Inspiración musical: Someone you loved—Lewis Capaldi.
Neftis aguardaba por el regreso de Bakura al hospedaje desde que un asistente del hotel les anunció que una llamada de larga distancia esperaba ser atendida en el área de recepción. El de pelo blanco sugirió ir sin compañía previniendo el foco de las miradas o los comentarios malintencionados, pero el timo de los embaucadores era un rasgo en común entre los dos, de manera que imbuyó en la Sortija del Milenio la influencia divina que la hizo testigo ocular de la destreza de Bakura igualando el timbre apacible de Ryo. El diálogo perdió su trivialidad cuando Yugi mencionó el Hechizo de las Dos Almas.
"—Mi abuelo dice que es la nueva comidilla entre sus colegas. Lamento mucho hacerte la petición, pero, ¿podrías averiguar de qué se trata en sí? Más que nada, deseo impedir que se lance a cualquier locura no apta para su edad.
—No te preocupes, con gusto te mantendré informado.
—Muchas gracias, Bakura, aunque imagino que este favor retrasará tu llegada a Domino, ¿cuándo tenías previsto regresar? No tienes por qué hacerlo si te causa muchos inconvenientes.
—Volveré durante el fin de semana, así que tengo un par de días a mi favor".
Pese a que Bakura protegió su identidad tras el optimismo de sus respuestas, Neftis mostró una urgencia discutir el próximo curso de acciones en cuanto lo vio llegar con una sonrisa macabra afilando la mandíbula.
—Esta es una excelente oportunidad, mujer— indicó, asumiendo que la diosa empleó la Sortija de auricular—. Que Yugi me haya pedido investigar quiere decir que su escaso conocimiento lo ha cohibido de tomar decisiones. En ese sentido, podemos hacer con él lo que tú hiciste conmigo.
— ¿Lo que hice contigo?
—Manipular la información de acuerdo a nuestros intereses.
Neftis se mostró en camino a rebatir, pero la maldad que de improviso rodeó la figura de Bakura le arredró.
—Estás en lo cierto, mi pequeño kulelno. —Decidió mantenerse impávida, ya que, si en efecto se enervaba, era sinónimo de hacerle una confirmación. —Aún así, debemos tener cuidado y no precipitarnos.
A Bakura lo tentó presumir de su experticia revelando que esperaba escondido en una pieza del rompecabezas todo el tiempo que a Yugi le tomó llegar hasta las memorias de Atem y, por ende, hacer el trabajo pesado por él, pero dado que sería lo mismo que Poner a la diosa sobre aviso, eligió refrenarse.
—Muy bien, entonces necesito que me digas todo acerca de ese mendigo hechizo antes de que abordemos con rumbo a Ciudad Domino.
—Llevo poco tiempo de formación, Faitth, no me he pulido lo suficiente como para enfrentarme al público— reiteró Anzu, observando a su compañera tenderse sobre la cama gracias a la posición del espejo en el tocador de su alcoba, donde yacía efectuando su rutina noche de cuidado facial.
—Y en ninguna institución, por prestigiosa que sea, aprenderás a hacerlo, Anzu. Las clases de danza se borran de la mente cuando se pone un pie frente al público, y solo cuando permite que el amor por la danza tome posesión de tu cuerpo y cree la magia del escenario, sus ojos fijos en ti se transforman en el espejo. que tienes en la clase de baile y, más allá de sus rostros, te ves a ti misma en todo tu esplendor. Tu cuerpo se vuelve ligero, la armonía de la música que se hace carne a través de ti y te eleva a la par de las nubes. Te sientes absoluta, plena.
—Para ti es un poema porque eres una profesional consolidada. En cambio, yo— se detuvo a elegir los vocablos que mejor transmitieran su sentir—... desde que asistí a los primeros musicales debido al trabajo de papá e incluso al momento de tomar el avión, decidió que saltaría todas las vallas en mi camino. y que secaría orgullosa cada gota de sudor que se resbalara por mi sien, pero no que me entregaría al público como una chiquilla a la que la inexperiencia le entorpezca los pasos y le haga parecer menos que una bailarina de circo.
Faitth vio el anhelo destellar en la mirada que se fijaba en ella a través del espejo, de modo que sustituyó las palabras por el acto de ponerse de pie, colocarse a espaldas de la castaña y sujetarle los hombros.
