Capítulo VI

Mel se encontró sentada en un pequeño diván, con sus manos sobre sus piernas, con las palmas hacia arriba, un símbolo total de rendición. Su mirada estaba liquida y perdida. Ni si quiera había notado el pasar del tiempo o el frío.

Se había dado permiso de estar así solo por esa noche. Esa sería su única noche de luto por su relación. No más de eso.

Con el alba, la luz se coló a su habitación y entonces notó a su madre sentada del otro lado del diván, en silencio. Viendo también hacia ningún lado.

— ¿Desde cuando estás aquí?

La voz de Mel no sonaba a la defensiva como siempre que hablaba con ella. Más bien, sonaba desconcertada, casi esperanzada.

Ambessa permaneció callada, simplemente colocó su mano en el hombro de su hija y le dedicó una mirada conciliadora. Sabía que estaba triste y se limitó a hacerle compañía. Ella misma reconocía que no era la madre más amorosa, pero le dolía ver a su hija sufriendo.

Sabía por qué sufría.

Ella lo había provocado después de todo. Buscaba no solo información, sino separar a su hija de Jayce Talis y poder separar a los científicos. Posteriormente se encargaría de hacer los arreglos necesarios para obtener el resultado adecuado. Así que, romperle el corazón a su hija era un precio pequeño con tal de obtener la carta que llevaría la victoria a noxus y su familia.

— Estas cosas siempre son dolorosas, Mel. Pero el dolor pasará — compartió conciliadora.

Era de las pocas ocasiones en las que Mel podía observar un acto empático de parte de su madre. Aun no podía perdonarla, no obstante, Mel no negó sus palabras.

Sabía que lo que decía era cierto, incluso si en ese momento no lo sentía así. Sabía que, si el corazón de Jayce estaba con Viktor, lo mejor que podía hacer era dejarlo ser feliz. Aunque no podía negar que tenía unas terribles ganas de desaparecer por unos días de la ciudad. Pero no lo haría. No podía ni debía derrumbarse. Eso no era digno de una Medarda. Además, su madre estaba ahí, observándola.

— ¿Quieres que haga algo al respecto con el señor Talis, Mel?

— ¡No! — dijo sintiendo repulsión de su propuesta y quitándole la mano — ¡Aléjate de él!

No permitiría que lastimara a Jayce de ninguna manera, y aun menos por no amarla. El que Jayce no sintiera lo mismo que ella, no era razón para dañarlo.

— Era una broma, Mel. No tocaría al líder del consejo, cuando anhelas tanto ir por el lado diplomático.

— Claro que lo harías. Lo has hecho antes.

— Por nuestra familia— corrigió— Pero en este caso, es innecesario. El señor Talis es más útil con vida y sus huesos sin romper.

Los ojos de Mel pasaron de la tristeza a la ira.

— ¡¿Por qué todo tiene que guiar a la guerra contigo?!

— ¿Quién habla de guerra, Mel? Desde que llegué eres tú la única que grita.

Ambessa sabía que Mel necesitaba a alguien con quien pelear en ese momento, sabía que le haría bien expresar lo que sentía, así que, en un acto de compasión por su hija, permitió esos arrebatos, en especial si ellos guiaban a, tal vez, poder volver a unir a su familia.

— Cierto — admitió molesta y cortante, antes de atreverse a preguntar con una mirada furtiva — ¿Y qué pasó con tu…" acompañante"?

— Lo mandé a casa. Tenía un asunto más importante del cual encargarme. Ya volveré a hacerlo venir.

— ¿Mas importante? — resopló con una risa sarcástica — Ni cuando le propusiste a Jayce el que hiciera armas lo echaste.

— ¿Te contó? — preguntó rayando entre la apatía y la sorpresa.

— Por supuesto que no — se burló Mel, más de sí misma que de su madre — Yo pregunté por ahí.

— El señor Talis no parece del tipo que comparta demasiado, solo con las personas correctas — presionó Ambessa.

