Capítulo 46. En otra vida

OMNISCIENTE

No le costó abrirse paso para llegar a aquel cubículo. La ropa de civil le permitió ocultarse entre la multitud mientras se hacía pasar por un visitante más, en el que nadie fijaría su interés. Si acaso, una enfermera lo observó con indiscreción conforme avanzaba por los infinitos corredores delimitados por paredes resplandecientes, pero no intentó atravesársele.

El incidente de la fiesta ya formaba parte del conocimiento público. En el ambiente aún se respiraba la consternación que había invadido a gran parte de los ciudadanos, quienes se preguntaban cuándo habían incurrido en niveles tan críticos de inseguridad, quejándose de lo precario de las medidas tomadas.

Que a estas alturas prevaleciera uno que otro herido anónimo era común. Los noticieros eran incapaces de realizar un censo en cada hospital en búsqueda de víctimas. Y de entre todas, había una en específico a la que Levi ansiaba inspeccionar, aunque no con el fin de extenderle una cálida bienvenida a la realidad tras recuperarse a medias.

La puerta se fue abriendo gradualmente mientras devolvía la manija de metal a su sitio, con cuidado de que no emitiera un chirrido estruendoso. Sostenía un arma a la altura de su cabeza, apuntando en todo momento, en caso de que hubiera alguien oculto esperando por su llegada.

Observó en las cuatro direcciones hasta cerciorarse de que el terreno se encontraba despejado, y su respiración se volvió pausada cuando selló la entrada detrás de sí. Un par de gotas de sudor frío resbalaron por su frente, las cuales limpió en seguida.

Avanzó dando traspiés, aferrándose al utensilio entre sus manos. Le dedicó una mirada furtiva a la silueta moribunda que yacía recostada en el catre.

El sujeto estaba conectado a una máquina en forma de televisión con tecnología un tanto obsoleta que le tomaba los signos cada cierto tiempo, y una bolsa de líquido transparente colgaba de un tubo a una altura considerable a su lado derecho.

Aquel hombre abrió los ojos con pesadez al notar el ruido de los pasos en medio de la quietud de la somnolencia inducida por la sustancia que le ingresaban a cuentagotas.

Trató de encuadrar a su misterioso acompañante y frunció el entrecejo al cerciorarse de la presencia de este, pues no se le había informado que contaba con visitas de cortesía. Nadie le había hecho ninguna.

Antes de que pudiera emitir un grito, Levi se adelantó en tomar un trozo del algodón restante con el que le realizaban las curaciones y lo colocó dentro de su cavidad bucal.

—Te lo voy a preguntar una sola vez, así que presta atención. —Le apuntó directo a la frente. El aludido asintió con dificultad, abrió los ojos por completo y emitió unas cuantas frases ininteligibles—. ¿Quién estuvo detrás del atentado de la fiesta?

Le contempló como si no supiera de qué estaba hablando. Sin embargo, Levi no se tragó el cuento.

Ese tipo de personas solían transpirar un miedo insano hacia sus dirigentes, seres déspotas y sin alma que eran capaces de mandar la de todos al infierno antes que sacrificarse por un bien mayor; que consideraban a sus ayudantes como peones en un tablero de ajedrez en el que ellos tenían el control absoluto, e iban removiendo las piezas sin sentir un ápice de culpa.

Él lo sabía mejor que nadie porque lo había experimentado en carne propia. De hecho, aún cargaba a cuestas con el remanente: dos almas a las que él mismo se había encomendado proteger, sin tener éxito.

Someterlos a prueba no era una decisión que destilara sabiduría. Había quienes preferirían pudrirse en la cárcel a perpetuidad antes que caer en manos de sus "empleadores", pero tenía sus métodos para abril la brecha del diálogo incluso con los más reticentes a revelar información. Después de todo, estos no diferían en demasía cuando se encontraba en el otro extremo.

—Como se te ocurra gritar, te volaré el cerebro —le amenazó antes de retirarle la mordaza de golpe, ocasionándole una leve tos que le pidió acallar de inmediato con una seña.

—¿Y por qué te interesa tanto? —preguntó en son de burla una vez que se aclaró la garganta—. Ah, no me digas. Uno de los tuyos sufrió un percance y ahora quieres venganza.

—Es más complicado que un simple ajuste de cuentas —respondió tajante—. Y no fue lo que te pregunté.

