SEXTO ACTO
Una Promesa
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Come as you are, as you were, as I want you to be.
As a trend, as a friend, as an old enemy.
Take your time, hurry up, the choice is yours, don't be late.
Take a rest, as a friend, as an old memory.
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La misión de búsqueda y asesinato de Orochimaru había fracasado. El espía de Sasori dejó de mandar información y su localización era desconocida para todos. Los cuatro shinobis de la Aldea del Sonido que debían rastrear habían muerto incluso antes que ellos pudiesen encontrarlos. Eso era lo único que sabía y la organización no dio más detalles sobre los eventos que habían ocurrido ese día. La verdad, tampoco le importaban. Lo único que mantenía ocupada su mente era aquel encuentro inesperado en la frontera del País del Fuego.
Ignoraba el paradero de Sasuke; lo vio huir cuando utilizó su byakugan, pero mintió diciendo que había salido de su radio de visión. Sabía que si le informaba a Deidara hacia donde corría, lo perseguiría hasta matarlo. Y no podía permitir eso. Si bien Sasuke la había atacado intentando quitarle sus ojos, seguía pensando en él como un hermano. Eran familia. No iba a traicionarlo. No iba a permitir que algo le ocurriese a la persona que Itachi más amaba.
―¿Ya terminaste? ―se encrespó al escuchar la voz de Deidara y continuó trapeando el suelo, sin atreverse a levantar la mirada mientras él y Sasori pasaban por el corredor.
―Que desperdicio de tiempo ―dijo Sasori desde su posición―. ¿Qué pudo haber hecho para que la disciplines de forma tan infantil?
―Eso es entre mi subordinada y yo, hn ―por algún motivo, Deidara no la había delatado. Podría haberle dicho a Konan o incluso al líder que ella se había interferido en su combate impidiendo que atacara, pero había guardado silencio―. Que quede limpio. Y cuando termines de limpiar este pasillo, limpiarás el piso de la estancia.
Hinata asintió en silencio. Deidara había sido bastante severo con ella cuando volvieron a Amegakure. La había sermoneado todo el camino de vuelta y ahora la obligaba a llamarlo "senpai". Lucía molesto cada vez que estaba cerca de ella y aquello la entristecía tanto como todo lo que Sasuke había dicho. Pensó que se llevaban bien, incluso que quizás algún día pudiesen llegar a ser amigos, pero veía que la relación entre ellos estaba pendiendo de un filo hilo.
―¿Se quejó de tu espantoso arte? ¿Fue eso? ―la voz rasposa de Sasori sonaba seria aunque se burlaba de él.
―Es entre nosotros dana, ¿Desde cuándo se ha vuelto tan indiscreto? ―Deidara la miró de reojo y ella sonrojó.
―Secretos entre ustedes, que tierno. Si hubiese hecho algo que me irritara, la habría matado. Y tú también ―Sasori era suspicaz de toda esa camaradería que se había formado entre ellos―. ¿Por qué no lo hiciste?
―El líder no me lo hubiese perdonado.
El pasillo que daba al resto de los cuartos se veía solitario sólo con ellos dos ahí, alejándose. Eran muy pocas las ocasiones en que Sasori los acompañaba. Konan había estado un tanto ausente con un asunto en una villa aledaña y el líder, al parecer, ni si quiera se encontraba en el País de la Lluvia. El resto era un misterio para ella.
Sasori la asustaba. Era sin duda el ser más misterioso de las personas que había conocido en ese edificio. No comía, hablaba poco y cuando lo hacía su voz sonaba siniestra; la miraba fijamente con ojos sin brillo y había algo poco natural en la manera en que se arrastraba. Y ella sabía la razón de ello, lo descubrió sin querer al utilizar su byakugan y ver que dentro del cuerpo de Sasori se escondía alguien más, que manipulaba con hilos de chakra los movimientos de la cáscara externa que ocultaba su verdadero ser. Aquello la había atemorizado de verdad. ¿Por qué una persona pasaría toda su vida oculta dentro de algo tan extraño? Además, no era como si el otro ser que habitaba en el interior fuese normal, su sistema de chakra estaba completamente distorsionado, su cuerpo era deforme y con partes poco naturales. Era como si fuese un aparato que se movía sólo por el chakra que se expandía desde el punto medio de su pecho.
Se levantó del suelo cuando vio que el pasillo ya estaba lo suficientemente limpio, tomó el balde de agua y comenzó a caminar hacia la estancia en silencio. La verdad, ya casi no hablaba. Apenas había comido los últimos días y sus ojos estaban tan hinchados de llorar que le dolía cerrar los párpados durante la noche. Si alguien se percataba de su angustia, parecían ignorarlo. Todas las personas en ese lugar comenzaron a ser distantes con ella tan pronto pasó a formar parte del círculo interno de Akatsuki. Él único que le hablaba de vez en cuando era Deidara y desde que volvieron a Amegakure, lo hacía con menor frecuencia, como si le incomodara estar cerca de ella.
La verdad lo prefería así. En su propio silencio podía intentar comprender lo que había pasado los últimos días y rezar por fuerza para seguir creyendo en la persona que amaba sin importar que el mundo entero estuviese en su contra y que decenas de voces en su mente hicieran preguntas.
Puso el balde en el suelo y se arrodilló de una manera tan delicada que cualquiera que la hubiese visto habría pensado que estaba realizando la ceremonia del té en vez de limpiar. Comenzó a fregar con delicadeza la madera bajo el tatami, asegurándose de que no quedara polvo, restos de comida o arcilla seca entre las varillas.
¿Realmente Itachi-san hizo lo que Sasuke-kun dijo? ―sus párpados cayeron mientras en su mente se hacía la pregunta que tanto miedo le daba responder. No quería creerlo, no podía. Cerró los ojos con fuerza intentando recordar qué había pasado ese horrible día desde que despertó y lentamente se permitió visitar situaciones que llevaba años sin recordar, pues el dolor de hacerlo le carcomía el pecho.
Era un hermoso día ―eso lo recordaba bien. Había despertado para ir a la Academia e Itachi le dijo que pasara la velada con su familia. Se acordaba de haber estado muy feliz al recibir esa propuesta y se sintió dichosa ante la idea de ver a Hanabi. Rememoró los árboles, el dulce aroma de la primavera, las cerezas que comenzaban a tornarse rojas entre las ramas. Cuanto le dolía recordarlo, tanto que pronto las lágrimas cayeron una a una sobre el tatami.
La imagen de su padre caminando hacia ella junto a Itachi apareció con claridad en sus recuerdos. Pudo ver con tanta claridad como si hubiese sido ayer la manera en que servían el té, colocando con perfecto cuidado la porcelana ancestral, las hojas aromáticas flotando en el agua y como su corazón se llenaba de mariposas al estar junto a Itachi.
He decidido devolvérsela…
Como había dolido escucharlo en ese instante. Su corazón se había quebrado al sentirse nuevamente una decepción. Nunca había logrado comprender el motivo por el cual Itachi había intentado deshacer su matrimonio ese día y tampoco tuvo valor de preguntar.
Lo que los dioses han unido, ningún hombre puede deshacer ―pensó con tristeza, recordando las palabras de su padre.
Se lo había repetido muchas veces a sí misma cuando se preguntaba por qué Itachi seguía manteniendo toda esa farsa de su matrimonio cuando nunca habían sido realmente marido y mujer. No importaba cuanto ella lo amase, él la seguía viendo como la pequeña niña de siete años que había desposado forzado por su clan.
Recordaba a la perfección como la fuerte mano de Itachi se había afianzado a su muñeca y la había tironeado por toda la aldea con pasos rápidos, sin hablar, siempre mirando el suelo, sintiendo que el mundo que conocía se acababa. Estaba entre los brazos de Itachi mientras saltaban por los tejados de Konoha hasta que llegaron al bosque y desde ese momento en adelante, las cosas se volvían un tanto borrosas.