Sabía que sus palabras lastimaban a Mel, pero en ese momento, esa pequeña debilidad que Mel se había creado a sí misma, le serviría.

— Si lo compartió con alguien, seguro que sé con quién fue — murmuró Mel con ironía.

Simplemente no estaba de humor para nada ni nadie. Su momento de soledad para vivir su duelo había sido interrumpido por quien menos deseaba que atestiguara su estado.

Ambessa ignoró el ultimo comentario de Mel. Sabía que, si abordaban el tema de Viktor, le pediría alejarse de él. Y lo cierto era que, ella ya tenía planes a seguir que involucraban a ese muchacho.

— Vine a ofrecer mi compañía. Sé que es un momento difícil para ti — reveló, con una voz de terciopelo que evocó ternura y confort.

Por un breve momento, los ojos de Mel reflejaron esperanza y deseos de correr como una niña a llorar al regazo de su madre. Pero se contuvo. Su madre no era así. Esa lección la había aprendido hacía mucho tiempo. No debía creerle. Cualquier acto de bondad que Ambessa pudiera tener con ella, había sido eclipsado desde aquel día en que la había abandonado.

No había forma en que pudiera restaurar su confianza en ella por algo tan simple como una noche de compañía silenciosa y una palmada en el hombro.

— Sí, claro — dijo con sarcasmo — No sabes ni lo que ha pasado — el rencor en su voz era palpable.

— Mel, es difícil no enterarse de lo que sucedió.

— ¡¿Nos espiaste?! — comentó en un tono que sonaba casi de incredulidad.

Ambas se observaron en silencio, por dos razones: una era que las dos sabían que Ambessa espiaría a quien fuera, era una estrategia de la guerra; y la otra que era obvio el por qué se había enterado. Fue Ambessa misma quien enunció esta segunda razón, siendo la más obvia:

— No estaban hablando precisamente en voz baja. Si quieres guardar un secreto, lo peor que puedes hacer es hablar de él, con alguien, Mel — la instruyó.

Mel suspiró. No quería discutir de su fracaso amoroso con su madre, ni mucho menos recibir lecciones de su parte.

Ambessa suspiró y decidió darle una pausa a su hija. Sabía que someterla a esa presión era necesario, no obstante, no era su actividad favorita el lastimarla.

— Haré lo que sea necesario para mantener a nuestra familia a salvo. Así que, no tocaré al señor Talis, descuida — reveló.

Mel por un momento pensó en hablar con ella respecto a lo que Jayce le había comentado de Viktor, pero no se sintió en condiciones de poder siquiera pronunciar su nombre sin ponerse a llorar. Sus lagrimas serían algo que no le permitiría a su madre ver.

La conversación con Jayce, la noche en vela y la charla con su madre eran por sí mismas agotadoras.

La fragilidad que en ese momento sentía era tal, que se limitó a hacer una pequeña mueca.

— Necesito estar sola.

— Sabes donde encontrarme, Mel — dijo poniéndose de pie y yendo a su habitación.

Mientras avanzaba y pasaba junto a su guardia, hizo un asentamiento de cabeza que provocó que su hombre de confianza asintiera también y se retirara.

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Jayce entró como bólido a la habitación, sujetó el hombro de su yo mayor y con más fuerza de la que pensó, le dio un puñetazo en el rostro, tumbándolo al suelo y alejándolo así de Viktor. Estaba por abalanzársele encima para pelear con él en el suelo, notando que estaba por levantarse para contraatacar; pero Viktor lo impidió. Usó su bastón, para empujarlos y separarlos, haciendo que el recién llegado terminara sentado en la cama.

— ¡¿Qué estás haciendo?! — preguntó Jayce alterado. Y por fin comprendiendo que Viktor hablaba en serio cuando decía que no necesitaba su ayuda para defenderse cuando iba a Zaun.

