Sus labios llenos se entreabrieron con la intención de pronunciar una respuesta directa, pero el hilo de luz proveniente del interior se amplió de pronto cuando la puerta de la terraza se abrió por segunda ocasión en cuestión de segundos.

Boruto apareció bajo el umbral de la puerta con una sonrisa de medio lado y pasó junto a su hermano sin mirarlo.

—He avisado que nos vamos. —exclama rompiendo el tenso silencio que se instaló en el ambiente— Debes descansar para el día de mañana.

Sarada desvió la mirada de los ojos grises y le sonríe con suavidad al rubio. Menos mal no tendría que enfrentarse al resto para despedirse, sería más fácil si bajaban por las escaleras junto a la terraza.

—¿Interrumpo algo? —pregunta girándose hacia Kawaki.

—Tu hermano parece tener una opinión muy concreta respecto a nuestro compromiso. —menciona la azabache, aceptando la mano que el rubio extendió hacia ella— Al parecer, no le agrado como cuñada.

—No le hagas caso, tal vez sólo está molesto porque le quitamos el foco de atención a su compromiso. —se encoge de hombros— Suele ser un bastardo egoísta.

Sarada reprimió una sonrisa al oír eso último y permite que Boruto entrelace sus dedos bajo la atenta mirada del tercero en escena. Se veían con una complicidad única, como de quien tiene años de confiar el uno en el otro, y exactamente eso es lo que era.

—Por cierto, tendrás que dejar a Himawari ayudarte con los preparativos de la boda, ya se lo he prometido. —resopla, tirando ligeramente de su agarre para guiarla hacia las escaleras, pero antes se detiene a mirar a Kawaki sobre su hombro— ¿Te comportarás como mi hermano o debería pedirle a Mitsuki ser el padrino?

La Uchiha pudo jurar que vio los ojos grises oscurecerse de un momento a otro y de no ser por la aparición de una cuarta persona, probablemente se habría lanzado contra Boruto sin importarle que se hallaran en un segundo piso.

Kawaki sintió la ira ardiente y burbujeante atascada en la garganta. Quería tomarla y llevársela al lugar más recóndito del mundo para recordarle hasta el cansancio quién era él.

—Cariño, estás aquí. —habló Sumire, asomándose por la puerta— Te he estado buscando.

—Qué bueno que apareces, Sumire. —señala el rubio— Mi hermano ya te echaba de menos, en especial ahora que está muy conversador.

La pelimorada asiente confundida y se cuelga del brazo de su prometido para sugerirle entrar de vuelta a la reunión, no sin antes despedirse de la pareja más joven que ya comenzaban a retirarse hacia las escaleras.

Una vez estuvieron solos dentro del coche, Sarada miró a su mejor amigo de reojo, quien no podía ocultar la sonrisa en su rostro. Ella sólo puso los ojos en blanco.

—¿Fue suficiente para ti? —enarca una de sus cejas— ¿O quieres continuar con la farsa?

—Dudo que quiera escucharme a mí. —se encoge de hombros— Tendrás que decírselo tú.

—¿Yo? —hace una mueca de disgusto— ¿Y por qué habría de hacerlo yo? A mí no me interesa si lo sacas de ese engaño o no, me da igual.

—Oh, vamos, sabes que si en este momento regreso para decirle la verdad me romperá la cara. —se burla— ¿Acaso quieres que mi apuesto rostro sea víctima de su ira?

Sarada pone los ojos en blanco, relajándose sobre el asiento de copiloto. Estaba completamente segura de que esa noche no había terminado.

Y no se equivocó, porque tan pronto llegaron al departamento de Boruto, menos de media hora después alguien de la recepción llamó para hacerle saber que su familia completa esperaba en el lobby.

Al parecer, ellos sí que exigirían una explicación.

—¿Estás loca? —oyó decir a Daiki en cuanto las puertas del ascensor se abrieron en el recibidor del penthouse.

—Hija... —comienza a decir Sakura, negando con la cabeza— No sé qué es lo que intentas hacer, pero...

Sarada soltó un largo suspiro y se dejó caer en el sofá mientras Boruto apoyaba los brazos en el respaldo detrás de ella, atento a cualquier ataque a traición de parte de los hermanos Uchiha.

—Dejen el drama, el compromiso es falso. —suelta así sin más, provocando que su hermano mayor parpadeará desconcertado— Lo planeamos ayer por la noche.

—¿Qué? —balbucea Itsuki, frunciendo el ceño— ¿Qué querían lograr? ¿Acaso les hace falta un tornillo a ambos?

—Boruto quería desquitarse con su hermano y yo accedí porque me beneficia en mis propios planes. —contesta con simpleza, agitando la mano restándole importancia— Lo desmentiremos en algún punto. Relájense, no tengo intenciones de casarme con nadie.

—Entonces... —comienza Itachi— ¿Recuerdas lo que sucedió entre Kawaki y tú?

—Claro como el agua. —se encoge de hombros— Así como también recuerdo porqué me fui en primer lugar.

En algún momento, Daisuke se había escabullido del vestíbulo para hacer una llamada, así que mientras todos se hallaban discutiendo, él pedía la cena. Su padre fue el que se dio cuenta de su ausencia y le echó una mirada interrogante desde el otro lado del salón.

—¿Qué? Nadie probó bocado después de que Sarada se cargara al chef. —resopla— Tengo hambre. Y ya que están aquí para interrogar a Sarada, podrían hacerlo durante la cena.

—¿Qué pediste? —pregunta la joven enarcando una ceja.

—Pollo frito. —hace una pausa— Y hamburguesas con doble queso.

—Chico listo. —le ofrece la sonrisa más cariñosa que tiene para dar— Justo ahora vas ganando la contienda de hermano favorito.

Boruto no acababa de comprender en qué momento los Uchiha se habían autoinvitado a cenar a su departamento, pero tampoco era como que le molestara, hubo un tiempo en el que las cenas rodeado de esa familia eran parte de su día a día durante su adolescencia y niñez.

