LIBRO SEGUNDO



Acto Segundo
SPERARE


La palabra esperar proviene del latín sperare, que es un derivativo de la palabra spes, que significa esperanza.


No era su lugar favorito del mundo, pero al menos tenía un techo sobre su cabeza, un pequeño espacio en donde no hacía frío junto al fuego y ropa seca. Hinata experimentaba felicidad al escuchar los leños del fuego quemándose y chispeando, haciéndola sonreír. Se parecía a los días de frío en Konoha cuando se sentaba junto al fuego intentando aprender a tejer con palillos. Sin embargo, en esa ocasión, tan sólo intentaba quitarse la humedad del cabello mientras lo frotaba con una especie de toalla.

Pronto, un agradable aroma llegó a ella junto con el sonido de pasos por el corredor. Supuso que sería Itachi, pues le había dicho que lo esperara mientras conseguía algo para cenar. Su pecho comenzó a cosquillear casi de inmediato, pues no eran muchas las ocasiones en que estaba a solas con él y no podía evitar sentirse tan nerviosa como ansiosa. Anhelaba esos pequeños encuentros, porque no debían fingir indiferencia, ni mantenerse callados; podían acercarse un poco más, como lo hacían antes de que sus vidas dieran ese inesperado giro.

―¿Itachi-san? ―preguntó con timidez al escuchar la puerta abrirse, pues su mundo seguía en tinieblas.

―Sí ―respondió él, mientras abría y cerraba la puerta.

La joven escuchó más pasos y luego el sonido de cerámica siendo posicionada sobre madera. Sonrió al percibir como removía las cosas sobre la mesa, pues sabía lo meticuloso que era en cada una de las cosas que realizaba y hasta colocar los palillos se volvía toda una labor para él. Le gustaba eso de Itachi, pues se tomaba el tiempo para que cada cosa que hiciese en la vida fuese lo más cercano a la perfección posible.

―Permítame.

Descubrió que el joven se sentaba a su lado cuando su ropaje rozó sus brazos. Nerviosa, se encogió sobre sí misma, juntando los labios e intentando respirar normalmente. Sintió cómo tocaba la parte posterior de su cabeza buscando el nudo con que amarraba las vendas con tanta delicadeza como era posible, haciéndola sentir que más que ayudarla, estaba acariciándola a su manera.

Su corazón comenzó a latir cada vez más fuerte al tenerlo cerca y el deseo de estirar sus manos y también tocar su hermoso cabello negro la hizo dejar de respirar. Pronto, la tenue luz del fuego traspasó sus párpados cerrados y lentamente comenzó a abrirlos para dejar que su vista borrosa se acostumbrara a ver el mundo nuevamente.

Podían ser menos cuidadosos con sus ojos en ese lugar, pues tanto el líder como el Ángel estaban al tanto de quién era ella en realidad. Itachi se los había dicho cuando los aceptaron dentro de la organización. Kisame también sabía que su nombre era Hinata y que al igual que Itachi, provenía de Konoha. Si sabía algo más que eso, era un misterio para ella.

―Gracias ―apenas murmuró, sonrojando mientras sonreía con timidez.

Itachi la observó un momento a los ojos, como si estuviese inspeccionándola, asegurándose de que estaba bien. Cada vez que volvía a verlo con tanta claridad se recordaba lo varonil y atractivo que él era y sintió que se desmayaría si seguía observando sus iris negras. Con los años se había vuelto más alto, sus hombros más anchos y su pecho más fuerte. Su voz había tomado una profundidad aterciopelada que cosquilleaba en los oídos.

Le gustaba notar esos pequeños cambios, pues le recordaba que el tiempo estaba transcurriendo y pronto podría alcanzarlo.

―¿Sucede algo? ―le preguntó poniendo una de sus manos sobre la frente de la joven para llamar su atención.

―N-no ―susurró bajando la mirada, ya no soportaba seguir viéndolo a los ojos. Se hubiese muerto de vergüenza si él se daba cuenta de lo que su cercanía le provocaba.

―Su cabello ha crecido bastante ―Hinata supuso que sin la venda que lo apretaba contra su nuca, era más visible la longitud de éste.

―¿Deberíamos cortarlo de nuevo? ―preguntó ella, pues a veces seguía pretendiendo ser un chico cuando tomaba distintas identidades y por ello muchas veces Itachi le había cortado el cabello tan corto como pudo.

―No ―respondió Itachi tomando asiento frente a ella, sobre una almohada, mirando el fuego―. Creo que en este momento no engañaríamos a nadie diciendo que usted es un niño.

Hinata abrió ampliamente los ojos. No entendía muy bien por qué no. Ella siempre personificaba de forma aceptable su rol como niño o al menos hacía el intento. Itachi le había enseñado algunos trucos para que no se delatara cuando estaba mintiendo.