Viktor estaba tosiendo y sujetándose la garganta, en cambio su otro yo intentó gatear hasta donde estaba Viktor, para asegurarse de que estuviera bien.

— Viktor ¿estás bi…? — el mayor no alcanzó a terminar la pregunta, pues, Viktor interrumpió con una pregunta dirigida al Jayce de su mundo.

— ¡¿Qué tu jamás tocas, Jayce?! ¡¿Qué crees que haces?! — preguntó el de ojos dorados, exasperado con la conducta de su compañero.

— ¿Qué que hago yo? ¡Él estaba asfixiándote, Viktor! — dijo señalando a su otro yo con la palma abierta — ¡¿Se supone que debiera permitir que te hiciera daño?!

Soltó tan molesto que apenas y podía respirar. Su rostro estaba rojo, sus aletillas nasales estaban se abrían y cerraban con fuerza acorde a su agitada respiración. Sus cejas gruesas estaban tan torcidas que su cara estaba deformada en una expresión totalmente endiablada. Era una expresión que se equiparaba al aura salvaje que su yo más maduro desprendía.

— No es… no es lo que crees… — dijo Viktor apenas, no porque lo intimidara, sino, por que luego de escucharlo, sintió algo similar a la vergüenza.

Aunque esa vaga explicación, lejos de tranquilizar la situación, solo pareció encender más a Jayce.

— ¡Lo sé! ¡Sí se lo que es! ¡¿por quién me tomas?!

Apenas podía contenderse, su voz flaqueaba y se raspaba en vidrios de ira, casi como un rugido.

— ¿Qué? — solo atino Viktor a preguntar eso, no sabía qué más decir o cómo más reaccionar.

— ¿¡Tú crees que no voy a decir nada si veo que te enredas con cualquiera?! ¡Primero la madre de Mel! ¿¡y ahora él?!

— ¡¿Qué?! — volvió a preguntar.

Era más una reacción de incredulidad que una pregunta. ¡¿En serio Jayce iba ahora a meter el tema de la madre de Mel?! Y más aún, se expresaba de él como si estuviera sucio, como si se dirigiera a un prostituto.

Viktor se sentía indignado por los reclamos de Jayce, pero también, sabía que Jayce estaba hasta cierto punto, en su derecho de reclamar. No por con quién se enredaba él, sexual o amorosamente, sino por haber elegido a alguien con su mismo rostro y que era literalmente él. Así que, aunque su expresión también se mantenía en una mueca endiablada, permaneció en silencio, pensando en cómo abordar la situación.

El otro Jayce permaneció en el suelo, observando la discusión. Le permitió apreciar las cosas desde otro ángulo. Por un lado, notando que Viktor tenía razón, nunca respetó demasiado su espacio personal, recordó que a menudo entraba sin tocar a su espacio y lo había encontrado varias veces sin pantalones, revisando su pierna, incluso él mismo masajeándosela sin siquiera preguntar o pedir permiso.

Y por el otro lado, pensando en la vergüenza que le causaba su antiguo yo. Alguien que siempre cerraba sus ojos a la verdad y que se sentía después con derecho a reclamar cosas que no le correspondían. Aunque ese lado suyo aun seguía existiendo en su interior. No quería que su otro yo ofendiera a Viktor y no lo permitiría si seguía así, pero al mismo tiempo, se sintió un poco fuera de lugar. Sintió que no debía del todo interferir, no aun. En especial porque Viktor tenía razón, él no necesitaba su protección, aunque su cuerpo era un carcelero cruel que limitaba sus acciones, lo cierto era que Viktor sabía defenderse.

El Jayce más joven de repente, pareció caer en cuenta de algo y de la manera más directa y espontanea posible liberó:

— Espera… pero si estás con… ¿acaso tu sientes algo por mí?

Sus ojos destellaron con un brillo de esperanza, mientras se señalaba a sí mismo. ¿Sería esa la oportunidad que deseaba?

