Celia, como si hablar de ella misma la emocionara y cohibiera a la vez.
—¿Qué color dirías que son?
—Verdes.
—Frío
—Azules
—¡Nuh-um!
—"Extraños ojos de camaleón" —concluye, excepto que no lo dice.
—Son grises, nadie adivina nunca.
—Ojos grises…
Axel cree firmemente que los ojos grises son el color perfecto para Celia. Cambiaban de color según la iluminación del ambiente, como si tuviera un súper poder de camuflaje, tan fortuito, justo igual que ella. Celia es una chica impredecible y risueña, ya no era tan enérgica como antes, pero mantenía su actitud animada en una alegría calmada, muy diferente a él, estoico por naturaleza.
—¿Te gustan tus ojos, Blaze?
La pregunta de Celia está cargada de curiosidad, sus ojos grises parecen brillar ansiosos por saber la respuesta, y aquello causa en él un extraño cosquilleo en el estómago al sentir que ella lo contemplaba, como si le gustara saber que Celia le estaba prestando toda su atención no por trabajo, sino por deseo.
—¿Mis ojos? Me parece que están bien.
—No, ¿te gustan?
Ojos castaños, oscuros y afilados, una combinación entre su padre y su madre. A veces, cuando prestaba atención a su rostro, le hacía feliz ser capaz de verla a ella, aunque no estuviese allí con él. A pesar de que Julia había heredado el rostro de su madre, Axel había recibido las formas redondeadas de sus ojos. Hace un amago de llevarse los dedos hacia los párpados, de repente ha sentido que esa era la razón por la que su padre solía retirarle la mirada con rapidez cuando era más joven.
—"No es el momento" —Axel se regaña por pensar así, no es el momento de estar melancólico.
Vuelve a concentrarse en la fotografía de la señorita a su lado. No puede dejar de pensar que, sea coincidencia o no, era fácil saber cuando Celia estaba feliz, triste, enojada o asustada, tal como podían cambiar el color sus ojos, pero con él se debía ser adivino; verlo fijamente al rostro para decir cuáles eran sus sentimientos era información que solo las personas más cercanas a él sabían, como si sus ojos negros hablaran por sí solos mientras ocultaban su verdadero yo.
Ahora consideraba tener los ojos oscuros como una ventaja.
—Sí, me gustan —responde por fin —. No sé qué haría si tuviera unos ojos tan exóticos como los de Jude.
Celia comparte su simpatía con una pequeña sonrisa.
—¿Y tu rostro?
—¿Por qué preguntas?
—Ahora tengo curiosidad. ¿Te gusta tu apariencia? Eras realmente popular en la secundaria y eso aumentó en la preparatoria. También eres popular aquí, ¡eres popular en todos lados en realidad! ¿Eres un diez?
—¿Un diez?
—Del uno al diez, ¿cuánto te consideras guapo?
Todo lo que Celia consigue es hacerle negar con la cabeza mientras arruga la nariz con incomodidad. Axel nunca se ha sentido poco agraciado, tampoco se observaba en el espejo todo el tiempo, aprobaba lo que veía. Aunque sabe que parte de su popularidad pasada y actual también venía por ser considerado atractivo, no le prestaba tanta atención a ese tema. La maestra entiende y vuelve a reír, agita la mano para restarle importancia al asunto.
—Olvídalo, pero no pensaría mal de ti si me dijeras que eres un, por ejemplo, un ocho.
—No me gustan los números.
—Vamos, no está mal echarse flores de vez en cuando.
—¿También te has puesto un número?
—No. Nunca lo había pensado en realidad. Ahora me pregunto cuál es el mío.
—Pensé que te habías dado un diez.
—No soy vanidosa —Celia se sonroja de forma repentina y le hace sentir que ha ganado esa conversación—. Ese es un número muy alto, nadie puede encajar allí.
—¿Estás segura?
—¡Muy segura! Nadie llega al diez.
—¿Byron Love es menos que un diez?
Axel siente la satisfacción del triunfo al verla guardar silencio. Regresa a leer su documento y da por terminada esa charla, pero Celia siempre tenía que decir algo, logra hacer que él la mire al aclararse la garganta para llamar su atención.
—¿Me creerías si digo que tu apariencia me gusta más que la de Byron?
Un alumno entra gritando, buscando a la profesora con urgencia y llevándosela de regreso a su aula. Axel se queda con la fotografía, todavía sin entender qué ha visto Celia en él que le gustara tanto como para decir semejante sinsentido.