Podía ver un lugar árido y desconocido; evocaba el sonido del agua. Él la había llevado bastante lejos de todo lo que se le hacía familiar, hasta que la imagen de la cascada la hizo entreabrir los labios y recordarlo. Habían estado en la cascada del río Naka. Ella pensó que la lanzaría por la caída del agua, pero cuando suplicó por su vida, recordaba tan claramente como si Itachi estuviese frente a ella esa angustia en él.
…No se mueva de aquí, sin importar qué escuche o qué suceda…
Lo sabía… él sabía lo que estaba pasando en la Aldea… él sabía que estábamos en peligro ―y al darse cuenta, su racionamiento la hizo quebrar en llanto.
Si Itachi sabía lo que iba a ocurrir esa noche, ¿Por qué no lo impidió? ¿Por qué no hizo algo más que huir? ¿Qué tan poderosos eran aquellos que se habían infiltrado en Konoha? Seguramente Itachi había hecho todo a su alcance para defender a las personas, pero si hasta alguien tan fuerte como él había sido derrotado, ¿Así de terrible era ese monstruo de la máscara? Quizás ese hombre había tomado la forma de Itachi y atacó a Sasuke, eso hubiese explico lo que él creía que había acontecido esa noche.
Pero si Sasuke estaba vivo, ¿Por qué no volvieron por él? ¿Por qué nunca hizo el intento de buscarlo? Itachi había dicho que todos estaban muertos, pero… pero si Sasuke estaba vivo, ¿Habría una posibilidad de que él lo supiese y decidiera dejarlo atrás? Negó con el rostro. No iba a creer en algo así. Ella sabía cuán importante era Sasuke para Itachi. Quizás no lo decía, pero cada vez que veía un niño corriendo por el camino su rostro se suavizaba y ella sabía que era porque le recordaba a Sasuke.
Respiró profundo intentando recordar qué más había dicho, pero las palabras eran tan lejanas y sentía tal pánico al pensarlo, que todo se le revolvía en el estómago. Sólo retenía algunas cosas antes de quedarse sola en la cascada; él dijo que volvería por ella. Si Itachi la había mantenido lejos de la masacre de esa noche, sabiendo que muchos morirían y lo peligrosa de la situación, ¿Por qué ella había sido una prioridad sobre su hermano o su familia? ¿Por qué no había llevado a todos hasta ese lugar?
Me llevó lejos para protegerme ―Hinata temblaba, cubriendo su rostro con las manos―. Él lo sabía… ¿Por qué quiso protegerme a mí, y no a Sasuke?
Y luego todo era tan borroso. Sólo recordaba la gran luna llena, el hombre enmascarado que había intentado lastimarla y correr por el bosque en brazos llenos de sangre. El últimorecuerdo que tenía de esa noche era la imagen de Itachi arrodillado en un estero, limpiando sus manos frenéticamente mientras lloraba en silencio. Esa imagen la había acompañado muchos años sin que nunca obtuviese las respuestas de su profunda tristeza.
Se dejó caer sobre la mesa y se apoyó en ésta para llorar sobre sus brazos en silencio. ¿Por qué había pasado todo eso? ¿Por qué? ¿Qué había pasado esa noche en la Aldea que forzara a Itachi a huir con ella? ¿Qué lo había obligado a esconderse por tanto tiempo, siempre temiendo que algo los dañara, que alguien intentara quitarle sus ojos? Su mente era un laberinto de preguntas y las respuestas no parecían querer llegar.
De pronto, sintió que algo le tocaba uno de sus brazos. Era suave y húmedo, por lo que llegó a temer que se tratara de un insecto que estaba a punto de morderla. Subió el rostro para ver qué era y se encontró una pequeña figura blanca de arcilla en forma de flor que estaba justo frente a ella y comenzaba a bailar con movimientos torpes.
No pudo evitar encoger entre sus hombros, sabiendo que era Deidara quien hacía eso. Levantó la mirada y se encontró con sus ojos azules y concentrados intentando mantener el movimiento de su obra con pequeños hilos de arcilla que caían desde sus manos.
―Lo siento, p-pensé que estaba sola―dijo secando rápidamente sus lágrimas con el dorso de las mangas mientras se sentaba derecha. No deseaba que otros la vieran llorando. Quizás era molesto para el resto ese tipo de desplantes―. Es muy bonito, ¿Cómo lo hace?
―Cómo lo hace, senpai. Senpai ―la regañó, provocando que Hinata se ruborizara.
―Senpai… ―susurró avergonzada. Solía olvidar que debía llamarlo así.
―Es una nueva forma de arte que intento practicar inspirado en Sasori-dana. La llamo, títeres explosivos ―y justo cuando Hinata pensó que la haría estallar al ver su movimiento de manos, la flor se agrandó hasta formar una esfera y un sinfín de pétalos blancos explotaron en la mesa, como una bomba de confeti. Sus ojos se abrieron de par en par en sorpresa― ¿Te gusta, eh?
―Maravilloso ―dijo asombrada y conmovida, por lo bello y diferente que había sido eso. Los pétalos eran de greda, pero tan delgados y hermosos que parecían ser reales, mientras caían sobre la mesa como plumas―. Fue realmente… hermoso.
―Sí, también lo creo ―Deidara se cruzó de brazos y asintió complacido―. Aunque hubiese sido más interesante que finalizara explotando en llamas, hn.
Hinata bajó el rostro aun sonriendo, sin saber qué decir. Él la había descubierto llorando y no acostumbraba hacer ese tipo de cosas en público. Mucho menos en un lugar con personas que parecían tan incómodas cuando alguien mostraba debilidad.
Deidara suspiró y se rascó la nuca mientras miraba el techo y se mantuvieron sin decir nada por un buen rato, hasta que él se aclaró la garganta.
―Escucha Hinata, uhm… se ha terminado tu castigo ―ella lo observó confundida por la manera en que la observaba, con una mezcla de curiosidad, piedad y fastidio―. Sólo no vuelvas a hacer algo como lo que hiciste. Podrías habernos matado a los dos.
―Lo siento. De verdad lo siento.
―Sólo… sólo deja de llorar ―Hinata no entendía por qué a Deidara le importaría verla llorando y aquello se expresó en las facciones de su rostro. ¿Acaso él estaba preocupado por ella? Su reacción provocó que un ligerísimo sonrojo se asomara en las mejillas de Deidara―. D-digo, si Sasori-dana te ve llorando, es probable que te mate. Odia esas cosas. No tiene tanta paciencia como yo.
―Lo lamento. Intentaré no irritar a Sasori-dana ―Hinata bajó el rostro avergonzada al sentir que nuevamente se convertía en una molestia.
―¿Por qué… por qué llorabas? ―Deidara se sentó frente a ella fingiendo indiferencia y mirando el fuego.
―Deidara-san ―Hinata murmuró quietamente, levantado el rostro y enfocando sus ojos nacarados en él con seriedad―. ¿Por qué Itachi-san está en el libro Bingo?
―Ah… eso ―Deidara lució decepcionada ante la pregunta―. ¿De verdad no prefieres preguntárselo a él? ―Hinata se hundió entre sus hombros y volvió a mirar la mesa.
―Tiene razón ―sonrió un poco más animada―. Es algo que debo preguntarle a él.
―¿Qué más da lo que hizo? ―Deidara rodó los ojos―. No deberías preocuparte por cosas que no puedes cambiar. Preocúpate sobre lo que puedes hacer al respecto.
―Sí ―y ella sabía, y le dolía saberlo, que no podía cambiar esa noche en que huyeron.
―Odio este lugar ―dijo de pronto, bostezando y estirando su cuerpo sobre el tatami―. Lluvia, lluvia, lluvia… si tan sólo nos dieran nuestra próxima misión para largarnos.