Viktor giró los ojos con enfado. Jayce siempre había sido inteligente cuando se trataba de ingeniería, de herrería, de…mujeres…pero siendo el caso ¿por qué ahora se mostraba tan idiota?

Se sobó el puente de la nariz casi a la altura de su entrecejo y apretó sus labios haciendo que casi parecieran una línea horizontal. Debía armarse de paciencia. Respiró profundamente y dijo de la manera más tranquila que pudo:

— A estas alturas es grosero preguntar tales cosas, Jayce. En realidad, soy yo quien necesita saber — dijo tomando y afianzando su agarre sobre su bastón. Estaba ansioso.

Como siempre, con una sola frase, Viktor lograba desarmar a Jayce, siempre golpeando en sus puntos débiles sin piedad. Y ahora, Jayce se sintió desnudo.

— Y-yo… — tartamudeó apenas.

Las palabras no lograba sacarlas de su garganta.

— Si no eres capaz de aceptar algo tan simple, ¿por qué interrumpes? — preguntó esta vez su yo mayor, como echando sal a la herida.

Esa intervención solo hizo rabiar al Jayce más joven.

— ¡Tú no te metas!

— Acabas de golpearme por hacer lo que tu no puedes y que Viktor desea…

Se explicó simple, también, golpeando sus puntos débiles. Se sentía molesto con su antiguo yo. Sin embargo, Viktor lo detuvo en seco con una sola frase:

— Puedo encargarme solo, Jayce — rebatió su ayuda, para después, confrontar al menor de los Jayce — No sé ni por qué tendría que estar discutiendo esto contigo.

Se puso de pie, apoyado en su bastón. Solo quería salir de ahí. Se sentía más expuesto que Jayce, simplemente, no soportaba esa presión, necesitaba poner distancia con esos dos.

El más joven, aun, incapaz de procesar todo, se dejó guiar por su emoción principal de ese momento: la ira.

— Obviamente querías tanto estar con alguien que te da igual hacerlo con cualquiera…

Eso ultimo encendió la ira de Viktor. Así que no avanzó, se quedó de pie dando la espalda a Jayce. Por supuesto, Jayce se arrepintió en el momento que dijo esas palabras, definitivamente, no era lo que quería decir. Mientras, su otro yo llevó su mano a su frente, frustrado de lo estúpido que podía llegar a ser. Viktor dio un cuarto de vuelta, regalando su perfil a Jayce para contestarlo.

— ¡No es cualquiera, literalmente eres tú de otro mundo! — dijo subiendo el volumen de su voz, sin llegar a convertirlo en un grito.

No podía sentirse más expuesto ahora.

— ¡¿Y por qué con otro yo sí?! ¡¿Por qué si me tienes aquí?!

— ¿Qué?

Por tercera vez, Viktor solo atino a soltar esa pregunta monosílaba. La revelación de Jayce era algo que, juzgando su comportamiento de siempre, no vio venir.

— ¡Si querías hacer esto conmigo, ¿por qué no dijiste nada?! ¡¿Como se supone que me enterara?! — estaba molesto, él anhelaba tanto una oportunidad que sí había y Viktor nunca le había mostrado pista alguna.

Viktor sonrió amargamente, su mirada era como de cristal, como los ojos vacíos de una muñeca. Solo había la inercia del cristal.

— Jayce, estás con Mel — dijo escuetamente.

Jayce sintió las palabras y la mirada de Viktor como puñales de hielo. No podía culparlo después de todo. Él nunca jugó las mismas reglas ¿cómo podía esperar que Viktor jugara un en un escenario que ni él mismo se había atrevido a pisar? Sabía que estaba siendo injusto, no obstante, solo no podía evitarlo.

Lo deseaba.

Y ahora estaba consciente de ello.

— Terminé con Mel — reveló finalmente.

Viktor aun no se volteaba por completo, lo más que en ese momento podía seguir ofreciéndole era su perfil. Se sentía abrumado. Solo podía ofrecerle escuchar.