Colocó el índice sobre el gatillo, con una firmeza inquietante que no concedió lugar a dudas de que no era la primera vez que utilizaba una de esas y de que se moría de ganas por demostrar cuán efectiva resultaba. El click era tan inconfundible como amenazante.

—¿Te gustaría… bajarla por un rato? —El moribundo alzó la mano, pidiendo un cese—. Me pone los nervios de punta.

—Una respuesta equivocada más y no dudaré en apretarlo. —Levi reafirmó el agarre—. Habla.

El hombre herido reparó en la furia que emanaban los ojos de Levi, recordando que, en su tiempo, decían lo mismo de él. La nostalgia lo impulsó a seguir hablando, en miras de tratar de desviar el rumbo de la plática, extendiendo lo inevitable.

—Eres valiente, debo admitirlo. Mira que plantarte aquí con esa facha y pretender intimidar a alguien como yo… —Emitió una risa jocosa—. Ya no quedan muchos así.

Levi chasqueó la lengua, contrariado. Al mirar a sus alrededores, se le ocurrió una manera de incitarlo a acatar su pedimento. Aunque la curiosidad lo invadía, se prometió a sí mismo que iba a conducirse con precaución.

Desconectó la manguera que le inyectaba el líquido incoloro directo en el torrente sanguíneo, y por la forma en que se retorció al sentir la falta de este, dedujo que no se trataba de electrolitos, que quizás era la dosis adecuada de un medicamento que disminuía el impacto del dolor.

Con esta revelación, supo que no tardaría en debilitarse, sobre todo cuando la cánula nasal fue desprendida de su sitio.

La carencia de oxígeno combinada con el sufrimiento latente se convirtió en la clave para instarlo a comentar lo que sabía, si es que aún contaba con la determinación de vivir.

—Mi paciencia no es eterna. Te pedí un nombre —sentenció.

—Es que no… no lo tengo —Respiraba con dificultad—. Estamos en completa… ignominia de su persona.

«Habla en plural. Tiene suficientes colaboradores bajo su mando», pensó. No podía sacudirse el terrible malestar que lo acongojaba ante la falta de respuestas sólidas, que requería para armar un patrón de actividades.

—No te creo —repuso.

—Él no… no quería matar a nadie, solo… iba a crear una… distracción… —Hizo una pausa breve, tomando una bocanada de aire con la escasa fuerza que todavía conservaba.

—Continúa —le pidió Levi, sin preocuparse por ser amable.

—Quería… acercarse… a uno de los… asistentes.

Ante su repentino espíritu de cooperación, decidió devolverle la preciada morfina y dejarlo respirar, solo para no ser culpable de derramamiento de sangre inútilmente.

El paciente inhaló y exhaló un par de ocasiones antes de sentirse preparado.

—¿A cuál de todos? Había por lo menos unas quinientas personas en el recinto, seguro eso también lo sabía. ¿Qué pretendía? ¿Qué tienen ellos en común y por qué está buscando a esa persona? —Levi lo bombardeó de preguntas.

—Lo siento. Es todo lo que sé —confesó, cabizbajo—. No le revela sus planes a cualquiera. Nosotros solo nos encargamos del trabajo sucio.

No supo si fue la incomodidad de volverse un soplón lo que lo llevó a seguir retorciéndose. Percibió sinceridad en sus palabras, aunque no estaba del todo convencido.

—Puedo ayudarte a salir de aquí sin ser visto —le ofreció. Fue bajando el arma hasta que la ocultó en el bolsillo de su pantalón.

—No es necesario. De todas formas, ya estoy muerto. —Su voz sonaba dispersa, lejana—. Realiza un acto de humanidad y dispárame.

—¿Eh? —Se sorprendió ante su cambio de actitud.

—Sostienes un modelo único en su clase, con un silenciador compuesto de una cámara dividida en paneles que van frenando parcialmente la intensidad del sonido hasta que lo anulan por completo. No derramaré ni una gota de sangre, y el resanador cubrirá mi herida. Si acaso, tendrías que encargarte de desaparecer el proyectil. Reportarán mi deceso como la consecuencia de un infarto, pan comido —lo instruyó con un entusiasmo que no correspondía a la precaria escena en la que estaban inmersos.

Aquella explicación lo dejó aún más consternado. Levantó ambas cejas con rapidez y las devolvió a su posición inicial.

El mecanismo del arma había sido objeto de una descripción exacta, aunque esos datos estaban al alcance de cualquiera con acceso a internet y curiosidad desmedida por el vasto mundo del armamento. Lo que no encajaba, y a su vez le pareció sospechoso, era la segunda parte de su discurso.