―¿Lo hago mal? ―preguntó un tanto decepcionaba, bajando su mirada hasta el plato de comida en la mesa, cuyo vapor hacía figuras en las oscuridad―. Puedo esforzarme más.

―No me refiero a eso ―respondió con seriedad.

Pero tampoco dijo a qué se refería. Hinata suspiró, porque cuando Itachi no se justificaba, usualmente significaba que el asunto se había terminado. Enfocó su mirada en el arroz sin deseos de tocarlo, frunciendo los labios levemente, respirando profundo y tomando valor para preguntar.

―¿A qué se refiere entonces? ―Itachi volteó lentamente su mirada hacia ella, y Hinata supo que lo había sorprendido con su pregunta, pero no desistió. Mantuvo firme su postura y a pesar de que todo en ella se sentía desmoronar bajo los intensos ojos negros, quería saber qué era lo que estaba haciendo mal―. Siempre ha-hago todo lo que me pide. Por favor, si tan sólo me dice qué es lo que hago mal ahora yo puedo cam…

―Su cuerpo ―la interrumpió Itachi― ya no engañaría a nadie. Por ello, no tiene sentido que cortemos su cabello. Puede dejarlo crecer desde ahora en adelante.

Se olvidó de respirar un momento. Hacía tanto tiempo que no se veía a sí misma en un espejo que no se había dado cuenta en verdad cuánto había crecido. Sabía que hacía un tiempo sus senos habían comenzado a inflarse pero, simplemente pensó que estaba subiendo un poco de peso. No obstante, sonrojó avergonzada. Quizás era verdad que ya no era completamente una niña y que seguiría creciendo. Lo único bueno era que no tendría sorpresas al respecto de esos días de mujer, porque sangraba incluso antes de casarse con Itachi.

―Su comida se enfriará ―dijo entonces el pelinegro, volviendo a mirar el fuego.

Hinata suspiró, porque sabía que no hablarían mucho más. Cuando Itachi le pedía que comiera permanecía en silencio, absorto en sus propios asuntos, sólo que esta vez su mirada melancólica le partía el corazón. Si no hubiese sido tan consciente de sí misma y de lo inapropiado que era, se habría sentado en sus piernas para abrazarlo. Pero no tenían ese tipo de relación, ambos eran personas formales que preferían las cordialidades y cortesías, los modales, la educación y el control de las emociones.

Mientras tomaba los palillos y acercaba el plato de arroz hasta ella, deseó que él le hubiese tenido confianza, al menos para decirle qué era lo que lo había entristecido tanto. Para cualquier persona Itachi seguramente lucía igual que de costumbre, pero ella, que lo conocía por tanto tiempo ya, sabía que había algo mal. Era por la manera en que sus párpados caían y su respiración parecía más lenta de lo normal.

―Itachi-san ―tomó aire, se sentía optimista de que quizás ese día conseguiría ser más valerosa que otros―. ¿Lo entristece la lluvia? ―su voz fue suave, pero alegre. Quizás si ella le decía que también se sentía triste por estar allí en ese pantano pestilente, él se sentiría un poco mejor.

―¿Por qué me pregunta eso? ―su mirada se afiló levemente y su boca se endureció haciéndole tragar despacio el arroz que llevaba a su boca.

―Porque… porque… ―su mirada la ponía nerviosa, era como si la estuviese leyendo como un libro abierto, analizando cada gesto y palabra para acercarse a lo que ella realmente pensaba. Por lo tanto, no mintió―. Luce triste ―los gestos de Itachi no se alteraron, pero notó como el dedo de su anillo se movía levemente, lo cual le indicaba que quizás sus palabras lo habían irritado.

―La lluvia no me entristece ―con el rostro estoico, pareció indiferente nuevamente, volviendo su mirada a las llamas.

―Lo siento ―Hinata bajó su taza de arroz y puso los palillos en la mesa―. No quise importunarlo con mi pregunta.

Permanecieron nuevamente en silencio y la jovencita supo que donde fuese que los pensamientos de Itachi se encontraran, no estaban con ella. A veces hacía eso, se quedaba en silencio observando un punto fijo, retirándose a su propio mundo el cual nunca parecía poder alcanzar. Había desistido de querer quebrar esa barrera que usualmente imponía entre ambos, por lo que siguió comiendo.

―Debo hacer un viaje mañana ―la sorpresa en Hinata fue visible, ya que no se esperaba que volviera a quebrar el silencio entre ambos tan pronto.

La voz de Itachi sonaba extraña, más distante de lo usual. El joven tomó su taza de té y le dio un sorbo. Hinata suspiró, pues pensó que al menos esa vez lograrían quedarse un poco más de tiempo en Amegakure en vez de andar de país en país buscando y haciendo cosas que ella ignoraba.