— No había tenido tiempo de decírtelo. Terminé con ella…anoche, de hecho.

— ¿Por qué me dices esto ahora?

Viktor hizo memoria. Eso explicaba por qué había llegado abrazándolo por la espalda. Es decir, Jayce pretendía decirle algo, pero se distrajo viendo las marcas en su cuerpo. En cierto modo, eso le hizo molestar, porque al final, incluso hacía unos minutos atrás, simplemente no decía nada. Hacía como que quería hacer, pero se quedaba quieto.

Jayce bajó la cabeza y dirigió su mirada al castaño, como si estuviera viéndolo desde un ángulo bajo, observó a Viktor con deseo. Sus ojos brillaron y sus pupilas se dilataron. Prácticamente rogando que Viktor comprendiera lo que trataba de decir y hacer. No era fácil para él simplemente admitir que todo ese tiempo había estado enamorado de él y no lo había notado. Ni el mismo terminaba de asentar la información de por qué volcó su afecto a Mel, si evidentemente, a quien deseaba era a su compañero.

— ¿Si lo digo… tendría una oportunidad?

Aunque Viktor no habló, fueron sutiles sus señales las que hablaron por él. Un pequeño movimiento en su cabeza. la forma en la que había entrecerrado los ojos y entreabierto la boca, lo que ambos Jayce interpretaron como positivo.

El Jayce mayor, se puso de pie. Se dirigió a la puerta y la cerró con seguro. El pequeño chasquido de la puerta al ser asegurada llamó la atención de los más jóvenes, quienes curiosos, alzaron una ceja cada uno, de manera muy sincronizada, tal que a Jayce le evocó algo de gracia. Así que así se veían él y Viktor a ojos de los demás. Con razón Caitlyn le había hecho un par comentarios alguna vez. Siempre sincronizados, siempre unidos, siempre con una tensión sexual latente, casi aromática, una textura cremosa que aun sin tocarse electrificaba sus pieles.

El mayor, volvió a abrazar por detrás a Viktor, después, observó a su yo más joven. En esta ocasión, su mirada no conllevaba un desafío, más bien, era una invitación. La tensión era diferente. El aura del lugar cambió completamente. Le extendió una mano a su otro yo, mientras besaba el hombro de Viktor.

A los tres se les erizó el vello de la nuca. De pronto, sus cuerpos se habían vuelto hipersensibles a las reacciones fisiológicas de los demás.

Jayce sintió el cuerpo de Viktor estremecerse positivamente. Desde antes que llegara su otro yo, Viktor ya estaba algo excitado por su actividad, así que en su cuerpo aun había ese deseo.

El Jayce más joven, dio unos pasos tímidos pero anhelantes hacia adelante. Observó los ojos de Viktor, sus pupilas estaban enormes, su mirada era diferente de la de siempre. Incluso antes de tocarlo, lo veía suspirar, casi podía ver su aliento, o eso sentía.

Se aventuró en acariciar su mejilla con sus dedos, con nerviosismo, ambos ladearon sus cabezas y por primera vez, sus labios se tocaron. Una corriente eléctrica, recorrió sus cuerpos. El de Viktor comenzó a temblar.

Por el frente, el Jayce más joven, sostuvo el rostro de Viktor entre sus manos, como si quisiera impedir que se alejara. Desde atrás, el Jayce mayor, empezó a desabrochar la corbata y los botones de Viktor, mientras tallaba su entrepierna en los glúteos del castaño, haciéndolo sentir su dureza.

Ambos Jayce pudieron sentir el cuerpo entre sus manos temblar, lo estaban sobreestimulando. Viktor nunca había sido de mucho tacto, así que sentir su cuerpo siendo tocado en tantas zonas al mismo tiempo, sin duda, saturaba sus sentidos.

Los cuerpos de ambos Jayce desprendían un aroma igual y al mismo tiempo diferente, como vinos con diferente fecha de reposo.