Así que las siguientes dos horas estuvieron llenas de preguntas sobre el ataque de Okinawa. Sarada les explicó los detalles a grandes rasgos y resolvió sus dudas. Aún así, todos evitaron preguntar sobre la presencia de Kawaki, simplemente lo omitieron.

—No quiero que vuelvas a moverte sola por ningún lado. —exclamó Itsuki, inclinándose sobre la mesa— Asignaré a algunos de mis mejores hombres para...

—Muy amable de tu parte, pero ya se te adelantaron. —contesta la azabache con voz monótona— Shizuma ya me asignó escoltas.

—Más le vale que haga bien su trabajo. —inquiere Daiki con el ceño fruncido— Ya te perdimos una vez, no volverá a pasar.

El semblante de Sarada se ablandó un poco al oírle y le ofreció una probada de su gelato de vainilla. Esa era la muestra de amor más grande que podría venir de ella, compartir su postre era prácticamente inaceptable. Y Daiki lo sabía, por eso se sintió incapaz de rechazarla aunque le disgustara lo dulce.

Boruto observó la interacción entre la familia Uchiha y se permitió suspirar con un ligero alivio. Sarada seguía siendo la misma Sarada de siempre, al menos con su familia, esa era la prueba que necesitaba para saber que no todo estaba perdido.

(...)

El resto de la velada en la residencia Uzumaki se evitó traer el tema del reciente anuncio del compromiso a colación. En especial desde que el jefe de la Yakuza regresó a su asiento para presenciar el final de la entrega de regalos de su padre.

Aún así, podía sentir las miradas furtivas de todos de vez en cuando, pero nadie se atrevió a comentar nada.

Pasada la media noche, la mayoría comenzó a retirarse a sus respectivas habitaciones hasta que solamente quedaron los más jóvenes en la mesa. Entonces miró a su prometida, que permanecía en una esquina con una sonrisa plasmada en el rostro y hablando cómodamente con Kaede, Himwari y Namida.

—Estás tan rígido como una estatua. —bromea Mitsuki, trayendo consigo una nueva botella de whisky y rellenando el vaso frente a él— Creo que necesitas otro trago.

Llevaba ya un par de horas con ese mismo ritmo.

—Lo que necesita es que le den un arma para acabar con su miseria. —apunta Ryōgi alzando ambas cejas— Y ni así estoy seguro de que su alma descanse en paz.

Él no contesta, ni siquiera tenía el humor para devolver el insulto, así que simplemente se enfoca en beberse el whisky de golpe y le hace una seña al peliazul para que lo llene de nuevo.

Tenía razón. Ni siquiera podía contradecirles.

—Deberías... hacerte a un lado. —comenta Shikadai con cautela— Creo que las cosas están mejor así, como debieron ser siempre.

No supo porqué, pero aquel comentario le supo más amargo que el licor que estaba bebiendo en ese momento.

—Sarada es complicada e impredecible, nunca sabemos con exactitud cómo va a reaccionar a algo. Pero supongo que ya te diste cuenta de eso. —señala el pasillo que conducía a la cocina, haciendo referencia a lo que sucedió más temprano— Y creo que hablo por todos al pedirte que dejes de joder el ambiente. ¿Te has dado cuenta que desde que inició el jueguecito entre ustedes dos no hemos podido tener un minuto de paz?

—Creo que eres el menos indicado para darle consejos románticos. —se burla Shinki desde su sitio, permaneciendo cruzado de brazos— Y perdona si el secuestro de Sarada y su pérdida de memoria te causaron inconvenientes, ella tampoco debe estar muy cómoda con la situación.

Shikadai parpadea desconcertado. Desde luego no esperaba que su primo le hablara en ese tono mordaz.

—¿Crees que no estuve preocupado? —frunce el ceño— Es una de mis mejores amigas, por supuesto que me angustió no saber de ella durante meses.

—¿De verdad? —murmura encogiéndose de hombros con tranquilidad— Dices que es complicada, pero nunca hiciste nada por comprenderla, te conformaste con asumir su personalidad volátil y culparla por cosas que no están en su control.

—¿Y tú sí la entiendes? —alza ambas cejas— ¿Comprendes su manera de actuar? Porque si es así, entonces ilumínanos.

Shinki se puso de pie bajo la atenta mirada de todos los demás, incluidas las tres jóvenes que comenzaron a prestar atención cuando la discusión de ambos escaló en volumen.

—No necesito explicar nada. —le echa una última mirada a Kawaki, que parecía sumido en sus pensamientos o tal vez demasiado ebrio para poner atención— Si Sarada quisiera externar sus motivaciones, lo hubiera hecho tiempo atrás. Lo que esté haciendo ahora, es sólo un resultado de años de represión.

Salió despedido por el pasillo sin esperar una respuesta. Y no le sorprendió escuchar pasos apresurados a tan sólo unos segundos de abandonar el salón.

—Shinki. —llamó la voz femenina a sus espaldas, sujetándolo de la manga de su chaqueta— ¿Qué ha sido eso?

Él se detuvo, girando su rostro un poco para observar sobre su hombro los ojos azules de Himawari brillando desconcertados.

—¿Qué ha sido qué?

—¿Acaso estás molesto con Shikadai por lo de aquella noche en la galería? —frunce el ceño— Porque si es así, no tienes porqué estarlo, ya te he dicho que...

Shinki sonríe con ironía, retirando sus pequeños dedos de la tela de su chaqueta con suavidad y terminando por darse la vuelta para encararla.

—¿Crees que la discusión fue por ti? —alza ambas cejas— ¿No se te ocurrió pensar por un momento que de verdad ha sido por Sarada?

—No, yo... es decir... —balbucea con las mejillas sonrosadas— No esperé que precisamente tú saltaras en su defensa. Podía esperarme algo así de Boruto, incluso de Mitsuki, pero tú siempre sueles mantenerte al margen...

La Uzumaki se veía consternada, casi podía ver los engranajes de su cerebro trabajando a toda velocidad en busca de una explicación lógica.

