CUARTO ACTO
Deidara
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El arte es aquello que muestra su belleza perfecta por un instante y desaparece haciendo feliz al corazón.
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Para Anaí, por darme esperanza y por ayudarme a encontrar en mí todo lo que pensé había muerto.
Gracias amiga.
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Estaba agotada. Sus manos temblaban, su cien ardía y sentía que apenas lograba mantener la vista al frente. Cayó rendida frente a la fogata de la habitación intentando controlar su respiración. Hasta caminar le había dolido en el trayecto de vuelta. Los músculos de sus piernas le quemaban, los dedos se le encrespaban, el estómago le gruñía por hambre, su boca estaba reseca y la visión le fallaba. Tomó un poco de agua de la botella que traía e intentó no desfallecer. El entrenamiento de ese día había sido tan duro que juró en algún momento no ser capaz de sobrellevarlo, pidiéndole a Konan que por favor desistiera de todo eso.
―No aceptaré que sigas pensando que eres débil o incapaz de lograr lo que deseas ―fue la única respuesta que recibió mientras una lluvia de shurikens de papel intentaban darle.
Konan era una maestra muy severa, mucho más que Itachi y quizás también que su padre. Si bien era comprensiva y le daba momentos para recomponerse, tan pronto volvían a entrenar no tenía consideraciones ni aceptaba excusas. Si ella podía hacer algo, Hinata también tendría que hacerlo. Una mujer en medio de un mundo gobernado por hombres debía tener armas con las cuales defenderse. Si Konan lanzaba a la perfección veinte shurikens al mismo tiempo, exigía que ella también lo pudiese hacer. La había hecho entrenar todo el día moldeando chakra, realizando ninjutsu básico y hasta pelearon en una batalla que terminó cuando un kunai le cortó parte de su muslo. Hinata ni si quiera logró tocarla.
―Lo hiciste bien hoy ―fue lo único que le dijo cuándo la ayudó a vendarse la pierna―. Volvamos a Amegakure.
Y ahí estaba ahora en la estancia de las habitaciones que usaban los miembros de Akatsuki. Miró la puerta corrediza de madera en donde se encontraba su cuarto junto a Itachi, pero le dolía tanto el cuerpo que hasta pararse le hubiese costado trabajo.
Quizás podría dormir aquí… ―pensó acurrucándose sobre sí misma entrecerrando los ojos un momento, quedándose dormida junto al fuego.
La despertó el sonido de alguien limpiándose la garganta en un carraspeo irritado y tan pronto levantó los párpados se encontró con ojos azules que la miraban con fastidio y curiosidad.
―¿Podrías dormir en otro lugar?
Su voz era grave y divertida, a pesar de que sus gestos lucían muy finos, incluso más que los de Itachi. Sus ojos azules eran grandes y llenos de vida, brotando tantas emociones de ellos que le habría resultado imposible ocultar lo que sentía si alguien los miraba fijamente. Su nombre era Deidara y ya había tenido contacto con él antes. El último encuentro con el joven había sido cuando intentó hacerla explotar con la misma arcilla que moldeaba entre sus manos.
―Lo siento ―dijo rápidamente, intentando ponerse de pie.
―Usaré la mesa para realizar mi arte, hn ―asintió con el rostro, complacido al ver el respeto y miedo que inspiraba en Hinata―. Quizás luego lo haga explotar en un lugar cercano, por si quieres verlo y apreciar mi obra.
―No usarás la mesa para dejarla completamente cubierta de arcilla. Los miembros de la organización comen aquí ―Hinata volteó el rostro sobre su hombro y vio a Sasori, otro de los miembros de Akatsuki. Su voz era muy grave y rasposa, parte de su rostro estaba cubierto por un trapo y todo el cuerpo se le encorvaba mientras caminaba acercándose a ella―. ¿Hyūga Hinata?
―Sí ―confirmó nerviosa, intentando marcharse, pero él se posicionó justo frente a la puerta de su habitación cortándole el paso.
―Si hubiese sabido el magnífico ejemplar que traía Itachi consigo, te habría añadido a mi colección antes de que Konan y el líder vieran tu valor.
―¿Eh? Pero si es sólo una niña ―se quejó Deidara un tanto irritado.
―Su byakugan me sería útil. Es hermoso ―un escalofrío recorrió la espalda de Hinata.
―Ojos blancos ―Deidara se burló―. ¿Qué tiene eso de artístico o hermoso?
―Más de lo que un artista mediocre como tú puede ver ―Deidara se encrespó molesto por el comentario, pero Sasori no lo dejó responder―. El clan Hyūga aplica un jutsu en todos sus integrantes, un sello que destruye sus ojos al momento de morir. Cuando la vida de un Hyūga acaba, esos hermosos ojos se pierden para siempre. Es por ello que nunca los he podido agregar a mi colección.
―Lástima dana, tampoco podrá agregarlos ahora. Los ojos esos se destruirían.
―No he terminado de hablar ―le dijo a su compañero con aspereza―. A todos sus miembros, menos a los de la familia del líder de los Hyūga. Ella es la hija mayor de Hiashi Hyūga, la legítima heredera de dicho clan, una princesa de Konoha si así se te hace más fácil comprender su valor. Lo que significa que sus ojos no perecerían si ella muere. No tiene el jutsu que destruye el byakugan ―sintió que se le revolvía el estómago al escuchar a Sasori hablar de esa forma. Como hubiese deseado tener el sello también para así no temer constantemente que alguien la lastimara sólo por el byakugan.
―Si tan sólo se hubiese enterado antes de que la niña ciega era más de lo que aparentaba ―Deidara parecía divertirse ante la frustración de Sasori―. Pero ahora esos ojos le pertenecen al líder, hn.
―Discúlpenme ―dijo Hinata con rapidez pasando por un lado de Sasori y caminando con pasos veloces hasta su habitación.
Cerró la puerta corrediza tras de sí con el corazón latiendo a toda velocidad pensando en Itachi, en las veces que le había advertido sobre esas personas, en sus reglas y sobre todo su lejanía. ¿En dónde estaba? ¿Por qué la había dejado sola con esas personas?
Respiró profundamente intentando calmarse, puso una mano en su pecho y se ordenó a sí misma dejar de temblar. Ya no había razones para temerle a esas personas. Konan y el líder cuidarían de que nada le ocurriese, además, si iba a ayudar a la organización tanto Sasori como Deidara eran parte de ella. No podía tenerles miedo si todos iban a trabajar por la misma causa. Quizás nunca bajar la guardia ni darles demasiada familiaridad, pero al menos mostrarse confiada y resuelta si estaban cerca de ella.
―Oye, Hinata ―se encrespó al escuchar la voz de Deidara al otro lado de la puerta―. Trajeron la cena.
Pensó un momento si debía salir de la habitación o no. Sabía que al día siguiente iría junto a esos individuos en una misión. Además, no había comido durante el día y necesitaba recuperar su energía. Saltarse la cena no parecía ser una idea inteligente.
Reuniendo todo su valor, sin titubeos e intentando mantener su gracia, abrió la puerta corrediza para ver que sólo Deidara estaba ahí. El joven parecía más concentrado en jugar con su comida que en cenar, lo cual se le hizo de lo más curioso. A pesar de ser el mayor en esa habitación, actuaba como un niño, incluso más que ella.
―¿No esperaremos a Sasori-san? ―preguntó más por cordialidad que porque se preocupara de su ausencia mientras se sentaba frente al joven.
―Él no come. Al menos no frente al resto.
Deidara comenzó a mover el arroz en el bol con sus palillos, haciendo pelotitas que agrupaba una encima de otra para luego soltarlas con cuidado sobre la sopa. A simple vista, Hinata notó que parecían flores mientras flotaban y Deidara las observaba con atención, revolviendo el caldo con sus palillos. Por un momento se le olvidó si quiera respirar, atenta a lo que estaba presenciando, esperando saber qué era lo que él pretendía al hacer eso con el arroz y la sopa.