El Jayce más joven, dejó respirar a Viktor por mínimos 3 segundos antes de volver a tomar su boca. Mientras la ropa de Viktor era desprendida hábilmente por las manos del mayor, quien se encargaba quitarle con parsimonia las estorbosas telas.

Viktor pudo sentir unas manos en su cintura, pero no supo decir a cuál de los dos Jayce pertenecían. Ahora, las cuatro manos se paseaban por todo su torso y cadera. Un par de manos trataban de quitarle la faja ortopédica y el otro par estaban desabrochando sus pantalones.

Por fin pudo saber qué par de manos pertenecían a quién. Las manos del Jayce de su mundo, después de arrebatarle la faja, se habían concentrado en masajear sus pezones con suaves movimientos pertenecientes a una persona experimentada.

Sintió un camino de besos ir bajando desde sus hombros, por toda su espalda, su cintura. Sin duda, el Jayce viajero se había puesto de rodillas. Sentía sus manos desabrochar con pericia la férula de su pierna, quitándosela con cuidado y poco a poco, hacer que sus pantalones descendieran.

Viktor paseó sus manos por el cuello de Jayce y le bajó la chaqueta con una suavidad y sensualidad desesperantes, pero no podía evitarlo. Sintió los labios del otro Jayce besar y succionar en aquellos montículos de carne que iniciaban al terminar su espalda baja. Ocasionalmente sentía los dientes repartir pequeñas mordidas estimulantes. En tanto, Viktor se centraba en desprender al Jayce de su mundo de cuanta prenda podía.

El Jayce más joven acercó más el cuerpo de Viktor y rodeó su cintura con uno de sus brazos, intentando aliviar algo del peso que su compañero podría sentir caer sobre su pierna.

El Jayce mayor hundió su rostro entre las piernas de Viktor, quería dejarle marcas en la cara interna de los muslos.

Las piernas de Viktor comenzaron a flaquear, no podía resistir su peso y no por que su pierna no pudiera, más bien, porque las atenciones de ambos Jayce interrumpían toda sinapsis que lo hiciera sostenerse y pensar coherente. En ese momento, su cuerpo no era más que un centro completo y receptivo de placer.

El Jayce de otro mundo, colocó sus manos de tal manera en las que sirvieron de apoyo en las posaderas de Viktor, mientras las separaba con un objetivo. Por supuesto, se dio tiempo de poder apreciar con su mirada cada rincón del castaño. No solo había visto los risos en el vello púbico de Viktor, sino también un lunar de apetitosa locación, justo en uno de sus glúteos, si los separaba, podía ver aquella marca ahí, decorando cerca de su entrada. Le excitó la idea de saber que ni el mismo Viktor podría ver ese lunar suyo, de momento, solo él conocía su ubicación y le daba una sensación de orgullo.

Hundió su nariz y su lengua. buscando alcanzar aquel lunar y el orificio que había visitado con tanta frecuencia esa noche y esa mañana. Viktor en acto reflejo, dejó caer su peso y subió sus piernas para rodear la cintura del otro Jayce. Mientras, el viajero sentía el sofoco que evocaba tener sus vías respiratorias cubiertas por la carne de Viktor. Una sensación por demás excitante.

Cuando la mayor parte del peso de Viktor estuvo en su compañero, el viajero se alejó por unos momentos y volvió con otra corte de la penca de aquella resbalosa planta. Le dio un trozo a su otro yo, uno más a Viktor y otro se lo quedó para sí mismo. Se untó en todos sus dedos más del gel e introdujo dos en la entrada de Viktor, preparándolo para lo que se avecinaba.

Viktor masturbaba su miembro junto el del Jayce más joven, mientras su cuerpo daba espasmos y liberaba liquido preseminal.

El Jayce más joven también se sintió sobreestimulado, el cuerpo de Viktor era tan delicioso, cada roce liberaba en él una serie de reacciones en cadena.