—Cada vez que se le pregunta a un exitoso cuál es la clave del éxito, siempre dice lo mismo: sacrificio, esfuerzo y valentía. Un discurso que de tanto repetirse a lo largo de los años ha ido perdiendo su resonancia motivacional. Pero yo ahora voy a rayar en lo mismo porque no existe otra manera ni otro camino para volver los sueños realidad, Anzu. El sacrificio lo hiciste al abandonar tus seres queridos y llegar hasta aquí, el esfuerzo lo has esgrimido en cada ejercicio de baile y, ahora, solo te falta la valentía de dar ese salto a la piscina. Porque de la misma manera en que no aprendes a mantenerte en la superficie hasta que te arrojas a la inmensidad de las aguas, no sabrás cómo hechizar a tus espectadores hasta que baila frente a ellos. —Plasmó una sonrisa al tiempo que le palmeaba los hombros—. Además, no tienes escapatoria: en mi último intercambio de correos añadí tu nombre en mi propuesta de equipo de trabajo.
— ¿QUÉ HICISTE QUÉ?
Ninguno de los productos aplicados en el rostro disminuyó el escándalo visible en Anzu al voltearlo en la dirección de su compañera, mas la devolvió al silencio el enigma de los siguientes pasos que Faitth condujo al closet, de cuyo interior sacó su traje de baile y lo colocado sobre la cama.
—Así que dejaré esto por aquí y me iré lentamente— dijo, pero en realidad se apresuró a la salida de tal manera que Anzu no alcanzó a reclamarle su impertinencia.
Sola con su voz interior, el traje se convirtió en la materialización de su sueño, como si al acercarse a palpar la tela lo tuviera al alcance de sus manos. De súbito acudieron las palabras que se dijo cuando aquel fugitivo la tomó por rehén en el Burger World y temió que, en vez de tenerlo al roce de la yema de los dedos, se desvaneciera junto con ella al tirar del gatillo.
"No diría que Broadway, pero me gustaría bailar por lo menos en un escenario pequeño". (1)
Apretó la tela y suspiró.
— ¡Oh, oh, eso sí que es una primicia! —Vitoreó Anzu tras la pantalla, cambiando de posición en el mueble—. ¡Apuesto un pasaje a Japón a que es mayor que tú!
—Supongo que solo le he ganado una apuesta a los chicos.
La ausencia de Yura promovió que Mokuba encontrara en la mansión el terreno fértil para entablar una convivencia menos reactiva con Kisara. La declaración de intenciones por parte de Yura contribuyó a que, en un principio, ambos hermanos la trataran con el tiento de una amenaza, en especial Seto, que no interactuaba con ella a menos que fuera empujado por sus obligaciones como regente de la corporación y propietario de la vivienda. La única ocasión en la que Seto pareció tolerar su acercamiento tuvo lugar en el transcurso de la semana enrabietado con Yura, una coincidencia que instaló en Mokuba el presentimiento de que su hermano mayor accedió a que Kisara lo abordara — e incluso lo abrazara después de concluir. el anuncio del torneo— porque buscaba desencadenar algún tipo de reacción en Yura, visto que solo con esa presunción se podría explicar que, una vez fuera de la mansión, Seto evadiera a Kisara cuando no fue ella sino Yura quien se proclamó a misma sí como el verdadero riesgo contra su vida. Sin embargo, presenciar el impacto que tuvo el secuestro de Yura en el bienestar de Kisara y relacionarlo con el desmayo parejo en Kaiba Land cambió la perspectiva de los hermanos Kaiba, volviéndola el nuevo objeto de estudio y un tema de conversación por el que dirigirse a los aposentos tras concluir la cena.
—No, Mokie, Kisara no ha tenido ningún comportamiento errático en las ocasiones que he debido rondarla— confirme a Seto, moviendo una ficha de ajedrez en el tablero, la única pertenencia que había resistido el peso aplastante de los años transcurridos desde que se instaló en la mansión.