―Nunca apreciamos los colores de la comida, sólo comemos sin mirarla ―dijo con suavidad conmovido por lo que había hecho―. El blanco del arroz contrastando con el verdor de la sopa, hace lucir el plato como si fuese un prado de flores en medio de la brisa.
―Para mí, lucía como pétalos flotando en un bosque.
Deidara pareció concentrarse en ver lo que veía Hinata y terminó por asentir, para luego tomar el tazón y beberlo de golpe.
―Tan fugaz, apenas dura un momento su sabor en el paladar. La comida puede ser arte que explota en las papilas gustativas―concluyó mientras tomaba su tazón de arroz y comenzaba a comer―. Espero que no guardes resentimientos por intentar matarte ahora que seré tu senpai en Akatsuki. Y más vale que me obedezcas ―Hinata sonrojó con rapidez.
―Entiendo por qué intento hacerlo ―respondió tragando el arroz en su boca―. Pensó que era misericordioso.
―¿Qué más da?―Rió sin darle mayor importancia―. Sólo me pareció cruel que vivieras sin poder ver todo el arte a tu alrededor. Especialmente mi obra, hn ―Hinata se sorprendió de la confianza que emanaba pero terminó por sonreír ante lo infantil de su comportamiento―. No fue correcto de parte de Itachi obligarte a vivir tanto tiempo con una venda sobre los ojos ―Hinata se sorprendió al escuchar eso, pero Deidara no pareció darle la misma importancia que ella.
―Itachi-san sólo desea lo mejor para mí ―respondió con tristeza.
―Si quisiera lo mejor para ti, estarías con tus padres y no en un antro sucio, miserable y gris como Amegakure ―Hinata pasó salivaba y un nudo le cerró la garganta.
Su familia estaba muerta.
―Eso no es posible ―salió en un murmullo queriendo cambiar rápido de tema. No le gustaba acordarse de esa noche en que todos habían muerto―. ¿Sasori-san es su compañero, verdad? ―le preguntó sin poder imaginar qué tipo de relación llevaban. Deidara parecía tan juvenil y lleno de vida, mientras que Sasori le hacía recordar a algo muerto y opaco.
―Sí. Cuando me reclutaron, me asignaron junto a él ―la mirada despistada de Deidara cambió a una seria y molesta―. ¿Y qué se supone que son tú e Itachi? La forma en que interactuaba contigo era como si fuesen familia o algo así. Incluso llegué a pensar que te arrastraba por todas partes porque eras su hermana menor y se compadeció de ti ―sonrió complacido ante la sorpresa que mostraba Hinata por su pregunta―. Porque, si quisiera tanto tu byakugan te habría sacado los ojos sin darse la molestia de arrastrarte a todas partes. No te mantuvo cerca sólo por tu dojutsu. ¿Por qué lo hizo?
Hinata bajó la mirada y enfocó su concentración en el arroz y la forma en que el vapor bailaba sobre él.
―Itachi-san es mi esposo ―respondió luego de un momento de silencio, sin importarle que él lo supiese. Ya no tenía que ocultar quien era en esa organización.
―¿Ah? ¿Cómo es eso posible? ―Deidara casi se atragantó con el arroz―. Itachi tiene al menos unos dieciocho años y tú… bueno, él es… y tú eres… ¡Que perversión!
―¡N-no es lo que piensa! ―respondió Hinata avergonzada―. Nosotros nos casamos cuando ambos éramos niños, hace muchos años atrás. Fue… fue un acuerdo político entre nuestros clanes. Sólo eso.
―¿Un matrimonio arreglado en esta época? ―Deidara negó con el rostro― Eso es tan anticuado y poco artístico. Hn. Aunque no deja de ser una depravación hacer que dos niños cojan.
―¡Se equivoca! ―Hinata sintió que iba a desfallecer y todo su cuerpo se inclinó para negar con énfasis sus palabras―. Itachi-san y yo nunca… él siempre ha sido respetuoso conmigo.
Deidara la miró con dudas en sus ojos un momento, luego bufó y siguió comiendo como si el tema ya no le interesara más. No obstante, algo capturó su interés mientras revolvía el huevo pasado por agua que había en un pequeño bol blanco.
―¿Por qué aceptaste ayudar a estas personas? ―Hinata no pensó que a alguien le importase sus motivos y mucho menos que quisiese saberlos, pero se sorprendió al ver que Deidara era mucho más conversador de lo que pensaba. Hacía años que no entablaba una conversación tan dinámica como esa―. ¿Te obligaron?
―No ―respondió con quietud mirando a Deidara a los ojos. Cuanto tiempo había pasado sin poder ver los ojos del resto, sólo los de su esposo cuando le permitía quitarse la venda―. Si mis ojos son útiles, me hará feliz emplearlos para ayudarle a Itachi-san.
―Itachi ―repitió Deidara con cierta amargura― ¿Es verdad que puedes ver a través de las paredes como dijo Setsu?
―Sí ―se sintió un poco incómoda hablando de sus habilidades.
Deidara masticó su arroz con incredulidad, mirándola como si evidentemente estuviese mintiendo a pesar de que tanto Sasori como el resto de Akatsuki habían llenado de elogios las habilidades de un usuario del byakugan.
―¿Y puedes ver a través de la madera? ―Hinata asintió―. Hagamos una prueba ―Deidara puso una de sus manos bajo la mesa―. ¿Cuántos dedos tengo levantados?
Hinata suspiró y activo su byakugan. Las venas alrededor de sus ojos se hicieron visibles y un suave dolor le invadió la cien. A pesar de que estaba cansadísima, podría mantener su dojutsu activo un par de minutos si ocupaba el chakra que permanecía en su cuerpo para ello.
―Dos ―respondió viendo que la mano de Deidara se volvía a mover rápidamente―. Ahora cuatro. Cinco. Uno. Dos de nuevo…
―Increíble ―la interrumpió sorprendido, como si estuviese presenciando un truco de magia―. ¿Qué tan lejos puedes ver?
―Un par de kilómetros, si realmente me esfuerzo ―respondió con timidez.
―¿Tanto? Demonios ―realmente la habilidad de Hinata con sus ojos lo había tomado por sorpresa―. Eso explica por qué insistirían en que alguien de tu edad y aspecto se uniera a nosotros. Hn ―subió la mirada pensando un momento―. ¿Qué tan bien puedes ver a distancia?
―Eh, pues ―Hinata tragó saliva, le resultaba muy extraño hablar de sí misma cuando mantuvo todo sobre sí en secreto por años―. En este momento, podría ver hasta algo del tamaño de un alfiler a un kilómetro de distancia ―Deidara subió una ceja―. Los objetos más pequeños que eso se distorsionan un poco con la lejanía.
―¿Y puedes ver a través de cualquier material?
―Sí.
―¿Y… a través de una roca? ―parecía haberse emocionado con el tema―. ¿O del agua? ¿Un metal? ¿La oscuridad?
―Puedo ver a través de todo. No importa si está oscuro o hay neblina, puedo ver… todo a mi alrededor.
―¿Todo a tu alrededor? ¿No sólo en frente? ―Deidara bajó los palillos y los puso en la mesa.
―Sí. Puedo ver todo a mi alrededor; atrás, a los costados, en puntos ciegos… todo ―las mejillas de Hinata se sonrojaron. Hasta ese momento no se había puesto a pensar lo raro que debía ser su visión para una persona que carecía de algo así.
―¿Todo? ―los ojos de Deidara se afilaron un poco, había más astucia en esa mirada de lo que Hinata se percató―. ¿Incluso… un genjutsu?
―Uhm, sí ―estaba casi segura que ningún genjutsu en el mundo podría engañar sus ojos.
La jovencita puso un poco de comida en su boca y masticó, sin percatarse de lo que cruzaba por la mente del hombre frente a ella.