El viajero observó el cuerpo de Viktor enredado en el de su yo más joven y lo que hizo fue subirse a la cama para sentarse, arrebató el rostro de Viktor de la boca de su otro yo más joven, para él mismo besarlo, mientras observaba competitivamente a su yo joven.

El rostro Viktor estaba enrojecido y siguió masturbando su miembro y el de Jayce con sus manos. Por inercia para no alejar a Viktor de sí mismo, el más joven avanzó. El mayor no daba tregua, siguió jugueteando con la entrada del castaño, girando sus dedos, metiéndolos y sacándolos. Humectando su entrada para facilitar el acceso a ella.

— Lo pensaste muy bien — dijo el mayor entre besos, llamando la atención de los más jóvenes — Hablo de esa planta.

Viktor volteó a verla y luego al Jayce de su época quien ahora pasaba por varias tonalidades de rojo. Esa planta en la habitación era un símbolo de esperanza para él, una esperanza que realmente no admitía para sí mismo. La había colocado ahí a propósito, ciertamente. Saberse descubierto era un poco vergonzoso.

Viktor sonrió.

En Zaun era bien conocida esa planta. Tenía varias funciones y había varias de ellas en los burdeles.

— En Zaun la usan como… lu…bricante y antisép…tico natural— lograba apenas explicar entre los besos de Jayce, sintiendo aun sus dedos moverse — Además… tiene… funciones anestésicas.

Escuchar la voz de Viktor entrecortada mientras compartía sus conocimientos era sin duda una experiencia que a ambos Jayce les gustaría repetir en otra ocasión, cada uno a solas con él. Por un momento, ambos pensaron que no les importaría tener a Viktor instruyéndolos con un fuete en la mano.

De a poco, el mayor fue haciendo que Viktor y su otro yo fueran trepándose a la cama, donde él terminó recargando su espalda en la pared, teniendo a Viktor sentado entre sus piernas, recargado en él mientras lo besaba. Su otro yo estaba recostado, atendiendo con su boca el miembro erecto de Viktor, mientras se masturbaba.

— Jayce…

Los suspiros que Viktor comenzó a soltar, junto a los sonidos húmedos y cremosos eran un manjar auditivo. Parecía ser que su yo joven, no era tan iletrado en darle placer a un hombre. Se preguntó por qué por unos momentos, y luego recordó su relación con Mel. Ciertamente, recordaba la astuta manera de mover la boca que ella tenía, eso le dio el antecedente para elegir los mejores puntos para Viktor. Por supuesto, eso era algo que jamás le mencionaría al castaño.

El Jayce más joven, observaba el rostro de Viktor, quien apenas y podía resistir tanto placer, lo usaba como guía, al igual que los espasmos involuntarios para saber cuales eran los puntos que satisfacían más al de ojos dorados.

El mayor no pudo resistir más, Viktor estaba haciendo más sonidos que antes, así que no quería quedarse atrás. Sujetó la cadera de Viktor para insertar su miembro en él, sintiendo el estremecimiento al meterse de lleno y escuchando la voz sin aliento. El Jayce menor, sintió el miembro de Viktor adentrarse más profundo en su boca con ese movimiento que había hecho su otro yo.

Viktor era incapaz de formar alguna oración coherente, más allá del nombre de Jayce. Simplemente comenzó a mover su cadera a un ritmo que le complacía y que, a su vez, excitaba a ambos Jayce.

La sensación del miembro de Jayce entrando y saliendo se superponía con la sensación en su propio miembro al entrar y salir de la calidad humeda de boca del otro Jayce que se adhería a su piel. Su cuerpo tembló, sin embargo, ni el Jayce mayor ni el menor lo dejaron terminar. El mayor extrajo el miembro de su entrada y el menor alejó su boca.

Viktor gruñó molesto, mordiéndose el labio y girando su un mechón de su cabello entre sus dedos.