—¿Cómo es que sabes tanto acerca del mecanismo de esta cosa? —Se alejó, colocando una mano en su espalda y manteniendo la otra a la defensiva, solo por si acaso—. No eres un mercenario de poca monta, ¿cierto?

El hombre suspiró, sin emitir una respuesta.

Levi se apresuró a buscar entre los papeles guardados en una carpeta frente a la estructura metálica y fue revolviéndolos. Al leer su nombre, comprendió que estaba sacando conclusiones precipitadas, sin embargo, la alarma en su interior se mantuvo activa.

—Es lo único a lo que puedo aspirar a estas alturas... Por favor, dispárame —dijo en tono desvalido, el que se empleaba al comprender lo incierto del futuro—. Nunca podré caminar de nuevo, no quiero pasar el resto de mi vida en una asquerosa celda y encima de todo, sin poder valerme por mí mismo. Me harán trizas.

—Puede que lo merezcas.

—Tal vez —asintió, concentrándose en el vacío dentro de sus pensamientos—, y no estoy dispuesto a aceptarlo.

—Eres tú quien eligió ese rumbo. Ya es hora de que aprendas a vivir con las consecuencias de tus actos —comentó, dejando entrever su desprecio.

Entonces, se dio la media vuelta y avanzó rumbo a la salida, decidido a dejar de compartir espacio con aquel sujeto que le inspiraba una sensación contradictoria de familiaridad, pero no sin antes oír una última declaración por parte de este:

—Necesitaría vivir cientos de vidas para subsanar todos los errores que cometí en la primera. La segunda oportunidad solo termina de empeorar las cosas. Procura no ser el siguiente.

KIOMY

—Colt, ¿de qué hablas? ¿Por qué dices que siempre sales sobrando? —La zozobra se estaba apoderando de mí y necesitaba conocer el motivo.

—No importa. —Fingió serenidad y terminó dándome la espalda. Si creyó que podía huir de mí, estaba equivocado.

—Oye —me acerqué a él y lo sujeté por el antebrazo. No trató de apartarse—. Estamos aquí para esclarecer los asuntos. Ya no quiero que te guardes nada. ¿Qué ocurre? Íbamos por buen camino.

—Has demostrado ser muy buena en eso de olvidar lo que no te conviene —me reprochó—. ¿Por qué no mandas esto a la lista de las cosas que te importan un bledo y sigues adelante? Yo haré lo mismo.

Estaba empleando mi técnica de ponerse a la defensiva aun cuando no recibía un ataque directo, vaya imitador. Lo único que hacía era construir un muro que yo atravesaba sin mayor inconveniente, me sabía de memoria todos los obstáculos que él empleaba, así que podía transgredirlos sin que si quiera lo notarse.

—Para ser sincera, no estoy segura de que funcione. —Le sonreí con cinismo, su rostro continuó endurecido—. Si pudiera, créeme que hace mucho me hubiese olvidado de todo lo que no me permite avanzar. Ni siquiera sería la misma Kiomy con la que estás hablando, pero así no es cómo funciona. —Reafirmé mi agarre—. Vamos. No dejaré que calles para siempre.

—Jamás entenderé por completo esa fijación tuya por traer de regreso eventos del pasado. Allí están bien, allí deberían permanecer —señaló.

—Ay, por favor. ¡Claro que lo haces! —grité—. Compartes esa maldición conmigo, porque así lo quisiste —le recordé sus propias palabras de hace un instante—. Además, es la única forma de aprender de él.

—Tal vez sea lo adecuado para ti, aunque no todos sufrimos de esa tendencia masoquista. —Se fue separando de mí gradualmente.

Es justo por esa negativa que la humanidad no había progresado desde que comenzó a agruparse en forma de civilización.

La historia se había repetido una y otra vez porque nadie era capaz de romper con el ciclo, de buscar alternativas, de aprender de los errores con el fin de no volver a cometerlos, mucho menos de ceder cuando fuera pertinente. Todos deseaban proclamarse vencedores, pero en un mundo donde todos ganan, ¿qué satisfacción quedaría al final?

—Para tu información, sí me ha resultado beneficioso —refuté—. Odio que llueva en el desfile, ¿en qué estábamos?

—No lo sé… ¿De qué serviría? No entiendo cómo alguien tan mentiroso pretende obligarme a enfrentar la verdad. Siempre tratando de proyectarte en los otros —masculló con desconfianza, una que me hirió profundamente, aunque no tanto como su comentario que comprometía mi reputación.