―¿Usted y Sasori-dana volverán a viajar, senpai? ―preguntó levemente desanimada.
―Por supuesto ―respondió Deidara mirando el techo―. Un artista no puede estar sólo en un sitio. El líder nos necesita en el país del Rayo dentro de los próximos días.
Lo extrañaré cuando se vaya ―quiso decirle, pero le pareció imprudente. La verdad, a pesar de esos dos años de diferencia, sentía que tenían prácticamente la misma edad. Ambos eran adolescentes.
―¿Por qué no vienes con nosotros? ―le preguntó de pronto Deidara haciendo que se sorprendiera―. Este lugar apesta. Te llenaras de moho si te quedas mucho tiempo acá.
―No creo que a Sasori-dana le guste mucho mi presencia ―admitió avergonzada―. Creo que no le a-agrado.
―¿Y por qué creerías eso? ―la voz de Sasori desde el marco de la puerta hizo que ambos jóvenes se encresparan.
―Es…es que usted ―Hinata enrojeció profundamente―. Usted…
―Dana, usted es bastante severo con ella, hn ―al parecer Deidara intentaba ayudarla.
―No fui yo quien la ha hecho trapear por días todo el edificio ―bufó Sasori arrastrándose hasta ellos.
―Eso fue una lección de disciplina ―Deidara cruzó los brazos molesto―. Ella tenía que aprender a ser una mejor subordinada.
―Deberías aplicar esa disciplina en tu arte. Hacer explotar todo lo que ves es infantil.
―¿Usted cree que mi obra es infantil, dana? ―Deidara lo miró molesto―. Mi arte es explosivo. Lo que para usted es infantil, para otros es superflat.
―¿Jugar con greda como un niño de tres años es superflat? ―a Hinata le hubiese gustado preguntar qué era eso del superflat, pero sentía que era mejor no interrumpirlos.
―No voy a discutir mi arte con alguien que piensa que esas momias apestosas son hermosas ―Deidara rodó los ojos y se puso de pie.
―¿Perdón? ―de pronto, Hinata notó que algo se movía desde la túnica negra con nubes de Sasori. Para su sorpresa, una enorme cola de metal en forma de aguijón le irrumpió el paso a Deidara. Éste pareció no inmutarse.
―Si se crea algo sólo para dejarlo juntar polvo y verlo todo el tiempo, pierde eso que lo hace especial. Se vuelve monótono y aburrido ―los ojos azules de Deidara realmente brillaban cuando hablaba de arte, admiraba eso. Le hubiese gustado sentir tanta pasión por lo que a ella le gustaba―. Las cosas hermosas duran un momento fugaz. He ahí el motivo de su belleza.
―¿De nuevo con esas tonterías, Deidara? ―Hinata pasó saliva, Sasori sonaba enojado―. Pierdo la paciencia cuando hablas así del arte.
―Bien, resolvamos nuestro conflicto de estilos ―Deidara sonrió.
―Sabes que si peleamos, te mataré.
―No me refería a pelear, dana ―y entonces esos ojos brillantes se posaron en ella―. Que lo escoja Hinata.
―¿Ah? ―Sasori la miraba sin emociones―. Las personas comunes y corrientes no tienen derecho a opinar sobre el arte ―Deidara lo pensó con cuidado y terminó por asentir.
―Si bien eso es cierto ―Deidara subió los hombros―, ella también es una artista, aunque de una corriente bastante alejada a la mía. Prensa flores.
―¿Prensas flores? ―le preguntó Sasori haciendo que el pecho se le oprimiera.
―Solía hacerlo ―respondió quietamente, deseando poder levantarse para irse de allí―. P-pero ya no. No podría juzgar un arte tan complejo como el que ustedes practican.
―¿Por qué no lo practicas ahora? ―Sasori arrastraba lentamente sus palabras―. Un artista no puede dejar su arte de lado. Es traicionar su alma y morir en vida.
―Es que, no tengo los implementos y… y aquí casi no hay flores ―Hinata bajó el rostro para evitar esos ojos opacos que le daban escalofríos.
―¿Ve? Ella comparte su visión sobre preservar cosas muertas. Aunque es más rococó que post modernista ―Deidara miró el techo pensando―. Sí, es muy rococó, todo eso de lo floral.
―Prensar flores, tan inocente e ingenua como tú, Deidara. Hubiese preferido agregarla a mi colección antes que escuchar su opinión sobre el arte ―Hinata retrocedió levemente y pasó saliva― ¿Y bien?
―Sí, Hinata ¿Cúal te gusta más? ¿Las obras de tu senpai o las de Sasori-dana?
―¿Prefieres los infantiles muñequitos de greda de Deidara, o mis magnificas marionetas humanas?
―¡Mi arte es más complejo que hacer figuras de greda!
―Un niño podría hacerlo mejor.
―¡Yo hago arte mientras las cosas explotan!
No había respuesta correcta. Si decía que no estaba capacitada para opinar la obligarían. Si elegía a uno, el otro se molestaría y quizás incluso la llegaran a lastimar. Deidara no tenía paciencia y era volátil, pero Sasori era monstruoso. Hablaba y hablaba de esta colección de marionetas y tenía el horrible presentimiento que de enterarse de los detalles sobre éstas, terminaría temiéndole aún más.
Mientras los dos discutían, se paró lentamente. Parecían no estarla mirando. Si caminaba hacia atrás, justo en dirección a la puerta de entrada de esa habitación, pronto llegaría a las escaleras y quizás pudiese bajar y perderse en la cocina del edificio hasta que ellos dejaran de pelear. Cuando discutían tan acaloradamente, olvidaban todo a su alrededor.
―No tienen nada definido, son anormales y horribles a la vista ―decía Sasori.
―Claro, porque un cadáver es hermoso, ¿Verdad? ―Sasori levantó su cola pero Deidara no se movió―. Pasa tanto tiempo entre esas cosas putrefactas que se le está descomponiendo el cerebro.
―Repite eso ―lo desafió. Hinata ya había retrocedido cuatro pasos mientras se gritaban―. Si te atreves.
―Sólo digo, como colega artista, que su obra me es de mal gusto ―Deidara saltó sobre la mesa pues el lugar en donde estaba acababa de ser atravesado por la cola de Sasori―. ¿Es así como quiere las cosas, Dana? ¿Pelearemos finalmente por nuestros ideales de arte?
―Sí ―Hinata tragó saliva al escuchar a Sasori mover todas las mecánicas de ese cuerpo que portaba―. Pero antes que nada yo… ―y justo ahí, su espalda chocó con algo que puso las manos sobre sus hombros.
―¿Van a pelear aquí? ―era la voz de Kisame y lo comprobó cuando subió su mirada sobre el hombro y se encontró con su cabeza mirándola hacia abajo―. El líder no soportaría esas tonterías ―¿Dónde estaba Itachi? Eso fue lo primero que pensó― ¿Qué tal pequeña? ―Hinata se volteó pues él la movía con aquellas potentes manos―. Acércate y déjame ver esos ojos. Nunca había visto el byakugan tan de cerca.
―Kisame… Kisame-san… ―quería retroceder pero él se lo impidió.
―¿Por qué no la dejas en paz? ―le preguntó Deidara fastidiado al ver la reacción de visible incomodidad en Hinata―. Son ojos blancos, ¿Qué tienen de especial para que todos actúen como si fuesen pequeñas orbes estelares resplandeciendo en el cielo nocturno?
―Así que esto era lo que Itachi-san mantenía oculto ―continuó Kisame, riendo, haciendo que Hinata sonrojara mientras la examinaba de cerca―. Tan misterioso como siempre, Itachi-san ―y entonces la soltó y ella pudo voltear el rostro hacia la figura que se encontraba parada junto a él.
―¿Dónde está el líder? ―preguntó Itachi sin si quiera mirarla―. Nos dijeron que no se encuentra en Amegakure.