Seto nunca hizo cuenta de las veces que intentó persuadir a Mokuba en pos de eliminar al fin ese último nexo con el pasado, pero la firmeza del menor en cada tentativa le convenció de que los días en el orfanato no habían tenido la misma repercusión en cada uno y, por ende, aquel comprometido podía lograrse a costa de lastimar a conciencia sus sentimientos, de manera que aceptar dar al objeto el valor de una reliquia y volver a ser los oponentes de aquellas tardes veraniegas siempre que quisieran compartir el peso de alguna confianza .
—Yura tampoco— sumó, derribando el peón blanco con su caballo negro—, debo decir que se ha ofrecido en cuerpo y alma a mi proyecto al grado de que parece más de ella que mío, una entrega que me ha facilitado alternar el ojo entre ella y Kisara, pero ninguna ha dado señales por las que debamos aumentar las precauciones.
—Esa falta de señales a su vez señala una verdad indiscutible: aunque de personalidad opuesta, ambas están conectadas de forma que lo que le sucede a una se réplica en la otra. Yura ha de saberlo desde un principio: la primera vez que interrogué a Kisara, me refirió que con esa analogía de espejo y reflejo se presentó a ella en la supuesta "nada blanca".
—Y si de efectos dominó hablamos, quiere decir que si Kisara desaparece…
—Yura también. —Seto ensamblado la frase, mas no así el movimiento diagonal del alfil, pues en su lugar manifestó su irritación en la pieza con apretarla al extremo de blanquear sus dedos.
En otras circunstancias, ese descubrimiento las habría reducido a dos pájaros que podía matar de un solo tiro, pero haber compartido con ambas el techo, las rutinas e incluso momentos desagradables, las transformó ante sí en dos títulos bailando al compás de los dedos de Anubis. , la deidad que había orquestado todo ya la que sus raíces egipcias les obligaba a postrarse con la abnegación de un devoto.
—Y si esa es la recompensa que, según Yura, ¿Anubis le ha prometido un cambio de tu cabeza? —Aventuró Mokuba con la faz iluminada, cambiando el enfoque de la partida a su hermano—. Piénsalo, Seto, es razonable que Yura busque desatar la ligadura que tiene con Kisara, Anubis bien pudo haberle prometido esa independencia a ley de trueque por tu cabeza.
La voz de Yura retrocedió a Seto en perspectiva antes de que validara la susceptibilidad que pudiera tener el planteamiento.
"— ¡Anubis me prometió salvar lo que yo más he amado en mi vida a cambio de asesinarte!"
"—...No quiero que ninguno de nosotros dos cometa el craso error de enamorarse".
—No, debe haber algo más.
— ¿Algo más?
A Seto le acorraló la contundencia de la mirada que Mokuba le dirigía, como si él fuera una diana y, sus ojos azules moteados de amatista, dos dardos que lo fijaban de curso. El dolo en la mentira de su pequeño así como la ofensa imperdonable fraguada en su contra al revelar a Yura lo que en él suscitaba, lo constriñó a hundir aquellas palabras dentro de sí mismo para que ni siquiera él, su mayor confidente, dimensionara la evolución. de su interés por ella, pero la insinuación, aunque mínima, despertó el sentido detectivesco de Mokuba y, conociéndolo desde que estaba en pañales, sabía que no desistiría hasta arrancarle la confesión.
—El día que fuimos a por ella a la casa de Yugi, antes de que corriera a tu oficina, me aseveró que no quería cometer los mismos errores del pasado— reformuló la escena de acuerdo a su conveniencia mientras ejecutaba el movimiento del alfil casi olvidado sobre el tablero, con el tono distendido a fin de que no sirviera de portavoz a sus emociones. Una previsión que tuvo el efecto inverso de contribuir a que Mokuba recordara su propio episodio con la de ojos azules.
"—¡Tu hermano no puede enamorarse de mí, ¿me entiendes?! ¡No debe!"
"—No lo entiendo, Yura, si sabes que esta época es diferente, si sabes que mi hermano es diferente, entonces, ¿qué te hace pensar que ocurrirá lo mismo?"