—Además, nunca habías discutido de esa manera con Shikadai... —sacude la cabeza con el ceño fruncido— ¿Y todo por defender a Sarada? No tiene ningún sentido...

El castaño se mantuvo impasible.

—No tiene que tener sentido para ti, ni para nadie más. —comienza a retroceder, metiéndose las manos dentro de los bolsillos de su pantalón— Será mejor que regreses allá dentro antes de que a tu hermano le pegue un coma etílico.

Y se fue, dejándole con la palabra en la boca.

A ella le tomó un par de segundos salir de su estupor y obligarse a poner un pie delante del otro para regresar a la habitación donde seguían los demás.

Namida no disimuló su preocupación al verla regresar con un semblante descompuesto, mientras que Sumire ya se había puesto de pie para intentar convencer a Kawaki de terminar la noche.

—Creo que ha sido suficiente por hoy. —habló Ryōgi en voz alta— Demos por terminada la convivencia antes de que otro percance suceda.

Himawari puso los ojos en blanco al ver a su hermano ignorando de manera olímpica a su prometida y vertiendo el resto de su trago en su garganta de un tirón.

—Dios mío, Kawaki. —replica la ojiazul, avanzando con pasos largos hacia él y arrebatando de su mano el vaso de cristal— Has estado tomando toda la noche, creo que es suficiente.

—¿Quién dice cuánto es suficiente? —pero no había un tono mordaz en su voz, lo que la pelinegra tomó como una señal de alerta.

¿Qué tan ebrio debía estar para dejar atrás al hombre gruñón que conocía?

—Yo también creo que es hora de ir a la cama. —concuerda Sumire, tocando su brazo con suavidad— Vamos, te ayudo.

El Uzumaki parpadea con desconcierto, y Himawari no sabía si no reconocía a la pelimorada o simplemente prefería ignorar su existencia como siempre.

—Yo me encargo. —le sonríe Sumire al notar que Kawaki no rechazó su contacto— Me aseguraré de que llegue a su habitación.

La ojiazul asiente sin estar del todo convencida, pero tenía tantas cosas en la cabeza que decidió delegar en su futura cuñada. Al final de cuentas, después de la boda, el mal genio de su hermano pasaría a ser problema suyo.

Sumire pasó uno de sus brazos musculosos alrededor de su hombro y deslizó el suyo propio por su espalda para que pudiera apoyarse en ella al caminar. La idea parecía buena en su cabeza, pero sus dos metros de altura contra su metro sesenta y cinco le demostraron lo contrario.

De alguna manera se las arregló para guiarlo por los pasillos de la casa hasta la que asignaron como su habitación, dado que la de él se hallaba en el segundo piso y subirlo por las escaleras en esas condiciones resultaría una misión imposible.

Solamente se permitió soltar un suspiro de alivio cuando él avanzó por su propia cuenta los últimos dos metros dentro de la alcoba y se dejó caer de espaldas sobre el colchón.

—No puede casarse. —dijo en un susurro, arrastrando las palabras.

La pelimorada apenas alcanzó a escucharlo por el tono tan bajo en el que estaba hablando y su ceño se frunció al instante.

—¿Tu hermano? —pregunta, estrechando la mirada, esperando que su intuición se estuviera equivocando porque dudaba que se refiriera a él— ¿Por qué no querrías que tu hermano se case con la chica que ama? Por lo que todos han dicho, ellos estuvieron destinados a estar juntos desde que nacieron.

—Y una mierda. —gruñe, cubriéndose el rostro con el brazo, todo el lugar le daba vueltas.

Sumire frunce el ceño, acomodándose junto a él en la cama, pensando que esta era su oportunidad para conseguir respuestas que jamás obtendría estando sobrio.

—¿Tú... —comienza a decir, pero su voz se extinguió— ¿Qué sientes por Sarada Uchiha?

—Necesito... —balbucea un montón de palabras ininteligibles— Ella... buscar...

Intenta levantarse, pero Sumire lo regresa a su sitio haciendo uso de toda su fuerza para mantenerlo quieto con las manos sobre sus hombros.

—No puedes salir a ningún sitio en ese estado. —sacude la cabeza con incredulidad— Habla conmigo, soy tu prometida.

Él estaba... ausente. Ni siquiera parecía que lo estuviese escuchando, y su cuerpo no puso mucha resistencia como para quitársela de encima.

Las imágenes en la mente de Kawaki cada vez estaban más confusas. ¿Dónde demonios estaba? La habitación le resultaba desconocida, y el cuerpo femenino prácticamente sobre él le hizo parpadear con desconcierto.

Al segundo siguiente, lo que su mirada enfocó fueron unos ojos oscuros y brillantes que le observaban con curiosidad, mientras los labios sensuales de un sutil tono rojizo se entreabrían en una sonrisa ladina y la pequeña nariz respingona salpicada de pecas se arrugó un poco, como hacía siempre cuando tramaba algo.

—¿Qué haces aquí? —frunce el ceño— ¿No deberías estar...

Ella se inclina sobre su rostro.

—Estoy aquí por ti. —acaricia su nariz con la suya— Porque te quiero.

Levanta una de sus manos para alcanzar uno de los mechones oscuros de su sedosa melena larga y lo coloca detrás de su oreja. Oh, la había echado tanto de menos.

—Quédate. —pidió en un susurro— No te vayas.

—No me iré a ninguna parte. —sacude la cabeza, deslizando su mano por su mejilla con ternura— Me quedaré contigo. Siempre.

Él la mira embelesado, mostrándole una sonrisa arrebatadora, y sujetándola por las caderas para acomodarla a horcajadas sobre su regazo.

Sus dedos se deslizaron por un lado de su rostro y bajaron por el costado de su cuello hasta que encontró el primer botón de su suéter y comenzó a desabrocharlo uno a uno, con una destreza impresionante para su nivel de ebriedad.

—Kawaki...

Ella se muerde el labio inferior, dudando un poco, pero al final terminó por ayudarle a sacarse la prenda sobre sus hombros al igual que se deshizo rápidamente de la sencilla blusa de tirantes.