―No lo sabemos ―dijo Sasori bajando su cola de escorpión―. También esperamos instrucciones.
―¿Y no pudieron matar a Orochimaru? ―los cuestionó Kisame con gracia en su voz.
―Mi espía no consiguió mandar más información ―dijo Sasori.
Hinata no podía creer que su corazón pudiese latir con esa velocidad. Quería decirle tantas cosas al mismo tiempo pero todas se ahogaron en su garganta cuando no la saludó, ni la miró, sólo continuó su camino sin prestar atención al resto hasta perderse por el pasillo. Su estómago se apretó y sus mejillas se volvieron pálidas.
―¿Saben qué hay de comer? Estoy hambriento ―dijo Kisame riendo mientras le revolvía el cabello a Hinata una vez más―. ¿Quieres ir por un dulce conmigo, Hinata-san?
―¿Le vas a dar dulces a esta hora? ―Deidara subió una ceja.
―A los niños les gustan los dulces, ¿Qué tiene de malo? ―preguntó Kisame poniendo con fuerza su enorme espada sobre la mesa.
―No es una niña, ¿sabes? ―dijo Deidara con ojos fastidiados― Y como es mi subordinada, no autorizo que coma azúcar a esta hora. Necesito que duerma para que mañana pueda ayudarme a juntar arcilla.
―Es cierto, ya no eres una niña. Vas a cumplir trece años, toda una señorita ―Kisame le sonrió con alegría en su mirada―, en mi aldea se le regalaba hermosos adornos para el cabello a una chica cuando cumplía trece años ―dijo animado.
―También se hacía eso en Suna ―recalcó Sasori.
―¿Por qué le regalarían cosas así a una mujer? ―Deidara cuestionó.
―Porque a las chicas les gusta verse bonitas ―respondió Kisame cruzando los brazos y mostrando una sonrisa suspicaz, como si fuese gran conocedor de mujeres―. Además el número trece es de la buena suerte. Deberíamos celebrarlo, si aún estamos aquí. Me imagino que seguirás conmigo e Itachi.
―No lo sé. Depende qué misiones haya pendientes y quien necesite mis ojos ―dijo Hinata completamente deprimida.
―Es probable que la manden con nosotros ―dijo Sasori arrastrando su cuerpo hacia el pasillo también―. Tenemos una misión para asesinar a alguien del libro Bingo. Un shinobi renegado del Rayo. El líder está recopilando más información sobre él en este momento.
―Siempre tan informado, Sasori-san ―se burló Kisame, pero él marionetista ya no los escuchó más.
―Disculpen ―dijo Hinata en ese momento y también se dirigió al pasillo.
Caminó por el corredor con cuidado sintiendo dos pares de ojos sobre ella. Ignoró lo que continuaron hablando, pues lo único que había en su mente era llegar hasta Itachi. Cada paso que dio se le hizo doloroso, pues no se sentía preparada para verlo al rostro y preguntarle sin más si lo que Sasuke había dicho era verdad.
Se paró afuera de la habitación de ambos, nerviosa, jugando con sus dedos y pasó saliva. Respiró profundamente y se dio valor. Ya no era una niña. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Dubitativa, movió su mano hasta la puerta de manera y la dejó ahí un par de segundos mientras intentaba calmar su respiración. Finalmente, con toda la resolución que había en ella, movió la puerta corrediza hacia un costado y entró al cuarto cerrando detrás de ella.
Permaneció en su posición tan pronto logró subir la mirada, inmóvil. Itachi miraba en silencio la lluvia caer por la ventana. Se había retirado la capa negra con nubes rojas que siempre portaba en ese lugar, doblándola perfectamente sobre la mesita de noche entre los dos futones enrollados. Ese pequeño detalle le reafirmaba que frente a ella estaba ese hombre del cual se había enamorado; cuidadoso, delicado y gentil, incluso en pequeños detalles como desvestirse. Itachi hizo un movimiento para quitarse la camiseta también, pues seguramente estaba húmeda. Si se percató que ella estaba ahí, pareció no importarle.
Hinata pensó que quizás debía darse la vuelta pero le llamó la atención algo que no había visto antes en el brazo de Itachi, un tatuaje en forma de espiral similar al símbolo del País del Fuego. La verdad, nunca se desvestían uno cerca del otro y no comprendía del todo por qué ahora parecía no importarle hacerlo.
―¿Itachi-san? ―el joven se volteó sobre el hombro y la miró a los ojos con indiferencia, luego volvió hacia su posición original y continuó observando la lluvia caer, lanzando sobre su capa la camiseta de malla.
Hinata no supo qué hacer, si quedarse en silencio o dejar fluir todas esas interrogantes que le habían carcomido el pecho los últimos días. Tenía muchas preguntas que hacer, pero las respuestas le daban tanto miedo que se sentía paralizada. Además, la frialdad con que había entrado sin si quiera mirarla consiguió herirla como una daga en medio de su pecho.
Pensó en llamarlo nuevamente, decir su nombre apenas más fuerte que el sonido de la lluvia cayendo, pero no pudo. No era como si careciese del valor para interrumpirlo en sus pensamientos, pero no era su costumbre obligarlo a volver a ese mundo cuando su mente divagaba hacia otro lugar. Por ello, sus piernas se movieron hacía él y finalmente sólo lo abrazó, acurrucando la mejilla contra su espalda.
Itachi no se movió mientras ella lo hacía. Si estaba en su propio mundo, Hinata lo podía acompañar; nunca intentaba traerlo de vuelta. Por ese tipo de cosas lo amaba y se sentía tan bien estando cerca de él. Sabía que esa proximidad era permitida cuando el mundo no podía verlos, y en esos instantes, ella sentía que su corazón le pertenecía. No sabía por qué, pero desde que habían huido de Konoha, Itachi consentía ese tipo de desplantes, ya fuese si se escabullía en la noche a dormir con él porque tenía miedo o frío, tomarle la mano si nadie los veía e incluso acurrucarse contra él mientras leían. ¿Cómo era posible que alguien que había sido gentil con ella toda su vida fuese ese monstruo que Sasuke había descrito?
―Lo extrañé mucho ―dijo con calma cuando su cuerpo se había vuelto tibio contra el de él―. Tanto…
―Tiene los ojos hinchados, ¿Hay algo que quiera decirme? ―Hinata sintió un nudo en su garganta.
Él ya sabía todo lo que ella quería preguntarle. Lo conocía tanto que podía intuir lo que Itachi quería que ella dijese. Pensó que no tenía caso ocultarle sus miedos. Estaba segura que él le diría la verdad y se alegraría de escuchar que su hermano estaba vivo. Podrían ir por Sasuke, hacerlo ver que había estado equivocado todo ese tiempo y que Itachi no era un asesino capaz de matar a sus propios padres. Quizás podrían ser una familia nuevamente, traer a Sasuke a ese lugar e intentar volver a empezar lejos de ese horrible día que tanto los había lastimado. Juntos podrían solucionarlo.
―Sasuke-kun está vivo ―dijo cuándo pudo respirar nuevamente.
―Lo sé.
―¿Qué? ―Hinata sintió que el pecho se le apretaba y se alejó de él dando un paso atrás. Itachi ni si quiera se movió.
―Sé que está vivo.
―¿Cómo…?
―Yo lo dejé vivir ―la interrumpió.
―N-no lo entiendo ―sus labios comenzaron a temblar.
―Hace unos días lo encontré en una aldea cerca de Konoha y nos enfrentamos. Podría haberlo matado, pero me interrumpieron ―Hinata no sentía el suelo y sus rodillas temblaban―. Pude haberlo matado antes de eso, la noche en que huimos. Pero tuve un cambio de planes respecto a mi tonto hermano menor ―los ojos se le llenaron de lágrimas mientras el corazón se le rompía. Él se dio vuelta y la observó como si fuese un insignificante insecto en su camino―. Haga la pregunta, Hinata-san. Sé lo que quiere preguntarme.