— ¡Bingo! —En vez de reanudar la partida, Mokuba chasqueó los dedos—. Pero hay algo que no me cuadra— Seto mentalizó una defensa en caso de que blandiera un reclamo, mas volvió a mirarlo cuando las palabras a continuación siguieron el cauce natural de la conversación sin desviaciones—, quiero decir, según el relato de Yugi cuando Atem y tú fueron "arrebatados" a la presencia de Anubis, Kisara y el "Sacerdote Seto" aka tu "yo del pasado" , estuvieron enamorados. Pero Yura, ese día, me dio a entender que ella y el Sacerdote Seto también "se enamoraron" . No creo que haya sido en simultáneo, aunque eso explica la actitud de Kisara y, al tiempo, el temor de que Yura exhibe a que todo se repita me da la sensación de que lo que hubo entre ella y "tu otro yo" llegó más lejos que con Kisara, por eso Anubis le encargó la tarea... ¡Espera! ¿Y si "tu otro yo" se enamoró primero de Yura, pero, por jugarretas de esa vida pasada, terminaron, y él quiso "reemplazarla" con Kisara?
Seto abrió la boca, pero Mokuba lo silenció en el acto.
— ¡No hables, porque ya sé lo que vas a decir! El pasado no condiciona tu futuro y bla, bla, bla. Pero míralo como un análisis estratégico de los que hacemos cada fin de mes en las juntas directivas, hermano. La empatía o "ponerse en los zapatos de los demás" es un arma poderosa, aunque tú te niegues a reconocer su potencial. Está bien que no creas en la fábula egipcia de tu linaje ancestral, porque incluso yo tengo mis dudas, pero ignorarlo es más peligroso que considerarlo.
Lo que entonces mantuvo a Seto boquiabierto fue el cómo Mokuba y él tejieron los mismos puntos sin que se hubieran confabulado.
—No creo que Yura le tenga miedo solo a que… "nos enamoraremos" —dijo a instancia—. Debe haber algo más, algo que ella se niega a decir, pero que a cualquier precio desea evitar. Algo catastrófico que debe haber sucedido como consecuencia de ese enamoramiento y, a raíz de ello, se empeña en que no se repita, de que el orden de los factores sí altera el producto. Se ha ido con Atem y ha rechazado los lineamientos de Anubis porque está convencida de que hará "una diferencia" , y ha de ser un acontecimiento tan traumático para ella, que le teme más a la probabilidad de que se repita que al castigo de dios. por su desobediencia.
— Fiu, ella ha pasado más tiempo conmigo que contigo, pero da la impresión de que la conoces mejor que yo.
—Me limito a construir una hipótesis en su comportamiento. — Se hizo de atajo, impidiendo reconocer que aprovechó la semana que duraron sin hablarse para estudiarla en las sombras.
—Claro, claro, perdona al tonto de tu hermano menor por no haber dado cuenta. ¿Pero, si te fijas en cómo, tras ponerte en sus zapatos, de a poco has descifrado sus acciones? ¡Te lo dije: el poder de la empatía! ¡Yo gano!
Seto resopló con desgana, mas no lo contradijo. En caso de atreverse, se prestaría a la deducción de su trabajo de espionaje a los momentos cotidianos que su hermanito compartía con Yura. Mokuba era demasiado astuto y podría torcer la plástica azuzada por el capricho de fastidiarlo.
—Siguen siendo sospechas bien fundadas, no verdades absolutas.
—Tienes razón— cedió Mokuba—, sin embargo, al menos con Yura tenemos una noción de hacia dónde podría encaminar los pasos, en cambio, Kisara… En el breve intercambio que sostuve con ella antes de que se derrumbara, me dijo que " su nuevo propósito era descubrirse a sí misma ", quizás porque en su interior también se alberga el deseo de individualizarse de Yura. Y, bueno… Sigue interesada en llamar tu atención.
—Ella no está interesada en mí, sino en mi dizque versión del pasado.
—La expresión que tenía me dio a entender que precisamente quiere oponerse a dicho argumento.
"— ¡Cállate! — Escupió, sin darse la vuelta—. ¡Creí haberte dejado en claro que, si querías llevar la fiesta en paz, no me confundieras con ese maldito sacerdote!
— ¡También me dijo que hiciera lo que quisiera con mis sentimientos! — La escuchó gritar a sus espaldas, esforzándose por copiar sus pasos—. ¡Y he decidido que quiero que usted, Seto Kaiba, me ame tanto como me amó el sacerdote Seto!"
—En fin— se adelantó el menor—, con estas pistas en mano, ¿cuál sería nuestro plan?