―Ya veo ―susurró desanimada, pero intentando ver el lado positivo de las cosas, comenzó a pensar en alguna nueva identidad para esa aventura que se visualizaba frente a ellos― ¿Qué identidad deberé usar está vez?

―Usted no irá.

Sintió que se le iba el aire del estómago.

Las palabras de Itachi calaron profundo en su pecho, haciendo que éste se apretara. Lo miró incrédula un instante, deseando preguntar el por qué, o si ella había hecho algo mal, o si al menos volvería pronto, pero se mantuvo en silencio, básicamente porque estaba demasiado sorprendida para hablar. Itachi y ella iban a todas partes juntos, desde las altas montañas en el país del Rayo, a las arenas ardientes de Suna, incluso habían estado en las maravillosas islas del país de la Luna. Era increíble que ahora no la llevase con él.

―Usted se quedará aquí ―finalizó mirándola de costado, inspeccionando su reacción.

―¿Sola? ―las palabras casi se le atoran en la garganta.

―Sí ―Itachi suspiró―. Es tiempo que aprenda a cuidarse sola.

Hinata bajó el rostro. Un nudo se formó en su garganta, recordando una borrosa escena en que Itachi la había abandonado cerca de la rivera del Río Naka, la noche en que todo sucedió. No recordaba mucho de ese día, tan sólo el miedo que había experimentado. Eso era lo único que tenía claro, y ahora no entendía del todo por qué precisamente esa sensación de desesperación y soledad (la misma que experimentó ese día) volvía a ella. Pensó haber olvidado todo al respecto, pero ahí estaba esa imagen, de un hombre cubierto en sombra, con una máscara que ocultaba su rostro demacrado que ni si quiera el byakugan había podido descifrar. Aún podía sentir la sangre fría que había goteado sobre sus mejillas cuando él se paró frente a ella.

―Intentará lastimarme de nuevo… como esa vez ―susurró más para sí misma que para Itachi.

―Entonces, debe estar siempre atenta para que eso no ocurra.

Itachi permaneció en silencio después de eso y retiró sus ojos de la figura de Hinata, quien parecía hundirse cada vez más entre sus hombros, al parecer sin haberse dado cuenta que sus palabras habían sido interpretadas por el Uchiha de forma errada, quien se puso de pie sin tocar comida para retirarse a la habitación en el fondo.

Cada vez que estaban en Amegakure les permitían quedarse ahí, las dependencias de los miembros de la Organización en el cuarto piso, en dónde había una sala común y habitaciones para que los miembros pudieran pasar la noche cuando pasaban por ahí. Kisame no se encontraba en dicho lugar, aunque Itachi no le había explicado dónde se había dirigido su compañero a pasar la noche.

La joven suspiró mientras miraba su plato de arroz y el pescado hundido en soya a su costado. El vapor de la comida aún subía girando en sí mismo. Las llamas que consumían la madera flameaban danzantes, haciendo que las sombras jugaran a su alrededor. Pero estaba sola, y seguramente estaría sola de nuevo por mucho tiempo.

Su nariz comenzó a cosquillear y su visión se volvió borrosa. Un nudo le apretó la garganta y sus labios temblaron al sentir cómo su pecho se oprimía. Era tan desalentador estar en ese lugar de por sí, pero además tener que estar sola… ¿Por qué? ¿Por qué todo se había vuelto una interminable duda en la cual nunca encontraba respuestas? ¿Por qué siempre debía estar temiendo que la abandonaran en medio de la noche? ¿Por qué no podía ser más útil para también ayudar a la organización en vez de ser sólo una carga?

Metió una mano entre su ropa, justo a la altura de su pecho, y sacó un pañuelo escondido en la tela. Al desdoblarlo sobre la mesa, vio la rosa de papel que aún conservaba a pesar de todo el tiempo que había transcurrido, aunque se comenzaba a humedecer con sus lágrimas.

Hacía cinco años había recibido aquel obsequio del Ángel de Amegakure.

Se había escondido a llorar, asustada y sola, detrás de una de las escaleras del edificio en cuanto Itachi se presentaba ante el líder de la organización. Tenía miedo de que una vez más intentase deshacerse de ella, que la abandonara en alguna de aquellas ciénagas putrefactas o la intentara matar mientras dormía. Agachada y abrazando sus rodillas, cerró los ojos con fuerza mientras temblaba, pidiéndole a los dioses que tuviesen un poco de misericordia de ella, prometiendo que mejoraría, que sería fuerte y lucharía por vivir si le daban la oportunidad para ello.