Sintió que todo estaba perdido, que la esperanza a la cual se había aferrado todo ese tiempo se quebraba frente a ella en ese ser oscuro y lejano que desconocía. Su frialdad era desgarradora, su indiferencia la lastimaba. ¿Qué más quedaba? Sólo una cosa había entre ellos que los podía unir y salvar, su completa confianza en él. No podía decepcionarlo, no podía… iba a creer en él hasta el final de sus días.
―¿Qué pasó en Konoha que nos obligó a huir esa noche? ―se aferró a su fe en él, suplicando en silencio por una respuesta que aún la permitiera mantenerse en pie.
―Asesiné a cada uno de los miembros de mi clan, excepto a Sasuke. Y a usted.
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Tienes que ser fiel a tu forma de pensar. Pelea, confúndete, piérdete, y atraviesa todo eso para encontrar tu respuesta. Y cuando la halles, toma tu decisión y no vaciles. Encuentra tu respuesta, y prepárate para seguir adelante. Eso es determinación.
No supo por qué pensó precisamente en las palabras de su padre cuando vio morir algo en los ojos de Hinata. Supo de inmediato que le había quitado aquello que debió tomar la noche de su matrimonio si no hubiese sido tan cobarde: su inocencia.
Aquello lo lastimó tanto como atravesar a sus padres con una katana, quizás más. A diferencia de sus ellos, Hinata no había conspirado, robado, asesinado o traicionado; la jovencita no había hecho nada malo en toda su vida. Frente a él había alguien completamente libre de culpas de sus acciones o las de su clan. Esa pobre niña había sido sacrificada para que los Uchiha no se levantaran en rebelión contra Konoha y la habían casado con apenas siete años de edad ― Y yo tenía doce… ―pensó amargamente al recordar que en muchos sentido también era sólo un niño. Sin embargo, aquello había sido inútil, su matrimonio sólo retrasó levemente todo lo que estaba destinado a ocurrir. Se sintió un imbécil cuando recordó que había pensado que a pesar de las circunstancias, si se esforzaba cada día de su vida, lograría sacarle provecho a la situación e intentarían ser felices juntos.
Había fracasado rotundamente en ello, así como había fracasado en cada una de las cosas importantes en su vida. No pudo salvar a Shisui. No pudo salvar a su clan. Había arruinado la vida de Sasuke. Y ahora, le había roto el corazón a la única persona que parecía amarlo genuinamente, a esa pequeña que lo buscaba en cada momento del día, que sonreía cuando estaba cerca de él, que sonrojaba cuando le tomaba la mano, cuya angustia por crecer para que él pudiese amarla de vuelta lo había hecho dudar de sus propios sentimientos mientras la desesperación lo invadía intentando volver a Amegakure por ella.
Soy una persona terrible ―pensó hundiéndose en la oscuridad de su clan.
La observó con frialdad, sin inmutarse, controlando su respiración para no delatar un atisbo de piedad en sus iris negras. Era un shinobi, había sido capitán en ANBU, controlar las emociones era lo que mejor sabía hacer. No obstante, el corazón le golpeaba el pecho con fuerza.
Le dolía todo eso. Le era casi insoportable tener que verla llorar, temblar, mostrar esa profunda decepción en cada uno de sus gestos. Era tan frágil y vulnerable, su corazón tan ingenuo; cualquiera podría haber sido capaz de lastimarla. Ella confiaba en todos, sonreía sin importar cuanta lluvia cayera y tatareaba canciones al anochecer si creía que estaba triste. Su amabilidad y gentileza eran desbordantes y para el común de las personas podría incluso haber llegado a ser abrumador.
Ya no habrá eso en mi vida. He destruido lo que amaba de ella ―pensó al notar las facciones de dolor en sus ojos color Luna.
Él la quería, de verdad lo hacía. Quizás no podía amarla como un hombre a una mujer, pero a su modo, la amaba. Sabía que lo hacía, quizás la había empezado a amar mucho antes de abandonar Konoha, más que cualquier otra cosa en su patética existencia, tanto que estaba poniendo en riesgo la misión que el Hokage le había encomendado considerando llevársela lejos de ese espantoso lugar, esconderla, vivir juntos el resto de sus vidas sin que le importara nuevamente el destino de Konoha. ¿Acaso la Aldea no le había quitado suficiente ya? ¿Acaso no podía pensar en sí mismo aunque fuese una vez?
―¿Por qué? ―preguntó Hinata casi sin fuerzas para hacerlo.
―Porque era necesario.
Pero no podía abandonar ese lugar, ni su misión; eso habría sido darle la espalda a su Aldea, a ese lugar por el cual tanto había sacrificado ya. No importaba lo que él quería. Lo único que en ese momento debía ser una prioridad era Konoha. Él era un shinobi de la Aldea Oculta de las Hojas, era Itachi Uchiha, y le había prometido a Shisui antes de morir que cuidaría de aquello por lo que él se había sacrificado.
―¿Tiene alguna otra pregunta? ―Hinata bajó el rostro y las lágrimas dejaron de fluir, como si no estuviese realmente parada ahí. Itachi lo supo de inmediato al ver sus facciones, estaba tan quebrada que ya ni si quiera experimentaba dolor para llorar. Sus hermosos ojos nacarados estaban completamente vacíos―. No volveré a hablar de esto con usted. Si quiere saber algo, ahora es el momento.
―¿Por qué no me mató también? ―lo cuestionó con la voz distante.
―Necesito su byakugan.
Lo había decidido. No podía escapar de Amegakure con Hinata, pues el líder quería el poder del doujutsu de la joven. De haberlo hecho, de haberse ido con ella a algún otro lugar, no sólo lo habrían perseguido sino que muy probablemente lo habrían terminado matando. Así como Orochimaru había abandonado Akatsuki y ahora era objetivo de la organización para ser aniquilado por todo lo que sabía de ellos, Itachi seguiría la misma suerte. Si bien estaba casi seguro de poder combatir y vencer a cada uno de los miembros de la organización (siempre y cuando fuese por separado), Pain, era otro asunto. Tenía poderes que no comprendía del todo, tenía un doujutsu que le daba escalofríos y su misteriosa forma de actuar le hacía preguntarse constantemente si era él quien estaba en la cima de la organización o el hombre que lo había reclutado: Madara Uchiha.
A veces se preguntaba cómo era posible que un hombre tan viejo aún estuviese vivo, pero lo estaba. Se había vuelto su prioridad estudiarlo y conseguir información sobre él, pero no lo veía hacía más de dos años. Muchos de los que formaban parte de Akatsuki no estaban conscientes de la existencia de alguien más en la cadena de mando, pero él sí. Y aunque dudaba mucho que Madara lo intentara matar, lo habría perseguido hasta el final del mundo para conseguir que volvieran a aliarse. Si veía que la causa de la ruptura entre Itachi y Akatsuki era Hinata, podía darla por muerta.
―Te dije que te deshicieras de ella antes de venir a este lugar ―le había dicho cuando llegó a Amegakure junto a Hinata.
―Estará conmigo. Es mi única condición.
―Hecho. Nadie la lastimará, tienes mi palabra. Sólo oculta sus ojos. No quiero que llame la atención.