La expresión que la joven tenía en su rostro le recordó por un momento a la misma que tuvo aquella noche en Aspen. En su primera vez juntos.

Aún así, ella se armó de valor para subir una mano sobre su torso y tomar la iniciativa de desvestirlo. Le sacó la camisa, deslizando los dedos con delicadeza por su magros músculos, fascinada por el escultural cuerpo masculino cubierto de tinta.

Era de lejos el hombre más sexy que había visto en su vida. Todo él emanaba una sensualidad abrumadora que le hizo temblar.

—Prométeme... —susurró contra sus labios— Que nada, ni nadie, se interpondrá entre nosotros.

Sus pequeños dedos inexpertos se escabulleron entre sus cuerpos y alcanzó la bragueta de su pantalón, sintiendo la dureza de su miembro bajo su cuerpo. Él gruñó ante su toque, arrancando la tela de su falda de un tirón dejándola hecha jirones.

Ella se sobresalta por su arrebato, en cuestión de segundos se encontró prácticamente desnuda, con sus pequeñas panties uniéndose a los trozos de tela de su falda en el suelo.

—No me has respondido. —dice ella en un suspiro, dando un respingo cuando su glande roza la sensible piel de su entrepierna.

Sus ojos se abrieron de asombro al ver la longitud de su miembro. Su mano ni siquiera consiguió rodear su circunferencia por completo de lo grande que está. Se mordió los labios al sentirse excitada, deseosa de él. Lo quería. No, le necesitaba, la humedad entre sus piernas era prueba suficiente.

—Tómame, pequeño bambi. —jadea con la voz enronquecida— Jamás habrá otra mujer para mí.

Sumire parpadea confundida. ¿Cómo acababa de llamarla? ¿Acaso...

No. Él no podía estar pensando en alguien más mientras estaba a punto de follársela a ella, ¿verdad?

—Sarada.

Eso la hizo quedarse quieta sobre él, con un nudo gigantesco formándose en su garganta. ¿Él creía que era ella? Pero...

No.

Si él no era capaz de impedir que esa mujer se metiera entre ambos, ella sería la encargada de cerrar esa historia por la fuerza. Justo ahora.

Sujetó la base de su polla con la mano y la alineó en su entrada mientras con la otra le tomaba por el mentón para obligarlo a mirarla.

—Yo. Soy. Tu. Prometida. —repitió, acercando su rostro al suyo, comenzando a bajar sobre su longitud— Yo. No ella.

Intentó una vez, pero el dolor de su intrusión le hizo detenerse apenas al inicio. Intentó una segunda, con más ímpetu que antes, pero no consiguió más que un par de centímetros.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y el ardor entre sus piernas se volvió casi insoportable.

«No puedo. Duele demasiado.», pensó ella, intentando relajar la pelvis para ayudarse un poco. Jamás se imaginó perder la virginidad de esta manera.

Kawaki se removió debajo suyo, y por consiguiente introdujo los centímetros faltantes para atravesar su himen. Entonces ella soltó un chillido de dolor, negando con la cabeza.

—Espera, me lastimas... —no consiguió meter ni tres cuartas partes— Yo... no puedo...

El Uzumaki parpadea confundido, aún con la realidad dispersa. Y de pronto, terminó por hacer a un lado a la chica sobre él con brusquedad para precipitarse hacia el borde de la cama justo a tiempo para vaciar el contenido de su estómago sobre el piso con arcadas violentas.

Después de eso, cayó noqueado boca abajo, semidesnudo sobre el colchón.

Al final, el alcohol hizo lo suyo.

(...)

Abbey Theatre en Lower Abbey Street es el teatro nacional de Irlanda, y en esos precisos momentos se encontraba abarrotado de gente a tan solo diez minutos de la función principal de la noche.

Los ojos azules de Himawari se pasearon por las tres primeras filas de personas en la sección central que Sarada había reservado para su familia y amigos cercanos.

En la primera hilera de asientos yacían sus padres, hermanos, y el resto de los Uchiha, incluido su tío Shisui al que pocas veces le habían visto en los últimos años y que ese fin de semana se dio el tiempo de viajar a Dublín de último momento para alcanzar a su esposa e hijos.

Después, en la siguiente fila, pudo distinguir la cabellera rubia de Boruto siendo acompañado de sus padres y la prometida de su hermano, que se mantenía en completo silencio. Ella soltó un suspiro antes de ocupar el asiento vacío entre Sumire y su prima Namida.

—¿Dónde está Kawaki? —pregunta en voz baja— No lo he visto en todo el día, ni siquiera en el desayuno.

La pelimorada se mordió el labio inferior y sus mejillas se tiñeron de un suave tono rosado.

—Supongo que me está evitando después de lo de anoche. —susurra apenada— Creo que... cruzamos una línea.

—Habla claro, no somos unas niñas para andarnos por las ramas. —resopla, hundiéndose en su asiento— ¿Qué sucedió con mi hermano?

—Lo hicimos. —dice en un tono más bajo, para que sólo ella pudiera oírla— Y fue de lo más perfecto, no puedo haberme imaginado el perder la virginidad con alguien más.

La Uzumaki abrió y cerró la boca sin saber qué decir.

—Pero...

—Simplemente nos dejamos llevar. —sonríe con timidez— Pero está bien, Hima, seremos esposos después de todo, ¿no?

—Supongo... —asiente la ojiazul, parpadeando desconcertada— ¿Segura de que estás bien con eso? Creí que en tu familia era una especie de... tradición esperar hasta el matrimonio, dijiste que era importante para ti.

—Sí, lo es, pero también era importante que mi primera vez fuera estando enamorada y lo ha sido. —sonríe con suavidad— No me interesa si es antes o después de la ceremonia, al final fue con el hombre que amo.

En ese momento un borrón oscuro atravesó el pasillo junto a ellas y logró distinguir la silueta inconfundible de su hermano mayor atravesando el pasillo en la esquina lateral. Tenía unas ojeras marcadas, una expresión descompuesta y su mirada parecía... más afilada que antes. Él no miró en su dirección por ningún motivo, ni siquiera antes de perderse por las escaleras del recinto y después reaparecer en el primer palco más cercano al escenario.