Fue entonces que escuchó algo que sólo pudo describir como el revoloteo de alas invisibles. Subió el rostro y notó que había una mariposa blanca volando frente a ella. Estiró su mano, incrédula, intentando tocarla y ésta se posó sobre su dedo índice, con un suave y delicado movimiento de alas, como si la estuviese saludando. Sus ojos se desviaron cuando escuchó el sonido del papel doblándose y percibió que había dos, tres, quince, cientos… todo a su alrededor se llenaba de hermosas mariposas blancas de papel que la acariciaban en silencio haciendo que olvidara su tristeza, flotando a su alrededor, jugueteando con ella, danzando en un juego que no parecía entender.

Quizás porque aún era una niña las siguió mientras éstas comenzaron a alejarse, primero caminando, luego corriendo por un largo corredor hasta que llegó a una especie de balcón que exponía frente a ella la ciudad bajo la lluvia. Subió su mirada al cielo y notó que dejaba de llover, abriéndose el cielo sólo un momento, para que las mariposas se juntaran unas con otras dándole forma a lo que Hinata en ese momento sólo pudo describir como un ángel, quien a lo lejos, flotaba con alas hechas con las propias mariposas. Un halo de luz atravesó las nubes iluminando la celestial figura suspendida en el aire.

Hinata cayó de rodillas.

¿Por qué lloras? Nos marchitamos cuando hay tristeza en nuestro corazón, al igual que las flores cuando no reciben luz.

Un papel se desprendió del rostro del ángel y se dobló frente a los ojos de Hinata, tantas veces y en formas tan extrañas que dejó de respirar. El mismo papel cayó frente a ella convertido en una rosa, que Hinata recogió con las palmas extendidas antes de que tocara el suelo.

Hinata-san. Cuando sonríes, deja de llover.

Las palabras de Konan de Amegakure resonaron en su mente. Asintió a ellas mientras juntaba sus manos y comenzó a rezar una vez más para que el tiempo pasara rápido y pudiese crecer; quería convertirse en la mujer que Itachi necesitaba a su lado. Quería serle útil, guiarlo con sus ojos, ser lo suficientemente fuerte para dejar de ser una molesta carga… quería ser perfecta para él.

Con la nariz roja y las mejillas húmedas, sonrió. Alguna vez debía dejar de llover si seguía sonriendo.


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Las palabras de Hinata resonaban en su mente, haciendo que su pecho se sintiera más pesado. A pesar de estar los últimos seis años de su vida cuidándola incluso más de lo que podría haber cuidado de sí mismo, ella no le tenía confianza, incluso podía decir que quizás le temía. Al menos su ausencia en el cuarto le confirmaba dicho pesar.

Hace bien ―admitió un tanto abatido, pues podía reconocerse a sí mismo que no era una buena persona, sino un ser peligroso, vil y despreciable, que merecía la mirada que la pequeña le había dedicado antes de retirarse―. Alguien que ha hecho todo lo que yo he hecho, no merece compasión de otro.

¿Cómo podía culparla? Había llegado a puntos tan bajos en su vida que incluso había intentado asesinar a una niña completamente indefensa, que dormía, ahogándola con una almohada. Pensó en algún momento rebanarle el cuello con un kunai, pero la idea de verla desangrar se le hizo más de lo que hubiese podido soportar luego de ver morir a sus padres de esa manera. Una almohada mientras dormía se le hizo lo más humano. No obstante, en ese momento que ya había dado muerte a tantas personas inocentes y caído lo más bajo que se podía caer, realmente pensó que si hubiese tenido que hacerlo de nuevo, la habría matado de esa forma.

Era un miserable, un cobarde sin nada redimible, que merecía no poder encontrar la suficiente calma en su consciencia para al menos conciliar el sueño. Había destrozado a su familia, a su clan, a su hermano menor. Y lo más triste de todo el asunto, que ahora también lo hacía con lo único bueno en toda su patética existencia. Ella era la única luz que brillaba en su vida que caía cada vez más en la oscuridad.

Cada vez que Hinata le sonreía sentía la misma sensación que da ver los primeros retoños verdes después de un largo invierno, y se aseguraba a sí mismo poder recordar sus facciones, pues pronto la luz se apagaría por completo en sus ojos. Sabía que se estaba quedando ciego. Era el precio de su poder y en algún momento Shisui se lo había advertido. Pero las sonrisas se volvían cada vez más escasas y aunque ella no lo dijera, Itachi notaba que estaba cansada de moverse de una villa a otra, de mentir, de ocultar sus ojos, su verdadera identidad, de estar sola, siempre en oscuridad.

Muchas veces cuando despertaba, se daba cuenta de que la joven tenía los ojos hinchados de tanto llorar durante la noche. Hinata provenía de un linaje de shinobis fuertes y respetables, un clan milenario y digno, pero ella no era una kunoichi. Apenas había asistido a la Academia un par de meses, y aunque él se dedicase a enseñarle la forma de defenderse, de usar su chakra, de luchar… no podía enseñarle lo que significaba ser un shinobi. Ella era sólo una niña.