La imagen de un atardecer lejano en donde el sol alumbraba su estudio como el oro se impregnó en los recuerdos de Deidara. El olor fresco del crepúsculo, el ruido de los grillos veraniegos, el sonido de pasos sobre el tatami que lo desconcentraban de sus creaciones…
Si bien la mayoría del tiempo pensaba en cómo realizar arte y destruirlo para que así fuese fugaz y hermoso, en ese momento sólo había una cosa en su cabeza: el recuerdo de su libertad y cómo usar esos mágicos ojos a su favor para obtener su venganza.
Lo habían obligado a unirse a esa estúpida organización. Habían ridiculizado lo que era más importante en su vida, aquello por lo cual había asesinado, robado, huido, traicionado y abandonado todo lo que alguna vez fue importante para él. Se habían mofado de sus convicciones artísticas, de aquello que movía su espíritu y lo elevaba sobre el resto, obligándolo a perseguir fines que no le interesaban y seguir ideales que le parecían vacíos. En más de una ocasión sintió que su alma se desmoronaba y que era un prisionero, un esclavo… pero la humillación más grande fue haberlo hecho admirar las habilidades de alguien más en un momento de epifanía. Eso sólo había agregado insulto a la herida y no había día que pasara sin que Deidara dejase de pensar en la forma en que esa persona pagaría por su crimen.
―Hinata, creo que tú y yo seremos buenos amigos, hn ―asintió confiado, sin intención de engañarla ni decirle lo que pensaba, pero creyendo que si esa mocosa podía ver a través de un genjutsu ya no necesitaba aquello que cubría su ojo derecho, por lo cual lo retiró.
―¿Qué es eso? ―preguntó sorprendida cuando vio el aparato en la mesa.
―Mi propia venda ―respondió él con seriedad―. Y ahora soy libre.
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Aun no terminaba de amanecer del todo pero ya estaba lista. Su cabello se encontraba cepillado a la perfección y le caí liso hasta un poco arriba de los hombros. Su ropa nueva se le ajustaba un tanto al cuerpo y le daba calor en ese ambiente helado, pero lo importante sin duda era esa tela flexible que le daría libertad para moverse con la misma rapidez que el resto de los shinobis a quienes acompañaría. En su mochila había lo indispensable para un viaje, sus utensilios de aseo, un poco de ropa, té y vendas. Se sentía bastante ansiosa pero al mismo tiempo emocionada. Había pasado tantos años entrenando habilidades, su byakugan, ninjutsu, taijutsu y lo básico de un shinobi, que ponerlo en práctica por una misión y no por supervivencia le resultaba excitante. Sí, definitivamente estaba nerviosa, lo que menos deseaba era ser una carga para esas personas a quienes había decidido ayudar.
Miró sobre la mesa que estaba frente a ella los pequeños pajaritos de greda que Deidara había creado la noche anterior mientras bebían té. Si en algún momento sintió miedo del rubio escandaloso, su percepción de él había durante el transcurso de la velada. De ser un ente extraño y malvado, pasó a ser un joven animoso, energético, alegre y risueño. De hecho, muchas veces durante la noche se encontró a sí misma tapándose la boca porque él la hacía reír con sus historias y pensamientos. Había descubierto que tenía un lado que lo hacía muy sensible y vulnerable, que se emocionaba con facilidades y veía cosas que el resto ni si quiera notaba. Al mismo tiempo, había cierta oscuridad en él que se manifestaba cuando cerraba la boca y sus ojos intensos se fijaban en las figuras de greda que iba creando.
Su cabello brillante y sus ojos color cielo le recordaron cierta añoranza de infancia que alguna vez encontró en alguien de similares características y aquello la hizo extrañar Konoha más de lo que pensó fuese posible.
―¡Que desgracia despertar a esta hora! ―subió su mirada y notó que la puerta corrediza de una de las habitaciones por el pasillo se abría y salía de ésta un joven rubio despeinado, ojeroso y somnoliento.
―Buenos días, Deidara-san ―inclinó el rostro a modo de saludo.
―¿Y el desayuno? ―preguntó irritado.
―N-no lo han traído ―respondió Hinata―. ¿Quiere que vaya por comida para usted?
―No es necesario. Ya vendrá ―se restregó los ojos bostezando mientras se estiraba. Vestía ropa holgada y gris. Curiosamente, sin su amenazante capa negra con nubes rojas lucía más joven que cualquiera que hubiese conocido en la organización―. ¿Y Sasori-dana? ―preguntó mirando por el pasillo.
―No lo sé.
―No le gusta que lo hagan esperar y tendremos que esperar por él ―Deidara suspiró con gracia―. ¿Estás preparada para ir verdad? ―Hinata asintió―. ¿Y tus cosas? ¿Dónde escondiste tu portaherramientas shinobi?
―No tengo uno ―respondió con algo de vergüenza―. No soy un shinobi.
―Ya veo ―Deidara bajó los párpados como si perdiera la paciencia―. Pues necesitarás lo básico, hn. Shurikens, Kunais, sellos explosivos, hilos invisibles. No puedes ir sin ese tipo de herramientas.
―Es que yo… yo no tengo esas cosas ―Deidara volvió a suspirar cansado―. Konan-san no me dijo que necesitaría llevar cosas.
―No vamos a ir a jugar videojuegos con Orochimaru. Vamos a matarlo ―al escucharlo, el estómago de Hinata se apretó, comprendiendo las implicancias de sus decisiones―. Y él se defenderá. Necesitas estar preparada si no quieres que algo te tome por sorpresa y termines muriendo.
―Entiendo.
Bajó el rostro y miró la mesa. Los oídos le comenzaron a zumbar y empezó a entender que ella ayudaría a que mataran a alguien. Itachi nunca había hablado de lo que hacía la organización y Konan le dijo que lo que ellos buscaban era la paz… ¿Por qué tenían que matar a esa persona entonces? Sabía que Orochimaru era un ser cruel y vil, que podía lastimarlos, pero quizás había otros medios para solucionar todo eso.
De pronto un objeto gris cruzó su visión y se detuvo justo en el lugar que miraba. Era un portaherramientas.
―Lleva el mío ―Hinata levantó el rostro sorprendida―. Soy tan talentoso que no necesito de nada excepto mi greda, hn.
―¿En serio? ―preguntó con un hilo de voz―. P-pero seguramente usted necesita de estas cosas más que yo.
―No cuestiones a tu senpai ―Deidara cruzó los brazos y le sonrió complacido ante la manera en que ella se encogía entre los hombros.
―Gracias ―apenas logró susurrar.
Deidara bufó y pareció querer decirle algo cuando la puerta que daba al corredor exterior se abrió. Hinata se percató que la persona que entraba era Kiyoko, quien traía una bandeja con lo que aparentaba ser el desayuno.
―Permiso, Deidara-sama, Hinata-sama ―dijo la joven sin levantar el rostro del suelo en ningún momento, evitando mirarlos.
―Que demora ―se quejó Deidara sentándose frente a Hinata, estirándose un poco y esperando que la jovencita terminara de posicionar todo en la mesa.
―Sasori-sama dejó esto para ustedes ―la joven puso un pergamino entre ambos, hizo una reverencia y se retiró sin mirar a Hinata. Aquello la hizo sentir triste. Habían estado compartiendo mucho los últimos días y ahora parecían desconocidas.
―¿Qué rayos…? ―Deidara comenzó a leer el contenido del pergamino. Con cada segundo que pasaba se veía más irritado, como si todo eso lo llenara de un enorme tedio―. Sasori-dana se adelantó para encontrarse con su espía y obtener información. Hubo nuevos e interesantes acontecimientos el día de ayer, aunque como siempre nadie se da la molestia de explicármelos. Que fastidio.
―¿Se adelantó por su cuenta? ―preguntó ella preocupada.
―Konan y el líder están con él. Me dejaron la importante tarea de llevarte ―se veía molesto y su voz claramente era sarcástica.
Hinata no lo comprendía, ¿Por qué no los habían despertado desde un comienzo para irse todos juntos? Le parecía extraño que Konan la hubiese dejado atrás con alguien en que realmente no sabía si podía confiar, pero se imaginó que ella debió ser imprescindible para lo que debían obtener del espía aquel.