—¿Mentirosa has dicho? ¿Sabes qué? ¡Púdrete! —Mi paciencia había acabado, y con la última reserva conseguí darle un leve empujón—. No cabe duda que estás insoportable.

Me acerqué a su escritorio para tomar mis pertenencias y las arrojé violentamente dentro de la bolsa. Ni siquiera fui capaz de mirarlo a los ojos. Después de todo sí era un cobarde.

—Oye, oye… No te vayas así.

—Solo a mí se me ocurrió.

—Kimy…

—No tiene caso. Hablaremos cuando estés de mejor ánimo.

—Espera.

—No era un buen momento.

—¡No!

—Nos vemos. Que te recuperes.

Me embargaba una decepción profunda, compuesta de la incomodidad y de su renuencia a explicar sus sentimientos. Mientras más tratase de negarlos, más daño le causarían.

Sacudí la cabeza para ajustarme al cambio. Puede que yo también necesitara oír ese consejo, pero justo ahora, no me atañía.

—¡Bien! —cedió—. Voy a contártelo, pero solo porque necesito sacarlo de mi sistema. Incluso así, estoy consciente de que no cambiará nada.

En esta ocasión, me mantuve en mi lugar. Me dejé caer con pesadez en la silla frente al escritorio.

—¿Y entonces? —Estaba impaciente—. La puerta no se hace más nueva con cada segundo que pasa. —Extendí la mano hacia la salida, pues aún no quitaba el dedo de la plausible opción de salir huyendo.

Sus músculos se tensaron de forma similar a mi mandíbula. Tuve un mal presentimiento al establecer un comparativo con lo que acababa de leer, y sus gestos no contribuyeron en lo absoluto a disipar aquella idea que ya había cobrado forma.

«Es lo que querías, ¿no?», me recriminé por estar dudando.

—Tú me… Me gustas, ¿de acuerdo? —Bajó la vista, arrastrando con ella mis ilusiones de experimentar un ápice de alegría momentánea. Divagué mirando en todas direcciones, tratando de centrarme en cualquier punto que no fueran sus ojos—. Te veo como mi mejor amiga, y me he esforzado por mantenerte en ese sitio. Creí que ya lo había superado, pero lo cierto es que… todavía siento algo por ti. Acabo de darme cuenta por… lo que trataste de hacer.

Eso último generó un eco fastidioso dentro de mis paredes craneales. Parpadeé varias veces antes de mirarlo con evidente incredulidad. Él emitió un suspiro que le funcionó como desfogue, mas a mí me dejó consternada y en medio de un abismo sin fondo.

Aunque mi corazón latía con fuerza y el tiempo se quedó estático, no podría decir que me entusiasmé ante su repentina confesión.

Ahora era capaz de comprender que nos habíamos estado mintiendo el uno al otro durante años. Me atrevía a aseverar que gracias a su valentía fue que encontré el origen de la falla: le habíamos dado rienda suelta a sentimientos que yacían resguardados, desviándonos así de nuestro propósito original. Él por desearme en silencio, y yo por anhelar llevar a cabo una fantasía estúpida y sumamente egoísta.

Puesto que no logré formular una respuesta coherente, opté por mantenerme callada.

—Si ya no quieres que seamos amigos, voy a entenderlo.

Hasta la fecha, sigo pensando que ese lugar lo tenía reservado para mí, pero que su deseo de que yo fuera feliz era más grande que cualquiera en el que se visualizara conmigo. ¿Por qué había aparecido ese fragmento que había sido borrado del papel? A decir verdad, no me había equivocado del todo.

—Nada de eso. Tranquilo. Cielos, acabo de tener una especie de déjà vu. —Me llevé la mano a la frente debido a una leve jaqueca.

—Lo siento, nunca quise que lo supieras de esta forma y tampoco que lo leyeras en un mensaje impersonal —mencionó con pesadumbre.

A pesar de la precaria respuesta que me sentía inclinada a brindarle, que fuera sincero me reconfortaba. No obstante, ¿qué se supone que iba a decirle? No existían formas indoloras de hacer esto.

—Colt, tú… sabes bien lo que siento por ti, y dudo que vaya a cambiar. —Entrecerré los ojos. Aunque no lo parecía, sí me importaba cómo se sentía, por lo que me invadió el dolor por repetir la escena una vez más.

El vacío que se experimenta tras un desengaño amoroso no se lo deseaba a nadie, porque yo misma lo padecí. Resultaba irónico que viniera de la misma persona a la que me empeñaba en socavar.