Tenía su edad cuando todo pasó… ―pensó sobre las cosas que a la edad de Hinata ya había hecho y se le revolvió el estómago―. Quizás la estoy protegiendo demasiado.

Y por lo mismo se repetía una y otra vez a sí mismo mientras meditaba que dejarla en Amegakure era algo que debía hacer. Le había enseñado cómo poder defenderse y pelear tan bien como se lo pudo enseñar a cualquiera. Le había ayudado a desarrollar su visión mediante el byakugan, y aunque no podía enseñarle como utilizar el puño gentil, sí le explicó cómo funcionaba el sistema circulatorio de chakra y la forma en que ella debía aprender a expulsarlo a través de sus tenketsus, pues esa era su ventaja, ella podía verlos. También le enseñó jutsus básicos como el de reemplazo, el de clon de sombras, cómo quebrar un genjutsu, cómo salir de cuerdas si alguien la ataba, cómo caminar sobre distintas superficies utilizando su chakra, incluso le enseñó un par de jutsus de fuego (para su sorpresa, Hinata tenía afinidad con dicho elemento).

Debía tenerle un poco más de confianza y esperar que ella pudiese sobrevivir. Tenía que hacerlo, pues de lo contrario Hinata crecería para convertirse en alguien que siempre dependiese de otro para sentirse segura, y a pesar de que no podía darle nada por el estilo de vida que llevaban, al menos quería darle la sensación que también mediante su propia fuerza podía estar a salvo. No tenía la seguridad de siempre poder estar ahí para defenderla, ya que era un shinobi, y la probabilidad de morir siempre era un factor a considerar.

Definitivamente, el problema no era Hinata o si podía defenderse en ese lugar. El problema era qué le pasaría a él, a su mente, si algo le ocurría mientras estaba sola.

Cada vez que titubeaba sobre si tenía la fortaleza o el valor de seguir adelante, se decía a sí mismo que debía vivir, no por él, sino por ella. Durante el tiempo en que aún la veía como una niñita indefensa, se daba fuerzas con la noción de que debía protegerla. Pronto, se convenció a sí mismo que ocultar la identidad de Hinata, su nombre y el efecto que tenía sobre él no era suficiente y también comenzó a entrenarla. Llegó a ser bastante cruel y duro con ella, pero los avances que había conseguido lo dejaban satisfecho y en más de una ocasión su byakugan lo había sacado de aprietos al siempre evitar transitar por rutas en que hubiese shinobis pasando. En cierto sentido, la joven se convirtió en una herramienta ninja más para él.

Pero después, comenzó a rondar en su cabeza otro temor, cuando la escuchó preguntarle sobre lo ocurrido esa noche en Konoha más de la cuenta. No quería ni si quiera pensar qué ocurriría con el inocente corazón de su esposa niña si se llegaba a enterar…

¿A quién trato de engañar? No lo hago por ella ―pensó suspirando mientras llevaba una mano a su frente divertido ante la noción de lo cobarde que era―, sino por mí.

La habría perdido si se enteraba de quién era y lo que había hecho. Sí, Hinata estaría junto a él, seguramente lo seguiría fuese donde fuese, pero nunca volvería a ser lo mismo. Sus ojos ya no brillarían, ni volvería a mirarlo con dulzura y amor, ni la vería dedicarle una sonrisa, ni se fascinaría por el sonrojo de sus mejillas cuando notaba que se avergonzaba, ni sentiría sus pequeñas manos aferrarse a su cuerpo cuando lo buscaba durante las noches en que tenía pesadillas. Ya no sería su Hinata. La cambiaría para siempre, la volvería alguien distante y fría, desconfiada y llena de odio.

―Como Sasuke ―murmuró para luego sentarse sobre el futón en medio de la oscuridad.

Definitivamente, no iba a conseguir dormir esa noche. Suspiró al notar el futón de Hinata enrollado junto a la puerta y pensó un momento si debía ir por ella o darle tiempo para estar sola. Conociendo a la joven, seguramente había llorado hasta quedarse dormida junto al fuego, como tantas noches ya.

Se le apretó el estómago al sentir que toda la infelicidad de esa pobre niña era por su culpa. Podrían haberla casado con Sasuke y en vez de estar siendo arrastrada en la oscuridad, habría estado en Konoha con su hermano, dándole el apoyo y cuidado que seguramente necesitaba. En cambio, al haber interferido en el destino de ambos, Sasuke estaba solo y seguramente ahogándose en esa misma soledad, mientras que Hinata sufría en silencio.