Y lo había cumplido, hasta que Orochimaru intentó usarla para hacerse con su cuerpo. Desde ese momento comprendió que todos esos sujetos en la organización carecían de lealtad hacia Pain o Konan. Se eran fieles a sí mismos y a lo que ellos buscaban. No podía confiar en que Hinata estuviese a salvo si no estaba con él. Por lo mismo, dejar que cada uno de los miembros de Akatsuki tuviese contacto directo con ella, sin él presente, era tan arriesgado. Por ello había tapado los ojos de su pequeña esposa por años. No lo hacía por maldad, ni porque le agradara, sólo la quería proteger; quizás no había sido la mejor manera. Tal vez debió intentar buscar otra aldea en donde dejarla, un lugar alejado en donde pudiese vivir sin que nadie supiese quien era. Pero, ¿Cómo? El byakugan siempre la delataría. Hasta entonces, la mejor solución para él había sido mantenerla ahí, a pesar del peligro. No obstante, las cosas habían cambiado.
Seguramente no podría estar siempre presente y aquello la ponía en la mira para más de una persona en ese lugar. Sasori la habría matado sin dudarlo de haber sabido quien era. Hidan la habría considerado un buen sacrificio para su dios. Incluso Kakuzu había pensado que les era de mayor valor si conseguían vender su byakugan. Hinata estaba en peligro ahora que todos sabían su identidad y necesitaba sacarla de ahí sin riesgos de morir en el proceso; no le era útil a la Aldea muerto. Estaba ahí para recopilar información y mandarla de vuelta a Konoha. Esa era su misión. Sin importar que estuviese en el libro Bingo categorizado como un criminal rango S, seguía amando a su Aldea por la cual se había manchado las manos con la sangre de sus padres. Servir a Konoha y la presencia de esa niña en su vida era lo único que le daba valor a su existencia; había perdido todo lo demás.
Así que tenía dos opciones: dejar que Hinata trabajara para esas personas con un doujutsu tan poderoso como el byakugan, arriesgándose a ser lastimada, incluso morir, creyendo en los ideales de una organización que buscaba la monopolización del armamento y la destrucción de todas las grandes aldeas shinobi, o, hacer que Hinata quisiese volver por su cuenta a Konoha.
La última opción le parecía lo mejor para ella. Había sido afortunado, pues aceleraba sus planes que la joven se hubiese encontrado con Sasuke en medio de la persecución que habían realizado para encontrar a Orochimaru. Podía imaginarse las cosas que él le habría dicho en su reunión y lo mucho que debió herirla tener que escucharlo.
Sí, Hinata sufriría, y bastante. Sería deshonrada al haber estado con un criminal como él todo esos años, seguramente la tratarían con desprecio en la Aldea, incluso sospecharían de los motivos para que ella estuviese viva aún y en ese lugar. Podía imaginarse el festín que tendría el departamento de inteligencia de Konoha investigando dentro de su cabeza, buscando información sobre él y la organización. Cuando finalmente extrajeran todo lo útil para Danzo, si consideraban que no era un peligro dejarla andar por ahí, le permitirían volver con el clan Hyūga, quienes seguramente la verían como una molestia, alguien indigna y tachada con la deshonra de haber sido la esposa de un criminal. Nunca sería la líder de los Hyūga, pues había perdido ese privilegio casándose con él, y no podría casarse con nadie a menos que él muriese. Su exitencia sería solitaria, como la de un marginado, repudiada por todos.
Pero estaría entre los suyos, con su propia familia y a salvo. Nadie intentaría herirla, quitarle los ojos o manipularla para que sirviera como una herramienta shinobi para otros. Era lo mejor que podía hacer por ella.
Sin embargo, para que aquello funcionara, Hinata debía huir de Amegakure por su cuenta y la única manera que se le ocurría para que aquello ocurriese era haciendo que ella lo odiara tanto como Sasuke lo odiaba en ese momento. Sería indiferente, cruel si era necesario, y sabía que eventualmente ella querría alejarse de él y volver a Konoha.
―¿Sólo por mi byakugan? ―preguntó Hinata con profunda tristeza, sin conseguir si quiera verlo a los ojos, como si aún no pudiese creer lo que acababa de escuchar.
―Me has sido útil todo este tiempo mientras me escondía ―caminó hacia el ropero dándole la espalda, movió la puerta y tomó una camiseta negra para vestirse―. Es por eso que entrené sus ojos. Podía ver todo a mí alrededor por kilómetros.
―Ya veo ―respondió después de unos segundos. Su voz volvía a un tono neutral y un tanto más calmado―. ¿Quién era el hombre de la máscara que intentó lastimarme?
―Mi cómplice. Pero eso ya lo sabía, ¿No?
De pronto, mientras él se acercaba a ella, Hinata levantó el rostro.
Itachi se encontró de frente con ojos que parecían destellar en la oscuridad. La visión lo tomó por sorpresa, no eran las facciones de alguien herida ni melancólica, tampoco había odio ahí. A pesar de tener trece años, esa expresión en ella estaba tan llena de solemnidad como los ojos del resto de su casta milenaria. Recordó lo mucho que se veneraba el byakugan en Konoha y sintió que frente a él no había una niña, sino una princesa antigua que debía reverenciar.
No supo si caminar hacia ella o alejarse rápido, empequeñeciendo ante la altura y gracia que ella mostraba. Sus ojos parecían encenderse en la penumbra e incluso el estómago se le apretó ante la determinación que emanaba esa penetrante mirada.
―Hay algo que no está diciendo ―sentenció con firmeza y convicción.
―¿Qué cosa podría ser esa? ―Itachi era un experto cuando se trataba en mentir. Esa era el don más potente que tenía como shinobi. Podía ocultar a la perfección cualquier sentimiento o pensamiento detrás de ojos indiferentes y peligrosos. No obstante, experimentó algo parecido a los nervios expandirse por su cuerpo al escuchar ese tono de voz que lo ponía en evidencia―. Ya le he dicho todo lo que quería saber, ¿O tiene otra pregunta?
―Deje de tratarme como si aún fuese esa niña de siete años que desposó por obligación ―Itachi no se inmutó, mantuvo la calma, normalizó su respiración, pero frente a él sucedía algo que no anticipó―. Fuese lo que fuese que haya ocurrido esa noche, sé que usted actuó de la mejor manera posible. No importa lo que haya hecho, usted debe haberlo hecho porque creía que era lo mejor. Ese es el tipo de hombre que usted es. Ese es el Itachi-san que yo conozco ―escucharlo lo lastimó, ¿Ella de verdad creía tanto en él?―. Pero no me mienta cuando le pregunto el motivo por el cual no morí… como el resto.
―¿Por qué le mentiría? ―algo se apretaba en su garganta, algo dolía en su pecho al ver que la persona que constantemente lastimaba creía en él de esa forma―. Sólo está viva porque necesitaba su byakugan.
―No es verdad ―su corazón se aceleró. No podía impedirlo.
―Y ahora ya no me sirve ―su voz se volvió más profunda y fría que antes―. El líder quiere el byakugan a su servicio. No me es útil ahora. Que esté aquí es un fastidio para mí. No tengo tiempo para seguir siendo su niñera. Esa es la verdad. Usted sólo me estorbará de ahora en…
―Deje de mentir.
Hinata lo miró fijamente a los ojos. El mantuvo su mirada con la misma determinación en un duelo de voluntades que comenzaba a hacerlo sentir realmente agotado y vulnerable. Esos ojos perlados que nunca mostraron más que ternura, calidez e inocencia se enfrentaban a él como si estuviesen en combate. Su sharingan se activó sin que si quiera lo quisiera, como si su propio instinto creyese estar en peligro. Sintió su nervio óptico palpitando, causándole un extraño mareo que le hacía difícil ver con claridad, y aun así, con las figuras distorsionándose a su alrededor, la imagen de Hinata era tan clara como el agua.
Que hermosa es ―pensó sin entender en qué momento se había vuelto una belleza como esa. Su cabello azabache enmarcaba con delicadeza los rasgos femeninos en ella, como sus pestañas oscuras y gruesas, su pequeña y respingada nariz, su boca de cereza, sus mejillas de porcelana. Ya no era una niña, hasta él comenzaba a comprenderlo. Su cuerpo estaba torneándose, generando curvas llamativas, abultándose en lugares peligrosos. Iba a ser un fastidio cuidar de esa preciosura en un par de años cuando el resto de los hombres que la rodeaba se percatara de su belleza sobrenatural.