—De momento, no tenemos más opción que mantener la guardia en alto así como todas las alarmas encendidas, con mayor fuerza durante la celebración del torneo. Lo peor de esta situación es la incertidumbre: no pasa nada , y eso hace que sea más difícil predecir o evitar que pase algo .
Unos toques a la puerta lo detuvieron al tris de reforzar su análisis, y en vista del tiempo que había pasado desde la cena, no le fue un hito adivinar que se trataría de Kisara, de modo que permitió que fuera Mokuba quien atendiera.
— ¿Puedo pasar? — Oyó cuestionar a la de ojos azules.
—Claro, de todos modos, iba a por un poco de agua a la cocina.
A Seto le comenzó un temblor en el párpado del ojo derecho al constatar que, una vez más, Mokuba le tendió la trampa de dejarlo a solas con Kisara, no sabía precisar si porque le incomodaba hacer mal tercio dada la preferencia de la chica o movido. por el antojo de verlo en el aprieto y así tener con qué gastarle bromas. La proximidad de la susodicha lo aisló empero de tales reflexiones, y obstinado en la postura de ignorarla, salvo por causas ineludibles, enfocó su atención en la partida inconclusa sobre la pequeña mesa de noche en la que Mokuba había fijado el tablero cual pieza de museo. .
—Oh, estaban jugando ajedrez. —Puntualizó mientras ocupaba la silla del adversario y reflejaba la emoción de una niña frente a su juguete favorito —. Le pedí al joven Mokuba que me enseñara a jugar, pero el proyecto en el que está trabajando lo ha consumido. ¿Puede usted aclararme, cuanto menos, las condiciones de victoria?
—Si piensas que con esto vas a congraciarte…
—No busco su aprobación— encumbró de súbito, doblando la comisura de los labios en una sonrisa que aguantó las facciones de Seto—, al fin he aceptado que para usted yo represento el pasado, algo que aborrece, y no un futuro, a lo que usted aspira.
Pese al dibujo de la sonrisa, Kisara volvió a sentir el pálpito doloroso en el costado izquierdo del pecho que la acometió en la noche del secuestro de Yura tan pronto supo que, mientras ella sufría los jirones de aflicción al amparo de Mokuba, Seto corría a perseguir la sombra de Yura, además de no haber regresado a la mansión hasta que no se hubo cerciorado de su integridad, ese hecho inapelable combinó la mesura de la calma y la firmeza de voluntad en el tono de su voz, provocando a su vez en Seto un encuentro similar entre la intriga y la estupefacción. ¿Era aquella la misma Kisara que había proclamado que amarlo era sinónimo de morir? ¿Era aquella la misma Kisara que le ofrecía la sumisión, la entrega y la disposición a cumplir sus deseos como en una tarde remota lo había efectuado con las porciones de comida? O, en realidad, ¿estaba acostumbrado a ser el epicentro de todo al punto de que esta nueva actitud, muy, muy en el fondo, le estaba haciendo sentir por primera vez la amargura del desprecio que en ella había enconado?
— ¿Entonces qué demonios haces aquí? — Inquirió su voz tensa debido al enojo erosionando su garganta.
—Venía a preguntarle cuál sería el itinerario de mañana a fin de averiguar si me era posible integrarme a las labores del joven Mokuba.
— ¿Y, por tanto, dónde viene a cuento el interés por el ajedrez?
—Ya se lo hice saber: le solicité ayuda al joven Mokuba en otra ocasión, pero no ha sido posible.
A Seto se le empezó a congestionar la rabia de ver a Kisara respondiendo con solícita placidez a medida que la cólera se adueñaba de su cara, como si pretendiera demostrarle que el único rasgo que perduraría intacto en la Kisara quebradiza sería la inmunidad a sus desplantes.