Desde allí debía tener una mejor vista del espectáculo. Entonces llegó a la conclusión de que compró ese lugar a propósito, y a juzgar por la discusión que mantenían sus padres en voz baja, supo que también pensaban igual.

Él compró su propia entrada. Quizá desde antes de que Sarada les informara que tendrían una sección especial para familia y amigos.

Cerró los ojos en un intento de despejar su cabeza de todo tipo de pensamientos que interfirieran con su tranquilidad mental, pero al abrirlos, por obra del destino se encontró con una nueva presencia delante suyo. Shinki recién había llegado acompañado de sus padres y hermana menor, quienes tomaron lugar detrás suyo a excepción del castaño que se situó junto a Daisuke Uchiha en primera fila.

—¿Él y Shikadai ya habrán resuelto sus problemas? —pregunta Namida en voz baja— Jamás pensé que terminarían discutiendo anoche, menos por un tema referente a Sarada.

La ojiazul miró sobre su hombro hacia el heredero de los Nara, situado en la esquina contraria de la tercera fila y siendo flanqueado por sus padres.

—Oí que Shinki estuvo en Londres antes de que Sarada se fuera a Tokio. —se inmiscuye Kaede a la conversación, inclinándose desde el otro lado de la castaña— Hako dijo que la visitó a principios de marzo, supongo que se volvieron más cercanos de lo que pensamos.

—Oh, sí, puede ser. —afirma Namida— Sólo recuerden el día del hipódromo, fue a buscarla también.

—¿Entonces ahora son los mejores amigos? —la Uzumaki alza ambas cejas— ¿Desde cuándo?

—Y yo que sé. —contesta la hermana de Ryōgi— Sarada suele guardarse un montón de cosas, como por ejemplo el hecho de que acaba de mudarse con una chica a la que conoció hace como cinco minutos.

—¿De qué estás hablando? —pregunta la castaña confundida.

—A eso. Compró un penthouse que ahora comparte con la amiga del hombre con el que se casó. —pone los ojos en blanco— ¿Puedes creerlo? Es insultante.

—¿No piensa regresar a Italia? —se atreve a preguntar Sumire— ¿Va a quedarse en Londres incluso después del secuestro? ¿Sus padres están de acuerdo?

No iba a quejarse. En realidad, le agradaba la idea de que esa chica permaneciera tan lejos como le fuera posible de Japón.

—Bueno, estoy segura de que la tía Sakura preferiría llevarla a casa, pero Sarada nunca ha sido de las que puedes retener en un sólo lugar. —menciona Namida, encogiéndose de hombros— Además, no sé lo que tiene entre manos, pero no creo que piense hacer de Londres su residencia permanente de nuevo.

Desde hace mucho dejó de intentar entenderla, sólo la quería tal como es. Aún si era impulsiva e impredecible. Esa siempre fue su personalidad, y sería una pérdida de tiempo querer profundizar mucho en ello.

—¿Tú también crees que planea algo? —pregunta Kaede— Antes de lo de Okinawa, se la ha pasado horas enteras con Ryōgi en el estudio.

Las luces se apagaron de pronto interrumpiendo su sesión de cotilleo y el reflector apuntó al centro del telón que poco a poco fue abriéndose hasta dejar a la vista la escenografía de un palacio con grandes ventanales, candelabros suspendidos en el aire y luces cálidas iluminando el ambiente.

—Oh, ahí está Hōki. —señala Kaede con una sonrisa en el rostro al verle entre la fila de bailarines que salió por un lateral del escenario— Se ve como todo un profesional.

El primer acto dio inicio con al menos una veintena de bailarines. La escena inicia con un Hōki danzando furiosamente alrededor de otra bailarina que interpretaba a su madre, la reina, que insistía en ofrecerle la mano de distintas jóvenes de la corte con la intención de que eligiera a la que sería su futura esposa.

Hōki, el príncipe Sigfrido, se niega de manera rotunda a escoger a alguna de las chicas presentes, aún después de lo que pareció ser el ultimátum de su madre.

—Se ve bien en mallas. —comenta Himawari encogiéndose de hombros— No creí decir algo así de un hombre.

—Es muy bueno en lo que hace. —afirma Kaede mientras asiente con suavidad— Ha practicado sin descanso.

—Dios mío, te gusta. —apunta Namida codeándola— ¿Desde cuándo?

Los ojos ámbar de Kaede brillaron por un breve momento al recordar el día en el que por obra del destino se encontró con Hōki en la entrada de la repostería donde trabajaba Hako, él iba saliendo del local y al abrir la puerta de cristal chocaron accidentalmente.

Él la invitó a cenar con ellos en una pizzería cerca del departamento que compartían y luego de pensárselo bien decidió asistir. Fue la primera vez que convivía con jóvenes de su edad en un entorno diferente al que estaba acostumbrada y al final de la noche comprendió la razón por la que Sarada se integró con facilidad en el grupo.

Resulta que era sencillo estar con ellos. No debía preocuparse de asistir a eventos aburridos o tener charlas superficiales. Se sintió como lo que era, una joven a mitad de sus veintes, revitalizada y libre.

En algún momento el telón se cerró y la siguiente vez que observó al escenario ya no había rastro del palacio. Ahora tenían la escenografía de un bosque oscuro con un lago de aguas cristalinas flanqueado de flores. En ese momento el reflector apuntó al centro y apareció la silueta estilizada de Sarada Uchiha ataviada en un vestido blanco.

La densidad del plumaje en la parte inferior de la falda yacían acomodadas estratégicamente para simular un efecto degradado que se diluía de manera ascendente hacia el corsé y terminaba en un escote uniforme de encaje fino.

Llevaba el cabello sujeto en un moño elegante y a los costados un tocado de plumas que terminaba en una tiara de brillantes en la cima de su cabeza.

Toda ella irradiaba... luz. El blanco en ella la hacía lucir como una criatura pura e inocente, casi a un punto surrealista, y en su rostro había una expresión suave que acentuaba la belleza de sus rasgos ya de por si agraciados.