―¿Por qué no nos despertaron para ir con ellos? ―le preguntó con timidez a Deidara, temiendo que su cuestionamiento lo molestara por ser impertinente.
―Akatsuki se mueve en pares, como mucho en tríos. Siempre ha sido así, al menos desde que me uní ―respondió Deidara señalando dos dedos y luego tres.
―¿Por qué?
―¿Realmente no sabes el tipo de personas que forman parte de Akatsuki? ―Hinata negó con vergüenza―. Criminales. Renegados. Shinobis que abandonaron sus aldeas. La mayoría está en el libro Bingo y sus cabezas tienen alto precio. Resumiendo, generalmente hay gente buscándonos para darnos caza. Es por ello que debemos ser cuidadosos y no llamar la atención o podemos comprometer nuestras misiones.
―¿Criminales? ―sus ojos se abrieron de par en par y tragó saliva―. Itachi-san no es un criminal ―Deidara la miró confundido―. Y-y de seguro Kisame-san tampoco…
―Claro que lo son. Ambos.
Hinata sintió que se aceleraba su pulso y quiso decirle un par de cosas. Itachi había sido siempre un excelente shinobi y amaba Konoha más que cualquier cosa en su vida. Se habían visto forzados a huir de su aldea la noche de la catástrofe, pero eso no significaba que hubiese traicionado a las personas del País del Fuego. Él era un buen hombre, confiable y bondadoso. Además, estaba segura que Kisame también lo era. Mostraba preocupación por ella cada vez que podía.
―Itachi-san no es un criminal, ¿Por qué estaría en el libro bingo?
―¿Llevas todos estos años con él y no lo sabes? ―un extraño brillo se hizo presente en la mirada azul del rubio mientras tomaba un onigiri tibio y le daba un mordisco―. ¿No sabes lo que le ocurrió al clan Uchiha?
―Están muertos.
―Pregúntaselo la próxima vez que lo veas ―le respondió Deidara con seriedad y un toque de compasión ante su ingenuidad e ignorancia―. Míralo a los ojos y pregúntale a Itachi qué pasó con el clan Uchiha.
Hinata no respondió. Bajó la mirada sintiendo que la sangre le abandonaba el rostro. Por primera vez en mucho tiempo sintió miedo de hablar, de preguntarle al propio Deidara qué era lo que él sabía que ella desconocía, pues no estaba segura de que pudiese soportar escuchar la respuesta y seguir defendiendo cualquier cosa que Itachi hubiese hecho que los obligara a huir.
―Cuando te responda con la verdad, ven a verme. Te ayudaré.
―¿Ayudarme? ―preguntó pasando saliva.
―Sí. También podrás ser libre, hn.
Las palabras de Deidara resonaron en su mente mientras abandonaban Amegakure entre la lluvia, ocultos bajo oscuras capas, la de ella gris y la de él negra con nubes rojas. Las campanillas de sus sombreros tintineaban haciendo eco por las desoladas calles en el amanecer. A pesar de no haber comido si quiera un bocado, sentía deseos de vomitar.
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Si un par de años atrás le hubiesen dicho a ese rebelde joven de Iwagakure que iba a terminar recorriendo países extraños con una mocosa siguiéndolo, se hubiese hecho explotar en una brillante manifestación de arte que destruyera esa asquerosa aldea de la cual había desertado.
Había llegado a ser el mejor shinobi de esa mugrosa villa, sin contar claro a su propio maestro, el tercer Tsuchikage. Sabía que era el orgullo de esa pocilga y aquello lo exasperaba. Siempre tenía que estar haciendo cosas por el resto cuando lo que único que realmente deseaba ver era la hermosura desapareciendo en un fugaz acto… las explosiones eran más que meras técnicas shinobis, eran una expresión de su alma. Había comprendido que ser un artista era algo más que crear cosas con arcilla, esculturas con piedras o lienzos con oleo. Ser un artista significa vivir y morir por sus creencias, crear algo hermoso que perdurara en la memoria a cualquier costo.
Nada de eso implicaba tener que ser niñera de una niña con ojos especiales.
―Creo que si seguimos caminando a este paso, llegaremos al punto de encuentro en tres días ―sus párpados cayeron en fastidio, mirando de reojo a la damita junto a él que parecía encogerse entre los hombros cada vez que hablaba―. ¿Por qué tan callada?
―No quiero molestar a Deidara-san ―respondió en un hilo de voz.
―Es incluso más molesto que no hables.
―Lo siento.
Suspiró un tanto cansado. Llevaban caminando todo el día y la jovencita junto a él apenas había abierto la boca para negar o afirmar. Si bien estaba acostumbrado a viajar en silencio, pues Sasori era reservado, pensó que las cosas con esa niña serían distintas y podría al menos hablarle un poco de su arte, pero cada vez que lo hacía sentía que no le estaba prestando atención.
―¿Tú practicas alguna habilidad artística? ―le preguntó finalmente, pues quizás tendrían eso en común.
―No ―respondió con timidez―. Aunque, me gustaba prensar flores cuando vivía en Konoha. Algunos dicen que el prensado de flores es un arte…
―¿Prensar flores? Eso es tan rococó. Totalmente fuera de estilo e irrelevante ―aunque apreciaba que al menos practicara algo artístico y hermoso―. ¿Qué hacías con esas cosas muertas? Seguramente Sasori-dana apreciaría ese tipo de obra. Hn.
―Ah… yo… yo las guardaba en un libro, separadas por láminas de papel ―Hinata sonrojó―. Me hacía feliz mirar las flores que lograba preservar.
―¿Feliz? ―Deidara rodó los ojos, esa pequeña comenzaba a sonar como Sasori―. Las flores prensadas están muertas, ¿Qué tienen de especial?
―Lograba conservar sus colores y texturas para siempre. Eran muy bonitas.
―El proceso que pasan las flores es muy arduo. Comienzan como semillas y luego deben soportar el frío y las heladas para germinar y crecer. Su único propósito es lucir hermosas para poder crear más semillas en un ciclo sin fin. Su vida es artística porque están destinadas a perecer ―Deidara asintió―. Prensándolas, les quitas sentido a su existencia. Nunca producirán semillas.
―No lo había visto de esa forma ―susurró Hinata―. Creo que tiene razón.
¿Él tenía la razón? Bajó la mirada perplejo para encontrarse con un par de ojos nacarados que lo miraban sonrientes. Sintió un vacío en el estómago y por algún motivo se creyó importante, relevante y sabio. Ahí junto a él tenía una chica que en muchos sentidos era un libro de hojas blancas y él tenía el privilegio de poder escribir en ellas primero que nadie. Y saber que podía llegar a influenciarla primero que Itachi, implantar sus ideas y opiniones en ella antes que el supuesto esposo, y su peor enemigo, le causó un cosquilleo en el estómago y las bocas de sus manos se movieron inquietas.
―Siempre la tengo ―terminó por concluir mirando en frente.
―¿Usted es un gran artista, verdad? ―le preguntó después de un poco de silencio.
―Así es.
―¿Dónde está expuesta su obra? ―le preguntó con curiosidad haciendo que Deidara se encrespara.
―¿Dónde está? ¡Mi obra no es creada para juntar polvo en un museo o ser exhibida y comprada como si fuese una prostituta! ―sentía la rabia acumularse en él―. Mi camino artístico es diferente al de otros. Mis creaciones llegan a su clímax sólo cuando iluminan el cielo en una gran explosión. Jamás podrían quedarse estáticas.
―Lo siento. No quise ofenderlo ―se disculpó rápidamente la jovencita.
―Creo que nunca has visto lo grandioso que puede ser crear algo y luego ver como desaparece. Se vuelve parte de tu alma.
―¿Sí? ¿Cómo?
―Porque queda para siempre impregnado en tu memoria. Es parte de ti.