—Quiero aprender ajedrez por mí, señor Seto, porque quiero otro medio de entretenimiento apartado de la electrónica y los quehaceres en la oficina— retomó, esta vez luciendo el brillo de una súplica en los ojos azules—. El tiempo que me ha permitido acercarme a usted ha favorecido mi entendimiento y créame cuando le digo que sé diferenciarlo a la perfección del sacerdote Seto: a él apenas lo conocí, pero de usted, en cambio, sé que tiene el hábito de terminar en su laboratorio personal el trabajo que queda pendiente en la oficina para así disfrutar sin prisas el desayuno con su hermano al día siguiente, que toma el café con dos tazas de azúcar todas las mañanas, que su comida preferida es una carne llamada filete mignon bañado en salsa , que gusta de las indumentarias que cubran la piel tanto como el muro que erige a su alrededor para ocultar sus sentimientos, que es orgulloso porque está habituado a que todo el mundo le adule y exigente porque ese mismo mundo espera que usted supere sus expectativas, que es impaciente porque está acostumbrado a las soluciones rápidas, y que aplica una suerte de ley del silencio a lo que da por hecho sin precisar la opinión de nadie más que la suya. Le repito, señor Seto, que lo conozco, y ello me permite asegurar que no estoy haciendo las cosas por usted, sino por mí.
Seto se reclinó hacia atrás y dejó caer los brazos a cada costado, enmudecido ante aquel sartal de precisiones que se replicaron en él con la fuerza de una avalancha cayendo sobre sí. Kisara había hecho con él lo que él había hecho con Yura: aprovechar su indiferencia para estudiarlo en las sombras con la observación de una serpiente y así traspasar la frontera que había más allá de sus ojos azules. Nunca imaginó que debía poner en práctica la enseñanza de Mokuba tan pronto al verso incapaz de culparla o echárselo en cara, puesto que, muy a su pesar y, aunque nadie jamás lo escucharía decirlo, él sabía a la perfección cómo se sentía arder en el deseo de que el objeto de tu obsesión compartiera tu delirio, la ansiedad de buscar una mirada y la zozobra de contradecir la inercia del cuerpo, que gritaba sí cuando los labios decían no . Y no debía consentir que hiciera acto de presencia ni mucho menos darle cobijo allí en su pecho, pero el sentimiento de la empatía lo arropó con el remate enfurecido de una ola.
—La condición de victoria en el ajedrez es la derrota del rey, un movimiento conocido como Jaque Mate— enfatizó, aunque sin premiarla con su mirada y recogiendo las piezas en su respectivo lado del tablero.
La empatía era, precisamente, el único sentimiento que podría ofrecerle a Kisara, porque aquel terror que Yura exhibía a que ambos se enamoraran solo podía significar que ella estaba consciente de que la posibilidad estaba tan echada como la suerte, y mientras esa posibilidad existiera, Seto no descansaría hasta no verla envuelta en el fuego calcinador que a él lo quemaba desde adentro cada vez que la tenía cerca, y aun si el sufrimiento comparara ese fuego a las llamas del infierno, entonces se harían ceniza juntos.
El único obstáculo entre Jonouchi y la puerta era el recuerdo de las otras puertas que se habían cerrado en su nariz, y cuyo rechinido se mezclaba con el eco de su propia voz enlistando las razones por las que Yura no le abriría. Saberse a solas con ella era, además de la principal, un claro desafío a su ímpetu: no habría nadie que detuviera su fiebre, y aunque tal pensamiento lo extasiaba sobremanera, también inundaba de miedo su pecho. Miedo a no poder controlar su propio deseo .
"— ¿Alguna vez has deseado que algo pase con tanto fervor que, cuando está a punto de hacerse realidad, temes que cualquier tontería lo arruine?"
La voz de Yura se impuso a la suya, y entonces, dividida a partes iguales entre el miedo y la emoción, tocó al fin la puerta. Después ella podría enrojecerle la cara con todas las bofetadas que satisficieran su orgullo, después ella podría gritar a los cuatro vientos que jamás quería volver a verlo, pero no antes, porque antes había descubierto que la incertidumbre no dejaría de torturarlo hasta no confirmar por sí. mismo si aquella puerta que estaba a punto de abrirse sería la del cielo o la del infierno.
Los goznes y el latido frenético de su corazón le pitaron al oído. Allí, en el umbral, estaba ella, con la blusa desmangada y el pantalón corto de pijama, el pelo suelto y los ojos tan abiertos como había dejado la puerta no solo del apartamento, sino también las de su corazón tal como se lo había prometido. .
—Tú…
—Oye…
(1) Extracto del capítulo 4 del manga.
¡Muchas gracias por leerme!