Sus ojos eran tan bellos, que realmente sintió admiración por ellos. Lucía mucho mayor de lo que realmente era, tenía una presencia majestuosa y un aire casi divino a su alrededor. Llegó a comprender por qué los Hyūga eran un clan tan orgulloso, por qué protegían ese tesoro ancestral con sellos que lastimaban a sus miembros, con una jerarquía inexpugnable para cuidar de su legado, a sus grandes señores y sus princesas.
Con algo de añoranza consideró que de haber sido distintas sus vidas, de haber crecido ambos en Konoha con normalidad, se habría enamorado de ella igualmente. La habría querido para sí, aunque no hubiese nada en juego. Si hubiese tenido la libertad de amar, ella habría sido su elección. Se podía imaginar a sí mismo persiguiéndola con la mirada, buscando su gentil presencia en cada instante, intentando acercarse aunque fuese un poco a esa dulzura en su voz, en sus ojos, en sus gestos. La hubiese esperado toda su vida. Quizás el destino sí existía, pues ella estaba ahí, a pesar de todo.
Sus ojos… ¿Qué hacen? ―destellos azulados aparecían y desaparecían en aquellas pupilas sin color. Se preguntó entonces si realmente estaba admirando su belleza o su fuerza.
Comprendió, con pavor, que todo ese festín de pensamientos inapropiados aparecía en su mente precisamente porque su doujutsu intentaba confundirlo o seducirlo. Era la única explicación para haber estado pensando en sujetarla contra él y abrazarla hasta el final de los tiempos en vez de alejarla.
―Suficiente, Itachi-san ―sintió la voz de Hinata como una bofetada que lo traía de vuelta a la realidad y frunció el ceño. Ella jamás le había hablado de esa forma―. Deje de mentirme. ¿Por qué no puede confiar en mí? Soy su esposa.
―¿Realmente lo es? ―le preguntó con lentitud sintiendo que comenzaba a perder en ese duelo de voluntades. Jamás le había pasado algo así. Tenía que volver a concentrarse en su plan original―. ¿Acaso si quiera sabe cómo una esposa debe comportarse? ―ella lo observó sin inmutarse aunque un leve sonrojo le cubrió las mejillas―. Pequeña y tonta Hinata. ¿No entiende que sólo la he usado todo este tiempo? Desde que era pequeña, todos la han utilizado por lo único de valor que hay en usted, el byakugan.
―Usted fue diferente. Fue gentil ―dijo con desanimo, pero manteniendo su determinación―. Sé que he sido una molestia en más de una ocasión, pero Itachi-san me ha cuidado en cada momento de nuestra vida juntos.
―Su clan y la Aldea la vendieron a los Uchiha por un precio que nunca fue si quiera pagado. ¿Comprende eso? ―el corazón le latía tan rápido que le dolía el pecho―. Querían mantenerme quieto y tranquilo con una esposa, como si usted fuese un pequeño juguete para divertirme. Pero no consideraron lo decepcionante que resultó ser. Su patético sacrificio no tuvo valor alguno al fin de cuentas. Asesiné a todos los miembros de mi clan de cualquier modo.
El byakugan se activó en ella e Itachi sintió el impulso de retroceder. Moviendo la mano con su velocidad que lo caracterizaba, tomó un kunai de su portaherramientas y lo apuntó hacia el cuello de Hinata. El metal se hundió en su delicada piel sin herirla cuando se dio cuenta de lo que hacía, pero no lo retiró. Por algún motivo, se sentía en peligro. No lo comprendía, ella no tenía una formación shinobi, ni tampoco había recibido un entrenamiento extensivo por parte de su clan durante los últimos años, ¿Cómo podía manifestar esa imponente voluntad que le hubiese aplastado la mente a alguien débil? ¿Por qué él, siendo un Uchiha, manteniendo el sharingan activo, se sentía tan desprotegido?
Hinata frunció el ceño y se mordisqueó los labios, apretando sus puños que temblaban.
―No importa qué haya hecho, yo siempre lo apoyaré ―su voz se quebró levemente e Itachi tragó saliva sintiendo las rodillas flaquearle―. Mi corazón siempre estará con el suyo.
―Sus sentimientos no significan nada para mí.
―¿Por qué sigue mintiendo? ―le preguntó molesta, sujetando su brazo y alejando el kunai de golpe. Nunca la había visto lucir molesta antes.
―¿Qué es lo que quiere escuchar? ―y el comenzaba a perder la calma.
―Mire sus manos. No puede dejar de temblar ―Itachi bajó lentamente la mirada y lo notó, era casi imperceptible, pero la mano que sostenía el kunai le temblaba. Controlar su respiración estaba provocando eso―. Su corazón. Está latiendo muy rápido, a pesar del gran esfuerzo que hace por mantener la respiración normal apretando el diafragma para mentir sin que se le quiebre la voz ―¿Cómo podía ver eso? ¿Cómo podía el byakugan traicionarlo de esa manera revelando que mentía?―. Y su tono de voz bajó de sus decibeles normales, ya que intenta mantener el tono grave para que no fluctúe su entonación por ese nudo que se formó en su garganta en donde el chakra apenas consigue fluir ―Itachi bajó un tanto los párpados sintiéndose realmente cansado de todo eso. Ella lo había derrotado, sin ni si quiera esforzarse para ello―. Lo veo. El byakugan puede ver a través de todo, incluso las mentiras ―e Itachi lo sabía, ella pertenecía a la línea más pura entre los Hyūga, pero no creía que pudiese utilizar su doujutsu con esa perfección―. Por favor, ¿Por qué no me dice la verdad?
―La verdad… ―bajó la mirada con tristeza y dejó caer el kunai, que rodó por el suelo, ¿qué sentido tenía mentir?―… es que maté a todo mi clan.
Hinata lucía decepcionada. Él no diría más que eso, no daría motivos ni explicaciones. No era que no confiara en ella para decirle todo lo que había ocurrido en Konoha, sino que simplemente no podía. Era una misión. Había realizado todos esos horribles actos hundiéndose en deshonra para siempre, sabiendo que su nombre caería en la ignominia, que su hermano lo odiaría y que los shinobis de la Aldea le darían caza.
No podía decirle que había hecho todo aquello porque de lo contrario habría significado una cuarta guerra mundial shinobi. ¿Cómo explicarle que las personas de más alto rango en Konoha estaban preparándose para eliminar ellos mismos al clan Uchiha? ¿Cómo decirle que Danzo Shimura, uno de los hombres más respetados de la Aldea, había intentado matar a Shisui sólo por sus ojos? ¿Acaso si quiera entendería que no había otra opción? ¿Que de haberse unido al clan para pelear contra Konoha, habría traicionado todo aquello en lo que creía? Habría arriesgado a su hermano menor y a ella por un conflicto sin sentido. No podía correr riesgos en que alguien más lo supiese. Si Hinata caía en manos equivocadas y revelaba la información clasificada de la Aldea, Konoha habría estado en peligro. Debía seguir protegiendo su aldea desde las sombras.
―El byakugan es realmente un arma poderosa ―dijo con algo de gracia, nunca pensó que alguien sin formación shinobi iba a derrotarlo cuando se trataba de mentir―. Debería sentirse orgullosa de saber utilizarlo de esa forma.
―No siento orgullo ―respondió ella con amargura―. Porque mis ojos… provocan que usted quiera dejarme.
―Lo lamento ―dijo en un susurró, estaba tan cansado de vivir así, de constantemente mentir, de herir a quienes amaba―. Me gustaría que fuese distinto. Me hubiese gustado nacer en un lugar diferente, sin la carga de ser un shinobi.