—No lo digas, aún trato de asimilarlo. —Levantó la mano, pidiendo un cese al fuego, y luego la dejó caer.

—Seguiremos igual que siempre, si estás de acuerdo. —Quise tocarle el hombro, solo que me pareció desconsiderado a sus emociones que se encontraba a flor de piel—. Dios… Vaya tarde. Al parecer se nos da muy bien esto de confesarnos… Ay, no, ¿por qué hasta ahora? —suspiré.

—La ocasión lo ameritaba, y tú fuiste la que insistió —respondió, no muy convencido—. ¿Alguna vez pensaste en lo que habría sucedido si nosotros, ya sabes?

Existió una realidad alterna en la que Colt y yo terminábamos siendo novios. Fue creada en los confines de mi imaginación y permaneció oculta durante un período considerable. Jamás escribí sobre ella por temor de verme tentada de llevarla a la práctica, ya que reconocía el poder de los pensamientos. No funcionó, a pesar de las miles de restricciones autoimpuestas.

En ese mundo había aprendido a lidiar con las críticas que me acarreó el hecho de no haberle correspondido a alguien que, ante los ojos de todos, "se desvivía por mí", y ni siquiera me incomodaba la presencia de este. Ryan se dedicó a ejecutar el papel de víctima con un profesionalismo digno de un actor melodramático, mientras que yo me mantenía ocupada siendo dichosa y renovando esa sensación diariamente.

Colt tenía por costumbre esperarme al término de las clases y volvíamos a casa junto con varios de sus amigos que, si bien se comportaban como tarados, eran menos desagradables que aquellos que componían mi grupo.

Su familia me trataba con bondad, aunque el recelo estaba implícito debido a lo que implicaba nuestra relación. Había hecho méritos para que me dejaran subir a su habitación, aunque se nos condicionó a dejar la puerta abierta.

Gracias a que nos volvimos cercanos, Colt había mejorar sus notas y no se vio en la penosa necesidad de repetir materias, así que durante los tres años estuvimos en el turno de la mañana.

Se podría decir que crecimos juntos, tanto a nivel físico como emocional. Nuestro carácter se definió con un leve retraso, y la madurez nos otorgó la capacidad de comprendernos casi a la perfección. Y enfatizaba el casi porque estaba al tanto de que eso era imposible, lo perfecto es idílico.

A veces me exasperaba la forma infantil en la que veía algunos asuntos, aunque me reconfortaba saber que no había nada que no pudiera solucionarse a través de la comunicación. Después de todo, siempre confió en mí, y viceversa.

Colt me ayudó a encontrar el equilibrio, ya que me había vuelto más flexible porque mi trato para con él lo requería. A su vez, él se tomó en serio sus responsabilidades y al final decidimos ir a estudiar a la misma escuela.

Ryan dijo que quería alejarse del pasado para iniciar de cero, lo cual implicó su repentino traslado a otra ciudad. Bien por él, su renuncia a estar conmigo significó la paz que siempre había anhelado para nosotros.

Cuando lo estudiaba desde un punto de vista analítico y objetivo, tendía a pensar que no todo sería tan maravilloso como me lo pintaba mi imaginación. Intervenir en un acontecimiento de tintes canónicos podía tener graves repercusiones en otro, y así sucesivamente.

Me preguntaba en qué realidad mis padres hubieran conservado la vida y qué hubiese tenido que sacrificar a cambio… Si se me permitiera elegir entre ellos y Ryan, tal vez le desearía buena suerte a este último.

«Es inconcebible de tu parte que, habiendo encontrado al hombre de tus sueños, hayas desperdiciado la oportunidad y en cambio eligieras unirte a un ser maligno por naturaleza, que lo único que hizo fue drenarte la alegría y contristar tu espíritu. No lo mereces», me reprochaba esa fastidiosa voz interna, a la que le concedía estar en lo cierto.

Por algo decidimos elegir caminos separados. Porque siempre me dije que, si no era mi momento, lo aceptaría. Y que si por el contrario este era propicio, pero la persona la inadecuada, tampoco iba a tratar de interferir.

—En lo absoluto. Habría sido el equivalente a alimentar una fantasía —respondí, y él asintió un par de veces.

—Lo que me sucedió no fue culpa tuya ni de nadie, ¿hasta cuándo lo entenderás? —Me contrarió que sacara a relucir aquella situación de nuevo.