El acto dio inicio con ella sola en el escenario, moviéndose con destreza y haciendo suyo el espacio. La manera en la que se deslizaba era hipnótica, provocaba que no quisieras apartar la vista de ella ni un mísero segundo. Tanto, que la presencia de Hōki a un costado se notó hasta que ella giró su rostro directamente hacia él y extendió su mano con delicadeza.

Ese fue el momento en el que el príncipe Sigfrido se escabulle en el bosque con la intención de cazar y fijó su atención en el cisne blanco a la orilla del lago, pero se halló incapaz de disparar la flecha al ver que el hechizo se deshizo y en su lugar se encontró con la joven más hermosa que sus ojos habían visto. La princesa Odette, reina de los cisnes, y víctima de un hechizo en el que sólo puede recuperar su forma humana al caer la noche.

Hōki toca sutilmente el inicio de su espalda y recorre su espina vertebral con la punta de sus dedos antes de atraerla contra su cuerpo e iniciar una danza conmovedora que denotó la química entre ambos, y que por consiguiente logró transmitir la emoción del amor a primera vista. Puro y genuino.

La delicadeza de los movimientos de Sarada evocaba ternura, alegría, fascinación por encontrar al amor de su vida.

Y al final de la escena, después de que el telón se cerrara con ambos cuerpos entrelazados, Kaede desvió la mirada hacia el suelo con lágrimas en los ojos.

—No importa hace cuánto tiempo descubrí que tengo sentimientos por él. —dijo en un susurro que las tres chicas pudieron escuchar— No mientras siga enamorado de ella.

Namida tocó su mano para ofrecerle consuelo y ella le sonrió con los labios apretados. Por su lado, Sumire se removió incómoda al oír la decepción en la voz de la otra pelimorada.

Al parecer, no era a la única a la que la chica Uchiha le entorpecía el camino.

Los ojos púrpuras no se despegaron del palco privado varios metros por encima, en especial cuando el tercer acto dio comienzo con la escenografía del palacio durante lo que parecía un baile. Sitio en el que el príncipe Sigfrido aguardaba la aparición de Odette para finalmente jurarle amor eterno y proclamarla como su futura esposa, seguro de que eso bastaría para romper el hechizo.

Esta vez, cuando Sarada apareció, no había rastro de la dulzura y delicadeza de antes. Su vestuario era exactamente el mismo, pero de una tonalidad oscura. Las plumas en su tocado y vestido, los brillantes en su tiara, todo era idéntico, pero completamente negro.

Y a pesar de eso, se las arregló para transmitir una vibra diferente. Su presencia se sentía fuerte, imponente, seductora. Incluso su mirada cambió.

El teatro entero retuvo el aliento cuando comenzó a moverse alrededor de Hōki con una soltura sensual, atrayente y confiada. Todo lo contrario a la timidez del cisne blanco.

Sumire frunció al ver a Kawaki seguir todos y cada uno de los movimientos de la chica casi sin parpadear. Y pudo jurar que desde esa distancia, era capaz de distinguir el brillo en sus ojos, por más absurdo que parezca.

Miró sobre su hombro al público y se dio cuenta de que todos parecían tener la misma expresión de fascinación impresa en sus rostros.

El pas de deux del cisne negro era uno de los momentos más cruciales de la obra por el poder dramático de la coreografía. La bruja Odile, con la apariencia de Odette, consigue que el príncipe caiga en su hechizo y le jure amor eterno.

Sarada se mostró indomable, sus movimientos dejaron de ser perfectos, y en cambio, sustituyó la pulcritud con desenfreno y fogosidad hasta el final del acto.

Era impresionantemente talentosa, hasta Sumire tuvo que admitirlo mientras su expresión serena se desvaneció y sus labios se convirtieron en una fina línea.

—Hōki me confesó que antes estaban teniendo problemas en el último acto. —dice Kaede en voz baja— Espero que hayan podido resolverlo.

Minutos después, cuando el telón se abrió por cuarta ocasión, vieron un cambio en la escenografía. La luna llena se apreciaba de fondo en su máximo esplendor y detrás de la silueta solitaria de Sarada en el escenario había un peñasco de elevación pedregosa de al menos tres metros de altura.

La azabache de nuevo vestía de blanco, pero esta vez la expresión de su rostro era diferente. Ya no más ternura y entusiasmo, en su mirada sólo podía verse la devastación absoluta de quien fue traicionado por amor.

Los ojos llenos de lágrimas, los labios temblorosos, la mirada de sufrimiento.

Sus movimientos eran delicados y al mismo tiempo expresaban... tanto. Su desconsuelo era genuino, no había manera de que pudiera fingir eso.

Sakura se aferró a la mano de su marido sin poder dejar de mirar la desolación impresa en el semblante de su hija y sollozó a la par, observando a Sarada alzar los brazos, simulando las alas de un ave angustiada y agonizante.

La escena era desgarradora. Odette, la reina cisne, acepta su muerte sabiendo que el hechizo jamás se rompería.

Hōki hizo su entrada al escenario, arrodillándose frente a ella, pidiendo su perdón por dejarse engañar por Odile. Pero ya era demasiado tarde. Un nuevo personaje se unió al acto final, Von Rothbart, el hechicero responsable de la maldición de la princesa, venía a regocijarse de su victoria.

Ahí sucedió lo inesperado, Sarada acarició la mejilla del castaño con dulzura y corrió hacia la cima del peñasco mientras el clímax de la banda sonora llegaba a su punto más alto, girándose hacia el público una última vez con las lágrimas escurriendo por sus mejillas y una sonrisa que refleja alivio, para finalmente dejarse caer de espaldas por el precipicio.

El príncipe Sigfrido, incapaz de soportar perderla, corre hacia la pendiente para seguir a su amada en la muerte.

El telón se cierra, las luces se encienden y el público conmocionado estalla en aplausos en una ovación de pie que se sintió eterna.

—No sabía que tenía un final tan trágico. —exclama Sumire, negando con incredulidad— Me quedé con el final feliz de la película animada.