―¿Por qué… por qué lo hace? ¿Por qué miente?
―Pensé que… era lo mejor. Para usted.
―Ya no lo vuelva a hacer. Me hiere ver lo mucho que usted se lastima cuando…
―Nunca he querido herirla ―Hinata comenzó a temblar―. Pero parte de lo que dije es verdad. Fui yo quien asesinó a todas esas personas la noche en que huimos. Y eso es todo lo que puedo decir al respecto.
―¿Algún día me dirá el resto? ―le preguntó ella con desilusión, suavizándose el byakugan en su rostro―. ¿Por qué realmente lo hizo?
Itachi suspiró y bajó la mirada. El ambiente tenso entre ambos parecía desaparecer y ese ser mítico frente a él volvía a ser sólo una jovencita exhausta, triste y asustada.
Acortó los tres pasos entre ellos sin saber realmente por qué lo hacía. El impulso de la proximidad lo embargaba y ella lo notó, pues se lanzó hacia su cuerpo abrazando su cintura.
―Hinata-san… ―puso una mano en su cabeza queriendo decirle que todo estaría bien, que él se encargaría de protegerla, pero las palabras no fluían. ¿Cómo era posible haber estado tan resuelto a alejarla y ahora terminar entre sus delicados brazos?―. ¿Quiere volver a Konoha? ―le preguntó creyendo que debía salvarla de estar cerca de alguien como él―. Si quiere volver con su familia, yo la ayudaré para...
―Quiero estar con Itachi-san. Usted es mi familia ―respondió ella mientras hundía el rostro contra su cuerpo.
―Su vida sería más fácil si yo no estuviese en ella ―bajó los párpados adolorido de admitirlo―. Está en peligro en este lugar.
―No lo dejaré. Sea lo que sea que pueda suceder, podemos enfrentarlo, juntos.
Tan suave y delicada ―pensó mientras ella rodeaba su cintura con los brazos.
Terminó por suspirar pensando en todo lo que tendrían que pasar si de verdad ella estaba resuelta a permanecer ahí. No sería fácil, estarían llenos de enemigos y peligros, intentarían ponerlos uno contra el otro, harían que ella cuestionara su lealtad, realizara actos terribles y hasta matar a gente inocente si era necesario. Itachi no deseaba que tuviese que pasar por todo eso, menos aun cuando ni si quiera era una kunoichi. Sabía que él podía fingir ser leal a Akatsuki sin importar lo que le pidiesen, pero Hinata no. Tendría que enseñarle todo lo que sabía para que nunca lograran descubrir si mentía, si deseaba algo, si estaba feliz o triste. Hinata desbordaba sus emociones en cada uno de los gestos de su rostro y eso era peligroso para ella.
―Debe prometerme algo ―dijo finalmente, acuclillándose para que sus ojos quedaran a la misma altura. La miró con toda la seriedad del mundo mientras ella asentía―. Konoha siempre estará primero que la organización…
―P-pero…
―Debe prometérmelo ―Itachi no lo negociaría―. Si debe elegir entre Akatsuki y Konoha, nuestra Aldea siempre debe venir primero.
―Lo prometo ―susurró ella cabizbaja.
―Y la elección debe ser la misma conmigo ―los párpados de la pequeña subieron en sorpresa―. Konoha está llena de cosas oscuras, de gente dudosa y secretos dolorosos. Pero es nuestro hogar. Debemos protegerlo. Si debe dejarme atrás, traicionarme o incluso matarme por el bien de Konoha, debe hacerlo sin titubear.
―No ―terminó diciendo ella―. El único hogar que he conocido ha sido… junto a Itachi-san. Nunca podría…
―Hinata-san, debe prometerlo.
―No puedo. Por favor no me pida eso ―sus labios se fruncieron en un puchero adorable―. Itachi-san, yo no imagino poder vivir sin…
―Lo sé ―susurró sosteniendo su rostro, secando con cuidado el rastro de lágrimas que aún había en su hermosa piel―. No llore.
―Usted… usted también debe prometerme algo ―le pidió ella, lo cual lo sorprendió un poco pero terminó por asentir para escuchar su petición―. Prométame que dejará de intentar alejarme. Prométame que siempre estaremos juntos.
―Ya hicimos esa promesa, ¿recuerda? ―sonrió; la imagen de dos niños nerviosos e incómodos, tomados de la mano en el templo, con ropa más costosa de la que jamás habían usado en sus vidas, siendo bendecidos en matrimonio por un sacerdote desconocido, vino a su mente―. Estaba en ese papel que firmamos cuando nos comprometimos.
―No. No quiero que cumpla su palabra tan sólo por que firmó un papel hace muchos años. Quiero que lo prometa porque así lo desea ahora ―la joven lo miró con nerviosismo, llevando una mano hasta la de Itachi, entrelazando sus dedos con los de él―. No por un acuerdo entre dos clanes o por obligación, sino, porque usted… me… porque usted me quiere… ―Itachi sintió que se le apretaba el pecho al escucharla hablar así, conmovido por el sonrojo en ella― …tanto como yo lo quiero a usted.
―Lo prometo ―afirmó su frente contra la de Hinata y cerró los ojos―. Estaré con usted hasta el día en que muera.
Sin previo aviso, algo cálido tocó por un instante sus labios. Cuando abrió los ojos para preguntarse si aquello había sido lo que él pensaba, se encontró con una profundamente sonrojada Hinata que le suplicaba con la mirada que no hiciera preguntas ni dijera nada al respecto.
Se sintió un tanto avergonzado, pero supuso que no podía decirle que aquello estaba mal por la diferencia de edad que los separaba. Si Hinata tenía la edad suficiente para que intentase herirla y alejarla, para asesinar a otro, incluso para sobrevivir por su cuenta, quizás también tenía la edad suficiente para amarlo y desear un primer beso. No podía seguir pensando en ella como una niña, se había convertido en una señorita.
―Uchiha Hinata, cierre los ojos ―le pidió haciéndola temblar ligeramente, con la mano aun contra su mejilla acunándole el rostro. Ella obedeció con la respiración entrecortada―. ¿Sabe lo que es un beso? –le preguntó en un susurro, y ella negó con cejas que tiritaban expectantes―. Es cuando dos personas se dicen sin palabras… que se aman ―acortó la distancia entre ellos y con dulzura la besó sobre los labios.
Fue sencillo, corto y bastante inocente, carente de sensualidad o erotismo. No realizó movimientos con los labios ni éstos se humedecieron. Fue como se besan los hermanos, hasta una madre con sus hijos. No obstante, para Itachi Uchiha significaba algo importante. Ahí estaba la determinación de la cual le había hablado su padre antes de morir. Lo comprendía perfectamente ahora. Iba a cumplir su palabra con esa jovencita frente a él. Había tomado su decisión, lo había escogido por sí mismo a pesar del peligro que ello implicaba. Y no iba a flaquear en su elección.
La amaría hasta el final de sus días.
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FIN LIBRO SEGUNDO
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Disfruté mucho escribiendo este capítulo. Les doy las gracias a todos por seguir leyéndome. El Itahina es un pairing que no cuenta con mucho material por ser tan crack, por lo cual para alimentar mis propias carencias, lo escribo, porque en mi mente la personalidad e historia de ambos se complementaba mejor que la de cualquiera en el Narutoverse. Siento que en este capítulo deje algo de mi, esa fe en las personas, en que sin importar de lo mal que te traten o el daño que te hagan, siempre tienen un motivo para hacerlo, y que quizás ese motivo es intentar protegerte de hacerte sufrir incluso más. Bueno, ese es mi detalle, siempre creer en todos.
En fin, les agradezco desde ya sus comentarios, me gusta mucho leer lo que piensan también. Un abrazo de osito Tibbers y nos vemos pronto! Espero que ahora en Team Seven.