Hinata lo observó dudosa un instante lo cual hizo que él también se llenara de preguntas. Esa niña lo estaba comenzando a poner inquieto con tantas palabras que cuestionaban sus ideales y creencias. Su arte era absoluto y no había espacio para críticos.
―Deidara-san, ¿Cuántos años tiene?
―¿Eh? ¿Qué tiene eso de relevante? ―estaba comenzando a perder la paciencia, algo que le pasaba a menudo. ¿Es que acaso esa mocosa lo consideraba demasiado inmaduro para saber de arte?―. ¿Por qué quieres saber mi edad?
―Porque, luce demasiado joven para utilizar la palabra "siempre" ―respondió ella un tanto melancólica.
―Pues, si necesitas saberlo ―sus mejillas se sonrojaron mientras intentaba salvar rostro―, tengo quince años. ¡Pero la edad no tiene nada que ver con el talento de un artista! El arte se plasma por las emociones que experimenta su creador y no por su edad, hn.
―No quise ofenderlo…
―¡Pero lo hiciste! ―se cruzó de brazos y comenzó a caminar más rápido para no ir junto a ella.
Caminaron en silencio el resto del día bajo la lluvia hasta que llegaron lo suficientemente cerca de la frontera. El cielo en los límites de Amegakure era gris, pero al menos dejaba de escupirles. Deidara odiaba la lluvia con pasión, tanto como tener que estar sirviendo a esos imbéciles con los cuales no coincidía en ningún punto relevante.
Pero no tanto como a Itachi ―pensó con desdén recordando ese maldito sharingan que lo observaba menospreciando su obra, su arte, su poder.
Si no hubiese sabido donde debía encontrarse en tres días con el resto de su grupo se habría perdido intentando seguirles el rastro. Habían tomado direcciones opuestas que en algún punto se cruzarían, seguramente, para evitar que alguien pudiese avisar de su presencia a ese nefasto ―y a su punto de vista irrelevante― ser que perseguían.
La nota de Sasori había sido muy interesante. Al parecer se había causado todo un revuelo en Konoha después de la "visita" de Itachi y Kisame. Tanto así, que uno de los legendarios sanin se había puesto en marcha con el objetivo de aquellos dos y esa misma noche había llegado información para hacerles saber que tanto el objetivo como su guardián habían vuelto a Konoha. Pero no era eso precisamente lo que había sido relevante, sino, con quién habían llegado a ese lugar. Al parecer, Konoha tendría un nuevo Hokage, una mujer que en algún anticuado momento histórico había sido muy importante para esa Aldea y que respondía al nombre de Tsunade. No obstante, eso no era un motivo para que ellos se preocuparan. Después de todo, ¿Qué les importaba a ellos si una reliquia antigua o dos se encontraban en Konoha? Lo que realmente era de considerar fue el avistamiento de un grupo de shinobis de la Aldea que Orochimaru había fundado.
Por ese motivo, la ubicación del desertor miembro de Akatsuki era incierta. No sabían si había acompañado a sus secuaces hasta Konoha, si seguía en el escondite del cual habían obtenido coordenadas o si se había movido de ahí.
Si Konan, Pain y Sasori recibían información del espía de Sasori en que se les comunicara que el paradero de Orochimaru era desconocido, emplearían a Hinata y su habilidad de rastreo para seguir a los shinobis de la aldea del sonido hasta el nuevo escondite de Orochimaru. Pero claro, sería labor de Deidara encontrar a estos sujetos primero, lo cual desde ya le parecía un fastidio. Ni si quiera estaba tan seguro del motivo por el cual tenían que eliminar a Orochimaru, ¿Qué riesgo implicaba para ellos alguien tan insignificante como él?
Deidara de verdad esperaba no tener que estar recorriendo la mitad del continente buscando a personas que le resultaban más irrelevantes que una pelusa en el ombligo. Pero al menos, hasta que pudiese reunirse con Sasori o recibir de su parte nuevas instrucciones, estaba atascado con la mocosa.
Volvió a mirarla hacia abajo, pues superaba su altura unos buenos veinte centímetros. Ni si quiera sabía cuántos años tendría pero lucía tan frágil e infantil que le era inconcebible que Akatsuki requiriera de ella al punto de hacerle perder el tiempo cuidándola. Pronto la respuesta vino a él: el byakugan. Hasta él estaba interesado en un dojutsu como ese que podría eventualmente vencer los poderes oculares de Itachi.
―¿Cuántos años tienes? ―le preguntó pensando en lo pequeña que era―. Luces como si tuvieses siete.
―Cumpliré trece pronto ―Deidara se encrespó; era apenas dos años mayor que esa chiquilla.
―Eres baja para tu edad ―la miró con desdén, negándose a creer que ambos tuviesen más en común de lo que pensaba pues la edad que los separaba era mínima.
―¿Usted cree? ―Hinata comenzó a jugar con sus dedos―. No creo que sea más baja que cualquier chica de mi edad.
―Los de Konoha deben ser enanos si tú eres considerada normal con esa estatura a los trece años.
―¿Su estatura es normal en su país? ―Hinata le preguntó insegura encrespándolo aún más.
―¿A qué te refieres con eso? ―exclamó molesto.
―Quiero decir, es que… Itachi-san lo debe pasar por más de diez centime…
―¡Los hombres crecen hasta los veinte años! ¡Mi estatura es muy normal! ¡Hn! Itachi es mucho mayor que yo.
―No quise…
―Ya cállate, agotas mi paciencia ―su mandíbula se apretó ante su ofensivo comentario―. Mi falta de estatura se compensa con mi grandioso talento. Además, las cosas grandes son torpes y toscas. Hn.
―De verdad no quería ofenderlo ―susurró quitamente, a lo cual él sólo se cruzó de brazos y siguió caminando.
―Anochecerá pronto ―dijo mirando el horizonte que comenzaba a oscurecer entre las nubes, intentando cambiar de tema. Suspiró pensando que una vez más tendría que pasar la noche a la intemperie.
Cuando las cosas se comenzaron a volver borrosas por la falta de luz, detuvo la marcha. Hinata colaboró buscando madera con su byakugan (lo cual no dejaba aún de sorprenderlo), y juntos crearon una fogata para calentar agua para el té nocturno. No habían comido durante el día, por lo cual pronto sus estómagos comenzaron a gruñir causando entre ambos una cierta incomodidad. Para su desconcierto, Hinata llevaba consigo un paquete de obleas de arroz que compartió con él mientras bebían el té junto a la fogata.
Si él no le hablaba ella no lo molestaba con preguntas o declaraciones con el fin de socializar y conocerse. Aquello lo incomodaba, pues le gustaba conversar sobre el arte, mantener grandes argumentos y dar su punto de vista sobre las cosas. Hinata era introvertida, tímida y silenciosa, todo lo contrario a él. Podía ver que serían un par de días bastante raros pero estaba determinado a sacar provecho de ellos, averiguar más sobre este dojutsu que podía vencer los ojos de Itachi y acercarse a la jovencita para que eventualmente le ayudara en su cometido.
―¿Por qué estás tan callada? ―le preguntó cuando el sonido de los grillos se le hizo insoportable.
―¿Es seguro que tengamos una fogata? ―lo cuestionó Hinata luciendo un tanto asustada y más precavida de lo normal.
―¿Quién sería tan estúpido como para molestarme mientras descanso? ―respondió complacido de sí mismo.
―Sí, es verdad ―la chica abrazó sus rodilla mientras observaba el fuego.
―Descuida, si estás conmigo, nada puede tomarnos por sorpresa. Hn.
Hinata sonrió asintiendo. Se recordó a sí mismo que esa chica no era una shinobi, y que por lo mismo no era de extrañarse que fuera tan gentil con sus gestos y actitudes. Incluso sus palabras, la mayor parte de tiempo, eran refrescantes y educadas, un cambio bastante significante del tipo de conversaciones que llevaba con Sasori quien era tosco y grosero. Estar con una pequeña damita era interesante aunque fastidioso, pues tampoco se sentía tan a gusto cuando le daba un sermón o se enojaba con ella y veía en sus ojos la angustia que eso le provocaba.