—Sarada ha estado impresionante. —exclama Himawari sin dejar de aplaudir— Esa última escena me ha erizado la piel...

—Ciertamente, su actuación fue extraordinaria. —asiente Kaede— Por poco me hace ponerme a llorar a mí también.

Namida asiente con un nudo en la garganta y una mirada repleta de orgullo al ver el telón abrirse con elenco al completo reunido en el escenario. Sarada no miró a nadie, mantuvo la frente en alto con el rostro libre de expresión. El resto agradeció al público con una reverencia y no tardaron en llover flores a sus pies.

Los murmullos en el gentío no se hicieron esperar, alabando el talento de la joven Uchiha y su actuación impecable. Supuso que los dueños de la compañía debían estar satisfechos con la presentación, dado que incluso la prensa estaba presente y no había duda que el éxito de la primera noche saldría en los titulares.

—Has estado espectacular. —dice Hōki, inclinándose ligeramente hacia su compañera para susurrarle al oído— Dejaste al público sin palabras.

—Gracias. —sonríe por lo bajo— Esta fue mi última presentación.

La expresión del castaño se descompuso y alzó la mano para sujetarle el brazo, sin importarle que el público aún pudiese verlos detrás de la pequeña rendija del telón que se cerró en ese momento cubriéndolos por completo.

—¿De qué hablas?

—Me retiro del ballet. —se gira hacia él— Estoy rompiendo el contrato.

—Sabes que te demandarán por esto, ¿no? —habla con incredulidad— ¿Por qué?

—De hecho, ya lo hicieron. —se encoge de hombros— Pero no pueden hacer nada para retenerme, ya pagué la multa millonaria por incumplimiento de contrato hace un par de semanas.

Hōki apenas podía creer lo que estaba escuchando, pero ella lucía tan tranquila, tan apacible.

—Les hice el favor de presentarme hoy dado que la prensa se presentaría hoy para cubrir la nota de la primera noche de la gira. —explica con calma— El anuncio de mi retiro se publicará en unos días.

—Pero...

—Ellos ya sabían que los dejaría. —le confirmó— ¿Por qué crees que te han pedido ensayar con mi suplente las últimas semanas?

—¿Por qué no me lo dijiste? —frunce el ceño— ¿No confías en mí?

—No quería que te desconcentrara el hecho de que mi retiro sería precisamente esta noche. —ladea el rostro— Realmente me agradas, Hōki, eres la única pareja de baile con la que he sentido química de verdad.

—Entonces quédate. —pidió— Al menos hasta que termine la gira.

—Hay muchas cosas que ocupan mi atención por el momento. —suelta un suspiro, dándole un apretón amistoso en su brazo— Estuviste estupendo hoy.

—¿Vas a irte de Londres?

—Sí y no. —murmura viéndolo a los ojos— Mi hogar ahora es en Estambul, pero pasaré algunos días en Londres de vez en cuando.

El castaño retuvo el aliento mientras coloca sus brazos en jarras intentando procesar la noticia.

—¿Qué hay de...

«¿Qué hay de mí?», quiso preguntar, pero no se animó a terminar la frase.

—Eres un chico inteligente, Hōki. —le sonríe la azabache con suavidad— Estás mejor sin mí y todo lo que conlleva conocerme.

—Eso no es cierto.

—Lo es. —afirma con la cabeza, retrocediendo un paso— Te aprecio, y por eso mismo voy a darte un consejo gratis...

Él enarca una de sus cejas oscuras.

—Sigue con tu vida. —susurra— Esta gira es una oportunidad enorme para ti, enfócate en eso.

—¿Estás pidiéndome que me olvide de ti?

—Estoy pidiendo que te mantengas alejado de todo lo relacionado conmigo. —asiente ella— Mi mundo no es para ti.

—¿Te avergüenzas de ser mi amiga?

Ella niega.

—Al contrario. —suspira— Me preocupo por ti lo suficiente para mantenerte al margen de mis asuntos.

—¿Qué asuntos? —exclama exasperado— ¿Qué es todo eso que no me estás diciendo?

Sarada sacude la cabeza, y esa acción le bastó a Hōki para saber que no conseguiría más información de la que le estaba dando. Así que finalmente dio un paso al frente y levanta su mano para tocar el costado de su rostro con suavidad.

—Cuídate, ¿de acuerdo? —resopla— Te pido que al menos llames para saber que estás sana y salva.

—Suerte con el resto de la gira. —coloca su mano sobre la suya y le ofrece una última sonrisa— Despídeme de Hako y Renga también.

Entonces Hōki la dejó ir tras bambalinas, pensando en que tal vez pasaría un montón de tiempo hasta que pudiera volver a verla.

Él no era ningún estúpido. Desde que se hospedaron en la villa Uchiha de Palermo y Sarada le mostró su mundo supo que había algo detrás de toda esa vida opulenta y privilegiada. ¿Por qué había tanta seguridad? La residencia fácilmente podría estar más vigilada que el palacio de Birmingham y cada que viajaban a algún sitio lo hacían escoltados por una flotilla de vehículos.

Quizá podía ser común entre personas adineradas el llevar guardaespaldas, pero de ellos era una exageración. A menos que supieran que realmente lo necesitaran porque podrían ser atacados en cualquier momento.

Luego estaba lo del secuestro de Sarada y el hermetismo en todo el asunto.

¿Podía asegurar que su familia y todos los de su entorno tenían negocios turbios? No, no podía probarlo, pero tenía esa corazonada que le decía que no estaba muy alejado de la realidad.

¿Por qué otra razón ella le estaría pidiendo que pusiera tierra de por medio entre él y todo lo relacionado a su entorno?

Sea lo que sea, estaba dispuesto a averiguarlo.

(...)

Lo primero que vio al entrar a su camerino fue el tocador y muebles repletos de arreglos florales, y entre esos, una solitaria camelia roja resaltando entre los colores claros de las otras flores.