El frío de la noche le recorrió la piel mientras se ponía de pie con cuidado, sintiendo como su cabellera suelta le caía por los hombros. Caminó con sigilo hasta la puerta corrediza y la movió hacia un costado, observando desde esa posición a la niña. Era tan pequeña, tan vulnerable e inocente, que ni si quiera le sorprendía cuando la encontraba durmiendo profundamente en cualquier rincón que encontraba cómodo, como si adrede procurase no molestar a nadie con su presencia. Acurrucada en sí misma sobre una de las almohadas en donde se sentaban, había usado el mismo mantel con que estaba cubierta la mesa para taparse parte de las piernas. No parecía tener doce años, era mucho más pequeña que un niño de esa edad.

Jamás se hubiese imaginado que la infante con quien lo habían casado hacía casi seis años ya, terminaría viviendo una vida tan miserable. Todo lo que realmente había querido desde el día en que perdonó su virginidad, era hacerla feliz.

Mereces más que esto ―pensó mientras caminaba hacia ella―. Y no te lo puedo dar.

Se agachó a su lado y la observó un momento. Tenía lágrimas que se estaban secando sobre sus mejillas y aferraba sus manos una contra la otra sobre su pecho. Bajó lentamente los párpados mientras la tomaba en brazos y con el mismo cuidado con que hacía todas las cosas, se dirigió nuevamente a la habitación en donde dormían.

―¿Itachi-san? ―susurró Hinata abriendo lentamente los ojos― ¿Qué sucede? ¿Ya dejó de llover?

―No ―respondió él, sintiendo como la niña escondía su rostro contra su torso. La calidez de su mejilla reconfortó la piel debajo de su camiseta de malla―. Se quedó dormida junto al fuego.

―Lo siento ―respondió aún entre dormida.

Con sorpresa, sintió como las manos de Hinata lo rodeaban. Bajó el rostro para mirarla mientras se detenía y percibió que la niña había vuelto a cerrar los ojos. Una extraña sensación le llenó el estómago, sin saber del todo si era ternura o frustración, ¿Por qué ella lo trataba así cuando lo único que hacía era lastimarla? Sus cejas se juntaron levemente porque entendía a la perfección lo que le estaba ocurriendo, lo que le venía ocurriendo por meses, quizás años.

Hinata se había vuelto su debilidad.

Y eso lo ponía en peligro. A ambos. Porque si alguien hubiese intentado poner si quiera un dedo encima de ella lo habría destrozado sin arrugarse, sin tener la más mínima misericordia, sin importarle el plan, Konoha, y quizás ni si quiera Sasuke. Y eso realmente lo asustaba, pues mientras ella estuviese presente en su vida no podía actuar como un shinobi ni esconder sus sentimientos detrás de una máscara de indiferencia. Ella bajaba su guardia y estaba seguro que hasta Kisame lo comenzaba a notar.

―Vamos a ponerla en el futón ―susurró acomodándola entre sus brazos.

Abrió la puerta corrediza con el pie y entró, cerrando tras de sí de la misma manera. A pesar de que dentro de la habitación que compartían cuando se quedaban en Amegakure estaba oscuro, veía lo suficientemente para saber dónde estaban las cosas.

Se agachó y la puso en el futón que él había usado, sin desvestirla, pues lo consideró inapropiado, y la cubrió con una manta. La observó mover un par de veces los labios, murmurar alguna cosa sin sentido y seguir en la misma posición, al parecer, durmiendo. Aún de rodillas, estiró un brazo para alcanzar el futón enrollado que sobraba y lo estiró, quedando junto al otro.

Volvió a acostarse de espaldas, usando el antebrazo como almohada, observando el techo. Intentaba poner su mente en blanco, para así de alguna manera conseguir dormir, pero no lo lograba. Tan pronto cerraba los ojos volvía a pensar que cuando saliera el sol volvería a Konoha y con ello, volverían todos los recuerdos que constantemente intentaba olvidar.

Nuestro dolor, al contrario del tuyo, terminará en un instante.

Se dedicó a escuchar como la lluvia se intensificaba el resto de la noche, golpeando con relativa fuerza las planchas de metal que utilizaban en esa aldea como techumbre. El sonido del agua cayendo siempre terminaba relajándolo lo suficiente para que los párpados le pesaran, pero en esa ocasión, ni si quiera eso conseguía adormecerlo. No podía parar de escuchar las voces de su padre, de su madre y de Sasuke.

Aunque pensemos diferente, me siento orgulloso de ti. Eres una persona muy gentil.

Su pecho dolía mientras se enfrentaba a tener que volver a ese lugar, al cual por mucho tiempo ni si quiera se atrevía a ir mentalmente. Un nudo se le formó en la garganta dificultándole respirar tan sólo con recordar lo vivido esa noche. La mirada se le cristalizó en cuanto observaba el techo y tuvo que morderse los labios para no terminar llorando. Cada día que pasaba las palabras de su padre tomaban más sentido, pues el dolor no parecía irse, era una herida que no quería sanar y que constantemente estaba ahí.