―En la aldea oculta de la Roca no tenían esas costumbres añejas de casarse por intereses políticos ―dijo de pronto haciendo que Hinata volviera a prestarle atención y sacara los ojos de las llamas―. Aunque el viejo Onoki las hubiese instaurado sólo para fastidiarme y casarme con Kurotsuchi… hn… ―pensó más para sí.
―¿Quiénes son esas personas? ―preguntó Hinata con un gesto curioso y compasivo.
―Mi maestro y mi compañera de entrenamiento ―Deidara bufó como si el recuerdo lo agotara.
―¿Entrenaba mucho con ellos?
―Bueno, antes de marcharme de mi propia aldea, ellos eran las personas con quienes más tiempo pasaba. Aunque nunca supieron comprender mi camino artístico ―recordarlo lo hizo sentirse un tanto deprimido. Su talento había requerido de muchos sacrificios.
―¿Abandonó su aldea muy joven? ―le preguntó un tanto triste.
―Se podría decir que sí, aunque yo me creía dueño del mundo. Nada me podía tocar, iba a conquistar todas esas fugaces experiencias antes de que se escaparan de mis manos ―Deidara estiró sus brazos y observó sus palmas, las bocas en ellas parecían moverse al escucharlo hablar así―. Construía mi obra con cuidado, planificaba lo que haría, como culminaría todo en una inmensa explosión en el momento oportuno… y era como observar fuegos artificiales en un cielo nocturno despejado. ¿Has visto fuegos artificiales alguna vez colorear el negro de la noche, como si fueran sólo para ti?
―Sí ―respondió Hinata cerrando los ojos y sonriendo.
―Es lo que siento cuando mis obras toman vida propia, como si esas experiencias llenaran de color mi vida. En la aldea de la Roca todo era gris, opaco y árido. Me convertiría en un shinobi, haría explotar cosas por mandato de otros, aprendería a manipular la tierra como todos y seguramente algún bastardo de Konoha me terminaría matando. Mi talento me obligaría a ser el sucesor de Onoki… y enterrarme en una montaña de papeles hasta morir ahogado en ellas ―Deidara lucía molesto y algo quemaba en su interior―. No podía vivir esa vida. Había cosas que quería lograr por mí mismo, hacer que el cielo destellara sólo para mí porque yo así lo quería. Desde que tomé mi propio camino, las cosas volvieron a ser coloridas. Era dueño de mi destino.
―¿Y su destino fue entrar a Akatsuki?
Deidara no contestó.
Akatsuki se interponía en su destino, pero al menos había más personas como él, gente con una visión, artistas del ninjutsu, genios en sus propios estilos, tal como Sasori o… Itachi.
Y pensar en Itachi como otro artista lo hacía sentirse miserable. Esos malditos ojos rojos siempre lo miraban subestimándolo, pero ya no sería así. Junto a él estaba el cielo nocturno llenándose de estrellas sólo por la presencia de la niña ojos de Luna que podía vencer los ojos escarlata que tanto odiaba. Sabía que la terminaría apreciando sólo por eso, porque esos ojos que observabba embelesado eran las llaves del candado que lo separaba de ser realmente libre.
―Sasori-dana tiene razón.
El byakugan es hermoso ―pensó con serenidad.
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―Eso huele a quemado ―Deidara la observaba irritado mientras ella le daba vuelta al palo en donde se asaban los peces que habían capturado juntos―. Si los quemas te haré explotar.
Hinata asintió y se esforzó por no ponerlos demasiado cerca de las llamas. Se habían detenido para almorzar cerca de un estero y pensó que podría atrapar un pez o dos si se esforzaba con su byakugan y su movimiento de manos. No obstante, cuando llevaba apenas tres minutos en ello, Deidara, impaciente, lanzó una de sus bombas al agua e hizo explotar parte del riachuelo. Al menos una docena de peces salieron a flote producto de ello, asegurándoles el almuerzo.
Ahora, se esforzaba por no arruinar la comida. Muchas veces antes había preparado la cena de esa manera, atravesando los peces en una rama y poniéndolos a una distancia segura del fuego para que el humo les diera un sabor especial y el calor los cocinara. Kisame le había enseñado qué hierbas silvestres podía usar para sazonarlos y sacarles así un buen sabor a los peces, pero tan pronto se acercó con hierbas frescas Deidara le dijo que si su comida tenía sabor a pasto la haría explotar, por lo cual se resignó a que serían peces ahumados ese día.
―¿Ya están? ―le preguntó mientras jugueteaba con una hoja, recostado sobre la maleza.
―Ya casi ―le respondió con timidez.
Movió las brasas con un palito intentando que el aire lograra mantener las ramas ardiendo por más tiempo. Seguía pensando que si estaban en medio de una misión, prender fuego no era inteligente, pero Deidara lucía tan despreocupado y tranquilo que confió en sus palabras de que nadie los molestaría.
―Esa nube tiene forma de gato ―murmuró el joven de pronto, pero Hinata no se molestó en levantar la mirada. Estaba demasiado ocupada pensando en no arruinar el almuerzo―. ¿Me estás poniendo atención? ―la pequeña lo observó asustada y él suspiró como si se diera por vencido―. ¿Aparte de peces, que más puedes cocinar?
―Sé preparar algunas cosas más ―respondió Hinata con nerviosismo―. Pero no tengo implementos ni ingredientes para cocinar.
―Sólo trajiste té y obleas de arroz ―Deidara rodó los ojos―. Que gran estrategia de viaje. La próxima vez estarás a cargo de empacar comida. Hn.
―Sí, Deidara-san.
De pronto la mirada de Hinata se fijó en algo blanco que flotaba en el cielo. Afinó la mirada un poco, pues su movimiento era extraño, como el de una mariposa. Pero no era época de éstas, era pleno invierno, muchas partes del mundo incluso estaban cubiertas en nieve. Al notarla tan concentrada en el cielo Deidara también observó en esa dirección y ambos se quedaron inmóviles. Fue entonces que lo comprendió, no era una mariposa común y corriente, sino una hecha de papel.
Hinata contempló el origami revolotear sobre ellos con anhelo y nerviosismo, creyendo que quizás había llegado el momento de demostrar que sus ojos eran capaces de ayudar a Itachi en aquella misión que llevaba con Akatsuki. Deidara estiró una de sus manos y el papel se posó en ella graciosamente mientras se torcía una y otra vez hasta sólo parecer una pequeña hoja doblada en cuatro.
Esperó mientras Deidara leí el contenido con el corazón entre sus manos.
―¿Ah? ¿Al país del Fuego? ―el joven lucía molesto mientras leía la nota intentando comprender qué era lo que pedían de ellos― Maldito Itachi. Maldito Kisame ―el pecho de Hinata se apretó―. Tenemos que cambiar el curso.
―¿Sucede algo con Itachi-san? ―preguntó de inmediato al escucharlo maldecir.
―¿Desde cuando haces preguntas? ―Deidara frunció el ceño y la observó con molestia, haciendo que se encogiera de hombros.
―Es que usted… ―respiró profundo para darse valor― Por favor, dígame qué sucede.
―Sucede que se movieron de donde debían estar y perderemos el objetivo ―respondió un tanto aburrido ante la muestra de preocupación de la joven―. Nosotros estamos más cerca de la frontera norte del País del Fuego y tendremos que comenzar una persecución. Que fastidio, hn ―Deidara metió las manos a los bolsillos y escuchó como algo emitía un sonido extraño, como si estuviese masticando.
―No lo comprendo ―dijo Hinata nerviosa―. ¿Han cambiado los planes?
―¡Evidentemente!
No se atrevía a preguntar más, pues a diferencia de otras veces, Deidara lucía enojado y no sólo molesto. Comprendía un poco la razón, pues al parecer pensaba que toda esa misión era innecesaria y que el único verdadero motivo por el cual estaban persiguiendo a Orochimaru era por una cuestión de orgullo de Sasori. Miró la comida y pensó que ya no podrían almorzar, pero eso no tenía demasiada relevancia si lo que había en juego era algo importante. El joven pareció notar su dilema y volvió a suspira agotado.