No había que ser muy inteligente para saber quién la envió. Decidió ignorar el hecho de que tuviera el cinismo de hacerlo y simplemente se metió detrás del biombo para quitarse el vestuario y colocarse un atuendo más sencillo.

El vestido era rojo, sin mangas y la tela delgada se apegaba a ella como una segunda piel. Era largo hasta la pantorrilla, con escote recto y sin ningún tipo de estampado. Casual y sexy al mismo tiempo.

Se detuvo frente al espejo para quitarse las horquillas del cabello que ya comenzaban a incomodarle y lo dejó caer con libertad sobre su espalda. Fue ahí cuando su mirada recayó detrás suyo a través del reflejo y vio el peculiar ramo sobre el sofá de la habitación. Tenía una combinación de flores dudaba haber visto juntas alguna vez: Lavanda, Clavel y Ciclamen.

Extrañamente la gama de color violácea y rosa de las tres especies armonizaban juntas, pero seguía siendo... una elección curiosa.

Se acercó a tomarlo entre sus brazos y encontró una tarjeta blanca con una sencilla frase:

«Te ves genial en ese tutú, amor.»

Una sonrisa tiró de los labios de la Uchiha e incluso pudo sentir la risa vibrando en su pecho al comprender el mensaje implícito de las flores.

La lavanda era la flor nacional de Portugal, así como el clavel de España y el ciclamen de Grecia. Ellos estaban aquí, en alguna parte del teatro.

Y como si lo hubiera invocado, su móvil comenzó a sonar encima del tocador donde pudo leer el nombre del gánster español en la pantalla.

—Hola, amor. —habló Ichirōta en la otra línea— ¿Tienes planes para esta noche?

—Iba a cenar con mi familia en...

—Pues entonces añade tres lugares a la mesa. —exclamó sin titubear— No nos iremos de Irlanda hasta hablar contigo.

Sarada suspira.

—Te enviaré la dirección por mensaje. —contesta tras meditarlo unos segundos— Los veo allí en una hora.

—Estupendo, amor, ahí estaremos.

—Sigue llamándome así y juro que voy a meterte cada uno de los tallos de las flores que me enviaron por el...

Pudo oír el sonido de su risa masculina de fondo y entonces la llamada se cortó.

—¿Sarada? ¿Estás ahí? —esa era la voz de su hermano menor— ¿Estás lista para irnos?

Ella abre la puerta y se encuentra con los cálidos ojos verdes de Daisuke observándola con impaciencia.

—Papá consiguió que despejaran la salida trasera. —resopla, mirando al final del pasillo al resto de su familia allegados— Supuso que no querrías perder el tiempo con aduladores desconocidos

—Usualmente tiene razón. —se encoge de hombros, sosteniendo con fuerza el ramo de flores contra su pecho— ¿Por qué siguen todos aquí?

—Quieren felicitarte por tu actuación. —contesta con obviedad— Lo hiciste fantástico.

—Escucha, a los cinco minutos, quiero que presiones para irnos. —dice la azabache en voz baja— Debemos estar en el departamento de Boruto en menos de una hora.

—¿Por qué?

Cada vez se acercaban más al final del pasillo.

—Porque quiero presentarles a unas personas.

—No vas a casarte con nadie más, ¿verdad? —se gira a verla bruscamente.

—¿Qué? ¡No! —hace una mueca— Pero es una reunión que requiere discreción absoluta.

Daisuke vio la seriedad en su rostro y asiente. Adoraba a su hermana, pero esa faceta suya no le agradaba en absoluto.

—¡Cariño, lo hiciste estupendo! —exclama Tenten envolviéndola en un abrazo— Me has hecho llorar ríos enteros.

—A mí también me ha conmovido un montón. —la secunda Konan, haciendo a un lado a la castaña para tomar su turno de abrazarla— Todo el mundo allá afuera está hablando de ti.

Recibió las felicitaciones de todos y cada uno con una sonrisa medio fingida. No le molestaba tenerlos ahí, es decir, los quería a todos muy a su manera, pero deseaba un ambiente más íntimo.

—¿Y esas flores? —pregunta Boruto, pasando su brazo sobre sus hombros— Son bonitas.

—Sí, son de parte de unas personas... interesantes. —le sonríe— ¿Te molesta si los invito a cenar con nosotros esta noche?

—Puedes invitar a quien tú desees. —contesta alzando una ceja rubia— Es tu cena de celebración después de todo.

Ella estuvo a punto de decir algo, pero Sumire eligió ese momento para acercarse con una amplia sonrisa en su rostro.

—Eres una bailarina increíble. —le dijo la pelimorada— Espero poder verte otra vez, creo que se ha convertido en mi nueva obra favorita.

—Sí, no creo que eso vaya a suceder. —contesta Sarada llamando la atención del resto— He decidido retirarme.

—¿Dejarás el ballet? —pregunta una voz masculina a sus espaldas. Era Kawaki.

Ella abrió la boca para hablar luego de girarse para verle, pero la pelimorada la empujó ligeramente al pasar a su lado para poder colgarse del brazo del Uzumaki mayor. Todo bajo la atenta mirada de los presentes, incluso pudo oír el chasqueo de la lengua de la tía Tenten, quien estaba más cerca.

—Sí. —contesta ella sin más, sosteniéndole la mirada al pelinegro— Hoy fue mi última función.

Daisuke notó la tensión en el ambiente y creyó que esa era su señal para entrar en acción, así que se alejó del lado de sus padres para hacer notar su presencia.

—Oigan, tengo hambre. —habló en voz alta, interrumpiendo el momento— ¿Podemos irnos ya?

—Sí, creo que es hora de marcharnos. —concordó Itsuki estrechando la mirada hacia el jefe de la Yakuza— Sarada debe descansar, podrán hablar con ella después.

Y así sin más, tras despedirse con un simple gesto de mano general, Boruto la sacó después allí siendo seguidos de su familia.

No obstante, antes de subir el vehículo, sacó su móvil para escribir un mensaje de texto y presionó la opción de enviar a dos personas en particular.

Ella había encendido la mecha y llegó el momento de ponerlo todo a arder.