¡No me mates! No me mates…

Aún podía escuchar la voz de Sasuke, desesperado y suplicando por su vida mientras lo observaba con terror, temblando, llorando sin consuelo. Quizás volvería a escuchar su voz cuando llegara a ese lugar, sólo que esta vez estaba seguro que sólo oiría odio en él. No se merecía nada mejor que eso. Esperaba que Sasuke algún día fuese la persona que lo juzgara por los horribles crímenes que había cometido. Quizás eso traería paz a su atormentada alma.

Bajó los párpados y sintió algo mojando su rostro sin atreverse a pensar si quiera en que eran lágrimas. Pasaba todo el día intentando sobrellevar la carga que se había impuesto por Konoha, pero en ocasiones como esa, hubiese querido simplemente dejar que la lluvia cayera sobre su rostro hasta despertar de esa pesadilla que nunca parecía acabar. Quizás estaba llorando precisamente porque en cinco años no se había atrevido a hacerlo, y ahora que tendría que revisitar Konoha, era como si todo ese tiempo de sufrimiento en silencio cayese sobre sus hombros y le aplastaran el torso.

Tomó un kunai que guardaba en el portaherramientas de su pantalón que aún estaba atado a su muslo instintivamente cuando sintió algo removerse a su lado. Para ser alguien que no se dejaba sorprender, la pequeña que se acurrucaba junto a él lo había tomado completamente por sorpresa.

Abrió los ojos sintiéndose paralizado, bajando la mirada hasta ella, notando que sus ojos nacarados parecían incluso resplandecer en la oscuridad de la noche. Tragó sus emociones a flor de piel e intentó lucir lo más serio posible, aunque sabía que sería inútil, pues seguramente aún tenía lágrimas escurriendo por su rostro. La melena azulada de Hinata estaba un tanto enmarañada y sus labios temblaban suavemente, pero eso no impidió que lo arrullara con sus finos brazos mientras tatareaba una melodía que él no conocía.

Extrañamente la dejó hacerlo. No se avergonzaba de que ella lo viese así. No le molestaba tenerla cerca, de hecho, lo reconfortaba. Pero al mismo tiempo, sabía que esa cercanía era peligrosa. Lo hacía vulnerable.

―¿Qué melodía es esa? ―le preguntó después de algunos minutos cuando estuvo seguro de que su voz no se quebraría producto de las lágrimas que había dejado escapar y que no le ocultó. No había punto en hacerlo cuando ella ya se había dado cuenta.

― Okaa-san la cantaba para mí cuando era pequeña cuando es-estaba enferma o algo me dolía, pero… se me olvidó la letra ―confesó con las palabras un tanto trabadas en su boca, un hábito que ya no acostumbraba tener―. Pen-pensé que… que ayudaría.

―No le pedí que me ayudara y tampoco veo por qué debería hacerlo ―sonaba frío, calmado y lejano, concentrado en el techo, intentando alejarse lo más posible de la realidad, pero ella lo traía de vuelta. El nudo en su garganta provocaba que las palabras salieran de él un poco más roncas que de costumbre y también más emocionales. Nunca le había hablado así.

Se sentía molesto consigo mismo, porque no era una persona que dejara que el resto supiera cómo realmente se sentía, y ahí estaba, dejando que una niña de doce años lo reconfortara. Llegaba a ser patético.

―Pensé que había quedado claro que aunque sea mi esposa, no tiene la obligación de comportarse así. Ni si quiera debemos compartir el lecho para dormir ―Hinata asintió en silencio con los gestos entristecidos― ¿Por qué insiste en seguir acercándose?

―Porque… ―la pequeña frunció los labios y pasó saliva, aferrándose con más fuerza al torso del Uchiha con brazos temblorosos y la voz quebrada―. Itachi-san es una persona muy importante para mí.

―Cuando las personas se vuelven importantes en nuestra vida, nos hacen débiles y vulnerables ―la miraba fijamente, sin pestañar, intentando descifrar qué era lo que realmente estaba buscando con esa cercanía―. Nunca deje que otros vean que son importantes para usted. Terminarán lastimándola ―experimentó una sensación angustiante en el estómago y llevó su mano a la muñeca de Hinata, sosteniéndola con la suficiente firmeza para retirar todo su brazo hacia un costado. Viéndose liberado de su proximidad, se sentó en la oscuridad, justo sobre el futón, a un costado de la joven―. Como yo ya la he lastimado.

―Itachi-san… ―susurró ella removiéndose entre las sábanas, para terminar sentada sobre sus pantorrillas junto a él― ¿Acaso lo he ofendido de alguna manera?

No respondió. Tuvo deseos de retirarse de inmediato y esperar a Kisame en la entrada de la Aldea como lo habían acordado, cuando él le comunicó que iría a un burdel.

―Ya es demasiada conversación por hoy. Debería dormir ―era extraño que le hablara tanto, por lo general lo dejaba en paz en su silencio.