―Te demoraste demasiado ―fue entonces que Hinata escuchó un sonido desagradable similar a la regurgitación y Deidara dejó caer desde su mano derecha una pequeña figura de greda con la forma de un ave blanca―. Ve por tus cosas.
Hinata asintió sin entender lo que estaba sucediendo, notando la manera en que Deidara hacía dos sellos de mano y la pequeña ave de greda frente a él se cubría de humo. Cuando todo volvió a ser claro y visible, encontró junto a Deidara una figura que lo superaba en altura y se movía como si estuviese viva. Se quedó inmóvil observando lo que acababa de pasar, separando levemente sus labios para dejar escapar un suspiro de admiración. Si bien había visto jutsus asombrosos como las enormes alas que hacían volar a Konan, nunca antes vio algo por el estilo. Le pareció casi milagroso y tan hermoso que podría haber aplaudido.
―Veo que te gusta mi arte.
―¿Cómo pudo hacer que tomara vida? ―le pregunto mientras se agachaba a recoger su mochila y se la colgaba en la espalda.
―Mi arte es movimiento, vida y acción, hn ―Deidara dio un salto y cayó sobre el lomo del ave gigante, cruzándose de brazos mientras ésta aleteaba y comenzaba a flotar unos buenos dos metros sobre Hinata―. Llegaremos más rápido así.
Extendió una mano y le sonrió a Hinata, pues notaba en ella la sorpresa mezclada con emoción. Hinata sintió que el estómago se le apretaba al recordar ojos azules que le sonreían de esa manera cuando era pequeña, cabello rubio desordenado por el viento, confianza que irradiaba como un aura a su alrededor. Todo en Deidara en ese momento se le hizo nostálgico y por algún motivo la nariz le cosquilleó como si fuese a llorar en cualquier instante. Reconocía esa sensación en su interior que le hacía hormiguear la punta de los dedos mientras tomaba la mano de Deidara.
Confianza.
No sólo en él, sino en sí misma. Los ojos azules y sonrientes de Deidara le recordaban aquel sentimiento que había experimentado en la Academia cuando pensaba que no podía hacer algo y ese ruidoso niño rubio gritaba a viva voz que nada iba a impedir que llegase a ser el hokage de esa aldea. Deidara no era ese chico, pero su sonrisa tenía algo que se le hacía bastante similar.
―¡Sujétate! ―le ordenó y ella lo hizo, abrazándolo por la espalda y ocultando su rostro contra la tela negra que comenzaba a ondear por el viento al tomar altura y velocidad―. No te vayas a caer.
―Estamos muy alto ―dijo nerviosa mirado de reojo hacia un costado, notando como los árboles y el río comenzaban a ser manchas distantes.
Deidara no se mantenía parado derecho sino que movía su cuerpo dependiendo del ángulo que tomaba la enorme ave, con una rodilla sobre el lomo y la otra flexionadba. Hinata intentó imitarlo pero pronto se dio cuenta que no era tan rápida en su posición como él, sencillamente porque era él quien estaba controlando la dirección en que se movía esa ave.
―¡Y podríamos estar más alto aún! ―Hinata se aferró con más fuerza― Ey, no me estrujes. No te dejaré caer.
―Lo siento ―cerró los ojos para evitar marearse, estaban tan alto e iban tan rápido.
―¿Tienes miedo? ―Deidara rió como un niño travieso y aquello la sorprendió―. Veamos si te asusta esto ―no alcanzó a preguntar qué cosa.
De un momento a otro sintió que giraban en el aire, que el ave descendía con mucha rapidez o tomaba altitud para dejarse caer. No sabía cómo podía hacer todo eso y mantener el equilibrio, pero a ella le zumbaban los oídos y el pecho se le desbordaba. Tenía miedo y al mismo tiempo algo más… nunca había experimentado esa adrenalina recorrerle tan rápido el cuerpo. Era como la noche en que Itachi y ella huyeron de Konoha, pero distinto, porque sabía que no caería, que él no dejaría que algo así sucediera. Era peligro, pero seguridad, aprender a confiar y al mismo tiempo dejarse llevar.
―¿Te gusta? ―le preguntó riendo al sentirla temblar, mirándola sobre su hombro―. Bonito sonrojo.
―¿Ah? ―¿Estaba sonrojada? Pensó que la sangre le había abandonado el rostro y no al revés.
―No es para tanto. Acostúmbrate. Suelo combatir sobre mis obras.
―¿Combatir volando?
―Así es ―el vuelo pareció estabilizarse y Deidara se acomodó sobre el lomo del ave, permitiendo que ella pudiese sentarse con ambas piernas hacia un costado de su cuerpo―. Es hermoso observar una explosión desde las alturas ―Hinata no supo qué decir cuando notó que los ojos azules que la habían contemplado con interés ahora se posaban al frente―. ¿No es hermoso? Es lo único que nunca tiene un límite.
―¿Qué cosa? ―preguntó intentando ver lo que él veía sin conseguirlo.
―El horizonte y el cielo. Parecen no tener límites cuando estas volando. Se extienden sin nunca acabar ni encontrar un final, sino el uno en el otro. El cielo acaba donde comienza el horizonte.
Hinata observó sobre el hombro de Deidara y se percató de que era cierto. Desde ese lugar, con el sonido de las alas de arcillas raspando el aire, el cielo parecía no tener final y el horizonte era tan amplio que llegaba a curvarse frente a ellos. Su corazón ansioso comenzó a latir más despacio, relajándose contra la espalda de Deidara.
Definitivamente podía llegar a acostumbrarse a vivir así. Nunca esperó que su vida de oscuridad y tristeza se viera alterada de golpe y que hubiese conocido a alguien tan distinto a Itachi, una persona que reía en voz alta, que se molestaba con facilidad, con la mente tan traviesa como la de un niño astuto que busca salirse con la suya. Si bien sólo dos años los separaban en edad, parecía que ese joven había vivido tres vidas más que ella y ahora le enseñaba el secreto para hacerlo.
―Sasori-dana dice que moriré joven ―comentó de pronto con solemnidad, y aunque sonaba tranquilo, había cierta burla en su tono de voz―. No perderé el tiempo caminando si puedo volar.
Nuevamente el ave dio un giro sobre sí misma y se lanzó entre las colinas. Hinata no cerró los ojos esta vez y aunque la cabeza le daba vueltas, intento recordar la sensación que le provocaba volar. No sabía si lograría vivir algo así nuevamente.
―¿A dónde vamos? ―le preguntó al notar que viajaban en la dirección contraria al sol, hacia el este.
―Al país de los campos de Arroz ―respondió Deidara.
Ya no se dirigían hacia el norte, sino hacía el este. Hinata comprendió que lo que veía en el límite del horizonte, esa hermosa mancha verde que le acongojaba el corazón, seguramente era el País del Fuego.
―¿Qué es lo que debemos buscar allá? ―preguntó creyendo saber de antemano la respuesta.
―Algo ocurrió que hizo que Orochimaru se moviera de su escondite en las coordenadas que el espía de Sasori nos dio. Esa fue la nueva información que recibimos. También supimos que un grupo de shinobis que trabaja con él fue visto en los límites de Konoha y están en retirada, de vuelta a su propia Aldea. Deberíamos ser capaces de localizarlos en la frontera entre el País del Fuego y el País de los Campos de Arroz, seguirlos, y encontrar el nuevo refugio en donde se esconde la serpiente.
―¿Itachi-san estaba en el País del Fuego junto a Kisame-san, no?
―Estaban demasiado al oeste cuando recibimos esta nueva información. Soy el que puede moverse más rápido dentro de la organización, por eso me ordenaron esta misión de rastreo. Además, estás tú. Hora de emplear tu byakugan, princesa Hyūga.