Tenía razón. La única forma de evitar que se repitiera era borrando el antecedente, fingir que nada había ocurrido y acatar su pedimento.

—¿En qué te basas para afirmar que me siento culpable? —inquirí con suspicacia, del tipo que invitaba a ahondar en el asunto que funcionaría como reemplazo.

Si supiera que esta se generó a raíz de que había entendido que no contaba con ninguna forma de corresponder a sus actos de gentileza. Existía un pedacito de cielo aquí en la tierra, conformado por personas como él. Yo jamás entraría en ese círculo.

Opté por cederle la responsabilidad de comentar la respuesta, la única que estaba dispuesta a escuchar.

—Yo siento lo que tú sientes, no lo olvides. —Sus ojos recuperaron el brillo. Señaló el sitio donde me había realizado la herida y luego se dirigió al homónimo en su propia figura, todavía magullada por tratar de sobrevivir a expensas de quienes podrían considerarse como nuestros enemigos. Ambos apretamos la camiseta. Cuando cruzamos miradas en el aire, añadió—: Perdóname… por todo lo que te dije antes, no hablaba en serio. Yo… no sé qué me sucedió. ¿Significa entonces que todavía me consideras digno?

Desde el primer día que te vi en el salón, tuve el inusual presentimiento de que tarde o temprano llegarías a ser mi amigo […].

Daría lo que fuera porque te vieras a través de mis ojos, […] quizá de esta forma descubrirías el potencial que llevas oculto.

Necesito alguien [..., que sea capaz de darme su opinión honesta ante situaciones que me rebasan. Los demás te subestiman, pero yo sé que se equivocan.

Creo en ti, hoy, mañana y siempre.

Conforme más vueltas le di a mi memoria, menos fiel me resultaba. Un leve mareo me llevó a recostarme boca arriba, con los brazos extendidos. Inhalé y exhalé pesadamente antes de continuar.

—Por supuesto que sí, nunca he dicho lo contario.

Llegados a este punto, yo no tardaría en desfallecer ante el impacto de lo que le expresaba abiertamente, me ocasionaba un extraño malestar.

Encontré un marcado paralelismo con cada una de las situaciones en la que terminaba eligiendo a cualquiera por encima de él, y aun así no se apartaba de mí. Un insulso roce de labios no podría saldar la deuda en que había incurrido para con él ni ablandaría esa actitud reticente, ya debería haberlo sabido.

—¿Estás escuchando a tu cerebro o esa masa palpitante y gelatinosa llena de arterias cuya función debería limitarse a bombear sangre? —Se sentó a mi lado, manteniendo una distancia prudente.

—Qué exagerado.

—Ahora que te conté eso que tanto me atormentaba, debo admitir que me siento más tranquilo. Incluso he estado pensando en decirles a mamá y a papá la verdadera razón por la que me fui, y también por la que terminé en el hospital —dijo con voz pausada—. Y en cuanto a ti, creo que deberías hacer lo mismo. El peligro se ha vuelto un denominador común entre nosotros.

A veces olvidaba lo que es tener el respaldo de las figuras parentales. Aunque contaba con un par que las habían suplido hasta cierto grado, nunca podrán llenar ese hueco en su totalidad. No lo juzgué por tratar de enmendar sus errores, sino que lo admiraba por reconocerlos.

—Buena referencia de mi materia menos preferida, pero en este contexto lo tomaré como un mal chiste. Ya me estoy cansando de enfrentar a la muerte de manera directa.

Y de salir "invicta", porque de todos modos no me libraba de las consecuencias.

—Justo por eso no quisiera irme sin antes resolver este desastre.

—¿Irte a dónde? Hablas como si te hubieran condenado a la pena capital, relájate. —Le arrojé una almohadazo que lo despeinó, causándome gracia.

La muerte era un tema cotidiano, inherente a nuestra condición humana, solo que dicho factor no le quitaba lo incómodo. Me impresionó que se expresara de ella con tanta naturalidad. Yo aún la miraba con recelo, y no quisiera encontrármela cara a cara en un buen rato.

—De todos modos, la decisión recae enteramente sobre ti. Solo trato de decir que mi ciclo podría haber terminado.

—¿Cuál ciclo? Eso no lo decides tú —espeté.

—Es cierto. Eres tú quien lo hace —musitó para sí mismo, aunque por la escasa lejanía fue evidente que alcancé a escucharlo con nitidez—. ¿Es tan difícil admitirlo? ¿No es lo que me acabas de obligar a hacer?