―Lo siento, no quería molestarlo. Realmente intento comportarme de la forma que creo usted desea que lo haga ―se percató que Hinata se aferraba a su brazo, mirándolo con súplica―. Me esforzaré más, ¡Lo prometo! Seré quien usted quiera que sea y haré todo lo que me pida porque yo…

―Es suficiente ―la interrumpió, el nudo en su garganta se agrandaba.

―¡Itachi-san es la persona más importante para mí! ―exclamó lo suficientemente alto, apegando su rostro completamente a su pecho mientras se escondía de la oscuridad. Itachi la sintió temblar contra él y la culpa que lo embargó por tratarla de esa manera casi le impidió seguir respirando―. No me deje. Le prometo que no seré una carga y lo…

―Pensé que este tema ya estaba zanjado ―apenas murmuró, permitiendo que la joven se acurrucara contra él.

―Por favor ―imploró con tristeza, dejando caer sus hombros en derrota―. No quiero estar lejos de Itachi-san.

―Ya basta ―le pidió con calma, respirando profundo para intentar solucionar todo eso. Odiaba sentir que era culpable del sufrimiento de la niña, pues no tenía culpa de sus decisiones ni tampoco del camino que había tomado. Puso una mano sobre su cabeza con algo de dudas, para luego darse un poco más de valor y acariciar su cabello―. Prometió que me obedecería. Es lo mejor para los dos.

Hinata asintió con tristeza y la escuchó sollozar mientras se aferraba a él con tanta fuerza que Itachi tuvo dudas sobre si quería dejarla atrás o si quiera si era capaz de hacerlo.

―Hinata-san… no… por favor no llore. Me lastima.

Su respiración se había agitado un poco y notó que temblaba, al igual que sus pequeñas manos que se cerraban alrededor de él. Era tan frágil e inocente. La diferencia entre Itachi y ella era que a su edad él había perdido por completo dicha cualidad que sólo los niños conservan, la credulidad de que todo estaría bien sin importar qué, la convicción de que nada era peligroso ni podía lastimarlos y que las personas eran genuinamente buenas. ¿Cómo podía enseñarle que el mundo era un lugar en donde todos intentarían aprovecharse de su gentileza para sus propios fines? Todos a su alrededor intentarían lastimarla eventualmente, quitarle sus ojos, aprovecharse de ella y su generosidad. Debía hacer que viera el mundo como realmente era, aunque eso significase herirla en el proceso.

―Míreme ―le dijo suavemente, poniendo un dedo en el mentón de la niña, haciendo que ella subiese lentamente el rostro.

Y entonces lo notó. A pesar de todo, Hinata lo miraba no como si fuesen hermanos, ni parientes, ni si quiera amigos. En su mirada había un profundo anhelo de que esa cercanía no se acabara, de que la distancia entre ellos se eliminara por completo y que su corazón le perteneciese. En sus inocentes ojos estaba tan marcado el amor que sentía por él que le llegó a doler y se preguntó cómo había estado tan ciego todo ese tiempo para no percatarse antes. Era un completo idiota. Era ella quien llevaba la venda, pero quien no podía ver nada a su alrededor era él.

Las mejillas de su pequeña esposa se encendían aún más con cada segundo que pasaban en silencio e Itachi sintió una punzada en el estómago. Jamás había pensado en ella de una forma más que fraternal en todo ese tiempo desde que se marcharon de Konoha, pero no podía culparla si ese no era su caso, después de todo eran marido y mujer. Aun así, él ya era un hombre y Hinata ni si quiera había entrado a la adolescencia. Era aberrante si quiera pensar en que su relación pudiese cambiar en ese momento, pero ahí estaba ella con esa mirada llena de amor que le provocaba la más sincera ternura, buscando su afecto de cualquier forma sin que él pudiese dárselo.

Simplemente no podía, pues ni si quiera estaba seguro de que en su corazón le quedara algo para dar. Todo había muerto la noche de luna llena en que la sangre de sus padres escurrió bajo sus pies.

Movió su palma hasta la mejilla de la joven y la acarició con el pulgar, haciendo que un suspiro retenido saliera traicioneramente de los labios de la pequeña. Aquello era el contacto más cercano que podía permitirse con ella y quizás el único que podría darle por muchos años.

―Itachi-san, yo… yo lo a…

―Cuando tenga la edad suficiente, dígamelo ―dijo, acercándose a ella para besarle la frente―. La esperaré hasta entonces.

Hinata asintió llorando en silencio y eventualmente se quedó dormida entre sus brazos con aquellas tres palabras atoradas en su garganta.


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Notas – Hola! No tengo idea cuando podré actualizar nuevamente, espero que pronto! Si no es mucha molestia por favor dejen un review porque me interesa saber qué opinan de cómo va avanzando esta historia. Muchas gracias!