Esa inconformidad que mostró fue suficiente para que ambos Jayce reanudaran el objetivo de darle placer. Por supuesto, por sí mismos tenían una pequeña batalla personal. Ambos deseaban saber con cuál de los dos, Viktor sentiría mayor placer. Era estúpido y lo sabían, pero no podían evitarlo.

El Jayce menor levantó las piernas de aquel hombre de hermosos ojos dorados y las abrió más, haciéndose espacio.

— ¿Estás listo? — dijo, conectando su mirada hazel con la dorada de Viktor.

Las pupilas de ambos se dilataron aún más si es que era posible, esa sería la primera vez que se fusionarían. No Jayce con otra persona, ni Viktor con otro Jayce, sería la primera vez que ambos hombres del mismo mundo se unirían.

Jayce estaba nervioso, pero, aun así, con resolución, ingresó en la confortable entrada de Viktor con sumo cuidado.

Ambos suspiraron.

Los movimientos envoltorios no se hicieron esperar, moviendo sus caderas en un vaivén.

Viktor sintió las manos del otro Jayce recorrer su cuerpo y besar sus hombros y espalda. Lo tocaba en tantas zonas que él mismo desconocía, podían generarle esas descargas de placer. Las sensaciones eran deliciosas, pero aun sentía que algo faltaba.

Viktor terminó por sujetar las manos del viajero y colocarlas en su propio cuello, justo como lo que el Jayce de su mundo había interrumpido antes de iniciar.

Aquella sensación de sofoco resultó tal como Jayce le había comentado. El ritmo de sus cuerpos aumentó en un frenesí sincronizado. Y al cabo de varios minutos, cada uno fueron terminando y derramándose por turnos.

Los tres se echaron en la cama, aunque apenas cabían. Sus respiraciones agitadas poco a poco fueron agarrando un ritmo más tranquilo. Sus pieles ya no se sentían a quemar, pero sí percibían el agradable calor que manaban sus cuerpos.

— ¿Qué hora es? — de repente preguntó el Jayce más joven, recordando de pronto.

— Debe ser pasado el mediodía — respondió Viktor

— Tienes que comer algo — planteó Jayce sin querer negociar, esa era la única cosa que no solía negociar con Viktor, su única batalla ganada.

— Diría que los tres lo necesitamos — comentó el mayor.

— Primero, necesito ir a casa a ducharme — esta vez, fue Viktor.

— Yo también — segundó el viajero, con la intención de ir a casa de Viktor.

— Tú vienes a mi casa — lo paró en seco su versión más joven.

Viktor se medio incorporó con bastante dificultad, ignorando la pequeña discusión que se gestaba detrás de él.

Su cuerpo dolía, varios músculos volvieron a informarle de su existencia gracias a su actividad. Se estiró de manera similar a un gato, robando la atención y tentando a ambos Jayce, quienes al verlo se distrajeron lo suficiente para dejar de discutir. Comenzó el ritual que era para Viktor vestirse, colocándose la faja, la ropa y la férula.

En ese momento, su mente se sentía fresca, pero su cuerpo estaba tan adolorido y pegajoso que de verdad necesitaba volver a su casa.

Finalmente, ambos Jayce quisieron acompañarlo, ya que les preocupaba el estado de su cuerpo, sin embargo, fue Viktor quien insistió en irse por su cuenta. Ambos Jayce Talis sabían que cuando Viktor se ponía obstinado, lo mejor era dejarlo salirse con la suya. Ya se reunirían para cenar.

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Un hombre corpulento y de barba castaña llegó a un edificio de departamentos. Dejó una carta con el sello de los Medarda en el buzón de una de las piezas y salió.

El hombre corpulento se ubicó frente al edificio, esperando movimiento. Por orden de Ambessa, él se encargaría de que el científico al que la mujer le había echado el ojo se presentara frente a ella.

Llevaba la orden de no matarlo y de ser posible, no lastimarlo. Así que lo único que de momento debía hacer, era esperar a que llegara.