Hinata asintió un poco avergonzada y activó su dojutsu.
―¿Qué es lo que estoy buscando, Deidara-san? ―preguntó para saber las características físicas de las personas que debía encontrar.
―Son cuatro shinobis. Uno de ellos es una mujer pelirroja. Seguramente se estarán moviendo en grupo o muy cerca.
―Entendido. Haré mi mejor esfuerzo por localizarlos.
Y así fue. Desde el momento en que Deidara le dijo que estaban en territorio en que podrían estar moviéndose los objetivos Hinata comenzó una exhaustiva búsqueda con su byakugan.
Se dedicó a observar entre los árboles, los caminos del bosque, las enormes planicies de pasto verde, las quebradas rocosas por donde corrían los hermosos ríos de aguas cristalinas del País del Fuego, pero pareció inútil. Las personas que buscaban no se encontraban por ninguna parte y aunque Deidara escogió las rutas más comunes hacia el País de los Campos de Arroz saliendo del País del Fuego, lo único que veía de vez en cuando eran lugareños, campesinos o niños jugando.
En ningún momento durante ese largo día notó nada especial excepto tres niños que parecían moverse con rapidez con bandas protectoras del país del Viento, y uno de ellos era pelirrojo. Al parecer no era lo que buscaban, pues así se lo comunicó Deidara. Durante el día creyó ver los indicios de un combate shinobi por el humo que se elevaba a la distancia cuyo origen no alcanzaba a distinguir, pero su compañero le dijo que no tenía mayor relevancia, que seguramente era el humo que se creaba producto de una fogata siendo extinguida.
Durante el atardecer atravesaron la frontera del País del Fuego y la sobrevolaron pero no había nada excepcional, ni si quiera shinobis de otras aldeas.
―Volveré a volar hacia el sur ―le comunicó Deidara mientras ella seguía inspeccionando con su byakugan y él rastreaba con diminutas arañas de arcilla que dejaba caer desde el cielo―. Hay un lugar que no revisamos, hn.
El cielo comenzó a nublarse de pronto y una intensa lluvia los cubrió. Deidara no parecía preocupado por ello y aunque el agua les golpeaba el rostro producto del movimiento que llevaban sobre el ave de arcilla, era refrescante en el húmedo calor que cubría esa zona.
El paisaje volvió a llenarse de altísimos árboles lo cual le pareció hermoso. Cuanto había extrañado esos escenarios ancestrales en donde había crecido y vivido los mejores años de su infancia. Supo dónde estaban cuando vio a lo lejos, con ayuda de su byakugan, una enorme laguna azul en donde se reflejaban las nubes y el agua hacía gorgoritos. En el borde sur, ésta encontraba una salida natural en una enorme cascada, a cuyos lados dos majestuosas estatuas de los fundadores de su aldea natal, Konoha, resguardaban el límite norte del País.
Pero por más que empleó su byakugan, no encontró nada ahí. Al menos nada que llamara demasiado su atención. Todo parecía en su sitio excepto una gran cantidad de shurikens y kunais desparramados por todo el terreno.
Deidara volvió a emprender vuelo hacia el norte en círculos. Comenzaba a caer la noche y seguramente tendrían que detener su búsqueda. Lo sabía, pues lo notaba impaciente y le pareció un tanto impertinente decirle que no era necesario que se detuvieran pues sus ojos veían en la oscuridad. No obstante, ambos estaban un tanto exhaustos por haber empleado tanto chakra durante el día y seguramente de no haber vivido bajo esa venda tantos años no habría podido usar su visión de manera tan eficiente durante tantas horas seguidas. Aun así, sabía que mantener esa ave de arcilla volando también requería de chakra y si planeaban seguir volando al día siguiente, Deidara tendría que descansar para así recuperar su energía.
Estaba a punto de proponer precisamente eso cuando su visión se encontró con algo fuera de lo común, una imagen muy distinta a lo demás y sus ojos se enfocaron con pánico en el abanico rojo y blanco que tantas veces había visto cuando vivió en el barrio del clan Uchiha.
Era un joven, más bien un niño. No parecía ser un shinobi, pues no usaba un protector de frente que lo aliara a ninguna nación. Estaba herido, apenas podía ver sus canales de chakra fluyendo y tambaleaba entre la lluvia caminando siempre al norte. Los labios de Hinata temblaron y todo su cuerpo se tensó al recordar su cabello negro y desordenado que le caía por el rostro. Su mirada estaba descompuesta y vacía, pero su rostro… ese rostro lo habría reconocido aunque hubiesen pasado cinco años sin verse.
―¿Sucede algo? ―le preguntó Deidara al notar las manos rígidas alrededor de su cintura.
―Debemos bajar ―dijo con horror, sin creer lo que estaba viendo, sin poder entender cómo es que esa persona estaba aún con vida―. Por favor baje ahora mismo.
―¿Qué fue lo que viste? ―le preguntó cuando el ave comenzó a descender de golpe y las ramas de los árboles estaban a su alcance―. ¿Los encontraste?
No había aterrizado aun cuando Hinata saltó desde el ave a unos buenos cinco metros del suelo. Deidara gritó alguna cosa pero ella no lo escuchó, pues los oídos le zumbaban, la garganta se le apretaba y los ojos se le llenaban de lágrimas. A pesar de casi no tener reservas de chakra y que todo el cuerpo le dolía por ello, corrió sin pensar en nada excepto alcanzarlo. En algún momento tropezó con una rama caída entre la lluvia y se le llenó de barro la capa que traía encima, pero se puso de pie casi de inmediato y siguió hacia al frente. Estaba tan cerca… solo un poco más.
Notó con su byakugan que él se había percatado que había algo extraño en el camino hacia adelante y sacaba un kunai, saltando hacia una rama unos buenos diez metros sobre él. Hinata lo imitó y comenzó a correr en su dirección persiguiéndolo entre las ramas de los árboles.
Quiso gritarle que se detuviera, pero la voz no le salía. No parecía obedecerle nada en su cuerpo entre el miedo, la excitación y la ansiedad de ver lo que pensaba estaba viendo. Si había un sobreviviente, quizás hubiese más. Tal vez también estuviese huyendo como ella e Itachi. Se le aceleró el corazón sólo de pensar en el rostro de su esposo cuando viera que su hermano menor estaba vivo al igual que ellos. ¡Itachi volvería a sonreír, podrían volver a ser una familia como antes!
No obstante, no hubo necesidad de gritarle que se detuviera, pues él mismo se quedó quieto y esperó por ella. Hinata dio el último salto desde la rama inferior y se movió con lentitud por la corteza del árbol, ambas manos sobre el pecho, sonriendo entre lágrimas. Sus ojos negros, fríos y amenazantes se cruzaron con los cálidos ojos opalinos de la chica
No dijo una sola palabra, sino que dejó que su kunai hablara al lanzarlo contra Hinata.
Apenas logró reaccionar moviéndose hacia la derecha evitando por un par de centímetros que se le clavara en el brazo, cambiando su sonrisa a desconcierto.
―¿Sasuke-kun? ―le preguntó tragando saliva.
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Hola a todos! Se que es inesperado que me demorara tan poco en actualizar, pero me esforcé bastante y logré terminar este capítulo hoy. Diez mil palabras no es fácil de escribir, intentando mantener el texto divertido sin que se haga demasiado pesado de leer. Muchas gracias a todos por continuar con la lectura y por seguir apoyando este fic con sus comentarios y los ánimos que me dejan en ellos. Este capítulo se me hizo muy divertido de escribir, porque como algunos saben, Deidara es de mis personajes favoritos de Naruto. La historia está llegando a un punto clave de su trama, así que espero que sigan conmigo y veamos cómo continuará todo, especialmente porque Sasuke es un personaje principal de este fic, si lo recuerdan del primer arco.
Un gran abrazo y si tienen cualquier duda, pueden dejarla en sus reviews e intentaré contestarlas en el próximo capítulo. Las sugerencias también son bienvenidas!
